Y en este caso viejo no tiene raíz en vetus, sino en vastatus, lugar devastado y desnudo. (III, 281)

Y en este caso viejo no tiene raíz en vetus, sino en vastatus, lugar devastado y desnudo. (III, 281)
En un reportaje de hace diez años publicado en la revista Harper´s, el afamado periodista Barry Graham describe al sheriff Joe como amante esposo, padre orgulloso, idealista, megalómano, mentiroso y bravucón, un alegre charlatán que goza con presenciar las ejecuciones de los condenados a muerte: "algunos lo creen un asesino, otros un loco. Amnistía Internacional un violador de los derechos humanos. Pero es el político más popular de Arizona, y con una aprobación del 85%, quizás el más popular de toda la historia del estado".
Para el año de 1991, cuando se publicó este reportaje, el sheriff Joe aún no perseguía inmigrantes, sino ladrones, traficantes de droga, pandilleros juveniles y alborotadores de cantina en una ciudad donde el delito crecía como la espuma, y ya desde entonces usaba los mismos métodos que cimentaron su popularidad entre los partidarios acérrimos de la ley y el orden a cualquier precio, aún el de la ley misma: pasear por las calles de la ciudad a los prisioneros encadenados de los tobillos y de las muñecas, vestidos con pantalones a rayas y camisetas y calcetines color rosa, aún a las mujeres, hacinarlos en carpas a temperaturas arriba de los 40 grados, alimentarlos con bazofia, no más de 30 centavos de dólar por plato de comida, y darles a escoger dentro de la cárcel entre dos únicos canales de televisión: el Disney, por inofensivo, y el del reporte meteorológico, para que supieran lo que les esperaba de lluvia o sol cuando salieran en cuadrillas a abrir zanjas.
Entre los muchos méritos a los que se ha hecho acreedor el presidente de la República Francesa, Nicolás Sarkozy, se halla el rescate de gran parte de la descarrilada Constitución Europea que tomó la forma y el nombre de Tratado de Lisboa por su aprobación al final del semestre de presidencia portuguesa en diciembre de 2007. El hiperactivo Sarko había llegado al Eliseo en mayo, pocos días antes de que Merkel presentara y obtuviera de sus colegas europeos el consenso para ultimar el nuevo tratado remodelado, algo que no fue inconveniente alguno para que el recién llegado reivindicara como propio buena parte del trabajo desarrollado ya por la presidencia alemana. Así fue como el siempre eurocauteloso Sarkozy apoyó y firmó Lisboa, incluyendo la aneja Declaración de Derechos Fundamentales, que se incorporó con fuerza jurídica vinculante y sometida por tanto a la jurisdicción del Tribunal de Luxemburgo.
Dos países, Polonia y Reino Unido, pidieron y obtuvieron una cláusula de exención: para ellos no tiene carácter jurídicamente vinculante. No lo pidió Francia, y si lo hubiera hecho se hubiera ido al garete de nuevo el tratado entero, puesto que se trata de un país central en la construcción europea. Así es como la República Francesa, como Estado socio que aplica la legislación europea, quedó vinculada y sometida a las instituciones europeas en cuanto a vigilancia del cumplimiento entero de este tratado; concretamente, a la Comisión Europea como guardiana de los tratados y al Tribunal como última instancia jurídica para la determinación de la legalidad de los actos jurídicos. Esta es una reflexión que debería parecer ociosa en el caso de los franceses: la Declaración de Derechos Fundamentales se inspira, entre otros textos, en uno que es histórico y determinante como es la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, aprobada por la Asamblea Constituyente en 1789 y pilar de la identidad política francesa. Sarkozy debe cumplir, pues, con la Declaración de Derechos fundamentales de la Unión Europea, incorporada al Tratado de Lisboa, y debe hacerlo incluso en el caso de que no le guste su filosofía universalista, que es fundamentalmente fruto de la Revolución Francesa. Está obligado a cumplir el artículo 19 sobre ?Protección en caso de devolución, expulsión y extradición?, cuyo punto 1 dice literalmente: ?Se prohíben las expulsiones colectivas?. Debe cumplir con el artículo 21, sobre la ?No discriminación?, en su punto 1 que dice literalmente: ?Se prohíben toda discriminación, y en particular la ejercida por razón de sexo, raza, color, orígenes étnicos o sociales, características genéticas, lengua, religión o convicciones, opiniones políticas o de cualquier otro tipo, pertenencia a una minoría nacional, patrimonio, nacimiento, discapacidad, edad u orientación sexual?; y en su punto 2: ?Se prohíbe toda discriminación por razón de nacionalidad en el ámbito de aplicación del Tratado constitutivo de la Comunidad Europea y del Tratado de la Unión Europea y sin perjuicio de las disposiciones particulares de dichos Tratados?. No debe olvidarse del artículo 22 sobre la ?Diversidad cultural, religiosa y lingüística? con su escueto y contundente enunciado: ?La Unión respeta la diversidad cultural, religiosa y lingüística?. Pero tampoco del 45 sobre ?Libertad de circulación y de residencia?, que establece en su punto 1 que ?todo ciudadano de la Unión tiene derecho a circular y residir libremente en el territorio de los Estados miembros?. La Comisión Europea tiene el deber de cuidar que Sarkozy cumpla con todos sus compromisos. Y si hay indicios de que no lo hace, como parecen atestiguar millares de gitanos rumanos expulsados colectivamente de Francia en los últimos meses, entonces debe abrir una investigación y si se da el caso denunciar al gobierno de Francia ante el Tribunal Europeo de Luxemburgo. Además de todo esto, todos los ciudadanos europeos, empezando por los franceses, debiéramos empezar a avergonzarnos por esta Europa que tenemos, por su deriva cada vez más antieuropea y por nuestra escasa valentía en la defensa de la Europa de los derechos fundamentales con la que nos hemos llenado la boca durante tantos años.
La novela de Pynchon recibe elogios en blog Así como en España ya se adelantaron escogiendo el Libro del año, en el blog de la librería Eterca Cadencia a Guillermo Belcore no le hace falta terminar de leer Contraluz de Thomas Pynchon para considerarla, desde ya, La Novela del Año. Su entusiasmo es obvio. Y eso que va por la mitad. Vamos a ver si nos contagia algo de sus ganas. Dice la reseña:
Afirman en India que cinco misterios guardan el secreto de lo oculto: el acto sexual, el nacimiento de un niño, la voz humana cantando, la presencia de la muerte (o una gran catástrofe) y la contemplación del arte. Hay, en efecto, algo misterioso y conmovedor en la súbita aparición de una de esas novelas sublimes, con las que la Gran Literatura confirma su aptitud para suavizar nuestras arduas rutinas con una pizca de felicidad. Estoy leyendo -absolutamente embrujado- Contraluz de Thomas Pynchon, uno de los pocos escritores a quien juzgo imprescindible. No puedo hablar de otra cosa. Mil trescientas treinta y siete páginas ocupa la novela. Estoy cerca de la mitad y hasta ahora, el tedio nunca asomó su horrible cara. Todo lo contrario: es desopilante, erudita y profunda. Data de 2006 (recién este invierno, Tusquets la publica en español) y la crítica anglosajona -siempre a un ápice de lo inmisericorde- no la ha tratado bien, aunque emplea argumentos que cualquiera puede desbaratar. ?Un Pynchon a la enésima potencia, más de lo mismo?, se escribió en un periódico. Sí, ¿y qué? ¿No es eso motivo de regocijo? Un artista de originalísimo estilo exprimió su talento hasta el fondo, para deslumbrarnos con su potencia estética y con una inteligencia afilada y certera como el bisturí. (?) Estoy a un paso del final y no he hablado ni una palabra sobre la trama, que transcurre entre fines del siglo XIX y la Primera Guerra Mundial. Quizás porque los mecanismos narrativos predominan sobre la anécdota. El eje de la novela, no obstante, parecen ser las andanzas de Los Chicos del Azar, una cofradía de aeronautas infantiloides que fatiga el planeta (y lo atraviesa de norte a sur por un agujero que comunica ambos polos) a bordo de un dirigible alimentado con hidrógeno. Personajes memorables surcan los cien afluentes caudalosos: la guerra de clases entre el anarquismo dinamitero y la plutocracia, el Salvaje Oeste, una misión al Ártico que concluye en catástrofe nacional, los afanes de una masonería inglesa, la alocada Nueva York, etc. En menos de una semana, le dediqué dos ditirambos a Contraluz. Sepa disculparse tanto entusiasmo de quien cree que la mejor crítica literaria es aquella que sabe transmitir una gozosa experiencia de lectura. He tropezado, sin duda alguna, con la Novela del Año, con una obra que es el culmen de una magnífica carrera literaria. Pynchon lo hizo de nuevo.
carátula del libro Y ya que hablamos de Houellebecq, salió hace unos meses el libro Enemigos públicos (Anagrama) que contiene el diálogo por email entre Michel Houellebecq y Bernard?Henri Lévy. Christopher Domínguez Michael lo leyó ?sin otro propósito que corroborar, con cierto morbo, la decadencia francesa de la cual el par de escritores son, o deberían ser, protagonistas.? La conclusión es que, en realidad, estos enemigos no lo son tanto. Así lo expone en su blog en Letras Libres:
Estamos ante el duelo, para decirlo de una vez y a la ligera, entre un conservador y un liberal. El primero (Houellebecq) fue absuelto del supuesto delito de blasfemia una vez que se expresó crudamente del islam, religión que considera del todo incompatible con las sociedades democráticas, juicio que BHL considera exagerado y errático. Uno es un conservador ateo y positivista ?Houellebecq? que no vive en Francia porque no quiere pagar impuestos, mientras que el otro ?BHL? dice pagarlos puntualmente y es un liberal criado por el movimiento estudiantil de 1968, polígrafo obstinado en hacer sanar a la izquierda del totalitarismo (véase, entre lo último, Ce grand cadavre à la renverse, 2007) y devolverla, íntegra, a la modernidad que ella (la izquierda) de alguna manera inventó. A Houellebecq le gusta Sarkozy; BHL hizo campaña como gurú de Ségolène Royal. Si BHL, judío nacido en la Argelia francesa, admira a los judíos solares y casi griegos que retrató Albert Cohen, Houellebecq desconfía de quienes ?como su interlocutor en Enemigos públicos? predican una religión sin Dios. Filósofo público, BHL ha vuelto, en el agnosticismo, a la reivindicación de lo judeocristiano como el verdadero soplo de nuestra civilización: entre Atenas y Jerusalén, Jerusalén. Ante ello, el poeta Houellebecq, lector de Lucrecio, no se muestra muy convencido. Pero acaba siendo Houellebecq quien le da clases de filosofía al discípulo de Althusser y de Derrida, un BHL que acepta con humildad la manera en que su interlocutor lo instruye. A mí me ha sorprendido ?en este libro? Houellebecq, algunas de cuyas novelas me parecieron jeremiadas, en las que la antañona náusea existencialista reaparecía creyéndose quinceañera, novísima y fresca en el arte de execrar. Menos sorprendente me resulta BHL, a quien conozco más y a quien respeto por la manera desenfadada en que ha puesto su vanidad mediática al servicio de causas que encuentro justas (frente a la antigua URSS, en Bosnia, en Paquistán). Es notable la página donde Houellebecq le pregunta a BHL por qué es y por qué sigue siendo un ?intelectual comprometido?, cuestión que acaba ?agradable paradoja en esta clase de discusiones, digamos, dialécticas? por revelarnos la caracterología del propio Houellebecq que, como tantos de los misántropos es, en realidad, un solidario incomprendido. Y la pregunta obliga a BHL a ofrecer una buena lección sobre por qué aquella frase de Goethe ??Prefiero la injusticia al desorden?? es moralmente inaceptable y públicamente perniciosa. Uno de los temas expuestos en el libro es el de la fama literaria. Al respecto, Domínguez Michael también es muy claro:
También es Enemigos públicos un libro sobre la fama literaria. En cierta desvergüenza, como le dicta la confesión pública dizque privada tan propia de la literatura francesa, Houellebecq y BHL comparten sus cuitas como reos de la popularidad que eligieron. No poca importancia se concede en un libro hecho del ir y venir del correo electrónico, al uso de la red, a su villanía y a su nobleza. ¿Debemos o no debemos, se preguntan el uno al otro, rastrear en Google a nuestros enemigos y atender a nuestros admiradores? Al final Houellebecq y BHL acaban por declararse entusiastas de la red. Para el primero, la violencia internáutica nos devuelve a la sana brutalidad de las fiestas de pueblo; para el segundo, es, sabiéndola dominar, una mina de oro del conocimiento. Asiduos de los juzgados y clientes de buenos abogados, uno y otro le saben al efecto del chantaje, a la mancha del libelo, a la mentira contada mil veces, carne como son de la calumnia periodística y de campañas de linchamiento que los justifican a ambos en su pretensión ?un tanto circense? de hacer reencarnar a estas alturas al escritor que, a la Baudelaire, actúa como la víctima propiciatoria de la jauría burguesa. Ambos tienen, afirman, los mismos enemigos (no solo entre los fascistas islámicos y en la ultra izquierda que los absuelve) y en este libro firmaron un pacto de sangre que va más allá de la política y se inscribe en el temperamento. Como vecinos, Houellebecq y BHL, deben ser insoportables. Pero leídos, enEnemigos públicos, a mis ojos quedan justificados no solo por la resurrección del espíritu epistolar que aparejan al correo electrónico, sino por su maníaco interés en discutir la verdad filosófica y literaria.
Jonathan Franzen En el diario ?El Mundo? han hecho un resumen de la polémica, que comenté ayer enMoleskine Literario, sobre la cobertura extraordinaria a la novela Freedom de Jonathan Franzen. Dice la nota de Laura Fernández:
Todo el mundo habla de Jonathan Frazen y de su nueva novela, ?Freedom?. ?Time?, ?The New York Times?, ?The Economist?? Y también, un puñado de mujeres escritoras (con Jodi Picault y Jennifer Weiner a la cabeza) que se llevan las manos a la cabeza con semejante atención.¿Es que hay que ser hombre, blanco y amable para salir en todas las portadas? ¿Qué pasa? ¿Que no hay mujeres novelistas que se merezcan elogios superlativos? (?) Hipótesis número uno: sus historias no son lo suficientemente grandes. Es decir, no pretenden dibujar un círculo en el que quepa toda América, o, como mínimo, la parte de América en la que les ha tocado vivir. Eso es lo que hace, por ejemplo, Jonathan Franzen, el nuevo ?gran novelista americano oficial?. Recordemos: ?Las correcciones?, la última novela de Jonathan Franzen publicada en España, toma a una familia (padre enfermo terminal, madre adicta a los antidepresivos, tres hermanos, uno atrapado en un matrimonio infernal, otro demasiado ?fan? del sexo con jovencitas, la tercera, una cocinera que no sabe lo que quiere) y la acompaña durante sus últimas Navidades juntos, mientrastoma el pulso a todo lo que inquieta a la sociedad norteamericanade finales del siglo XX. Pero, ¿acaso no hace algo así Joyce Carol Oates en casi todas sus novelas? ¿No lo hace en ?Puro fuego? con la Norteamérica de los 70? Su ambición en ese caso en concreto no llega a los límites a los que Franzen lleva a los Lambert. Pero sí se acerca mucho, por ejemplo, en ?¿Qué fue de los Mulvaney??, la historia de una familia destrozada por una violación. He aquí la diferencia, no es tanto el tema (la violencia contra las mujeres) como el hecho de que en la novela de Oates pasa algo, es decir, la trama no se limita a la contemplación, al fresco, sino que utiliza la situación de sus personajes (su entorno, la época en la que les ha tocado vivir, su país) para amplificar un sentimiento (¿la vulnerabilidad?). Y aquí pierde su oportunidad de convertirse en la Gran Novela Americana. Hipótesis número dos: uno puede quererlo todo sólo cuando tiene algo. Es decir: relegada históricamente a un segundo plano, la mujer ha imitado su rol social en lo literario y así, ha dejado paso a los tipos rudos (vaqueros con alma de sheriff) y se ha limitado a ocuparse de lo que le quedaba más cerca o de lo que realmente le interesaba, no tanto la conquista de territorios como el cobijo al alma torturada. Como colectivo oprimido, el femenino se ha centrado en exorcizar demonios propios y ajenos. Y aquí los ejemplos se cuentan por centenares, empezando por Toni Morrison que, pese a haber conseguido el Nobel de Literatura (sus historias hablan de mujeres doblemente oprimidas, por su condición de mujer y por su color), nunca ha figurado entre los candidatos a responsable de la ?Gran Novela Americana?. Pero esa es otra historia:¿Acaso algún autor negro ha merecido ese honor? Hipótesis número tres: Es demasiado pronto. Como apuntaba la hipótesis anterior, hasta bien entrado el siglo XX, la mujer no consiguió (ni en América ni en el resto del mundo) ocupar posiciones de poder en la sociedad y no formaba parte del gran tablero en el que los hombres llevan intercambiando fichas desde tiempos inmemoriales. Una vez alcanzado el poder, quizá quieran más y se planteen utilizar la literatura como algo más que una herramienta de desahogo existencial. Cuando sus problemas sean los mismos que los del hombre (y en la sociedad contemporánea lo son cada vez más), su literatura se parecerá un poco más. El caso de A.M. Homes es paradigmático. Homes ha escrito sobre chicos que descubren que su padre es gay (?Jack?), chicas adoptadas (como ella, en ?La hija de la amante?) y pedófilos que leen a Nabokov (?El fin de Alice?). Pero también ha intentado (y ha puesto la trama en función de su intención) retratar la Norteamérica adicta al ejercicio y las barritas de cereales (en ?Este libro te salvará la vida?) y no lo ha hecho nada mal. Bien, no tiene la ambición de David Foster Wallace, pero algo así, de momento, parece impensable para una chica. El día en que un artefacto literario del tamaño y la profundidad y la locura de ?La broma infinita? lo firme una mujer, el mundo será, definitivamente, casi perfecto.
Muchas veces hablamos de lo feo. De lo que nos parece feo. Tampoco en eso nos ponemos de acuerdo, felizmente cada uno nos equivocamos de maneras diferentes. No han conseguido que seamos uniformes, tampoco en asuntos estéticos.
Me paso el verano en un lugar muy hermoso, en la península del Morrazo. Rías, playas, barcos que pasan como decoración, bateas, bosques, verde, casas de piedra, molinos, viejos monasterios, tabernas y muchas casas feas. Viviendas nuevas, renovadas, reinventadas que tienen en común ser feas. Han conseguido un cierto estilo, el llamado feísmo gallego. No suelo estar de acuerdo. No soy conservacionista. Tiraría la Puerta de Alcalá porque me impide la vista del rascacielos del Retiro.
Pero lo que de verdad no soporto es la fealdad en los seres humanos. No me refiero a la fealdad física. Me gustan muchas mujeres que otros consideran feas. Y al contrario. La fealdad está en otra parte. Siempre recuerdo ese aforismo del gran Karl Kraus, uno de los muchos que escribió hace más de un siglo, decía: "La fealdad del presente tiene fuerza retroactiva".
Este verano, entre varios libros leídos y algunos disfrutados, hubo uno que me causó una peculiar emoción, una grata sorpresa. No conocía al autor que había debutado con un libro de mucho prestigio. Del que hablo es su segundo libro: "El fabuloso mundo de nada", apenas cien páginas, doce cuentos. Todos llenos de belleza literaria, una mirada al mundo de nuestro circo cotidiano. También algunas veces al perdido mundo de los circos, ese mundo lleno de melancolía, de hermosos seres humanos. En uno de los cuentos, "Peces voladores"- hermoso, alegre, soñador y triste como una canción de los Smiths- hay un momento de encuentro con lo feo del que me siento muy cercano:
"- ¡Vas a destrozar la cámara si te caes a ese precipicio!- había dicho a mi espalda el marido de aquella señora.
Cuando las cosas son tan feas a uno le da pereza contarlas. Ante lo feo la gente prefiere mirar para otro lado, y si no hay adonde mirar (se ha acumulado mucha porquería por todas partes), siempre se pueden cerrar los ojos y no querer enterarse de nada. Mi problema (uno de ellos) es que yo siempre veo lo feo que acecha en algún lugar. Lo feo me espera. Lo feo me la tiene jurada. Lo feo me salta a la cara y no puedo fingir no verlo. Yo asimilo lo feo que nadie está dispuesto a contemplar y también lo feo que llevo por dentro. Por eso no me sorprendió que nadie advirtiera lo feo de aquella frase, ni siquiera la mujer a la que ayudé a bajarse del muro y que regresó dócilmente junto a su marido, como si éste no acabara de expresar que valoraba más la integridad de la cámara que la de sus propios huesos..."
La escena transcurre en Formentor, ese lugar tan literario de Mallorca, dónde dentro de unos días debatirán sobre creación y vida unos cuantos amigos. Si no lo conocen no les vendrá mal. Se hablará en un entorno propicio de belleza, de estética. Quizá también de fealdad, de esa fealdad que nos asalta a diario y es la peor. La menos valorada. Pocos la reconocen. Hay muchas más fealdades en éste hermoso libro. Lleno de belleza literaria. En otra hermosa editorial, "Acantilado".
El regreso de las vacaciones, el paso progresivo del ocio al trabajo y del calor al frío, hace ver que, de nuevo, damos otra vez la vuelta. Nos pasamos, en fin, toda la vida dando vueltas. No siempre los círculos son iguales ni de la misma condición o naturaleza pero podría pensarse que como los gusanos, el porvenir de nuestra especie se desarrolla a la manera de un tornillo que avanza dando vueltas sobre sí y abriendo, siendo tétricos, el agujero donde acabaremos sepultados. Cobijándonos primero en las vueltas que hay que dar para tener una casa alguna vez y enterrados o introducidos en el nicho final a través del constante movimiento rotatorio. Unas vueltas que nos hacen crecer y que nos hacen también morir, vueltas que nos hacen perder el sentido y vueltas que nos proporcionan lucidez, vueltas que nos aturden y vueltas que nos airean.
El uso de darse una vuelta paseando, la distracción o la salida en los días festivos a través de darse una vuelta vienen a mejorarnos pero no son simples recursos de estricta utilidad práctica.
Dar vueltas se corresponde con el rito religioso de la circumambulación que han respetado los hebreos, los cristianos, los budistas, los musulmanes o los derviches del sufismo, Esta circumambulación cumple con un rito consistente en dar vueltas alrededor de un objeto sagrado o de su representación ( sea el altar la stupa o la ka´aba). Giros que remedan no sólo el movimiento giratorio del universo sino el profundo propósito de incorporarse a él como parte de la adaptación universal hasta llegar tendencialmente al éxtasis.
En conjunto y aunque en ocasiones no se tenga conciencia de ello, la cotidianidad, la semana, los años, la vida, es ceremonialmente circular. La vida cotidiana cultiva diariamente la ida y venida del trabajo, nos señala semanalmente, por años o por lustros recorridos que llegan a un punto y regresan. En este comportamiento general del ser y el mundo se incluyen los ciclos económicos, la pujanza y la ruina, el desempleo y el empleo. No servirá de consuelo en estos momentos aciagos pero, contemplada en perspectiva, la existencia es la diferencia en la repetición y su "excepción" sería -diría acaso Guatari- la repetición de la diferencia.
La banda se ha colado en la rentrée. Los terroristas siempre han cuidado la vertiente mediática: matan para existir y en el mundo actual sólo se existe en los medios. Matan para estar en los medios y lo suyo es matar, no saben hacer otra cosa. Por eso la relativa novedad es que ETA también quiere existir sin matar. O al menos sin matar continuadamente, es decir, mientras ha decidido o no ha tenido más remedio que posponer provisionalmente la actividad por la que se caracteriza: la muerte.
Lo más curioso de su anuncio es su carácter retrospectivo. No nos anuncian que a partir de hoy suspenden su actividad armada, sino que levantan acta de que lo hicieron hace unos meses, en un momento impreciso sobre el que nada aclaran, sobre todo en cuanto razones. (Tampoco es extraño, nunca han sido la razones su fuerte). Saber por qué se deja de matar, aunque sea provisionalmente, sirve al menos para saber por qué se mataba. Tanto se han esmerado matando durante 50 años con sus 800 muertos sobre sus conciencias que ya dan por sentado que en su idea de lo que es la actividad política se mata por que sí, como se respira. Levantando acta de que últimamente no están matando, nada nos dicen qué piensan seguir haciendo en el futuro y si tiene límite alguno, del tipo que sea, esta pasividad sobrevenida en su oficio de asesinos. De momento sueltan alguna pista truculenta, no vaya a ser que a los asesinos les quede cara de ángeles gracias a sus comunicados: las acciones armadas que ahora están suspendidas son las ofensivas. ¡Vaya usted a saber qué benevolente y generoso concepto tienen estos benefactores de la humanidad sobre las acciones no ofensivas¡ Queda luego y por si acaso la idea de que ?sin confrontación? no se podrá superar nada, eufemismo suficientemente expresivo en boca de quien lo pronuncia. Levantando acta de que ahora mismo no están matando, los etarras vienen a decirnos que pueden volver a hacerlo en cualquier momento. O mejor, sabiendo el estado en que se encuentran, más bien parecen decirnos que volverán a matar en cuanto puedan. Sólo Jaime Mayor Oreja parece estar tan interesado como los etarras en hacernos creer que la banda asesina está más fresca que una lechuga. Los terroristas quieren aprovechar su debilidad para colarse en la actualidad y en el proceso político que se esfuerza por abrir la izquierda abertzale y el ex ministro del Interior del PP quiere hacer lo propio para demostrarnos que este alto el fuego es fruto de unos acuerdos secretos entre ETA y Zapatero. La primera reacción de cualquier observador internacional no muy avisado ante el vídeo entregado a la BBC el domingo y convertido en su noticia de apertura debió ser de asombro: ¡Ah! ¿Pero todavía existe la ETA? El lenguaje de su comunicado, los tétricos perifollos de los tres etarras, el sombrío escenario y la entera actuación y gesticulación parecen salidos de una época remota, del hoyo más profundo de la guerra fría, antes de que cayeran el Muro de Berlín y muchas escamas ideológicas y políticas de los ojos de la gran mayoría de la gente. Hay que reconocer, además, que en el mundo del megaterrorismo y de las guerras entre ejércitos delincuentes en el que nos hemos adentrado en los últimos años esa cosa siniestra que todavía pega algún zarpazo en nombre de la libertad de Euskadi es más bien ridícula e insignificante y que sus bravuconadas sólo producirían carcajadas si no fuera porque de vez en cuando se traducen en la muerte de un ser humano por mano de otro, algo siempre grave y repugnante. Pero la verdad es que ETA está muerta y más que muerta. Son exactamente nulas, iguales a cero, sus posibilidades de sacar algún rendimiento a los 50 años de acción criminal exhibida en el comunicado con ridículo orgullo y lamentable autosuficiencia. Sólo la atención mediática que todavía suscite, y el auxilio que le presten quienes quieran y puedan sacar provechos políticos de este espantajo sangriento, pueden seguir resucitándola como si fuera un zombie, un muerto viviente salido de las profundidades del pasado franquista.
Es quizás posible reencontrar a un ser perdido, pero no abolir el tiempo. Todo ello hasta el día imprevisto y triste como una noche de invierno, en el que no se busca ya a esta muchacha ni a ninguna otra, un día en el que encontrarla nos espantaría. Pues no se siente ya tener atractivo para gustar ni fuerza para amar (III, 276)