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Claria, del río a la alcantarilla

Click here to view the embedded video. Fragmento del documental realizado por Fabián Archondo y la Fundación del Nuevo cine latinoamericano.

Mi hijo está en esa edad que podría comerse las columnas de la casa si no lo vigilamos. Abre y cierra la puerta del refrigerador, creyendo que ese electrodoméstico puede producir ?por sí sólo- comida. Es tan insaciable su apetito y tan difícil de llenar en medio de la escases y los elevados precios de los alimentos, que hemos apodado a Teo con el voraz calificativo de ?la claria?. Su avidez nos recuerda a esa especie que algún sesudo introdujo en nuestro país para potenciar la piscicultura y que es hoy una plaga en los ríos y presas. Claro que se trata sólo de una broma familiar, pues nuestro ansioso adolescente es incapaz de zamparse las cosas que entran por la boca del pez caminante. De bigotes pronunciados, un color gris azulado y la capacidad de sobrevivir hasta tres días fuera del agua, las clarias ya forman parte de nuestro paisaje rural y citadino. Son de los pocos animales que subsisten en el contaminado Río Almendares y han logrado desplazar a otros sabrosos especímenes en los congeladores de las pescaderías. Sin embargo, ni su capacidad de adaptación ni su fealdad alarman tanto como su actitud extremadamente depredadora. Comen desde roedores y pollos, hasta cachorros de perro y todo tipo de peces, ranas y pájaros. Como solución a los problemas alimentarios del Período Especial, nuestras autoridades importaron esta especie foránea y crearon con ello un colosal daño en el ecosistema. Similar irresponsabilidad ya había ocurrido con la entrada de tilapias y tencas, pero los resultados han sido incalculablemente más dramáticos con esta oscura y escurridiza criatura que hoy reina en nuestras aguas. Agazapada en el fango, saliendo por una alcantarilla en medio de la ciudad o arrastrándose a un costado de la carretera, su propagación pone en evidencia la fragilidad de la naturaleza frente a las directrices ministeriales. Se quedará por largo tiempo junto a nosotros ?no tengo dudas- incluso cuando quienes la introdujeron en el país sean sólo un recuerdo, similar a una migaja fugaz en la boca de una claria.

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20 de septiembre de 2010
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¿Errar con Reding o acertar con Sarkozy?

La vicepresidenta de la Comisión Europea, Viviane Reding, no tiene razón. "Creía que Europa no volvería a conocer situaciones de este tipo después de la Guerra Mundial", declaró cuando supo que las expulsiones colectivas de gitanos rumanos eran fruto de una orden escrita del Gobierno francés. Pero su equivocación no es la que le han atribuido Sarkozy y los suyos. No es la primera vez después de la II Guerra Mundial que grupos humanos son expulsados por el solo y único delito de ser quienes son. Así sucedió en los Balcanes en la década de 1990, hasta llegar al genocidio. Así sucedió en Francia en los cincuenta, cuando ser argelino podía comportar la detención y a veces consecuencias peores. Y así ha sucedido en otros países, donde grupos de inmigrantes se han convertido de pronto en reos por el color de su piel, su religión o sus costumbres.

Nadie, sino el ofendido Sarkozy y sus aduladores, ha evocado el holocausto judío. Muchos, en cambio, han recordado que el mecanismo común en las políticas racistas y xenófobas, que los nazis llevaron a sus más extremas y criminales consecuencias, es designar como chivo expiatorio a un grupo humano débil y pobre; utilizarlo, además, como válvula de escape ante las dificultades económicas, el paro y la inseguridad que unos gobernantes incapaces no han sabido enfrentar, y traducirlo en forma de atribución de una responsabilidad colectiva, que tiene luego el correspondiente castigo también colectivo.  La razón de Sarkozy, maquiavélica y perversa, ha consistido en magnificar la supuesta ofensa como método de defensa. Con un objetivo: que nadie discuta su orden verbal en su discurso de Grenoble del 30 de julio, ni la circular posterior del Ministerio del Interior, designando a los gitanos rumanos para su expulsión colectiva, y todo se centre en el honor de Francia, el derecho soberano de su Gobierno a realizar sus políticas de inmigración o el trato que merece un grand pays por parte de las instituciones europeas. La señora Reding pudo equivocarse en sus palabras: la frontera de la Guerra Mundial no era tan nítida. Pero no se equivocó en nada más. Incluso en la expresión a la que Sarkozy se agarró como una ofensa hay un acierto pedagógico para las nuevas generaciones de esta Europa en la que no para de crecer la extrema derecha, mientras se diluye la conciencia de los tiempos en que el entero continente se hallaba sometido a una fiebre genocida. Tampoco se equivocó al apelar a los deberes de la Comisión Europea como guardiana de los tratados. Sarkozy ha vulnerado el Tratado de Lisboa, tanto en lo que afecta a derechos que recoge su carta de derechos fundamentales como a la libertad de circulación. Ni siquiera se equivocó en el tono de indignación con que reaccionó ante la mentira y el ocultamiento de las autoridades francesas, y su escasa consideración con la Comisión y también con el Parlamento Europeo, que pocos días antes había condenado las expulsiones. Hay que situar las cosas en su nivel más elemental. Es obvio que hay un problema de migraciones dentro de la UE ampliada a 27. Pero la campaña contra los gitanos rumanos es fruto optativo del cálculo electoral de Sarkozy, que quiere cerrar el paso a la eventual marea ultra que pudiera levantar Marine Le Pen con vistas a las elecciones presidenciales de 2012. Hay pocos países en Europa donde la decisión de una sola persona, en función de sus meros intereses personales, pueda pasar por encima del Gobierno, el partido de la mayoría y las instituciones. Este tipo de comportamiento tiene que ver con los poderes que tiene el presidente francés y todavía más con los que Sarkozy se toma por su cuenta. Este singular personaje ha recibido la solidaridad gremial de sus colegas del Consejo Europeo, pero su actuación y su reacción han sido profundamente antieuropeas. En el plano moral, erosiona y trivializa los valores fundacionales europeos; en el jurídico, vulnera los tratados, y en el político, reivindica la intangibilidad de Francia y la sitúa por encima de los otros socios, de Europa y de sus instituciones. Mejor equivocarse con Reding que acertar con Sarkozy.

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20 de septiembre de 2010
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La música ausente

La pintura está basada en la presencia pero la música es su antagonista puesto que no habría música sin ausencia. Puede pintarse lo que está o hacer que venga a estar lo que se ha ido. La música, sin embargo, jamás triunfa en la concreta designación de lo inmediato y nunca logra, al acarrear el pasado, desprenderlo de su pretérito melancólico. En puridad, podría decirse que la música está inventada para y por la ausencia  mientras la pintura por y para la presencia. La música nos permite pervivir mejor a través del recuerdo mientras la pintura posee la calidad de abrirnos a una  proyección inédita. El color, la forma, la composición disparan la contemplación hacia una posibilidad física, mientras la música siempre aparece acabada en la cima de su armonía.

La pintura se pinta ahora, está pintándose, la estás viendo. La música alude a un pasado, repite la emoción de una experiencia acabada o semiacabada. La música es mágica en cuanto supuestamente incorregible, culminada. La oímos precisamente con la felicidad o el dolor de haberla previamente escuchado. La pintura en cambio pugna ojo a ojo y tarda en formar parte de lo que somos.

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20 de septiembre de 2010
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Poesía del avión

Llegué a Barajas después de un vuelo de doce horas en un avión llamado Vicente Aleixandre. El nombre del poeta lo había visto en un costado del morro, junto a la cabina de los pilotos, antes de embarcar, y me dio paz, sobre todo en las turbulencias sufridas durante el cruce del Atlántico, cerca de las costas de Mauritania. Llegamos a Madrid a la hora prevista. Antes de descender del avión, una de las azafatas, habiéndole mostrado mi curiosidad poético-aeronáutica, me contó la historia de las relaciones de Iberia con la literatura.

       Sabía yo de antemano que nuestra compañía de bandera es, si no siempre puntual en los horarios, muy cumplida en las cosas de la nomenclatura. Tenía en mi memoria, por ejemplo, el recuerdo de un vuelo a Lanzarote en el avión Timanfaya, el parque volcánico semi-extinto de aquella hermosa isla; son muchos los aviones nombrados según la geografía del país, desde los que incorporan accidentes de montaña a los que designan ciudades. También me acordaba de otro trayecto en la aeronave Avutarda que hizo honor al nombre de estas aves zancudas de pesado vuelo y, tras un despegue abortado y una diferida aproximación al aeropuerto de destino (congestión aérea, el mal de nuestros cielos), nos plantó en Alicante con dos horas y media de tardanza. Un ecologista convencido me explicaría después, con cierto orgullo de clase, que Iberia había dado a una parte de su flota los nombres de la fauna nacional, buscando para cada uno el apoyo moral de personas de reconocida valía; mi viejo amigo Joaquín Araujo fue el padrino del avión Águila Imperial Ibérica, y Odile Rodríguez de la Fuente la madrina del Halcón Peregrino.

     Pero vuelvo a lo mío. La azafata literariamente bien informada me puso al corriente de lo muy antigua y persistente que es la presencia de los artistas españoles en nuestra aviación civil. Se empezó por lo visto con los pintores y los músicos (yo no llegué a montarme en ninguno de esos aviones), y en 1970, al primer Boeing B-747 de la compañía se le llamó Miguel de Cervantes, y varias de esas grandes naves, popularmente conocidas como los Jumbos, llevaron el nombre de Calderón de la Barca, Lope de Vega o Francisco de Quevedo. Años más tarde, y no sé si la democracia tuvo algo que ver con los cambios en esa fe de bautismo, llegarían los aviones Miguel de Unamuno, Federico García Lorca, Pío Baroja y Jacinto Benavente, así como, en una iniciativa que excede felizmente todo cupo de atención feminista, los Airbus A-340 puestos bajo la advocación de Rosalía de Castro, Concha Espina, Teresa de Ávila, Emilia Pardo Bazán o, volviendo la mirada al pasado clásico, María de Zayas y Sotomayor y la palpitante monja mexicana Sor Juana Inés de la Cruz. Al hilo de esa lista de grandes damas de las letras me vino a la cabeza el día en que volé, sin saber que formaba parte de una serie, en el avión de María Moliner, la autora del maravilloso Diccionario de Uso del Español, tal vez el libro que más veces he tenido en las manos a lo largo de mi vida. Se me hizo corto aquel vuelo, pasado en un ensueño de palabras sacadas del tesoro que nos dejó la lexicógrafa aragonesa.

     Hay por cierto otra tres ‘marías' en el acervo de la compañía Iberia: la heroína María Pita, la actriz María Guerrero y la filósofa María Zambrano, un ejemplo, esta última, asombroso de inspiración para los responsables de nuestros medios de transporte, ya que la autora de ‘Claros de bosque' honra con su nombre, además de un avión, la estación del AVE en Málaga. ¿Le habría gustado a esa maestra del pensamiento calmo verse conectada para la eternidad con un lugar de tanto trasiego? ¿Le gustaría a Picasso dar nombre al aeropuerto de la misma capital andaluza? ¿Estaría feliz Aleixandre, malagueño de espíritu, de prestar el suyo al avión que me trajo el otro día desde América Latina?

     Es curiosa nuestra relación con los muertos ilustres. Les ponemos placas y calles, no siempre muy transitadas, y damos a las escuelas, a las bibliotecas y los centros culturales la impronta de su prestigio, sin importarnos mucho la continuidad de nuestro apego. El caso de Aleixandre es sintomático, y conviene comentarlo una vez más por escrito: su casa de la calle Vicente Aleixandre (ex-Velintonia), en la zona del Parque Metropolitano cercana a la avenida de la Moncloa, sigue abandonada y derrelicta, en medio de una disputa entre unos herederos y una administración que no se ponen de acuerdo en el dinero que costaría adecentarla y convertirla en un centro de estudios poéticos o residencia de jóvenes creadores. En Montevideo, la ciudad de la que yo volvía precisamente en ese largo vuelo en el Airbus Vicente Aleixandre, me dijeron que quizá pronto se le de el nombre de Mario Benedetti a la plaza próxima al modesto piso de la calle Ramos Carrión, en el barrio madrileño de Prosperidad, donde vivió tantos años el poeta y narrador uruguayo. ¿Y Onetti? Cada mañana paso por delante del ático donde este compatriota suyo vivió exiliado hasta su muerte, y veo la lápida que lo recuerda. No sé si me gustaría volar en una nave espacial con el nombre de ese genio tumbado que, después de crear el país de Santa María, no se asomaba al final de sus días ni a las ventanas.

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20 de septiembre de 2010
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Un recuerdo que he olvidado

No recuerdo dónde leí hace poco, seguramente en una antología con el lomo pelado, una de esas que hace veinte años compré en la estación ferroviaria de Oxford, pero que nunca leí porque en el trayecto me encontré con otro profesor del departamento, Eric Leery-Stout, un hombre resabiado, de malévolo ingenio, y ya no dejamos de hablar sobre la escasa sutileza de los colegas hasta llegar a Victoria Station, pero era un cuento americano (que era americano lo recuerdo perfectamente) en el que alguien recordaba a aquella chica con carita de muñeca, muy atenta con todo el mundo en la ventanilla de la universidad, pero con una pierna más corta que la otra, a la que su padre acompañaba cada año al baile de Primavera o de Fin de Curso (eso no lo recuerdo) y se sentaban ambos en un banco, junto a la pared, y allí estaban toda la noche mirando con una expresión de atenta curiosidad a la gente y a las parejas que bailaban, e intercambiaban a veces comentarios sobre alguna de las preciosas muchachas vestidas con ligeros trajes azules y amarillos, o los movimientos tan torpes como encantadores de los chicos más deportivos de las clases superiores, y así transcurría la velada hasta que poco a poco la sala iba quedando vacía de modo que se levantaban sonrientes, el padre estiraba un poco los brazos como a veces hacen los perros, y aunque jamás, en siete años que viví allí, nunca nadie, jamás, jamás, la invitó a bailar, salían comentando jovialmente lo bien que lo habían pasado y lo bonitas que eran estas fiestas y lo amables y guapos que eran los jóvenes del instituto y qué buena noche hace, qué te parece, ¿vamos caminando hasta casa?, ¿te ves con ánimo?, ¡qué dices, papá!, pero ¿acaso me tomas por una inválida?, ¡cariño, si yo soy el tullido...!, y oía sus risas tan bien entonadas como los dúos de la radio alejándose hacia la oscuridad, mientras la noche se cerraba sobre el pueblo como un enorme manto de olvido y caía luego sobre mi de repente.

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20 de septiembre de 2010
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Investigaciones sociológicas

 

Estaba escrito, se dice, y con eso se alude al problema fatal por antonomasia, el destino. Desde que se inventó la escritura y, con ella, un nuevo orden del universo, existe la “tableta de los destinos”, que registra la suerte particular de cada ser inscrito en ella. La mitología mesopotámica consiste esencialmente en la particular guerra que desencadena la posesión y manejo de esa tableta que asegura el poder supremo al dios que la retenga.

La del censo es una cuestión tan antigua y delicada como la que representan la autoridad o el monopolio de la violencia. Cuando el dios de Moisés le ordena censar a los israelitas (Éxodo, 30, 11-12), sobre el mandato se cierne un peligro algo más que tácito: cada empadronado deberá pagar el rescate por su vida; de otro modo, Jahvé cuadrará las cifras mediante una plaga. El trabajo de campo que debe realizar Moisés será anotado por su dios en la tableta de los destinos. Así que, cuando el profeta ve que su pueblo se ha entregado a la idolatría mientras él se reunía en la cumbre divina, pide a su dios que perdone al pueblo, o si no, “bórrame del libro que has escrito”.  Jahvé le replica que no admite sugerencias ni solicitudes en lo tocante al manejo del censo.

El pasaje del censo de David (Samuel II, 24) también es explícito sobre la naturaleza del monopolio: “Ardió de nuevo la ira de Yahvé contra los israelitas e instigó a David contra ellos diciendo: ‘Anda, haz el censo de Israel y Judá’”. Hacer el censo era una ofensa gravísima que lesionaba las prerrogativas divinas, porque Jahvé edita y posee en exclusiva el registro de los vivos, y, si se ganan las batallas, no es por superioridad numérica, sino porque a Jahvé le sale de las narices. Si David quiere hacer el recuento de sus fuerzas armadas, es porque desconfía de su dios. El atrevimiento, que el propio Jahvé ha incitado, quizá porque se aburre, se castiga mediante una terminante corrección divina del censo cuya naturaleza se permite elegir a David: tres años de hambruna, tres meses de derrota en la guerra, o tres días de peste. 

Ya en latín, el verbo “censeo” presenta la doble acepción que da lugar a censo y a censura en las lenguas romances: estimar y evaluar, de entrada, pero también juzgar y opinar. Censor en latín es tanto quien elabora el padrón, con el recuento y reparto de cargas, como quien censura y critica, porque la clasificación censal conlleva la imposición de un orden ideal.

Esa doblez procesal se ejercita hoy mediante artefactos ilusionistas como el Centro de Investigaciones Sociológicas, cuya misión es ficcionar el reflejo de la opinión, con la esperanza de mejorarla y, donde haga falta, crearla. Según su reglamento, el CIS tiene como finalidad “el estudio científico de la sociedad española”. Esa empresa tiene un contratante único, que es la presidencia del gobierno, su procedimiento es “negociado sin publicidad”, y despacha servicios del tipo: “El voto flotante: análisis temporal desde un enfoque cualitativo”. El otro día, el gobierno cesó a la presidenta del CIS, para corregir la feísima aberración de hacer saber al público que una mala parte del mismo se entrega con terquedad a la idolatría de no venerar al gobierno. Hay una comicidad irreductible en definir como “estudio científico de la sociedad española” la finalidad de un “organismo autónomo” del que se exige la conducta de un lacayo de cámara. Y no puede ser de otra manera, por la propia índole del censo como propiedad e instrumento irrenunciable del poder.

Luis XIV tenía, en efecto, un lacayo de cámara que se encargaba de lo del CIS, y ni siquiera lo hacía con dedicación exclusiva. Era privilegio exclusivo del primer lacayo de cámara poder hablar dos veces al día, cara a cara, con su amo. Este servidor se acostaba en la habitación del rey, en una cama turca montada rápidamente a los pies del monarca. Él era quien despertaba al rey por la mañana, después de plegar y hacer desaparecer su cama turca. También se ocupaba de las bujías y la colación constantemente preparada durante la noche. En el momento de acostarse, también era él quien tendía al rey las reliquias con las que su majestad dormía. Una vez retirado todo el mundo, el rey charlaba  libremente con su servidor y entonces éste le daba cuenta de su estudio científico de la sociedad palaciana, recibía órdenes secretas y pasaba informe de los rumores flotantes.

Saint-Simon nos dejó una pintoresca descripción de los “suizos del primer lacayo de cámara”, que “estaban secretamente encargados de recorrer día y noche las escaleras, corredores, pasillos, patios y jardines, y de patrullar, esconderse, emboscarse, anotar, seguir a la gente, y ver de dónde entraba y salía, qué decía antes y después de la audiencia, y hacer saber todos sus descubrimientos.” 

Luis XIV tenía una percepción justa de su papel cuando llamaba al conjunto de sus súbditos, no pueblo, ni franceses, sino simplemente “público”: Les Rois doivent satisfaire le public, era su lema. Y el público debía ser censado, interrogado e inquirido con solicitud y diligencia, por su bien. Así se conocía en qué medida se aproximaba al grado de satisfacción que se esperaba de él.

Hasta Cristo tuvo su propio CIS, que le estudiaba científicamente la parroquia. Lucas, el evangelista más atento a los detalles, dice que interrogaba a sus muchachos: “¿Quién dicen los hombres que soy yo? […] Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”

 

 

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20 de septiembre de 2010
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Móvil-activismo

URL de la imagen: http://twitpic.com/2pqj3q Pasos para activar el servicio de MMS: 1. Escribir el código *#06# e inmediatamente el teléfono mostrará su código IMEI que es un número de 16 cifras. 2. Enviar los 8 primeros dígitos del IMEI por SMS al número 4222. 3. Se recibirá un SMS que dirá si el modelo del teléfono acepta o no la activación del MMS. No funciona para Blackberry ni iPhone, por lo que se recomiendan Motorola K1, Motorola U6, Motorola V3 y los modelos de Nokia no demasiado modernos. 4. Si el móvil acepta el servicio MMS, se recibirá un segundo mensaje que dirá ?Aceptar? o ?Instalar?. En caso de que al dar una de esas dos opciones nos pidiera un código, debemos marcar 1234. 5. Una vez instalada esa aplicación, quizás debamos apagar y encender nuevamente el móvil. 6. Al encenderlo, veremos aparecer al lado de la señal de cobertura, si se trata de un Motorola un par de rombos verdes, si se trata de un Nokia aparecerá en esa misma zona una ?G? mayúscula. 7. A partir de ese momento se podrá enviar imágenes por MMS a otro móvil cubano que ya tenga activado el servicio MMS por un costo de 30 centavos el mensaje. 8. También se puede enviar imágenes a un email por el costo de 2,30 CUC. Esta opción resulta de mucha utilidad para mandar imágenes hacia el extranjero. Fuente del texto: http://twitpic.com/2pqktq

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19 de septiembre de 2010
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Nueva traducción de Pasternak

Boris Pasternak Galaxia Gutemberg ha decidido publicar una nueva traducción, directamente del ruso y por Marta Rebón, de la novela de Boris Pasternak El doctor Zhivago. Las traducciones anteriores habían sido tomadas de la edición italiana de Feltrinelli en 1957.

La primera traducción de Doctor Zhivago al castellano es de 1958, en Noguer, obra de Fernando Gutiérrez a partir del texto italiano de Feltrinelli. El mismo nombre aparece en multitud de ediciones posteriores, desde Orbis a Anagrama. ?La versión -dice Marta Rebón? era siempre la misma, aunque algunas como Cátedra hicieron correcciones?. ?Me parecía increíble ?dice Joan Tarrida, responsable de Galaxia Gutenberg? que no hubiera una versión directa del ruso. Esta traducción forma parte del proceso que empezamos con El buen soldado ?vejk, que tradujimos del checo, y Vida y destino?. La historia de los manuscritos de la obra maestra de Pasternak da material para una novela. Desde los años cuarenta corrían por Rusia y por los círculos de exiliados capítulos y poemas de un libro que Pasternak iba constantemente revisando a partir de las copias pasadas a máquina por Marina Baranovich. En diciembre de 1955, Pasternak dio por concluida su obra y encargó a otra mecanógrafa varias copias para los diarios Znmya y Novy Mir y para sus amigos, incluyendo aún en ellas diversas correcciones. Este galimatías es el que años después convertiría en un rompecabezas la fijación del texto definitivo en ruso. En 1956 la novela se había convertido ya en una leyenda para los editores europeos. Feltrinelli logró por medio de Silvano d?Angelo, un joven periodista italiano que trabajaba como corresponsal en Moscú, una copia no corregida por el autor. No era la única. Había más en Checoslovaquia y en Polonia. Isaiah Berlin manejaba otra, los amigos de la familia en Oxford habían dado el texto a traducir al inglés, mientras el propio Pasternak había facilitado una más a Jacqueline de Proyart para la versión francesa. En 1956 había estallado la revolución de Hungría y el revuelo en la URSS en torno a un libro crítico con los sóviets iba adquiriendo dimensiones sumamente peligrosas para Pasternak.Novy Mir había rechazado publicar la novela por antisoviética y los gerifaltes comunistas intentaban con falsas promesas que aplazara la edición de la obra. Los amigos del escritor temían por su vida y buscaban también una dilación. Pero era ya imparable. Publicaciones de emigrados rusos y semanarios polacos estaban publicando fragmentos, mientras Feltrinelli se ponía cada vez más nervioso. Quería abanderar el libro antes de que se le adelantaran otros editores. Doctor Zhivago salió en librerías el 22 de noviembre de 1957 entre el estruendo publicitario y de la polémica. El éxito ?excepto el varapalo de Nabokov? fue clamoroso y Pasternak fue propuesto para el Nobel. ?La novela ?dice Marta Rebón? es muy complicada de traducir. Pasternak era un poeta que se pasó la vida soñando con escribir una gran novela antes de irse a la tumba. Invirtió más de diez años en escribirla y hay pasajes escritos veinte años atrás. Es una novela de amor, claro, pero ni mucho menos se queda ahí. Volcó muchos intereses. Él era muy religioso y le impactó que su padre se pasara del judaísmo al cristianismo ortodoxo. Hay una atmósfera densa, mucho simbolismo y metafísica, con el telón de fondo de la historia trágica de Rusia, narrado con un estilo intimista, lírico y una estructura compleja de 16 capítulos. El último son poemas que me he atrevido a traducir yo misma para mantener la unidad del libro, ya que cada poema está relacionado con un pasaje de la novela?.

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19 de septiembre de 2010
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Tilman Rammstedt reseñado

Tilman Rammstedt El alemán Tilman Rammstedt, de 35 años y premio Ingeborg-Bachmann, se estrena en castellano con la novela Nos quedamos cerca, editada en Argentina por Eterna Cadencia. La reseña en ADN Cultura habla de ?una especie de viaje iniciático, pero no ya como pasaje de la infancia a la adultez, según el modelo tradicional, sino de la adolescencia tardía, demorada y a veces fatalmente eterna a una adultez incógnita y sin referentes?. Dice la reseña:

En la novela del alemán Tilman Rammstedt, Nos quedamos cerca , el timón de la narración lo lleva Félix, un médico que roza la treintena y que cuenta en primera persona la historia de su amistad amorosa con Katharina y Konrad. El relato arranca en un punto climático cercano al desenlace: tres años después de haberse desbaratado el triángulo que los unía, Félix y Konrad reciben la invitación de Katharina a su inminente boda con un tal Tobías Ottensen. Los despechados vuelven a ponerse en contacto y deciden viajar de Berlín a Hamburgo para secuestrar a su antigua amiga y llevársela lejos, en auto, hasta un lluvioso balneario de la costa normanda. Se trata de una jugada inconsistente y desesperada, y la imprecisión del móvil va quedando en evidencia a medida que pasan los días y se acerca la fecha del casamiento, entre reproches silentes, acercamientos extemporáneos y paseos por la playa. Katharina no desespera, pero al mismo tiempo querría saber cuál es el plan de sus captores, sus condiciones, o al menos el precio simbólico que debería pagar por su propio rescate. Detenido en punto muerto en ese presente cuasi delictivo que quema como una papa caliente, Félix llena las lagunas del pasado y nos cuenta el origen y apogeo del triángulo romántico, cuando Konrad y él compartían a Katharina, aparentemente, en una perfecta y dichosa entente cordiale . Sin embargo, como también la verdad está cautiva de la primera persona de la narración, poco a poco nos enteramos de que el acuerdo no era tan cordial y de que Katharina funcionaba como hábil mediadora entre los varones, dosificando la información que recibían y manejando los hilos de la trama. Los detalles escabrosos nunca llegan y el morbo del lector se ve, quizá felizmente, frustrado. De vuelta al presente, la vaguedad de propósito de los secuestradores conduce a un final igualmente vago, regreso a Alemania mediante, pero la excusa argumental sirve de sostén para el desarrollo de tres personajes marcadamente generacionales, una especie de análisis etario, aunque circunscripto a las manadas despreocupadas de jóvenes adultos europeos que pueden desaparecer de sus lugares de trabajo durante diez días sin que pase nada, al menos según esta novela.

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19 de septiembre de 2010
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Hoy no estoy de buenas

 

 

Se nos jodió el buen fin de semana. Acabo de enterarme de la muerte de José Antonio Labordeta. Lo siento por muchas cosas. Porque era fácil, amable, divertido y tranquilamente sincero. Lejos de cualquier afectación, lleno de humor, dispuesto a la charla y la barra, a la noche y al camino. Yo no era de sus músicas, pero su voz conseguía que nos levantáramos para tomar la última colina para nuestra República. Una República que solo existía en nuestros deseos. En los deseos de muchos dispersos. Y en los deseos de la "tribu" aragonesa. Sus "nietos", que libres, que obstinados, que aragoneses, que cantarines. Noches con Labordeta, "el abuelo", para terminar cantando y golpeando las mesas de Casa Emilio. Noches con Luis Alegre, Félix Romeo, Antón Castro, Miguel Pardeza, Joaquín Carbonell o Ignacio M Pisón y otros muchos, y muchas, que hoy imagino mosqueados con la roñosería de la vida y hasta con la Virgen del Pilar, ¡que tampoco es para tanto!

Días y noches paganos que se nos quedan sin uno de los santones. Labordeta era lo contrario del Papa. Lo contrario de este melifluo cobarde u mentiroso que tapa las miserias de los suyos. Lo contrario de esa hipocresía de los que cantan bajito. Hoy Labordeta- perdón a los de Santander- se merece que el Zaragoza gane el partido. Y de paso que lo haga el Atlético, que también era equipo de Labordeta. El futbol tan unido a nuestras pequeñas historias, a nuestras emociones y tristezas de tantos domingos.

Precisamente en una tarde fútbol, y viendo al Zaragoza, murió otro Labordeta, el gran poeta Miguel. Un equipo que tiene muchas deudas con los Labordeta.

Siento no haberle visto más. No haber reído, discutido, bebido más con él. Y lamento no haber cumplido con algo que me pidió hace poco, una copia del documental sobre el aragonés Pepín Bello. Quise dárselo en persona, nunca lo hice. Con algunos amigos nos tomamos esas confianzas, esos errores y nos permitimos el lujo de aplazar las cosas, los regalos, los abrazos. Una torpeza. Se los daré a sus hijas, a la escritora Ángela. A la actriz, Ana. A su mujer. A sus nietos.

Otro de sus mejores amigos, José Carlos Mainer - en el excelente prólogo de la novela "En el remolino" que rescató Anagrama y que es una desgarradora historia que José Antonio Labordeta hizo sobre un pueblo y las miserias de sus habitantes en los días de la Guerra Civil - decía con toda la razón que la popularidad simplifica cuanto toca. Y la fama de Labordeta como personaje mediático a su pesar tapó al Labordeta escritor y poeta. Deberíamos quitarles mochila y simplificaciones a los Labordeta.

Dice Mainer: "Ser un personaje popular es una esclavitud para un hombre mucho más solitario de lo que parece y mucho más rutinario de lo  que le permite su agenda. Hoy es mucho más conocido que su hermano Miguel, el poeta y esto es algo que no entiende ni acepta. Difícilmente nos explicaríamos muchas cosas de nuestro Labordeta sin la sombra afectuosa y grandota de aquél hermano mayor, al que ha celebrado en alguna hermosa canción y que murió antes de cumplir los cincuenta en 1969"

Antes de rescatar un poema de su hermano Miguel, que fue una guía para José Antonio, recordar ese partido imaginario al que muchos quisimos pertenecer, aunque poco nos gusten los partidos y que no pudimos, y no por ser de Aragón, sino porque no admitía a nadie. Un partido para él solo que llamó IDA, izquierda depresiva aragonesa. No tuvo fortuna, terminó en otro partido pero sin que se le notara.

El poema de Miguel, que tanto gustaba a José Antonio se llama: "Escucha joven poeta inadvertido"

 

"escribe para todos / es decir para nadie

no lo olvides / del pueblo vienes

y el pueblo es tu raíz / en consecuencia

no hagas caso del pueblo

vuelve sagrado cuanto toques

natural

cuanto toques sagrado

vuélvelo natural

es decir

haz lo que te dé la gana

quema estas advertencias por favor

es mi consejo póstumo"

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19 de septiembre de 2010
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El Boomeran(g)
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