Vicente Verdú
La pintura está basada en la presencia pero la música es su antagonista puesto que no habría música sin ausencia. Puede pintarse lo que está o hacer que venga a estar lo que se ha ido. La música, sin embargo, jamás triunfa en la concreta designación de lo inmediato y nunca logra, al acarrear el pasado, desprenderlo de su pretérito melancólico. En puridad, podría decirse que la música está inventada para y por la ausencia mientras la pintura por y para la presencia. La música nos permite pervivir mejor a través del recuerdo mientras la pintura posee la calidad de abrirnos a una proyección inédita. El color, la forma, la composición disparan la contemplación hacia una posibilidad física, mientras la música siempre aparece acabada en la cima de su armonía.
La pintura se pinta ahora, está pintándose, la estás viendo. La música alude a un pasado, repite la emoción de una experiencia acabada o semiacabada. La música es mágica en cuanto supuestamente incorregible, culminada. La oímos precisamente con la felicidad o el dolor de haberla previamente escuchado. La pintura en cambio pugna ojo a ojo y tarda en formar parte de lo que somos.