Javier Rioyo
Se nos jodió el buen fin de semana. Acabo de enterarme de la muerte de José Antonio Labordeta. Lo siento por muchas cosas. Porque era fácil, amable, divertido y tranquilamente sincero. Lejos de cualquier afectación, lleno de humor, dispuesto a la charla y la barra, a la noche y al camino. Yo no era de sus músicas, pero su voz conseguía que nos levantáramos para tomar la última colina para nuestra República. Una República que solo existía en nuestros deseos. En los deseos de muchos dispersos. Y en los deseos de la "tribu" aragonesa. Sus "nietos", que libres, que obstinados, que aragoneses, que cantarines. Noches con Labordeta, "el abuelo", para terminar cantando y golpeando las mesas de Casa Emilio. Noches con Luis Alegre, Félix Romeo, Antón Castro, Miguel Pardeza, Joaquín Carbonell o Ignacio M Pisón y otros muchos, y muchas, que hoy imagino mosqueados con la roñosería de la vida y hasta con la Virgen del Pilar, ¡que tampoco es para tanto!
Días y noches paganos que se nos quedan sin uno de los santones. Labordeta era lo contrario del Papa. Lo contrario de este melifluo cobarde u mentiroso que tapa las miserias de los suyos. Lo contrario de esa hipocresía de los que cantan bajito. Hoy Labordeta- perdón a los de Santander- se merece que el Zaragoza gane el partido. Y de paso que lo haga el Atlético, que también era equipo de Labordeta. El futbol tan unido a nuestras pequeñas historias, a nuestras emociones y tristezas de tantos domingos.
Precisamente en una tarde fútbol, y viendo al Zaragoza, murió otro Labordeta, el gran poeta Miguel. Un equipo que tiene muchas deudas con los Labordeta.
Siento no haberle visto más. No haber reído, discutido, bebido más con él. Y lamento no haber cumplido con algo que me pidió hace poco, una copia del documental sobre el aragonés Pepín Bello. Quise dárselo en persona, nunca lo hice. Con algunos amigos nos tomamos esas confianzas, esos errores y nos permitimos el lujo de aplazar las cosas, los regalos, los abrazos. Una torpeza. Se los daré a sus hijas, a la escritora Ángela. A la actriz, Ana. A su mujer. A sus nietos.
Otro de sus mejores amigos, José Carlos Mainer – en el excelente prólogo de la novela "En el remolino" que rescató Anagrama y que es una desgarradora historia que José Antonio Labordeta hizo sobre un pueblo y las miserias de sus habitantes en los días de la Guerra Civil – decía con toda la razón que la popularidad simplifica cuanto toca. Y la fama de Labordeta como personaje mediático a su pesar tapó al Labordeta escritor y poeta. Deberíamos quitarles mochila y simplificaciones a los Labordeta.
Dice Mainer: "Ser un personaje popular es una esclavitud para un hombre mucho más solitario de lo que parece y mucho más rutinario de lo que le permite su agenda. Hoy es mucho más conocido que su hermano Miguel, el poeta y esto es algo que no entiende ni acepta. Difícilmente nos explicaríamos muchas cosas de nuestro Labordeta sin la sombra afectuosa y grandota de aquél hermano mayor, al que ha celebrado en alguna hermosa canción y que murió antes de cumplir los cincuenta en 1969"
Antes de rescatar un poema de su hermano Miguel, que fue una guía para José Antonio, recordar ese partido imaginario al que muchos quisimos pertenecer, aunque poco nos gusten los partidos y que no pudimos, y no por ser de Aragón, sino porque no admitía a nadie. Un partido para él solo que llamó IDA, izquierda depresiva aragonesa. No tuvo fortuna, terminó en otro partido pero sin que se le notara.
El poema de Miguel, que tanto gustaba a José Antonio se llama: "Escucha joven poeta inadvertido"
"escribe para todos / es decir para nadie
no lo olvides / del pueblo vienes
y el pueblo es tu raíz / en consecuencia
no hagas caso del pueblo
vuelve sagrado cuanto toques
natural
cuanto toques sagrado
vuélvelo natural
es decir
haz lo que te dé la gana
quema estas advertencias por favor
es mi consejo póstumo"