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I. Los sabios alquimistas

Para los tiempos del boom en los años sesenta yo era un aprendiz de escritor que tuvo la suerte de tener maestros a mano, y para mí esos maestros fueron cuatro: Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. La lista es obvia para todos porque ya se volvió mítica de tanto repetirla, pero si hablo de mis años de formación se vuelve insoslayable mencionarlos. Modelos ideales, todos eran jóvenes, todos eran mundanos, casi todos habían vivido malos tiempos en París, y en literatura eran unos sabios alquimistas que habían encontrado la piedra filosofal y escribían de manera diferente a como estábamos acostumbrados a leer a los escritores latinoamericanos tradicionales, en tiempos en que tanto Borges como Rulfo eran figuras de culto, y por tanto de minorías, y de Lezama Lima aún no se sabía nada.

            Gracias a la piedra filosofal, esos cuatro tuvieron el poder de convertir en moderna de un golpe la literatura en lengua castellana después de haber puesto en la redoma la literatura universal de vanguardia del siglo veinte y transmutarla, ya para entonces vieja, pero ignorada en los procedimientos de la escritura, libros que García Márquez leía en traducciones llegadas de Buenos Aires hasta Barranquilla, y los otros, más aplicados, podían leer en su idioma original, de Joyce, a Virginia Woolf, a Faulkner, parea no hacer la lista larga.

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14 de octubre de 2010
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Premio y patria

Comento brevemente los comentarios a mi comentario sobre el Nobel de Vargas Llosa. Todos los agradezco, excepto los pocos, dos o tres, que se permiten el insulto personal, esa característica tan frecuente (y tan flagrante) en la escritura de la Red.

      A los patriotas que se han sentido ofendidos por mi reflexión sobre Miguel Ángel Asturias les responde mejor de lo que yo podría hacerlo ‘Isabel', a quien podríamos llamar la comentarista número 25. Jamás me fijo en la nacionalidad de los artistas que admiro, y es paradójico que alguien me tache ahora de gachupín, cuando lo que más me han llamado siempre en España es extranjerizante de gustos. Tranquilizo en todo caso a ‘Mar Vila', que ve la mano negra catalanista en mi escrito. No soy catalán, ni he vivido jamás en Cataluña.

      También informo a ‘Aulic' de que he escrito más de una vez (en la revista Letras Libres, en El País, en otros medios) sobre la obra de Mario Vargas Llosa, y no necesitaba en este caso, tratándose mi entrada de un breve apunte de celebración de su premio, reiterar unos elogios que me saldrían espontáneamente y comparto (imposible pues la originalidad) con tantísima gente repartida por todo el mundo.

   Y yo no sería tan osado como ‘Diego Giraldo' en su vaticinio irónico. Si repasara él la lista de premiados del Nobel desde que empezó a darse el premio y se tomara la molestia de leerlos uno por uno (como yo mismo hice en un momento dado de mi vida), podría comprobar que la posibilidad de que Molina Foix lo gane próximamente no es tan descabellada. Peores cosas se han visto.

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14 de octubre de 2010
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Prólogo a la nueva edición de «Historia de un idiota contada por él mismo» y «Diario de un hombre humillado»

Este es el prólogo que figura en la nueva edición de dos de mis más queridas novelas, "Historia de un idiota contada por él mismo" y "Diario de un hombre humillado". Ambas las reedita ahora Anagrama juntas en un bello volumen de color rojo. La colección lleva el noble título de "Otra vuelta de tuerca" porque, según me dijo Jordi Herralde, no había osado llamarla "Otra muñida de ubre". La verdad es que me hace ilusión verlas de nuevo por las librerías en tan buena compañía y se lo agradezco a Herralde de todo corazón.

 

 

Hablemos de literatura un poco

Es cierto que ahora pasan los días y los meses sin que apenas nos den la oportunidad de observarlos y tomarles el pulso, pero es porque van cayendo como escombros líquidos en un sumidero opaco. Vemos asomar el año por el horizonte y en menos de un guiño ya ha desaparecido con un gorgoteo siniestro. Para cuando serenamos el aturdimiento hemos llegado al siglo XXI y consumido su primera década. Por el contrario, en aquellos años del siglo XX, durante la década de los ochenta, no es que el tiempo fuera más lento o más rápido o la vida más sencilla y otros tópicos, sino que a diferencia del tiempo actual entonces pasaban cosas y los sucesos son los que marcan el ritmo. No es lo mismo tener dieciocho años el 14 de abril de 1789 que el mismo día en 1814. Para el primero la existencia tendrá un ritmo lento y majestuoso como el redoble que adorna el ascenso a la guillotina, para el segundo el tedio de la Restauración hará que las horas se escurran como arena entre los dedos, es el tiempo del spleen.

Aletargados por cuarenta años de estupidez política moría Franco en 1975 y con redoble de tambores (sin guillotina) se hundía el Régimen, surgía de la nada la democracia, se producía un golpe de estado tabernario y para acabarlo de arreglar los socialistas se hacían con el poder. Todo con la cadencia pausada del alegreto de la Séptima. Ritmo cruzado de marcha fúnebre y ataque de caballería.

En mi caso el Régimen no acabó hasta 1982, el día en que Felipe González ganó las elecciones. Lo anterior no contaba. Ninguno de mis amigos o conocidos de entonces consideraba que Suárez o Calvo Sotelo significaran un verdadero cambio de Régimen. "Los mismos perros con distintos collares" era la frase repetida hasta la nausea por toda la inteligencia del país, siempre tan inteligente. No era cierto que en España se hubiera establecido una democracia y nuestras risas sarcásticas si alguien alababa los gobiernos de UCD estaban cargadas con el alcohol de la superioridad moral. ¿Qué sabrían aquellos derechistas, integrados, corruptos, trepadores, fachas que defendían la transición? Naturalmente nos equivocábamos de un modo grotesco, pero es que al fin y al cabo éramos un producto de la educación franquista y lo veíamos todo según un prisma visceral, sectario y cainita. No han cambiado mucho las cosas entre la gente que aún sigue creyéndose el epicentro de la moralidad. La diferencia es que ahora cobran nómina por creerlo.

El cambio de Régimen nos transformó. De golpe se acababan las excusas y nos quedábamos a solas con nuestros argumentos. Ya no podíamos justificar las mentiras, molicies, ineficacias, infantilismos e irresponsabilidades con el auxilio de la lucha antifranquista, la represión del establishment (una palabra muerta) o el próximo derrumbe del capitalismo. Ante nuestras viejas banderas manchadas de vino ya nadie inclinaba la cerviz, así que había que espabilar. Quien no fuera capaz de inventar su propia vida ya no podría seguir presentándose como el héroe de algún colectivo grandilocuente, Bandera Roja, el Partido del Trabajo, el PSUC, gracias al cual una Teresa bobalicona aún pudiera interesarse por un avispado Pijoaparte. La comedia había terminado y los movimientos colectivos serían, a partir de aquel momento, o bien negocios mafiosos o bien refugios eclesiásticos. La democracia estaba asentada y partidos y sindicatos podían dedicarse a saquear al Estado.

En la literatura iba a suceder algo similar. Durante la Guerra Fría fue un principio indudable que debíamos negar todo acceso al placer a la burguesía, principio rigurosamente desarrollado por Theodor W. Adorno en su estética negativa y repetido mecánicamente por todos aquellos que no lo habían leído. Al mismo tiempo era menester liberar al proletariado de su enajenación. El resultado fue la así llamada "literatura experimental" que dejaba perfectamente indiferente a la burguesía, la cual prefería leer a Le Carré, y al proletariado que bastante tenía con la prensa deportiva. Yo había cometido mucha literatura experimental, pero el advenimiento del socialismo me persuadió de que había que echar el telón. La Guerra Fría, aún cuando buena parte de la izquierda española aún lo ignora, había terminado. Poco después Felipe nos metió en la OTAN por si cabía alguna duda. Así se forjó el estilo de la primera novela aquí recogida.

Curarse de la literatura experimental no fue asunto cómodo. Comencé con una novelita histórica, "Mansura", por la que sigo teniendo cariño. Se editó en 1984 y fue mi primer intento figurativo. Me propuse después una glosa de lo que había sido el tránsito de un español de mi edad hacia la decepción, ese proceso que nos había conducido de la dictadura franquista al socialismo democrático, a pesar de habernos pasado décadas y más décadas exigiendo una dictadura estalinista. O maoísta, aunque esto creo que sólo fructificó en Cataluña y algún pueblecito de la provincia de Granada, lugares donde se producen los fenómenos políticos más pintorescos.

La historia de aquel idiota que había creído en todas las mentiras ideológicas con el único fin de no tener que comprometerse con su propia vida y empuñar su responsabilidad, apareció en 1986. Que era un resultado del fin de la Guerra Fría me lo demostró el hecho de que también alcanzara cierta notoriedad fuera de España, en lugares tan alejados de nuestra experiencia política y vital como Holanda o Noruega. Algo compartíamos ya muchos europeos en aquellos años, fuéramos de donde fuéramos. Creo que a mediados de los Ochenta apuntaba ya el anuncio de ese final cuya fiesta se celebraría un poco más tarde, cuando en 1989 cayó el muro de Berlín. Y desde luego "cayó", nadie lo derribó, así como Franco "se murió" y no hubo quien lo matara a pesar de la cantidad de antifranquistas que siguen hoy chuleando por los servicios prestados.

El final del lenguaje político beocio, de las marionetas ideológicas, de los aparatchiks, de la indefinida pero no por ello menos estulta hostilidad contra "la burguesía", suponía un desafío para la Europa que se había acomodado a los dos poderes planetarios y a la inoperancia disfrazada de humanismo. Me pareció, por tanto, un buen momento para dibujar aquel personaje (¡tan europeo!) que había admirado a los locos, los criminales, los marginales, los asociales, los maníacos, los terroristas, gracias a un resto de cristianismo putrefacto salteado con ajo en la sartén de Nietzsche o (lo más común) de Foucault. Un modelo que los italianos habían llevado a sublime diseño en los llamados "años de plomo". De ahí surge el estilo de la segunda novela aquí reunida.

Ese fue el diario de un hombre realmente humillado por los demás y por sí mismo. Un pobre tipo que continuaba creyendo, a la manera de las vanguardias románticas, que sólo "desde el exterior" de la sociedad y en guerra contra ella se puede llevar una vida digna. Excusa banal que se venía abajo cada vez que al tremendo rebelde le ofrecían una beca. Y sin embargo, excusa que sigue siendo la más frecuente en todos los currículos que se envían al ministerio o a la consejería de cultura cada vez que se solicita una subvención: "Soy un luchador inconformista, solidario y sostenible, etcétera". El marginal, el criminal, el asocial, el enemigo feroz de todo lo burgués, vive, en la actualidad, de nuestros impuestos. Ha resultado el producto intelectual más barato y más fácil de integrar de cuantos compra el Estado. Era lo que yo deseaba contar en aquel Diario y podría volverse a contar hoy mismo.

Con estas dos novelas pasé la frontera de la mayoría de edad, la cual no me llegó hasta haber cumplido los treinta. Bien es verdad que nuestros mejores representantes, los Rolling Stones, nos habían aconsejado "no fiarnos de alguien que ya ha cumplido los treinta años". Tenían toda la razón y en estas dos novelas trataba yo de explicarlo.

Hoy, leídas a considerable distancia, me parece que siguen retratando adecuadamente a una generación que no cargó con culpa ninguna a pesar de su inepcia y que todavía controla registros poderosos de aquello que más odiaba: el establishment, esa palabra muerta. Una generación de señoritos, hubieran nacido en cunas o bajo los puentes, que se creyó llamada a dirigir la revolución y acabó dirigiendo un departamento municipal.

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14 de octubre de 2010
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Displicencia

 

Aunque el purgatorio lo inventó Sinibaldo Fieschi en 1245 —con la excusa de que era el papa—, durante los dos primeros siglos se ignoró su potencial económico y social. Sólo funcionó a fuego lento, quemando muy poco a las ánimas, que se aburrían mortalmente por falta de noticias del exterior. Según Dante, que fue el primero en usarlo como escenario, era como el graderío de un estadio, pero sin partido, ni merienda. El purgatorio no interesaba a nadie, quitando a cuatro pesados que exigían que la iglesia definiera el lugar de residencia de las almas de los mártires, en el más allá, mientras aguardaban a que les devolvieran los cuerpos.

Entonces surgió la idea de Alfonso Borja, el hábil financiero valenciano que convirtió al purgatorio en el artefacto que remodeló Europa. Aprovechando que también era el papa Calixto III, escribió en abril de 1456 una bula donde legisló sobre el conducto y forma de pago de las relaciones entre los fieles vivos y las almas del purgatorio. Por doscientos maravedíes se podía sacar a un alma del purgatorio y mandarla al cielo. La tarifa se acomodaba a las posiblidades de los pobres de solemnidad, y también se admitían prestaciones artísticas, como edificar, pintar, esculpir, o ir a la guerra contra la secta mahometana que oprimía Belgrado, Granada, Jerusalén o Constantinopla. A cambio de esas acciones piadosas, el fiel podía redimir sus propios días de purgatorio, o los de algún pariente que tuviera allá metido. Los predicadores de las indulgencias también cobraban su comisión, igual que los agentes de seguros y bolsa. 

El primer éxito de la nueva legislación sobre el más allá se verificó apenas tres meses después de su entrada en vigor: el 14 de julio de 1456, una turbamulta cristiana de campesinos, estudiantes y ermitaños se lanzó temerariamente contra el ejército turco que sitiaba Belgrado, con tal furia que rompieron el cerco y arrasaron el campamento invasor. 

El éxito se campaneó por toda la cristiandad. Europa pasó a ser una gran penitenciaría donde los convictos ganaban su reinserción celestial y redimían millones de días de purgatorio, acometiendo toda suerte de empresas artísticas, civilizadoras, militares y financieras, justamente ésas que definen “lo europeo”. Con aquella gigantesca terapia colectiva puesta en marcha por el papa valenciano, el cristianismo encontró el modo de superar al enemigo mahometano, que motivaba a sus muchachos con un sistema de allendismo binario, mucho más tosco: infierno o paraíso.

Pero no todo el mundo estaba contento con la burbuja indulgente. Hubo expertos financieros que la despreciaron desde sus cátedras. El más señalado fue Pedro Martínez de Osma. Era este señor soriano muy sabio en materias aristotélicas y teológicas, e hizo carrera en Salamanca. Estaba enchufado por Fadrique Enríquez, almirante de Castilla, cobraba por racionero y maestro en Salamanca, por canónigo en Córdoba, y por varios cargos sapienciales, y suyo fue el primer libro teológico impreso en España, un comentario sobre el “Quicumque” —una especie de Credo espeso— editado en Segovia en 1472. Como ya era el más sabio de Salamanca, pensó que era hora de ingresar en el cuadro de mando que administraba el gran poder generado por la compraventa de días purgatoriales, y echó los papeles para ser canónigo de Toledo.

La imponente catedral estaba entonces recién terminada y cobijaba a un cabildo muy poderoso, conectado con las principales familias aristocráticas, poseedor de grandes propiedades con exención tributaria, y opulento a más no poder. La renta de un canónigo toledano no bajaba de 400.000 maravedíes al año, el triple que un canónigo sevillano, que le seguía en la clasificación cobradora. Además, la canonjía de Toledo estaba en el camino de la púrpura cardenalicia y de Roma.

Pero el sabio Osma no contaba con sus enemigos salmantinos y con que su protector don Fadrique se fuera a morir cuando más falta le hacía. Sus despreciados colegas de la universidad no informaron a su favor, y hasta intrigaron en su contra, y se vio sin canonjía  toledana, ni posibilidad de mandato sobre la cristiandad ignorante y desagradecida.

Cuando aún no tenía cincuenta años, Osma comprendió que no saldría de Salamanca, y que aquello había sido todo. Entonces escribió un tratado e impartió unas lecciones magistrales sobre los días del más allá y el fraude financiero que suponía su compraventa por el papa de Roma. Cierto es, decía, que hay un purgatorio, pero el papa no manda en él. Por lo tanto, desaconsejaba la inversión, y recomendaba no preocuparse por los pecados, porque se borraban con la “sola displicentia”. 

Para que no lo destituyeran, se jubiló de la cátedra, pero ese inicio de huida no hizo más que animar a sus adversarios. La denuncia partió del claustro de la universidad de Salamanca, y el arzobispo de Toledo, que antes no le había hecho caso en su petición de canonjía, solicitó y obtuvo facultades del papa para procesarlo como “hijo de iniquidad” en Alcalá de Henares. Osma se puso muy malico, y alegó una grave dolencia para no asistir. Su tratado se declaró herético. Hubo un auto de fe donde se quemó, y se concedieron treinta días al acusado para comparecer en Alcalá y abjurar de su maldad. Osma acudió muerto de miedo y sufrió el desprecio de sus colegas, tuvo que marchar en mitad de una procesión vejatoria con una vela en la mano, subirse al púlpito y abjurar de sus errores. Hay informaciones contradictorias sobre si se quemó o no su cátedra, como pedían algunos. Se le impuso la penitencia de no pisar Salamanca, ni arrimarse a menos de media legua de la ciudad, durante un año. Osma sufrió en efecto el gran poder de la displicencia y, en 1480, antes de cumplir el año de alejamiento, murió de melancolía en el hospicio de Alba de Tormes.

 

 

 

 

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14 de octubre de 2010
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"Los blogs están pasados de moda"

Foto: Paco Sanseviero Como comenté antes, un desafortunado accidente en un hotel de Madrid me impidió participar de Temas+ del Viva América, donde iba a exponer acerca de las nuevas tecnologías y su aplicación en lo literario. Y aunque no pude participar y decir lo que quería decir, al menos gracias a una entrevista en El País, que apareció el mismo día del evento (aun sin saber del accidente que había sufrido), adelantó algo de lo que iba a decir en mi exposición. La foto que ilustró el artículo merece una explicación aparte. Fue tomada en la librería Sur por Paco Sanseviero en el año 2002, si no me equivoco, cuando Babelia le dedicó un número a la literatura peruana y lo abrió con una entrevista que me hizo Fietta Jarque. La foto me trae recuerdos. El terno gris y la corbata que usaba con rigor cuando ingresé a trabajar a una entidad estatal, el pelo aun largo, la cara flaca (pesaba 8 kilos menos que ahora), y sobre todo aquella alianza matrimonial (y un anillo de acero para equilibrar energías que me sugirieron entonces) que me quitaría -ambos- unos meses después y para siempre. Han pasado 8 años desde esa foto y la vida no ha mejorado para mí (menos aun ahora mismo, inmovilizado en mi cama por un mes o más), pero he tenido que aprender mucho a patadas. Les dejo el enlace. La entrevista es de Quino Petit.

Iván Thays sueña mucho con ovejas eléctricas. No les tiene miedo. Está convencido de que ?el futuro de la literatura está en el ciberespacio?. Por eso ha tomado prestado el título de la visionaria novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Philip K. Dick, para reflexionar en el Festival VivaAmérica sobre literatura, futuro y soportes diversos en su ponencia ¿Sueñan los escritores con ovejas eléctricas?

Miedo y romanticismo. Esas dos razones estriban en el vértigo natural al cambio tecnológico que afecta a la República de las letras en nuestro tiempo, según Thays (Lima, 1968). ?Miedo natural al cambio, observado entre editores, libreros, escritores? Y una imagen romántica de la literatura, reflejada en ese tipo de autores que no tienen computador. Eso es como decir: ?no voy en auto?. Para Thays, el escritor de hoy debería de adaptarse a las dos plataformas, analógica y digital, ?ya que en los próximos diez años convivirán ambas y van a necesitarse mutuamente hasta que el libro electrónico desbanque al libro de papel. A este último le doy diez años, aunque debido a la rapidez con que avanzan los adelantos electrónicos, pueden ser menos?. El autor, entre otras novelas, de El viaje interior, La disciplina de la vanidad o Un lugar llamado oreja de perro, finalista del premio Herralde 2008, mantiene un blog de actualidad de referencia en el panorama literario (http://notasmoleskine.blogspot.com ). No se considera un geek, aunque sí especialmente tecnoadicto, al tanto de cada novedad en la materia. ?Para mí los blogs son cosa del pasado. Cada vez recibo más enlaces a poesías y relatos con nota en Facebook. Hoy, un blog no enlazado a Twitter está perdido?, explicaba Thays por teléfono a Babelia días atrás desde Perú. Asegura que las broncas entre escritores son más jugosas en el maremágnum de la web. ?Lo que pasa es que en el mundo digital imperan reglas distintas; una de ellas es el anonimato. Y el mundo digital protege a los anónimos. El otro asunto que fomenta este tipo de broncas es la inmediatez?. Y no le cabe duda de que un enormísimo cronopio como Cortázar habría tenido hoy un blog. ?Me lo imagino con uno divertidísimo, lleno de trucos y enlaces que llevan a sitios que no guardan ninguna relación?. Estar o no estar, esa es la cuestión para Iván Thays. ?Otro tema es el tiempo que quita un blog a tu propia obra. Pero también es cierto que si uno deja de publicar en ocho años, desaparece. Cuando salió Un lugar llamado Oreja de Perro, Edmundo Paz Soldán me dijo que le costaba creer que hacía diez años que no publicaba nada, porque seguía mi blog, sabía todo de mí, me tenía muy presente?. Thays llevaba dos años sin venir a España, pero se mantiene al tanto de su actualidad a través de los periódicos. Cree firmemente que los efectos de la crisis están creando más inestabilidad de la que se piensa. ?Y en general, veo a Europa más pesimista con la crisis que Estados Unidos. No están acostumbrados, como aquí en América Latina. A mí no me sorprende lo de Ecuador [la sublevación policial que hace unos días pudo acabar con la vida de su presidente, Rafael Correa]. Seguramente, dentro de poco no va a pesar mucho. Me han invitado a la Feria del Libro de Quito y ni siquiera se planteaba algún cambio en la programación. Ustedes, en cambio, se asustan bastante?. 

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13 de octubre de 2010
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Howard Jacobson, premio Booker

Howard Jacobson en la ceremonia El novelista inglés Howard Jacobson ganó el premio Booker de este año por su novela The Finkler question. Dice la nota en el ABC:

El escritor británico Howard Jacobson se alzó hoy como ganador del premio ?Man Booker? a la mejor obra de ficción en lengua inglesa, el más prestigioso del Reino Unido, por su novela ?The Finkler question?, que evoca en clave de humor lo que significa ser judío en la Gran Bretaña actual. Jacobson, que recogió el galardón en una ceremonia en el ayuntamiento de la City de Londres (distrito financiero), se impuso a otros cinco finalistas, entre los que destacaba el australiano Peter Carey, que optaba a su tercer Booker con la obra ?Parrot and Olivier in America?, inspirada en la vida del político francés Alexis de Tocqueville. Otro favorito, en este caso de las casas de apuestas, era el británico Tom McCarthy, que aspiraba al galardón con ?C?, una historia sobre la vida de un hombre, Serge Carrefax, que se sumerge en los cambios tecnológicos de principios del siglo XX. Nacido en Manchester (norte de Inglaterra) en 1942, Jacobson había sido finalista del premio Booker en dos ocasiones, por ?Kalooki nights? en el 2006 y ?Who?s sorry now?? en el 2002. ?The Finkler question? narra la historia de Julian Treslove, un ex productor de radio de la cadena pública británica BBC que se replantea su identidad tras ser atacado de camino a su casa. El jurado describió la novela como ?muy divertida, con buen ritmo y, muy importante, sobre la cuestión de lo que es ser judío?. También competían por el premio la irlandesa Emma Donoghue, con ?Room?, basada en el caso del encierro en un sótano por parte del austríaco Josef Fritzl de su hija Elisabeth; el surafricano Damot Galgut, con ?In a strange room?, sobre el viaje de un hombre en busca del amor; y la escritora anglo-jamaicana Andrea Levy, por ?The long song?, sobre un esclavo en una plantación de caña de azúcar.

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13 de octubre de 2010
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China merece más premios Nobel

Imaginemos por un momento una corrección de la historia. Boris Pasternak no recibe el premio Nobel de Literatura en 1958. Aleksander Soljenitsin no lo recibe en 1970. Tampoco Andrei Sajarov el de la Paz en 1975. Y mucho menos todavía Lech Walesa en 1983. Imaginemos de nuevo los motivos de la Academia sueca y del comité del parlamento noruego para eludir esos cuatro premios: no hay que irritar a los dirigentes soviéticos, sirve de muy poco premiar a intelectuales disidentes o de la oposición y lo único que se consigue es endurecer el régimen.

Estos premios salvaron y dignificaron a los premios Nobel, sin duda. No son los únicos, es cierto: hay muchos más también acertados. Pero estos galardones a dos escritores rusos, un físico nuclear ruso disidente y un dirigente sindical polaco absuelven de todos los Nobeles desacertados de la historia. Imaginar una historia sin ellos es imaginar un Nobel sin dignidad. Pero es imaginar algo más: pues su concesión también influyó e impulsó el cambio en el bloque comunista. Sin estos cuatro premios Nobel tampoco Mijail Gorbachev lo hubiera recibido en 1990 en la culminación de una historia feliz. Dos son los ciudadanos chinos galardonados hasta ahora. El de Literatura de 2000 fue para Gao Xinjiang, autor exilado en Francia de ?La montaña del alma?, y el de la Paz de 2010 para el disidente Liu Xiaobo. Con el primero, el régimen se limitó a mantener un denso silencio y a señalar en último caso que no le reconocía como escritor chino. Con el segundo, la irritación oficial ha sido extrema. En ambos casos, como en el del Nobel de la Paz para el Dalai Lama en 1989, no han faltado los amigos de China que señalan la inconveniencia de molestar a un gigante emergente que se ha convertido en superpotencia económica imprescindible. También han señalado que nada va a cambiar en China con premios como éstos, cuya concesión ni siquiera llega a conocer la población. Tenemos un viejo ejemplo de esta controversia con el Nobel de 1935, concedido al periodista pacifista alemán Carl von Ossietzky, encarcelado en el momento de la concesión y fallecido en prisión en 1938, antecedente por tanto de Aung San Suu Kyi y de Liu Xiaobo. Es cierto que no cambió ni un milímetro el curso tenebroso de la historia: Alemania se hallaba ya en aquel entonces definitivamente agarrada por la zarpa hitleriana, y las derechas europeas, incluyendo las escandinavas, más apaciguadoras que pacifistas, consideraron el premio como una agresión injustificada contra Berlín. Sin aquel Nobel que salvó al Nobel del totalitarismo fascista no habría habido tampoco más tarde premios Nobel para los disidentes del comunismo. China tiene una historia literaria riquísima. Cuenta también con numerosos ciudadanos dispuestos a combatir por la libertad y el derecho. ¿Cómo evitar que los jurados y el comité de los Nobel, el de Literatura y el de la Paz, se fijen en este gran país que juega un papel creciente en la vida del planeta? Pero no les falta razón a los dirigentes chinos. Primero lo reciben los escritores y los disidentes y acaba recibiéndolo el secretario general del Partido Comunista que se atreve a terminar con la dictadura desde la cúpula misma del sistema. Lo que más miedo les da a los dirigentes chinos ya desde 1989 es que uno de ellos se atreva a seguir los caminos de Gorbachev: por eso se vigilan unos a otros y quieren evitar a toda costa que un dirigente decidido y valiente se haga merecedor del Nobel de la Paz.

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13 de octubre de 2010
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Hacia la teocracia

Quien quiera ser ciudadano de Israel a partir de ahora deberá jurar lealtad al Estado judío. Será fácil para los judíos que emigran a Israel en el futuro, como lo han venido haciendo desde hace decenios, porque poco puede forzar en sus conciencias, incluso en el caso de que se trate de judíos no practicantes o directamente agnósticos, puesto que en su caso la tradición familiar en la que han nacido pertenece a la misma identidad de ese Estado al que deben jurar fidelidad. Fácil no quiere decir aceptable: los israelíes más reacios a la teocracia rampante están en contra de que la ciudadanía se defina de forma obligatoria por la religión o por la etnia. Pero quienes lo tienen de verdad difícil son los ciudadanos palestinos nacidos en territorio del actual Estado de Israel o descendientes de ellos que reivindican el derecho del retorno: en el caso improbable de que sólo se les reconociera a un simbólico grupo de ellos, tal como se ha esbozado en algunas negociaciones, deberían prestar juramento de fidelidad un Estado que reconocerían como judío, algo que los palestinos sean musulmanes como la mayoría, o sean cristianos o laicos, no pueden hacer en ningún caso. Para los más creyentes sería como una especie de apostasía, la misma que significaría obligar a un judío ortodoxo que jurara fidelidad a un Estado islámico o cristiano; y para los laicos es lo que significa para todo laico, palestino o no, la aceptación de una teocracia.

El ministro de Exteriores Avigdor Lieberman es quien ha conseguido la aprobación de esta propuesta en el Consejo de Ministros, con votos en contra de los laboristas y de tres ministros del Likud. Su propósito, como sucede con los asentamientos, tiene una vertiente de fondo: al igual que se cree con derecho a retener tanto territorio palestino como le convenga, tiene también como proyecto un Estado sin población árabe, resultado de intercambios tanto de territorios como de población. No tiene rebozo alguno en imaginar incluso, en un ejercicio de clara limpieza étnica, la expulsión de los ciudadanos árabes israelíes al Estado palestino que se cree en un futuro que, por supuesto, quiere lo más lejano posible. De hecho, la idea original de Lieberman era exigir este juramento a todos los actuales ciudadanos de Israel, de forma que los árabes israelíes se encontraran en el brete de aceptar o perder la ciudadanía y encontrarse en el camino de la expulsión. Pero su propuesta ?moderada? tiene también una vertiente táctica: en el momento en que las negociaciones directas con los palestinos están abiertas, aunque colgadas de un hilo, Lieberman quiere que Israel vaya adelantando la fórmula de solución incluso antes de negociarla. Si construir en determinados asentamientos es resolver la futura línea de la frontera, pues no se construye si no es para quedarse; exigiendo la fidelidad al Estado judío se cierra el capítulo del regreso de los expulsados: sólo regresarán quienes juren, es decir, nadie. Esta vertiente táctica sirve además para que las negociaciones no avancen o, en unos ya conocidos ejercicios de cinismo, plantear nuevas cesiones a los palestinos como contrapartida para retirar o rebajar estas nuevas exigencias. No vamos a congelar las colonias si no nos dan nada a cambio. No vamos a retirar la legislación sobre ciudadanía si los palestinos no ceden también algo por su lado. Una cosa puede ir incluso por la otra: congelo si reconoces el estado judío. El argumento más sorprendente, que podemos ver en discursos y artículos de estos días, señala que Netanyahu no tiene derecho a congelar la construcción en las colonias porque ningún primer ministro israelí anterior lo ha hecho en ninguna de las numerosas negociaciones que se han celebrado. Esto conduce a la evidencia de que el actual Gobierno de Israel quiere negociaciones bilaterales con la Autoridad Palestina, sobre todo para evitar que pierda la cara el amigo de la Casa Blanca; quiere además la paz, pero no tanto como objetivo a conseguir con los palestinos, si no como situación de no guerra: es decir, negociaciones en paz más que negociaciones de paz; pero lo que sobre todo no quiere es que sean para reconocer un Estado palestino en un territorio viable. Conclusión: estas negociaciones a nada conducen porque hay una parte, el gobierno en el que participa Liberman, que sólo quiere calentar la silla, pero no quiere ni alcanzar la paz con los árabes ni el Estado palestino. Netanyahu podría cambiar de rumbo, pero para hacerlo también debería cambiar de ministros: sacar a Lieberman y meter a Tzipi Livni de Kadima.

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12 de octubre de 2010
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Después de Vargas Llosa

Si tuviera que mencionar los libros que me empujaron a ser escritor, diría que fueron tres: Ficciones, La metamorfosis y La ciudad y los perros. Tenía catorce años, estaba en primero medio del colegio Don Bosco de Cochabamba y tuve la suerte de que mi profesor de literatura, Néstor Ávila, nos hiciera leer libros clásicos de verdad y no los resúmenes que circulaban en la mayoría de los colegios.
    
Vargas Llosa fue la narración de un mundo social que se parecía mucho al mío, con adolescentes similares a los que conocía en mi colegio y en el barrio de la Recoleta -siempre había un Jaguar y un Esclavo y un Poeta en todos los grupos--, y con un lenguaje que sonaba como el que yo hablaba todos los días: en sus páginas, la chompa era chompa y no suéter o jersey. En el programa de don Néstor también estaban los cuentos de Los jefes. "Desafío" y "Día domingo", con sus rituales de aprendizaje a una masculinidad muy limitada -con una visión de la mujer como un trofeo por el que los jóvenes deben pelearse--, no han envejecido bien, pero a principios de los ochenta, para un chiquillo de catorce, sonaban como la verdad.  

Poco después, fuera de programa, don Néstor me prestó La casa verde. Para el cumpleaños de mi padre, le compré La guerra del fin del mundo, que acababa de salir, porque yo también quería leerla. Había resuelto leer todo Vargas Llosa porque era el escritor que sentía más cercano de todos los que admiraba. Por eso no fue difícil que su espíritu rondara a la hora de asumir mi vocación. Una de mis novelas, Río Fugitivo, asume esa influencia explícitamente; a la hora de contar una historia de adolescentes rebeldes en un colegio católico de Cochabamba, era obvio que el modelo debía ser La ciudad y los perros.

Son muchos los vargasllosianos de mi generación. El peruano Jorge Benavides es el que más lejos ha llevado la exploración temática y formal de la obra de su compatriota. Benavides tiene novelas excelentes como Los años inútiles y Un millón de soles, en cuya estructura narrativa se percibe la influencia de Conversación en la Catedral. El crítico Robert Ruz ha estudiado las técnicas vargasllosianas que aparecen en la obra de Benavides; las más significativas son el diálogo "telescópico" y el "montaje del tiempo, de los hechos y el diálogo (creando a menudo la ilusión de simultaneidad)".

Otros escritores y críticos que han seguido sendas abiertas por Vargas Llosa son Alberto Fuguet, que ha escrito Tinta roja también bajo el influjo de Conversación en la Catedral (Zavalita, el periodista joven con una relación conflictiva con su padre, el de la pregunta acerca de cuándo se jodió el Perú, es el personaje de Vargas Llosa del que más se han apropiado otros escritores); Iván Thays y Gustavo Faverón, que han reconocido sus deudas y su admiración más de una vez. En la siguiente generación son menos, pero también existen. Uno de los más apasionados defensores de su obra es el boliviano Wilmer Urrelo, que ha dicho, rememorando los días de su adolescencia protodelincuencial hasta el descubrimiento de La ciudad y los perros: "Vargas Llosa me salvó la vida". La obra Fantasmas asesinos, ganadora del premio Nacional de Novela 2006, tiene deudas asumidas con La ciudad y los perros, Conversación en la Catedral y Pantaleón y las visitadoras.

De una manera u otra, todos los lectores y escritores de las nuevas generaciones tenemos una deuda con Vargas Llosa. Todos recordamos ese momento epifánico en que lo leímos por primera vez. Por eso, porque gracias a él no volvimos a ser los mismos, celebramos su triunfo como el nuestro.  

(La Tercera, 11 de octubre 2010)

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11 de octubre de 2010
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Sin polémica, no hay premio

Los mejores premios, al menos para mi gusto, son los que suscitan el disenso. Premiar la obviedad, evitar el riesgo, buscar el aplauso unánime para el jurado acertado, es lo menos estimulante que se le puede pedir a un galardón. Hay premios que son perfectos para esta labor y otros, en cambio, que no sirven. Este último caso es el de los premios que funcionan casi como una carrera, es decir, que son para quien llegó primero y obtuvo los resultados más brillantes. El Nobel de Física para Gueim y Novosiolov, los inventores del grafeno, sólo puede suscitar entusiasmo y admiración, por las aplicaciones que todos podemos ya empezar a barruntar de este material maravilloso en la era digital; pero poca o nula polémica. Los premios Nobel de la Paz y de Literatura, en cambio, casi como cada año, me han suministrado a mí y creo que a mucha otra gente abundante material de debate e incluso de fuerte controversia con amigos y familiares durante el fin de semana.

Estos dos Nobel, concedidos uno por un comité del parlamento noruego y el otro por la Academia Sueca, mantienen una relación compleja pero estrecha. En algunas añadas la relación es explícita, mientras que en otras puede leerse más en filigrana. Los encargados de premiar una obra literaria excelente han demostrado tradicionalmente su interés por la palabra milagrosa, es decir, por las literaturas que no se bastan a sí mismas sino que producen efectos se supone que benéficos sobre la humanidad. Todos sabemos que hay escritores maravillosos que como personas son unos canallas: si alguno ha recibido el Nobel, y yo estoy seguro de ello, es porque han sabido disimularlo en un ejercicio de hipocresía magistral. No falta tampoco el caso del escritor excelente al que una torpe gestión de su imagen pública le relega al desván del olvido o, lo que es peor, al cuarto oscuro de los explícitamente condenados sin Nobel por sus pecados reales o supuestos. Los de la Paz también han flotado tradicionalmente entre el buenismo más descarado y el pragmatismo más coyuntural. Darle el Nobel a Teresa de Calcuta es lo más próximo a sustituir y adelantar la canonización, pero dárselo a Kissinger y Le Duc Tho, a Peres, Rabin y Arafat, gentes responsables en distintos grados de situaciones de violencias colosales, es casi una invitación al escándalo. Si con la excusa de la literatura se ha dado premios de contenido político también lo contrario ha sucedido, y a veces muy justamente. A Soljenitsin se lo dieron en Literatura en 1970 , y el jurado acertó plenamente porque es uno de los pocos casos en que merecía los dos. A Churchill se lo dieron también en Literatura en 1953, probablemente porque nadie se atrevía ni siquiera a insinuar que se lo merecía por la paz en Europa algunos años antes. Sus méritos literarios estaban en los hechos narrados más que en la escritura que no era ni siquiera suya. Obama, que obtuvo el de la Paz en 2009 estando tan o más descalificado que Churchill porque está todavía en guerra ahora, no lo tendrá nunca de Literatura mereciéndolo más que el premier británico por su extraordinario ?Sueños de mi padre?. Y no sigo, porque son infinitas las combinaciones y variaciones que sugieren esos dos premios que sacan punta a todas las controversias de este siglo y del pasado. Sólo decir que la cosecha de 2010 es excelente y reconfortante, también por supuesto porque es polémica. Aunque ya no lo es en el caso de Mario Vargas Llosa, habiéndolo sido durante tanto tiempo, nos viene a recordar la estupidez de quienes se lo negaron, aunque en algo debemos estarles agradecidos, puesto que su retraso produce con el efecto acumulativo un inmenso y gozoso consenso sobre sus méritos. La polémica sorda pero real de este año es de un orden muy distinto de la que se cebó sobre el escritor peruano años antes: Liu Xiaobo, el intrépido disidente chino, suscita una mueca de disgusto en quienes mejor acompañan desde Occidente al ascenso llamado pacífico, yo añadiría inquietante, de la superpotencia económica imprescindible en que se ha convertido la República Popular China. A Vargas Llosa se lo negaba el progresismo izquierdista, mientras que el de Li escuece al pragmatismo de los amigos del capitalismo chino. Es una paradoja que castiguemos con este premio a quienes ahora son nuestros banqueros, han sido quienes nos han suministrado mano de obra barata y esperamos que sean pronto unos enormes consumidores que tiren de nuestras economías. Pocos años, en todo caso, los premios son más justos e incluso necesarios. Ahí está una obra inmensa como la de Vargas Llosa, hasta ahora marginada por la Academia, y ahí está también la acción admirable y valiente desde hace más de veinte años de un hombre sólo ante un régimen totalitario que ha conseguido la proeza de sacar de la miseria a 600 millones de personas sin ceder ni una pulgada de poder a la democracia ni abrir un respiro de libertad a su gente. La excelencia literaria de uno, el sacrificio resistente del otro y el amor a la libertad de ambos certifican la exactitud de la diana conseguida por los dos jurados de ambos premios este año.

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11 de octubre de 2010
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El Boomeran(g)
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