Lluís Bassets
Imaginemos por un momento una corrección de la historia. Boris Pasternak no recibe el premio Nobel de Literatura en 1958. Aleksander Soljenitsin no lo recibe en 1970. Tampoco Andrei Sajarov el de la Paz en 1975. Y mucho menos todavía Lech Walesa en 1983. Imaginemos de nuevo los motivos de la Academia sueca y del comité del parlamento noruego para eludir esos cuatro premios: no hay que irritar a los dirigentes soviéticos, sirve de muy poco premiar a intelectuales disidentes o de la oposición y lo único que se consigue es endurecer el régimen.
Estos premios salvaron y dignificaron a los premios Nobel, sin duda. No son los únicos, es cierto: hay muchos más también acertados. Pero estos galardones a dos escritores rusos, un físico nuclear ruso disidente y un dirigente sindical polaco absuelven de todos los Nobeles desacertados de la historia. Imaginar una historia sin ellos es imaginar un Nobel sin dignidad. Pero es imaginar algo más: pues su concesión también influyó e impulsó el cambio en el bloque comunista. Sin estos cuatro premios Nobel tampoco Mijail Gorbachev lo hubiera recibido en 1990 en la culminación de una historia feliz.
Dos son los ciudadanos chinos galardonados hasta ahora. El de Literatura de 2000 fue para Gao Xinjiang, autor exilado en Francia de ?La montaña del alma?, y el de la Paz de 2010 para el disidente Liu Xiaobo. Con el primero, el régimen se limitó a mantener un denso silencio y a señalar en último caso que no le reconocía como escritor chino. Con el segundo, la irritación oficial ha sido extrema. En ambos casos, como en el del Nobel de la Paz para el Dalai Lama en 1989, no han faltado los amigos de China que señalan la inconveniencia de molestar a un gigante emergente que se ha convertido en superpotencia económica imprescindible. También han señalado que nada va a cambiar en China con premios como éstos, cuya concesión ni siquiera llega a conocer la población.
Tenemos un viejo ejemplo de esta controversia con el Nobel de 1935, concedido al periodista pacifista alemán Carl von Ossietzky, encarcelado en el momento de la concesión y fallecido en prisión en 1938, antecedente por tanto de Aung San Suu Kyi y de Liu Xiaobo. Es cierto que no cambió ni un milímetro el curso tenebroso de la historia: Alemania se hallaba ya en aquel entonces definitivamente agarrada por la zarpa hitleriana, y las derechas europeas, incluyendo las escandinavas, más apaciguadoras que pacifistas, consideraron el premio como una agresión injustificada contra Berlín. Sin aquel Nobel que salvó al Nobel del totalitarismo fascista no habría habido tampoco más tarde premios Nobel para los disidentes del comunismo.
China tiene una historia literaria riquísima. Cuenta también con numerosos ciudadanos dispuestos a combatir por la libertad y el derecho. ¿Cómo evitar que los jurados y el comité de los Nobel, el de Literatura y el de la Paz, se fijen en este gran país que juega un papel creciente en la vida del planeta?
Pero no les falta razón a los dirigentes chinos. Primero lo reciben los escritores y los disidentes y acaba recibiéndolo el secretario general del Partido Comunista que se atreve a terminar con la dictadura desde la cúpula misma del sistema. Lo que más miedo les da a los dirigentes chinos ya desde 1989 es que uno de ellos se atreva a seguir los caminos de Gorbachev: por eso se vigilan unos a otros y quieren evitar a toda costa que un dirigente decidido y valiente se haga merecedor del Nobel de la Paz.