Lluís Bassets
Quien quiera ser ciudadano de Israel a partir de ahora deberá jurar lealtad al Estado judío. Será fácil para los judíos que emigran a Israel en el futuro, como lo han venido haciendo desde hace decenios, porque poco puede forzar en sus conciencias, incluso en el caso de que se trate de judíos no practicantes o directamente agnósticos, puesto que en su caso la tradición familiar en la que han nacido pertenece a la misma identidad de ese Estado al que deben jurar fidelidad. Fácil no quiere decir aceptable: los israelíes más reacios a la teocracia rampante están en contra de que la ciudadanía se defina de forma obligatoria por la religión o por la etnia. Pero quienes lo tienen de verdad difícil son los ciudadanos palestinos nacidos en territorio del actual Estado de Israel o descendientes de ellos que reivindican el derecho del retorno: en el caso improbable de que sólo se les reconociera a un simbólico grupo de ellos, tal como se ha esbozado en algunas negociaciones, deberían prestar juramento de fidelidad un Estado que reconocerían como judío, algo que los palestinos sean musulmanes como la mayoría, o sean cristianos o laicos, no pueden hacer en ningún caso. Para los más creyentes sería como una especie de apostasía, la misma que significaría obligar a un judío ortodoxo que jurara fidelidad a un Estado islámico o cristiano; y para los laicos es lo que significa para todo laico, palestino o no, la aceptación de una teocracia.
El ministro de Exteriores Avigdor Lieberman es quien ha conseguido la aprobación de esta propuesta en el Consejo de Ministros, con votos en contra de los laboristas y de tres ministros del Likud. Su propósito, como sucede con los asentamientos, tiene una vertiente de fondo: al igual que se cree con derecho a retener tanto territorio palestino como le convenga, tiene también como proyecto un Estado sin población árabe, resultado de intercambios tanto de territorios como de población. No tiene rebozo alguno en imaginar incluso, en un ejercicio de clara limpieza étnica, la expulsión de los ciudadanos árabes israelíes al Estado palestino que se cree en un futuro que, por supuesto, quiere lo más lejano posible. De hecho, la idea original de Lieberman era exigir este juramento a todos los actuales ciudadanos de Israel, de forma que los árabes israelíes se encontraran en el brete de aceptar o perder la ciudadanía y encontrarse en el camino de la expulsión.
Pero su propuesta ?moderada? tiene también una vertiente táctica: en el momento en que las negociaciones directas con los palestinos están abiertas, aunque colgadas de un hilo, Lieberman quiere que Israel vaya adelantando la fórmula de solución incluso antes de negociarla. Si construir en determinados asentamientos es resolver la futura línea de la frontera, pues no se construye si no es para quedarse; exigiendo la fidelidad al Estado judío se cierra el capítulo del regreso de los expulsados: sólo regresarán quienes juren, es decir, nadie. Esta vertiente táctica sirve además para que las negociaciones no avancen o, en unos ya conocidos ejercicios de cinismo, plantear nuevas cesiones a los palestinos como contrapartida para retirar o rebajar estas nuevas exigencias. No vamos a congelar las colonias si no nos dan nada a cambio. No vamos a retirar la legislación sobre ciudadanía si los palestinos no ceden también algo por su lado. Una cosa puede ir incluso por la otra: congelo si reconoces el estado judío.
El argumento más sorprendente, que podemos ver en discursos y artículos de estos días, señala que Netanyahu no tiene derecho a congelar la construcción en las colonias porque ningún primer ministro israelí anterior lo ha hecho en ninguna de las numerosas negociaciones que se han celebrado. Esto conduce a la evidencia de que el actual Gobierno de Israel quiere negociaciones bilaterales con la Autoridad Palestina, sobre todo para evitar que pierda la cara el amigo de la Casa Blanca; quiere además la paz, pero no tanto como objetivo a conseguir con los palestinos, si no como situación de no guerra: es decir, negociaciones en paz más que negociaciones de paz; pero lo que sobre todo no quiere es que sean para reconocer un Estado palestino en un territorio viable.
Conclusión: estas negociaciones a nada conducen porque hay una parte, el gobierno en el que participa Liberman, que sólo quiere calentar la silla, pero no quiere ni alcanzar la paz con los árabes ni el Estado palestino. Netanyahu podría cambiar de rumbo, pero para hacerlo también debería cambiar de ministros: sacar a Lieberman y meter a Tzipi Livni de Kadima.