Sergio Ramírez
Para los tiempos del boom en los años sesenta yo era un aprendiz de escritor que tuvo la suerte de tener maestros a mano, y para mí esos maestros fueron cuatro: Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. La lista es obvia para todos porque ya se volvió mítica de tanto repetirla, pero si hablo de mis años de formación se vuelve insoslayable mencionarlos. Modelos ideales, todos eran jóvenes, todos eran mundanos, casi todos habían vivido malos tiempos en París, y en literatura eran unos sabios alquimistas que habían encontrado la piedra filosofal y escribían de manera diferente a como estábamos acostumbrados a leer a los escritores latinoamericanos tradicionales, en tiempos en que tanto Borges como Rulfo eran figuras de culto, y por tanto de minorías, y de Lezama Lima aún no se sabía nada.
Gracias a la piedra filosofal, esos cuatro tuvieron el poder de convertir en moderna de un golpe la literatura en lengua castellana después de haber puesto en la redoma la literatura universal de vanguardia del siglo veinte y transmutarla, ya para entonces vieja, pero ignorada en los procedimientos de la escritura, libros que García Márquez leía en traducciones llegadas de Buenos Aires hasta Barranquilla, y los otros, más aplicados, podían leer en su idioma original, de Joyce, a Virginia Woolf, a Faulkner, parea no hacer la lista larga.