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¿Necesitamos un reglamento?

reglamento Bajo la insignia vargasllosiana ?¿en qué momento se jodió la literatura?? Enrique Vila Matas se pregunta en El País si no es hora de hacer un reglamento contra los malos libros. Dice la nota:

¿Cómo sería acogida la redacción de un reglamento que rigiera para oportunistas y conjurados? Jamás se alcanzaría un consenso que lo diera por bueno. Pero tratar, al menos, de redactarlo podría ser un buen desahogo, aparte de una estimulante y activa pérdida de tiempo. La primera norma -no iré más allá de ella, porque no soy legislador- podría ser el destierro de todo engreimiento. Por ser esencial para recuperar cierta dignidad, tendría que ser la única norma indiscutible. Es alarmante y desagradable observar, por ejemplo, cómo éxito y vanidad -o fracaso y fanfarronería, combinación también muy frecuente-, se relacionan de un modo tan estrecho como miserable. Nadie que escribe debería ignorar que siempre donde hay soberbia hay ignorancia. Me ha complacido encontrar en Menéndez Salmón, en su impecable y admirablemente arriesgada última novela (La luz es más antigua que el amor), los famosos versos de Eliot: ?La única sabiduría que podemos esperar adquirir / es la sabiduría de la humildad: / la humildad es interminable?. Dicho de otro modo, dicho en forma de máxima oriental, propia de un precursor de Kafka: Donde hay humildad, hay saber. Precisamente la literatura de Kafka, tal como Roberto Bolaño proclamaba, fue ?la más esclarecedora y terrible (y también la más humilde) del siglo XX?. Esta primera norma del reglamento iría ilustrada, por ejemplo, con la imagen conmovedora (o divertida, si se quiere) del genial Glen Gould, tocando el piano casi a ras de suelo, en aquel sillín que no rebasaba los 33 centímetros. ¿O no oímos nunca decir que el verdadero camino va por una cuerda que no ha sido tendida en lo alto, sino apenas sobre el suelo y parece destinada más a hacer tropezar a que se camine por ella? Dadas las circunstancias terrenales, a nadie debería extrañar que la humildad sea la esencia misma de la genialidad.

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26 de octubre de 2010
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Versiones de Mark Zuckerberg

Mark Zuckerberg es un ícono. A los veintiséis años, el fundador de Facebook ha sido seleccionado por Vanity Fair como el hombre más influyente de la era de la información, "nuestro nuevo César". No sólo eso: también hay una gran película sobre él, La red social, que ni siquiera se molesta en cambiarle el nombre. Irónicamente, pese a todos sus esfuerzos por mantener su privacidad, este ex-alumno de Harvard no ha podido controlar su "perfil". La versión de Zuckerberg que aparece en la película de David Fincher y Aaron Sorkin será la más conocida por el gran público.
 
Sorkin, uno de los más respetados guionistas en Hollywood gracias a su trabajo en El ala oeste, ha dicho que su fidelidad era a la historia, no a la verdad. Se nota: la película se basa tanto en la vida de Zuckerberg como en algunos estereotipos culturales de larga persistencia. El principal estereotipo es el del nerd/hacker. Para los medios, todos aquellos que trabajan obsesivamente con computadoras son gente de escasa habilidad social, solitarios, incapaces de una sonrisa y algo marginales al sistema. Algunos críticos incluso han sugerido que sólo alguien incapaz de relaciones normales con otras personas podía crear una red virtual de amistades. Sorkin -y de paso Fincher- entienden a Zuckerberg como la versión exitosa del chico retraído al que las mujeres rechazan; alguien que ha hecho todo con tal de conseguir chicas y ser aceptado por los grupos más elitistas de Harvard. Es un marginal de temperamento, pero lo que quiere es ser aceptado. No rechaza el sistema; se cree superior a él y piensa que puede mejorarlo.

Hay partes de otro estereotipo que funcionan para entender a Zuckerberg en La red social: las del genio incomprendido, el visionario dispuesto a sacrificar todo con tal de perseguir su obsesión. El programador de computadoras es el nuevo héroe de nuestro tiempo, narcisista y arrogante y algo asceta (ajeno a las tentaciones del alcohol y las drogas). Zuckerberg representa las máximas aspiraciones del capitalismo: su individualismo salvaje lo lleva a sacrificar a sus amigos cuando se oponen a su ambición sin límites. Es un triunfador que además tiene un proyecto ideológico -un mundo más abierto- que conecta perfectamente con el zeitgeist.

Para tener un retrato más complejo y contradictorio de Zuckerberg, uno debe asomarse a The Facebook Effect, de David Kirkpatrick, y a "The Face of Facebook", un perfil de Zuckerberg publicado por José Antonio Vargas en The New Yorker (20 de septiembre, 2010). El libro de Kirkpatrick es una suerte de "versión oficial" de los hechos, pero aun así, al compararlo y contrastarlo con el artículo de Vargas y con la película, ayuda a rellenar ciertos huecos. El principal es que Zuckerberg puede ser un nerd y un geek --sabe cuatro idiomas, entre ellos griego y latín, y es considerado un "genio de la programación" desde la adolescencia--, alguien "intensamente introvertido", pero no es un inadaptado. Tanto Kirkpatrick como Vargas insisten en que Zuckerberg es simpático en persona, y con suficiente talento y carisma como para manejar una empresa de mil quinientos empleados. Se lleva muy bien con su familia (una de sus hermanas trabaja para él). Tampoco ha tenido problemas para conseguir amigos o parejas. Es un inveterado bromista.  

El Zuckerberg de Sorkin es una gran creación, pero quizás sea hora de crear nuevos estereotipos. ¿Qué tal, para comenzar, un nerd con amigos, un geek exitoso con las mujeres, un solitario capaz de relacionarse con la gente, un tímido que de pronto se desmarca con una broma? ¿Qué tal, para comenzar, alguien como el verdadero Mark Zuckerberg?

(La Tercera, 26 de octubre 2010)

                                 

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26 de octubre de 2010
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TERAPIA DE GRUPO de Dany Salvatierra

RESEÑA SIN PLUMAS por Luis Hernán Castañeda UNA ESCRITURA DE CRUELDAD Y PERVERSION En una conversación que mantuvimos hace algunos meses, Dany Salvatierra, autor de uno de los libros de cuentos más singulares de los publicados este año en el Perú, hizo un comentario casual que me reveló, de golpe, su poética de lectura y escritura. Me tomo la libertad de recrear esa declaración: ?Confieso que prefiero esas historias en las que los personajes sufren un gran dolor físico, emocional o de cualquier otra índole, pero continúan actuando y expresándose normalmente, como si en realidad no sintieran nada?. Aunque lo parezca, esta preferencia a la vez sádica y piadosa no implica una perogrullada: si bien es una verdad aceptada por todos los lectores, al menos los cuerdos, que los personajes literarios no sienten ni razonan como los seres humanos, también es cierto que la abrumadora mayoría de los seres artificiales que circulan por las páginas de los cuentos y novelas que gozan hoy en día de mayor popularidad, están construidos imitando cierta imagen, históricamente determinada, de la especie de sus creadores.  En la literatura moderna, la razón ilustrada y la pasión romántica suelen configurar un particular modelo de ?hombre? que subyace a la representación ficcional de los seres humanos. Esta representación puede ser calificada como realista cuando la ficción incorpora, además, la premisa de que los seres humanos somos entidades constituidas a todo nivel, y en primer término, por fuerzas socioeconómicas que adquieren formas específicas en diferentes puntos del devenir histórico. Por supuesto, hay excepciones que se salen del paradigma realista y lo cuestionan: pienso en la prosa del barroco español, en la novela vanguardista de las primeras décadas del siglo XX, en el posmodernismo: tres momentos ejemplares de crisis del lenguaje. Situarse lejos del realismo, como lo hacen los cuentos de ?Terapia de grupo?, no es un gesto elogiable en sí mismo, como sí lo es la capacidad de edificar un mundo ficcional que además de marcar su distancia frente a la poética realista, logra sustentar su apuesta sobre bases sólidas. Encuentro que el libro de Dany Salvatierra sale bien librado de la apuesta que asume, pues no se limita a repetir la tarea iniciática de los vanguardistas: el texto pone en marcha una deshumanización, sin duda, pero la complementa con un proyecto ?transhumanizador?, término del crítico italiano Renato Poggioli que designa una recreación de lo humano: en estos cuentos la materia del cuerpo, la misma carne humana, es puesta en escena como materia verbal y como carne de las palabras.    En ?Terapia de grupo? impera una (in)sensibilidad cómico-grotesca, que convoca las fábulas truculentas de Chuck Palahniuk. Obsesiva y recargada, la prosa posee giros de grandilocuencia irónica que hacen pensar en una versión bufa del estilo de Gabriel García Márquez. El resultado es un puñado de cuentos en los que la perversión sexual y la crueldad gratuita aportan lo central de las anécdotas. Los narradores de estos cuentos, afectados por una propensión maniática a consignar la totalidad de las acciones que componen una escena -podría hablarse de un impulso cinematográfico-, narran con un desapego y una frialdad mundanos -uno piensa en la herencia de Mario Bellatin- un conjunto de atrocidades, aberraciones, violaciones y otros actos de violencia extrema sólo concebibles dentro de un imaginario psicopatológico de raigambre pop, abigarrado, colorido, superficial y espectacular, que desdeña el patetismo y tampoco busca provocar ni escandalizar: de hecho, está más allá del escándalo. Me gustaría visitar algunos momentos iluminadores de los mecanismos de esta escritura de la crueldad y la perversión. En ?Diálogo del estanque?, el primer cuento de la docena del volumen y un relato que presenta, a mi juicio, ciertas resonancias de Virgilio Piñera, Rosario es una solterona insatisfecha que vive con su madre, a la que odia a muerte -literalmente- y sin sombra de remordimiento. Aunque la hija intenta quemarla viva dentro de su casa, con todos sus enseres y pertenencias, la recia anciana sobrevive, pero con la piel carbonizada. Así, su cuerpo posee esa resistencia cómica a la violencia que vemos, por ejemplo, en el de Don Quijote, pero en este caso la modulación es menos amable que en la novela de Cervantes: ?Rosario la sentó en el inodoro, la desnudó y le frotó el cuerpo con pañitos perfumados, al tiempo que la escuchaba descargar el estómago y sus óbolos nauseabundos chapaleaban al fondo del agua como si tuviesen vida propia. Cada vez que recorría aquel rostro consumido con la oreja derecha convertida en un muñón, los labios inexistentes y la nariz carbonizada, recordaba el momento en que ella misma le prendió fuego a la casa, ya que en aquella época también había pensado en deshacerse de la madre?. (15-6) Increíblemente, después del intento de asesinato ambas mujeres siguen conviviendo en paz. Para aliviarle los dolores de las quemaduras a la madre, la hija pone en práctica la delirante medida de empujarla todas las tardes en su silla de ruedas hasta el frigorífico de la carnicería del barrio, lugar donde la carne humana y la animal, el cuerpo vivo y los cadáveres, se igualan: la deshumanización es, en el frío de esta cámara sellada, todo menos simbólica. Monstruoso y desfigurado, el cuerpo de la vieja se convierte en el objeto de una prolija descripción que se regocija con las formas, los colores, los olores y los sabores, transfigurándolo en la estrella de un auténtico show del asco y la deformidad, que se apoya, como notamos en la cita de arriba, en una prosa suntuosa, indecente y voyeurista, dedicada a escarbar en lo escatológico. Por si fuera poco, tiempo después del intento fallido de verla acabar sus días merced al fuego, Rosario tiene otra idea extravagante que, sin embargo, tampoco será exitosa: la lleva a dar una vuelta por el zoológico y, aprovechando un momento de soledad, la arroja con silla de ruedas y todo al estanque de los cocodrilos: ?Los cocodrilos se lanzaron al ataque casi al mismo tiempo, palpándola con el hocico, primero despacio y luego con presteza, excitados por el torrente púrpura que teñía el estanque y lo condimentaba con un sabor irresistible, dando bocados al alimento que se deshacía como hostias en sus colmillos?. (20) A pesar del ataque masivo de los lagartos, la madre no fallece, lo cual no resulta sorprendente. La oración final del cuento, ?aún estaba la madre?, propone una inquietante prolongación de la historia, en la que es posible imaginar a Rosario perseguida y atormentada por su inmortal Némesis, un cuerpo quemado y mordisqueado, cada vez más irreconocible, que, receptáculo de una fuerza implacable, le seguirá los pasos como un exterminador. De esta manera, se cuela en una historia sobre el desencuentro entre una madre y su hija, cuyo conflicto bien habría podido suministrar los ingredientes para una exploración intimista, el eco de un referente popular: el cine de acción con tintes futuristas y apocalípticos, representado por la saga de ?Terminator?. Como en ?Diálogo del estanque?, la deformidad física como excusa para una estetización grotesca que permite un despliegue de virtuosismo verbal reaparece, aliada esta vez a la perversión sexual, en ?El hombre lactante?.  El protagonista es un hombre que, gracias a una caprichosa malformación -la incrustación en su anatomía de un ?horripilante? seno femenino-, se convierte sin pretenderlo en el artífice de un bizarro show erótico: sus clientes visitan una página web y pagan para verlo ?ordeñarse? el seno por webcam. El hombre, más que atribulado por su situación, actúa, exageradamente, como si lo estuviera: cuando no hay dolor real, lo que lo reemplaza es el visaje. En este reino del gesto obsceno, la estética del espectáculo es indesligable del universo virtual del placer y del culto a la rareza. Por su lado, la prosa acata el ideal de la acrobacia, el truco estrambótico, la exhibición circense y morbosa de la destreza, como se aprecia en este pasaje masturbatorio en el que el seno femenino se comporta, curiosamente, como un miembro viril: ?Pareció entender la provocación, porque regresó a su asiento, miró hacia todos los costados para cerciorarse de que nadie más lo espiara y se desabotonó la chaqueta con discreción. La misma camisa blanca asomó nuevamente, hinchada como un globo aerostático, y el hombre, con el pudor que debió haber dejado de lado años atrás, extrajo un seno venoso, horripilante, con un pezón morado sembrado de pequeños lunares, el cual empezó a pellizcar, cerrando los ojos, y al cabo de unos minutos disparó un chorro blanquecino que desembocó directamente, con cierta elegancia, en uno de los vasos de brandy que reposaban frente a mí?. (64) ?Terapia de grupo? es también un catálogo de excentricidades sexuales, como se advierte en ?Coja ahora mismo el teléfono?. La historia transcurre, como en los demás cuentos, en una ciudad que, sin ser nombrada como Lima, denuncia algunos datos de la cartografía limeña, como la abundancia de chifas (leer el desopilante ?La pasión china?). El narrador en tercera persona relata las penurias sentimentales de la señorita Nuria, una profesora de colegio tan solitaria y desolada como Rosario, la insensible pirómana matricida. Para acompañarse por las noches, la señorita Nuria desarrolla el hábito de solicitar telefónicamente el envío a domicilio de unos preciosos muñecos de plástico, con los cuales ?da rienda suelta a sus bajas pasiones?, como lo pondría uno de los narradores de Salvatierra, burlándose de sus propias palabras. Su felicidad nocturna es perfecta, hasta la noche cuando, estirando al máximo su magro presupuesto de docente, se decide a ordenar el mejor muñeco del stock, un auténtico ?príncipe?, tal como ella lo llama. Quien se lo trae a casa es el delivery boy, un escuálido muchachito que, al ingresar a la sala, de buenas a primeras se desmaya y rueda por los suelos, ?inconsciente, con los brazos y pies esparcidos de cualquier manera, como una marioneta abandonada? (73). La señorita Nuria, por supuesto, se alarma, pero al rato descubre al mandadero otra vez consciente y teniendo relaciones sexuales con un humanizado príncipe: el muñeco y el humano, el plástico y la carne, no parecen así tan diferentes. Cuando la clienta, naturalmente contrariada, le exige una explicación, el sujeto responde que está enamorado del príncipe. El narrador acota que ?lo dijo con una convicción impresionante? (75), pero se trata de la convicción de un muñeco sexual: no hay pathos romántico ni sombra de sensiblería en esta declaración de amor. Los lectores de ?Terapia de grupo? vacilarán, me parece, entre tres posibles reacciones: pueden interpretar la ausencia radical de pathos como la prueba de que el libro es frívolo, que lo es, y ligero, que no me lo parece; en polémica con la acusación de ligereza, otros intentarán buscarle y quizá declaren haberle encontrado un secreto contenido profundo y edificante, un depósito de seriedad literaria. En otras palabras, un residuo de humanidad, una huella de psicología, que pueden conectar con su propia experiencia. Por supuesto, la primera reacción no nos lleva muy lejos, pero la segunda no respeta la naturaleza del texto: sería comparable, se me ocurre, a la bienintencionada pero ilusa tentativa de descubrirle un fondo moralizante a una película porno. Podríamos comparar a este segundo lector con el cura ingenuo de la película ?El día de la bestia? de Alex de la Iglesia -cinta que, de hecho, participa de la sensibilidad cómico-grotesca de ?Terapia de grupo?-, quien provoca una serie de desbarajustes por su incapacidad para interpretar la cultura popular utilizando las claves que ella misma brinda. Rechazar ambas vías de lectura no implica, hay que aclararlo, negarle al libro todo valor ni todo sentido. En los cuentos de Dany Salvatierra, la intensidad del espectáculo de la violencia y el sexo transforma el cuerpo humano en el sitio de una sádica y esperpéntica performance verbal en la que la carne se torna materia verbal, desplegada sobre la superficie del texto, y el pathos abandona las catacumbas de la psicología a través del gesto. La prosa de Salvatierra es, como sugerí al principio, barroca en su estilo, pero sobre todo en su modo de figurar el vínculo entre el lenguaje y la experiencia: en una medida insoslayable, el primero informa y, por ende, produce a la segunda. Fuera del mundo ficcional de estos cuentos queda la suposición de que el lenguaje literario es una herramienta epifánica de acceso a una realidad extra-lingüística, que sólo puede ser conocida gracias a la literatura. Por el contrario, algunos libros entre los que yo mencionaría a ?Terapia de grupo? proponen que la literatura se parece más a una pantalla opaca que expone y analiza su propia opacidad, que indaga en su construcción y, porque lo hace y en función de qué tan bien logre hacerlo, a lo mejor consigue proponer una visión refractada de la experiencia humana. Se trata de una visión y un conocimiento que no se brindan al lector siguiendo una vía abstracta, ni tampoco a través de un lenguaje engañosamente neutro, sino más bien como una revelación encarnada en la aventura de la imagen, en el evento de la palabra. Terapia de grupo Dani Salvatierra. Estruendo mudo. 2010

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26 de octubre de 2010
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Wikileaks, las dudas

El gran golpe de Wikileaks, el pequeño David que hace temblar al gigantesco Goliat americano, como todo en la vida, tiene su sombra. La dureza del golpe explica la intensidad con que se nos proyectan estas sombras. Lo ha perpetrado un ser humano, rodeado de seres humanos, y limitado por sus virtudes y sus defectos, su biografía y su biología: ya hemos empezado a conocer su perfil, demasiado humano, tanto como las filtraciones de documentos y el contenido y significado de todo este papeleo digital. Desde hace meses este hombre, Julian Assange, y su organización, Wikileaks, se han convertido en el enemigo a abatir. Ahora sabemos poco todavía, pero no hay que preocuparse. Lo sabremos todo. Y ojalá todo quede en conocimiento. Ojalá no termine todo como una mala novela negra, con cadáveres incluidos.

Lo importante es, ante todo, saber lo que ha sucedido. Estamos hablando de la verdad de los hechos, ni siquiera de opiniones e interpretaciones. Y lo que ha sucedido en Irak es de una gravedad extrema que requiere la actuación de la justicia. Esto es lo segundo: la filtración confirma todos los errores criminales de Bush pero también los de Obama, incluido su intento de correr un tupido velo sobre el pasado: no se puede, no es posible: el mar termina devolviendo los cadáveres a la playa. Llegamos así al tercer elemento: ese ejército supertecnológico, el más poderoso del mundo, auxiliado por ejércitos privados costosísimos y apoyado por un aparato propagandístico espectacular se ha quedado pasmado y desnudo como el rey del cuento por la acción de unos francotiradores de la información digital que han conseguido llegar a donde los medios tradicionales no podían hacerlo. Ahora vamos a hablar de Assange. Vamos a poner en duda su papel y el del personaje misterioso y conspirativo que se ha creado, su personalismo y su vedetismo, el autoritarismo que trasluce en sus entrevistas y la mitomanía que se desprende de sus frases más pomposas. Pero acompañaremos cada observación crítica de una jaculatoria, un párrafo, el último, del editorial del diario israelí Haaretz de ayer. Es ésa: ?La democracia tiene una mano atada a la espalda, dijo el presidente jubilado del Tribunal Supremo (israelí) Aaron Barack. Y así es como debe ser. La circulación de la información refuerza la democracia?. Assange parte de un principio más que dudoso, que ya ha servido a muchos medios de comunicación, últimamente más conservadores que progresistas, más de derechas que de izquierdas, consistente en situar a la transparencia en la cúspide de la pirámide de la virtud, como un bien absoluto. Que todo se sepa, que la luz se haga y llegue hasta los más recónditos y oscuros rincones de la vida pública y por qué no de la privada. Sin intermediarios establecidos, los periodistas; sin control de funcionarios ni de jueces; todo en manos de la personalidad elegida por la virtud de la transparencia para que sitúe los focos sobre la entera realidad que se quiere revelar. Del poder debelador que da el trato frecuente con la transparencia se desprenderá muy pronto la inversión diabólica, en forma del periodismo más canalla e infame, dispuesto a manipular y mentir hasta conseguir su objetivo inquisidor. Assange no está en esto, absolutamente, al menos todavía, pero su exhibición de un poder omnímodo en su organización para decidir qué se publica y qué no, su desprecio del periodismo tradicional y ese punto de mesianismo redentor que traslucen sus frases nos obligan a levantar la guardia. Y dicho esto, repitamos: : ?La democracia tiene una mano atada a la espalda, dijo el president jubilado del Tribunal Supremo (israelí) Aaaron Barack. Y así es como debe ser. La circulación de la información refuerza la democracia?. Assange maneja una cantidad enorme de información y gracias a esta información que maneja ha conseguido una también enorme notoriedad y un poder extraordinario. Pero no nos ha dado todavía la única información relevante que ahora esperamos todos quienes queremos que su trabajo quede perfectamente acreditado y avalado. Necesitamos saberlo todo de Wikileaks. Quiénes les financian y quiénes y cómo toman las decisiones. Cómo funciona y cómo argumenta cada una de las actuaciones realizadas hasta ahora. No nos bastan las entrevistas concedidas por Assange. Tampoco nos gustan sus actitudes novelescas que acompañan a su escasa disposición para aplicarse a sí mismo la transparencia. No queremos leyendas ni intrépidos e incorruptibles salvadores, sino instituciones democráticas, las únicas que nos garantizan la libertad y el derecho a conocer la verdad de las cosas. ¿Quién nos garantiza que detrás de Wikileaks no están los servicios secretos de una gran potencia, como Rusia o China? Pero dicho esto, recordemos por si acaso: ?La democracia tiene una mano atada a la espalda, dijo el presidente jubilado del Tribunal Supremo (israelí) Aaron Barack. Y así es como debe ser. La circulación de la información refuerza la democracia?. (Como en las viejas historietas, continuará, claro que continuará. De momento recomiendo la lectura de tres textos que ilustran muy bien la personalidad enigmática de Assange: un perfil de New Yorker, una crónica de New York Times y la entrevista de Joseba Elola en El País, y además el editorial de Haaretz.)

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26 de octubre de 2010
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Cansinos hijos

Después de lidiar con los patriotas de la literatura a raíz del último Nobel, ahora los hijos. Qué fatiga tener que hablar de lo obvio porque el orgullo herido de los nativos o los familiares se encrespa hasta el ridículo. En este caso, recibo el ataque de alguien que, sin conocer personalmente, respetaba, por su labor de difusor y buen editor de la obra del padre, Rafael Cansinos Assens, a quien ni siquiera su hijo me va a enseñar a amar. Probablemente, antes de que este hoy indignado Rafael Manuel Cansinos Galán tuviera uso de razón literaria para advertir los méritos de su progenitor, yo ya lo admiraba; en mi biblioteca, a pocos pasos de donde escribo esto, conservo primeras ediciones de varios de los títulos de Cansinos padre que compré siendo estudiante (y ya lector suyo), alguno con la fecha de compra: febrero de 1965. Don Rafael Manuel, si mis sumas no fallan, contaría entonces la tierna edad de seis años.

    He seguido leyendo desde aquel tiempo, siempre con gusto y provecho, los libros de Cansinos Assens, los de creación, los de traducción y los -para mí más importantes- de ensayo, y me precio de haber leído en su mayoría las casi 1500 páginas de la espléndida edición en dos volúmenes de su Obra Crítica que mi amigo Alberto González Troyano publicó en 1998 en Sevilla y tuvo a bien regalarme.

    Nada tengo que añadir al texto de mi blog ‘El peso de Borges' que tanta ira le ha provocado a este hijo. Cansinos Assens fue un excelente escritor y un hombre de letras sin duda incomparable en la literatura española, pero no por ello deja de ocupar una fila que está detrás de otras ocupadas por Azorín, Juan Ramón, Machado, García Lorca o Valle Inclán, estos dos últimos mis términos de comparación en el mencionado texto. No se trata de hacen un ranking, sino de señalar algo que las obras de arte poseen, y yo diría que exigen: valores. Un criterio, por cierto, que hoy se desdeña, con resultados funestos en el campo de la crítica.

   Tengo predilección por autores de los llamados malditos, raros o atípicos, muchos de ellos injustamente olvidados. Me gusta enormemente Djuna Barnes, pero no por ello olvido que Faulkner era su contemporáneo de muy superior estatura. La trascendencia del interesante Valery Larbaud no es igual que la de Proust. Ni el enigmático John Webster, autor de dos extraordinarias tragedias isabelinas, puede medirse con Shakespeare. Tampoco -y es un criterio fundado en lecturas, no en modas-  Cansinos Assens con Valle Inclán.

   Lo peor del asunto es que, queriendo defenderle, el hijo de Cansinos Assens deshonra a su padre, cayendo en lo que un hombre tan cosmopolita y cultivado como fue el autor de ‘La novela de un literato' jamás, creo, habría caído: responder a la opinión distinta con la descalificación y el grosero ataque personal. Y le diré de paso que tampoco rinde un buen servicio al nombre del padre sacando a relucir el hecho (falso) de que yo y otros escritores como Manuel Vicent vivamos de las "columnas ocurrentes". Soy novelista, poeta, traductor y ensayista, y a veces hago otros trabajos subsidiarios para vivir de lo que me resulta propio y más me justifica y me gusta: la escritura. ¿No hacía lo mismo, y quizá más voluminosamente que nadie, Rafael Cansinos Assens?

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25 de octubre de 2010
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Monólogo de besugo para presentar a un pintor

El jueves 14 de octubre nos reunimos en la Fundación March el pintor Eduardo Arroyo y quien esto escribe para mantener una charla delante del público. Conociendo al personaje, me cuidé mucho de improvisar y preparé unos asuntos o motivos por si se nos disparaba el diálogo. De lo acertado de mi previsión da idea que sólo llegamos al tercer asunto. Todos los demás quedaron en el tintero. Los traigo aquí como curiosidad, ya que la Fundación suele colgar en su red el vídeo del acto. Arroyo es un formidable retórico y recomiendo a los aficionados que vigilen la aparición del vídeo.

 

MONÓLOGO DE BESUGO PARA PRESENTAR A UN PINTOR

 

     Ayer noche, al llegar a casa, me encontré a Eduardo Arroyo sentado en forma de ele sobre la cama. Me llevé un susto tremendo, pero de inmediato me percaté de que era una falsificación porque llevaba un gorrillo redondo como el de Harpo Marx sujeto con un elástico y además fumaba en pipa, algo que Arroyo nunca se ha permitido.

     Buscando por la casa, al poco descubrí que se había escondido en la ducha y lo saqué de allí medio a rastras porque se resistía y soltaba breves gruñidos. Llamé a su galerista, el señor Taché de Barcelona, el cual me aseguró que pasaba a recogerlo de inmediato, que no comprendía cómo se le había escapado, que lo estaba limpiando para su presentación en la Fundación March y que seguramente había aprovechado un descuido de la restauradora.

Así fue; al cabo de media hora el señor Taché de Barcelona se presentó en mi domicilio. Tras un breve intercambio de cortesías tomó a Eduardo Arroyo bajo el brazo y se dispuso a salir. Le pedí entonces que se llevara también el falso Arroyo para destruirlo. "Claro, dijo, no conviene que circule por ahí, está muy bien imitado, igual es que lo ha hecho el verdadero Arroyo por ver si picábamos y así se ahorraba la presentación de la March", dijo. "Pero el falsario se equivocó en lo de la pipa", aduje. "Y el gorrito. En verdad que es desconcertante que caiga en semejantes errores". Allí nos despedimos.

     Este mediodía el señor Taché, ya en Madrid, me ha devuelto el Eduardo Arroyo auténtico tras una limpieza a fondo y aquí lo tienen ustedes, en exposición.

     ¿Qué tal Eduardo? Buenas tardes.

     Mi propósito es proponerle algunos asuntos de cierta excelencia para la pintura en general y la suya en particular, con el fin de que se extienda. Nos gustaría averiguar algunas cosas que usted sabe de ella.

     He preparado seis asuntos y una conclusión, o sea que salimos a diez minutos por capítulo. El primero es...

 

La biografía

     El pasado mes de marzo escribía Vicente Molina Foix un artículo muy elogioso sobre sus libros y pinturas y decía:

"(Arroyo) es un cultivado voyou que hace el gamberro con exquisito celo artístico. Su magnífica obra pictórica es una sucesión variada de actos de engolfamiento irónico de un cuadro, una figura, un concepto o unas formas preexistentes".

     Yo abundo: su obra produce una impresión esencialmente canalla (en el sentido de voyou, como a veces se dice de un tango), aunque me parece que su vida verdadera, en cambio, es más bien esencialmente caballerosa.

     Aunque sea de un modo muy breve y superficial hemos de tocar el asunto de su vida verdadera porque algunos de los aquí presentes, como los coleccionistas rusos, no saben apenas nada de usted. Quería comentarle que así como hay pintores que se pintan a sí mismos y casi puedes narrar todos sus avatares a través de lo que han ido pintando (los más evidentes son Picasso y Bacon) usted no aparece nunca en su pintura. Alguien que repase su obra será incapaz de poner esta o aquella pieza en orden según la biografía.

     Para completarlo, usted se ha fotografiado mucho, pero casi siempre disfrazado u ornamentado. Hay en Internet una foto deliciosa en la que lleva puesta una falsa corbata que distrae por completo la atención y no permite ver que ha adoptado usted una actitud mayestática. O la muy reciente con Gordillo, en "El País", disfrazados de ministros.

     ¿Debemos respetar esa preferencia por el enmascaramiento, o quiere que hablemos un poco de su vida?

 

 

     El oficio

     Por ejemplo. Es usted un reconocido dibujante, lo que trae consigo algunas peculiaridades:

     1. El dibujo es la idea de la pintura. Eso puede llevar a creer que, en su obra, el contenido lo es todo. Lo cual nos conduce a la relación que mantuvo en sus comienzos con la "Figuración Narrativa" y artistas como Erro, Télémaque o Adami.

     Aspecto asociado: en aquellos años, entre 1958 y 1968, ser un pintor figurativo era como suicidarse, pero un dibujante es casi imposible que no sea figurativo.

     Así que, primer asunto, el dibujo como suicidio.

 

2. El dibujo requiere un talento natural, hay buenos pintores con dificultades para el dibujo (Cezanne y Van Gogh), pero son raros los buenos dibujantes con dificultades para la pintura (ni siquiera Daumier). El dibujo, como la voz de los (buenos) cantantes, no se aprende, es indisociable del cuerpo mismo del artista. Uno reconoce un dibujo de Ingres, de Rembrandt o de Schiele aunque sólo le enseñen un milímetro cuadrado.

Nos gustaría saber cómo fue usted desarrollando un dibujo tan claro, preciso, exacto e inconfundible. Y también si su etapa de caricaturista y dibujante callejero se ha mantenido con cierta pureza en la madurez. Y si dibujar sigue siendo un suicidio.

 

El artesano

Usted ha hecho de todo. Caricatura, dibujo callejero, ilustración de libros, pintura de caballete, carteles, escenografías para ópera, escultura, seguramente logos publicitarios...

Contra la santidad del artista moderno predicada por el mandarinato del siglo XX, a usted no le avergüenza hacer obra popular y adivino que incluso le gustaría hacer obra populachera. Además, sé de buena tinta que le fascinan los encargos y lamenta que no haya más encargos. Como en una botéga renacentista, en su taller se hace de todo y ya sólo le falta diseñar un traje de novia. Una posición como la suya suele calificarse de anti-intelectual, pero usted es, evidentemente, un intelectual, un pintor que no sólo lee sino que escribe como un profesional. ¿Podría clarar tanta confusión?

 

El temario

Me gustaría ahora elegir algunos elementos de lo que podríamos llamar el Museo de Arroyo. Voy a elegir tres figuras que aparecen asiduamente en su obra tanto literaria como pictórica, el boxeador, el torero y el cantante de ópera al que le pone la escenografía. Los tres son tipos solitarios que se juegan la vida en su trabajo, los dos primeros por razones evidentes, pero los cantantes también: no sólo porque un tropiezo puede significar el fin de su carrera si se le quiebra la voz, sino por el peligro de aneurisma. Dicho con mayor precisión: esos trabajos no tendrían gracia si no hubiera una vida en juego.

No sé yo si como pintor y escritor se siente un poco torero, boxeador o barítono, o más bien si se ve como un espectador fascinado por gente que osa algo que un pintor quizás no podría osar. ¿Se puede uno jugar la vida por una pintura, como en el cuento de Balzac, o es ya puro romanticismo?

 

Comparación odiosa

Durante la etapa parisina fue usted hermano de caballete de Antonio Saura. No puede haber dos pintores más diferentes o incluso opuestos, de modo que si traigo esta comparación a la mesa es sólo por una curiosidad, y es la siguiente:

La pintura de Saura pone en movimiento, de un modo sin duda crispado, algunos motivos perfectamente estáticos: crucifijos, retratos, personajes de época, meninas, reyes. De Goya pinta cientos de veces el perro semienterrado, lo más estático de su obra. Y son miles los cristos, generales o actrices cuyos retratos inmóviles él carga con un ovillo de trazos disparatados o quizás desesperados y los convierte en torbellinos eléctricos.

Su caso es el contrario, elige sobre todo motivos de gran vivacidad de movimiento, modelos enérgicos, vigorosos, figuras dinámicas, y los paraliza, detiene y congela. Por ejemplo, los admirables boxeadores que vi en la exposición de Valencia: en lugar de representar la danza, la agilidad corporal, la tensión de la musculatura, la rapidez del ataque, lo que representa es su elevación, su ascetismo, su momento heroico. Parecen santos.

Si apartamos interpretaciones de tipo formal, como la influencia del Pop, de la gestualidad americana o cosas semejantes, parece como si Saura hubiera querido pintar instantes efímeros a la manera de algunos barrocos como Rembrandt o Hals y en cambio usted buscara estampas atemporales como los otros barrocos, Poussin o Zurbarán.

Todo esto que voy diciendo, ¿es una majadería o a veces hablaban de estas cuestiones? ¿Hablan de arte los artistas? ¿Sigue en uso aquella célebre frase de los talleres: "aujour d'hui on va parler métier"?

 

El maldito asunto

El 28 de marzo de este año apareció esta frase suya en un periódico de difusión nacional: "Algunos me consideran un artista viejo e inexistente por la única razón de que sigo pintando al óleo".

¿Quiere que hablemos sobre la muerte del arte, el fin de la pintura y la enfermedad infantil del comunismo? No creo. Quizás la cuestión fúnebre se podría presentar de un modo más atractivo.

Algunos teóricos asocian el fin de la pintura (y del arte) al acabamiento de la religión como control social eficaz. El clásico, Benjamin, lo describía como "fin del arte aurático", es decir, acabamiento de una experiencia del arte de tipo religioso: una obra excepcional, preciosa, única, original y muy cara, se coloca frente a un espectador recogido, silencioso, reflexivo, como el creyente delante del altar, y accede a significados trascendentes.

Según estos teóricos, el arte habría sido siempre una herramienta de la religión (hasta ahí creo que no es difícil seguirles) o mejor aún, el arte sería la religión visible, audible, habitable, etc. A medida que las divinidades van desapareciendo, las artes buscan otros objetivos. Cuando la religión desaparece por completo (es decir, cuando no interviene en las leyes del estado) las artes parten en busca de su propia esencia y se disuelven en la nada.

Las nuevas artes, performance, happening, conceptual, instalación, dicen, pertenecerían a un mundo totémico o animista, anterior a las religiones monoteístas y la difusión de los iconos. Participar del arte actual está más cerca de un ritual primitivo (una merienda de negros, se decía antes de la corrección política) que de la contemplación religiosa.

¿Cree usted que la pintura en tanto que pintura, lo que usted llama "pintar al óleo", sigue asociada aunque sea tenuemente a una experiencia trascendente? Lo digo porque todos sabemos que ha terminado un retablo, el de San Bavón de Gante, más concretamente. En plan golfo y a lápiz, claro, pero no por eso menos retablo.

 

Un pintor de historia

Concluyamos: en un reportaje rodado recientemente en el Museo del Prado usted decía (con la sorna habitual) que no le importaría denominarse "pintor de historia". En los últimos años algunos pintores visitan los célebres cuadros de historia (lo que en el romanticismo se llamaba grande machine) para mostrar la distancia que media entre los antiguos y nosotros. Pienso, por ejemplo, en Komar&Melamid rehaciendo "La muchacha corintia", es decir, "El origen de la pintura" de Wright of Derby, con Stalin en el lugar del amante corintio. O en Mark Tansey reinterpretando la "Rendición de Breda" de Velázquez en tanto que "El triunfo de la Escuela de Nueva York", con los pintores parisinos rindiéndose ante Pollock y Rothko. La verdad es que usted comenzó a reinventar pinturas famosas, como la "Ronda nocturna" de Rembrandt, mucho antes que ellos y podría ser el padre de unos pintores a los que, en general, se les considera conceptuales. Lo suyo, sin embargo, me parece que no es conceptual, del mismo modo que Buñuel tampoco era exactamente surrealista sino maño, que es característica emparentada, pero singular.

Lo cierto es que usted es muy difícil de definir y eso es, a mi modo de ver, un signo de vitalidad. En su obra (y observe que no he tocado ni por un momento la obra literaria, para lo cual tendrán que invitar a un pintor) todo está aún abierto. Si alguien cometiera la torpeza de calificarlo, usted produciría algo que lo negaría de inmediato.

Así que, antes de dar la palabra al público, ¿podría usted adelantar algunas de las sorpresas que nos esperan?

 

Audio del acto en la web de la Fundación March

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25 de octubre de 2010
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Wikileaks,el tercer golpe

Wikileaks ha vuelto a golpear, esta vez con mayor contundencia, y con efectos políticos todavía más demoledores que en sus dos anteriores operaciones en que tuvo en su punto de mira a Estados Unidos: la difusión del vídeo ?Asesinatos colaterales? con imágenes de una matanza de civiles en Bagdad en 2007, difundido en abril del pasado año, y los 90.000 documentos de la guerra de Afganistán publicados el pasado mes de julio, seriamente comprometedores sobre el comportamiento de las fuerzas norteamericanas, su capacidad para combatir a los talibanes, el doble juego practicado por los servicios secretos paquistaníes y los errores y las bajas civiles. Esta vez, tal como se había anunciado, son casi 400.000 documentos los publicados en la web de la organización informativa, referidos a todo tipo de abusos, incidentes armados, asesinatos de civiles, torturas y vejaciones infligidas tanto por las tropas norteamericanas como por sus aliadas iraquíes desde el 1 de enero de 2004 hasta el 31 de diciembre de 2009, pocos días antes de que Obama entrara en la Casa Blanca.

Los documentos son mensajes e informes intercambiados por las tropas norteamericanas y, como en la anterior ocasión, ilustran de forma exhaustiva hechos sobradamente conocidos respecto a los desastres de la guerra y al comportamiento de las tropas. Esta filtración ha proporcionado en todo caso pruebas contundentes sobre el número de civiles fallecidos en incidentes armados en el período de seis años abarcado, la mayor parte víctimas de numerosísimos incidentes cruentos y no de matanzas masivas. Estas cuentas elevan el número de muertos acreditados desde 2003 a 150.000 personas, el 80 por ciento de las cuales civiles, según la organización Iraq Body Count que ha analizado los documentos. También se ha podido acreditar la intensa participación iraní en la guerra civil iraquí entre chiitas y sunitas. A pesar de la abundante información en bruto aportada por Wikileaks, lo más importante es el hecho mismo de su publicación y el momento, cuidosamente elegido apenas a una semana del martes electoral americano en el que Barack Obama se juega la mayoría demócrata en la Cámara y en el Senado. Estamos ante un terremoto político que afecta a los servicios de información y a documentos reservados, y pone en cuestión el mantenimiento de los secretos militares en la época de la globalidad tecnológica. No hay que olvidar que en países como Rusia o China, donde hay un intenso control sobre la telefonía e Internet, no hay filtraciones de este tipo y no las habrá en un tiempo muy prolongado sin límite en el horizonte. La filtración, además de interferir en la campaña norteamericana, significa un duro revés para la imagen exterior de Estados Unidos, principalmente en el mundo árabe y musulmán, donde Obama había invertido más esfuerzos para dar la vuelta al desprestigio sufrido en los últimos años, principalmente con la guerra de Irak. Aunque Obama no aparezca como directo responsable de las actuaciones realizadas por los soldados norteamericanos bajo el anterior presidente, no es posible hacer abstracción de las numerosas continuidades entre ambas presidencias, empezando por la permanencia del secretario de Defensa, Robert Gates, nombrado por George Bush y siguiendo por la política de ?no mirar hacia atrás? practicada por Obama, que ha querido evitar el revanchismo anti Bush en todo momento. La publicación siembra también la cizaña entre Estados Unidos y sus aliados, que no pueden tomar estos numerosos datos meramente a beneficio de inventario, tal como se ha podido comprobar ya en Reino Unido y Dinamarca. Son numerosos los gobiernos y las instituciones internacionales que quieren pedir explicaciones a Washington, que desde julio ha hecho numerosos esfuerzos para evitar que se publicaran los documentos. Queda además sobradamente desacreditado el régimen iraquí instalado tras la invasión, cuyas abusos y violaciones de derechos humanos no desmerecen en algunos casos respecto al régimen anterior. Los esfuerzos para evitar la difusión de los documentos son quizás el elemento determinante para valorar la decisión de Wikileaks, que constituye una prueba de fuerza entre una pequeña organización casi clandestina y sin ánimo de lucro y la primera superpotencia y una prueba definitiva sobre las nuevas formas de reparto de poder en el mundo, en la que no cuentan únicamente los Estados sino numerosas organizaciones globales de carácter privado. Pero esto forma parte de otro capítulo, en el que no se puede hacer abstracción de la personalidad y del protagonismo de Julian Assange, el hombre que ha desafiado el poder de Barack Obama. (Continuará).

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25 de octubre de 2010
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La epidemia del azar

La ausencia de apoyos en los que fundamentar la vida, tener orientaciones de lo bueno o lo malo, saber ver el mundo a través de un cañamazo de verdad se padece en casi todos los ámbitos. La razón más socorrida para explicarlo es la velocidad. Todo se hallaría sometido a una visión rápida  y a una observación efímera de cuyos efectos solo cabe obtener confusión. Insuficiencia para ver lo que pasa mientras pasa a tal velocidad que se desfigura o se oculta. 

Con esta velocidad que va acentuando la sucesión de fotogramas morales y reales, frente a la relativa permanencia de los valores nace, reactivamente, la relatividad de todo valor porque así acaba siendo su naturaleza.

Como efecto de la velocidad en los cambios de  la tecnología o la ciencia, la incompresión de la superfinformación, la belleza de lo superfeo o el placer extremo de lo que fuera repudiado nos vemos abocados físicamente a  la asunción del desorden. No lo entendemos como estructura, lo asumimos como fórmula o jaculatoria. Aceptamos este caos de forma  improvisada e insegura, digamos que pasajera puesto que sería irresistible suponer que esta ausencia de guía continuará sin fin. La familia que se reestrura o se estructura de otro modo arrasa el modelo que nos proporcionaba claridad en la opinión, la sexualidad que se descompone, la política que se hunde o se corrompe, la falacia que habla desde la propaganda a la publicidad generan un magma del sí y el no en cuya ambivalencia nos desgarraríamos. La alternativa es la alternancia, la solución es la confusión. La confusión como forma de vida, la confusión como forma de arte, la confusión, como práctica para sobrevivir en lo que podría ser peor.

Este  reino posmoderno y audiovisual donde con tanta coherencia  se intercambia la verdad y la mentira, lo visto y lo no visto, la visión de lo invisible y la invisibilidad de la manipulación conduce finalmente a una postura en que el mismo caos es recreativo y el desorden una excitante moda del orden.

El recreo es lo contrario a la disciplina y la disciplina es lo correspondiente al rigor. Y ¿quién puede decir que esta época sea rigurosa o incluso medianamente rigurosa? La debacle económica se inserta en el panorama general de la ausencia del valor. No hay valor o no es igual a la certidumbre. Más bien, al revés, todo lo que ahora posee valor puede arruinarse en el momento siguiente. Ocurre lo mismo con la verdad política: todo lo que tajantemente se sostuvo en una declaración solemne se flexibiliza al punto de descaracterizarse para hallar el  provechoso pacto con el rival. Las ideas se han vuelto de cera con tal de formar un sebo eficaz para los nuevos fines, ya sea mercantiles a secas o mercantiles con recreo. La fusión de una u otra opinión distintas, sostenidas aisladamente por verdaderas por sus adeptos se mezclan  en el lazo, obviamente impuro, del consenso y  su guisado, donde ambas desaparecen.

La idea fija, la fe de hierro, la obra maestra han dejado de ser elementos convenientes para vivir con cierta serenidad en nuestro tiempo. Más bien, en busca de un sosiego inteligente, se trataría de adoptar una actitud abierta, flexible, elástica, cerúlea para que el sujeto y su objeto se relacionen de la forma más pacífica. Y saludable. Ni la paternidad, ni la divinidad, ni la historia, ni el trabajo, ni la originalidad creativa,  las clases sociales, los curas, el progreso o el Estado pertenecen a la lista de asideros que, dentro de unos límites, parecían protegidos del  delirios y la fuerte epidemia del  azar.

 Más que calificar  lo voluble de  deshonroso, la veleidad ha alcanzado un rango especialmente apreciable en la tarea de  entender el discurrir de la época. Y esto, además, podría  resumirse en el hecho supremo de la hipervelocidad porque como  consecuencia de ella, sobrevenida en la reciente evolución del mundo, lo esencial es demasiado pesado para circular deprisa  mientras lo circunstancial es el convoy  más apropiado para  deslizarse sobre las incidencias volátiles.

Pero no sólo incidencias menores, aunque sean volátiles, sino incidencias y accidentes grandes de carácter terrorista (bélicas o económicas) que alteran súbitamente el sistema y ponen en cuestión la seguridad de su anclaje. Creer hoy en algo estable es perder el tiempo o haberse extraviado como un pánfilo que no ha advertido el cambio de estación. El arte es muy representativo de la veleidad contemporánea porque su valor hace años que no se apoya literalmente en nada que lo corrobore esencialmente. ¿El precio del mercado es su valor? Pero esto ya sería mucho. Sería, al menos, un valor comercial, contabilizable en dinero y descriptible por fuerzas reales de oferta y demanda. Sin embargo nada es ya así, artísticamente hablando. La  inestabilidad forma el núcleo de la cotización y  la hace deliberadamente sospechosa, esa cotización se excita del caos que deniega incluso el valor mercantil de la obra, supuestamente de arte. Supuestamente y no ciertamente puesto que sería inadmisible e inconsecuente que el aprecio hallara la posibilidad de algún apoyo real. Por antonomasia la obra debe poseer una naturaleza indefinible, insostenible, especulativa, propicia para eludir cualquier fijación.

Las monedas suben y bajan, los valores financieros  se agrandan o se arruinan en una espiral de incertidumbres, desconfianzas, audacias, trampas, delitos y miedos globales. Y no estos factores considerados como efectivos negativos ni  como fenómenos que adulteran el mundo del mercado sino como factores -ni positivos ni negativos- que configuran el universo de la actualidad.

De este desorden se generan escombros, pedazos de caos pero, sobre todo, se gesta un sistema que fabrica con dureza, gran intensidad y terrible velocidad verdugos y víctimas. Y víctimas -humanas o no- que no deben considerarse tampoco ahora como excrecencias o desechos del sistema sino como materia prima para el reciclaje del mismo sistema, combustibles para la siguiente jugada posible en la ausencia de orden, ausencia de postes, mojones, balizas o árbitros que tracen, aún superficialmente, el camino para seguir vivos sobre la insoluble ciénaga de la mentira y la verdad.

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25 de octubre de 2010
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Sexo explícito

 

 

El dramaturgo Marivaux decía que el estilo tiene sexo y que él era capaz de reconocer a una mujer sólo con leer una frase. Y un hombre tan agudo nunca notó que Las memorias del conde de Commninges, El sitio de Calais y Las desgracias del amor, tres novelas de grandísimo éxito atribuidas a los señores Argental y Pont de Veyle, ambos mediocres actores y fatuos hasta el ridículo, eran obra de su tía, la marquesa de Tencin, cuyos juicios y forma de escribir el señor Marivaux se preciaba de conocer “a la perfección”. Nadie sospechó la verdadera autoría de esos libros; ni el experto conocedor del sexo de las frases, ni el resto de los literatos que fueron víctimas de la acerada crítica de la marquesa. Si hubieran sabido quién las escribió, se habrían apresurado a encontrar las novelas pésimas y típicas de dama pedante.

La marquesa de Tencin era implacable y llegó a hacer una crítica displicente del suicidio de su amante, el señor de Fresnaye, que se voló la sesera en plena tertulia de su salón. Se limitó a comentar: “¡Este hombre, siempre tan pesado!”

De las piezas teatrales del señor Marivaux, la marquesa de Tencin decía que todas tenían “enredo de punto bobo”, porque las damas y los caballeros siempre se enamoraban de quien debían, según su rango y situación, y, desde la lectura de la relación de personajes, eran previsibles las bodas finales. 

El señor Marivaux se hubiera ofendido terriblemente. Él consideraba que disfrazar de criada a la dama protagonista, avisando con antelación al público y a todos los personajes, salvo al galán, también disfrazado de criado, y hacer que se enamorasen de esa guisa para casarse al final, era el colmo del ingenio y la sutileza analítica, algo inalcanzable para las escritoras.

En aquellos tiempos de los pelucones, también el señor Giacomo Casanova gozó de gran reputación como conocedor de las mujeres. Toda la Europa culta y galante aguardó su veredicto cuando se supo que había cenado con el caballero d’Eon, en casa del conde de Guerchy, embajador de Francia en Londres.

El caballero d’Eon era entonces el agente secreto más conocido del mundo. Se aseguraba que era una mujer, aunque también se sostenía lo contrario. Hacía veinte años que en Londres se cruzaban apuestas. El señor Casanova decretó que: “Pese a su aire ministerial y sus modales masculinos, no necesité ni un cuarto de hora para reconocer que era una mujer sin lugar a dudas: su voz no es como la de los castrati, ni sus redondeces pueden ser de un hombre. La ausencia de barba no la tuve en cuenta: puede ser un defecto accidental en un hombre tan bien constituido como cualquiera en cuanto a lo demás”.

Por entonces, el caballero d’Eon confesaba ser una mujer que se había vestido ocasionalmente de hombre. Como buen diplomático, el caballero d’Eon mentía una vez más: era un hombre que fingía ser una mujer que admitía haber hecho de hombre, y se veía obligado a hacer de mujer porque ya no se le permitía volver a ser hombre.

En sus últimos días, con todo su gran talento, el caballero d’Eon cayó en la miseria. No podía volver a Francia, mientras toda Inglaterra se burlaba cruelmente de él. Arrastraba su vejez lamentable en Londres, reducido a sus actuaciones de saltimbanqui espadachín. Siempre había alguien dispuesto a pagar por ver a una anciana batirse con el sable mientras algunos intentan levantarle las faldas. Entonces vivía con una rusa; unos decían que eran hermanas, y otros, madre e hija. 

La marquesa de Pompadour fue decisiva en su vida. Sin su intervención, el caballero d’Eon hubiera sido un personaje gris. De joven, él deseaba, por encima de todas las cosas, adelantarse en el escenario. Lo consiguió, y luego no pudo sustraerse a la atención del público. Eso se convirtió en un terrible castigo que no le abandonó ni en la muerte: se habían cruzado importantes apuestas pagaderas el día en que se pudiera inspeccionar legalmente su cadáver. 

El caballero d'Eon publicó libros, pero los conocedores del sexo de las frases tampoco se ponían de acuerdo sobre si era hombre o mujer. Hizo la guerra como capitán de dragones, estuvo en la cárcel, en el hospital, y en las cortes de Francia, Rusia e Inglaterra, casi cuarenta años como hombre, y otros tantos como mujer. 

En Francia se le prohibió vestir de hombre; en Inglaterra, vestía de mujer por su voluntad. El señor Adair, ministro británico de interiorismo y decoración, hizo que le siguieran mientras se paseaba por el parque, y todos sus espías coincidieron en que, llegado el caso, se acuclillaba como lo haría una mujer. El caballero d’Eon seguía cultivando su vieja pasión de engañar al público y llevaba sus precauciones al último extremo para hacer creer que era una dama. Los informes hechos al respecto contribuían al aumento de las apuestas que las compañías de seguros ya negociaban en Bolsa.

Su padre fue abogado, y su madre, la única heredera de la condesa de Chavanson, dama célebre por sus chifladuras. Por una excéntrica disposición testamentaria de la condesa, la madre del caballero d’Eon heredaría una cuantiosa fortuna si tenía un hijo capaz de recitar de memoria los poemas de Joachim du Bellay. El juez de la proeza debía ser el párroco de Tonnerre. Si el niño  recitador no conseguía superar la prueba, la herencia pasaría a su hermano de sexo opuesto, y si no había tal hermano o hermana, la beneficiaria sería la parroquia.

Cuando era bebé de cristianar, al caballero d'Eon le impusieron los nombres de Charles Geneviève Louis Auguste André Thimothée, masculinos y femeninos a discreción, y luego su madre lo vistió como una niña hasta los siete años. Era un astuto plan para heredarse a sí mismo, en caso de no superar la prueba memoriosa. Charles Geneviève d’Eon recitó los poemas impecablemente, una vez como niño y otra, como niña; el párroco de Tonnerre creyó que eran dos personitas diferentes y firmó ante notario su aprobación. Pero la esperada herencia de la condesa resultó ser un fiasco consistente en deudas tan antiguas como el propio Joachim du Bellay.

La siguiente apuesta importante en la vida del caballero d’Eon consistió en hacerse pasar por una dama, durante toda una velada, ante la marquesa de Pompadour. Lo hizo a la perfección, nadie tuvo la mínima duda, y, cuando aquella simpática dama que se hacía llamar señora de Beaumont descubrió a las señoras presentes que en realidad era el censor real Charles d’Eon, todas rieron a gusto. 

–¿No se reiría la zarina igual que nosotras? ¿Por qué no enviarlo a Rusia? —se preguntaron las traviesas amigas de la Pompadour. 

El propio caballero d’Eon, allá mismo, tal y como estaba vestido y empolvado de señora Beaumont, aseguró con firmeza varonil que para él sería un honor servir a Francia en tan atrevida empresa.

Así comenzó la buena fortuna del caballero d’Eon. La zarina Elisabeta Petrovna había pactado con Inglaterra y se negaba a tener relación con Francia, que entonces arbitraba Europa, gracias al entendimiento entre la emperatriz Maria Teresa de Austria y la marquesa de Pompadour. Fueron ellas dos quienes acordaron, contra el parecer de cancilleres y ministros ineptos, una alianza contra Federico de Prusia y lo forzaron a respetar las fronteras. El rey prusiano concibió tal odio contra la Pompadour que puso su nombre a uno de sus perros.

Aquella misma velada que actuó ante las damas del entorno de la Pompadour, el caballero d’Eon ingresó en el servicio secreto y recibió instrucciones para su primera misión. Llegó a San Petersburgo como “señorita Lia de Beaumont, dama audaz en viaje de estudios”. Y tuvo un éxito asombroso. Consiguió entrevistarse con la zarina y la convenció para que cambiase las alianzas de política exterior. Además fue nombrada lectora privada de Elisabeta Petrovna y, según los maliciosos, se convirtió en la Pompadour de Rusia.

Para asegurarse de que las confidencias de la zarina y la correspondencia oficial con Francia eran fiables, el caballero d’Eon hacía de señorita Lia Beaumont ante la zarina y la corte rusa; y de Charles Beaumont, tío carnal de la misma señorita, en la embajada francesa. 

Además, le hacía saber su doble juego a la zarina, como prueba suprema de complicidad. Pero le aseguraba que su papel de hombre era el impostado, por necesidad de su labor diplomática. Aumentaba las dificultades del engaño hasta extremos increíbles, por puro placer. Tenía gran inteligencia y excelentes dotes de interpretación. Además, estaba ayudado por la naturaleza que le dio un cutis envidiable, baja estatura, voz atiplada y complexión redondeada.

Después de su éxito en Rusia, el rey Luis XV temía que revelase lo mucho que sabía sobre sus manejos en política exterior y, para anularlo, le prohibió vestir de hombre si quería vivir en Francia. El caballero dEon, después de haber hecho de mujer durante media vida, encontraba insoportable tener que serlo por orden gubernamental, y se estableció en Londres, donde daba exhibiciones de espadachín vestido de señora. Un día, la hoja rota del sable de un contrincante le perforó el costado y se vio reducido a pasar dos años en cama, sumido en la miseria, malvendiendo sus cosas de valor, para que la casera que lo cuidaba mantuviera su secreto: ser un hombre travestido, que fingía con gran éxito ser una mujer, que admitía haber hecho de hombre. Era su medio de vida y su condena, mientras una multitud de apostantes de toda Europa aguardaban la autopsia londinense que finalmente lo peritó como un hombre corriente en todos sus extremos.

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25 de octubre de 2010
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De la miel a la hiel

Llevaba una gorra encasquetada hasta las orejas, pero aún así reconocí en su rostro los rasgos del otrora vicepresidente. Carlos Lage pasó frente a mí en la intersección de las calles Infanta y Manglar, con ese andar típico del defenestrado, con esa cadencia que tiene el caído cuando ha perdido la esperanza de que lo reivindiquen. Sentí pena por él, no por verlo caminar bajo el sol cuando hasta hace poco tenía chofer, sino porque todos lo miraban con un silencio castigador, con un mohín de desquite. Una mujer pasó por mi lado y la oí decir: ?El pobre, mira que tuvo que poner la cara para que al final le hicieran esto?. Un año y medio después del despido de Carlos Lage y Felipe Pérez Roque todavía no se aclara la razón que condujo a su final político. En un gesto de inusitada discreción, el video que se les proyectó a los militantes del Partido Comunista ?explicando los motivos del truene? nunca se filtró hacia las redes alternativas de información. Tampoco nos convencieron aquellas fotos en que aparecían ambos en una fiesta, tomando cerveza y sonriendo, pues si esa fuera la causa para perder el cargo no quedaría un solo ministro en su puesto y la silla presidencial estaría vacía. La frase de que tanto el canciller como el vicepresidente se habían vuelto adictos a ?las mieles del poder?, escrita por Fidel Castro en una de sus reflexiones, más parecía la confesión de quien conoce bien la jalea real de un gobierno sin límites que la explicación del error cometido por otros. De manera que nos hemos quedado sin conocer qué llevó esta vez a que Saturno se comiera a sus hijos, con ese regusto de quien se está devorando la última camada, la generación que pudiera sustituirlo. Sentí compasión por Carlos Lage al verlo con su gorra tapándose el rostro, con su paso apurado para que no lo advirtieran.  Tuve el impulso de llamarlo para decirle que al expulsarlo le habían evitado el escarnio futuro y lo habían convertido en un hombre libre. Pero pasó tan de prisa por mi lado, el asfalto despedía tanto calor y aquella mujer lo miraba con tanta burla, que sólo atiné a cruzar la acera. Dejé al defenestrado con su soledad, aunque créanme que tuve ganas de acercarme y susurrarle que no estuviera triste: al botarlo en realidad lo habían salvado.

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25 de octubre de 2010
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