Iván Thays
RESEÑAS SIN PLUMAS
Por Luis Hernán Castañeda
HUMILLAR Y SER HUMILLADO
El quehacer intelectual de Mirko Lauer, polifacético escritor peruano nacido en Checoslovaquia en 1947, abarca disciplinas y medios diversos: el periodismo, la docencia universitaria, los estudios literarios, las ciencias políticas y la crítica de arte son algunos escenarios de esta labor. En el campo de la creación literaria su perfil ha sido, desde la aparición en 1966 de su primer poemario, el perfil del poeta. Sin embargo, Lauer cuenta con un puñado de interesantes textos narrativos. En 1991 apareció la nouvelle Secretos inútiles, inaugurando una trilogía que prosiguió, catorce años después, con Orbitas.Tertulias, galardonada con el Premio Juan Rulfo en el 2006, y se cerró en el 2010 con Tapen la tumba. A pesar de la calidad literaria de estas obras breves, varios factores han concurrido para que la recepción del público y la respuesta de la crítica hayan sido, hasta el momento, minoritaria y parca respectivamente. No son los menos desdeñables de ellos el alto nivel de exigencia que los textos imponen al lector, así como su deliberada vocación discreta y excéntrica. Por deseo expreso del autor, la suerte de ambos libros ha discurrido por los márgenes del circuito editorial comercial.
Secretos inútiles, Orbitas.Tertulias y Tapen la tumba conforman un proyecto literario de gran coherencia interna. Los tres textos participan de un mismo universo ficcional, habitado por personajes que aparecen y reaparecen en constante gravitación alrededor del puerto y balneario peruano de Cerro Azul. Esta localidad sureña aparece dotada de un espesor histórico que abarca la totalidad del siglo XX, y que incluso alberga la memoria de un pasado precolombino. En este espacio denso, al que todos los miembros del elenco ficcional están inextricablemente vinculados, se dramatiza una compleja exploración de los significados del origen y de las modalidades del arraigo. En Secretos inútiles, la exploración asume la clave del espectáculo; la novela investiga el sentido de la peruanidad a finales del siglo pasado.
Secretos inútiles se presenta como la transcripción de una larga conversación nocturna que mantienen, en la ciudad de San Francisco, dos personajes: Mirko Lauer, un periodista y crítico literario; y Clayton Archimbaud, un anciano magnate anglo-peruano radicado en California, heredero de una familia de propietarios, que fue dueña de grandes extensiones de tierra agrícola en el valle de Cañete durante las primeras tres décadas del siglo XX. Como informa Lauer en Orbitas.Tertulias, este diálogo ocurre en 1988. Lauer, irónico y agudo narrador de la historia, está interesado en la vida y obra de la escritora Miranda Archimbaud, sobre la cual está realizando una investigación académica. Clayton es primo de Miranda, pero también ha sido su amante: existe entre ellos una relación turbia y compleja. Inicialmente, Lauer decide entrevistar a Clayton para obtener información biográfica que ilumine la pesquisa crítica. Pese a la formalidad de la situación, Lauer nunca deja de desconfiar de su informante -que le provoca desagrado y fascinación simultáneos-, pues los datos que este podría brindarle amenazan con insertarse en la esfera del chisme y la revelación escabrosa. En efecto, a medida que va avanzando la noche, la entrevista va derivando hacia la confidencia personal, exasperada por el alcohol. La dicción íntima, confesional y procaz de Archimbaud señala un deslizamiento hacia un modelo discursivo que no es el académico, un registro popular en el cual la curiosidad malsana alimenta el deseo de infiltrarse en la vida privada de los personajes públicos -de las ?estrellas?, podríamos decir-, para destapar sus secretos perversos. No cabe duda de que estamos en el universo de la prensa sensacionalista: ?Usted ha venido hasta aquí buscando datos fuertes, revelaciones impúdicas, confesiones malditas, primicias, verdades y mentiras?, le dice Clayton a Lauer. Esta forma de voyeurismo pertenece al periodismo de espectáculo y, específicamente, al subgénero de la confesión. Por ser Clayton el descendiente de una familia adinerada, lo que algunos llamarían un ?gran señor?, su confesión remite a las páginas sociales, y, cuando se descubre su condición de asesino, también a la crónica roja. Progresivamente, Lauer se va dejando arrastrar por el morbo. Afirma el mismo narrador: ?Por eso decidí escribir sobre el gringo mismo que era, como ya dije, flor de borracho malediciente y tenía su propia historia, llena de interesantes y descaradas mentiras que contar?.
Así, el foco de interés inicial -la vida de Miranda Archimbaud- se ve desplazado por los recuerdos del propio Clayton, quien utiliza la entrevista como una excusa para prorrumpir en insultos, maldiciones y groserías, pero también para reconstruir el mundo de su infancia y pubertad en Cerro Azul en la década de 1920. A esta reconstrucción de la propia biografía subyace un motivo recurrente: Clayton es un hijo de ingleses nacido en el Perú, y su relación con la peruanidad no es asunto casual y superficial, sino más bien complejo y turbulento. A pesar de haberle manifestado a Lauer que ?todo el tema de lo peruano le era indiferente?, el crítico queda intrigado por la devoción que Archimbaud profesa por Cerro Azul, sentimiento que supera en intensidad y en extrañeza las formas convencionales de la nostalgia. Es evidente que no estamos frente a un extranjero cuya relación con el país que lo acogió haya sido epidérmica y azarosa; antes bien, nos encontramos frente un hombre que fue marcado traumáticamente, en los primeros años de su vida, por cierta experiencia particular de lo peruano. A pesar también de los intentos frustrados de sus padres por reproducir un estilo de vida británico en la casa familiar, impermeable a toda influencia del medio, Clayton establece conexiones duraderas con los moradores de Cerro Azul. Su relato explora una forma de relacionarse con el entorno social y de existir en la comunidad nacional que se despliega entre las coordenadas trazadas por el crimen, el erotismo y el espectáculo.
El vínculo más duradero que Clayton establecerá en Cerro Azul -más allá del que tendrá, durante toda su vida, con Miranda- no se dará con personajes peruanos. Se dará con los trabajadores chinos traídos a las haciendas de su padre en calidad de peones. Entre ellos, el personaje más destacable es Jack Wu, mayordomo, con quien los primos establecen una amistad íntima y clandestina, que empieza en la infancia y termina en la adolescencia. Con Jack Wu, la pareja de primos se recluye en una covacha donde, lejos de la autoridad paterna, se dedican a escuchar los intrincados relatos del mayordomo, cuyos argumentos son reformulaciones de novelas chinas clásicas. A medida que transcurren los años, y conforme los chicos van adentrándose en la adolescencia, el vínculo con Jack Wu incorpora un nuevo componente: el erótico. Es entonces cuando acontece un siniestro hecho de sangre. Existen versiones contrapuestas de lo ocurrido: la primera de ellas es que Jack Wu seduce a Miranda, lo cual despierta los celos de Clayton; de acuerdo con la segunda versión, son Clayton y Jack Wu los que se involucran eróticamente, generando la ira y el rencor de Miranda. Lo cierto es que se conforma un trío amoroso, en el cual uno de los integrantes se ve despreciado. Este móvil pasional empuja al excluido, cuya identidad el lector ignora, a perpetrar una venganza indirecta: le revela, al padre, la existencia de la relación prohibida entre amo y criado. El terrateniente, aprovechándose del poder casi absoluto que su posición social le confiere sobre sus sirvientes, manda ejecutar a Jack Wu. En la escena más memorable de la nouvelle, Clayton y Mirando se lanzan en una excursión nocturna a través del desierto bañado por la luna, hasta descubrir el cadáver de Jack Wu en un arenal, convertido en un banquete para los gallinazos.
Este evento marcará para siempre la vida de Clayton. Pese a que resulta imposible determinar con certeza que haya sido él el culpable indirecto de la muerte de Jack Wu, por soplón y delator, Clayton se comporta como tal, y asume el pago de una deuda vitalicia. Cuando sus padres lo envían a vivir a Lima, el muchacho empieza a incursionar en los fumaderos de opio, ambientes sórdidos donde, inesperadamente, decide ofrecer un espectáculo peculiar: transvestido como una doncella oriental, Clayton danza y actúa, siguiendo los libretos de óperas chinas. El nombre artístico que asume es Mei You Ai, cortesana asiática descrita como ?una de las hadas que baja a la tierra para pagar con lágrimas una deuda de lágrimas?. Despúes de afincarse en San Francisco, adonde emigra forzado por amenazas de su familia, Clayton continúa con la costumbre de disfrazarse para actuar. Su deseo más ferviente, el que orienta su dedicación a la danza, es el de encontrar un público que aprecie su arte; sin embargo, se anima a confesarle a Lauer que jamás logró ganar este añorado aplauso. En San Francisco, se ve obligado a pagar con su propio dinero para presentarse en un teatro de variedades del barrio chino, el Doble Dragón, como un espectáculo cómico-grotesco que es recibido con burlas, insultos y rechiflas. Confiesa Archimbaud que, con el paso de los años, empezó a comprender que el rechazo y el desprecio le provocaban una íntima satisfacción:
?Cuando comencé, en el barrio chino de Lima, yo estaba estúpidamente convencido de que era el aplauso del público lo que perseguía, y eso me produjo innumerables frustraciones. Aquí en San Francisco descubrí que lo que yo buscaba realmente de ese público era la incomprensión, la distancia, la burla. ¿Se le ocurre una relación más distante, más cruel, que la del humor involuntario? Comencé aprendiendo a identificar el desprecio sin malicia que había detrás de las carcajadas del público, y de allí pasé a reconocer que mi personaje comenzaba su vida allí donde terminaba mi amor propio?.
En determinado punto de la madrugada, cuando está lo suficientemente ebrio, Clayton se disfraza de Mei You Ai para enseñarle a Lauer su danza. Clayton realiza sus confesiones mientras baila y evoluciona, con torpeza, por la sala de su casa, donde monta un espectáculo privado para un perplejo y burlón Lauer. Al describir esta escena, la entonación de Lauer es de un sarcasmo feroz, un desprecio que mezcla la carcajada y la repugnancia. La atmósfera reinante es la de una fiesta esperpéntica. A pesar del clima cómico, resulta innegable que esta performance es una irradiación de un núcleo traumático profundamente alojado en su memoria: la muerte de Jack Wu. El disfraz, el baile y la culpa están ligados en un ritual de expiación, bastante estrambótico, a decir verdad. La persecución de la ignominia y de la sordidez como ideales del arte, se halla reproducida y dramatizada en el vínculo que se establece entre el actor que danza, mientras va contando su historia, y el periodista que, incrédulo, lo contempla y describe. El objetivo de Clayton es exponerse deliberadamente al ridículo, a costa de su amor propio: ser agredido, en un vínculo masoquista, por su espectador. De forma complementaria, también busca sorprender y perturbar a quienes lo observan, es decir, agredir a su auditorio. De esta suerte, la relación entre el actor y el público es representada como un lazo violento, perverso y maldito, que implica agredir y ser agredido, ser humillado y humillar; un lazo que no entraña una conexión empática, un intercambio y una comunicación, puesto que rompe todo sentido de comunidad y abre una brecha insalvable que daña y menoscaba a los participantes.
Ahora bien, resulta difícil no vincular esta descripción con la observación que hace el mismo Archimbaud sobre la naturaleza de la sociedad peruana, a la que define como un conjunto de ?personas mansas e involuntariamente crueles, maltratándose unas a las otras?. Al disfrazarse de doncella oriental para cantar y bailar, Archimbaud produce, a través del discurso y del espectáculo, una imagen poderosa y visceral sobre una particular experiencia traumática de la peruanidad, definida por la violencia y la humillación. A pesar de que el personaje afirma sentir indiferencia por el Perú, lo cierto es que experimenta un frío desprecio que entraña una atracción perversa por lo bajo y lo degradado. Reveladoramente, existe una afinidad perturbadora entre la muerte del sirviente Jack Wu, que fue decretada ç por el padre de Clayton, y la historia de Mei You Ai, heroína esclavizada por su señor. Podría decirse que, cuando se disfraza de Mei You Ai, Clayton asume, ritualmente, la posición humillada de su viejo amante, al mismo tiempo que dramatiza su propia pertenencia a una colectividad fracturada, sacudida por un humor perverso y destructivo. El estilo de filiación y afiliación de esta colectividad puede ser representado como una cadena de abusos y vejaciones, perpetrados sin cesar y sin sentido, contra el otro y contra uno mismo.
En virtud de lo dicho hasta aquí, la obra de Lauer se inserta, excéntricamente, en la gran tradición narrativa peruana, en la cual la humillación suele aparecer representada como una forma de socialización: basta pensar en el cuento Paco Yunque de César Vallejo, un ejemplo fundacional, pero también en Los ríos profundos de José María Arguedas, El mundo es ancho y ajeno de Ciro Alegría y La violencia del tiempo de Miguel Gutiérrez. El tratamiento de la humillación es peculiar en Lauer, ya que en los textos citados la posición del humillado está ocupada por un personaje popular, sea indio o mestizo. También para Archimbaud, hijo de un terrateniente, experimentar el arraigo es una forma de hacer el ridículo. Lo que este corpus parece sugerir es que para ser peruano, en cualquier clase social, el requisito básico es vejar, y ser vejado.
En mi opinión, el valor de Secretos inútiles reside, precisamente, en la postulación imaginaria de un vínculo entre el individuo y la colectividad, que, como vimos, consiste en la humillación cómica modulada en clave espectacular. En la articulación de lo privado y lo público que nos presenta Secretos inútiles, la condición de ?evento?, marcada por la fugacidad y la singularidad, tiñe por completo la asociación que se establece entre compatriotas. Dicho de otro modo, antes que producir un sistema eslabonado y coherente de relaciones sociales, lo que la novela recrea es un conjunto destrabado y desarticulado de eventos singulares, que se configuran a través de un lenguaje quebrado. Antes que un orden de nexos y ligaduras, lo que vemos es una intensificación radical de la descomposición y la fragmentación como únicos modos de pensar lo colectivo. Esto ocurre porque la singularidad del evento impide traducir la calidad única, la textura específica de cada experiencia, al lenguaje terso y coherente de las abstracciones alegóricas. Vale decir que el significado del vínculo entre sujeto y colectividad se consume en cada representación, en cada escena concreta y plástica. Consecuentemente, el rito espectacular del vejamen, el cual, dentro de una alegoría nacional, vendría a suministrar el plano literal, satura la semántica del texto y niega la posibilidad misma de albergar un plano figurado. En el universo ficcional de Lauer, la alegoría se ha tornado inimaginable por efecto de dos fenómenos conjuntos: la hipertrofia, por diseminación, del plano literal, y la consiguiente cancelación del plano figurado.
Existe una escena de Órbitas.Tertulias que cifra la reflexión sobre la peruanidad presente en la primera novela corta del Ciclo de Cerro Azul. En Órbitas, descubrimos que Clayton Archimbaud tiene la costumbre de comprar objetos relacionados con el Perú y de archivarlos en el ?rincón peruano? de su residencia en San Francisco: ?antiguos mates burilados ayacuchanos, un retablo, un huaco nazca, un rey mago montado sobre un elefante, en piedra de Huamanga?. Más que una colección de souvenirs, se trata de una acumulación desordenada, con la cual Clayton no mantiene esa relación íntima y vital que es propia del coleccionista genuino: sus objetos no constituyen un patrimonio, son fragmentos vacíos y degradados de una coherencia ausente. Dentro de esta acumulación de objetos olvidados y polvorientos, ninguna pieza particular encaja ni tiene lugar, ninguna se integra a una armonía declaradamente imposible; tampoco existe una pieza central, un objeto valioso que pueda singularizarse como la clave para descifrar el conjunto. Sin embargo, tal vez sea posible identificar, en esta colección de vestigios, residuos y despojos, el síntoma revelador de la mirada que congregó estos fragmentos sin concierto. Finalmente, se trata de la misma mirada sarcástica que fragua espectáculos perversos en Secretos inútiles. En un momento de lucidez, Alejandro Chumpitaz, personaje que se gana la vida como curandero y como traficante de cerámicas precolombinas, explica el carácter sintomático de esta mirada especial. En un español peruano muy particular, que metaboliza ecos de la sintaxis quechua, Alejandro Chumpitaz afirma, refiriéndose a Lauer, y también por extensión a todos sus compatriotas: ?La migrantez está en su mirada, que se detiene más de lo que se usa, una mirada que siempre está extrañando, aunque no lo sepa, siempre está pidiendo lugar?.