Sergio Ramírez
A veces resulta atractivo pasear a pie por las calles de una gran ciudad muerta, los teatros y librerías de la calle Corrientes cerrados a cal y canto. Pero al anochecer era ya visible como aquel sopor silencioso comenzaba a ser roto por las parvadas de gente que salían de las bocas del tren subterráneo para dirigirse a la Plaza de Mayo donde la multitud velaría en espera del cadáver que sería expuesto en la Casa Rosada a partir del día siguiente, un duelo multitudinario, pues más de 70 mil personas llegaron a desfilar frente al féretro, y a la vez un duelo cerrado, presidido por la presidenta vestida de riguroso luto, la mano siempre sobre la tapa del ataúd como quien busca en el contacto de las yemas de los dedos con la madera las últimas energías.
Kirchner fue velado en la Casa Rosada porque así ella retenía el control absoluto del ceremonial, y podía decidir a quién dejaba acercarse y a quién no, el primero de los rechazados el vicepresidente Julio Cobos, que encabeza la lista de los traidores sin perdón desde que en 2008 decidió con su voto en el Congreso la muerte de una crucial Ley Agraria propuesta por la presidenta.
Esta evidencia de exclusiones me llevó a indagar sobre la naturaleza del duelo, sobre quiénes eran aquellos que llenaban la Plaza de Mayo y hacían colas para dar su adiós al ex presidente. ¿Se trataba exclusivamente de peronistas, y dentro del peronismo dividido en facciones, un duelo nada más de los partidarios del matrimonio Kirchner? Oí opiniones diversas. Para unos, era la maquinaria de movilización de masas manejada por los sindicatos peronistas, aliados del matrimonio, y para otros, una manifestación espontánea de cariño para un presidente que durante su mandato logró dar estabilidad social y económica al país tras un largo período de anarquía, forzó la sustitución de los magistrados de una Corte Suprema de Justicia corrupta, herencia del presidente Saúl Menem, y sentó de verdad en el banquillo de los acusados a los militares genocidas.