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Los infinitos

 

Desde hace bastantes años cunde la certeza de que el espíritu de la narrativa ha buscado refugio en la islas británicas, sintiendo especial predilección por Irlanda. Y John Banville es uno de los nombres fijos a la hora de enumerar ejemplos en los que sustentar  tal aserto.  O una prueba irrefutable de que, digan lo que digan los agoreros, la novela no sólo no está muerta sino que goza de una admirable vitalidad. Al menos en aquella islas. Desde 1970, y con una elegante intermitencia, Banville ha publicado novelas como Eclipse o Imposturas que bastarían para asegurarle un puesto fijo en la lista de los elegidos.

Ahora se descuelga con Los infinitos, una novela publicada en Inglaterra en 2009 y acogida con un entusiasmo no exento de perplejidad porque, para decirlo de golpe, el arranque de la narración es tan lento y titubeante que incluso  sus  más fieles seguidores  tienen tiempo de preguntarse si, en esta ocasión,  el maestro no se habrá columpiado. De entrada, y según se van acumulando las páginas, da la sensación de que se trata de un problema de verosimilitud, como si el propio  Banville no estuviera seguro de que el lector medio vaya a aceptar que la voz narradora es la de un dios, y más concretamente la del viejo Psicopompos, el encargado de acompañar las almas de los mortales hasta el inframundo de Plutón. Por fortuna las cosas empiezan a aclararse cuando queda claro que la presencia del nefando mensajero de los dioses en casa de la familia Godley queda plenamente justificada por el hecho de que el viejo Adam, el patriarca, el insigne matemático  inventor de la teoría del infinito de infinitos, está agonizando y el desenlace se adivina inminente.

Con ello, a la inverosimilitud inicial (¿resulta creíble un relato contemporáneo narrado por Hermes, hijo de Zeus ?) viene a sumarse la sospecha de que a Banville le abruma la perspectiva de tener por delante una novela entera  cuyo protagonista es un enfermo terminal que por insistencia de su mujer ha sido trasladado a la residencia campestre de la familia para que acabe su vida en paz y rodeado de los suyos. Los cuales, dicho sea de paso, no son la clase de personas con las que uno saldría de marcha. Por ejemplo.

Y bien. Contra todo pronóstico, lo que resta al terminar la novela es una intensa,  desbordante, irrefrenable,  gozosa (y por ende también dolorosa ) sensación de sensualidad. Y la dificultad del empeño es  tanto más notable si se tiene en cuenta que, en lo relativo al gozo de los sentidos, el personaje más prometedor, ese  viejo e irredento sátiro llamado Adam Godley, está sumido, por utilizar  una metáfora del propio Banville, en una oscuridad en la que sólo resuenan las puertas que se van cerrando una a una. ¿Hasta la llegada del portazo final? El resto del elenco no es muy prometedor, empezando por Úrsula, la jovencita que a los diecinueve años conoció al  ilustre matemático (más viejo que su propio padre) y al cual se entregó tan incondicionalmente que ahora, una vez llegado el final de su vida matrimonial, está entregada a la botella y  difícilmente cabe concebir para ella un futuro esperanzador. También están Adam, el primogénito, demasiado aplastado por la figura paterna como para concebir una personalidad independiente; Roddy Wagstaff, el dandy supuestamente comprometido con la hija pequeña los Godley pero cuya secreta ambición es llegar a ser el biógrafo oficial del gran hombre. Y Benny Grace, un tipo calvo, gordo, sudoroso y tan ambiguo que incluso se puede dudar de su existencia. El reparto masculino se completa con el propio Zeus,  asimismo un sátiro tan  incorregible que a estas alturas  todavía anda persiguiendo a bellas mortales con la esperanza de degustar, o al menos sentir el roce, de esa pasión amorosa que  permite degustar  a su vez a los mortales, o al menos sentir, el roce de la inmortalidad. Y de ahí el continuo recurso a la sensualidad por parte de unos y otros, pues  incluso Petra, la desdichada benjamina de la familia, cuando recurre a su vieja costumbre de hacerse cortes en los brazos con una navaja de afeitar (para luego llevarse  los antebrazos al pecho y sentir el calor de su sangre corriendo por la piel desnuda), concibe tales cortes como "besos de acero". Y qué decir de la bella Helen, la esposa del primogénito, una actriz teatral de segunda fila pero lo bastante bella como para hacer perder la cabeza a Zeus, quien con tal de prolongar su desesperado abrazo con la bella ordenará parar el mundo y hará que la de los dedos rosados retrase una hora su aparición cotidiana. O sea: cuesta entrar en el relato, pero la perseverancia recibe  el imprevisible regalo de una exaltación de los sentidos.

 

Los infinitos

John Banville

Anagrama

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22 de febrero de 2011
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Nos darán las gracias, no os preocupéis

Sí, agradecerán nuestra inhibición. Rendirán homenajes a nuestro ombliguismo. Cantarán loas a nuestros conservadores y a nuestros populistas, que no les quieren en la Unión Europea, ni como ciudadanos en busca de trabajo ni como miembros de pleno derecho. Exaltarán a nuestros socialdemócratas, que se han codeado con sus opresores en la Internacional Socialista. Levantarán altares al atrevimiento y a la impostura de nuestros más radicales izquierdistas, por su capacidad para disfrazar a los dictadores de liberadores. Echarán flores al Papa y a sus cardenales y obispos, por la arrogancia de su supremacismo cristiano. Glosarán la miseria moral de todos nosotros, nuestros empresarios y nuestros diplomáticos, nuestros dirigentes políticos y sindicales, porque preferimos la intimidad de los tiranos a la proximidad con los ciudadanos por razones muy respetables: suministros energéticos, comercio de armas, vigilancia a la inmigración y al terrorismo. También tendrán un detalle para el silencio glacial de nuestra opinión pública, nuestros artistas y cineastas, intelectuales y periodistas, ocupados en asuntos domésticos más jugosos y sustanciales. Cantarán finalmente nuestra debilidad y nuestra ceguera, la frialdad de nuestros corazones, la ineptitud y la corrupción de nuestros dirigentes políticos.

Cuanto mayor es nuestra debilidad moral, mayor es la fortaleza de los revolucionarios. Cuanto más tiempo Berlusconi, Alliot Marie, y otros dignos gobernantes europeos que han intimado con esos dirigentes mafiosos y corruptos, sigan con responsabilidades de gobierno más se abrirá esa nueva fosa mediterránea, la que hay entre la inmoralidad de los amigos de Ben Ali, Mubarak y Gaddafi, y la moralidad de los otros, los ciudadanos que se han rebelado contra sus dictaduras. Los primeros, nuestros honorables representantes, han sido sus amigos, sus socios y sus hermanos con los que han compartido intereses y negocios; los segundos, son los que durante décadas han sufrido los efectos de su crueldad y su codicia y ahora han derrocado a dos de ellos, y van a por el tercero. Pero el mayor mérito de nuestros vecinos del sur, estos hombres y mujeres que arriesgan sus vidas por su libertad como no se había visto desde hacía mucho tiempo, es que combaten sin ayuda de nadie, sobre todo de Europa. Incluso con todas las reticencias y reservas de quienes debiéramos ayudarles porque nos hemos llenado la boca con las palabras solemnes por las que ellos caen abatidos bajo las balas. Están recuperando la soberanía, la independencia y la libertad. Ellos solos. En realidad, esto es lo que más les irrita a algunos: que caigan tiranos y no sea por decisión del Estado Mayor de Occidente, el que había decidido hasta ahora mantenerlos en el poder en nombre de la estabilidad, el suministro y los sacrosantos intereses europeos y estadounidenses. Lo más grave de la posición europea es que es la expresión de una decadencia que a estas alturas parece ya irremediable. En vez de acoger el despertar democrático de los árabes con alegría y esperanza, aquí estamos los europeos taciturnos y preocupados. Que si llegarán más inmigrantes. Que si no podemos acoger a todos los que llegan. Que si el suministro de energía. Que si los fundamentalistas islámicos. Excusas todas de mal pagador para ocultar nuestros intereses y nuestra incapacidad política y lo que es peor, nuestra ceguera voluntaria. Nuestros temores y creencias no cuentan para nada en este envite. Afortunadamente nada podemos hacer en contra. Muchísimo a favor, clamando ante la sordera de nuestros gobiernos y nuestras instituciones, entre otras cosas. Pero lo peor es no hacer nada o esa miserable política declarativa de Bruselas, siempre a verlas venir, incapaz de mover un euro o hacer un gesto enérgico, diplomático o militar ante la matanza. No dudemos que en el futuro nuestras generosas actitudes serán tenidas en cuenta. Si estos estados petroleros y gasísticos consiguen algún día hacerse con unos gobiernos dignos y serios, que cuenten con el consenso mínimo de sus ciudadanos, veremos cómo tratan a los europeos que en estas horas difíciles les estamos dejando en la estacada después de haberles mantenido durante décadas en la estacada. Nos darán entonces las gracias, en efecto, por darles la oportunidad de emanciparse solos, sin ayuda de nadie, pero no dudemos que nos pasarán las facturas. No es pues el egoísmo tan solo lo que paraliza a Europa ante la revolución democrática árabe, es un egoísmo con adjetivos, ciego y suicida, propio de un continente fragmentado y declinante que no sabe a donde va ni qué quiere.

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22 de febrero de 2011
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Usos y hábitos norteños

En la cafetería de la Kunsthalle de Hamburgo flota el susurro tenue que es habitual en los establecimientos públicos europeos. También constato con satisfacción esos detalles que expresan el respeto de los directivos hacia sus clientes, como que en cada mesa haya rosas frescas del día. En mi país esto sería considerado una cursilería, pero aquí es una deferencia.

Los europeos suelen ser respetuosos. Por ejemplo, en las discusiones se ceden la palabra y no se atropellan a gritos los unos a los otros como en las tertulias televisivas españolas, incluidas las más presuntuosas. Aunque no les interese en absoluto lo que dice su colega o lo consideren una insoportable idiotez, esperan a que acabe de hablar. También es cierto que allí nadie monopoliza la palabra.

Estas señales de respeto hacia el prójimo esconden un respeto más profundo e interesante: el que sienten hacia ellos mismos. Precisamente porque se respetan a sí mismos pueden respetar a los demás. La prepotencia y el avasallamiento se dan cuando una escasa confianza en el peso de los argumentos propios genera pánico agresivo. "Como lo que estoy diciendo es una sarta de trivialidades, voy a intentar que el tipo de ahí delante hable lo menos posible y cuando lo haga que no le oiga nadie", concluye el contertulio español.

En la cafetería algunos clientes hojean periódicos y catálogos mientras los comentan en voz baja con sus acompañantes. Susurros y crujir de hojas, música celestial. Hay un muchacho joven, alto y bien parecido que recoge la vajilla usada mesa por mesa y la va amontonando en un carrito. Debe de padecer alguna leve carencia mental, a la que se añade una cojera de resorte que le obliga a avanzar con saltos unigambistas, como un avestruz al que hubieran amputado una pata. Sin embargo, desarrolla una actividad apremiante, imperiosa, pues no sólo retira a toda velocidad los platos y tazas usados, sino también los que están a medio terminar y lo hace con gesto despótico, como un cabecilla de secta. Los desposeídos no mueven un músculo y siguen hojeando impertérritos sus papeles. Quienes, como yo, se han percatado de los arrolladores modos del muchacho, o bien resguardan en el regazo tazas y platos a su paso, o bien se los entregan con aire de vestal sacrificada.

Cuando salgo de la cafetería está vaciando su última cacería en el lavaplatos. Me mira ceñudo, pero en cuanto señalo la montaña de loza con gesto encomiástico, abre una sonrisa luminosa, radiante, y me guiña un ojo. Luego se abisma de nuevo en el orden.

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22 de febrero de 2011
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III. Una foto que se vacía

Ya no aparece en la foto como anfitrión que hubiera sido de la cumbre, el general José Antonio Remón Cantera, dictador de Panamá, porque había muerto asesinado en una conspiración de gánsteres, mientras veía correar a su caballo en un hipódromo. Pero todos los demás piensan que esa foto en la que rodean complacidos a Eisenhower, es la prueba de su eternidad. Creen que han quedado congelados allí para siempre, en la foto, y en sus cargos.

            Sin embargo, la foto comenzará a despoblarse más rápido de lo que cualquiera pudiera imaginarse, y el primero en hacer mutis por el foro es Somoza, balaceado dos meses después en Nicaragua, y quien, cosas del destino, regresará de nuevo a Panamá en un avión enviado diligentemente por Eisenhower, sólo para morir en el hospital Gorgas de la Zona del Canal; pero logra heredar el poder a sus hijos. A los pocos días, el general Magloire huye de Haití entre huelgas y protestas callejeras, para nada bueno sin embargo, pues quien lo sustituirá es no otro que Papa Doc, François Duvalier.

            En mayo de 1957 se derrumba la dictadura de Rojas Pinilla, anunciada por una rechifla que cae como un coro admonitorio sobre su hija Eugenia y su marido en la plaza de toros de Bogotá. Y justo al año de haberse celebrado la cumbre, en julio de 1957, el dictador Castillo Armas es asesinado en Guatemala por un miembro de su guardia personal. Pérez Jiménez saldrá huyendo de Caracas en 1958, en medio del júbilo popular, y al terminar el año de 1959 también saldrá huyendo Batista de La Habana, a buscar refugio en la República Dominicana donde Trujillo, que ya ha recibido también al derrocado general Juan Domingo Perón, dictador de Argentina, sucumbirá también a las balas en 1961.

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22 de febrero de 2011
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10 libros odiados (por los snobs)

snob En una nota de El Mercurio de Chile encuentro una mención al libro Diccionario de literatura para los snobs (editado en el 2007), de Fabrice Gaiginault y publicada en España por Impedimenta. En el artículo de Constanza Rojas se transcribe los 10 libros que deben ser odiados por todo aquel que se considere un snob. Aquí les dejo la lista. ¿Podríamos hacer una con libros latinoamericanos y españoles? Bella del señor (Albert Cohen) El extranjero (Albert Camus) El amante (Marguerite Duras) El Principito (Antoine de Saint Exupery) La condición humana (André Malraux) Las uvas de la ira (John Steinbeck) El viejo y el mar (Ernest Hemingway) La náusea (Jean Paul Sartre) La espuma de los días (Boris Vian) En el camino (Jack Kerouac)

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21 de febrero de 2011
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Recuerdos con niebla

 

Me cuesta, me avergüenza, volver a aquella noche de hace treinta años. No fuimos muy valientes. No ocupamos  las plazas, ni tomamos las calles- quizá todavía creíamos que eran de Fraga y sus policías franquistas-ni salimos en manifestación. Al menos, no la mayoría. Algunos salimos, salieron, después de escuchar que el Rey estaba con la Constitución, con la democracia, dimos vueltas en una noche desangelada, entre la niebla y el frío por los alrededores de un Congreso que estaba secuestrado por unos tipejos uniformados, estertores del peor franquismo, indeseables salvadores de una patria que solo pertenecía a sus retrógrados y mezquinos intereses. España, la mayoría de españoles, estábamos en otra parte, en otro mundo, en otro país, en otro mundo.

Consiguieron, eso sí, que siguiéramos desconfiando de nuestra transición. Todo tan de guante blanco, de reformar sin cambiar, no pedir cuentas, casi pedir perdón por creer que había que mirar de frente a los beneficiados de un injusto régimen.

Franquistas sociológicos que se disfrazaron de demócratas a la española. Una católica y poca sentimental manera de entender el poder y su soberanía. Muchos siguen teniendo poderes, territorios, mando, negocios, medios y enteros a su lado. Finalmente sí somos un país normalizado en su democracia, aunque con una seria carencia en no haber podido mirar las zonas oscuras, y más o menos recientes, de nuestro pasado. Hay muertos sin sepultura y responsables sin vergüenza. Para ya no será imaginable un Congreso, unas calles o una televisión tomada por unos cuantos fantoches más o menos desorganizados.

Ahora podemos aburrirnos con nuestros políticos y los cuarteles son unos recintos en extinción para la formación de ayuda humanitaria. Quizá tengo una tendencia a confundir el deseo y la realidad, pero así me parece el futuro militar.

Me irrita leer todavía sobre aquellos golpistas y sus mentiras. Me molesta poder encontrarles en la calle o en un tren, me gustaría que estuvieran más inmovilizados y, sobre todo, que su espíritu estuviera muerto y enterrado.

Vuelvo a aquella tarde, la misma en que salía de un cine que ya no existe de ver "American gigoló", las misma en que al llegar a casa me enteré entre la irritación y el estupor, que uno pocos pretendían que retrocediéramos muchos años. Una tarde, una noche, en la que estuvimos a punto de escaparnos a Portugal que ya estaba democratizada y desmilitarizada. Una tarde, unas horas, que estuvieron espléndidamente contadas por el libro de Javier Cercas, "Anatomía de un instante". No confundir con la película sobre el 23-F. Nada que ver. Una tarde, una noche, en la que volvimos a demostrar lo capaces que somos para la huida y el disimulo.  

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21 de febrero de 2011
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Europa cobarde, Europa libre

El lado oscuro de Europa lo conocemos bien: durante cinco siglos -hasta el pasado- nuestro continente colonizó y saqueó el resto del mundo. En América los europeos acabaron con poblaciones enteras y civilizaciones imponentes, y en el África de hoy todavía son bien visibles las fronteras del expolio, con ese mapa geométrico trazado en las cancillerías europeas para repartir el botín y que, al no respetar las tradiciones e identidades locales, ha sido después, tras las independencias de esos países, motivo continuo de conflictos sangrientos. Tampoco Asia se libró, por supuesto, de la furia depredadora e imperial europea, que durante mucho tiempo consideró a antiguas civilizaciones del calibre de la china o la india como productos primitivos y exóticos. Con razón, ese lado oscuro ha sido estudiado minuciosamente por los historiadores, porque durante cinco siglos la globalización dirigida por Europa, casi siempre con violencia, preparó el escenario del mundo que ahora contemplamos. Los no europeos nos recuerdan a menudo nuestro lado oscuro, para reprocharnos el pillaje sufrido o simplemente para justificar situaciones actuales, y muchos europeos también nos lo recordamos de tanto en tanto, bien por sinceridad, bien para gozar de una buena conciencia.

Lo que no es nada evidente es que unos y otros nos acordemos, aunque sea levemente, del lado luminoso de Europa. Es posible que los no europeos se muestren insensibles a cualquier indicio de esta luz, sea porque la desconozcan o desprecien, sea porque la "rica" y "tecnológica Europa" interesa por otra cosa, como tierra de migración, y no por sus supuestos valores morales y espirituales (es difícil aceptar la moralidad y la espiritualidad de la cultura que te ha oprimido).

Más extraordinario es que los propios europeos no parezcan ya en condiciones de reconocer, con cierta convicción y consecuencia, el lado luminoso que también alimenta su herencia. Dicho brutalmente: una Europa cobarde y acomodaticia se ve incapaz de defender su patrimonio espiritual, al que sistemáticamente camufla u oculta con el ánimo de preservar privilegios económicos que hagan más llevadero el implacable declive. Como si estuviera vencida de antemano, Europa disimula su mejor legado para conservar, triste y groseramente, prebendas para las que intuye que hay una fecha de caducidad.

Durante muchos años he denunciado -y sigo denunciando- las tropelías históricas de Europa, pero desde hace tiempo encuentro necesario recuperar un sentimiento de autoestima fundamentado en lo que vengo llamando, aquí, el lado luminoso.Curiosamente esta necesidad se me hizo más patente a grandistancia de las fronteras europeas, en Benarés, durante las muy estimulantes conversaciones con el pensador indio Vidya Nivas Mishra acerca de las afinidades y distancias entre las mentalidades europea e india, que culminaron en un libro conjunto.

Aunque soy un gran admirador de la tradición hindú y Mishra -fallecido poco después en un accidente de automóvil- era un hombre en extremo convincente, pronto me di cuenta de que estábamos situados en miradores radicalmente diferentes. Mientras en mis palabras aludía siempre al "yo" -un "yo" bastante desamparado, por cierto, falto de cobertura religiosa o ideológica, al menos en mi caso-, Mishra siempre se refería a "nosotros", pero no a un "nosotros" puramente actual, sino a una entidad colectiva que se remontaba cuatro milenios atrás. (Los mismos, elocuentemente, de existencia de Benarés, junto con Damasco la ciudad más antigua continuamente habitada). Esta circunstancia, pensé entonces, a lo largo de nuestras charlas, otorgaba una imbatible superioridad al punto de vista de Mishra sobre el mío.

Ese hombre, me dije, habla con la enorme seguridad de saberse acompañado por millones de compatriotas cohesionados por el flujo continuo de miles de años, en tanto que yo -¡otra vez el solitario yo!- tenía que presentarme como representante exclusivo de mí mismo y, cuando aludía al pasado, tenía que hablar de un río, el de la civilización europea, constantemente interrumpido por diques y cambios abruptos de cauce. Mi posición en el diálogo era claramente desfavorable pues, frente a la fortaleza de la continuidad que dibujaba mi interlocutor, yo, como europeo, no podía dejar de mencionar nuestros constantes virajes y revoluciones, de la antigüedad clásica al medievo cristiano, del renacimiento a la ilustración y a la modernidad. Europa se había negado y reinventado constantemente de manera revolucionaria hasta el punto que, en nosotros, tradición y revolución se requerían mutuamente y eran, casi, una misma cosa.

En Benarés, tan lejos de Europa, me di cuenta de que este era, precisamente, el rasgo esencial del pensamiento europeo y que, si bien era cierto que a lo largo de la historia habíamos ejercido como invasores y expoliadores implacables, no era menos cierto que habíamos conseguido desarrollar un "instinto" para la crítica y la autocrítica del que carecían, por lo que yo sabía -aunque, desde luego, podía equivocarme- las otras regiones del mundo. En el último día de nuestras conversaciones traté de explicarle esta singularidad europea a Vidya Nivas Mishra aludiendo al destino de Antígona y al hecho de que, en la tragedia de Sófocles, se daba carta de naturaleza a la libertad individual como el motor de la condición humana. Le añadí que, con este presupuesto, era imposible que el pensamiento no fuera el escenario de la crítica y la autocrítica, y que la historia no fuera sino una sucesión de revoluciones, de sacudidas ansiosas de libertad, que obligadamente me dejaban a mí en soledad frente a sus milenios de comunidad espiritual. Pero no estoy seguro de que me comprendiera pese a su permanente sonrisa afable e inteligente.

Y creo, en efecto, que este es nuestro lado luminoso, el haz de libertad que brilla en medio de la oscuridad a la que, con tanto afán sangriento y codicioso, hemos contribuido. Hemos destruido mucho pero, en la estela de Antígona, hemos apostado con frecuencia por la libertad de conciencia, incluso contra la omnipresente "razón de Estado" (confundida, en ocasiones, con la "razón de Dios") en la que encuentran cobijo tantas tradiciones del mundo que nos rodea.

Esta es la gran lección del humanismo europeo, antiguo y moderno, lección que los europeos actuales, sumidos en la molicie mental y refugiados en una concepción gélida y burocrática de Europa, se empeñan en olvidar. La vergonzosa actitud de la comunidad europea ante los recientes acontecimientos en los países del norte de África -todos ellos antiguas colonias europeas- no son sino la lóbrega coronación de un silencio culpable que se repite ante cada hecho que incomoda la seguridad senil y avariciosa de un continente que omite cualquier construcción moral ante la vigilancia de los "mercados". Europa calla ante cualquier atropello de los derechos individuales -proceda este de reyezuelos, como los de Túnez o Uzbekistán, o de emperadores, como en el caso chino-, siempre temerosa de que cualquier gesto le suponga la definitiva retirada de prebendas que -y esto aumenta el miedo- consideran ya medio perdidas bajo la espada de Damocles de la decadencia.

Y este es, sin duda, el camino peor porque, afortunadamente obsoleta su función saqueadora, la única auténtica riqueza de futuro que le queda a Europa es Antígona. Quiero decir: la reivindicación de la libertad individual de conciencia, el derecho a la crítica, la necesidad de la autocrítica. Esta, la razón del individuo, es el bien único, espléndido, que todavía podemos exportar y que aún puede ganarnos un respeto en el mundo. Acobardados y sumisos ante la razón de Estado solo nos queda prepararnos para ser unos obedientes y eficaces esclavos.

El País, 16/02/2011

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20 de febrero de 2011
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La orquesta del Titanic

El crujido de las cuadernas debiera hacernos estremecer. Un mundo entero, el mundo que hemos conocido, se está hundiendo. Dentro de poco no podremos reconocerlo. Es como una segunda réplica del final de la guerra fría, un arreón que se está llevando por delante lo que quedó de todo aquello. Congelados en la historia, los pueblos árabes se habían convertido en la variable fija sobre la que se asentaban todos los otros cambios. Los antiguos países comunistas accedieron a la libertad; terminó el apartheid en Sudáfrica; Europa se encaminó con desigual fortuna a su unificación; emergieron las potencias del futuro bajo el rótulo de los BRIC (Brasil, Rusia, India y China); el islamismo democrático llegó y se asentó en el poder en una Turquía también emergente; y Estados Unidos, país fundado por terratenientes ilustrados y esclavistas, puso al fin a un afroamericano en la Casa Blanca. Y los pueblos árabes, mientras tanto, siguieron petrificados en su régimen de siempre, bajo la bota de unos autócratas casi siempre corruptos y ladrones.

Era la fatalidad, el destino. Maktub. Estaba escrito. Hasta ahora, cuando el choque de placas tectónicas o la colisión con el iceberg, no importa la metáfora, ha resquebrajado el casco de este buque, que es el de nuestro viejo mundo, el del mundo tal como lo hemos conocido. No sabemos cómo será y hay que confiar en que sea mejor e incluso echar una mano para que así sea, en vez de lamentarse por su hundimiento o despotricar contra quienes han permitido que se hundiera. Pero será distinto. Ya no desde Marruecos hasta Bahréin. Aquí mismo, en la Europa que se creía un balneario y se verá ahora obligada a tomar el pulso a la criatura y adaptarse a su ritmo. Costará. Y mucho. Para empezar, enterarse de lo que está ocurriendo. En dos meses han caído dos regímenes. No hay país árabe que no se halle afectado por la llamada a la revuelta, dirigida por los jóvenes y sus habilidades tecnológicas. ¿Hay conciencia ahora mismo en España de lo que supondría una revolución democrática en Marruecos, que pusiera en jaque a la monarquía feudal de Mohamed VI? ¿Tienen nuestro Gobierno y nuestra oposición ideas claras sobre cómo quisiéramos que fuera el Marruecos del futuro? ¿Saben qué papel deben desempeñar Ceuta y Melilla? ¿Estamos preparados para ayudar a su transición hacia una monarquía constitucional y un Estado descentralizado y democrático? Donde más costará enterarse, está visto, es donde menos debiera. Mientras se incuba la revuelta entre nuestros vecinos marroquíes, aquí seguimos con nuestra vieja y aburrida música doméstica, ajena a los crujidos del buque. Ocupados por obligación en la rectificación de nuestras cuentas y medios de vidas, y por devoción a desprestigiar al adversario, somos los músicos del Titanic, dispuestos a seguir con la murga mientras el transatlántico se hunde.

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20 de febrero de 2011
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Agustín Fernández Mallo en "To Be Continued"

Colifato. Ilustración de Pablo C. Revidiego El proyecto To Be Continued sigue viento en popa. Al primer capítulo, escrito por Santiago Roncagliolo, le han seguido tres autores jóvenes, elegidos por un jurado (entre los que me encuentro) sobre varios finalistas de mucho valor. Asimismo, las historias han sido ilustradas también con talento. Ya tenemos cuatro capítulos escritos y el quinto capítulo tendrá un escritor invitado: Agustín Fernández Mallo, que tendrá la complicada labor de darle una vuelta de tuerca a la historia del detective Colifato y el crimen en la cartelera del High School Music. Complicado lo que le toca al narrador español, pero seguro saldrá bien librado del reto (él, que no le teme a los retos y ha publicado una versión del borgiano El Hacedor, ni más ni menos). Si quieren ver los capítulos publicados hasta el momento, o saber cómo participar en el futuro, ilustrando o escribiendo continuaciones, pueden ir a la página web del proyecto.

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20 de febrero de 2011
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Las cosas no hablan ni deciden

Con ocasión de los acontecimientos en Túnez y en Egipto, el lingüista y filósofo francés Jean- Claude Milner hace unas declaraciones que van mucho más allá del tema concreto y que encierran una implícita respuesta a la pregunta que me formulaba Basilio Baltasar y que yo recogía en la anterior columna:

"Es hoy muy raro que los gobernantes afirmen que han efectuado una elección. Hay una especie de cascada de mimetismo. Los gobernantes  declaran hallarse  sometidos. A los mercados, a la protección de la naturaleza, a las encuestas de opinión, en resumen, acosas que no hablan. Y como se consideran a ellos mismos sometidos, esperan que los gobernados también lo estén. Como el poder reposa en cosas mudas, esperan que todos se callen. Esta desconexión entre la política y nuestra condición de seres de palabra es grave."

Sólo añadiré por mi parte que la conciencia de esta desconexión es ya un indicio de que la conexión puede darse. Una vez más se trata de un problema de confianza kantiana: indisociable de la exigencia de libertad, la razón y la palabra no son reductibles a la naturaleza inmediata. Los seres de lenguaje somos sistemas abiertos sometidos al segundo principio de la termodinámica, pero a nada más; e incluso esta sumisión tiene sus límites: no es lo mismo ser  mero objeto del cambio destructor que ser espejo del mismo

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18 de febrero de 2011
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