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El casino y sus metáforas

En menos de tres minutos, los sujetos descienden de sus vehículos, se introducen en el local, amedrentan a empleados y parroquianos, rocían las paredes con gasolina y les prenden fuego. En medio del humo y las llamas, 52 personas pierden la vida. El incendio del Casino Royale de Monterrey se convierte así en la metáfora perfecta -el ovillo de metáforas- de todo lo que no funciona en el México del 2011.

            La Ley de Juegos y Sorteos de 1947 prohibía explícitamente las casas de apuestas, pero a partir de los años noventa comenzó a discutirse la posibilidad de introducir de nuevo en nuestro país la institución que mejor representa la naturaleza salvaje del neoliberalismo: el casino. Y, así como el México de ese momento entronizó a la Bolsa como su topos, esa misma vena especuladora se trasladó a la clase media. Igual que los empresarios favoritos del régimen, ahora cualquiera podía hacerse millonario en una sola jugada -amas de casa y jubilados- o, con mayores probabilidades, precipitarse en la quiebra.

            A nadie le preocupó entonces el aumento de la ludopatía -frente al horror actual hacia la farmacodependencia-, ni que los casinos fuesen intermediarios perfectos para el lavado de dinero. Los gobiernos panistas subsecuentes continuaron otorgando lucrativas concesiones -Santiago Creel le entregó varias a Televisa antes de su fallida precandidatura presidencial-, y a la fecha nadie parece capaz de desentrañar la maraña jurídica y administrativa en que se halla este atractivo mercado.

            Pero el uso de la tragedia del Casino Royale no concluye con sus irregulariadades administrativas. Aún no se había establecido el número de víctimas, cuando políticos y comentaristas se apresuraban a pronunciarse sobre ella: en primera instancia, el presidente de la República. Obsesionado con defender hasta el último minuto la "guerra contra el narco" -que ya no enuncia así-, apenas tardó en calificar el acto de "terrorismo". Muchos comentaristas han señalado que, frente a la desgracia, poco importa la terminología. Se equivocan: el discurso bélico ha marcado la tónica del sexenio y sus consecuencias están a la vista.

            ¿Por qué adjetivar el crimen de este modo? La "guerra contra el narco" nació como eco a la "guerra contra el terror" de George W. Bush. El empleo de esta palabra por nuestra más alta autoridad no puede ser inocuo. Al hacerlo, coloca al país en un nuevo estadio: no ya una nación infestada por delincuentes, sino por una conciencia maligna que persigue nuestra aniquilación. Como quería Bush Jr., frente al terrorismo no cabe otra razón más que la unidad y la fuerza: justo lo que ahora más requiere el ejecutivo.

            A partir de allí, el presidente mantuvo la retórica del duelo y la venganza y usó la tragedia para insistir en los méritos de su estrategia contra el crimen -sin la menor autocrítica. Peor aún: se lanzó a culpar a Estados Unidos por su política de venta de armas y su demanda de drogas. Nadie duda de la responsabilidad de esta nación en el tema, pero poco tenía que ver con lo ocurrido en Monterrey. En el Casino Royale, el narcotráfico aparece sólo como actor secundario: el incendio fue la represalia de un grupo mafioso y, para colmo, se cometió con gasolina y cerillos, no con las AK-47 que el presidente denostó en su intervención televisiva.

            Las tragedias nacionales son doblemente terribles: por sus víctimas y por la forma como los políticos las aprovechan. Para Calderón, el Casino Royale es la prueba extrema de la perversidad de los narcos y su obligación de aniquilarlos; para sus críticos, del fracaso de su gestión. Unos y otros nos engañan: el incendio se produce en un ambiente propicio para el crimen -en cierta medida sucitado por la estrategia del gobierno- pero, más allá de su brutalidad, no señala ni el fracaso ni el éxito de la "guerra".

            Apenas unos días después de la captura de algunos de sus perpetradores, la retórica se desliza hacia la tragicomedia. Mientras las voces más histéricas llaman a ejercer mano dura contra los criminales o a pactar con ellos -como el expresidente Fox-, se descubre que el hermano del alcalde panista de Monterrey, quien horas antes denunció vehementemente las irregularidades de los casinos, recibe grandes fajos de dinero en distintos centros de juego de la ciudad. Y, en respuesta a las acusaciones, replica que el dinero es producto de la venta de quesos de Oaxaca.

La torpeza de la justificación -y los vanos intentos del alcalde por deslindarse de su hermano- quebrantan el tono solemne de Calderón. En vez de terroristas, nos enfrentamos a los pícaros de siempre: los políticos y sus hermanos incómodos. Y, a partir de aquí, el incidente pasa a ser sólo un episodio más en la batalla retórica entre el PRI y el PAN por el 2012. 

            Casino, pues, en el sentido italiano: un gigantesco enredo, un desmadre que, más que contaminar al sistema, lo retrata. Un sitio donde quienes pretenden ganar unos cuantos pesos -los ciudadanos- son meros peones al servicio de quienes en verdad se enriquecen: quienes otorgan las concesiones, los dueños de éstas (con frecuencia otros políticos) y el crimen organizado que lava su dinero o cobra "derecho de piso".

            En el incendio del Casino Royale, no sólo se les pasó la mano a sus miserables operadores, sino a todos los actores públicos. En su banal atrocidad, la tragedia simboliza, a la vez, el fracaso del neoliberalismo de los noventa, la falta de auténticas políticas sociales, la desvergüenza de quienes deben vigilar los centros de juego, la hipocresía en la política sobre las adicciones, la impunidad de las mafias y la irresponsabilidad de una clase política que, ni siquiera frente al deterioro socioeconómico, político, y moral que representa este hecho, deja de lado sus intereses para concentrarse, por una vez, en el interés común.

 

twitter: @jvolpi

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11 de septiembre de 2011
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Todo cuento

 

Entre los tópicos del cinismo de los dictadores, “la historia me juzgará” es uno de los favoritos. A Fidel Castro, por ejemplo, le encanta soltarlo de vez en cuando. No suelen decir “la novela me absolverá”, o “la poesía me exculpará”. ¿De dónde viene la invocación a ese particular género literario, como si fuera una divinidad compareciente al final de los tiempos para dictar sentencia? Sin duda procede de la creencia en el juicio final. Toda la historia, como género literario, es un subproducto de esa vieja y exitosa ficción literaria prospectivista. Y la fe en el sentido de la historia viene de la misma vaina religiosa. El que haya de haber juicio final, con sentencia debidamente redactada por escrito, está vinculado a un concepto de la justicia que trajo el monoteísmo —también la justicia es una forma de monoteísmo.

Es indicativo que acostumbren a ser los creyentes quienes reprochan a su dios la indiferencia ante la evidente flojera de la calidad de su obra y su absentismo a la hora de reparar los más conspicuos fallos. ¿Por qué callaste, oh Dios? Y lo preguntan como si fuera una cuestión tremenda. Pero las condiciones psicológicas a favor del juicio final están tan arraigadas que suelen ser justamente los juiciosos creyentes quienes razonan que el silencio divino ante la muerte de la abuela o el holocausto es otra prueba de que habrá juicio final.

El monoteísmo es un notable invento, porque conlleva la tiranía, al mismo tiempo que legitima la individualidad del pobre hombre erigido en protagonista del drama cósmico, incitado a los remordimientos y dotado de bellas crisis de conciencia.

El éxito del diablo, ese personaje literario que se arroga la condición de elegido por antiexcelencia, es el patrón modélico de ese inicio de relato tan archiclásico “Yo, la verdad sea dicha, he sido siempre mucho desgraciado”. Así empezaba Fuina, el cuento de Iribarren que nuestra abuela leía en voz alta y encontrábamos tan divertido. Esa fatuidad invertida atrae el favor público, pero no es, al cabo, más que otra clase de fatuidad. O sea, se trata, como siempre, del fatuo en labores de aproximación. Con todo, ese narcisismo de presentarse como elegido al revés dispone de una peculiar elocuencia, legitimada por la recóndita creencia en la justicia y el juicio final.

En los tiempos del politeísmo, forma atenuada y civil del descreímiento, se hablaba de las distracciones de la providencia, la indiferencia del azar y la inflexibilidad del destino. Hoy se echa mano de la injusticia padecida como si se formara parte de un concurso de acreedores. Así es uno promovido al rango de víctima, de testigo, del que tiene algo que contar. Se trata de un recurso literario que viene de un cuento milenario. La injusticia así ostentada es un tónico espiritual, guerrero, táctico y elocuente que inhibe la  paralizante preocupación por caer en la infatuación y el orgullo. 

En nuestro relato del mundo nos conducimos como si la historia no fuera un género literario, sino una divinidad infalible que siguiera un desarrollo lineal y progresivo, a través de etapas que acabarán por manifestar una gran idea y hacer justicia. Todo cuento. Y aún hay quien se queja de la escasa influencia de la literatura en la vida común.


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11 de septiembre de 2011
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IV. Déjà vu

Todos los Gadafi, padre e hijos, se esfumaron como por arte de encantamiento, y solamente quedaron atrás sus mansiones vacías, intactas, cada cosa en su lugar, el aire acondicionado andando, las pilas de videos junto a los televisores gigantes, los gimnasios con sus aparatos a punto, las camas recién hechas, los refrigeradores colmados de alimentos y agua Perrier, los cepillos de mango de oro en los cuartos de baño de mármol.

En la mansión de Aisha, la abogada de los pobres y de los perseguidos, hay que bajar en ascensor hasta el piso que ocupa la piscina de aguas turquesa donde suena en los parlantes ocultos la voz de Beyoncé, la artista pop preferida de los Gadafi, que canta Déjà Vu. Lo ya visto. ¿No es cierto que todo esto ya lo hemos presenciado antes, dictadores que caen, y juntos con ellos la gloria y la riqueza de sus hijos que se creyeron dioses dispendiosos?

En el agua turquesa de la piscina una pelota de goma se balancea sin saber qué rumbo tomar. Todo parece idílico. Lástima. Llenos de furia y resentimiento, los intrusos que andan por todas las estancias, armados de piquetas, barras y palos, no tardarán en destruirlo todo, sin olvidar llevarse consigo lo que puedan, las copas de cristal de bohemia de Aisha, manteles, espejos, alfombras, cuadros, sillones, camas, televisores de plasma. Y los cepillos de dientes con mangos de oro.

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9 de septiembre de 2011
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El motor de la filosofía

El motor de la filosofía no es tanto explorar desconocidos rasgos del mundo como restaurar una actitud ante aspectos (del entorno o de nosotros mismos) que eventualmente pueden ser ya conocidos, pero que no por ello dejan de ser sorprendentes. Sería ocioso para un investigador en física ocuparse a estas alturas de las fórmulas de la relatividad restringida, pero el filósofo que ve en ellas la cristalización de una puesta en tela de juicio de la idea que nos hacemos del mundo, tiene todo el derecho a seguir hurgando en ellas con vistas a extraer toda su significación. Lo democrático de la filosofía consiste en que todos podemos instalarnos en la actitud filosófica a poco que nos liberemos de las barreras que lo dificultan, en realidad barreras que impiden realizar nuestra naturaleza. La filosofía da efectivamente vueltas y vueltas a las cosas. Pero tales vueltas no siempre son coincidentes, lo que se repite no es exactamente lo mismo; la metáfora no sería la del círculo sino la de la espiral. Esto es la esencia de la hermenéutica: un núcleo a partir del cual  se despliega una pluralidad de puntos de vista.

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9 de septiembre de 2011
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Los autores en la mesa

mesa

Cambiar el concepto de autor puede ser una tarea imposible. Aquí, como dije en la presentación, estaremos enfocados en esa misión. No será fácil. Hay costumbres arraigadas hace mucho tiempo. Por ejemplo, la costumbre de las mesas. Mesas redondas (que nunca son redondas) donde un grupo de escritores habla frente al público. Exponen, debaten, leen y sonríen. En el último tiempo hay muchos autores que, como los garzones, viven gracias a los que le dejan las mesa.

He participado en algunas mesas, descubriendo que hay nombres que se repiten con sospecha. Otras que no aparecen nunca. En el mundo de la crónica periodística, por ejemplo, hay autores que están en todas las mesas, otros que son invitados de forma intermitente, están los que aparecen rara vez y hay otros que nunca son invitados. ¿Qué tiene el autor de mesa al que siempre invitan? ¿Qué le falta al autor que nunca le llega invitación?

Daniel Riera, el mejor cronista argentino de su generación, casi nunca es invitado a debatir en público sobre su oficio periodístico. Daniel, que además es poeta y novelista y ventrílocuo, la mayor parte del tiempo está ausente. ¿Por qué no lo convidan? ¿Por pura miopía de los organizadores de mesas? ¿Tal vez no se porta tan bien? Quiere decir, entonces, que para ser un mesa-parlante-oficial-permanente hay que ser bien comportado y sonreír más de la cuenta.

La semana pasada, Daniel Riera estuvo invitado a una mesa en el Centro Cultural de España en Buenos Aires. Todo ocurría en el marco del encuentro Narrativas de Realidad, organizado por el CCEBA, una suerte de maratón de mesas hablando de la crónica en español. Pero Daniel no estaba invitado como autor, sino que como moderador ¿A quién se le ocurrió llevar a un autor a moderar?

Para partir la mesa (figurativa y literalmente), Daniel leyó un texto en el que hablaba de los 38 muertos durante el gobierno de Fernando De la Rúa y del edificio del CCEBA. Luego, se despidió amablemente, se paró y se fue. Dejando la mesa sin su moderación, aunque todos los que quedaron parecían bien moderados.

Hay un video de su lectura, y hay otro que muestra cuando Daniel se para y se va. Una semana después de la maratón de mesas, el único nombre que se recuerda y se repite y me pronuncian quienes fueron y participaron del encuentro Narrativas de Realidad, es el de Daniel Riera. Del resto, poco y nada. Todo se encarga de demostrar, una y otra vez, que las cosas están cambiando ¿Estamos frente a un nuevo concepto de mesas de autor?

 

@menesesportatil

 

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8 de septiembre de 2011
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Norma abandona el barco

Ignacio Padilla, el último premiado Hace poco anunciábamos el premio La Otra Orilla al mexicano Ignacio Padilla, con sus 100 mil dólares más. Pero un anuncio más grave, más definitivo y triste, iba por detrás. Ahora se anuncia que la editorial Norma cerrará sus series Ficción y No Ficción (hace unos años clausuró la edición de poesía) y se dedicará a los textos escolares y los libros para jóvenes y niños. El final de una editorial que, hace un par de décadas, llegó a publicar libros absolutamente indispensables en castellano y en traducciones. Y que hasta hace poco parecía dispuesta a dar batalla (algunos adelantos millonarios así lo hacían prever). Una verdadera lástima. Dice la nota:

En un comunicado de prensa emitido por el grupo, se anuncia la decisión de no seguir invirtiendo en las líneas del negocio que permanezcan por fuera del mercado educativo, viéndose afectados los libros que hacen parte de las ramas de Ficción y No Ficción (donde se concentran sus productos literarios más importantes), así como las áreas de autoayuda y los Verticales de bolsillo. La editorial, que continuará publicando literatura infantil bajo las colecciones ?Torre de papel?, ?Zona libre? y ?Buenas Noches?, así como libros de gerencia, comentó también que los libros actualmente publicados en las ramas afectadas se venderán hasta diciembre de 2012. Estos cambios se dan en el contexto global de la reestructuración del grupo Carvajal de Colombia, y en medio del cambio de la denominación legal de la editorial (anteriormente conocida como Grupo Editorial Norma) a Carvajal Educación. En el mismo comunicado la presidente del grupo, Gladys Helena Regalado Santamaría, afirma que la editorial buscará desde ahora ?convertirse en la compañía latinoamerica a que ofrece el portafolio más completo de productos y servicios para atender a todos los actores del sector educativo?. El grupo editorial  Norma entregó el 19 de Agosto pasado el premio La Otra Orilla al Mexicano Antonio Padilla por un valor de 100.000 dólares. El premio se publicará y la obra ganadora se distribuirá y estará en circulación hasta diciembre de 2012.

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7 de septiembre de 2011
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Un tsunami llamado Bibi

Aseguran quienes han vivido un tsunami que poco antes de que el mar se levante se produce un extraño silencio, fruto del silencio de los pájaros que ya han huido del escenario de la catástrofe inminente. No es el caso del tsunami diplomático que va a sufrir Israel este mes de septiembre, según anunció de forma muy temprana su ministro de Defensa, Ehud Barak, hace casi medio año. Cuando quedan apenas quince días para la fecha en que se prevé el golpe de mar se multiplican los signos de su llegada, dentro de Israel, en los territorios ocupados, en sus fronteras y en la escena internacional.

En las calles de las ciudades israelíes se movilizan sus indignados, ajenos al conflicto palestino pero disconformes con un Estado que dedica mucho a la ocupación de Cisjordania y la seguridad y cada vez menos al bienestar y a la solidaridad. En Cisjordania los colonos se arman y preparan con la ayuda del ejército para la eventualidad de una tercera Intifada, que sus enemigos palestinos desean pacífica pero ellos ven como el episodio central de una guerra de civilizaciones. En la frontera con Egipto crece la inseguridad y se producen atentados e incidentes armados por primera vez desde los acuerdos de paz de 1979, hasta situar las relaciones entre ambos países al borde de la retirada de embajadores. En el ancho mundo se tensan las relaciones con antiguos aliados como Turquía, que rebaja las relaciones comerciales, expulsa diplomáticos y anuncia mayor vigilancia marítima en las proximidades de la costa israelí, mientras sigue tejiéndose cada vez más espesa la coalición internacional en favor del reconocimiento de Palestina como miembro de Naciones Unidas. El tsunami anunciado por Barak llegará con la votación en Nueva York, en la Asamblea General de la ONU, en la que se prevé que como mínimo 140 estados apoyen el reconocimiento de Palestina, que marcará el punto más bajo en la historia diplomática de Israel. Es evidente que su advertencia sobre "la parálisis, la retórica y la inacción (que) profundizarán el aislamiento de Israel" ha caído en caso roto. Nada de lo que ha hecho el gobierno al que pertenece Barak y que encabeza Benjamin Netanyahu, ha servido para mejorar la posición de Israel en la escena internacional, al contrario. El estallido de la primavera árabe aportó una bocanada de aire fresco que Netanyahu no quiso aprovechar: nadie quemaba banderas israelíes en las calles árabes donde se desarrollaban las protestas, algo que está cambiando ahora a toda velocidad, con la aparición de unas opiniones públicas democráticas que se expresan con la libertad y la desenvoltura que las dictaduras constreñían. Israel no aprovechó las tres décadas transcurridas desde los acuerdos de Camp David con Egipto y las casi dos desde la Conferencia de Madrid y los posteriores Acuerdos de Oslo para resolver el conflicto con los palestinos. Tampoco ha aprovechado la llegada de Obama a la Casa Blanca y su apertura hacia el mundo árabe y musulmán. Y menos aún estos meses de revueltas árabes, en los que ha quedado claro que los ciudadanos de estos países no se conforman pasivamente a ser gobernados por unos dictadores ladrones y corruptos, aliados de Washington y de Israel, que aseguraban la estabilidad y la seguridad de la zona y utilizaban el conflicto palestino como válvula de escape. Si hasta ahora se pudo hacer la paz con los autócratas, ahora hay que hacerla con las sociedades, sus ciudadanos, algo mucho más difícil y exigente en explicaciones y capacidad de convicción. Barak advirtió sobre el peligro del tsunami porque creía que todavía podía evitarse. La fórmula no sería muy distinta de la que estuvo a punto de alumbrar con Arafat y Clinton en 2000, cuando era primer ministro. Los dos Estados, las fronteras de 1967 y Jerusalén como doble capital israelí y palestina. No lo ve así Netanyahu, que quiere seguir ganando tiempo, aun a costa de un mayor aislamiento e incluso de un nuevo y virulento conflicto, sin moverse de sus posiciones ni paralizar la construcción de colonias sobre territorio palestino. El eslogan que quiere imponer ante la votación en Naciones Unidas es que la petición de reconocimiento de Palestina es una decisión unilateral que deslegitima a Israel. La Autoridad Palestina asegura, en cambio, que es el nuevo camino para sentarse a negociar seriamente, ya de igual a igual, la fórmula de los dos Estados en paz. El tsunami va a debilitar a Obama, obligado a utilizar el derecho de veto, y a los europeos, que se dividirán ante el voto en Naciones Unidas. Antes del tsunami, Israel ya ha perdido aliados y amigos por todos lados, incluyendo el bando palestino, donde es imposible que encuentre un socio mejor que Mahmud Abbas. Lo único que puede evitarlo es regresar a la negociación. Y lo único que puede reparar sus efectos, también es el regreso a las conversaciones de paz. Pero ambas cosas son imposibles con este primer ministro al frente de Israel. Bibi Netanyahu es el nombre que tiene este tsunami.

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7 de septiembre de 2011
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El derecho a interrogarse

Esta tribuna tiene, desde sus inicios, un objetivo primordial: contribuir a la democratización de las interrogaciones filosóficas, o por mejor decir, contribuir a que el ciudadano se reconcilie con las mismas, las reivindique como propias, sienta que algo esencial de sí mismo se juega en ellas, y denuncie las tentativas para apartarle, denuncie lo falaz de la tesis según la cual, la filosofía, la ciencia, el arte y en general la vida espiritual sería cosa de minorías.

Se halla logrado o no convencer a alguien de lo razonable del objetivo, en los meses venideros, siempre naturalmente que el responsable de este foro no me retire la confianza, seguiré empecinado en ello, y quizás de manera más sistemática que en meses precedentes.

Empezaré por señalar un hecho tan lamentable como generalizado: el planteamiento ingenuo de interrogaciones está mal considerado por el mundo cultural y desde luego por el académico. Se ha instalado subrepticiamente la idea de que para tener derecho a avanzar  alguna de las interrogaciones que ocupan a filósofos,  científicos, o  ambos, hay ya de entrada que estar bien informado. Más que una persona tensada por lo desconocido e inquieta sobre su ser y su entorno, se exige de entrada ser una persona culta y hasta una persona erudita. Esto alcanza, como veremos, al mundo académico: un especialista en genética, por ejemplo,  no sólo se siente incompetente para emitir una opinión sobre algún interrogante de interés  general pero  técnicamente objeto de la  física, sino para formular el interrogante mismo, siendo obviamente cierta la recíproca, el temor a meter la pata del físico tratándose de uno de los abismos filosóficos a los que conduce la genética.

Se diría que la información ha de preceder a la interrogación...incluso tratándose de las interrogaciones universales, cuya temática concierne a todos y cada uno de los humanos (otra cosa es que se hayan visto forzados a repudiar de sus vidas tales interrogantes). Ante este estado de cosas, se impone tomar posición:

Cabe eventualmente sentirse abrumado por la complejidad de los instrumentos con los que  especialistas  de una u otra materia (también curiosamente los filósofos, que no son especialistas de materia alguna, aunque deban alimentarse de muchas) abordan ciertos problemas cuyo origen es sin embargo muy elemental, pero no hay en absoluto que sentirse abrumado ante la cuestión misma, que no sólo todo el mundo está en condiciones  potenciales de abordar, sino que probablemente ya  ha abordado alguna vez. La formulación de una interrogación cabalmente filosófica nunca puede ser sofisticada en los términos. Ejemplo:

 ¿Hay o no hay una realidad física exterior, que seguirá tras mi eventual desaparición y la desaparición de todos los demás humanos, cuya percepción de esa realidad coincide  aparentemente  con la mía? Los instrumentos para responder en uno u otro sentido a esta pregunta cubren hoy miles y miles de páginas de sesudas revistas filosóficas o científicas  y han sido esgrimidos como armas por algunos de los pensadores más importantes del siglo veinte...pero la pregunta sigue siendo sencillísima y todo el mundo es susceptible de sentirse interpelado por la misma,  hasta el punto quizás de que, si su vida material y social se lo permitiera, acuciado por tal interrogación, empezaría a ahondar en los escritos eruditos, y se dotaría de los argumentos  para entenderlos. Disposición de espíritu por la cual la erudición misma alcanzaría un sentido, pues se mostraría como instrumento para lo que realmente importa y no como fin en sí. Reitero la tesis, clave en estas reflexiones: la información es no sólo válida, sino imprescindible cuando constituye un  arma para abordar un objetivo esencial; pero disponer de información por el hecho de estar informado (como sí el espíritu humano fuera esa tabula rasa, en sí vacía de contenido,  a la que se refiere criticamente Steven Pinker) no tiene más interés que el que tiene para un saco estar lleno de patatas o de piedras. Múltiples veces en este mismo foro he recordado la tesis platónica de que la educación ha de fertilizar las facultades del espíritu y no sustituirse a ellos.

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7 de septiembre de 2011
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Ante la próxima guerra carlista

Cada vez que a alguien se le ocurre decir que en Cataluña se habla el español por lo menos tanto como cualquier otra lengua, el establecimiento acomodado de aquella comunidad se ajusta la faja y corre a por el trabuco. ¿Es por ignorancia? ¿Por fanatismo? No, qué va, es porque la realidad siempre ha sido el peor enemigo de Cataluña.

    En todos los lugares más o menos normales la gente habla la lengua del que manda, además de la otra. El inglés de la India, de Kenya, de las islas caribeñas, herencia del colonizador, ha dado alguno de los mejores narradores de nuestro tiempo y muy buenos negocios. Los colonizados no eran tontos y sabían que la lengua del que manda es la que da dinero y expansión. De hecho, sigue dando dinero y expansión.

    En Cataluña, sin embargo, no está claro quién manda y de ahí la caótica sociedad que ha emergido en los últimos decenios desde que Pujol y Maragall decidieron sintetizar nacionalismo y socialismo diluyendo la izquierda en la derecha. Siempre que la nación está por encima de la sociedad se impone un orden para-fascista, o sea, irreal. Hace poco me enviaron un discurso que el jefe de los socialistas catalanes, Obiols, pronunció en 1994. Acusaba a Pujol de obligar a los hijos de los obreros a arrodillarse lingüísticamente ante los patronos catalanes. ¡Vaya cambio! Todo se transformó cuando Zapatero y el primer tripartito dieron un golpe de estado contra la Constitución que ha pasado sin pena ni gloria.

A partir de aquel momento allí nadie sabe quién manda. O mejor dicho, hay dos amos para una sociedad bipolar. Uno de los amos obliga a los niños a hablar la lengua del poder y los padres de los niños se resignan porque ya les gustaría que sus hijos fueran funcionarios. El otro amo parece que no exista, pero está fantasmalmente presente y se llama España. Cada año convoca oposiciones en lugares tan exóticos como Sevilla u Orense. Todo el esfuerzo del amo catalán consiste en que nadie se dé por enterado. Para el amo catalán sólo existen las oposiciones catalanas y el Barcelona CF. Lo demás es mero enemigo extranjero, sucio invasor, y tienes que odiarlo si quieres recibir alguna subvención. Evidentemente la gente con recursos, como el presidente Montilla, envía a sus hijos a colegios alemanes o americanos y se cuida mucho de caer en la encerrona de los pobres. En cuanto a los empresarios, con el inglés van que arden.

    Este divertido entretenimiento en el cual dos marionetas se pegan con un palo en un escenario irreal da mucha risa, pero es catastrófico. El retroceso de la comunidad catalana en todos los órdenes es portentoso, pero nunca jamás nadie lo expondrá en cifras y si lo hiciera sería lapidado por los medios catalanes, todos ellos siervos del amo catalán. La escisión en sectores cada vez más enfrentados está sumamente soterrada y silenciada, pero sigue zapando la trinchera.

    Hay sin embargo algo que puede simplificar la situación. A medida que se ahonda la ruina económica, menos importancia tiene el teatrito de los dos amos, lo cual se traduce en una separación cada vez mayor entre los de la soberanía y la gente que aún trabaja. Bien es verdad que todo puede terminar como el rosario de la aurora si a cualquier subvencionado le da por disparar el trabuco, pero lo más probable es que al carecer de dinero con que pagar el servicio y la munición, el secesionismo aparque momentáneamente la tercera guerra carlista. ¿O es la cuarta?

    Si se ve incapaz de mantener sentada a la clientela del teatrito, el amo catalán puede preferir el trabuco, pero es más probable que por una vez se vea obligado a aceptar el mundo real. La clientela del teatrito es ya muy escasa: el Estatut lo votó un 30% de la población catalana. Aunque también es cierto que los poderosos suelen tener suficiente con sus mutuas presencias y pendencias, como las grandes damas en los bailes de capitanía. Eso sí, con los del trabuco a la puerta vigilando la entrada.

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7 de septiembre de 2011
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III. Un cepillo de dientes con mango de oro

En uno de los infinitos cuartos de baño revestidos de mármol de la mansión abandonada de Al Saadi, cuyas almenas miran al mar Mediterráneo, un muchacho de la calle, que ha entrado en el tropel, se apropia de un cepillo de dientes con mango de oro. No se sabe bien si el cepillo pertenecía al dueño de la mansión, o a Dina, su perra doberman, que disfrutaba de su propia suite, y de su propio cuarto de baño, y solía comer filet mignon, su plato preferido. Un criado se encargaba de lavarle los colmillos tras cada banquete.

            Otro se lleva como trofeo media docena de jeans Diesel, la marca preferida del futbolista fracasado. En un estacionamiento subterráneo hay media docena de vehículos, un Laborghini, un Hummer, un BMW, un Audi, un Mercedes, un Ferrari. Y, por supuesto, en los predios de la mansión, una cancha de futbol profesional, con grama artificial y torres de iluminación. Según las historias que corren, Al Saadi pagó una vez a Maradona un millón de dólares para que lo entrenara. De muy poco le sirvió.

            También ha entrado el pueblo a la mansión de Aisha el Gadafi, abogada de profesión, y a quien se recuerda por haber sido parte del bufete de abogados que se encargó de la defensa de Sadam Hussein. Presidía también en Libia una organización de caridad, para ayudar a los beduinos pobres y a los menesterosos de las calles. Madre amorosa, sólo el pabellón de juegos de sus niños era un verdadero parque de atracciones, y en una sala adyacente había una biblioteca infantil con cerca de dos mil volúmenes. Si a su hermano Al Saadi le gustaban los jeans Diesel, las preferencias de Aisha iban por las chaquetas de cuero Dolce & Gabbana, de las que tenía una amplia colección en sus closets.

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7 de septiembre de 2011
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