Félix de Azúa
En cuanto uno menciona la palabra "verdad" es probable que una mayoría de contertulios agudice el oído y afile la lengua. Se diría que no tenemos asunto más imperioso que dirimir. Lo que a mi me satisface de modo descaradamente egoísta es que un colega y amigo como Eduardo Gil Bera le añada una apostilla que convierte mi artículo en una apostilla del suyo en este mismo portal.
La semana pasada mi colega y sin embargo amigo Rafael Argullol escribió un estupendo artículo sobre la permanente convicción de la casta política española de que los votantes sólo merecemos mentiras. Y hoy mismo se han vuelto a enganchar con el asunto mis respetados Santiago González y Arcadi Espada por un quítame allá esas verosimilitudes. Todo está en la red, de modo que pueden constatarlo. Hermoso horizonte aquel en el que todavía nos ocupamos de estas cosas con fervor, a pesar de la victoria abrumadora de la resignación relativista.
Y para añadir apostilla a la apostilla, he aquí otra cita:
"Una pareja joven caminaba media manzana delante de mi. El sol había asomado, radiante, después de un chaparrón y los árboles estaban lustrosos y empapados. De improviso, por pura exuberancia, supongo, el chico dio un salto y agarró una rama; una cortina de agua luminosa cayó, torrencial, sobre ellos y los dos rompieron a reír y salieron corriendo. La muchacha se sacudía el agua del pelo y del vestido como si estuviera algo disgustada, pero no era así. Fue algo hermoso de ver, como salido de una leyenda. No sé por qué he pensado en eso ahora si no es, quizá, porque en momentos así es fácil creer que el agua se creó principalmente para bendecir y sólo secundariamente para cultivar verduras o para hacer la colada".
Quien así se expresa es un predicador americano amenazado de muerte, pero podría ser Kant. Algunas experiencias y juicios no pertenecen al orden de lo útil, de lo rentable, de lo conveniente y de lo mensurable sino a un orden en el que la verdad tiene poco que decir, aunque quizás la verosimilitud sea más pertinente. Sin embargo, el sentido al que se aproxima esa experiencia y su correspondiente juicio es seguramente de una ordenanza más extensa y, por así decirlo, de mayor relevancia para nuestra supervivencia que el de la utilidad, aunque no podría jurarlo.
En todo caso, aunque los feudales de cada provincia se agredan por causa del agua, ¿no es posible pensar que hay un agua anterior y más verdadera? ¿Aquella que responde de todos los sentidos posteriores, derivados y ancilares de la palabra "agua"? ¿Su fundamento primero, el agua que dio nombre al agua antes de convertirse en H2O? Comprendo que es un poco benjaminiano, pero no por eso debe desecharse por completo tal posibilidad, ¿verdad? Es verosímil.
El fragmento pertenece a una de las más sorprendentes novelas publicadas en los últimos meses en España, Gilead, de Marilynne Robinson, muy bien traducida por Montserrat Gurguí y Hernán Sabaté para Galaxia Gutenberg. En una lectura superficial puede parecer un libro para creyentes, pero es, sobre todo, un libro para ateos. Para ateos no momificados, se entiende.