Lluís Bassets
"La Historia Inconmovible de mi nación me enseña que en esta parte del mundo nada cambia y que está prohibido albergar cualquier esperanza. La Literatura Recalcitrante de mi nación me enseña que la falta de esperanza no me impide pedir un cambio y, más generalmente, comportarme como debe hacerlo un ser humano". Leo estas frases en Varsovia, en las mismas horas en que Mahmud Abbas pide para Palestina lo que le niega Benjamin Netanyahu, justo cuando los yemeníes y los sirios salen una vez más a la calle y mueren tiroteados por sus propios ejércitos.
Son palabras que trascienden las circunstancias en que fueron escritas. Pertenecen a Stanislaw Baranczak, Poznan, 1946, poeta, crítico literario, profesor en Harvard cuando las escribió. Su país empezaba entonces a navegar en libertad, hace 20 años. Versaban sobre lo que ocurrió 10 años antes, ahora se cumplen 30, en 1981, cuando la ley marcial cortó por lo sano la oleada liberadora que significó la creación de Solidarnosc. El libro se titula 'Respirando bajo el agua y otros ensayos sobre Europa oriental', editado en 1990, y es uno de los pocos que hay a la venta en inglés a disposición del viajero que embarca en el aeropuerto Frederic Chopin.
Esta vieja historia de los combates polacos por la libertad interesa cada vez menos a quienes viajan a este próspero país socio de la Unión Europea, cuya economía crece al 4% y se cuenta entre las naciones más felices de Europa, según una encuesta del Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo. Tampoco parece interesar mucho a los polacos, orientados hacia el futuro y optimistas como nunca lo habían sido durante su larga y trágica historia de pueblo oprimido y nación abolida. Acaban de descubrir ahora en su subsuelo un enorme yacimiento de gas de esquisto, el mayor de Europa, que podría proporcionarles suministros para 300 años, la soberanía energética que ahora no tienen, y que compensa la amargura por el nuevo pacto germano-ruso de la energía -el gaseoducto submarino Nord Stream, que suministrará gas ruso a los alemanes, puenteando a Polonia-, sombra pacífica del maldito pacto Molotov-Ribbentrop que significó la partición entre Berlín y Moscú en 1939.
Esas palabras salidas de la resistencia valen todavía para el vecindario oriental de Polonia, donde se cruzan los intereses y los ideales. En Ucrania, la jefa de la oposición, Yulia Timochenko, está en la cárcel. En la dictadura que es Bielorrusia podría caber perfectamente Gadafi como exiliado de honor. Moldavia es un país escindido, pues alberga desde 1990 el territorio de la república de Transnistria, prorrusa y no reconocida internacionalmente. Georgia se halla en una situación parecida, con la escisión de la república de Osetia del Sur, prorrusa, resultado de la guerra de 2008. Armenia y Azerbaiyán, sin relaciones diplomáticas entre ambas, mantienen todavía el contencioso por Nagorno Karabak, por el que mantuvieron hostilidades entre 1988 y 1994.
Desde su actual presidencia semestral europea, Polonia va a impulsar ahora la Asociación Oriental, en la que están incluidos estos seis países europeos que anteriormente pertenecieron a la Unión Soviética, con el objetivo de promover las relaciones comerciales y económicas, favorecer el desarrollo político y el respeto de los derechos humanos, construir una zona de libre comercio y libre circulación de personas y plantear incluso en el futuro la integración en la UE. El 29 de septiembre todo este programa recibirá un fuerte impulso cuando se reúna la primera cumbre de dicha Asociación en uno de los momentos más cruciales de la presidencia semestral polaca. Es del interés económico de Varsovia proyectar su influencia como socio europeo en su inmediato entorno oriental; pero también quiere atraer a estos países hacia Europa para avanzar sus piezas en el juego geopolítico frente a Rusia.
Tendrán que pasar quizás veinte o treinta años para que uno de los países árabes alcance una posición como la que tiene Polonia ahora. La Historia Inconmovible de Baranczak no cambia sin ayuda ni empujones, como los de los polacos estos días a favor de sus vecinos de la Europa exsoviética. Nuestros vecinos del sur del Mediterráneo también lo esperan.