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El can de Pavlov y el transistor de sinapsis

Los que somos ajenos a la especialización científica y sin embargo, por una u otra razón, nos sentimos obligados a estar informados de los avances científicos, nos vemos a menudo desorientados para distinguir lo que constituye una auténtica novedad, es decir un salto cualitativo en un aspecto clave de una disciplina (que muchas veces va más allá de esta, pues acarrea implicaciones filosóficas), de lo que es meramente un avance desde el punto de vista operativo. Tal es en todo caso lo que me ocurre en relación a la publicación el día 30 de mayo por “Nature Communications” de un artículo relativo a una máquina en la que se perfeccionaría grandemente un funcionamiento sináptico émulo del funcionamiento del cerebro humano (“Mimicking associative learning using an ion-trapping non-volatile synaptic organic electrochemical transistor” es el complejo título del artículo).

Hace tiempo que artificios neuro-morfológicos, tras conseguir el reconocimiento de dígitos manuscritos y de frases escritas (utilizados por ejemplo para la identificación de firmas bancarias) se han sofisticado, formando complejos sistemas constituidos por múltiples capas de neuronas artificiales, lo cual les permite reconocer rostros o “responder” a las interrogaciones de un ser humano ( como veremos, las comillas se deben a que no tengo seguridad de que se dé en la máquina esa dimensión semántica que constituye lo esencial de una respuesta lingüística). Pero es más: En el llamado Deep Learning se hallan en juego sistemas susceptibles de corregir el peso que dan a un estimulo con vistas a obtener que la respuesta se acerque lo más posible a lo “deseado”, o sea, que disminuya el nivel de incorrección. Considerando que en esto consiste uno de los procedimientos básicos del aprendizaje, cabe decir que tales sistemas aprenden, y lo que es más importante: lo hacen sin intervención del programador exterior, o sea, aprenden por sí mismos. Por otro lado, instrumentos denominadas “inorganic memnistors” se habían manifestado operativos en la imitación de sinapsis características del cerebro humano.

¿Dónde reside pues la novedad en lo que el artículo de Nature Communications describe? Los autores enfatizan que la nueva máquina no sólo sería capaz de aprender por sí misma, sino de hacerlo mediante actividad en paralelo, procesando y archivando a la vez la información que recibe, y realizando ese tipo de sinapsis que posibilita el funcionamiento sensorial en animales como el hombre. Baste recordar que el cerebro humano (que los autores presentan significativamente como un caso sofisticado de computadora, “complex computing machine” lo denominan) contiene 1011 neuronas interconectadas por 1015  sinapsis para apercibirse del enorme reto que (más allá del caso que ahora nos ocupa) supone la forja de entes artificiales susceptibles de emularlo.

Si he entendido bien, una de las ventajas es que la implementación de la potencialidad de cómputo se realiza sin apenas necesidad de suplemento energético. Pero sobre todo: los entes artificiales (“inspired by the operation of human Brain” recuerdan los autores) que tenían objetivos análogos a los del nuevo artefacto, así los evocados “memristors” eran incompatibles con el orden biológico, mientras que el “organic synaptic transistor” sería bio-compatible, lo cual a priori abre la puerta al tratamiento de lesiones en el hombre y otros animales. Y aquí surge la pregunta antes aludida: ¿La novedad que este nuevo artefacto supone es conceptualmente relevante, o el interés es esencialmente práctico? Y hay una segunda pregunta vinculada a la anterior, y quizás más relevante: ¿el nuevo instrumento viene a replicar el funcionamiento específico del hombre entre los animales superiores, o concierne más bien a lo que el hombre tiene genéricamente en común con estos (sin duda a un nivel más acentuado de complejidad)? De hecho, los experimentos se han realizado siguiendo la pauta trazada en su día por Pavlov: el perro saliva cada vez que escucha el sonido que tenía asociado a la llegada de alimento; el sistema neuronal artificial reacciona a una presión inexistente que tenía asociada a una luz efectivamente incidente.

Tras recordar que el aprendizaje asociativo es importantísimo para la adaptación de un individuo al medio, y la importancia para el proyecto de que lo imitado sea el proceso asociativo en el cerebro humano, resulta quizás algo decepcionante que se presente como ejemplo paradigmático de aprendizaje asociativo el del can de Pavlov. Pues no está claro que nuestras asociaciones mentales sean siempre análogas a la descrita por Pavlov. Se me ocurre un ejemplo trivial: Una persona padeció una crisis hepática tras una noche de excesos en las que predominaba el brandy. Durante largos meses tuvo sensación de náusea ante la sola presencia en carteles anunciadores con el anciano que daba marca a la bebida. Un neurólogo puede concluir que está reaccionando como el animal “pavloviano”. Sin embargo un lingüista diría más bien que está bajo los efectos de una metonimia del tipo “símbolo sustituyendo a la cosa simbolizada”, y en este caso no limitada a la expresión verbal (como cuando se decía ¿tomamos un centenario?) sino con efectos corporales. Sin duda ambas explicaciones son compatibles, pero no es desde luego claro que se expliquen por el mismo mecanismo. Estoy simplemente señalando que el pensamiento asociativo de orden lingüístico no es el pensamiento asociativo de orden biológico, aunque las manifestaciones de uno y otro sean a veces de hecho difícilmente discernibles.

La metonimia es un cambio semántico, se aprovecha la conexión, que puede o no ser casual, para hacer presente concepto de algo que quizás ni siquiera está, pero que por el peso eidético tiene efectos fisiológicos como si estuviera.

Insisto en la pregunta: estos nuevos artefactos, que funcionan sinápticamente ¿reproducen el funcionamiento del cerebro humano, o más bien solo aquello que el funcionamiento del cerebro humano tiene de análogo al funcionamiento del evocado perro de Pavlov? Los algoritmos en juego en el “organic synaptic transistor” ¿aprenden como este can famoso, o aprenden realmente como el hombre?

Obviamente no se trata de dar una respuesta a priori (aunque se esté tentado de hacerlo), sino de mirar la cosa y establecer una auténtica comparación. Se trata de ver si en la mente humana intervienen variables que van más allá del funcionamiento sináptico, aunque sean indisociables del mismo. En cualquier caso la cuestión del ser del hombre tiene hoy ahí uno de sus lugares de reflexión primordiales.

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23 de junio de 2021
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Acomodados

Que los capitalistas y los obispos catalanes, es decir, el poder feudal, apoyen el indulto no es una decisión de los últimos días. Es una inversión mercantil a largo plazo que espera opulentos beneficios

Ha obtenido una jubilosa difusión el apoyo de los obispos y los empresarios catalanes al indulto que Sánchez quiere imponer a los sediciosos encarcelados. Indulto que ellos rechazan y que el presidente de la Generalitat califica de perfectamente inútil y “derrota española”. ¿Cuál es la noticia? Empresarios, obispos, ricos hombres catalanes y todo el conservadurismo feudal ha apoyado siempre a los sediciosos. ¿O acaso Aragonès, Pujol, Puigdemont, o el inverosímil Torra no pertenecen a la burguesía forrada? ¡Vaya noticia!

Lo único raro en ese millón de secesionistas son las así llamadas izquierdas, las cuales, como la CUP, se apiojan al separatismo para existir. Si no fueran compañeros de viaje de la burguesía catalana regresarían a lo que siempre fueron, un grupúsculo de refractarios al capitalismo (aunque ni siquiera son comunistas) que representan a la parte lumpen de Cataluña. Y ya advirtió Lenin que había que ser muy precavidos con la servidumbre. ¿O no fue Jaume Giró, actual consejero de Economía del Gobierno catalán, quien financió al Sànchez de la cárcel con dinero de la Fundación La Caixa? ¿Se trata de un ideólogo y un patriota? ¿O más bien de un muy alto funcionario del capital catalán?

Por su parte los obispos han jugado un papel esencial, como en el País Vasco, para el progreso y asalto al poder de los separatistas. Una notable cantidad de nacionalistas (y buena parte de los terroristas) se hicieron nacionales en los seminarios.

Que los capitalistas y los obispos catalanes, es decir, el poder feudal, apoyen el indulto en contra del Poder Judicial, no obedece a una decisión de los últimos días. Es una inversión mercantil a largo plazo que espera opulentos beneficios. Aunque sólo sean para los ricos.

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22 de junio de 2021
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Tres ciclistas

Les cuento que ayer me hallaba apaniguando aves necrófagas; lo habitual, esparciendo comida por el monte, en este caso algunos restos de cordero asado y un alijo importante de alitas y muslos de pollo caducados, cuando fui abordado por tres ciclistas peregrinos a Santiago que, en inglés, me interpelaron acerca de qué aves eran esas, cuál era el sentido de la operación, si era peligroso observarlas a tan corta distancia y otros muchos detalles complementarios casi impertinentes. Mi inglés es defectuoso pero no tanto como para no notar que esa no era su lengua materna, por lo que les pregunté de dónde eran y, al responder que de Bélgica, sonreí aliviado al poder dirigirme a ellos con mayor soltura. Pero ocurrió algo sorprendente. Los tres, como robotizados, levantaron los brazos y, enfurecidos, gritaron “francés no”, “no hablamos francés” o, incluso, “no conocemos esa lengua". Y eran belgas. ¿Les suena de algo todo esto? ¿Les recuerda alguna reacción parecida que ustedes o alguna de sus amistades hayan tenido que soportar en España? ¿Quién fue el sabio que dijo que la estupidez humana no tenía límites?

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22 de junio de 2021
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Mujeres para hacer historia

Entre la lista cada vez más creciente de rehenes secuestrados por la dictadura en Nicaragua, hay un buen número de mujeres de distintas edades y credos políticos, unidas por el fervor de la libertad y la democracia, valores que en mi país se imponen ahora ante cualquier diferencia ideológica. Volver a ser una república, como demandaba desde las páginas del diario La Prensa Pedro Joaquin Chamorro, el héroe nacional asesinado por Somoza en 1978.

Algunas son jóvenes, o muy jóvenes, una generación de relevo que busca dejar atrás el pasado amargo y repetitivo de demagogia y represión en nombre de ideales hace tiempo enterrados, y abren el camino para que el país entre en la modernidad democrática que le sigue siendo negada. Sus rostros están ahora en las pantallas de los teléfonos celulares, y sus nombres se vuelven familiares: Ana Margarita Vigil, Tamara Dávila, Suyen Barahona…cada una de ellas aislada en una celda de castigo. Hay que anotarlos, son parte del futuro que no podrá seguirle siendo negando para siempre a Nicaragua.

Conscientes de que el cerco se estrechaba alrededor de ellas, nunca buscaron esconderse, y lo que hicieron, y siguen haciendo, es grabar mensajes estremecedores: “si están viendo este video es porque la policía allanó mi casa y me han secuestrado…”, comienza diciendo Suyen Barahona, madre de una niña y presidenta del partido Unamos.

Esto de los mensajes grabados es un patrón de resistencia cívica que se repite en todos los secuestrados, hombres y mujeres. Y el hecho de ver la cárcel como una prueba y como un desafío. No una queja, sino un reto. Violeta Granera se acerca a los 70 años. Su padre, mi profesor en la Facultad de Derecho, fue asesinado a sangre fría en 1979 por una escuadra de milicianos sandinistas bajo la justificación de que era magistrado de la Corte de Apelaciones de León. Cuando ella cuenta que antes de que lo mataran, desapercibido, extendió la mano en gesto de saludo a sus verdugos, sus ojos se llenan de lágrimas, pero nunca hay amargura en su voz. Su estatura ética está muy por encima de la revancha.

Socióloga de formación, Violeta es la presidenta del Movimiento por Nicaragua. Afable, conciliadora, incansable en la búsqueda de la unidad de las fuerzas de oposición a Ortega, apoyó hasta el último momento a través de las redes sociales a todos los que estaban siendo detenidos, y su voz de denuncia no bajo nunca de tono.

Se podría pensar que, entre ella, exiliada durante los años ochenta, los años de la revolución, y Dora María Téllez, forjadora de esa misma revolución, existe una gran distancia. Pero ambas luchan juntas por una nación diferente, donde alguna vez impere el estado de derecho.

Dora María fue uno de los iconos de la gesta contra la anterior dictadura de Anastasio Somoza. Abandonó sus estudios de medicina para irse a la clandestinidad, y a los 22 años, en 1978, fue la segunda al mando en la toma del Palacio Nacional, y la encargada de las negociaciones con Somoza para el canje de los más de 60 presos políticos por los diputados del Congreso Nacional retenidos por el comando. Un año después, dirigió la toma de la ciudad de León, cuadra por cuadra, a la cabeza de los contingentes guerrilleros, y puso en huida al general de cinco estrellas, comandante militar de la plaza.

Igual que Violeta, no rehuyó su captura, un operativo que involucró a decenas de vehículos policiales, un cerco militar en las calles adyacentes, y drones volando sobre su casa. Y también, igual que Violeta, fue golpeada y esposada, a pesar de que nunca opuso ninguna resistencia.

Esta forma de lucha se presenta como nueva en la historia de un país eternamente atribulado por las guerras civiles. Cuando se ocultaba en casas de seguridad en tiempos de Somoza, a Dora María nunca la habrían cogido viva. Sucedió muchas veces. Guerrilleros solitarios que se enfrentaban a contingentes militares enteros, y su sacrificio era el ejemplo.

Hoy, el ejemplo es otro. La resistencia que se hace sin armas busca alterar radicalmente la manera en que los cambios políticos se han dado en la historia de Nicaragua desde hace más de un siglo, siempre un caudillo armado que encabeza una guerra contra otro caudillo que detenta el poder, y, al final, ese nuevo caudillo liberador vuelve a entronizar una nueva dictadura.

Suena quizás a Gandhi, y suena a Martin Luther King. Y quizás se está abriendo una vía para romper el eterno círculo vicioso que ha convertido al país en un paria de la democracia, desprovisto de instituciones capaces de parar la mano de la voluntad omnímoda que siempre está dictando desde arriba capturas, tortura, muerte, exilio.

El secuestro de candidatos a la presidencia y de numerosos dirigentes políticos, y hasta de empresarios y banqueros, basado en leyes sacadas de la oscura manga de la arbitrariedad, dejan atrás la idea de que unas elecciones con un mínimo de credibilidad pueden darse en el mes de noviembre en Nicaragua.

Ortega mismo ha dinamitado esa posibilidad, y cualquier remedo de elecciones que intente, serán solo eso, un remedo, incapaz de otorgarle la legitimidad que busca para continuar indefinidamente en el poder.

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21 de junio de 2021
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El viaje infinito de los elefantes chinos

 

Los elefantes errantes de China

se toman un descanso.

Llevan recorridos

más de quinientos kilómetros

y nadie se lo explica.

 

¿Qué están buscando esos viajeros

obstinados?

¿Y si nos estuviesen avisando de algo

y su trashumancia fuese

un mensaje que no sabemos descifrar?

 

Otra pregunta me hago:

¿Y si estuviesen buscando

paraísos que ya no existen

como hacemos a menudo los humanos?

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21 de junio de 2021
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La inquietud agazapada en los cuentos de Margaret Atwood

El criterio para ordenar una biblioteca es un tema que da para un debate amplio. Conozco a personas que incluso disponen los libros en los estantes según los colores de sus lomos. Igualmente complejo me parece el criterio por el que colocamos una obra literaria determinada en nuestra vida, es decir, qué nos lleva a leerla en un momento concreto. He tardado mucho tiempo en acercarme a Margaret Atwood, confieso que tal vez demasiado, de la misma manera que confieso que desconfío cuando muchas y variadas voces, no siempre concordantes, hablan de un mismo autor o una misma autora. Me inquieta saber a qué responde tal celebridad de la misma manera que me inquieta saber si estaré a la altura y sabré disfrutar de los voceados festejos.

El caso es que ya he caído rendida a los pies de Atwood a través de Nueve cuentos malvados, publicado por la editorial Salamandra en 2019. Y debo decir que el hecho de que la traductora sea Victoria Alonso Blanco ha sido uno de los principales motivos del feliz encuentro. En magistrales manos y prodigioso dominio del lenguaje ha caído la escritora canadiense. Este trabajo fue reconocido con el XXIII Premio Ángel Crespo de Traducción.

Alonso Blanco nos empuja con garbo no exento de malicia a un universo en el que tanta importancia tiene lo que no se ve ni se dice pero sí se percibe, donde la perversión del ser humano con frecuencia se asume con la misma conmiseración con que se acepta la ternura, porque ambos atributos son manifestación de la misma fragilidad, a la que solo se puede responder con humor. Ahí se las apañen, señores y señoras lectores. Si le atribuyo este empujón a la traductora es porque la lengua con que nos trae a Atwood juega un papel fundamental en los juegos propuestos por la escritora canadiense.

Un hilo argumental une estos nueve cuentos malvados: la amenaza constante de la decrepitud. En la mayoría de los casos, la parábola nos viene a través de personajes de edad muy avanzada a quienes les toca asumir, más que la cercanía del final, el peso del bagaje acumulado a lo largo de tantos años. Un nuevo aviso a navegantes, porque ningún ser humano está nunca inmune ni inmaculado: la mezquindad y la degradación física también persiguen a los jóvenes y a los bellos. Por si fuera poco, lo que realmente afecta a nuestra vida puede y suele suceder fuera de esa zona que creemos controlar. Los mayores males asociados a la existencia se sufren más y resultan truculentos cuando se cierra el enfoque, pero desde la distancia y la perspectiva adquiridas por Atwood en seguida pasamos a resultar grotescos y ridículos. Pequeños personajes que se mueven sin sentido, como los duendes que se le aparecen a la protagonista de uno de los cuentos cuando apenas ya si puede ver la realidad que le rodea. Podemos reír, por supuesto, ya sabemos que la ironía es una magnífica coraza, pero la inquietud seguirá agazapada en algún lugar dejando un rastro ponzoñoso. En ese estado nos dejan todos y cada uno de estos Nueve cuentos malvados.

Margaret Atwood nació en Ottawa en 1939 y desde hace años su nombre aparece entre los que más suenan para recibir el Nobel. Su sólida obra no necesitaba el espaldarazo del éxito de la serie El cuento de la criada, pero ha servido para que su nombre se hiciera todavía más popular. En el cuento que cierra este volumen también pueden verse algunos rasgos de su capacidad para imaginar mundos distópicos: un movimiento social que quema residencias de ancianos porque reivindica que las personas mayores les dejen espacio en este mundo, porque “ya les toca”. Las reflexiones sobre la vejez son constantes en estas historias, pero lejos de abandonarse a la melancolía o al ostracismo, Atwood demuestra una capacidad asombrosa para interpretar la sociedad del siglo XXI, tan predispuesta a ensalzar la novedad y a construirse cada día partiendo de la nada, pensando más en el punto al que le gustaría llegar que en aquél del que partió. Otro motivo más para acrecentar esa inquietud que inyecta al lector, porque, en definitiva, Atwood demuestra que la novedad es un imposible, o un oxímoron, porque desde su misma aparición ya ha generado un movimiento opuesto que tienta contra ella, algo así como que comenzamos a morir en el mismo momento en el que nacemos. Cualquier condición moral o física acaba determinando el desarrollo de la contraria, de ahí la dificultad de construir personajes equilibrados que no resulten demasiado grotescos y –más difícil todavía– darles vida cada día, porque no hacemos otra cosa que representar todos esos estereotipos. Estos cuentos son malvados porque manifiestan la naturalidad con que todo se corrompe, la mezquindad inevitable como parte del ser humano. Ojalá fuéramos capaces de representar todos esos papeles con la gracia y la ironía que desprenden a raudales Atwood y Alonso Blanco. Qué interesante y rico sería cualquier momento del día, entonces.

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21 de junio de 2021
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Colón irritable

Me pregunto si habrá que hacer dentro de unos años un lavado a conciencia de la madrileña plaza de Colón; eso si para entonces se llama así y sigue oteando el horizonte el descubridor; sabemos que estas figuras de alcurnia se ven sometidas a un cribado constante, y el que un día se levanta prócer al siguiente yace en el barro.

Nunca he sido un admirador de la plaza en sí, aunque la recuerdo más noble cuando la antigua Casa de la Moneda ocupaba lo que hoy son sus jardines alzados, tan ad hoc para arengas de cualquier tipo. Las moles pétreas resultan feas, la bandera española un poco exagerada de mástil, y da frescor en verano su catarata, que hace ruido y no deja oír bien el manifiesto. Ha habido allí ocasiones que llamaremos -para que no se nos acuse de fraccionalistas- igualitarias: en junio de 2017 se celebró en Madrid el World Pride, y donde el pasado domingo el amo de la voz fue Vox, aquel junio los congregados de diverso género pudieron ser oídos abiertamente.

Lleva un tiempo okupada por las derechas, que van allí a mostrar con periodicidad su mal humor, que deseamos que sea, a la larga, benigno. De momento se trata de acciones preventivas sobre males no producidos, y lo peor es que los que tanto diagnostican son de poco fiar en cuestiones de salud pública. Con ellos no me haría yo ni una resonancia magnética. Por no hablar de colonoscopias, en las que te duermen las zonas sensibles.

Pero no todo en Colón irrita. El discurso rupestre y la horrenda rana gigante en un lateral no deben ocultar lo mejor del lugar, los grupos escultóricos que son las más bellas estatuas de la capital. Una representa a Valle-Inclán erecto y avanzando. La otra homenajea a Don Juan Valera a través de su personaje de Pepita Jiménez, una belleza lánguida cuyos labios de mármol los jóvenes cultos de una generación anterior a la mía besaban, en sus noches de farra, cuando no se podían hacer muchas más cosas.

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18 de junio de 2021

El peso de los pensamientos por Thomas Lerooy

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El peso de los pensamientos

Qué extraño ridículo estamos haciendo al meternos en la cabeza que debemos adaptarnos con disciplina a este mundo de nuevas normalidades. En esta casa se oyen demasiados disparates cuando encendemos el televisor. Manipular está de moda. Ignorancia e ineptitud todavía más. Crear problemas y soluciones, dar las gracias y vuelta a empezar.

El otro día me enviaron una crónica viralizada sobre el paso de la Familia Arcoíris por La Rioja. Qué burla más estúpida. Al parecer, en las noticias se llegó a decir que se trataba de una orgía desenfrenada con drogas y niños de por medio. Hasta ridiculizaron el mapita dibujado a mano por uno de los integrantes para señalizar la zona de acampada y se preguntaron que qué era eso de la madre tierra. Un helicóptero los estuvo vigilando y movilizaron a no sé cuántos cuerpos de seguridad para poner multas por no llevar mascarillas y acampar. Incluso enviaron a una pandilla de perritos para detectar estupefacientes. No encontraron nada. Las redes sociales se llenaron de críticas intensas hacia estos inconscientes y descerebrados hippies. Es triste, pero cierto. Esto no es más que un breve ejemplo de lo que está ocurriendo en España. No puedes acampar. No puedes reunirte con amigos. No puedes salir de noche. No puedes abrazar a tus familiares. No puedes respirar. No puedes trabajar. No puedes viajar. No puedes celebrar la madre tierra. Algunos dicen que es mejor no pensarlo. Se ha suspendido la libertad. ¿Volverá algún día o es otra batalla perdida? Hagan el favor de dejar a la gente en paz.

 

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17 de junio de 2021

Jackson Pollock, Convergence, 1952. Imagen cortesía jackson-pollock.org.

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Monstruos de las galletas

Cuando hablamos para otros y toda la atención está centrada en nuestras palabras, sentimos ligeros apagones. Basta con tropezar con una erre o una pe para que perdamos el compás, como si se nos olvidarán pasos de baile que conocemos de sobra. Para combatir el vacío, pronunciamos una muletilla salvadora, tanto es así que cuando escuchamos hablar a un político, periodista, actor o escritor, raro será que no diga “de alguna manera”. Pero ¿qué queremos expresar? En el registro oral funciona a modo de amortiguador de la mala conciencia, de la autoridad, o puede reflejar el síndrome del impostor que sienten quienes a veces son llamados a explicar el mundo. También es una forma de ir pensando mientras se buscan las palabras para decirlo.

Escucho a un presentador que habla de “intentar amortiguar, de alguna manera , el argumentario del indulto”. Si suprimimos el “de alguna manera”, la frase no pierde el sentido, sin embargo el periodista rueda más seguro por encima de ese comodín aparentemente elegante que suaviza su afir­mación.

Los tertulianos se exaltan y ejercen de garantes de la ética, cuyo contenido va virando con el viento, ya que entre la ciudadanía los sentimientos morales se activan y desactivan a demanda. En su intento de enhebrar un discurso sólido, abusan de expresiones de estilo: “poner en valor”, “victimizar”, “cancelar” o “monetizar”. Creen que sintetizan el lenguaje y enmarcan su intención, pero a la vez se homologan, como si esas palabras les valieran un carnet de buen analista.

Hace unos días, mi viejo amigo y colega Marc Giró dijo en un plató de Telecinco que en Sálvame eran como monstruos de las galletas, deglutiendo información sin reflexión. El valiente de Giró podría señalar también todos los debates políticos en los que prevalecen las lenguas de madera que repiten ideas convertidas en mantra para unos y veneno para otros.

Leo a Bernardo Kastrup, ¿Por qué el ma­terialismo es un embuste? (Atalanta), un libro en el que anima a superar los clichés y acabar con las interpretaciones disparatadas de la realidad que han oscurecido nuestra propia visión. Y elabora una formulación del ­idealismo más próxima, asegura, a la verdad que la insensatez del materialismo. “Es la autorreflexión la que nos da una oportu­nidad de interpretar la metáfora de la vida. Sin ella estaríamos inmersos en el despliegue de la experiencia, como animales instintivos. No tendríamos ninguna manera de dar sentido a lo que está ocurriendo”, escribe. De ahí que acaben siendo tan plácidos esos “de alguna manera” que caen entre ­galleta y galleta.

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16 de junio de 2021
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Dante

Hay que leer a la vez estas dos traducciones de la gran obra del florentino para buscar la mejor interpretación: la de José María Micó y la de Juan Barja y Patxi Lanceros

Fue un hombre de aspecto hosco y altivo según los retratos que han llegado hasta nosotros. Un buen ciudadano extraviado por la política de una sociedad en guerra civil, escindida entre el Papa y el Emperador. Eligió el bando perdedor, fue condenado a muerte, se exilió, y ya no volvió a ver Florencia, su patria. A cambio, hizo del florentino la lengua de todos los italianos. Tan dramáticos elementos han hecho de él un poeta próximo al alma de los españoles. Hay una docena de excelentes traducciones, pero entre ellas sobresalen dos, la de José María Micó (Acantilado) y la que origina este comentario, la monumental de Juan Barja y Patxi Lanceros (Abada). Por fortuna, son tan distintas que no nos obligan a sancionar cuál sea la mejor. Las dos son mejores y el verdadero aficionado querrá tenerlas ambas.

La de Micó es práctica para viajes a Italia (935 páginas). La de Barja es colosal (1600 páginas en gran formato). Son ambas eruditas, algo imprescindible en un texto del que no queda un solo autógrafo. La obra fue un éxito inmediato y dio lugar al más extenso samizdat del siglo XV: se conservan 750 manuscritos. Ello da idea de los problemas del traductor para elegir los términos justos en una obra grandiosa y obsesionada con el lenguaje. Las diferencias, por tanto, son frecuentes y fascinantes. Ambos usan el endecasílabo de un modo propio e igualmente virtuoso. Hay que leerlas a la vez para buscar la mejor interpretación.

En este ascenso hacia la luz, ha quedado fijo como “dantesco” lo infernal. No es así. También son dantescos Purgatorio y Paraíso, no sobra un verso. De modo que son necesarias ambas ediciones, una para leer en un sillón (Micó) y otra para trabajar sobre la mesa: la de Barja incluye los bellos dibujos de Botticelli y casi 300 páginas de notas. Lujo.

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15 de junio de 2021
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