Francisco Ferrer Lerín
Noto que, últimamente, me llaman “Fernando”. Primero fue la peluquera Pacita, que me arregla el pelo: ‘Siéntese aquí, Fernando’, ‘¿Muy corto esta vez, Fernando?’. Luego, en el cartel anunciador de la Feria del Libro, en Jaca, veo que aparezco como ‘Fernando Ferrer Lerín, escritor y especialista en necrofagia’; menos mal, pensé, en un primer momento, que, con este segundo oficio que me han endosado, paso más desapercibido al cambiarme el nombre de pila, pero, la verdad, no deja de inquietarme esta insistencia en modificar mis credenciales. He consultado al Dr. Panchetti, psicólogo de masas, y me asegura que, en mi caso, el cambio de nombre se debe a la impresión que produce, entre las clases desfavorecidas, mi presencia física, que les lleva a considerar “Fernando” como atributo correcto dado mi porte distinguido. Incluso, entre los que conocen mi verdadero nombre, «Francisco», no les cabe la menor duda de que sí, que no está mal, pero que puede derivar fácilmente en el pachanguero “Paco”.