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Al fin aparecen las armas de destrucción masiva

En Libia, no en Irak. Ocho años más tarde. Sin invasión americana y sin inspectores de Naciones Unidas. Era el detalle que faltaba para redondear la comparación entre el disparate de Irak y el éxito de Libia. Disparate desde el principio: el de la demonización de Sadam Hussein sin que existieran evidencias de la existencia de arsenales, como la aceptación de Gadafi en el club de los personajes honorables sin suficientes garantías ni inspecciones; el primero con los inspectores de la OIEA metidos hasta la cocina pero sin resultado satisfactorio y el segundo realizando negocios con todo lo más granado del capitalismo occidental sin apenas control de nadie.

Ha sido el nuevo gobierno libio el que ha descubierto dos escondrijos secretos y no declarados donde Gadafi guardaba los arsenales sobre cuya existencia mintió a Tony Blair y a sus otros aliados. En 2003 el régimen aseguró que había destruido su arsenal, pero ahora se ha comprobado que solo lo hizo en parte y que todavía mantenía una buena y peligrosa santabárbara de gas mostaza y otras armas químicas. Este tipo de declaraciones, junto al acuerdo sobre el atentado de Lockerbie, sirvieron para lavar la imagen del régimen y permitirle su reintegración en la comunidad internacional, a pesar de su acreditado pasado terrorista. La comparación entre Libia e Irak no puede ser más aleccionadora, y explica la pasión con que algunos neocons todavía critican la actuación de la OTAN y defienden, al menos subrepticiamente, las virtudes estabilizadoras de Gadafi y las ventajas que proporcionan dictadores comprados de este tipo en frente del islamismo. Todo lo que se hizo mal en Irak se ha hecho bien el Libia: resolución de Naciones Unidas, coalición con participación árabe, apoyo aéreo de la OTAN, derrocamiento del dictador a cargo de los propios libios. Y lo que se ha hecho mal en Libia, como es permitir el linchamiento de Gadafi, no puede decirse que se hiciera mejor en Irak, donde Sadam Husein fue ejecutado sumariamente de forma vengativa y vergonzosa. Quien tenga dudas sobre la orientación del país en el futuro, mayores podría tenerlas sobre la evolución de Irak, cada vez más en la esfera de influencia de Irán. Y por si faltara algún razonamiento a estos silogismos, basta con observar las revueltas árabes como una cadena de movilizaciones con efectos cada una en la siguiente. Sin Túnez, no hay Egipto. Sin Egipto no hay Libia. Y sin Libia, no tendríamos algún día cercano a Siria. El único argumento que aguanta es el del inmovilismo: no hay duda que un mundo inmutable y estático es el ideal obligado de los conservadores, que afortunadamente la vida se encarga de desmentir a diario.

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16 de noviembre de 2011
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III. Las almas muertas

Donde se denegaron las cédulas fue porque el partido oficial temía perder; mientras tanto, a sus propios partidarios, las cédulas les eran entregadas a domicilio, cortesía de la casa. Y miles de muertos, como en las Almas Muertas de Gogol, figuraban en las listas del padrón que el elector debía consultar en los centros de votación para saber a qué junta receptora dirigirse. En Matagalpa, leo, un humilde votante, Jacinto Villalta López vio en la lista el nombre de su hija Claudia Carolina Villalta Cano, fallecida de cáncer en 1999, a los veintiún años de edad. Ya había votado desde el más allá, o alguien lo había hecho por ella. No le quedó sino llorar.

 Roberto Courtney, el director de Ética y Transparencia, un prestigioso instituto que ha observado y evaluado los anteriores procesos electorales en Nicaragua, y al que esta vez se le negó participación, ha declarado que de las trece reglas internacionales que sirven para medir la transparencia de unas elecciones, éstas del domingo salen aplazadas en doce. Es decir, pierden toda credibilidad. Lo mismo ha dicho Roberto Bendaña, presidente de otro de los organismos consagrados a la observación electoral, Hagamos Democracia, al que también se le denegó la participación. Las ha calificado de bochornosas.

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16 de noviembre de 2011
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El intelectual herido

Dicen que las mujeres tenemos fama de quejarnos. Ese lamento de que no por prosperar en la vida, alcanzar objetivos y acertar por fin con el color de pelo, lograremos ser más felices. Algunas ensayistas norteamericanas, como Susan Pinker, han querido demostrar que a pesar de las conquistas obtenidas, las mujeres occidentales toman más antidepresivos que nunca y aún y así su optimismo es fungible. Pero gracias al profesor Jordi Gracia, descubro que existe un colectivo que supera con creces al de las mujeres quejumbrosas: los intelectuales. En El intelectual melancólico. Un panfleto (Anagrama), Gracia apunta contra la egolatría y la frustración de quienes pasean engreimiento clasista y amargura vital. Leí sus páginas sin dejar de subrayar: “La melancolía no es un estadio fijo ni se alcanza (necesariamente) en el último paso de una vida fecunda; de hecho es sobre todo un estado de ánimo que predice el desfondamiento de las esperanzas de hacer de la sociedad ?o de todo Occidente?, el bosque rico de imaginación, fuerza creadora y atadura a la tradición que ha sido siempre y ya no va a ser más». Esas cantinelas: todo tiempo pasado fue mejor; la fatal decadencia del presente. El “nunca ha habido tanta miseria de autores, el nivel más bajo de la historia contemporánea”. Para terminar arrojando la toalla porque se acabaron la alta cultura y el buen gusto. Pero, ¿hay razones para tan negro réquiem? Jordi Gracia, en un punteo mortífero y eficaz, alcanza a dibujar un ser verdaderamente temible, un tipo que mira por encima del hombro a todo dios, incluso a Martin Amis o Philip Roth, un ser que desprecia todo lo que se publica . Aquél, dice el autor, que fue un joven iconoclasta y se ha convertido en un adulto resentido por el fracaso de su utopía; el que tiene fobia a internet y sus libros se encuentran en el último e inalcanzable estante de la librería aún con la etiqueta del precio en pesetas. Y sacude mi ingenuidad, e imagino que la de tantos autores ingenuos, cuando al esbozar la estampa del intelectual emprenyat asegura que este critica de oídas, con datos sacados de las charlas con sus sobrinos.   No fue hasta después de leer el libro cuando me enteré de que este panfleto irritado y virulento se debía a un duelo bajo el sol, o más exactamente, a un desencuentro de claustro universitario. Pero que la idea proceda de un rifirrafe entre eruditos no invalida la defensa de un espíritu constructivo y respetuoso, lejos del resentimiento de quienes actúan como si ejercieran la más elevada autoridad moral, una especie de superyo social, aunque aislado del espacio público. Cierto es que las inclemencias del paso del tiempo, o de la química, pueden abonar el carácter endiablado de quien critica la miseria intelectual del presente mientras se dedica a lo que se acaba haciendo a cierta edad: autoplagiarse. Pero ni todas las mujeres son un paño de lágrimas ni todos intelectuales se creen Goethe. Si bien se ha argumentado con profusión el declive de la fama, la vida que se inicia para aquellos que fueron celebridades ?los deportistas, por ejemplo, cuando ya no pueden seguir compitiendo y su nombre tan sólo figura en la historia o como comentarista de televisión?, la decadencia del intelectual tiene menor bibliografía, salvo que se haya sido Gertrude Stein. Afortunadamente existen voces que, más allá de lamentos infértiles, fomentan la disidencia y el espíritu crítico frente a las alianzas empresariales y editoriales que anteponen el marketing a la calidad. Y que contribuyen a reafirmar el orgullo y la autoestima de un país que necesita más que nunca aliviarse con el manto de la cultura. Aun sabiendo que un genio nace cada cien años.

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16 de noviembre de 2011
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El rechazo de Chinhua Achebe

Chinua Achebe Como lo hizo en su momento Thomas Bernhard, diciendo que aceptar un premio nacional era como permitir que ?te caguen en la cabeza?, el escritor nigeriano Chinhua Achebe rechazó un Premio Nacional nuevamente, como lo hizo hace siete años. Dice la nota:

El escritor nigeriano Chinhua Achebe, rehusó una ed las mayores distinciones otorgadas por su país, y adujo las mismas razones que lo llevaron a no aceptar el premio en 2004. Hace siete años, Achebe se quejó de que su Nigeria estaba siendo convertida en un territorio en bancarrota y sin ley. El presidente de Nigeria, Jonathan Gooluck, expresó su sorpresa y lamentó la decisión. El mandatario dijo que esperaba que Achebe encontraría tiempo para visitar su tierra natal desde Estados Unidos para ver cuánto estaba avanzando el gobierno

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15 de noviembre de 2011
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Javier Calvo, premio Cosecha Eñe 2011

Javier Calvo El premio Cosecha Eñe 2011 para cuento, organizado por la revista Eñe, ha sido para el experimentado narrador y traductor Javier Calvo y su relato ?Nínive?. Dice la nota:

El escritor catalán Javier Calvo ha sido el ganador de Cosecha Eñe 2011, el premio de relatos que concede la revista literaria ?Eñe?, por el texto ?Nínive?, que narra las angustiosas reacciones de un paciente de un psiquiátrico tras una traumática experiencia en una excavación arqueológica. Esta sexta edición del galardón, dotado con 3.000 euros, se ha entregado hoy en un acto en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, dentro de las actividades de la primera edición del Festival Eñe, ha informado un comunicado de los organizadores.

La revista, que ha recibido 3.029 relatos procedentes de cerca de 40 países, publicará el relato ganador, así como los nueve finalistas, en su próximo número, correspondiente al invierno de 2011.

El jurado ha estado compuesto por el escritor José María Merino, el editor y crítico Ignacio Echevarría y Elena Ramírez, directora editorial de Seix Barral, así como por Camino Brasa y Toño Angulo en representación de Eñe.

Javier Calvo (Barcelona, 1973) es escritor y traductor literario. Es autor de las novelas ?El dios reflectante?, ?Mundo maravilloso? (finalista del premio Fundación José Manuel Lara 2007) y ?Corona de flores?, y, en el campo de la narrativa breve, ha publicado ?Risas enlatadas?, ?Los ríos perdidos de Londres? y ?Suomenlinna?.

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15 de noviembre de 2011
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Conservadurismo ensimismado

Décimo debate entre los candidatos republicanos a las elecciones primarias de la que saldrá quien rete a Obama en noviembre de 2012, y primero dedicado a la política exterior de Estados Unidos, la superpotencia única que se enfrenta a la mayor redistribución de poder mundial de los últimos veinte años y al reto a su propio liderazgo por parte de China. Son siete hombres y una mujer los que aspiran a protagonizar el desafío al primer presidente afroamericano de la Historia y al político demócrata que suscitó mayores esperanzas y expectativas de cambio desde John Kennedy.

El punto de partida del debate dice más sobre las ideas de estos candidatos y de su partido que las preguntas de los dos periodistas y las correspondientes respuestas: no se examina exactamente al presidente elegido por los ciudadanos, sino al comandante en jefe del ejército de los Estados Unidos; y los temas de los que se discute se presentan todos ellos como cuestiones que afectan a la seguridad nacional. Es asombrosa la capacidad de simplificación que demuestran la mayoría de los candidatos, que observan el mundo como un territorio normalmente hostil en el que lo primordial es separar a los enemigos de los amigos y exhibir la fuerza militar de que dispone la superpotencia. Este hecho se explica en buena parte por la militarización de la política internacional, propugnada por los neocons y comprada íntegramente por el partido republicano, y también por un amplio sector de la opinión pública, demócrata incluida, tan arraigada como para convertir en temas totalmente secundarios las relaciones diplomáticas, la cooperación y el multilateralismo. No puede extrañar, por tanto, que la discusión sobre la tortura, practicada durante la presidencia de Bush para combatir al terrorismo, siga ocupando un lugar central en el debate republicano, cuestión que solo rechazaron radicalmente los dos candidatos más marginales, el libertario Ron Paul y el ex embajador de Obama en Pekín, Jon Huntsman. El repertorio de ideas lunáticas, raras o erróneas que pueden ofrecer estos candidatos republicanos a las primarias es extraordinario, fruto en buena parte de los casos de su ignorancia supina o incluso su desinterés por temas y países muy alejados de sus bases y de sus circunscripciones. Contrasta duramente con el momento convulso del panorama del mundo: el ascenso de Asia, la crisis de Europa, las revueltas del mundo árabes, cuestiones todas ellas que apenas interesan a estos políticos, si no es estrictamente por el tamaño al que puede quedar reducido su campanario. Rick Perry propone partir de cero en la ayuda militar exterior que proporciona Estados Unidos a sus innumerables aliados para obligar a aceptar las condiciones que correspondan a los intereses estadounidenses. Herman Cain señala que China se halla a punto de obtener el arma nuclear y se siente incapaz de saber si Pakistán es un país enemigo o un aliado. Mucho más significativo es el apoyo de los dos candidatos más serios, Newt Gingrich y Mitt Romney, a las acciones militares contra Irán en caso de que no funcionen las sanciones al régimen y la ayuda a la oposición. Ambos apoyan también la realización de acciones encubiertas para derrocar al régimen sirio der Bachir el Assad. Todos critican al actual presidente y evitan en cambio los enfrentamientos entre sí, siguiendo una consigna muy bien expresada por Gingrich: ?Estamos aquí esta noche para explicar al pueblo americano que cualquier de nosotros es mejor que Barack Obama?. No es fácil que esto suceda en el capítulo de la política exterior, donde Obama obtiene las mejores calificaciones de sus conciudadanos, sobre todo en relación al terrorismo, en abierto contraste con el bajísimo nivel de aprobación que obtiene por la gestión económica.

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15 de noviembre de 2011
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La técnica y el ser del hombre: del control del fuego a la medida cuántica XIII

XIII El precio de sacrificar las fábulas

Uno de los aspectos que más interesa en esta reflexión filosófica sobre la naturaleza son las diferentes interpretaciones que cabe dar a la teoría cuántica, muy a menudo presentadas como interpretaciones de un formalismo matemático pero que en realidad van más allá de este extremo.  Hay al respecto algo que enfatizo en otro lugar, a saber que la divergencia de interpretaciones es una divergencia puramente teorética en el sentido de que no se trata de divergencias respecto a la práctica de la disciplina y a la manera de conducir los experimentos. Ello se pone particularmente de relieve en el llamado problema de la medida, quizás el nudo mayor al  que se enfrentan los teóricos, y no los prácticos, pues las sutilísimas especulaciones en el primer registro (en 1961 Eugene Wigner llega a introducir la temática de la conciencia para dar cuenta de la medida cuántica, asunto en el cual ya le había precedido von Neumann)  carecen de consecuencias en el segundo. Hay pues tanto acuerdo en los resultados (piénsese que algunos de los teóricos que aquí se evocan han sido grandes experimentalistas) como desacuerdo a la hora de  posicionarse sobre la significación de los mismos. [1]

La posición de un pragmatista se halla fuertemente espaldada por estos hechos. Dado que la discusión (por ejemplo entre la versión canónica o de Copenhague y la versión de Einstein que intenta acercarse a la física clásica o la de de Broglie Bohm, que reintroduce el determinismo)  no tiene consecuencias experimentales, pasemos de ella  y atengámonos a los experimentos, viene a decir el pragmatista Suppens en una frase   de  enorme claridad:

"Todas estas interpretaciones trabajan a partir de los mismos datos empíricos, es decir, de los mismos hechos experimentales, y todas dan esencialmente la misma interpretación operativa de esos datos. Lo diferente es la extensión conceptual o metafísica más allá de tales datos experimentales, que implican la muy diversa pluralidad de puntos de vista, desde la interpretación de Broglie Bohm a (...) los múltiples mundos de Everett (...) Por ello estas interpretaciones aparecen como fábulas, del pasado, cuentos con intriga, a menudo de gran interés intelectual, pero pragmáticamente no muy relevantes  " (P.250)

 El autor insiste una y otra vez en la obviedad "el punto de vista pragmático no se ve en lo esencial afectado" por tales fábulas. Pero su reconocimiento del gran interés intelectual de las mismas  revela  el sacrificio que habríamos de efectuar  para satisfacernos con su punto de vista.  Como más arriba sugería esta actitud no está lejos de la que manifiesta el ciudadano rodeado de parafernalia electrónica en relación a aquello que la posibilita. Si se considera que  lo importante es el confort que la técnica procura, resulta realmente ocioso (en relación a  lo que cuenta), el discutir sobre la estructura y comportamiento de las partículas elementales, sin cuya observación sin embargo no se hubiera desarrollado la tecnología. Hay aquí como un repudio de nuestra condición de seres llamados al conocimiento, que encierra quizás un pesimismo sobre el hecho de que la realización plena de tal condición sea posible y en verdad satisfactoria.

Ciertamente el pragmatista objetará que le mueve esa modalidad de conocimiento que es la física. Pero el filósofo responderá que la física no puede - o no debe- hacer abstracción de las interrogaciones a las que la propia disciplina conduce, aunque ya no tengan importancia para el despliegue de la misma. Y ese mismo filósofo estará tentado de decir que el hecho mismo de que la divergencia ya no tenga consecuencias prácticas constituye (dado que procede de lo que sí tiene consecuencias prácticas -como hemos visto los descubrimientos cuánticos determinan nuestro  mundo) tanto un indicio de su dignidad, como la prueba de que la teoría constituye la causa final de la actividad científica.


[1]    Suppens señala oprtunamente: "the experimental articles from one end of standard quantum mechanics to another will scarcely mention any aspect of this part of the interpretation . What they will use  will be the standard theory of bounded operators in Hilbert space, but even here, in the papers closed to experiment, the mathematical apparatus set forth explicitly by von Neumann will scarcely be invoked" (p.247).Y algo más adelante:

      "The remarkable thing about these many interpretations of quantum mechanics is that no new experimental results come out as predictions and, consequently, an empirical choice of the sole correct view is no possible. It is also the case that most experimental physicists will be essentially unaware of the development of schotastic mechanics by Nelson and others"(p.249)    

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15 de noviembre de 2011
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Rajoy: el caminante tranquilo

Supuestamente, Mariano Rajoy era un candidato blando empezando por su nombre de pila, tan de otro tiempo, como aquellos personajes de Galdós que enredaban las tardes fumando en un casino de pueblo. Pero cuando la extrema derecha empezó a llamarle maricomplejines, su percepción exterior dio un vuelco. Ya no preocupaba su asertividad o su voz aflautada y siseante sino si sería capaz de poner orden en el corral. De representar autoridad entre las diferentes facciones del PP donde brillaba la influencia de Esperanza Aguirre, una líder con ascendencia y arrojo. Y vaya si lo hizo. Nunca el PP había alcanzado una posición de salida tan aventajada. Fue en aquel balcón de Génova, en marzo del 2008, incapaz de controlar que la bofetada de la derrota le mudara el semblante, junto a su mujer, Elvira Fernández Balboa, transparentemente triste, cuando empezó su remontada. Y emergió un perfil más humano. Aclamado en el congreso de Valencia celebrado bajo el eufemístico lema de «Crecemos juntos», aprovechó la alfombra roja que le tendía José Luis Rodríguez Zapatero con su gestión de la crisis. En menos de cuatro años, Mariano Rajoy ha restañado la vanidad maltrecha, se ha rodeado de mujeres y ha empezado a manejar el iPad. Acusado de falta de carisma, la gran crisis coloca en primera línea perfiles como el suyo y el de Rubalcaba, experimentados números dos, pactistas, gestores, solventes. «Claramente Rajoy representa el soft power; los modelos carismáticos de liderazgo están agotados porque pueden desembocar en frustraciones colectivas», sentencia José María Lassalle, diputado por Cantabria, quien tiene bien medida la definición de Rajoy: estoico, prudente, contenido, la antítesis de la crispación, la hiperactividad y la ansiedad. Reposado aunque no perezoso. Con una ironía fruto de la interpretación distante respecto a la vida. Incluso los más críticos resaltan su aversión al conflicto y su vocación de consenso. También su campechanía. «¿El estilo Rajoy? Moderación vital y prudencia intelectual. Tiene que ver con los grandes políticos de la Restauración, como Cánovas, que neutralizó los enfrentamientos fratricidas», concluye el ideólogo Lassalle, uno de los jóvenes sobradamente preparados que forman parte de su círculo, relegada ya la vieja guardia integrada por Cascos, que lo crucificó, o Fraga, de quien siempre tomó distancia. Con Aznar, que participa en la campaña de momento sin coincidir con él, su posición es cuidadosamente estratégica y educada. Vivimos unos tiempos que disuaden cualquier atisbo de metrosexualidad en política y que han eclipsado a aquel líder capaz de arrancar un pellizco con la belleza de sus metáforas. Unos tiempos propicios para quien no tuvo reparos en asumir como declaración de principios aquel: «Mire usted, yo soy un señor de provincias». Un señor reflexivo, de habano y digestiones lentas, con una mirada atlántica pero apartado de los epicentros narcisistas y las vanguardias sociales. Un político que lee en los debates, le comento a Soraya Sáenz de Santamaría. «Porque es la antifrivolidad ?replica su número dos, su fiel escudera?. Se toma las cosas muy en serio, va con las ideas argumentadas. En una ocasión Churchill le dijo a un colaborador: ‘Vamos a tenerlo que dejar porque tengo que improvisar lo que mañana diré en el Parlamento’. Porque la espontaneidad puede jugar muy malas pasadas, se pasa de la improvisación a la rectificación». Según Ana Botella, no hay político más preparado en España para desempeñar funciones de estadista, y me enumera uno a uno todos sus cargos. «Es un político de larga travesía», argumenta. «El del birrete», lo llamaban en Pontevedra, hijo de una familia conservadora de rancio abolengo, nieto de un nacionalista que redactó el Estatuto gallego en el 36, fue un niño grande y solitario, un niño muy de mamá, una mujer de gran personalidad que lo instruyó en «la necesidad del esfuerzo y del sacrificio», como recuerda en su biografía En confianza. Con los años, no dejó de ser un estudiante brillante ni de acuñar ese proverbial humor chistoso. El registrador de la propiedad más joven de España soñaba con ser algún día ministro de Justicia. Y posponía el matrimonio, por presiones familiares y porque de joven fue bastante juerguista. Hasta que llegó Elvira, «una mujer que ocupa una posición discretamente importante en su vida», comenta su núcleo. ¿Al estilo Botella o Espinosa?, le pregunto a Sáenz de Santamaría: «Son un buen tándem como pareja: si gana las elecciones, Elvira será un gran apoyo», responde ella. Para un sector, Rajoy es un político de combustión lenta, un legalista que nunca ha pisado a nadie para llegar; para otros, es un hombre cuya prudencia le hace ser excesivamente cauteloso. Es habitual oír que dejó de ser víctima de su peluquero, pero no de sus asesores de comunicación, que no lo han sabido acercar a los medios. Sus críticos acusan su bajo perfil, su paso por cuatro ministerios sin apenas dejar huella, sus silencios y su personalidad alérgica a los conflictos, como ocurrió con el caso Camps. Dentro del partido «se le considera un gran experto en solucionar crisis, desde su etapa en la Xunta gallega hasta el Prestige o las vacas locas», afirma la periodista Magis Iglesias, autora del libro La sucesión: de cómo Aznar eligió a Mariano Rajoy. Con fama de buen orador, en los últimos años ha modernizado su discurso. «Hay que ponerse las pilas», dice. Pero, fiel a sí mismo, no abandona cultismos y términos en desuso como chisgarabís, petimetre, veleidoso, taimado, chalanear, o una de sus palabras preferidas: colosal. Padre de dos hijos, dejó claro en el debate televisivo su coincidencia con Rubalcaba en tan sólo un asunto: «Las mujeres concilian más». Su círculo más íntimo insiste tanto en su prudencia como en su empatía. En un Rajoy cercano, divertido e incansable que cuando empieza a andar nadie lo para. Camina a diario más de una hora, a paso ligero, convencido de que él no es un hombre de sprints. El camino como metáfora alcanza aquí su literalidad. Porque si gana las elecciones, además de tener que arbitrar la mayor crisis de la democracia, deberá luchar por esa idea que en su día había forjado John Stuart Mill y que él ha suscrito: la felicidad también es un concepto político. (La Vanguardia)

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15 de noviembre de 2011
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Salinger versus Kapuscinski

 En un rincón J.D.Salinger y en el otro R. Kapuscinski. Frente a frente.

El mismo día a la misma hora y en la misma librería, me compré dos libros de la misma editorial: Galaxia Gutemberg. Uno de ellos "Una vida oculta" de Kenneth Slawenski (sobre la vida de J.D.S.), el otro "Non fiction" de Artur Domoslawski (sobre la vida de R.K.). Ambos del mismo precio y el mismo género: biografías. Dos autores/fans, entregados por varios años a escribir la vida de personajes que los desvelaron. Uno, enfocado en un  clásico de la ficción, otro en un clásico de la no ficción .

Decidí leer ambos tomos en paralelo. Me gustó el ejercicio fortuito (tomé equivocadamente uno, pensando que seguiría leyendo el otro) de sumergirme en la vida de Salinger y Kapuscinski en simultaneo, online, como si se tratara de la construcción móvil y en tiempo real de un  mini canon portátil.  

Al contrastarlas en simultáneo, las biografías van soltando constantemente similitudes y diferencias, lanzando réplicas infinitas como la de dos espejos contrapuestos. Dos autores muy distintos y muy distantes (seguramente, la primera vez que estuvieron más cerca fue en 1936 cuando Salinger, de 17 años, estuvo en Polonia matando chanchos mientras Kapusinski era un niño de 3 años que aprendía a hablar), que asoman con una rara similitud: dos detectives privados que avanzan incansable sobre sus huellas.

Convengamos que un biógrafo siempre es un tipo algo miserable. No necesariamente porque, como pensaba Walter Benjamin, se trate de un género menor. Más bien porque los biógrafos, rara especie en esta historia, intentan amoldar a un personaje a una tesis (¿prejuicio?). En el caso de los libros sobre Salinger y Kapusinscki, tanto Slawenski como Domoslawski  despliegan de entrada  toda  una artillería de reporteo y archivos y entrevistas, con una finalidad que se desprende única de ambos libros: demostrar que el autor de las mentiras decía la verdad, y que el autor de las verdades nos estaba mintiendo.

Como dos profanadores de tumbas que entran a desvestir a los esqueletos para cubrirse con sus ropas, esta pareja de biógrafos se empeña (siempre dejando por entendido que, en realidad, sus libros son homenajes) en reducir a sus estudiados a chismes de peluquería. En un festival del chimento, donde constantemente se cruza la verdad y la mentira, la mentira y la verdad, en una persecución frenética que da la lectura de ambas vidas en paralelo.

Cualquier biografía termina teniendo un tono policial. O, mejor dicho (porque no es oficial), un tono de soplón.  Desde las primeras páginas, los dos libros comprados el mismo día y a la misma hora y en la misma editorial, dejan claro que usarán el soplonaje para demostrar lo mismo: que el autor en cuestión, no era tanto como decía. Que Salinger era, mucho más de lo que creemos y admiramos, un autor de no ficción. Y que Kapuscinski, mucho más de lo que se esperaría y disfrutamos, era un autor de ficción.

Nunca me ha gustado leer dos libros en simultáneo. Me suena a práctica de lector a sueldo, de burócrata de la opinión literaria. En este caso, sin embargo, el experimento termina provocando una fusión casi perfecta en su engranaje. El autor de ficción apoyándose en la realidad, y el autor de la realidad afirmándose en la ficción. Cada vez que uno de los biógrafos descubre a su respectivo autor  sujetándose en alguna muleta, lo repite, lo reitera, como si acabara de desbaratar una gran operación de tráfico de esclavos. Nadie se los dijo, nadie se los pidió, pero en ambos libros los soplones están dispuestos a poner las cosas en orden. Como si el talento de ambos fuera revelarnos una maravillosa causa oculta que nadie esperaba. Y que, claro, piensan ellos se trata de un deber moral.

Es extraño lo que pasa con la verdad y la mentira en relación a un autor. Salinger y Kapuscinski son modelos perfectos para comprobar cómo nos incomoda un buen texto. Si un novelista cuenta algo que nos gusta mucho, bah, entonces seguro le pasó a él. Si un cronista cuenta algo que nos gusta mucho, bah, entonces seguro lo inventó todo. Mientras Salinger se encerraba a escribir para alejarse del mundo, Kapuscinski se hacía invisible reporteando guerras en países perdidos donde nadie lo podía encontrar.

Ahí están, sobre el ring, los dos boxeadores abrazados. Sin tirarse golpes entre ellos. Parecidos. Aunque de manera distinta, los dos vivieron con la ficción de esconderse. Más allá de lo que digan ambos libros, ninguno lo consiguió. La ecuación es simple, y la dijo el poeta Jorge Teillier al hablar de escritores: "Son solitarios y saben que aunque ganen, igual al final, van a perder". Lo bueno es que esa derrota no significa, ni de cerca, el triunfo de los biógrafos.   

 

twitter: @menesesportatil 

 

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14 de noviembre de 2011
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Adam Haslett reseñado

Adam Haslett Se dice que se necesita 4 años, como mínimo, para que un fenómeno social pueda originar una literatura realmente interesante. No se trata de quién es ?el primero? en escribir sobre el 11S, por ejemplo, sino quién consiguió retratar el temor posterior al hecho. Con la crisis económica de EEUU puede decirse lo mismo. Pero como es un fenómeno que aun perdura, extendiéndose a países europeos, quizá es demasiado pronto para que aparezca una gran novela sobre la crisis (aunque algunas la tienen como telón de fondo, como Sunset Park de Paul Auster). Nada de eso ha detenido a Adam Haslett quien en Union Atlantic (traducida por Salamandra) retrata la recesión y las pesadillas que engendra la realidad. Una reseña en Radar Libros de Claudio Zeiger nos acerca a la novela de Haslett. Dice la reseña:

Se podría empezar diciendo que este libro de Adam Haslett aparece en el momento en que se produce la caída portentosa de Lehman Brothers, el gran alerta roja de la crisis financiera global. Y no sólo el dato sería cierto, sino también pertinente y relevante: Union Atlantic trata, en definitiva, de la crisis financiera, de la caída de un banco enredado en los turbios negocios de los derivados y la especulación inmobiliaria sin freno. En ese sentido, es una novela realista y anticipatoria (su autor trabajó varios años en ella) que desemboca en la crisis prefigurada políticamente por la guerra del Golfo, el 11-S y la invasión a Irak. Y, en rigor de todo eso trata la novela pero, es tiempo de decirlo, encastrarla de tal manera en la estricta realidad de los Estados Unidos no da cuenta de lo que puede significar más hondamente en términos literarios, del logro enorme de este libro ambicioso y complejo pero jamás pomposo. Con el antecedente de un libro de cuentos (Aquí no eres un extraño), Haslett construye arquitectónicamente una novela que aproxima dos mundos, dos idiosincrasias, dos neurosis letales: el de Doug Fanning, ex marine hijo de una sirvienta reclutado por el ejército y que se termina convirtiendo en un avezado tiburón de la City; y el de Charlotte Graves, una profesora de historia radicalmente antisistema y muy moralista, una ultracívica que parece progresista aunque, como bien intuye Doug, es parte de la Tradición, es una emanación pura de los Padres Fundadores, de los dueños de la tierra. Doug le construye una mansión inmensa y gélida en sus narices aunque ni la conoce. Lo que él quiere es volver al territorio donde su madre limpiaba la casa de los ricos y ahí clava la pica de su dinero mal habido. Ella lo demanda alegando que la tierra está construida en terrenos donados al Estado municipal por su abuelo venerable. Este es el nudo emocional de Union Atlantic, porque es el que anuda las vidas de los personajes. El contexto ya fue descripto antes. Todo marcha por esos carriles cuando aparece el tercero de este triángulo: Nate, joven desorientado, implosivo gay aun sin práctica sexual. Y Nate se sitúa en medio de Doug y Charlotte y trata de satisfacer ambas demandas y, sobre todo, a su propio e inexplorado deseo. En una superficie nada desdeñable, o, mejor dicho en su piso, Union Atlantic trata acerca del rol del dinero en una sociedad sometida a un valor tan relativo como la confianza. Sobre ese tema, es una novela de bancos y fusiones y Bolsas que se caen con todos los encantos (y varias de las dificultades de comprensión inmediata) de los thrillers financieros. Pero tiene uno o más subsuelos que son los que finalmente atrapan al lector en una red sensible que amenaza con perdurar mucho tiempo. Haslett construye pieza por pieza su edificio hecho con la densidad y la prestancia de los materiales duros y fríos, transparentes y nítidos. Jamás apura una escena, jamás se regodea con su prosa ni con la íntima conciencia de sus personajes a los que sabe riquísimos y potencialmente inagotables. Charlotte bebe de las fuentes de Virginia Woolf, y quizá de la Virginia de Las horas, de Cunningham. Doug parece salido de alguna página de Easton Ellis, de American Psycho o Suites imperiales. Nate, según declaraciones del propio autor, parece una artesanal cirugía reconstructiva sobre los restos de su propia biografía y, sobre todo, es el chico antiheroico que traiciona para consumar su liberación existencial. Es notable cómo cada uno de los personajes del drama viaja al origen de su problema identitario primordial, el que cada uno entabla con un tótem y un tabú imaginarios o no: el padre, la madre, el hermano. Es notable cómo cada uno de estos personajes tan antagónicos se parecen y están irreductiblemente solos. Y es notable cómo esta dimensión profundamente psicológica del libro puede desarrollarse en una novela plagada de números y data financiera. Arrollando así más de un prejuicio contra el realismo, negando quizás el agotamiento de la novela y señalando que tampoco hay que dar por muerto el ciclo del capitalismo, Union Atlantic toca el corazón actual del drama global, que, en definitiva, es una falta de confianza en los otros y un impulso autodestructivo sin precedentes. Quizá sea demasiado pedirle todo esto a una novela, pero lo cierto es que Union Atlantic abrió una puerta que empezaba a cerrarse en la literatura norteamericana, desplazando el viejo tema del sueño americano para empezar a entender que el paraíso del propio bienestar también es parte de la pesadilla del resto del mundo.

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14 de noviembre de 2011
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El Boomeran(g)
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