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Resistencia

 Un periodista catalán,  de agudísima pluma y excelente información, responsable en Madrid de su diario barcelonés, terminaba hace unos días su crónica evocando  "una acidez de estómago que podría acabar conduciendo a la Liga Norte de habla catalana". Creo que es la primera vez que ello es explicitado. Sombría perspectiva a la que desde Cataluña precisamente es urgente enfrentarse desde ahora, eventualmente acompañados de todos aquellos que, reivindicando la independencia de Cataluña, no quieren de ninguna manera una Cataluña que responda a tales actitudes. Recordaré al respecto algunos puntos esenciales:

 La creación de la "República de Padania independiente y soberana" es anunciada por Umberto Bossi en septiembre de 2011. Las regiones septentrionales recubiertas por el nombre de Padania no tenían lengua común que hubiera que defender frente a la primacía del Italiano, ni tampoco vínculo cultural e histórico que las singularizara en el seno de Italia.

De hecho nada de ello era necesario dado que desde el origen el programa se sustentaba simplemente en el rechazo. Rechazo al  vínculo entre el Norte y un Mezzogiorno al que Bossi se refería  ya entonces como intrínsecamente parasitario e indigente.  De ahí la actitud de distancia  frente a la causa padana manifestada en aquellos años  en nuestro país por los nacionalistas de Cataluña o el País Vasco, y no sólo por aquellos que,  con mayor o menor retórica, reivindicaban idearios de izquierda. No recuerdo que se diera entonces declaración favorable   de ningún  dirigente de Convergencia, de Unió o del PNV. ¿Por qué? Simplemente  porque en aquellos años la relación de fuerzas imperante en el mundo no permitía  todavía (aunque ya se había iniciado el camino) que la reivindicación de la libertad de pueblos y culturas se sustentara en el repudio impúdico de comunidades menos favorecidas por el modelo de civilización fabril y el desarrollo capitalista. Gigantescos pasos en la dirección peor se han dado desde entonces, y por ello la premonición del responsable del diario La Vanguardia en Madrid resulta profundamente  inquietante.

 Y como antes decía es obligación moral de todo ciudadano de Cataluña el oponerse a esa perspectiva...con mucha mayor razón si se trata de un partidario de la independencia de Cataluña. Un soberanista y alguien  que residiendo en Cataluña se sienta vinculado  a España, son simplemente dos personas que   difieren respecto al ideario político.  Mas para ambos, un partidario de importar a Cataluña las ideas canallescas de Bossi es alguien a quien  es imperativo moral combatir.

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24 de enero de 2012
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Más de 1,000 cartas de Cortázar

Aurora Bernárdez y Julio Cortázar En el año 2,000 aparecieron tres tomos. Hoy son cinco los tomos y más de 1,000 cartas las que publica Alfaguara de Julio Cortázar. Una labor de hormiga que ha tenido presa a Aurora Bernárdez, su albacea, y a sus colaboradores. Además, se publican cinco cartas inéditas, a modo de ejemplo, para conocer el lenguaje íntimo del narrador argentino. Hay una especialmente interesante, dirigida a Juan Carlos Onetti. Jorgelina Núñez comenta el epistolario en Revista Ñ:

La publicación en cinco volúmenes de la correspondencia del escritor en una edición corregida y aumentada en más de mil cartas respecto de la del año 2000 es una noticia tan feliz y nostálgica como el reencuentro con aquellas buenas cosas. La recopilación traza un arco que se inicia en 1937, cuando Cortázar es un maestro normal que da clases en la provincia de Buenos Aires y se extiende hasta enero de 1984, pocos días antes de su muerte en París. Es, desde todo punto de vista, un recorrido vital, la mejor biografía del escritor y probablemente su mejor novela, como bien lo señala Carles Alvarez Garriga en el texto preliminar. Las cartas ponen de manifiesto ?la formidable coherencia entre vida y obra, la absoluta falta de astucias o de renuncios, su gran disponibilidad?. Casi cincuenta años en los que no hay un mes en el que no le haya escrito a alguno de los muchísimos y variados destinatarios. Pero, ¿quiénes son los destinatarios? Todos aquellos a quienes Cortázar necesita dirigirse de manera perentoria, ya sea por cuestiones de amistad y cariño, lo que sucede la mayoría de las veces (un lugar privilegiado ocupan la familia Jonquières y el excéntrico Fredi Guthmann, con quienes el contacto epistolar se extiende durante décadas) o porque precisa comentar trabajos ajenos, responder las solicitudes de los estudiosos de su obra y compartir intereses con otros escritores (la lista, en este sentido, es larga y comprende, entre muchos otros, a José Lezama Lima, Mario Vargas Llosa, Juan Carlos Onetti, Roberto Juarroz, Guillermo Cabrera Infante, Victoria Ocampo, José Bianco, Alejandra Pizarnik). En mayor o menor medida, todos son tratados como amigos con una generosidad que no sólo se manifiesta en la palabra siempre amable y divertida sino también en la extensión que les dedica. Cuando se piensa en las 3.000 páginas que llena esta correspondencia no se puede menos que reparar en la fatiga de redactarlas lejos de las facilidades de la escritura electrónica. ¡Y sin enmiendas! La fluidez, la elegancia y el ingenio revelan que las cartas son la continuación de su literatura por otros medios. Cortázar desarrolló su carrera como escritor cuando la figura del agente literario todavía no tenía suficiente peso. En este sentido, lo vemos afanarse en dos instancias que le resultaban igualmente importantes: el cuidado extremo en las ediciones y traducciones, y la necesidad de obtener un rédito económico que le permitiera vivir de la literatura. La correspondencia muestra hasta qué punto esto último le resultó difícil, de hecho no fue hasta bastante consolidado su prestigio cuando pudo renunciar a su cargo de traductor en la UNESCO. Con Francisco ?Paco? Porrúa, su editor en Sudamericana, mantiene una lealtad inquebrantable pero no deja de establecer pautas y proponer cómo deben negociarse los derechos de sus libros en el extranjero. Paul Blackburn, su traductor al inglés, fue un compañero entrañable de tareas y un destinatario insoslayable. No puede decirse lo mismo de Edith Aron, la mujer que presumiblemente inspiró a la Maga de Rayuela y con quien Cortázar terminó la relación luego de la pésima traducción de su obra que ella hizo al alemán. En las épocas de su compromiso con las revoluciones cubana y nicaragüense, pide información, ofrece colaboraciones, establece contactos, intercede en favor de distintas causas. Pero es en el territorio de lo doméstico donde la proximidad se instala de manera definitiva reforzada por el humor constante. A Aurora Bernárdez, su primera mujer, le cuenta situaciones desopilantes relativas a su torpeza y rasgos escasísimos de maledicencia. Será ella, desde siempre y para siempre, la encargada de velar por su intimidad, su memoria y sus papeles. La testigo omnipresente incluso cuando otras mujeres ocuparon su lugar. Quizá por eso, esta edición a su cuidado transmite el gesto delicado, el más perdurable, el del amor que sobrevive al amor.

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24 de enero de 2012
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La gran transformación

Este es el lema de Davos este año. Estamos ante una gran transformación que obliga, según el presidente del Foro Económico Mundial, Klaus Schwab, a buscar nuevos modelos políticos, económicos y sociales, es decir, nuevas formas de poder, una organización del pluralismo, un crecimiento económico sostenible y sobre todo la creación de empleo. Todo suena como un organillo, como el resultado previsible de una ficha. Pero la frase que preside la reunión señala también en otra dirección: ?La gran transformación? es el título de una magna opera del pensamiento económico, publicada en 1944, cuando todavía Europa estaba en guerra, y que empieza con este párrafo de síntesis: ?La civilización del siglo XIX se ha hundido. Este libro trata sobre los orígenes políticos y económicos de este acontecimiento, así como de la gran transformación que la ha provocado?.

La reunión de Davos que mañana empieza es la cuarta en crisis. Cada uno de los foros anteriores giraba el torno a la idea del mundo después de la crisis. Las palabras de Schwabb van en la misma previsible dirección. Pero el lema no. Va mucho más lejos. Nos sugiere que esta crisis ya no es tan solo un momento depresivo especialmente agudo y largo de un ciclo económico, sino una crisis de civilización, como la que diagnosticaba el austro-húngaro Karl Polanyi en su libro. Con su gran transformación se cayeron el patrón oro, el equilibrio de las potencias, el estado liberal y el mercado autoregulado, que habían regido el mundo durante los anteriores cien años. ¿Qué se caerá ahora? ¿El euro? ¿La hegemonía occidental y sobre todo estadounidense en el mundo? ¿La democracia parlamentaria? ¿El capitalismo financiero? Los orígenes del cataclismo de los años 30, según Polanyi, radican en el proyecto utópico imaginado por el liberalismo económico: crear un sistema de mercado auto regulado, que dirige la suerte de los seres humanos y del medio natural por encima de estados y de gobiernos y convierte la tierra, el trabajo y la moneda en meras mercancías. ¿No nos dice nada esta tesis en el momento de la historia en que los mercados financieros se imponen a la política y a la democracia y dictan de nuevo la marcha del mundo occidental? ¿Habrá llegado hasta Davos, centro neurálgico de las ideologías que sustentan el sistema de mercado, esta negra visión trazada para los años 30? Polanyi se sumerge en la investigación histórica y antropológica para probar que el sistema de mercado es una construcción reciente, que no ha existido en todas las épocas ni en todas las sociedades, muy al contrario de lo que una cierta filosofía pretende inculcarnos. Claro que han existido siempre operaciones regidas por las leyes de la oferta y de la demanda, pero tenían un papel secundario en la vida económica. La gran transformación de los años 30 descrita en su libro, y que culmina con la Segunda Guerra Mundial, significa el final de la época del mercado autoregulado y la aparición de economías de Estado primero y luego mixtas, cuya evolución se sostiene al menos durante cuatro décadas, hasta la llegada de Reagan y Thatcher al poder. El primer Davos después de la crisis, en 2009, ofrecía el Foro como el balneario antituberculoso donde debía curarse en capitalismo. El segundo, en 2010, insistía en que había que repensar, rediseñar y reconstruir, en eco a la refundación del capitalismo imaginada por Sarkozy. El tercero, en 2011, ya anunciaba la necesidad de reglas compartidas para la nueva realidad, es decir, dudaba de la propia ideología del mercado. Esta cuarta edición, todavía en crisis, sin que sea vea la salida del túnel, se enuncia con el título histórico y dramático de Polanyi, que sugiere el final de la era en que el mercado financiero regía el destino del mundo y el inicio de una nueva era gobernada. ¿Quieren decir realmente esto los organizadores de Davos con el guiño intelectual a uno de los más audaces pensadores y analistas del capitalismo? Lo veremos los próximos días. (Si el guiño es meramente una invitación a la lectura, también vale. El libro de Karl Polanyi. La Gran Transformación. Ediciones La Piqueta, 1989, es una lectura fascinante en estos días de crisis financiera, llena de paralelismos deslumbrantes entre dos momentos de la historia. Bastan unas pocas frases entre muchas para ver que lo que servía en el caso del patrón oro sirve exactamente para la Europa que intenta salvar al euro: ?Los partidos socialistas se vieron obligados a abandonar el poder para que se pudiera ?salvar la moneda? (?) Se redujeron los servicios sociales y se intentó romper la resistencia de los sindicatos ante los reajustes de salarios (?) Era la moneda la que estaba amenazada y con idéntica regularidad la responsabilidad por ello se atribuía a los salarios excesivos y a los presupuestos desequilibrados (?) La organización bancaria está así en situación de obstaculizar cualquier medida en la esfera económica si con razón o sin ella esta medida le desagrada. Desde el punto de vista político, los gobiernos deben pedir la opinión de los banqueros sobre la moneda y sobre el crédito, pues son los únicos que pueden saber si una medida financiera pondrá o no en peligro los mercados financieros y de cambio?.)

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23 de enero de 2012
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La acusación de Rushdie

salman rushdie Hace unos días, una noticia anunciaba que Salman Rushdie había sido amenazado por una asociación de ortodoxos, que pretendían impedirle asistir al Festival de Jaipur, en la India. Ahora el caso ha dado un vuelco. Esto es lo que dice Rushdie:

El escritor británico de origen indio Salman Rushdie aseguró que la policía de India ?inventó una conspiración? para mantenerlo alejado del festival de literatura de la ciudad de Jaipur, India. El ganador del premio Booker manifestó ayer que se siente ?indignado y muy enojado? porque la policía de Rajastán, según él, dio falsa información para que no acudiera al evento, uno de los festivales literarios más importantes de Asia. ?He investigado y creo que realmente me mintieron?, afirmó el escritor del controvertido libro Los Versos Satánicos. Por su parte, el gobernador de Rajastán, Ashok Gehlot, defendió a la policía y dijo que el gobierno local nunca pidió a Rushdie que no acudiera al festival y preparó los dispositivos de seguridad para su visita.

De todos modos, Rushdie estará presente pero a través de una videoconferencia.

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23 de enero de 2012
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Cuando en Hunstville

A fines de los ochenta fui a estudiar ciencias políticas a Huntsville, una ciudad de ciento cincuenta mil habitantes en el norte de Alabama. No sabía mucho del sur de los Estados Unidos, excepto que el peso de la derrota en la guerra civil había hundido a sus estados económica y moralmente. Todavía había tensiones raciales; quizás siempre estarían ahí, las heridas eran profundas ("el pasado no está muerto; ni siquiera es pasado", escribió Faulkner).

Huntsville era muy diferente a lo que imaginaba: un polo de desarrollo avanzado, en el que se apostaba por la tecnología de punta; en la universidad predominaban las carreras de ciencias y la mayoría de los edificios tenía paredes espejadas, como si fueran de una gran corporación. La ciudad era una de las cinco de los Estados Unidos con mayor consumo de comida chatarra (una buena proporción de sus habitantes eran científicos sin mucho tiempo para la cocina).

No solo la universidad atraía a los científicos; Huntsville también era sede de un centro espacial de la NASA y del arsenal militar Redstone, con una historia fascinante: durante la segunda guerra mundial fue una fábrica de armas químicas -entre ellas el gas mostaza--, y a partir de 1950 se dedicó al desarrollo de cohetes y misiles. El legendario científico alemán Wernher von Braun había llegado ese año a Huntsville y vivido allí durante dos décadas. Una vez mis amigos y yo nos topamos con un refugio antibombas en los alrededores del arsenal; a la entrada un letrero ordenaba no acercarse. Quisimos forzar la puerta pero no pudimos; nos quedamos con la curiosidad, pensando en quién habría sido el paranoico capaz de imaginar que los Estados Unidos podría ser víctima de un ataque aéreo.       

La ciudad era una meca científica, per en materia de cultura era un páramo. El cine solo ofrecía los típicos estrenos de Hollywood; la película más arriesgada que vi fue una de Woody Allen. En el centro comercial había una librería de literatura chatarra. En las discusiones de política en clases, mis compañeros se ofendían ante cualquier cuestionamiento del patriotismo y el excepcionalismo de los Estados Unidos; ante una decisión francesa de mostrar su independencia en política exterior, una pelirroja sugirió que había que invadir Francia. Quizás me había equivocado; a Huntsville no se iba a estudiar carreras de humanidades.

La ciudad había sido construida para los autos; casi no había aceras para peatones. Debía caminar al supermercado bordeando una carretera, y no faltaban los insultos: ¡consíguete un auto! En esas caminatas descubrí una cantidad impresionante de iglesias de todo tipo de denominaciones, compitiendo por los feligreses con anuncios que prometían salvación y amenazaban con el infierno; algunos tenían luces de neón. Poco después salí con una chica que era hija de un pastor evangélico y me sentí en el mundo gótico sureño de Flannery O'Connor. Billy Ruth ayudaba a su padre en la misa de los domingos, pero durante la semana se emborrachaba a conciencia -más de una vez debí meterla casi inconsciente a su cuarto en la madrugada, procurando no hacer ruidos que despertaran a sus padres--. Soñaba con ir a Los Ángeles y posar desnuda para Playboy.

Trabajaba medio tiempo en la biblioteca, y allí hice amigos, entre ellos el único goth que conocí en mi estancia, un chico que se vestía a la manera del cantante de The Cure. Yo jugaba por el equipo de fútbol de la universidad y en pocos meses aprendí a tenerle cariño a ese lugar de costumbres raras. Viajaba por el Sur y descubría lugares como Athens, de intensa movida musical gracias a R.E.M. y los B-52s, y Nueva Orleans, de cuyo carnaval recuerdo las bandas de música negras y la tradición de que las chicas se subieran a los balcones de las casas y esperaran a que se arremolinara la gente en la calle para levantarse la camisa y mostrar los pechos. Mi último año en Huntsville pude al fin conocer Oxford, la ciudad de Faulkner. En la casona del escritor de Santuario, mientras contemplaba el estudio en el que escribía, me dije que extrañaría el Sur pero que ya estaba listo para reemprender el viaje.

(El Semanal, La Tercera, 22 de enero 2012)

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23 de enero de 2012
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El salón de madame Seseña

"Tendrías que haber sido francesa", le dijo una noche en Madrid Jaime Gil de Biedma a Natacha Seseña, para mi asombro: tenía yo entonces a nuestra común amiga por ‘anglosajonizante' más bien, y no sólo en razón de su primer vínculo conyugal y su largo currículo como alumna, profesora y coordinadora de estudios, tanto en España como en los Estados Unidos, de algunas prestigiosas universidades del noreste americano. Unas semanas después de la muerte de Natacha, ocurrida el pasado 31 de octubre, mientras oía la conferencia que Benedetta Craveri dio en la Fundación Juan March sobre ‘Los salones galantes', entendí plenamente lo que Gil de Biedma quiso decir aquella noche de 1984. Por su cultura versátil y su ‘esprit de finesse', por su talento histriónico (que ella se tomaba muy en serio, como veremos), por su humor cáustico y su ‘alma bella', Natacha Seseña habría brillado con luz propia en ese mundo de los salones cultivados que Craveri evocaba en su conferencia y reconstruye de modo magistral en ‘La cultura de la conversación' (Siruela, 2007, traducción de César Palma). Un mundo primordialmente femenino que pobló el París del ‘Grand Siècle' de unas damas mordaces y sabias, atrevidas de gesto y de actitud, infinitamente ocurrentes y siempre dispuestas a resistir a la estupidez con el arte de la palabra. 

     Tratando asiduamente a Natacha en esa década de los 80 y después, más de una vez le oí repetir con cierto orgullo no exento de ironía el lema que las Damas Negras de Saint-Maur, el colegio madrileño de monjas francesas en el que se educó, inculcaban a las niñas: "Simple dans ma vertu, forte dans mon devoir". Natacha creció agnóstica y se mantuvo siempre librepensadora, pero si bien no puedo decir que sus muchas virtudes fuesen todas simples, la fortaleza de su carácter, en el dolor y en el gozo, me consta. Tuvo además, por instinto y por decisión propia, las herencias morales de la Institución Libre de Enseñanza (continuada en su muy querida Residencia de Estudiantes), de la Asociación Española de Mujeres Universitarias, de la que fue presidenta, y de otras agrupaciones similares que prolongaban valerosamente en la España franquista el espíritu laico y progresista, así como una natural sintonía con lo mejor del exilio republicano, frecuentando en sus años norteamericanos a gente de la talla de Jorge Guillén, Laura de los Ríos, Pilar de Madariaga, Joaquín Casalduero, Solita Salinas y Juan Marichal. 

       Como tantas ‘preciosas' del XVII francés y muchas de sus continuadoras del siglo de las luces anteriores a la Revolución (pienso en Madame de Staël y en Madame du Deffand), Natacha Seseña fue una escritora de libros aplicados  -llenos siempre de ingenio-  sobre un tema en el que era experta, la cerámica popular y el arte del barro cocido, pero brilló igualmente en otra faceta que apenas queda registrada, la de activadora de redes sociales muy distintas a las actuales. Hubo una Seseña pública e importante en sus años de Directora de Artes Plásticas de la Fundación Banco Exterior, con pioneras exposiciones de rescate, por ejemplo, de Esteban Vicente y Remedios Varo, y una privada ‘Natacha oral' que se dejaba oír cuando invitaba en su casa, tanto la de Madrid (donde podía mezclar a Don Julio Caro Baroja con Fernando Vijande, el galerista español de Warhol), como la del pueblo turolense de Calaceite, en el que fue parte esencial, mientras duró, de esa pequeña y exquisita colonia de ‘expatriados' literarios formada por José y Pilar Donoso, Didier Coste, Mauricio Wacquez, Antoni Marí, Ángel Crespo y Pilar Gómez Bedate, entre otros.

     Tuve el privilegio de pertenecer a la compañía de cómicos aficionados que, gracias sobre todo al impulso de ‘la Seseña' (primera actriz y gran diva) y la disponibilidad escénica de la casa de Juan Benet en la calle Pisuerga de Madrid -con sus dos salones contiguos separados por una corredera de vidrio que hacía las veces de telón-, ofreció a lo largo de unos cuantos años un buen número de representaciones improvisadas aunque pundonorosas, todas gratuitas. Encargado yo, como galán (entonces) joven de la compañía, de los papeles de petimetre, soy, y me duele decirlo, el único vivo de aquel elenco, compuesto, en la rama masculina, por Benet, que prefería siempre el rol del hombre avinagrado (le salía redondo el de factor de la Renfe), y Juan García Hortelano, que en una de las piezas más solicitadas del repertorio, "La familia argentina en España", hacía incongruente pero convincentemente de hijo mío; cercano ya a los sesenta, Hortelano me decía entre bastidores, mientras se ponía para rejuvenecerse una pañoleta anudada en la calva, que el secreto estaba en aplicar a su inverosímil interpretación el método del Actors Studio. El reparto podía reforzarse en funciones de mayor rango, como una que dimos, con motivo de un cumpleaños de Jaime García Añoveros, en un restaurante de la zona norte de Madrid, y única que contó con una reseña escrita de Ángel S. Harguindey en este periódico. Fuimos de madrugada ansiosos, como se hacía en Broadway en la edad de oro, a leer en un VIPS la primera edición de El País; Harguindey nos dejaba bien. Aquella noche habíamos tenido un ‘guest star' muy apreciado por crítica y público, Jaime Salinas, descollante sobre todo en el entremés ‘dreyeriano' del cese súbito de un ministro que inventamos minutos antes de salir a escena. Salinas, que hacía del dignatario cesado al que su edecán (Juan Benet) le pasaba las hojas para la firma sin darle tiempo a firmar, lo encarnó con la impasible circunspección de los actores nórdicos. Natacha Seseña era la única mujer de la compañía, y estaba por tanto obligada a prodigarse; la recuerdo ahora, además de como protestona esposa mía y madre de Hortelano en el ‘sketch' argentino, haciendo de ‘Morena Clara', nuestra única incursión en el sainete español. Natacha, que tanto se lucía imitando el acento porteño en la evocación de los veraneos de Punta del Este, nos dejó a todos boquiabiertos hablando un andaluz fluido que a Benet, intérprete con sombrero cordobés y fajín del ‘Tío Regalito', le costaba más.

     El poeta Ángel González, otro buen amigo de Natacha, prologó ‘Falso curandero', el libro de poemas que ella anunciaba desde tiempo inmemorial y algunos desconfiaban que hubiera escrito, ignorando que las leyes de las ‘salonnières' exigen a menudo la reticencia. Salió en 2004, y era estupendo, tanto en los sarcasmos ("Me enseñaba un camino / ¡jamás el de Escrivá!") como en sus versos de aliento amoroso ("Tómame, amor, / que te merezco"). El prólogo de González era un homenaje a la socarronería que Natacha y él compartieron, entre tantas copas: "No se nace poeta, como no se nace tuberculoso [...] Natacha Seseña, cuya predisposición a la lírica vengo yo observando desde hace mucho tiempo, no tomó las debidas precauciones [...] Por un pudor que está justificado tanto en tuberculosos como en poetas, trató de ocultarlo durante años [...] pero el tiempo, ese falso curandero, no hizo más que agudizar el mal, y al fin no tuvo más remedio que hacerlo público". Lírica y pícara, impetuosa y melancólica, sentimental con pavor a la sensiblería, Natacha se dejó infectar por los mejores ‘males' de un siglo en el que mujeres como ella hablaron en voz alta, sin querer callar, dejando para el tiempo de hoy un eco de civilidad y cordura que ojalá nunca deje de oírse.

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23 de enero de 2012
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Convergencia federalista

Hay un federalismo del corazón y otro de la razón, surgido el primero de las creencias y los sentimientos, y el segundo de las conveniencias y los intereses. El nacionalismo catalán conservador se ha declarado históricamente ajeno al federalismo español. En la actual democracia española le bastaba el autonomismo para avanzar sin necesidad de cerrar el modelo: ni por el lado de una estabilización a la baja, como piden regularmente las fuerzas más centralistas, ni por una federalización definitiva del Estado que termine con su dinámica bilateralista. Federalismo es unión, lo contrario de la separación. Lo saben los alemanes y los canadienses. Por eso los nacionalistas consecuentes, abiertos siempre al horizonte máximo que se puede plantear un nacionalista, no pueden contentarse con la federación.

La actual doctrina nacionalista establece que la sentencia del Constitucional sobre el Estatuto ha zanjado la ambigüedad en la que se había movido con enorme pericia e incluso comodidad desde 1979: la vía autonómica se declara agotada e impracticable, y la vía federal, sin interlocutores españoles para emprenderla. Así es como se encaran las elecciones de 2010 y el programa de gobierno para esta nueva etapa, con Artur Mas a la cabeza, con unos nuevos ímpetus: 'Ara és l?hora, catalans!' Y con un análisis de la correlación de fuerzas que luego se revela radicalmente desacertado: se parte de un pronóstico moderado respecto a la envergadura de la mayoría parlamentaria que obtendría Mariano Rajoy en las elecciones generales del 20 de noviembre pasado y al inmenso poder autonómico y municipal del PP. El programa que se defiende es una astuta combinación de vectores estratégicos y de ofertas tácticas, organizadas bajo el solemne rótulo de ?la transición catalana? y la oferta de ?un pacto fiscal en la línea del concierto económico vasco?. Con la primera, Artur Más quiere ser el Josué que alcance la tierra prometida, a sabiendas de que Moisés, Pujol, no iba a conseguirla. Con la segunda, se ofrece una alternativa monetizable al ideal nacionalista: si no queréis que pidamos la independencia, dadnos al menos el equivalente al concierto vasco. Esta construcción argumental funciona muy bien de puertas adentro, en Cataluña, y todavía mejor dentro de la esfera pública nacionalista, pero apenas produce ecos más allá del Ebro. Su defecto de cálculo electoral es como el que cometió Pasqual Maragall con su reforma del Estatuto, pensada para la confrontación con el PP: no contaba con que el PSOE ganaría las elecciones en 2004; pero en su caso con efectos inversos, pues Artur Mas no había tenido en cuenta que Rajoy podía obtener la mayoría intratable de 2011, que le impide negociar con ventaja una nueva financiación. También tiene otro defecto de análisis respecto a la profundidad de la crisis económica: cree que con los primeros y drásticos recortes quedará todo zanjado y se permite incluso el lujo de eliminar el impuesto de sucesiones. Esta máquina retórica es endiablada: una vez que está ya en marcha, va cargando de razón e indignación a quienes se enchufan, limitando seriamente el margen de acción a quienes tienen el encargo del día a día a medida que se alejan en el horizonte los objetivos propuestos. El Gobierno catalán necesita al PP en todo. Para obtener mayorías parlamentarias en Cataluña y para no quedarse con las arcas vacías. Finge geometrías variables, pero sabe que está a un paso de gobernar en coalición con los populares: no en Madrid, donde no se les necesita, sino en Barcelona, en casa. A la vez, la máquina retórica, como el disco rayado en un gramófono, sigue repitiendo que el Estado de las autonomías está muerto, la Constitución enterrada y la vía federalista liquidada. Y sin embargo, la realidad es que ahora mismo no hay ningún partido más federalista en su práctica que Convergència Democràtica de Catalunya. Sin convicción alguna, por supuesto. Por estricta imposición de la crisis y de la correlación de fuerzas. Para no quedar al margen, no en España, sino en Europa. Para no convertirse en la Lega Nord o en Hungría. Es decir, para gobernar en Barcelona y pagar nóminas y proveedores. Llegarán tiempos mejores, es cierto. Pero veremos entonces en qué estado ha quedado la máquina retórica.

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23 de enero de 2012
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Hey, mambo

  La nota se introduce por el pabellón auditivo y al instante una corriente atraviesa el cuerpo desde la punta del pie hasta el paladar. La cabeza oscila como si quisiéramos avanzar, aunque no vayamos a ninguna parte. Tan sólo al fondo de una música que desentumece del tedio y aviva el ánimo. Si el ritmo nos atrapa, redondeamos los hombros, cimbreamos la cintura y palmeamos sobre el muslo hasta que las notas se hacen más poderosas, dispuestas a expandir el espíritu. Desde los bailes cortesanos que estructuraban la vida en sociedad, hasta las danzas folklóricas, el baile ha resumido el ansia del ser humano para encontrarse con el otro sin dejar de ser él mismo. Casi todas las culturas se han organizado en torno a una danza buscando armonía y solemnidad; danzas de fecundidad, sacras o guerreras, que alentaban a los pueblos. El célebre columnista británico Paul Johnson se lamentaba de que la modernidad hubiera dado al traste con «el baile como expresión abierta de una sociedad ordenada» y se hubiera convertido en un «pandemónium subterráneo», lleno de ruido, desorden y confusión. Pero de entre el caos hipermoderno ha resurgido la fascinación por el baile de salón. Además de una sucesión de capoeiras, reggaetones y burlesques; de cisnes negros y Lady Gagas, de fórmulas televisivas como Mira quién baila, ¡Quiero bailar! o Fama con sus castings multitudinarios. «Se podría escribir una teoría política en torno a la historia del baile», decía Johnson cuando lamentaba su fin como rito cohesivo, aquel baile civilizado que fortalecía una sociedad y representaba un ideal democrático incluso en épocas de despotismos. Puede ser arriesgado relacionar el abismo al que se enfrentan nuestras sociedades fragmentadas y el repunte del baile. Pero algo ocurre cuando se exalta tanto. La última pasarela internacional fue un interminable mambo. Las modelos desfilaron con los flecos mundanos del charlestón, las cinturas apretadas y un ansia desmesurada de trópico. Ritmo, color y oro justo cuando la acuarela se nos ha avinagrado. Y no dejó de sonar el mambo, desde Tito Puente hasta el refrescante descaro de Rosemary Clooney con su mambo italiano. Un mambo sin principio ni fin, tan inagotable como las trompetas de la recesión, a la búsqueda del movimiento como refugio. Hoy, en Francia y EE.UU., empiezan a repartir invitaciones para el maratón que coronará a los mejores de la pista. Obama ya no se deja ver bailando el funky de Beyoncé, pero procura recuperar el resuello para afrontar un intenso noviembre a la espera de un buen contrincante country, mientras que Sarkozy parece avanzar con pasos cortos y rápidos, como de merengue, ante la impetuosa bachata de Marine Le Pen. En España, Rajoy se entrega al son que entona Merkel, una lánguida elegía. Porque irremediablemente, mientras el barco se hunde la orquesta debe seguir tocando. (La Vanguardia)

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23 de enero de 2012
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Las falsas vidas del obispo Romney

En busca de fe, el joven Joseph Smith le exige a Dios que lo ilumine. Conmovido, recibe una primera visión. “Vi un pilar de luz justo sobre mi cabeza”, escribe más tarde, “y, más arriba, la brillantez del sol que descendió gradualmente hacia mí”. En el resplandor, Smith distingue la figura de Jesucristo, quien le ordena restaurar su Iglesia. Tres años después, el ángel Moroni le ordena desenterrar tres discos de oro repletos de caracteres de vaga apariencia egipcia. A lo largo de los siguientes meses, el joven descifra aquel lenguaje arcano y traduce el Libro de Mormón, donde se narra la delirante historia bíblica del continente americano. Un año más tarde, San Juan Bautista le concede la autoridad del sacerdocio aarónico. Con este don, funda la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en 1830.

 

Los evangélicos miran con suspicacia a la nueva congregación, cuyo primer templo es edificado en Kirkland, Ohio, en 1836. Expulsados de allí, los mormones se trasladan a Illinois para fundar la ciudad santa de Nauvoo. El gobernador del estado considera a Smith un criminal —entre otras cosas porque Dios le ha ordenado practicar la poligamia—, y lo encarcela. El 27 de junio de 1844, una turba enardecida irrumpe en la prisión y lo asesina.

Brigham Young se convierte en el segundo presidente de la Iglesia y, como Moisés con los judíos, emprende una peregrinación por el desierto que llevará a los mormones a Utah, una región desolada que Estados Unidos acaba de arrebatarle a México. Junto al enorme Lago Salado —trasunto del Mar Muerto—, fundan una comunidad casi independiente. Young se casa con 27 mujeres, aunque al final sólo una de ellas, Ann Eliza, lo abandona y emprende una campaña nacional para denunciar la poligamia, como cuenta el novelista David Ebershoff en la muy entretenida La esposa 19.

Sólo cuando el gobierno federal le ofrece a los mormones convertir a Utah en estado, el tercer presidente de la Iglesia renuncia a la poligamia, provocando que un grupo de disidentes la abandone. Hasta hoy, muchos de ellos permanecen más o menos ocultos en la zona —como los protagonistas de Big Love, la serie de HBO que muestra que una familia polígama puede ser tan adorable y complicada como cualquier otra—, mientras otros encuentran refugio en el norte de México, como la familia de Mitt Romney.

Romney no es polígamo —lleva 43 años casado con la misma mujer—, pero sí ha fungido como obispo mormón, lo que podría convertirlo no sólo en el primer descendiente de mexicanos en llegar a la Casa Blanca —su padre, el exgobernador de Michigan, George Romney, nació en Chihuahua—, sino en el primer clérigo en conseguirlo.

Actualmente, el Partido Republicano se encuentra dominado por una amplia comunidad evangélica encabezada por los ultras del Tea Party; desde el linchamiento de Smith, los líderes protestantes nunca han dejado de ver con suspicacia esta nueva religión que se obstina en presentarse, sobre todo a últimas fechas, como una variante más del cristianismo.

De hecho, Romney parece el más interesado en difundir esta versión, como si la Iglesia de los Santos de los Últimos Días no fuese sino una senda paralela al protestantismo histórico. Semejante maniobra, a tono con su estrategia general de fingir lo que no es —un cristiano ultraconservador—, olvida que ninguno de los reformistas se presentó jamás como un profeta o que los dictados del Libro de Mormón, de una fantasía desbordada, son considerados por su Iglesia idénticos a los evangelios.

En esta simulación constante se advierte claramente quién es Romney: un político dispuesto a cualquier cosa —incluso al travestismo religioso— con tal de obtener el poder. Toda su biografía, desde sus años como empresario hasta su periodo como gobernador de Massachussets, se encuentra sujeta a un feroz proceso de manipulación que aspira a transformarla en otra cosa: lo que los auténticos cristianos ultraconservadores quieren escuchar.

Así, el Romney empresario se empeña en mostrarse como un supremo defensor del libre mercado, un escéptico del estado y un arriesgado creador de oportunidades de trabajo, cuando Bain Capital liquidó miles de empleos y benefició especialmente a sus accionistas —él mismo en primer término—, del mismo modo que el Romney político busca ser percibido como un conservador de pura cepa cuando, entre otras cosas, impulsó una cobertura sanitaria idéntica a la del odiado Obama.

Romney es, en este sentido, el mejor discípulo de Joseph Smith. Siguiendo su estela, no le preocupa alterar documentos, reescribir la historia, insertarse en una tradición que no le pertenece, falsear su pasado o presentarse como un devoto redentor. Que para lograr su objetivo esté dispuesto a asimilarse con quienes persiguieron y asesinaron al fundador de su Iglesia es la mejor prueba de que se trata de un digno sucesor del profeta. 

 

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23 de enero de 2012
Blogs de autor

Los mejores libros peruanos del 2011

 

FERNANDO AMPUERO: EL PERUANO IMPERFECTO

Vargas Llosa forjó la versión del fracaso existencial del peruano refutado por su medio. Ribeyro, la del peruano melancólico, desmentido no entre sino por la realidad y el deseo. Bryce, la del peruano exagerado, capaz de rehacer su mundo gracias a la elocuencia. FA (1949) propone en El peruano imperfecto (Lima, Seix-Barral) la tesis de que ningún peruano es imposible: cada uno se descubre en el espejo como otro. Esa intensa representación convierte a la vida limeña en una comedia trágica: la comedia del sujeto como el mejor actor de sí mismo. Ortega y Gasset dijo que argentino es aquel que se mira dos veces en el espejo. Peruano sería aquel que se mira mirado. Y se ha dedicado a sí mismo con éxito. La tragedia es ética: el triunfo mundano conlleva el precio de la integridad. Esta  novela, con una sonrisa, convierte al lector en peruano: le asigna la culpa ajena, gozosamente compartida.

 

CARLOS YUSHIMITO: LECCIONES PARA UN NIÑO QUE LLEGA TARDE

 

CY (1977) cuenta sin énfasis y con gusto historias de agudo sentido de lo excepcional, que acontece dentro de la trama permeable de lo cotidiano; como si entre uno y otro sus pequeños héroes estuvieran a punto de una proeza que los defina. De su libro de cuentos anterior, Las islas (2006), que transcurren en Brasil, país que el autor no ha visitado pero imagina,  se incluyen en este tomo (Barcelona, Duomo) seis historias de espléndida factura, donde el desplazamiento del lugar libera a la referencialidad, mientras que  la otra lengua le permite la licencia de lo verosímil. Porque lo notable de estos cuentos es que lo excepcional (los niños monstruos, los vendedores antiheroicos) discurren como la verdadera cotidianidad, mientras lo demás pertenece al lenguaje de la fábula o a los sueños.  La lección de intimidad que da Chejov y la tolerancia en lo raro que explora Kafka, sólo tienen al lenguaje para afincar, levemente, en estas historias de asombro y certidumbre.

 

CECILIA PODESTA: DE CABEZA SOBRE EL PASTO AMARILLO

CP (1981) es poeta iconoclasta, dramaturga de ironías felices, editora y gestora cultural, como plena ciudadana de la rica cultura urbana que reiventa la Lima de estos años de prosperidad, corrupción y obsesión culinaria; pero es además, como para anudar las redes, narradora de voz propia, cuya sátira de aliento y desenfado traducen estos relatos (Lima, Punto de Ideas) de una épica urbana, en torno a personajes post-apocalípticos y sub-integrados.  La deliberada truculencia de las historias le da la vuelta al género de lo monstruoso y la mecánica de la violencia, para mostrar sin sentimentalismo, la moneda nacional del desvalor, muy bien repartida entre las clases, los géneros  y los lenguajes, para perturbación mutua. Con talento y coraje bien probados, CP es capaz de jugar con los protocolos para hacernos reconocer nuestra resignación ante lo que pasa por lo real. Pocas veces, como ésta, el lector es despertado por el valor de una poesía del escándalo.

 

KATYA ADAUI SICHERI: ALGO SE NOS HA ESCAPADO

El notable primer libro de cuentos de KAS (1977), Un accidente llamado familia (2007) definió su lenguaje como la materia afectiva de las relaciones humanas: una lámina verbal transparente pero, siempre, las palabras de otro discurso, no dicho. Es un lenguaje sintomático que dice más de lo que enuncia para decir menos de lo que cuenta.  Cada relato, por eso, podría ser una novela: asume la historia familiar, la educación de la narradora, la impronta de los lazos sobre la  zozobra latente. Por eso, el cuento es la historia de una elisión, la radiografía revelada en la vulnerabilidad del cuerpo emotivo. El mismo control del lenguaje es parte de la historia. La hija, en uno de los cuentos, le pide a la madre que no exagere, que sea más prudente, pero la madre es la que provee el relato; mientras que el padre sólo está “completo” cuando muere, que es su forma de decir la verdad. Estos cuentos rescriben el lenguaje familiar para darle a cada quien su verdadero nombre. El titulo del primer libro es el de un cuento en el segundo: de la foto familiar nos queda el revelado, esa sombra fugitiva.

 

ROGER SANTIVÁÑEZ:  ROBERTS POOL CREPÚSCULOS

RS (1956) es uno de los más interesantes poetas peruanos, cuya evolución conoce ahora una madurez rara, hecha de destreza formal y audacia expresiva, como si el joven rebelde y bohemio de la juventud hubiese encontrado en los clásicos de la tradición barroca la discordia feliz de la hipérbole, esa sintaxis aglutinante capaz de hacer del poema otro icono de abundancia. Primero descubrió RS, quizá bajo la lección barroquizante de Carlos Germán Belli, la sorprendente conjunción del adjetivo áureo y el término tecnológico. Pero en esta nueva colección de experimentalismo en el archivo barroco (Lima, Hipocampo Editores), se trata de la música de Garcilaso de la Vega. El paisaje, claro, es otro: “Un ansia enferma mi corazón esmalta/Como a los arrozales el surtidor alcanza/ O la neblina ciega el amanecer en Lima.”  ¡Sólo a un poeta peruano se le hubiera ocurrido la audacia de ofrecerle a Lima una anti-alba!

 

OSCAR COLCHADO: HOMBRES DE MAR

OC (1947) construye en esta novela (Lima, Alfaguara) una metáfora de la modernidad peruana contrariada que caracteriza al modo de producción  dominante, el de extracción y exportación. En este caso se trata de la harina de pescado, que hizo del Perú su primer productor mundial. Pero esta vez la exportación incluye otra materia prima: la droga. A partir de la representación verosímil, que el lector puede tomar como una crónica dialogada, el autor descubre la intimidad de la violencia que convierte a los héroes de la modernización en sus primeras víctimas.  El relato de la vida del pueblo convertido en “boom town,” primero, y en ciudad residual después, se levanta con su humanidad descarnada en las voces en diálogo de esta épica de pobres, que es una elegía de desconsuelos pero también una celebración de la palabra viva. Entre la destrucción ecológica,  la matanza de la guerra sucia, y el tránsito de la droga, recomienzan las voces de la migración, ese nuevo mapa peruano. Esta novela late también con furia amorosa.

 

VICTORIA GUERRERO: BERLIN

VG (1971) ha heredado, quizá reluctantemente, una tradición poética que, a pesar de todas las teorías en contra, sigue asumiendo la voz de la mujer, ese lugar único  del discurso literario peruano, cuya escenificación tuvo en Blanca Varela su momento de drama mayor. La notable diferencia de registro en este libro (Lima, Intermezzo Tropical) tiene que ver con la expansión narrativa y elegíaca de esa voz, que sale de sus coordenadas locales para hacer figura con otras voces y espacios de registro que son las plazas, hospitales, centros comerciales, aeropuertos, de la biografía errante de una mirada que refracta lo vivido en las palabras como un acto de rendición que es de rebeldía. Rinde, así, cuentas (“Fuimos rebeldes en un mundo sembrado de muertos”) y responde no por la ausencia sino por el retorno (“a la pregunta escalofriante y poco bienhechora de ¿Por qué regresaste al Perú?”).  La pareja disuelta, la poesía irresuelta, el país irresoluble carecen de discurso, pero tienen en el poema el mapa verbal de su “Su propia combustión y catarsis.”  Una peruana al pie del orbe.

 

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21 de enero de 2012
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El Boomeran(g)
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