Víctor Gómez Pin
Indicaba en la columna anterior que las hipótesis einstenianas sobre el carácter discreto de la luz, abre la auténtica caja de Pandora que para la visión hasta entonces convencional de la naturaleza suponen las interrogaciones cuánticas. La física se ve rapidamente abocada entonces a la meta-física, es decir a enfrentarse a problemas que se habían hasta entonces abordado en un marco más bien meramente especulativo, siendo paradigma de ello textos como la Crítica de la Razón Pura de Kant, o la Ciencia de la Lógica de Hegel.
Abordaré hoy uno de los problemas más representativos, el de la individualidad, apuntando a una meta-física cuyo soporte científico sea no la física newtoniana o relativista sino la teoría cuántica.
Utilizamos en el lenguaje corriente la palabra individuo, y sin necesidad de mayor reflexión, ni de recurrir a etimologías, estaríamos de acuerdo en lo siguiente: un individuo es una entidad discreta, es decir, en relación de continuidad consigo misma y separada de los demás individuos.
La naturaleza no siempre se presenta bajo forma de individuos. Con paciencia podemos atribuir un número entero al contenido de un saco de arroz (mil, dos mil granos etcétera), lo cual es prueba de que se trata de un conjunto de individuos, pero no podemos hacer tal cosa con un continuo ondulatorio, como un haz de luz (al menos de entrada, pues el considerar que en determinadas condiciones la luz se comporta como un conjunto discreto de elementos llamados fotones, constituyó quizás-como ya he sugerido- la más fértil conjetura de Einstein).
Los individuos pueden mantener entre sí ciertos lazos. Sean por ejemplo dos partículas cuyo movimiento es influido por el de la otra (análogamente al caso de la tierra y la luna). Si nos interesamos por esta influencia pasamos de considerar individuos a considerar sistemas.[1] Cabe pues decir que hay un conocimiento de los lazos que mantienen ciertos individuos, pero tal conocimiento no excluye el referirse a los individuos mismos que -por definición- poseen una entidad con independencia de los lazos que les vinculan con otros.
Así cada una de las dos partículas tiene en cada instante una posición que puede ser considerada con independencia de la posición de la otra, y ello vale también para la velocidad. En suma: el devenir de un estado propio de un individuo (su posición, por ejemplo) puede hallarse afectado por su relación con el estado de otro individuo, pero ateniéndonos a un instante (es decir sin referencia a la evolución) no deja de ser un estado propio del mismo, y el estado en ese instante del sistema constituido por ambos se reduce a yuxtaposición de los valores que se dan en cada uno de los estados separados. Pues bien:
Supóngase por un momento que, incluso en ausencia de toda referencia a la evolución temporal, no hubiera manera de asignar un estado separado a la partícula A y a la partícula B. En la analogía con la tierra y la luna, se trataría, por ejemplo, de un momento en que pudiéramos asignar una posición relativa de la tierra y la luna, pero no pudiéramos asignarles una posición por separado.
¿Tendría sentido en tales condiciones seguir hablando de individuos? Singulares individuos en todo caso a los que no cabría atribuirles propiedad definitoria que no fuera intrínsecamente compartida.
[1] En la jerga de los físicos diríamos que los parámetros posición y velocidad de cada una de las entidades son indisociables de los parámetros posición y velocidad de la otra, de tal manera que al referirse a las propiedades del sistema no utilizamos dos parámetros sino cuatro.