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Eder. Óleo de Irene Gracia

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qué tarde me acuesto

Impromptuéste es tu cuerpo o nadauna nube o una ruedaun caballo o cinco dedosqué alegría estoy vivoo la lluviaun ruido de tijerascuatro pasos un silbidoun grito una habitaciónotro gritoun cometa en el cieloun cuchillo en la bocados ojos abiertos una esferados ojos mássiete brazos una manotres o cuatro tigresuna cabeza rubiaun beso de mamácuarenta espejos rotoscuarenta tíos carlosun teléfono sonandoun cadáver en el sueloun señor aburridouna historia cualquieraun teléfono sonandotres o cuatro tigresqué tarde me acuestoestoy solouna palabra u otrano importa qué cosaun teléfono sonandoun cadáver en el suelouna raza de perroun perfume de franciaetcétera etcétera Jorge Eduardo Eielson (“Tema y variaciones” Ginebra, 1950) Homenaje a un año más del nacimiento del extraordinario poeta peruano. Hoy hubiera cumplido 88 años.



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13 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La amistad entre Bolaño y Parra

Artefacto de Nicanor Parra, homenaje a Roberto Bolaño. Aunque la relación de Roberto Bolaño con la mayoría de escritores de su país natal era tensa, había uno con el que la amistad y la admiración siempre fue recíproca: Nicanor Parra. La Revista Ñ entrevista al crítico español Ignacio Echevarría, amigo de Bolaño y gran conocedor de la obra de Nicanor Parra (editor de las Obras Completas del poeta chileno), acerca de esta amista. Un preámbulo más a la entrega del Premio Cervantes a Nicanor Parra, uno de los más justos y esperados de los últimos años. Aquí algunas preguntas a Echevarría por Carolina Rojas:

En su opinión, ¿qué es la antipoesía en la vocación de Bolaño?-Un referente decisivo. Sobre todo en lo relativo a la forma en que orientar una vocación literaria presidida por el rechazo a toda institucionalidad, por cierta insobornabilidad, por la búsqueda de cierta radicalidad en la forma de entender la literatura. -¿Podemos decir que si Bolaño no hubiera entrado en escena, Parra jamás hubiera recibido el Premio Cervantes?-Es muy aventurado decir eso. Basta con señalar una cierta relación de causa-efecto entre la fortuna internacional de Bolaño y la creciente atención que en los últimos años ha suscitado la figura de Parra. Si bien esto último puede atribuirse, sin más, a la prolongada y profunda onda expansiva de la antipoesía, muy afín al espíritu de los tiempos. Ha sido el propio Parra, en cualquier caso, quien ha dicho, con motivo de haber obtenido el Cervantes, que fue Bolaño quien volvió a ponerlo en onda. Y algo hay de verdad en ello. Sin ir más lejos, las Obras completas de Parra no se hubieran emprendido sin el acicate de Bolaño. -Se dice que estaría escribiendo un libro sobre el Bolaño. ¿Tiene alguna fecha tentativa para su publicación?-Ese libro está todavía en estado embrionario, es sólo un proyecto que no sé aún si emprenderé finalmente. Si algún día lo acometo, pienso que la relación entre Parra y Bolaño puede ser unos de los hilos con que trenzar mi aproximación a la figura de Bolaño, que nunca tendría pretensiones de biografía. 



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13 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El guardaespaldas de la Mona Lisa

En uno de los salones del Museo del Louvre hay una pequeña muchedumbre. No es el típico público de museos, que traga saliva frente a cada obra y gira la cabeza siguiendo la posición de la figura. En este salón, el ambiente es festivo. Los visitantes recuerdan a esas largas filas de fans, en la puerta de alguna disquería gigante, aguardando con nerviosa paciencia el autógrafo del cantante de moda. Pero esta tarde parisina, dentro del museo más famoso del mundo, la estrella absoluta es un objeto. Un cuadro. El más famoso de todos. La estrella de esta tarde se llama Mona Lisa, la Gioconda de Da Vinci. Esa chica de sonrisa misteriosa que está custodiada, celosamente, por Frederick.

Frederick, como buen empleado de seguridad, no da su apellido. Es alto, de pelo corto y nariz flaca: un francés que pasa desapercibido por las calles de París. Sin embargo, donde Frederick se hace verdaderamente invisible es en su puesto de trabajo. Me cuenta que se levanta temprano, que se viene al Louvre en metro, que toma café en la guardia, que hace chistes con sus compañeros, y luego se larga a trabajar. En su caso, su labor de oficinista es pararse al lado de la pintura más popular del planeta, evitando que nadie se le acerque mucho, ni
traspase la cinta de seguridad, ni aparezca uno que lance un huevo, o una piedra, o un globo con pintura, todas esas cosas que más de alguna vez se ha logrado evitar a último minuto.

En general, el trabajo de guardaespalda consiste en poner la vida de nuestro custodiado por sobre la nuestra. Sin embargo, en el caso de Frederick el asunto puede llegar a la exageración: custodiar la cara más conocida del planeta equivale, por un asunto lógico de contrastes, a convertirte en el ser más anónimo de la tierra. Y Frederick lo sabe. Nadie lo ha venido a ver a él, sin embargo, todos miran hacia donde él está. Nadie sabe -ni a nadie le interesa- que cursó cinco años en la Policía, ni que le gusta jugar de arquero en el fútbol. Dice que, por estar parado al lado de la Mona Lisa, ha salido en cientos de miles de fotos que recorren el mundo. Pero también sabe, o sospecha, que en muchos casos lo han eliminado de la historia gracias al photoshop.

Desde el puesto de Frederick se puede ver cómo la muchedumbre del salón se renueva constantemente. Como si el cuadro de Da Vinci se hubiera convertido, finalmente y de una buena vez, en una suerte de Santo Sudario Pop frente al cual diariamente peregrinan miles de fieles con cámaras de todo el mundo. Veo unas japonesas que se abrazan con la Mona Lisa de fondo. Un curso completo de italianos, unos mexicanos en luna de miel, dos jubiladas de Estados Unidos, todos sonriendo para el click con el cuadro a sus espaldas. La alegría es total: como si estar junto a la Gioconda, para los escaladores de la sociedad de la popularidad, fuera algo así como tocar el cielo con las manos. Para Frederick, en cambio, estar con ella es su trabajo.

El peor peligro para la Mona Lisa sea que un día, un día cualquiera, Frederick se harte de que nadie lo mire a él. De que absolutamente ninguna de estas miles de personas sepan que él está ahí. Entonces, tal vez trate de besar a la fuerza el cuadro o de romper el vidrio y rajarlo de una buena vez. Aunque, seguro que eso no sucederá pronto: Frederick tiene un buen sueldo, deudas que pagar y una vida que nadie ve.

Publicado en la revista SoHo, Colombia

Twitter: @menesesportatil 



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13 de abril de 2012
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II. Un carnaval sombrío

Eso es la obra dickensiana, una gran enciclopedia de las clases sociales donde los personajes son multitud; personajes que habitan desde los arrabales más oscuros de las vecindades del Támesis, hasta las mansiones de los nuevos ricos donde la falsedad se multiplica en oropeles en los espejos. Nadie retrata mejor que él la miseria, y el ridículo, la marginalidad pavorosa, y la fatuidad hija del dinero. Numerosos personajes, como un mosaico, o como un gran mural en
movimiento, un carnaval sombrío en el que desfila toda una sociedad y toda una época.

Fue un escritor poderoso, y lo sigue siendo. Multitudes que superaban las dos mil personas se agolpaban en los muelles de Nueva York para esperar el buque que llegaba de Inglaterra con
los paquetes de periódicos donde venían los cuadernos con los capítulos de sus novelas, que se publicaban por entregas, como solía hacerse en el siglo diecinueve, en cuerpos especiales, de donde viene el término folletín, o folletón. La gente arrebataba los ejemplares, para leerlos en el mismo muelle.
El triunfo verdadero del escritor se da cuando sus personajes encarnan de tal manera en la conciencia de la gente, que pasan a ser reales. Cuando El almacén de antigüedades se publicó semanalmente entre 1840 y 1841, en Master Humphrey´s Clock, una revista propiedad del mismo Dickens, todo el mundo quería saber qué iba a ocurrir con la dulce y desdichada Little Nell Trent, víctima de las maldades del enano Daniel Quilp.

 

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13 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Kodama demanda penalmente a autor argentino

Pablo Katchadjian, engordó “El Aleph” y ahora está enjuiciado penalmente. Esto ya parece una broma de mal gusto, el colmo de la ironía, lo que ud. quiera decir. Ya saben que María Kodama no es santo de la devoción del Moleskine Literario, pero lo que ha ocurrido ahora más que indignación causa risa: la viuda del escritor que mejor entendió la intertextualidad, los juegos con otros textos, que construyó sus obras con referencias a obras de otras, y que hizo de la cita literaria un arte superior, ahora demanda penalmente (6 años de cárcel) a un joven escritor por hacer lo mismo que le enseñó Borges. Aquí la nota de Gabriela Cabezón:

Los procedimientos son herramientas propias de cada arte. Por ejemplo, el del par dispar. Un personaje muy gordo y otro muy flaco, como Laurel and Hardy y Olmedo y Porcel, por ejemplo, son una fórmula de éxito en la comedia. Otra, también muy exitosa, es la del enfrentamiento del gigante con el pequeño. Sí, como David y Goliat o el Cíclope y Odiseo. De eso, de procedimientos y de fuerzas muy diferentes, se trata esta nota.El escenario de este duelo es la Secretaría 110 del Juzgado Número 3. El título, ?Demanda por infracción de los artículos 72 y 73 de la Ley 12,723?, ?la de propiedad intelectual. Es un delito de la familia de las defraudaciones. La pena, hasta seis años de cárcel. Los contendientes, María Kodama ?no hace falta aclarar de quién se trata?, y Pablo Katchadjian, un escritor argentino nacido en 1977 y apreciado sobre todo por otros escritores, por su diestro manejo de diversos procedimientos literarios y el cultivo de una poética del absurdo.La cosa es así: el escritor joven tiene una muy pero muy pequeña editorial que se llama Imprenta Argentina de Poesía (IAP). En ese sello sacó un librito donde hizo uso de uno de esos procedimientos de los que hablábamos al principio: intervino El Aleph, el famosísimo cuento de Borges. ¿Qué hizo? Lo engordó. Literalmente, le agregó palabras, hasta que las 4 mil originales llegaron a 9.600. Y así se llama el librito: El Aleph Engordado. Termina con una aclaración del autor, que, por si hiciera falta, explica que ?el texto de Borges está intacto pero totalmente cruzado por el mío?. La tirada fue de 200 ejemplares. Este procedimiento, intervenir las obras ajenas, tiene una larga tradición en la literatura y el arte. Para empezar, podemos recordar una obra de Duchamp, LHOOQ (ver recuadro). El título es complicado, pero la obra no: agarró una reproducción de la Gioconda, le pintó bigote y barbita, le puso un título y lista la obra de arte. A ese tipo de intervenciones, Duchamp las llamó ready made. En literatura, a procedimientos semejantes se los llama intertextualidad. Hay de varias clases. Por ejemplo, se toma un personaje de otro autor y se escribe sobre él. Ultimamente lo hizo el francés Michel Lafon, en su novela Un día en la vida de Pierre Menard. El personaje sale de otro cuento muy famoso de Borges, ?Pierre Menard, autor del Quijote?: un escritor francés que se propone escribir el Quijote en el siglo XX. Y lo hace: escribe tres capítulos de la obra de Cervantes. Copiados letra por letra. Pero es otro libro. Incluso el crítico que aparece en el cuento juzga que ?el fragmentario Quijote de Menard es más sutil e infinitamente más rico que el de Cervantes?.Otro caso de intertextualidad que lo tiene de protagonista a Borges: un escritor salvadoreño, Alvaro Menen Desleal, escribió un libro que tituló Cuentos breves y maravillosos. El primer cuento se llamaba ?Prólogo de Borges?: el centroamericano tomó frases encomiosas de, efectivamente, distintos prólogos de Borges, las mezcló, cambió los apellidos de los autores encomiados por el propio y listo. Borges terminó enterándose. Y parece que le resultó divertido, a juzgar por la carta que le escribió a quien lo había puesto al tanto:?No recuerdo haber escrito la generosa y acaso justa epístola que me atribuye el señor Álvaro Menen Desleal, a quien no conozco; sospecho que se trata de un ingenioso mosaico de frases mías, tomadas de diversos textos y amplificadas por el mismo señor A.M.D. Ya que el volumen consta de una serie de juegos sobre la vigilia y los sueños, queda la posibilidad de que mi carta sea uno de tales juegos y travesuras.? Otra pareja despareja la forman la lógica del mercado y las tradiciones de la literatura. Para explicarlas, fuentes que prefirieron guardar el anonimato contaron a Clarín que la defensa de Katchadjian ?un abogado que además es un escritor y un crítico de culto, Ricardo Strafacce? propone como testigos expertos a Beatriz Sarlo, César Aira, Jorge Panessi y Leonor Acuña. Gente de Letras, claro. En esta instancia, está en manos del juzgado sobreseer a Katchadjian, o citarlo a indagatoria, imputarlo y elevar la causa a juicio oral y público. La estrategia de la defensa, según las fuentes citadas, es demostrar que no hay delito porque no hubo ni hay beneficio ecónomico en la operación de Katchadjian. Consultada por Clarín, María Kodama fue muy breve y contundente: ?Toma todo el cuento sin pedir autorización. Hemos perdido el respeto a nosotros mismos, por eso no respetamos a los otros. Si uno usa algo que no es propio, lo mínimo que puede hacer es pedir permiso?.

Me pregunto: señora Kodama ¿a cuántas personas debió pedir permiso Borges, entonces, para hacer sus jugos intertextuales? Ni me imagino. El escritor argentino Damián Tabarovsky escribió una columna muy buena al respecto, en el diario Perfil, donde no solo celebra la idea de Katchadjian (a quien considera uno de los escritores argentinos más interesantes de su generación) sino que aclara el punto: ¿quién es el que se aprovecha y beneficia económicamente del legado de Borges? ¿Un escritor experimental con un libro de 200 ejemplares o la Maquinaría Kodama y sus ediciones póstumas, que incluyen libros que el autor desdeñó y que no incluyen, porque lo que importa es vender mucho, libros con un aparato crítico serio que solo comprarían los especialistas? 

(…) a causa de este pequeño texto inofensivo, experimental y de circulación limitadísima, que María Kodama y su ejército de abogados entablaron una demanda en nombre de la sacrosanta ley de propiedad intelectual. Defendido Katchadjian por el abogado Ricardo Strafacce (escritor él también, autor de la notable biografía de Osvaldo Lamborghini) por estos días, con la feria judicial terminada, el juez debe determinar si hace o no lugar a la demanda penal ?¡sí, penal!? que la heredera de los colosales derechos de autor de Borges interpuso. Desechar la demanda sería lo más sensato, razonable y justo que podría ocurrir.Como es sabido, María Kodama ha entablado también, en el pasado, demandas contra otros por calumnias e injurias. Pues nada inoportuno contra ella saldrá de mí. Al contrario, no tengo más que bellas palabras. Esta es mi catarata de elogios: en este caso, como de costumbre, Kodama vuelve a demostrar su inteligencia superior y su don de gente; vuelve a poner en escena la exquisita sensibilidad estética y literaria que la caracteriza; no hay en ella ninguna actitud protofascista ni brutal; es falso que no le interese en absoluto la calidad de las ediciones de las Obras completas de Borges ?en Emecé y Mondadori? ni la ausencia de aparato crítico ni la fealdad de esos libros; doblemente falso entonces es que sólo le interese la plata y nada más. Jamás me haré eco yo de esas patrañas.



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12 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El longseller de Fernando Iwasaki

Fernando Iwasaki y lectoras de Ajuar Funerario Mezclar microrelatos con temas de terror ha resultado un coctel bastante reconocido para Fernando Iwasaki, narrador peruano-japonés-anadaluz, quien llega a la sexta edición, 60,000 ejemplares vendidos, de su longseller Ajuar Funerario, publicado por Páginas de Espuma. En El País Rocío Huerta lo entrevista junto a su editor, Juan Casamayor:

?Empecé con este género de minificción hace años, cuando me encargaron lecturas y conferencias para la universidad. Verdaderamente me sentía incapaz de leer textos míos de ocho o diez páginas, el público no merecía que le aburriese, así que decidí escribir estas pequeñas historias. Pero para que sean microrrelatos tiene que haber historia, y si no lo hay entonces podrá ser un poema en prosa, una anécdota, un aforismo estirado como un chicle? Pero no un microrrelato?. Iwasaki afirma que vivimos en un mundo invadido de ficción aunque no nos demos cuenta. ?Ficción son los currículum vitae, son las esquelas de los periódicos, son los anuncios por palabras… Esa persona que publica: ?Licenciado, 42 años, culto, encantador, desearía conocer señorita?? ¡Eso es ficción!, ¿Cómo es posible que nadie haya llegado a esa situación de abandono a los 42 con todas esas cualidades?? Bromea el escritor. ¿Y el género de terror? “Eso me vino por capricho. La suerte es que el libro tiene una lectura muy agradecida para ser terror, por eso circula mucho en institutos. Me consta que muchos profesores y alumnos de secundaria conectaron muy bien con el libro, lo que ha influido en las ventas”. Juan Casamayor, editor de Páginas de espuma, ha llegado muy bien porque Iwasaki ha tenido la sabiduría de unir la brevedad del microrrelato con el escalofrío que tiene la literatura de terror: “Sus microrrelatos son muy adictivos. Solapa muy bien sus propias experiencias vitales con la microficción. Algunos de los cuentos surgen de su infancia, derivan de recuerdos en la casona de su abuela donde estaban enterrados sus antepasados. La mujer que cuidaba a Fernando y a sus hermanos les decía que no abriesen los ojos después de acostarse, o se les aparecerían sus antepasados muertos”, cuenta divertido el editor. Como Andrés Neuman, Jorge Volpi, Rodrigo Fresán o Juan Gabriel Vásquez, Fernando Iwasaki (Lima, 1961) forma parte de una idiosincrasia de escritores de origen latinoamericano que viven en distintas partes del mundo y su literatura sí tiene el membrete de sus raíces, pero es universal. Casamayor asegura que el peruano tiene un papel muy importante en el mundo literario: ?Fernando es un mago de las palabras, pero además representa un nudo entre los clásicos latinoamericanos y la nueva generación. Siendo muy amigo de Mario Vargas Llosa, de Jorge Edwards, habiéndolo sido de Cabrera Infante, siempre ha estado muy atento a las nuevas generaciones?, lo que el propio escritor achaca más a un sentimiento de cariño y afecto que a la generosidad: ?Me formé leyendo a Cortázar, Borges, García Márquez, Vargas Llosa? No puedo negar que tenga sus influencias, pero yo no sería quien soy sin los autores del boom… Creo que si no admiras a tus contemporáneos te pierdes algo muy grande. La literatura te permite tratarlos y disfrutar de todos ellos, no creo que un escritor le haga competencia a otro, sino que un libro te lleva a otro. Por eso me gusta que haya una nueva generación latinoamericana?.



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12 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Alegato contra la codicia

 Tras subir lentamente las escaleras,

arrastrado por la apretada multitud de pasajeros,

sale por la boca del metro de Syntagma,

justo delante del Parlamento, en el momento mismo

en que el reloj señala las nueve en punto.

A esta hora la muchedumbre llena la plaza,

y Dimitris Christulas, desconcertado

por el movimiento que observa a su alrededor,

busca refugio detrás de un árbol.

Enseguida saca el revólver

del bolsillo derecho de su americana

para dirigirlo a su sien.

Cuando su dedo índice roza el gatillo

se da cuenta de que su escondite no es perfecto.

Le observan, en efecto, una mujer empeñada

en arreglar una rueda del cochecito de su hijo;

y un vendedor ambulante de Senegal

que acaba de extender en la acera

una manta para los falsos bolsos de marcas caras;

y un muchacho montado en una bicicleta,

quien es el más cercano a Christulas

y el único que escucha sus palabras:

"no quiero dejar deudas a mi hija".

De inmediato se produce el silencio,

el silencio sobre Syntagma, sobre Atenas, sobre el mundo.

Al día siguiente, escandalizados, los noticieros

informan de la muerte de Dimitris Christulas.

Dan detalles: se había trasladado en el metro

desde su barrio de Ambelokipi hasta Syntagma.

Era un farmacéutico jubilado de 77 años,

y la tarde anterior le había pagado al casero

el importe del último alquiler de su piso.

En el bolsillo izquierdo de su americana

tenía, redactada cuidadosamente, una nota

con los motivos de su acción: era -según afirmaba-

demasiado viejo para empuñar un kalasnishkov y rebelarse,

como aconsejaba que hicieran los jóvenes,

y se negaba a buscar en la basura,

en contenedores y papeleras,

el alimento al que creía tener derecho

después de decenas de años de trabajo.

Los noticieros se extienden en estadísticas

sobre la difícil vida de los ancianos

y el terrible azote que cae sobre Grecia,

con la propagación de la epidemia de suicidios;

entretanto, muchos atenienses rodean el árbol

de la plaza Syntagma con flores y cirios.

Pero volvamos al silencio que se apodera del escenario

mientras Christulas percibe en la yema de su dedo

el extraño frío del gatillo. Ese silencio tenso,

abrumador, cargado de presagios,

más estruendoso que cualquier ruido.

Nadie puede escapar a ese silencio

porque está alojado en la boca del estómago,

en el hígado, en el pulmón, en la víscera más íntima.

Yo, os aseguro, no consigo arrancarlo de mí mismo

cuando veo a los Christulas

que no han tenido el arrojo de Christulas,

hurgar en los contenedores y papeleras de mi barrio,

la cara azorada, los ojos evasivos,

en ceremonias repetidas bajo el estigma de la deshonra.

Los nuevos mendigos, a diferencia de los antiguos,

-curtidos en la tarea, supervivientes de hierro-

se sumergen torpemente en la basura,

vacilantes, inexpertos, al borde del pánico,

como si estuvieran inmersos en una pesadilla

de la que ya no lograrán despertar.

Los hay a cientos por el centro de la ciudad,

con sus mejillas afeitadas, sus corbatas

y sus dignos trajes raídos, al principio.

Luego, a medida en que pasan los días,

desaparecen las corbatas, brotan las barbas

y los pantalones, ya sin raya, se exhiben sucios y arrugados.

El nuevo mendigo ya compite con el viejo mendigo

en el áspero dominio de la calle:

"un euro para comer, amigo";

"un euro para comer, hermano".

Algunos nada dicen mientras representan

en la obra el papel que nunca imaginaron.

Un anciano, en mi calle,

-un anciano de no menos de 90 años-,

vestido con un elegante abrigo negro,

con gesto digno deja el sombrero también negro

a sus pies, para las monedas,

y empieza a tocar con un oboe una pieza de Mozart.

Siempre es la misma,

una única pieza en su repertorio,

y la toca rematadamente mal;

y cuando alguien acerca la mano a su sombrero

para soltar una moneda, se sonroja

antes de saludar militarmente.

Otro, cerca de él, canta

-con mayor habilidad-

unas cuantas arias de ópera;

otro, ya enajenado,

hace ademán de bailar entre los turistas;

otro, quieto, muy quieto,

sentado en una sillita plegable

-de esas de pescador de caña-

mira con ojos despavoridos a la gente que pasa.

Y es difícil no sentir el silencio aniquilante

que rodea a la hermandad del asfalto,

el mismo silencio, el mismo

que se agolpa en la plaza Syntagma

cuando Dimitris Christulas

acerca la pistola a su cabeza.

Ese es asimismo el silencio

en el que se enroscan

las extrañas palabras del hombre

que tengo delante -un viejo, como todos,

aunque todos son viejos, ese tipo de hombres.

Busca también él algo en la papelera

y luego, de repente, señala con el dedo

a un edificio que está a su frente:

la sede de la Bolsa, neoclásica,

anodina, cerrada a cal y canto,

pues hoy es domingo, y las finanzas

también descansan en el Día del Señor.

Es un hombre encorvado, de aspecto tímido,

que me recuerda a mi padre

-a como era mi padre en sus últimos años,

bastante más bajo que en mi infancia.

Compro el periódico en el quiosco

situado frente a la Bolsa,

sin perder de vista el dedo que señala.

Hasta que veo que el dedo se hace puño

y el hombre amenaza al invisible adversario

que acecha detrás mío. Exclama:

"¡los codiciosos!, ¡los codiciosos!"

Lo dice con vehemencia pero sin gritar,

en voz muy baja, casi un murmullo,

como hacía también, airado, mi padre, en raras ocasiones.

"¡Los codiciosos!, ¡los codiciosos!".

Pasa junto a mi y se acerca

a la puerta acristalada de la Bolsa.

Algunos transeúntes se quedan observándolo

mientras sigue levantando el puño contra el edificio

y su imagen se agiganta en la distorsión del cristal.

Súbitamente el planeta deja de girar.

El sol del mediodía

clava en tierra los pasos y los gestos

-la ciudad, los paseantes, el puño amenazador-,

y otra vez estalla el silencio

que envuelve el último ademán de Christulas

allá en Syntagma, en el corazón de Atenas.

"¡Los codiciosos!, ¡los codiciosos!".

Detrás de la gran fachada de cristal

-como si fuera la gigantesca bola de un mago-

puedo contemplarlos claramente,

juntos, en el nervioso tropel de la compraventa,

y uno a uno, el depredador dispuesto

al asalto final sobre la presa.

"¡Los codiciosos!, ¡los codiciosos!".

En el espejo deformante

todos somos codiciosos o cómplices de la codicia,

pues, por cobardía o miedo,

renunciamos al deber de explicar que el hombre

era el único animal que se había preguntado

por lo que había tras la línea del horizonte,

y nos rendimos a lo más cruel y sangriento,

el único animal que atesora con avaricia

mucho más de lo que pueda necesitar en una vida,

y a costa de destruir la vida de los otros.

Todos somos codiciosos o cómplices de la codicia,

porque hemos permitido que un ser implacable,

nacido en la cloaca de la peor pasión,

se apoderara de la entera condición humana

y dictara sus brutales leyes al universo.

De modo que el codicioso,

bárbaro adorador del ídolo de oro,

avanza a cara descubierta, libre de toda atadura,

saqueador de la belleza, dueño del mundo.

Somos, pues, culpables.

Nuestro delito ha sido dejar

que el depredador que hay en nosotros

expulsara a todo lo noble y digno

que estábamos obligados a preservar

para seguir siendo considerados seres humanos.

Hemos dejado que se nos robaran

hasta las palabras, y ahora nuestro lenguaje

ya es el lenguaje del mercado, del beneficio,

del tráfico de almas,

sin ningún lugar para la compasión.

Nos hemos ofrecido en sacrificio

para ser carne de una rapiña sin límites

y nuestros restos yacen, esparcidos,

alrededor del altar.

Y falta ya muy poco

para que también la libertad

nos sea arrebatada

por el amor a la codicia,

que parece ya el único amor permitido.

O eso es lo que cree

ese hombre que amenaza sin ira a un edificio

-ese hombre que me recuerda a mi padre anciano-

mientras entona una acusación a los espectros:

"¡los codiciosos!, ¡los codiciosos!".

Y eso mismo es lo que cree

Dimitris Christulas, la mano apretada en la culata,

al observar la plaza Syntagma, centro de Atenas,

situada tan sólo a unos quilómetros

del corazón antiguo, la Acrópolis,

donde hace exactamente 2.454 años

se representó por primera vez Antígona,

y el hombre cantó a lo más elevado de sí mismo:

"Muchas cosas hay portentosas,

pero ninguna tan portentosa como el hombre"

proclama, en el teatro, el coro de ancianos.

Dimitris Christulas dispara.

Al caer se lleva consigo un retazo

del azulísimo cielo de Grecia.

 

 

Rafael Argullol 

6 de abril de 2012



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12 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El peñazo

  El conde Charencey fue el más dicharachero de los comparatistas de sonsonete que tantas alegrías han dado a la causa de la pureza neolítica del vascuence. Las etimologías de catapúm chimpún que correteaban antes de sus felices días por la filología vasca se remontaban a Adán y Eva, lo que estuvo muy bien su momento, pero el siglo de Darwin reclamaba algo más pétreo para edificar una iglesia. Tras un primer aviso en los Annales de philosophie chrétienne, Charencey se lanzó a comparar las lenguas más lejanas y disparatadas con el propósito de establecer su origen común previsiblemente vasco. En 1862 alumbró La langue basque et les idiomes de l’Oural que tantos entusiasmos caucásicos, bereberes y dravidianos indefectiblemente vascos produjo. 
 
  Charencey anunciaba que los nombres de las herramientas ancestrales de los vascos no eran tales —vamos, sí que eran ancestrales, pero no herramientas— por su ninguneo del hierro y decidida preferencia por la piedra. Las denominaciones del hacha, la azada y el cuchillo remitían, por lo visto, a la peña como materia prima.  A ese monolitismo se unía la ciertamente alegre observación de que el vascuence no tiene nombres para los metales. Y la conclusión era que los iberos, o sea vascos, datan en el paisito desde la época de la piedra pulimentada, el neolítico, de donde viene el peñazo. 
 
  En 1868, Pablo Ilarregui, secretario del Ayuntamiento de Pamplona y vicepresidente de la Comisión de Monumentos de Navarra, descubrió las peñas de Charencey y propuso que la lengua neolítica bien merecía una academia. Pero sucedió que la muchachada preferió hacer una carlistada, la segunda o tercera, no se sabe bien, hay tantas. No obstante, el canto rodó y rodó, y su más esclarecida estirpe epigonal ha sido la constituída por los poetas picapedreros, los Unamuno, Oteiza, Celaya y Aresti, que tan vasca piedra han metaforado. Pueblo, raza, lengua, sangre, toda la tripacallería vasca fue pétrea durante el siglo XX, y la nutrición monofágica fosilizó tópicos y cerebros, era de temer que desempeñarse como el interesante de la piedra durante muchas galeuscas tuviera efectos secundarios.
 
  Podíamos, para variar, echar un vistazo a las peñas de Charencey. Y no es por aguar la piedra con latines, pero aizkora (hacha) viene de asciola (hachuela), y aitzurra (azada) de hastula (lanzuela), mientras aizto (cuchillo) es diminutivo de lo mismo: has(tula)to. También el nombre vasco de la hoz viene del latín: de falcitari (cortar con hoz) > aigitai > egitai > igitai. Y, para más despeñe, también los nombres vascos de los metales son latinos: burdin (hierro), con la sonorización de las sordas típica del vasco, deriva de pyritis que significa marcasita, mena de hierro. Ya ves, todo ha sido una lástima.


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12 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Rojo de sangre

El marido, destituido de todos sus cargos por graves faltas disciplinarias. La esposa, detenida y acusada de asesinato. En dos meses, una de las familias más poderosas de China ha pasado del cielo al infierno. El hombre, Bo Xilai, máximo dirigente de una poderosa municipalidad de 30 millones de habitantes, iba a incorporarse a la cúpula dirigente, nueve sillas tan solo, del comité permanente del Politburó del Partido Comunista Chino. La esposa, Gu Kailai, era una exitosa abogada de negocios. Nada queda ahora de la carrera política del primero y vamos a ver qué queda de la vida de la segunda en un país que castiga con la muerte este tipo de delitos.

El poder político raramente se asocia con el crimen común. Los políticos poderosos suelen caer por sus faltas políticas o por asuntos de corrupción y de sexo. Es difícil imaginar que uno de los mayores delitos del repertorio criminal común, el asesinato, llegue a producir la caída de un dirigente. Hay que remontarse a otras épocas para toparse con esta mezcla inquietante que la superpotencia china presenta hoy al mundo en la criminalización doble de Bo Xilai y su esposa. Uno de los príncipes rojos, hijo de un mitificado fundador de la República Popular, y aspirante él mismo hasta hace dos meses a una alta magistratura, ha sido destituido de todos sus cargos y sometido a arresto domiciliario; y su esposa, hija también de un general de la época fundacional comunista, así como uno de sus sirvientes, acusada de asesinato. Puede que todo sea un montaje. O no. El ascenso de Bo Xilai, encaramado en un izquierdismo neomaoísta, ya era una anomalía en sí mismo. También un desafío a la línea neoliberal de los actuales gobernantes, el presidente Hu Jintao y el primer ministro Wen Jiabao, justo en el momento del quinto relevo generacional después de Mao. El escándalo entero extiende dudas sobre el carácter pacífico del relevo y más bien constituye un indicio de que la lucha por el poder en un sistema opaco e indescifrable alcanza una intensidad inesperada, que no se corresponde con la venta del producto que se hace a los occidentales, tan desengañados con las disfunciones de sus sistemas democráticos. El caso judicial en sí será difícil de dilucidar y es probable que jamás se sepa la verdad. El sistema no permite hacerse muchas ilusiones. A estas horas, por ejemplo, todavía no se tiene noticia alguna de la versión de los hechos según los acusados. Normalmente, el derecho de defensa es una palabra vacía, pero lo es más todavía en un caso como este en el que se producen y anuncian a la vez un delito común y una depuración ideológica. El cuerpo del delito, es decir, el cadáver del ciudadano británico Neil Heywood, supuestamente asesinado por Gu Kailai, fue incinerado, por lo que habrá muchas dificultades para certificar que no murió por una intoxicación etílica sino por envenenamiento. Sucedió en noviembre de 2011, en un hotel de Chongqing, la inmensa ciudad de la que Bo Xilai era alcalde y primer dirigente comunista, territorio además donde puso en práctica sus ideas contra las mafias y la corrupción, adornadas por vocabulario e iconografía maoístas, que le dieron prestigio político y le catapultaron hacia la cúpula del régimen. La denuncia contra Bo Xilai y su esposa tiene dos orígenes. De una parte, los rumores que conmocionaron a la colonia británica acerca de la muerte de Heywood, hasta el punto de suscitar la petición de una investigación por parte del Gobierno de Londres. Por la otra, el comportamiento del número dos de Bo Xilai, el vicealcalde de Chongqing, Wang Lijun, que se refugió durante unas horas en el consulado de Estados Unidos en Chengdu y se entregó después a las autoridades chinas, aparentemente para evitar las represalias de su jefe, a quien acusó de intrigar para escalar en el poder, y de su esposa Gu Kailai, a quien imputa el asesinato. Todo estalló el 15 de marzo, en la reunión anual parlamentaria que se celebró en el Palacio del Pueblo de Pequín. Allí apareció todavía Bo Xilai, antes de caer en desgracia. Allí Wen Jiabao le reprendió públicamente por el escándalo del jefe de policía. El pasado martes por la tarde, la agencia Xinhua anunció la doble imputación, de indisciplina y de asesinato. En la red social Weibo, equivalente de Twitter, han sido bloqueados desde el 10 de abril todos los términos relacionados con los personajes de este drama. El Departamento Central de Propaganda del Partido Comunista, más conocido por los blogueros como el Ministerio de la Verdad, ha emitido directivas que prohíben referirse al escándalo de Chongqing. El comunismo como sistema ha desaparecido. Pero no las purgas estalinistas. Stalin liquidaba primero a sus compañeros bolcheviques y luego borraba sus imágenes de las fotos. Las viudas solían sobrevivir en el dolor y la pobreza. La última purga de la China posmaoísta reescribe en forma de un culebrón posmoderno los combates cruentos entre sus dirigentes para alcanzar el poder.



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12 de abril de 2012
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¿Qué separa al metafísico del físico?

Aristóteles se preguntaba en un importante momento de su Física por la frontera en la que el matemático se separa del físico. Cabe formular una interrogación análoga respecto a la sutil frontera que divide al físico del metafísico. Consideremos por ejemplo  un tema de absoluta actualidad, a saber el de la interpretación del fenómeno, poco cuestionable desde el punto de vista científico, del Big Bang y de un universo en expansión. Se sabe que la hipótesis fue avanzada entre otras razones al comprobar que las galaxias se alejan las unas de las otras. De manera ingenua ello podría dar lugar ya a una interrogación metafísica: ¿la expansión supone
que la materia se extiende (rarificándose) en el espacio o el espacio mismo se dinamiza, dilatándose, en tal expansión? La teoría de la relatividad vendría  a dar respuesta  en el segundo sentido. La física cierra aparentemente  la interrogación metafísica.

En realidad, en este caso la respuesta física precede ya a la interrogación metafísica pues, sólo en el marco de la teoría cabalmente física de la relatividad pudo avanzarse una hipótesis como la del Big Bang, pero sería perfectamente legítimo que una persona a la que se le habla simplemente de la tesis científica de la expansión del universo, sin vincularla formalmente a la
relatividad, formule la interrogación señalada. Esa persona esta indiscutiblemente abriéndose a una disposición relativa a la Physis que no es exactamente aquella que caracteriza al físico, una disposición metafísica  no coincidente con  aquella a la que se refiere Heidegger, pero a la que el pensador alemán englobaría entre las actitudes del espíritu reductoras de la cuestión de la verdad a la cuestión del conocimiento.

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12 de abril de 2012
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El Boomeran(g)
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