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Sarkozy sin sarkozismo

Por 22 de abril de 2012 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Lluís Bassets

Era el diseño de un vencedor perfecto. Un prototipo que debía superar a todos los modelos anteriores e imponerse por sí solo sobre cualquier otro. La seguridad absoluta; la voluntad de poder desnuda; la acción política en grado máximo, fulgurante, persistente, abrumadora; siempre a punto la amenaza, pero también la adulación asfixiante; el protagonismo claro y exclusivo, sin fusibles ni reparto de méritos, enteros para sí mismo, el soberano; todo muy cerca del príncipe absoluto, coronado directamente por el pueblo. Caprichoso y venal, despreciativo y tiránico con sus colaboradores más íntimos. Pero con las dotes que Bonaparte quería para los elegidos: valiente, audaz, afortunado. Y para colmo, trasparente, sanguíneo y vengativo.

Esta figura no es acomoda al molde solemne que creo De Gaulle y que sus sucesores mantuvieron e incluso profundizaron en sus aristas más presidencialistas. La función de la monarquía presidencial francesa requiere distancia y gravedad, dignidad y respeto; y en todo caso un gran conocimiento y aprecio por la historia, la geografía y la cultura de los hombres y mujeres que le han elevado a tal dignidad, los franceses. Sarkozy tiene muchas virtudes pero ninguna directamente vinculada con esta figura que encarna la soberanía de la República Francesa. Su vida e imagen se corresponden mejor con el mundo de la televisión, el cine y el espectáculo que con el Olimpo político creado con la V República. Por eso, a la hora de ir a las urnas, no se lo han creído ni los suyos.
Cuenta su pésima campaña, voluble, contradictoria y caracoleante. Todavía cuenta más su balance, impropio de alguien que venció con la canción del cambio, el estribillo de una Francia fuerte y solo ha dado más de lo mismo e incluso algo menos, inmovilismo francés adornado por el braceo de su agitación constante. Pero el dato definitivo que le ha hurtado la victoria en la primera manga y sitúa a François Hollande a una mano de la presidencia es su incapacidad para identificarse con el estilo y las formas que caracterizan a los primeros magistrados de esta V República tan peculiar y presidencialista. Su sola presencia en el palacio del Elíseo es una inquietante redundancia: presidente acaparador y celoso de su protagonismo en una presidencia presidencialista. Inquieta incluso a sus votantes. 
El prototipo, pues, no ha servido para quedar en cabeza en la primera vuelta, ni para limitar la oleada lepenista que el propio Sarkozy se ha encargado de alentar con su viraje hacia la ultraderecha. La segunda manga será ahora mucho más difícil, porque en ella hay que juntar, ressembler, algo difícil cuando todo lo que se tiene, la campaña, el balance y la imagen, es divisivo y polarizador. La dirección más clara es cortejar los votos tan numerosos e inquietantes de Marine Le Pen, pero eso solo se hace alejándose del centro, donde se ganan todas las segundas vueltas. Ressembler quiere decir recoger los votos de los otros después de haberse asegurado un zócalo formidable de votos propios. No es el caso de Sarkozy. Es Hollande quien se halla en esta posición y quien tiene la victoria a su alcance, a menos que medie error o contratiempo político inesperado, factores que la prudencia aconsejan cuidar.

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Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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