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Los filósofos de Nihzny Novgorod

Dos mil filósofos rusos, decía en la columna anterior, se reúnen en Nihzny Novgorod, ciudad-balcón sobre el Volga. El Gobernador de la región, cuya filiación política ignoro en el momento en que esto escribo, recibe a algunos de ellos y pronuncia un pequeño discurso mostrando su satisfacción por el hecho de que el evento tenga lugar en la ciudad, y no tengo ninguna razón para juzgar que no hablaba sinceramente. Probablemente sin el apoyo de las autoridades locales el congreso no hubiera podido realizarse.
Es bien sabido que Rusia es un país sigue atravesado por enormes problemas No hay una situación económica que pueda ser catalogada de crisis ni una exigencia exterior de genuflexión política ante la misma, cosas ambas que sí azotan a España, pero hay carencias estructurales y una profunda dificultad para una clara asunción del pasado, que permita hacer balance y eventualmente ajustar cuentas con el mismo. Y sin embargo es casi inimaginable que en España, o en alguna de sus autonomías, responsables políticos de cualquier cuño estimen que el apoyo a una reunión filosófica masiva pudiera serles beneficioso. Me vienen a la memoria las palabras hace más de un año de un Consejero de la Generalitat de Cataluña que declaraba la necesidad de que los gobiernos facilitaran estudios en disciplinas útiles para el mercado (pronunciaba explícitamente la palabra) y precisando que "el que quiera estudiar el mundo clásico que se pague el lujo".
Ya he tenido ocasión de decir que este responsable estaba frívolamente negando legitimidad a un mundo que abarca a Aristóteles y Hesíodo, pero también a Euclides y Tales de Mileto. Personajes todos ellos de los que sí se habla estos días (como se habla de Hegel, Einstein, Dostoievsky o Descartes) cerca de esta Atalaya sobre el Volga que es el Kremlim de Nihzny Novgorod.

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3 de julio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El idioma como patria

Herta Müller. Foto: Marce-Lí Sáenz Herta Müller se presentó la semana pasada en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), donde se hizo una exposición centrada en su vida y obra, que tuvo como cierre la presencia de la ganadora del premio Nobel y una de las autoras vivas más importantes del siglo. Dice la nota de Carles Geli en El País:

Vestida de negro, con una media melena que apunta con sus astas al interlocutor y más de un mohín al final de sus respuestas, la dura tristeza de Müller embiste con el lenguaje, desde el mismo título de la conferencia: El idioma como patria. ?Ese epígrafe no es mío: la lengua no es una patria, nunca lo es; las lenguas no causan las catástrofes? Un escritor cubano hablará la misma lengua que sus carceleros pero esa lengua habrá dejado de ser su patria?. En el transcurso de una perorata que resultó tan inquietante y profunda como su prosa, la Nobel tuvo palabras también para España: ?Olvido es una palabra muy complicada. ¿Quién debe hacerlo? ¿La víctima? Esta lo necesita para seguir. ¿El verdugo? ¿Para justificarse? Debe ser un proceso colectivo y es difícil. Si no se aborda bien acaba rebrotando, como ha sucedido en España?. No es gratuita la preocupación de la escritora por la memoria. Ni por el lenguaje. Van ligados a su vida. Nada en ella es gratuito, ni su nombre: Herta, le dijo su abuela, era el de la mejor amiga de su madre en el campo de trabajos forzados en Rusia, adonde llegó en enero de 1945 para un confinamiento de cinco años como una más de los 85.000 rumanos de la minoría alemana que fueron obligados así a reparar su pecado colectivo. Su madre siempre le echó la culpa a la nieve, que delató su escondrijo bajo tierra al encajar sus pisadas. La metáfora en casa fue ?la traición de la nieve?, como recordaba la Nobel en la conferencia, ante la proyección de sus collages de palabras. Müller afirma que no sabe dónde está la frontera entre olvido y recuerdo ni qué deben hacer los ciudadanos con la memoria histórica. Su obra, su vida, es fiel reflejo de ello. En los relatos de En tierras bajas (su primer libro, de 1982, editado en España, como el resto de su obra, en Siruela; Bromera, en catalán) aparecen los rumanos de habla alemana que como su padre participaron en la SS. También, las deportaciones a Ucrania. ?Escribo en alemán?, dijo, ?pero la lengua rumana va también conmigo y cada lengua tiene una mirada distinta sobre el mundo; la rumana es dura y vulgar pero tiene una dimensión metafórica que no poesee la alemana; envidio a los autores de escritura de cristal pero yo sólo puedo tocar la realidad haciendo uso de las metáforas?. Esa capacidad metafórica se muestra en los primeros poemas que publica en la prensa en 1972 esa jovencita, que en una de las fotos de la muestra del CCCB se la contempla como a una chica de piernas largas entre sus padres. En otra imagen, aparece el progenitor, ufano soldado del duro Regimiento número dos de la 10ª División Panzer SS Frundsberg del Reich. (…) En la exposición se repasan sus heroicidades bajo una de las más feroces tiranías, la de Ceausescu. Fueron años de militancia en grupos de acción como Banat. Rápidamente despertó las suspicacias del aparato rumano. En una carta de 1985 incluida en la muestra se alerta sobre una chica que escribe de manera ?discriminatoria, moral y religiosamente indecente?. Una ?autora de embustes a la que se le llama la atención?. Tras El hombre es un gran faisán en el mundo (1986), el acoso de los interrogatorios, el cerco a sus amistades, escuchas y censura de sus textos la colocan al borde del abismo. Y la obligan en marzo de 1987 a buscar desesperadamemte un permiso de salida que le costó 8.000 marcos al gobierno alemán y otros tantos a su familia en sobornos. Esto le supuso cruzar la frontera con una caja con sus pertenencia que no podía sobrepasar los 70 kilos. El resto de sus cosas tuvo que malvenderlas en almoneda a precios tasados oficialmente, como recuerdan en el CCCB fotos tomadas con el que era entonces su marido. Tres volúmenes con 914 páginas son la memoria oficial en Rumanía de Herta Müller: las cifras del ?expediente Cristina?, que le dedicó la Securitate. ?Algunos exmiembros bromearon cuando me dieron el Nobel hace tres años al decir que merecían la mitad del premio por haber contribuido a crear las obsesiones de mi mundo literario… No, no volveré a Rumanía, para ellos no soy rumana, sino alguien de una minoría; además, no es una democracia consolidada y existe una corrupción escalofriante; tampoco veo la necesidad de vivir donde se nace?. Hoy, de los 1.500 habitantes de Nitchidorf, donde nació Müller en 1953, apenas quedan una veintena de alemanes. En su última novela, Todo lo que tengo lo llevo conmigo, el protagonista, a su regreso del lager ruso, confiesa: ?En mis tesoros pone: NO SALGO DE ALLÍ?. Müller tampoco parece poder salir de ese triángulo formado por el papel de su padre, la represión a su madre y la persecución que sufrió ella. Para su propio mal. Para bien de la literatura.



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2 de julio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La reentrée francesa 2012

Pascal Quignard publica Dernier Royaume, Les Désarçonnés (Grasset) Virginia Collera comenta la reentrée literaria francesa, con más de 600 títulos, muchos menos que años anteriores. También Fracia la crisis hace estragos. ¿Y qué pasará en España en Septiembre-Noviembre? Me temo lo peor. La información es de Le Figaro, dondese mencionan los nuevos titulos y las editoriales, y aparece en Letras en 360° de “Papeles perdidos”. Dice:

646 novelas se publicarán en la rentrée literaria francesa, que abarca desde mediados de agosto hasta mediados de octubre. Aunque parezcan muchas, señalan en Le Figaro, la crisis ha hecho mella y la producción editorial es menor que en años anteriores (654 en 2011 y 701 en 2010, según Livres Hebdo). Entre las novedades destacan los nombres de Amin Maalouf, Amélie Nothomb, Jean Echenoz, Philippe Claudel o Laurent Binet, que presentará Rien ne se passe comme prévu, diario de la campaña presidencial de François Hollande



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2 de julio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Hacia una montaña en el Tibet

Como poco, el viajero es una  rara avis, y viajar una actividad misteriosa. Colin Thubron, el autor de Hacia una montaña en el Tibet es un buen ejemplo ello. Qué busca un hombre de setenta años aquejado de los achaques propios de la edad (y que se van a ver agravados cuando  lleve semanas de caminar, mal dormido y peor comido, por alturas de 5.000 metros) cuando abandona a su esposa de treinta años (una especialista en Shakespeare), su casa de Londres y su amado jardín, aparca los libros que le restan por escribir (entre ellos poner en  orden el manuscrito que antes de morir le puso en las manos Patrick Leigh Fermor y con el que acaba  el viaje iniciático de éste a  Bizancio), qué busca, digo, ese hombre cuando un buen día se pone en camino hacia zonas  remotas del Himalaya. Su libro, hablando de aves raras y actividades misteriosas, también es un buen ejemplo porque a los pocos días de empezar la caminata uno de sus compañeros de viaje le hace exactamente esa pregunta (qué hace un hombre como usted perdido en un lugar como éste, del que todos queremos escapar) y la respuesta no puede ser más esclarecedora: "Viajo por los muertos", dice. El lector medianamente puesto piensa al escuchar esa salida: "Por fin voy a tener la oportunidad de entrar en El libro de los  muertos tibetano de la mano de un autor competente y que además de leerlo con cuidado ha tenido el cierto de ir a pedir explicaciones sobre el terreno".

Pero no.  En respuesta a la pregunta  de su guía local, bien  podría haber dicho "No lo sé" y el resultado para el lector podría haber sido el mismo. Hijo de un oficial británico destinado algún tiempo en la India y con el  que mantuvo una entrañable relación que se prolongó hasta después de su  muerte, los recuerdos de las cacerías paternas por el Himalaya le sugieren al autor numerosos recuerdos y escenas de la infancia, y con ellos recuerdos de su madre y su hermana, ambas muertas.  Aparte de las asociaciones geográficas, el hecho de que al autor se haya visto obligado recientemente a desmontar la casa de sus padres y deshacerse de numerosos objetos personales (entre ellos las cartas de amor de sus progenitores, cuya posible destrucción le crea un sentimiento de culpabilidad tan fuerte como el hecho de guardarlas...y leerlas) contribuye a la presencia de los muertos entre las fatigas del viaje. Pero, como digo, es un asunto personal del autor, una especie de proceso catártico que le permite poner en orden sus sentimientos pero que no forma parte del auténtico caudal narrativo del libro.  El cual, por encima de todo, es el país, o sea el paisaje y sus gentes. Con una solidaridad que atraviesa todas las barreras del exotismo y el folklore, y un admirable interés humano por sus semejantes, Colin Thubron  va registrando las circunstancias de las personas con las que se cruza, ya sean campesinos, pastores, comerciantes, monjes o contrabandistas. Con más de tres mil años a cuestas, una parte de los cuales son históricos aunque la mayor parte de ellos se pierden en los vericuetos de  la mitología, el Himalaya es un galimatías geológico, botánico, climático, cultural, étnico y religioso. Y de ahí que nunca sea posible adivinar cómo será el próximo personaje que le salga al paso. El denominador común es una espantosa miseria ancestral e irredenta, y las diferencias radican en las industrias que cada uno inventa para llegar vivo al día siguiente. Y dichas industrias son inimaginables. Ahí está ese campesino vestido con la camiseta de un equipo británico falsificada en China o ese puñado de monjes perdidos en un monasterio colgado de algún abismo y que son unos hinchas acérrimos del Manchester United, por lo que se dan a todos los diablos tras la derrota sufrida por los suyos frente al Barcelona  FC en la final de la Copa de Europa.  O se humilde maestro de una aldea ignota que se ha dejado la vida por ver a un hijo ingresado en un monasterio budista en la India y que sufre ahora por la suerte de su hija, estudiante en América gracias a una beca. Pero la tipología humana es inagotable.

Y junto con las personas, los paisajes. Colihn Thubron tiene una sensibilidad especial para hilvanar las nubes con los riscos y los árboles y las flores y los arroyos que bajan de las nieves eternas y tejer con todo ello un estado de ánimo que conecta misteriosamente con la espiritualidad de cada lugar, con las huellas dejadas por generaciones de personas nacidas, crecidas y muertas allí, o que eran simples viajeros de paso y que han dejado una huella anónima, al mismo tiempo efímera y eterna. Porque de eso va el viaje a la montaña de Kailash, que con sus 6.714 metros es apenas una hermana menor de los míticos picos que la rodean y que forman parte de las obsesiones de incontables  escaladores. Además de dar nacimiento a los principales ríos de la India (el Indo, el Ganges, el Brahmaputra y el Sutlej),  Kailash es un lugar sagrado para el budismo y el hinduismo y desde tiempos inmemoriales recibe a millares de peregrinos.  Colin Thubron entre ellos. Un agnóstico. Un hombre que no siente la llamada de la divinidad. Y que sin embargo lo deja todo y arrostra toda suerte de penalidades para acudir a la  misteriosa llamada de la montaña sagrada.

Hacia una montaña
en el Tibet

Colin Thubron

RBA

Como poco, el viajero es una  rara avis, y viajar una actividad misteriosa. Colin
Thubron, el autor de Hacia una montaña en
el Tibet
es un buen ejemplo ello. Qué busca un hombre de setenta años
aquejado de los achaques propios de la edad (y que se van a ver agravados
cuando  lleve semanas de caminar, mal
dormido y peor comido,  por alturas de
5.000 metros) cuando abandona a su esposa de treinta años (una especialista en
Shakespeare), su casa de Londres y su amado jardín, aparca los libros que le
restan por escribir (entre ellos poner en orden el manuscrito que antes de
morir le puso en las manos Patrick Leigh Fermor y con el que acaba  el viaje iniciático de éste a  Bizancio), qué busca, digo, ese hombre cuando
un buen día se pone en camino hacia  remotas del Himalaya. Su libro, hablando de
aves raras y actividades misteriosas, también es un buen ejemplo porque a los
pocos días de empezar la caminata uno de sus compañeros de viaje le hace
exactamente esa pregunta (qué hace un hombre como usted perdido en un lugar
como éste, del que todos queremos escapar) y la respuesta no puede ser más
esclarecedora: "Viajo por los muertos", dice. El lector medianamente puesto
piensa al escuchar esa salida: "Por fin voy a tener la oportunidad de entrar en
El libro de los  muertos tibetano de la mano de un autor
competente y que además de leerlo con cuidado ha tenido el acierto de ir a
pedir explicaciones sobre el terreno".

Pero no.  En respuesta a la pregunta  de su guía local, bien  podría haber dicho "No lo sé" y el resultado
podría haber sido el mismo. Hijo de un oficial británico destinado algún tiempo
en la India y con el  que mantuvo una
entrañable relación que se prolongó hasta después de su  muerte, los recuerdos de las cacerías
paternas por el Himalaya le sugieren al autor numerosos recuerdos y escenas de
la infancia, y con ellos recuerdos de su madre y su hermana, ambas
muertas.  Aparte de las asociaciones
geográficas, el hecho de que al autor se haya visto obligado recientemente a
desmontar la casa de sus padres y deshacerse de numerosos objetos personales
(entre ellos las cartas de amor de sus progenitores, cuya posible destrucción le
crea un sentimiento de culpabilidad tan fuerte como el hecho de guardarlas...y
leerlas) contribuye a la presencia de los muertos entre las fatigas del viaje.
Pero, como digo, es un asunto personal del autor, una especie de proceso
catártico que le permite poner en orden sus sentimientos pero que no forma
parte del auténtico caudal narrativo del libro.  El cual, por encima de todo, es el país, o sea
el paisaje y sus gentes. Con una solidaridad que atraviesa todas las barreras
del exotismo y el folklore, y un admirable interés humano por sus semejantes,
Colin Thubron  va registrando las
circunstancias de las personas con las que se cruza, ya sean campesinos,
pastores, comerciantes, monjes o contrabandistas. Con más de tres mil años a
cuestas, una parte de los cuales son históricos aunque la mayor parte de ellos
se pierden en los vericuetos de  la
mitología, el Himalaya es un galimatías geológico, botánico, climático,
cultural, étnico y religioso. Y de ahí que nunca sea posible adivinar cómo será
el próximo personaje que le salga al paso. El denominador común es una
espantosa miseria ancestral e irredenta, y las diferencias radican en las
industrias que cada uno inventa para llegar vivo al día siguiente. Y las respuestas
son inimaginables. Ahí está ese campesino vestido con la camiseta de un equipo
británico falsificada en China o ese puñado de monjes perdidos en un monasterio
colgado de algún abismo y que son unos hinchas acérrimos del Manchester United,
por lo que se dan a todos los diablos tras la derrota sufrida por los suyos
frente al Barcelona  FC en la final de la
Copa de Europa.   O se humilde maestro de una aldea ignota que
se ha dejado la vida por ver a un hijo ingresado en un monasterio budista en la
India y que sufre ahora por la suerte de su hija, estudiante en América gracias
a una beca. Pero la tipología humana es inagotable.

Y junto con las personas, los paisajes.
Colihn Thubron tiene una sensibilidad especial para hilvanar las nubes con los
riscos y los árboles y las flores y los arroyos que bajan de las nieves eternas
y tejer con todo ello un estado de ánimo que conecta misteriosamente con la
espiritualidad de cada lugar, con las huellas dejadas por generaciones de
personas nacidas, crecidas y muertas allí, o que eran simples viajeros de paso
y que han dejado una huella anónima, al mismo tiempo efímera y eterna. Porque
de eso va el viaje a la montaña de Kailash, que con sus 6.714 metros es apenas
una hermana menor de los míticos picos que la rodean y que forman parte de las
obsesiones de incontables  escaladores. Además
de dar nacimiento a los principales ríos de la India (el Indo, el Ganges, el Brahmaputra
y el Sutlej),  Kailash es un lugar
sagrado para el budismo y el hinduismo y desde tiempos inmemoriales recibe a
millares de peregrinos.  Colin Thubron
entre ellos. Un agnóstico. Un hombre que no siente la llamada de la divinidad.
Y que sin embargo lo deja todo y arrostra toda suerte de penalidades para
acudir a la  misteriosa llamada de la
montaña sagrada.

Hacia una montaña
en el Tibet

Colin Thubron

RBA

Como poco, el viajero es una  rara avis, y viajar una actividad misteriosa.
Colin Thubron, el autor de Hacia una
montaña en el Tibet
es un buen ejemplo ello. Qué busca un hombre de setenta
años aquejado de los achaques propios de la edad (y que se van a ver agravados
cuando  lleve semanas de caminar, mal
dormido y peor comido,  por alturas de
5.000 metros) cuando abandona a su esposa de treinta años (una especialista en
Shakespeare), su casa de Londres y su amado jardín, aparca los libros que le
restan por escribir (entre ellos poner en orden el manuscrito que antes de
morir le puso en las manos Patrick Leigh Fermor y con el que acaba  el viaje iniciático de éste a  Bizancio), qué busca, digo, ese hombre cuando
un buen día se pone en camino hacia  remotas del Himalaya. Su libro, hablando de
aves raras y actividades misteriosas, también es un buen ejemplo porque a los
pocos días de empezar la caminata uno de sus compañeros de viaje le hace
exactamente esa pregunta (qué hace un hombre como usted perdido en un lugar
como éste, del que todos queremos escapar) y la respuesta no puede ser más
esclarecedora: "Viajo por los muertos", dice. El lector medianamente puesto piensa
al escuchar esa salida: "Por fin voy a tener la oportunidad de entrar en El libro de los  muertos tibetano de la mano de un autor
competente y que además de leerlo con cuidado ha tenido el acierto de ir a
pedir explicaciones sobre el terreno".

Pero no.  En respuesta a la pregunta  de su guía local, bien  podría haber dicho "No lo sé" y el resultado
podría haber sido el mismo. Hijo de un oficial británico destinado algún tiempo
en la India y con el  que mantuvo una
entrañable relación que se prolongó hasta después de su  muerte, los recuerdos de las cacerías
paternas por el Himalaya le sugieren al autor numerosos recuerdos y escenas de
la infancia, y con ellos recuerdos de su madre y su hermana, ambas muertas.  Aparte de las asociaciones geográficas, el
hecho de que al autor se haya visto obligado recientemente a desmontar la casa
de sus padres y deshacerse de numerosos objetos personales (entre ellos las
cartas de amor de sus progenitores, cuya posible destrucción le crea un
sentimiento de culpabilidad tan fuerte como el hecho de guardarlas...y leerlas)
contribuye a la presencia de los muertos entre las fatigas del viaje. Pero,
como digo, es un asunto personal del autor, una especie de proceso catártico
que le permite poner en orden sus sentimientos pero que no forma parte del
auténtico caudal narrativo del libro.  El
cual, por encima de todo, es el país, o sea el paisaje y sus gentes. Con una
solidaridad que atraviesa todas las barreras del exotismo y el folklore, y un
admirable interés humano por sus semejantes, Colin Thubron  va registrando las circunstancias de las
personas con las que se cruza, ya sean campesinos, pastores, comerciantes, monjes
o contrabandistas. Con más de tres mil años a cuestas, una parte de los cuales
son históricos aunque la mayor parte de ellos se pierden en los vericuetos
de  la mitología, el Himalaya es un
galimatías geológico, botánico, climático, cultural, étnico y religioso. Y de
ahí que nunca sea posible adivinar cómo será el próximo personaje que le salga
al paso. El denominador común es una espantosa miseria ancestral e irredenta, y
las diferencias radican en las industrias que cada uno inventa para llegar vivo
al día siguiente. Y las respuestas son inimaginables. Ahí está ese campesino
vestido con la camiseta de un equipo británico falsificada en China o ese
puñado de monjes perdidos en un monasterio colgado de algún abismo y que son
unos hinchas acérrimos del Manchester United, por lo que se dan a todos los
diablos tras la derrota sufrida por los suyos frente al Barcelona  FC en la final de la Copa de Europa.   O se humilde maestro de una aldea ignota que
se ha dejado la vida por ver a un hijo ingresado en un monasterio budista en la
India y que sufre ahora por la suerte de su hija, estudiante en América gracias
a una beca. Pero la tipología humana es inagotable.

Y junto con las personas, los paisajes.
Colihn Thubron tiene una sensibilidad especial para hilvanar las nubes con los
riscos y los árboles y las flores y los arroyos que bajan de las nieves eternas
y tejer con todo ello un estado de ánimo que conecta misteriosamente con la
espiritualidad de cada lugar, con las huellas dejadas por generaciones de
personas nacidas, crecidas y muertas allí, o que eran simples viajeros de paso
y que han dejado una huella anónima, al mismo tiempo efímera y eterna. Porque
de eso va el viaje a la montaña de Kailash, que con sus 6.714 metros es apenas
una hermana menor de los míticos picos que la rodean y que forman parte de las
obsesiones de incontables  escaladores.
Además de dar nacimiento a los principales ríos de la India (el Indo, el
Ganges, el Brahmaputra y el Sutlej),  Kailash es un lugar sagrado para el budismo y
el hinduismo y desde tiempos inmemoriales recibe a millares de peregrinos.  Colin Thubron entre ellos. Un agnóstico. Un hombre
que no siente la llamada de la divinidad. Y que sin embargo lo deja todo y
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Hacia una montaña
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Colin Thubron

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2 de julio de 2012
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Monteverdi y los monstruos

Krzysztof Warlikowski, el director de escena de ‘L´incoronazione di Poppea' que se ha visto (entre entusiasmos y protestas del público) en el Teatro Real de Madrid, introduce su excelente montaje de la obra de Monteverdi con un prólogo situado en una universidad americana. El decorado moderno de una sala de estudio resulta, a lo largo de la representación, muy elocuente para reflejar la inmensidad del palacio imperial, el secreto de las estancias privadas y el peligro de una Roma dominada por la conspiración y el deseo. El trabajo de Warlikowski, de quien recuerdo con entusiasmo su puesta en escena ‘davidlynchiana' del ‘Rey Roger' en el mismo Real hace poco más de un año, siempre interesa y sorprende, aunque en este caso el prólogo en sí, una lección magistral del filósofo Séneca a sus alumnos, resulte tal vez un poco alargada.
La ópera de Monteverdi, una de las obras fundamentales de la historia de la música vocal, ha tenido muchos y distinguidos intérpretes, palabra que en este caso adquiere connotaciones muy especiales: de la partitura original se conserva la línea melódica pero no la orquestación, por lo que los directores que la han grabado (y ahí están los nombres de Harnoncourt, Karajan, Leppard, René Jacobs y Eliot Gardiner, entre otros) han tenido en cada ocasión que reinventar los instrumentos que acompañan el canto. En esta nueva versión, rebautizada ‘Poppea e Nerone', el director de orquesta Sylvain Cambreling ha trabajado con el compositor belga Phillipe Boesmans, quien ha elaborado con una fidelidad llena de libertades un nuevo tratamiento de la música ‘monteverdiana', usando instrumentos como el armonio, el piano, el saxofón, y dándole mucha importancia a la percusión y al sintetizador. El resultado suena a nuevo pero nunca cae en el desplante ni en el ‘pastiche'.
En una entrevista incluida en el programa de la función, Cambreling dice algo muy singular sobre el director de escena Warlikowski: "En su trabajo, por ejemplo, no tiene la menor dificultad en apreciar a los monstruos". Es un buen principio cuando se trata, como en este caso, de plasmar escénicamente una galería de personajes que actúan siempre al borde del paroxismo, movidos frenéticamente por sus pasiones -carnales y políticas- y decididos a vivir los extremos sin atender al peligro ni a las conveniencias. El diseño de los personajes (Séneca, Lucano, la nodriza Arnalta, aparte, naturalmente, de los más centrales Nerón y Popea) es nítido y osado, en una doble tarea de significación musical y dramática en la que se agradece el buen entendimiento, por no decir la complicidad, de los músicos Boesmans y Cambreling, que dirige a la estupenda agrupación contemporánea del Klangforum de Viena, y los dramaturgos, Christian Longchamp y Jonathan Littell, el premiado novelista franco-americano autor de ‘Las Benévolas', cuyos efectismos literarios aquí por fortuna no chirrían como en aquel libro.
Claudio Monteverdi y su extraordinario libretista Francesco Busenello apropiadamente dominan, como un ‘deus ex machina', todo lo que sucede en el escenario del Real. Ellos dos crearon, en la que sería obra final del compositor de Cremona, la galería de monstruos enamorados, y la posteridad, que no se cansa de revisitarlos, nos los devuelve vistiéndolos cada vez con un ropaje revelador de la calidad sublime de este drama con música que dio fundamento a la ópera futura.

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2 de julio de 2012
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El botiquín de la Srta. Pepis

 

Creemos tan desesperadamente en el futuro que, al tragarnos una pastilla, a menudo sentimos que contiene el aliento de la vida. Tanto si es un placebo como si no, la promesa de la calma se extiende al sentir cómo discurre por la garganta el sabor amargo del medicamento. Queremos paliar nuestras carencias y abundancias, desde la falta de sueño y la sobreexcitación hasta la jaqueca que espesa las horas o que sobreviene en las horas espesas. Y nuestra sociedad hipocondriaca y medicalizada bracea por corregir el desequilibro que a menudo nos atrapa. Antes, la gente tenía en casa un botiquín, y allí en un pequeño armario blanco con su cruz roja colgado en la pared se almacenaban cuatro frascos para la tos, el dolor de cabeza o la acidez de estómago, además de la mercromina. Hoy, el despliegue es infinitamente superior. Y la química, más sofisticada. Se han multiplicado oferta y demanda, y han surgido nuevas patologías. Porque para respirar, dormir, tranquilizar, digerir o desinflamar, nos hemos acostumbrado a recurrir a una ayuda que compense nuestro déficit permanente. Con el tiempo también hemos aprendido a autorrecetarnos, perdiéndole el miedo al prospecto casi siempre amenazador. Nos recomendamos una marca de comprimidos con la misma fruición que un libro, y el boca a oreja ha instaurado un nuevo apetito consumista, de forma que aquello que tendría que ser excepcional ha acabado por convertirse en un apéndice indivisible de nuestra sociedad enferma ?aunque mucho más saludable que en épocas anteriores?. Ahora, el medicamentazo llega sin información previa y, lo que es peor, sin aclimatación. Sobre los pensionistas, las viudas que apenas llegan a final de mes y los simpapeles cae una nueva angustia para la cual se tendrán que pagar el remedio. El portavoz de Sanidad del PP asegura que se excluyen fármacos que «sólo alivian síntomas». Pero ¿qué es una enfermedad sino un puñado de síntomas que nos conectan con nuestra soledad de animal herido? Si bien es cierto que el copago es un mal menor con el que podemos salvar al sistema de salud pública, el despilfarro de recetas y los falsos pensionistas ?se calcula que hay cerca de 200.000? no pueden significar un perjuicio para los más débiles. A las sonoras obviedades y palabras huecas de la ministra Mato, que superan con creces los comentarios de Sara Carbonero («no es lo mismo una persona que no está enferma en su consumo de medicamentos que una persona que no está enferma»), se suma ahora un despropósito convertido en lista de fármacos defenestrados. Justo cuando Obama ha logrado que el Supremo ratifique su histórica reforma de la salud, aquí se racanea para salvar nuestra sanidad universal de la que tanto hemos presumido. Y a todo ello se añade esa recomendación ministerial tan naif: que rebusquemos en la botica de la abuela, o por qué no, en el botiquín de la Srta. Pepis.

(La Vanguardia)

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2 de julio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Erri de Luca, subcampeón de la Euroliteraria 2012

Erri de Luca Italia jugó contra Alemania su mejor partido, pero la final fue una historia distinta. Un gol que no esperaban y un segundo gol, cuando estaban atacando, los obligó a irse al segundo tiempo cuesta arriba con dos goles contra cero, En el segundo tiempo, Prandeli no supo hacer los cambios. Sacó a Cassano por Di Natale, cuando debió atacar con tres hombres, y luego cambió a Montolivo por Thiago Motta, un cambio defensivo cuando lo que se imponía era uno ofensivo. Para colmo de males, Motta se lesionó a los cuatro minutos, y como Italia ya había hecho los tres cambios debió jugar el resto del partido con diez hombres. Y el partido se acabó entonces. Italia bajó los brazos y la goleada, que al parecer Prandeli quiso evitar, fue inevitable. Así le damos la medalla de plata a Erri de Luca en representación de Italia. Un escritor brillante, de pocas palabras y un lirismo inusitado para narrar historias de aprendizaje que suelen ocurrir en el territorio napolitano. Actualmente, Seix Barral está editando en castellano su obra. Antes fue Siruela y antes de ello Akal editores, que publicó el excelente libro Tres caballos. Actualmente, se puede encontrar el libro Los peces no cierran los ojos. Erri de Luca nació en Nápoles en 1950. A los dieciocho años participó en el movimiento del 68 y posteriormente fue miembro del grupo Lotta Continua. Ha trabajado como albañil y camionero, y durante la guerra de los Balcanes fue conductor de vehículos de apoyo humanitario. Es un apasionado alpinista. Es autor de más de cincuenta obras, entre las que destacan: Aquí no, ahora no (1989), Tú, mío (1998), Tres caballos (1999), Montedidio (2002), o El peso de la mariposa (2009). Aprendió de forma autodidacta diversas lenguas, como el hebreo o el yiddish, y ha traducido al italiano numerosos textos, entre ellos algunos de los libros de la Biblia. Considerado uno de los autores italianos más importantes de todos los tiempos, sus libros han sido traducidos a 23 idiomas. Ha sido galardonado con varios premios, entre los que destacan el Premio France Culture y el Femina Étranger en Francia, o el Premio Petrarca en Alemania. Entre sus obras destacan:  Los peces no cierran los ojos, El peso de la mariposa , El día antes de la felicidad , En el nombre de la madre , Tras las huellas de Nives. En el Himalaya con una mujer alpinista, El contrario de uno,  Montedidio, Tres caballos

Aquí una entrevista al autor en El Mundo. Y aquí una entrevista sobre el último libro, editado por Seix Barral.



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2 de julio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Sentido institucional

La sentencia del Tribunal Supremo de Estados Unidos que ha dado luz verde a la reforma sanitaria de Obama es bastante más que una victoria política para el presidente y para el Partido Demócrata y una victoria social para los 30 millones de ciudadanos que no gozaban de cobertura sanitaria. No hay prácticamente ninguna decisión significativa de la más alta Corte americana en la que no entre en juego la pelea por la distribución vertical de poderes entre los Estados federados y el Gobierno federal, con el presidente a la cabeza, y su distribución horizontal entre los tres poderes constitutivos de la democracia, el judicial, el legislativo y el ejecutivo.

Entre los demandantes se hallan 26 Estados de la Unión, gobernados por políticos republicanos, que se rebelaron contra lo que consideraron una restricción de su poder legislativo y una imposición abusiva que limitaba los derechos individuales, al obligar a suscribir a todos los ciudadanos un seguro de enfermedad. Detrás de esta oposición a una reforma sanitaria tachada de socialista y europea por quienes la denigran hay una filosofía política que reivindica un Estado federal mínimo, que deja al albur de los Estados federados las políticas sociales y asistenciales. Pero los jueces que han dictado sentencia también han discutido sobre los márgenes de acción de la rama judicial ante las decisiones del ejecutivo y las leyes aprobadas en el Congreso. El presidente de la Corte, el juez conservador John Roberts, nombrado por George W. Bush, ha sido quien ha decantado la mayoría, en una decisión que marca un momento trascendental en su trayectoria judicial y deja una formidable huella jurisprudencial respecto a los márgenes de acción del Gobierno. En esencia, Roberts ha querido reivindicar el carácter político de la reforma sanitaria, aprobada por los órganos surgidos de la soberanía popular, y la mera función de control de legalidad de los jueces, sin posibilidad de corregirla como pretendían los recurrentes conservadores. Aunque no es fácil prever las repercusiones de la sentencia en la campaña electoral en curso, y si electrizará a la oposición republicana o, por el contrario, movilizará al campo demócrata, es evidente que levanta el último y mayor obstáculo para la aplicación de una reforma que ocupa un lugar central en el programa presidencial de Obama. La clave para esta decisión es el mandato vitalicio de los jueces del Supremo, que les permite desatender cualquier consideración que no sea estrictamente su criterio jurídico personal y lo que dicta su conciencia, como ha hecho Roberts de forma inesperada. La decisión fortalece la arquitectura institucional estadounidense y especialmente a la Corte Suprema, después de una época marcada por la politización de sus sentencias, la polarización política entre demócratas y republicanos y su deslizamiento hacia posiciones ultraconservadoras.



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30 de junio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Cumpleaños de alto riesgo

“El tiempo no existe por sí, sino que de las propias cosas se sigue la sensación de lo pasado antes, lo que ahora es inminente y lo que seguirá luego”, aseguraba Lucrecio (I, 459-461) y no son horas de puntualizarle. Tampoco existen los números, pero entre estos y aquel nos tienen fritos.
 
Al número se le dio categoría de realidad primera a causa del equívoco de contar y medir. “Arithmos” (número) aparece por vez primera en la Odisea, y Proclo, al tratar de Euclides en su historia de las matemáticas (In Eucl. 1, 65, 3), fue tan amable de explicarnos que “Así como el exacto conocimiento de las números tuvo su inicio entre los fenicios a causa del comercio y los intercambios de negocios, la geometría fue inventada entre los egipcios por las mencionadas razones. Pero fue Tales, el primero en regresar de Egipto, quien trajo a Grecia esa ciencia.”
 
Estaba yo entretenido investigando esas inexistencias, cuando he caído en un trabajo publicado en los “Annals of Epidemiology” por el profesor Ajdacic-Gross y su equipo. Resulta, chocante novedad, que el humano es un ser delicado y cualquier inexistencia puede acabar con la suya. La gente es fantasiosa y se muere bastante más en su cumpleaños que cualquier otro día. La probabilidad de hacerlo en tan fausta fecha es un 14% más elevada y, en casos de mujeres de más de sesenta años, mayor todavía. Todas las formas de muerte aumentan su probabilidad el día del cumpleaños que, como sabemos desde lo dicho ahí arriba, ni siquiera existe. La cosa tiene su caramba.
 
Los infartos son un 18,6 % más probables y, en el caso de las mujeres, el riesgo de sufrir accidentes cerebrovasculares el día de su cumpleaños es un 21,5 % superior. Incluso puede ir uno negociando mal que bien su cáncer y morirse justo el día de marras, porque su probabilidad en esa feliz jornada es un 10 % más elevada. Ahí la influencia del aniversario parece favorable y las personas gravemente enfermas aplazan el evento mortuorio y aguantan hasta que su cumpleaños ha pasado, y cuando alcanzan el hito se relajan tanto que fallecen con un año más en la cuenta. Los hombres propiamente dichos tienen una probabilidad de muerte violenta mucho más elevada el día en que cumplen años: el suicidio es un 35 % más probable —la hipótesis explicadora tiene su gracia: “tal vez los hombres son más propensos a hacer una declaración sobre su infelicidad cuando piensan que la gente los va a tener más cuenta, al ser su cumpleaños, y tal vez las mujeres sienten que suicidarse es injusto con quienes celebran el aniversario en su compañía”—, el accidente mortal es un 29 % más frecuente, y en concreto las caídas con resultado terminante suben un 40%.
 
No existirán, pero esas ficticias acumulaciones y nostalgias comprimidas en los cumpleaños matan efectivamente de emoción, y la convención de que ha pasado uno año basta para desquiciar un poco más la humana condición. Y precisamente son los grandes números, otros grandes inexistentes, los que han revelado la propensión que se perfila ya desde cuatro días antes de la feliz fecha. El estudio ha computado dos millones y medio de muertes durante cuarenta años y se ha descubierto el pastel.
 
Otro estudio del mismo profesor Ajdacic-Gross publicado en «Psychiatry Research» refuerza la letal peligrosidad de esa inexistencia que llamamos año. Resulta que la gente se va suicidando a su marcheta habitual a lo largo de los meses y llega diciembre. ¿Qué hacen? Pues lo dejan para otro rato. En diciembre descienden los suicidios. Será, aventuro yo, por aquello de ver si año nuevo, vida nueva, o la esperanza cortesana en los gratificants encuentros familiares. Porque, con las entrañables fiestas y los jolgorios de fin de año, los números regresan a todo meter a sus niveles habituales y el personal vuelve a suicidarse con normalidad.
 
Contra la opinión más extendida, los suicidios invernales son menos frecuentes que los veraniegos. Pero la disminución en diciembre y el aumento con el cambio de año son notables. El estudio abarca un período de treinta y cinco años (1969-2003) y en un lapso de esa dimensión es cuando surgen los perfiles que, de otro modo, se pasarían por alto. Los hombres empiezan a suicidarse menos ya a finales de noviembre, mientras las mujeres esperan hasta primeros de diciembre para dejarlo. La disminución sigue todo el mes hasta alcanzar el 30-40% y, con el nuevo año, recupera de golpe su nivel original. La media de suicidios en todo el mes de diciembre es de un 12% inferior y los hombres, que habían empezado antes a no suicidarse, compensan de golpe, con la llegada del año nuevo, una quinta parte más que las mujeres, que no se diga.





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30 de junio de 2012
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IV. Hastiados de la violencia

Las fuerzas políticas que respaldaron a Zelaya al ser depuesto, irán ahora a las elecciones nacionales, aglutinados en el Movimiento de Resistencia Progresista, rompiendo así el monopolio bipartidista que han mantenido dese siempre liberales y nacionalistas, los conservadores, algo que no pocos ven como saludable para la vida política del país.
Hablando con amigos de tendencias opuestas, uno puede sentir el peso de la polarización que ganó su clímax con el golpe de estado de 2009. Como la Constitución Política prohíbe la reelección, lo que inhibe al ex presidente Zelaya, el Movimiento de resistencia Progresista, dividido en cuatro corrientes, se ha puesto de acuerdo en llevar como candidata a su esposa, Xiomara Castro de Zelaya. Más polarización. «No les quepa duda a los enemigos del pueblo que vamos por la refundación de Honduras», ha declarado, lo que significa, entre otras cosas, llamar a una Asamblea Constituyente.
Pero más allá de las disensiones y los diferendos políticos, el país está consciente de que la violencia generalizada e indiscriminada afecta a todos, y la inseguridad ciudadana se ha vuelto un factor aglutinante porque altera la vida social. Muchas vidas, como en el caso de la rectora Castellanos, han quedado marcadas para siempre por el dolor que la tragedia ha traído a sus hogares, pero no por eso la gente se resigna a que todo debe seguir igual. Este fin de semana, miles salieron a las calles de Tegucigalpa, y a las de otras ciudades de Honduras, a reclamar el fin de la violencia. Y ésta es una ola que ya no se detendrá.
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29 de junio de 2012
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El Boomeran(g)
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