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II.Una visión incesante de la historia.

Este ciclo de la historia contada por Fuentes en sus novelas continuará luego con Años con Laura Díaz (1999), una visión que nos será dada a través del ojo de una mujer que vive la historia, y no sólo la acompaña desde el plano subalterno de la tradicional soldadera. Todo un friso en movimiento al que no basta el pasado, ni siquiera el presente, y Fuentes echa entonces mano del futuro, como en La silla del águila, su novela de 2003, que pertenece también a este ciclo que sólo la muerte pudo cerrar con Federico en su balcón. Un ciclo, como se ve, que duró toda su vida.
Los dos narradores de esta última novela, o los dos que nos la proponen, se asoman cada a uno a su balcón, balcones vecinos de dos habitaciones vecinas del hotel Metropole, que dan a una calle de una ciudad ignota pero conocida, o reconocible, una o muchas ciudades, o una fantasmagoría de ciudad; los dos dialogan al aire libre, y mientras filosofan, porque las preguntas que se hacen tienen que ver con la vida y con la muerte, con el destino, y sobre todo con el poder, arman al mismo tiempo un escenario en el que van dando entrada a los personajes de la novela, todos ellos estrafalarios pero paradigmáticos. Increíbles y creíbles, saliendo de la historia y volviendo a ella.
Y la gran representación del teatro del mundo comienza.

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28 de septiembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Derecho a la blasfemia

Donde no hay dioses no hay blasfemia. La blasfemia es hija de la divinidad, una manifestación estrictamente religiosa que refuerza con su transgresión la fuerza de lo sagrado. Castigar la blasfemia es propio de sociedades teocráticas, organizadas según las leyes de los dioses y no de los humanos.

Ciertamente, desde los poderes públicos hay que proteger la pluralidad religiosa y promover el respeto a las creencias de todos. Pertenecen a un ámbito personal en el que nadie tiene derecho a entrometerse. Pero las libertades de conciencia y de expresión son un bien superior que no cabe degradar en nombre de religión alguna. Nadie puede castigar un supuesto delito de difamación religiosa sin afectar directamente al corazón de la libertad. Pero inducir al respeto no significa obligación de respetar, como defender el derecho a la blasfemia no significa obligación de blasfemar.

Y eso es así porque estamos hablando de libertades y derechos individuales. Los dioses y los libros sagrados, las religiones y los dogmas, como los personajes históricos y los mitos, las patrias y las banderas, no tienen derechos ni deberes como los tienen los ciudadanos individuales. No se puede atentar contra el honor de Buda o de Confucio, de Napoleón o de Garibaldi, de Jesucristo o de la Santísima Trinidad.

Los violentos que reclaman el honor mancillado de sus profetas o de sus libros o que incluso llegan a asesinar en su nombre ejercen un chantaje intolerable. Este sería el caso si se convirtiera en delito punible la publicación de las viñetas de Mahoma que hizo el diario danés Jyllan Posten en 2005, la difusión en YouTube del infame vídeo californiano sobre Mahoma o la actual campaña satírica sobre el islam de Charlie Hebdo.

Será difícil convencer a los dirigentes de muchos países islámicos donde la blasfemia está ahora castigada penalmente, incluso con la muerte. Obama lo ha intentado con su discurso del martes ante la Asamblea General de Naciones Unidas, aunque es de temer que de poco servirá su pedagogía sobre la libertad de expresión, dirigida a gobiernos y regímenes que sacan réditos de estas prohibiciones en dos direcciones, en el control sobre los medios de comunicación y en el apaciguamiento de los islamistas más radicales y violentos.

Obama ejemplificó el problema con su defensa de la libertad para insultar al presidente de Estados Unidos. El insulto al soberano es una actividad que antaño, cuando era de origen divino, pertenecía también al territorio de la blasfemia y se castigaba severamente. Ahora, en cambio, la libertad de blasfemar contra el jefe del Estado es la garantía de la sociedad libre. Lo mismo hizo una sentencia célebre del Tribunal Supremo con el símbolo máximo de la nación que es la bandera. Esta es la paradoja: quienes estos días queman banderas con las barras y las estrellas a lo largo y ancho del mundo islámico no cometen delito alguno según la jurisprudencia y los códigos estadounidenses.

Todo esto es una discusión medieval, perfectamente al día gracias a la campaña organizada por los poderes religiosos de buen número de países islámicos, que promueven una legislación internacional contra la denominada difamación de la religión. Hasta 2011 estos problemas se dilucidaban sin discusión pública en las mazmorras y comisarías de las dictaduras árabes, pero ahora se debaten en los parlamentos y en las comisiones constitucionales como resultado de la llegada impetuosa de los partidos islamistas al poder, dispuestos a demostrar la verdad de su lema y mito de que el islam es la solución para todo.

El único límite a la libertad de expresión es la incitación a la violencia. No es el caso de las imágenes de Mahoma. Tampoco del humor más o menos grueso e irreverente con el islam o el cristianismo. Ni siquiera es el caso de la zafia producción videográfica utilizada como excusa para una campaña de violencia. Para la jurisprudencia estadounidense no lo es ni siquiera el negacionismo de los crímenes contra la humanidad, a diferencia de lo que sucede en algunos países europeos.

Obama ha trazado las líneas rojas. No las que le pedía Benjamín Netanyahu respecto al arma nuclear iraní, sino otras más importantes, exigidas por las reacciones antiliberales en las democracias árabes. Si las traspasamos, quedarán condonados otros sistemas de censura que se practican en muchos países, como China, en nombre de la estabilidad y para evitar las provocaciones. No hay diversidad cultural que valga respecto a estos valores universales que surgen espontáneamente en todas las civilizaciones, allí donde hay hombres y mujeres que reivindican sus derechos por encima de los dioses y de los mitos.



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27 de septiembre de 2012
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El hablar de Crusoe IV

 La letra de Crusoe

Inserta en la narración general de Crusoe hay una segunda narración de la cual en parte la primera es desarrollo y hermenéutica. Me refiero a su diario, esa descripción de sus peripecias, escrita en los momentos que él mismo considera de asueto. Y, ¿para quien escribe Crusoe un diario? Pues como todo escritor de diarios tan sólo para sí, aunque este sí no coincida necesariamente con el uno mismo, interlocutor habitual no de la propia escritura sino más bien de la propia estulticia (la cual mantiene una mecánica comunicación interior en torno a satisfacciones vacuas de llegar a realizarse, pero autenticamente dolorosas de no cumplirse); esa estulticia tan presente en la soledad y de la que Crusoe ha de huir en pos de su humanidad. Crusoe escribe para sí, en un mundo humano en el que la escritura, al igual que todo otro fruto del trabajo humano, carece de valor de cambio en acto, y el valor de cambio que encierra potencialmente (si por ejemplo encontrara Crusoe un interlocutor en su situación) no es disociable de su valor de uso.
Proponiéndose forjar una tabla para la mesa con la que ha decidido ornamentar su casa, se da cuenta de que sus instrumentos solo le permiten tallarla como pieza entera a partir de un único árbol, con enorme trabajo y paciencia, lo cual sin embargo-reflexiona- no ha de preocuparle, pues más allá de lo inmediato no hay objetivos de futuro que exijan una distribución jerárquica del tiempo (" But my time or labour was little worth, and so it was as well employed one way or as another). Como el transcurrir de los acontecimientos para los niños, la mayor o menor dilatación de las tareas de Crusoe no se mide en montos de oro y así cabe decir que no es realmente tiempo. Por ello puede decirse que Crusoe escribe y trabaja en un mundo plena (y trágicamente) humano dónde no cabe el futuro
Y en este horizonte sin medida de cambio, sin el futuro que es oro, el trabajo de Defoe le permite tener cubiertas con razonable amplitud sus necesidades inmediatas (1) dispuestas en perfecto orden, lo cual le procura gran satisfacción (2)  ¿Y qué acontece cuando lo relativo no solo a la necesidad inmediata sino a la dignidad del entorno está cubierto? Lo singular de la condición humana impone entonces sus exigencias, indicaba Aristóteles. La narración es una de ellas y la narración a través de la escritura un paso decisivo. Cubiertas las necesidades de su animalidad y subordinadas incluso las mismas al imperativo de ornato y decencia Crusoe tiene una tarea primordial: "Y entonces es cuando empecé a conservar un diario de mi diaria tarea"
Escritura de la que sólo Crusoe puede ser lector, narración sin otro destinatario que la humanidad, presente toda ella (y no como si fuera tan solo una parcela) en Crusoe mismo. Escritura para la que el fin de sus condiciones materiales (Crusoe posee un limitado stock de tinta extraído de los restos del barco) es la única sumisión al tiempo,
Cabe imaginar la letra de Crusoe trabada minuciosamente con tanta mayor exigencia caligráfica cuanto no pesa sobre el escritor el espectro de la conversión de su obra en mercancía, es decir, en oro y tiempo. Sí, en todas y cada una de las tareas que emprende, Crusoe está motivado por la exigencia de recrear la plena humanidad en ausencia de futuro. En ello reside el enorme peso moral de su figura.

__________________

1 " So that had my cave been to seen, it looked like a general magazine of all necessary things"

2 "And I had everything so ready at my hand, that it was a great pleasure to me to see all my goods in such order..."

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27 de septiembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Baila, baila, baila

Los incontables lectores de este autor estánde enhorabuena porque Baila, baila, baila es un Murakami en estado puro. La novela es de 1988 y está escrita justo después de  que Tokio Blues (Norvegian Wood) se convirtiese en uno de esos fenómenos universales que traspasan ampliamente el ámbito  de la literatura y que muchas veces se han llevado por delante y para siempre al desprevenido autor. De hecho, en el momento de su aparición en Estados Unidos muchos críticos interpretaron que Murakami había escrito esta novela como un antídoto contra el  éxito demoledor de Tokio Blues. Lo cual, bien pensado, era una forma de decir que no la habían entendido. Y con razón.  Porque no se entiende. O por mejor decir, porque leyéndola uno  tiene la sensación de que se le están escapando cosas, más allá de la novela misma.

Y ello es así no porque la trama o el lenguaje o la estructura narrativa presenten problemas de comprensión. Qué va. Los habituales de Murakami se van a encontrar con un ambiente que les resultará muy familiar, hasta el extremo de que en cierto modo es una continuación de La caza del carnero salvaje, cuyo protagonista allí juega un destacado papel aquí. Es decir, que se trata del choque habitual de uno universo onírico, misterioso y que parece de otra dimensión pero que tiene muchos puntos de contacto con este otro universo nuestro, perfectamente conocido, consumista, cotidiano, superficial y terrible.

Las dudas surgen porque, evidentemente, Murakami está haciendo una operación que va mucho más  allá de una purga y que resulta difícil de captar. Reduciendo la cuestión a un esquema brutal, cabría interpretar que el mundo misterioso y onírico, en el que "todo está interconectado" y que "es preciso a toda costa salvar" (hasta el extremo de que el narrador es uno de los encargados de mantener su memoria) podría ser el Japón ancestral, hoy pervertido y emputecido por una potencia colonial (América, claro) que además de derrotarlo militarmente, le impuso unos modos de vida y unos valores encarnados aquí por un  detective aficionado investigando una trama que le viene grande porque "los de arriba" mandan mucho y carecen de escrúpulos; que bebe whisky  sin parar, que se codea con prostitutas de lujo y call girls misteriosamente asesinadas; que oye sin parar música de Elvis,  Duran Duran, Iggy Pop, Police, los Beach Boys y  Genesis o Led Zeppelin  y se infla de café en los Dunkin´ Donuts. O sea que sí, que es una parodia evidente de un thriller  estilo Chandler pero en contemporáneo. Lo que  falta  es la pieza fundamental del lenguaje, y es  una pieza que lamentablemente se pierde con la traducción, por muy buena que sea ésta.

Obviamente, además de las gafas Ray-Ban, las sudaderas con los nombres y efigies de sus grupos de rock favoritos o su frenesí por los complementos Louis Vuitton,  los jóvenes japoneses de la generación de Murakami han tenido por fuerza que elaborar un lenguaje y unos símbolos  propios,  iguales pero  distintos a los de sus padres, y que les sirvan para interactuar con el mundo en que les ha tocado vivir, y es en ese aspecto en el que más sensación de pérdida se tiene al leer a Murakami. Sospecho que es ahí donde reside la razón de ese fluir divagante de una prosa a veces surrealista, con unas incursiones casi a ciegas en el terreno de la metafísica  y a impulso de la cual un héroe sin apenas atributos (un hombre anodino, desganado y sin pasión a la vista)  se adentra en laberintos de altos y misteriosos negocios que es mejor no investigar,  aventuras con mercenarias en las que el lujo está inexcusablemente mezclado con la muerte, idas y venidas sin motivos visibles o encuentros con seres tan inclasificables como el hombre carnero o la niña vidente. A uno le entran ganas de saber algo más del Japón actual para saber qué está pasando allí en realidad y sin tener que tomar al pie de la letra una interpretación como la de Murakami, que justamente por ser un narrador de ficción, vive una  realidad propia  que puede no coincidir del todo con la realidad de sus contemporáneos. O sí. Y no hay más que ver cómo le siguen allí, novela tras novela, para comprender que les dice algo lleno de sentido y significación para ellos.

Lo curioso es que pase lo mismo aquí.

Baila, baila,baila


Haruki Murakami

Tusquets Editores



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26 de septiembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La sonrisa en la foto

¿Por qué debemos reír cuando nos hacen una foto? ¿Todavía debemos reír para que la foto triunfe?
Los fotógrafos podían haberse hecho ricos de haber cobrado en dinero el regalo de felicidad que han entregado con sus celuloides. Fuéramos o efectivamente agraciados, la foto tradicional se proponía agraciarnos. No sólo captando el ángulo más favorecedor sino, ante todo, plasmando el o contento. No estábamos tan contentos ni teníamos, fuera de la foto, motivos para reír así. ¿Nos reíamos entonces de la foto? Nos reíamos, sobre todo, de nosotros mismos con la risa histérica que provoca sentirse , expuestos y observados con tanta atención y duración. Avergonzados de nuestro propio narcisismo recaíamos -y recaemos- en un nerviosismo que hacía fácil la sonrisa o en algo más.
Pero, de otra parte, a mayor abundamiento, el fotógrafo nos incitaba a reír o sonreír como una condición indispensable para desarrollar su oficio. Venía y le pagábamos para fotografiar felicidad. Real o fingida. Nos impulsaba a fingir felicidad para la foto y durante unos minutos nos divertíamos.
Pero ¿no entrarían en ese aparato, forense en sí, las sombras y pliegues de nuestro interior triste? Los fotógrafos tradicionales o, mejor, la tradicional cultura de la foto popular se hallaba dirigida por la misión de rellenar el mundo con instantáneas felices. Porque ¿si haciendo esto iba logrando pespuntear la imagen del mundo de rostros gozosos para qué interrumpir su empleo más común?
Efectivamente la foto en blanco y negro fue la que, paradójicamente, se empeñó más en convertir todo en color. O bien, la foto en blanco y negro que o bien cumplía una extremosa función forense o, en el otro extremo una tarea feliz. Todos se fotografiaban, en la boda, en el parque, en el viaje, en los bautizos y condecoraciones para conservar momentos de felicidad imperecederos gracias a la revelación (el revelado) del cuarto oscuro. Un lugar donde efectivamente si el blanco se hacía negro y el negro se hacía blanco. Una inversión que simbólicamente conduce a reprensar el mundo adverso como potencial mundo propicio. La luz al final del túnel, la sonrisa al final y para siempre.
Todo esto dejó de ser tan simple cuando la foto se hizo crecientemente artística y, más que dedicarse a presentar gentes riendo, fue haciendo denuncias de calamidad, hambre, almas complejas y pieles con pústulas o arrugas. El mundo se doblaba progresivamente en los clichés y a estas alturas prácticamente cualquier suceso, todos los sucesos y sus protagonistas, se hallan censados por la cámara.
Desde esta superabundancia de la impresión actual a la secular intención referida a las caras alegres discurre un espacio mental que transforma, al compás de la tecnología, la naturaleza de la fotografía. No somos más o menos ante ella. Ella es ante nosotros siempre mucho más. La ley del fotógrafo manda. Mandaba antes cuando nos pedía sonreír y manda en todas las circunstancias y es tanto policía como artista, tanto delator como creador. Lo bueno, lo malo, lo regular, la injusticia o la explotación, la guerra o la ceremonia de la paz son motivos sustantivos para la foto.
Pero ahora. Todo es ya fotografiable y hasta podría decirse que ya todo es prácticamente foto. El menor indicio se halla potencialmente fotografiado antes que la cámara lo apunte ahora. Hacemos y nos hacemos fotos sin cesar, unos a otros e, insólitamente, también a uno mismo. Vamos pasando la exterioridad al interioridad por el circuito impertérrito del objetivo. Cualquier hecho, importante o no, más o menos oportuno o inoportuno, halla su ocasión ante la cámara.
Y hemos vuelto, incluso, a reír, según la antigua usanza, para ser captados. No es ya necesario o preceptivo ese gesto pero viene a ser una forma de reencontrase con una imagen que celebra algo: que no vive contra sí sino sin pesar, a pesar de todo. Risas y más risas regresan como si se tratara de la abundante fotografía inicial de bodas, comuniones y bautizos., Regresa a través del móvil y de los demás artefactos disponibles para volver a solicitar nuestra cara risueña. Miles de millones de risas y sonrisaza se colectan cada día y sin conocido porqué. La única razón es la razón de la foto.
La foto, en los análisis de Baudrillard, de Barthes o de Sontag es una operación que despoja al objeto de importantes caracteres (su peso, su olor, su tacto) y, con ello, lo mutila. Sin embargo, poco a poco, la foto como arte y la foto doméstica han hallado atributos que no hallándose originariamente en el objeto han sido incorporados en el amplio proceso del fotoshop. Y aún más: la cámara como máquina política, como máquina de justicia, como máquina de ventas, como artilugio inspirado en la inmortalidad. La cámara como producción de muerte o de embalsamiento. La cámara de incontables cromos, infantilizando todavía mediante la risa repetida, las ganas de verse encantado de vivir.



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26 de septiembre de 2012
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Disponible

Extraña coincidencia que el megapirata informático Julian Assange alerte sobre el peligro de Facebook, y de cómo sus usuarios le hacen gratis el trabajo a la CIA, justo cuando estalla el escándalo de que la red social ha dejado al descubierto miles de mensajes privados. ¿Qué está ocurriendo? Un día pensamos que el ser humano podría dominar la información con tan sólo un leve parpadeo digital, pero no se previó la direccionalidad del asunto. Localizados, expuestos, controlados; el 80% de las empresas observa a sus candidatos a través de las redes. Todo es posible: identificar a personas sin su consentimiento mediante un sistema de reconocimiento facial, averiguar por dónde pisan, conocer la hora a la que se levantan y se acuestan. Veamos si no qué ocurre con el WhatsApp y de qué manera sintetiza la ilusión del control en la palma de la mano: basta bajar la mirada y mover la yema de un dedo para saber cuándo apagó el teléfono tu pareja o si chateaba con alguien que no eras tú… Según los psicólogos que estudian la nomofobia (el miedo irracional a no estar conectado), se producen leves palpitaciones cuando, a través de la mensajería instantánea, sabes que aquella persona a quien intentas localizar desesperadamente está “en línea” y ni se ha dignado a decirte que respira. Tú puedes espiar sus silencios, también resolver que no eres la última persona a la que le ha dado las buenas noches. Encender el móvil representa un pequeño acto furtivo cuando el avión aún no ha aterrizado pero tememos que en su mudez hayamos podido extraviar oportunidades profesionales e incluso sexuales; el primer gesto globalizado al salir de una reunión. Ahí están las pupilas dilatadas cuando su luz brilla, o la vibración fantasma y psicótica, algo parecido al dolor del miembro amputado. Ese cling nos promete un pequeño estímulo aunque tan sólo alimente una realidad paralela nacida en ese otro terreno digital, donde parece que el compromiso de la palabra es más liviano. Incontinentes, originales o estoicos, la búsqueda de una identidad cristaliza hoy en el llamado “estado actual”, tal y como se presenta la gente en su tarjeta digital. Los hay que están “sempre a punt” o “físicamente imposible”; quienes van de ambiguos: “no sé” o “llama, que ya veré si contesto”; los que aprovechan la ocasión para proclamar “mi estado es federal”, o los sinceros como Andreu Buenafuente, que confiesan estar “durmiendo en el gimnasio”. Y es que hoy, las nuevas relaciones sociales creadas por las redes han llegado a modificar la forma en que funciona nuestro cerebro: ahora nos citamos por chat para preguntarnos si estamos “disponibles” cuando antes decíamos aquello de “¿estás libre?”.

(La Vanguardia)

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26 de septiembre de 2012
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I.Un testamento literario.

Federico en su balcón es el testamento literario de Carlos Fuentes, no sólo porque es el último de sus libros, que se publicará en breve póstumamente, sino porque la novela nos deja una lección definitiva para aprender lo que él fue como escritor, y lo que como escritor seguirá siendo en el futuro. Un retrato hablado suyo, y un retrato múltiple, porque como narrador se multiplica en todos sus personajes, infundiéndoles aliento y pensamiento, y creando entre todos ellos esa contradicción espiritual y filosófica que siempre bulló en el alma de Fuentes, una dialéctica múltiple que abre interrogantes múltiples, sin intentar respuestas aguafiestas. Es lo que siempre hizo a lo largo de su vida y de sus libros, interrogar, cuestionar, abrir la ventana, asomarse, agarrar las verdades establecidas por el rabo y hacerlas chillar.
La última obra narrativa de Fuentes es el cierre de un ciclo de novelas sobre el poder que despunta en 1958 con La región más transparente, una coral de la ciudad de México donde hablan en contrapunto los opresores y los oprimidos; alcanza una de sus cimas con La muerte de Artemio Cruz en 1963, un gran retrato del caudillo enriquecido, sorprendido por el novelista en su lecho de agonía; seguirá en 1985 con Cristóbal Nonato, el niño que comienza a ser testigo presencial de la historia de México desde que se halla en el vientre de su madre.

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26 de septiembre de 2012
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El hablar de Crusoe III

El reino de las leyes

Antes de la aparición de Viernes, y como protagonista de uno de esos guiones rigurosamente construidos de los sueños a los que me refería, en la obra de Defoe hay ya para su héroe otro ser de palabra. Un ser que le visita en el entorno de la casa por él construida, cuando Crusoe se percibe a sí mismo sentado en el suelo en el exterior del muro protector, tal como lo había hecho, pese al furor de la tormenta, un día en que temía que, de permanecer en la casa, la repetición de un temblor de tierra le sepultara bajo los escombros.
Y en efecto, la tierra parece estremecerse de nuevo cuando el visitante, golpeando el suelo con su pie, habla a Crusoe, reprochándole su inconsistencia moral y alzando la espada de manera amenazante (1).

Poco tiene que ver este pasaje con las emociones pietistas, a las que ya me he referido, que en momentos de debilidad embargan a Crusoe. Pues el hecho mismo de que la forja del entramado de los sueños escape a toda voluntad consciente confiere a este visión de Crusoe una significación particular. No hay ser humano al que Crusoe pueda hacer daño, pero ello no otorga a Crusoe virginidad moral y no se trata tan sólo de los males que pueda haber inflingido en el pasado:
Pues el Crusoe que, en la emoción experimentada tras el naufragio, representaba esa afirmación del sobrevivir sin Dios (cara a Nietzsche, junto a tantos otros), no se sitúa sin embargo más allá de todo bien y todo mal. La voz de esta suerte de ángel implacable que Crusoe oye en el umbral de su propia casa parece recordarle que, cualquiera que sea la circunstancia, mientras se de un hombre, la ley que forja a los hombres está plenamente vigente y que, en el reino de las leyes, de ninguna manera todo está permitido.
Pero cabe suponer que Crusoe oye otras voces, como oímos cada uno de nosotros en ese ámbito dónde parece cristalizar todo lo que marca al ser humano que es el mundo de los sueños. ¿Oye asimismo en sueños su voz propia? Pregunta que cada uno ha de responder en función de la memoria des sus propios sueños, mientras perduren los cuales hay seguridad de que sigue habiendo en uno vida, pero sobre todo humanidad, seguridad de que toda la humanidad está aquí presente.

 

________________

1 "I thought that I was sitting on the ground, on the outside of my wall, where I sat when the storm blew after the earthquake, and that I saw a man descend from a great black cloud, in a bright flame of fire, and light upon the ground. He was over as bright as as a flame, so that I could but just bear to look towards him; his countenance was most inexpressibly dreadful, impossible for words to describe; when he stepped upon the ground with his feet, I thought the earth trembled, just as it had done before in the earthquake, and all the air looked to my apprehension, as if it had been filled with flashes of fire.
He was no sooner landed upon the earth but he moved forward towards me, with a long spear or weapon in his hand, to kill me; and when he came to a rising ground, at some distance, he spoke to me, or I heard a voice so terrible, that it is impossible to express the terror of it; all that I can say I understood was this: "Seeing all these things have not brought thee to repentance, now thou shalt die". At which words, I thought he lifted up the spear that was in his hand to kill me".

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25 de septiembre de 2012
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Shakespeare olímpico

Apagado el fragor de la competición y el brillo del metal, en Londres queda, incombustible, William Shakespeare. Qué país tan distinto al nuestro, que favorece el precio de las entradas de fútbol mientras penaliza a los ‘happy few' que quieren ir al teatro (y al cine) sin arruinarse del todo; Gran Bretaña, por el contrario, celebró con gran pompa su atracón olímpico, pero le quiso dar el espíritu de una Olimpiada Cultural muy centrada en las glorias del Cisne de Avon. El World Shakespeare Festival sembró la ciudad del Big Ben de montajes teatrales para todos los gustos (y en todas las lenguas), aunque yo, que rehuí los fastos de la quincena grande, me quedo con -y les recomiendo- la extraordinaria exposición ‘Staging the World' (‘Representando el mundo') que sigue abierta en el Museo Británico hasta el próximo 25 de noviembre.

    No se trata de una muestra sobre la vida del genio, de la que los eruditos, una raza genéticamente creada para la duda sistemática, siguen debatiendo, quitándole autorías, achacándole incorrecciones políticas de toda laya y rechazando algunos hasta su existencia real. Fuera quien fuera Shakespeare, si lo hubo, los abrumadores restos de su talento sirven de cañamazo a los comisarios de la exposición, Jonathan Bate y Dora Thornton, para presentar de modo amplio y original algo así como la temperatura social de la que surgió y la huella que dejó en el teatro del mundo, donde, obstinadamente, seguimos deseosos de escucharle al cabo de más de cuatro siglos.

    En las salas de la legendaria Sala Redonda de Lectura del British Museum, hoy sin libros ni pupitres, están los cuadros, pero no los retratos del propio autor de ‘El rey Lear', también sospechosos de inautenticidad, sino otros de contemporáneos suyos, entre los que destacan los realizados por el gran miniaturista Isaac Oliver y los de Marcus Gheeraerts el Joven, excelente artista de origen flamenco que pintó en la corte isabelina. ‘Staging the World' no es, sin embargo, una exposición pictórica, básicamente, tampoco literaria. Sus argumentos tienen más alcance, y su radio de atención iconográfica depara muchas sorpresas e iluminaciones en el recorrido. Es estupenda, por ejemplo, la sección segunda, dedicada a la melancolía renacentista, que los organizadores se encargan de hacer trascender más allá de los versos de ‘Como gustéis', su comedia de tintes crepusculares. Y tomando de punto de partida a uno de los mayores personajes femeninos de la literatura, la Cleopatra de ‘Antonio y Cleopatra', la figura histórica reverbera en sus recreaciones, así como los artilugios de hechicería mostrados se relacionan metafóricamente con la ‘obra bruja' de Shakespeare, ‘Macbeth', de la que ningún inglés cultivado osa decir el nombre, por el mal fario que se le atribuye; en la propia exposición es llamada, según costumbre, "la obra escocesa".

    Sentimentalmente, me quedé prendado de unos chapines venecianos en el apartado del influjo italiano, tan importante en el dramaturgo, y aún más de la gorra de lana expuesta, ejemplo muy modesto de la prenda que a partir del año 1571 se hizo de obligado uso en domingos y festivos para todos los varones del reino mayores de seis años. Y hay un cierre político memorable: el ejemplar en papel barato de las obras completas de Shakespeare que Nelson Mandela pudo leer en las largas horas de prisión en Robben Island. Su anotación firmada aparece junto a unos famosos versos dichos por el protagonista de ‘Julio César': "Los cobardes mueren muchas veces antes de morir".

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24 de septiembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La breve y maravillosa obra de Junot Díaz

El nuevo libro de cuentos de Junot Díaz se llama This Is How You Lose Her. Es el segundo en dieciséis años. Nadie puede decir que es un autor apurado; son dieciocho los cuentos que ha publicado en toda su carrera, de los cuales entre doce y quince son de antología. Aparte de eso, esa obra maestra que es la novela La breve y maravillosa vida deOscar Wao.

El personaje principal de This Is How You Lose Her es Yunior, un inmigrante dominicano en los Estados Unidos, un simpático nerd que también aparece en los cuentos de Negocios y es el narrador de Oscar Wao. Yunior sostiene todo el andamiaje de la obra de Días gracias a su mezcla equilibrada de cinismo y ternura, su humor insolente y sus observaciones certeras sobre las limitaciones del sueño americano. Todos los cuentos giran en torno a su educación sentimental, que más bien parece una falta de educación: a Yunior le cuesta aprender que no hay que engañar a sus parejas, y por eso fracasa continuamente en sus relaciones. Los ejemplos de su padre y su hermano no son de los mejores; parecería atado al ciclo determinista del machismo latinoamericano. El último cuento, "The Cheater's Guide to Love" (uno de los mejores del libro), insinúa una madurez.

La prosa de Junot Díaz es de un inglés elástico, generoso, capaz de incorporar de manera fluida y agresiva palabras y giros idiomáticos, incluso a veces cierta sintaxis, del español. La franqueza sexual y el lenguaje obsceno ayudan a construir la voz de Yunior como narrador: sus metáforas coloquiales, callejeras, establecen perfectamente su identidad juvenil en un barrio latino en New Jersey, con gestos pícaros, irreverentes, que lo meten en problemas pero también lo ayudan a enfrentarse a los contratiempos (el padre ausente, el hermano enfermo de cáncer, el espectro del país que dejó atrás, la vida precaria cerca de un inmenso y maloliente vertedero de basura). Las descripciones más evocativas de los cuentos están reservadas a las mujeres que aparecen en sus páginas, todas de una poderosa sexualidad: Alma, Nilda, Pura, Verónica, Miss Lora. Yunior puede ser tierno con ellas y reconocer sus virtudes, pero su mirada lo limita a verlas sobre todo como presas para la conquista.

En algunos de estos cuentos hay un maravilloso dominio de la segunda persona, forma de narrar que no suele ser muy usada, quizás porque con ella se tiende fácilmente al artificio. Algunos escritores del nouveau roman la trabajaban para distanciar a sus personajes de lo narrado; Carlos Fuentes es el que mejor ha sabido utilizarla, en La muerte de Artemio Cruz, para crear una voz de la conciencia imperativa, acusadora. Díaz consigue los efectos opuestos: su segunda persona nos acerca al narrador, nos mete en su intimidad. "Alma", "Miss Lora" y "The Cheater's Guide to Love" serán los cuentos responsables de que una futura generación de talleristas abuse de esa segunda persona.

Los cuentos se leen muy fácilmente y son un antídoto para los que creen que la alta literatura tiene que costarle al lector. Algunos, como "Alma", parecen el trabajo de un cómico de stand up, pero eso debe verse como una virtud: cuesta que funcione el humor en la  escritura. Se privilegia la intimidad de los personajes ("Flaca"), aunque Díaz tampoco descuida la mirada panorámica, la aguda observación del conflicto social ("Invierno"). This Is How You Lose Her se disfraza a ratos de obra menor, pero al final no quedan dudas: es un gran libro.

(La Tercera, 22 de septiembre 2012)



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24 de septiembre de 2012
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