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Réquiem Erasmus

Hubo un tiempo en el que la aparición de un libro de Sartre, una película de Bergman o una colección de Balenciaga se convertía en un acontecimiento transatlántico. Los americanos aguardaban impacientes la demostración de la superioridad intelectual del viejo continente sin esperar soluciones definitivas ni discursos edificantes, pero decididos a escarpar la libertad mediante la exquisita cultura. Superadas guerras y horrores, el siglo XX engordó sus ilusiones progresistas al tiempo que edificaba el sueño de una identidad europea sin fronteras. En cambio hoy, en el nuevo orden mundial, que dos de los más grandes autores en lengua francesa, Modiano y Echenoz, acaben de publicar libro tan sólo mueve las pestañas de una élite escasa de aliento. Albert Camus, creador de mitos modernos, confesaba dudar a veces de que tuviera sentido salvar a los hombres: ?Pero todavía es posible salvar de esos hombres el espíritu y el cuerpo de los niños. Todavía es posible ofrecerles tanto las posibilidades de la felicidad como las de la belleza?. No ser capaces de salvaguardar la belleza por la que los griegos empuñaron las armas fue un pensamiento que siempre soliviantó a quienes, como Camus, creían que las grandes crisis dejaban tan mal cuerpo como una noche de excesos, aunque sin remedio que aliviara la resaca histórica. Ahora, en Europa, asistimos a un potlatch comunitario. No tanto para mantener el prestigio ?al igual que entre algunas tribus nativas norteamericanas y canadienses donde los más poderosos regalaban o destruían sus posesiones públicamente para reforzar su estatus? como para salir a flote. Caen los mitos levantados por los guardianes de la Europa unida, incluso sus mejores logros, como el programa Erasmus: una llave para conocer mundo y aprender a echar de menos, para limpiar la paja provinciana de los ojos y sustituir la experiencia por el prejuicio. Profundizar en un idioma significa ganar libertad. Y habitar lejos de casa implica saber comer al revés. Además de soñar que puede haber otro futuro más allá del que había acordonado el destino. De la calle que te vio nacer. De la cultura que te hizo uno de los suyos. No existe mayor terapia de choque para neutralizar las inseguridades narcisistas que viajar. Ni mejor ascensor profesional que las becas para estudiar fuera. Los dos millones y medio de erasmitos que en estos últimos veinticinco años han cumplido el sueño de cualquier extranjero, acabar sintiéndose como en casa, representan el triunfo de las fronteras abiertas y de la democratización del conocimiento -que ahora volverá a restringirse a las rentas altas?. Deberíamos pues entonar un réquiem sentido, porque cerrar el grifo para los estudiantes en tránsito que simbolizaban el acercamiento entre norte y sur significaría empequeñecer el mundo y renunciar a aquellas posibilidades reales de felicidad y belleza.

(La Vanguardia)

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8 de octubre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El Premio FIL y la inquisición literaria

El pasado 1º de septiembre, un jurado internacional, compuesto por siete escritores y académicos, del cual yo formaba parte, decidió otorgarle el Premio FIL de Literatura al escritor peruano Alfredo Bryce Echenique.

El vocero del jurado, el crítico canadiense de origen rumano Călin Mihăilescu, hizo público el dictamen y respondió a todas las preguntas de los periodistas. Mihăilescu dejó sentado, con gran claridad, que el jurado había decidido reconocer la trayectoria narrativa de Bryce y optado por no tomar en cuenta las acusaciones de plagio de diversos artículos periodísticos debido a que éstas habían sido llevadas a los tribunales competentes y no incidían en el valor de su obra narrativa.

La elección se apegó rigurosamente a la convocatoria del Premio: la base 1 establece: "Podrán ser candidatos al Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2012 los escritores con una valiosa obra de creación en cualquiera de los géneros literarios (poesía, novela, teatro, cuento o ensayo literario)". De este modo, Bryce fue reconocido por sus novelas y cuentos (el periodismo no se enumera).  

Las razones del jurado pudieron no agradar a muchos, pero éstas fueron expresadas con absoluta transparencia. Sin embargo, a partir de ese momento no han cesado de aparecer declaraciones en los medios no sólo para expresar su malestar ante la decisión -actitud del todo legítima-, sino para desacreditar al Premio y a los miembros del jurado e incluso, en un acto de soberbia e hipocresía lamentables, para exigir que le sea retirado a Bryce.

Dado que yo no soy el vocero del jurado, estas líneas constituyen una opinión estrictamente personal.

Hay distintas maneras de contar esta historia. Si se cuenta así: "Premio FIL a plagiario", como hizo un sector de la prensa, sólo podrá despertar indignación. Pero los miembros del jurado, provenientes de países y tradiciones muy diversas, la mayoría de los cuales no nos conocíamos y no mantenemos relación alguna con Bryce, consideramos que debía contarse de otro modo: "Premio FIL a un clásico de la literatura latinoamericana".

De entre los miles de libros publicados en América Latina desde los años setenta, apenas unos cuantos han conseguido superar el paso de los años y sólo un puñado pueden considerarse clásicos. Al menos dos novelas de Bryce pertenecen a esta categoría: Un mundo para Julius (1970) y La vida exagerada de Martín Romaña (1981). Le pese a quien le pese, estas dos obras ya han sido sancionadas por el único árbitro confiable del mérito literario: el tiempo. El Premio FIL no ha hecho más que reconocer este hecho avalado a lo largo de 42 años -42 años, repito- por miles de lectores en todo el mundo.

El Premio FIL decidió no pronunciarse -no avalar ni condenar- las acusaciones de plagio recibidas por Bryce. En contra de lo que propugna nuestra "inquisición", consideró que no es función de un jurado literario erigirse en jurado criminal. Querer arrebatarle a Bryce un reconocimiento a su obra narrativa es, en cambio, un atentado a la legalidad. Quienes así lo exigen, arrogándose una autoridad moral y jurídica que no les pertenece, buscan convertirse en acusadores y verdugos de alguien que ya fue sometido a un proceso judicial en su país. Su actitud, disfrazada de "cruzada moral", en realidad esconde el virus de la intolerancia y el autoritarismo.

Si bien entre los críticos del Premio se cuentan académicos y escritores cuya opinión siempre respeto -y cuyas críticas me invitan a la reflexión-, apenas sorprende que los miembros más aguerridos de la inquisición literaria pertenezcan a ese vasto sector que, sin haber escrito jamás una línea perdurable, medra en los márgenes de nuestra vida cultural. Ellos, que nunca se pronuncian ni llaman a firmar desplegados ante las grandes injusticias y descalabros morales del país -de la corrupción de nuestros políticos a las muertes de la guerra contra el narco- en cambio se empeñan en convertir en causa justa la moralidad de un escritor. ¿Por qué concentran su indignación en este caso? Tal vez porque no toleran a alguien que, a diferencia de ellos, fue capaz de crear una obra más allá de sus pecados y sus faltas.

Insisto: cualquiera puede estar en desacuerdo con el premio a Bryce, sea porque sus libros le parezcan poco relevantes, sea porque considere que sólo alguien con un historial moral y penal intachable (con los problemas que conlleva deducirlo) merece un reconocimiento literario.

Me pregunto si nuestra inquisición literaria también recabará firmas para que se le despoje del Premio Nobel a Günter Grass por haber mentido y negar que de joven se enroló en un batallón de las SS? ¿O el Cervantes a Álvaro Mutis, condenado por malversación de fondos? ¿Dirán que este último fue un premio que exalta a los estafadores? ¿O torcerán la lógica para explicar que es mucho peor robar ideas que robar dinero?

¡Cómo cambian los tiempos, en cualquier caso! Cuando Mutis fue internado en la cárcel, Octavio Paz y un nutrido grupo de intelectuales le envió una carta al Presidente para solicitar benevolencia para "un poeta generoso, amable, y un gran creador". Hoy, algunos de quienes se promocionan como herederos de Paz, exigen en cambio el linchamiento civil de Bryce Echenique.

Como puede verse, la discusión sobre si un jurado literario debe avalar no sólo la obra de un escritor, sino su conducta ética, es compleja y me parece bienvenida y saludable. Pero de allí a descalificar al Premio FIL, a los jurados y a las instituciones convocantes se pasa de la crítica a la calumnia. ¿En verdad nunca seremos capaces de instalar un diálogo razonable?

El tiempo verificará quién acierta. Por mi parte, creo que los alaridos de la inquisición literaria pronto caerán en el olvido, mientras que Un mundo para Julius y La vida exagerada de Martín Romaña continuarán siendo clásicos de la literatura latinoamericana por muchas décadas más.

 



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7 de octubre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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España en el mundo

España se ha convertido en un argumento electoral. Lo fue ya en la campaña para la elección presidencial francesa en la que Nicolas Sarkozy pretendía identificar a François Hollande con Zapatero y a Francia con España en caso de victoria del socialista. Lo ha sido esta semana cuando Mitt Romney ha convertido la marca España en el camino erróneo que hay que evitar por el exceso de gasto público, un 42% de los ingresos fiscales españoles, porcentaje idéntico al de los Estados Unidos comandados por Obama.

Todavía queda una elección presidencial trascendental este año, aunque se realizará a puerta cerrada, sin noticia alguna sobre los debates y con el resultado prácticamente ya resuelto antes de las votaciones. Es la que se efectuará en Pekín, durante el 18º Congreso del Partido Comunista de China. No hay peligro por este lado de que España vuelva a aparecer otra vez en el argumentario negro de la economía mundial. Tampoco es previsible que salga en los dos debates que quedan en la campaña presidencial estadounidense dedicados a política internacional e interior. Aunque será mejor no descartarlo a la vista de las numerosas ocasiones en que ha ocupado las primeras páginas de la prensa internacional en los últimos días y no precisamente para dar buenas noticias.

El diario más prestigioso del mundo que es el New York Times ha dedicado al menos tres espacios en las últimas semanas sobre el hambre en las calles españolas, la crisis de la Monarquía y la secesión de Cataluña que dan que pensar sobre la eficacia de la diplomacia pública española. Otro gran periódico internacional como el Financial Times se ha prodigado en artículos y editoriales que critican a Rajoy y a su Gobierno y reflejan una notable comprensión y simpatía con las reivindicaciones fiscales del Gobierno catalán. Y estas cosas suceden, en muchos casos, tras la visita de autoridades españolas, desde el Rey hasta el ministro de Economía, a las redacciones de los periódicos más importantes en Nueva York y en Londres.

La opinión pública internacional está cambiando rápidamente respecto a la imagen exterior española. En los primeros meses de Rajoy todavía se observaban sonrisas de complicidad con las puyas, como si estuvieran dirigidas exclusivamente a Zapatero. Ahora se han trocado en gestos de amargura, porque si la marca España decae, al lado surge una marca nueva que empieza a abrirse paso. El Gobierno catalán tiene un programa específico para proyectar su imagen e ideas en el mundo, y un grupo de la sociedad civil catalana, denominado Emma, se dedica también a difundir los argumentos del nuevo catalanismo soberanista. Y a la vista de los resultados, no hay que darle muchas vueltas al asunto: de momento es el Gobierno de Rajoy el que está perdiendo por goleada la partida frente a Artur Mas.



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6 de octubre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La mafia del padre

 

La mafia es una familia y la familia es una mafia. Esa es la moral que atraviesa Honrarás a tu padre, el libro donde Gay Talese se infiltra en el clan de los Bonanno con una idea comercialmente impecable: revelar el lado menos conocido de la mafia italoamericana.

Considerado como una pieza fundamental del nuevo periodismo estadounidense, el libro se podría leer como una novela de un cajón inverso al de Mario Puzo, autor de El padrino. Pero también, y sobre todo, como una inagotable investigación donde Talese nunca deja de recordarnos que la realidad siempre es más conmovedora que la ficción. Los seis años que le tomó reportear la historia, los viajes a Italia, la vida en Sicilia, el mapa de la familia, los funerales de los mafiosos donde van policías a anotar los números de las patentes de los autos, los detalles comunes de la rutina de los capos, aparecen como pastillas de las que rápidamente uno se hace adicto. Pero no solo eso. El bombardeo de datos concretos, la aparición de nombres y hechos googleables, son un recordatorio constante de que todo lo que leemos pasó. Y si es real, es mejor.

El inicio de la historia ocurre cuando dos gángsters, en octubre de 1965, secuestraron al reconocido padrino Joseph Bonanno, jefe mafioso de Nueva York. La policía de la ciudad informó que estaba muerto, aunque un año más tarde Bonanno reapareció con vida, dando la partida a una larga escena de balazos y traiciones y venganzas entre familias en disputa.

El libro se publicó originalmente en 1971 y cuarenta años después aparece traducido al español por Patricia Torres Londoño, en momentos en que la crónica periodística latinoamericana vive una suerte de boom literario en el idioma. La sorpresa que despierta este libro de periodismo narrativo entre los lectores hispanoamericanos es tardía, aunque no por eso descartable. Tras su primera edición, Honrarás a tu padre se transformó en un bestseller inmediato. La CBS hizo una miniserie televisiva de la obra, y se le considera el libro clave para los realizadores de Los Sopranos: aquí los mafiosos tienen penas, dudas y problemas para criar a sus hijos. La mafia es una familia. Y la familia es una mafia.

Leerlo hoy con el entusiasmo de la primera vez sería una ingenuidad. Gran parte de los secretos, que Talese reveló el 71, ya los hemos conocido por otros libros, otras películas, otras series. De alguna forma, el mayor interés de esta nueva edición es el rescate de un clásico. Cualquiera que tenga ganas de escribir buenas crónicas debería ver cómo un autor se puede meter, obsesionar y mimetizar con el mundo que quiere describir. Cualquiera que pretenda escribir un libro de periodismo narrativo verá cómo se puede llevar un relato sin que el narrador luche por cruzarse delante de la cámara. Y entender que el secreto está en "mostrar", sin caer en el mal gusto de tener todo el tiempo que "decir".

Retratos y encuentros, otro libro de Gay Talese traducido recientemente al español, tiene textos que se pueden leer como la trastienda de Honrarás a tu padre. Ahí cuenta, por ejemplo, toda la historia de cómo se fue haciendo amigo de Bill Bonanno, hijo del capo, su puerta de entrada en la mafia. También revela la relación con su propio padre. Joseph Talese era un sastre italiano que migró a New Jersey en los años 20, y que entre los clientes de sus trajes tenía a miembros de la mafia neoyorkina. Esta cercanía, esta pertenencia, se nota en el libro.

El destino de Gay Talese era seguir a cargo de la sastrería familiar. Eso, hasta que llegó el periodismo y las historias y los libros y el reconocimiento que lo tienen como una de las firmas claves de la no ficción mundial. De aquel mandato familiar quedan los trajes y el sombrero que usa hasta el día de hoy. Pero, además, y tal vez más imperceptible, una mirada que siempre defiende la tradición y el estilo como una moral.

Por lo mismo, Honrarás a tu padre es, todo el tiempo, un libro elegante. Los mafiosos no son asesinos en serie con movimientos robotizados, ni verdugos que matan para calmar los nervios del abuso de drogas. Las familias no están divididas entre buenas y malas, solamente que hay algunas que aparecen más organizadas. Y los capos, que la caricatura dibuja como jefes de la matanza, aquí se ven como señores preocupados de vestir un buen traje. Como los que hacía su padre. Como los que le correspondería estar confeccionando a él.

 

 

 

 

Publicado en la revista Dossier de la Universidad Diego Portales.

 

Twitter: @menesesportatil 



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5 de octubre de 2012
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IV. Todo volverá a empezar…

O la revolución rusa, o la china, o la mexicana. Los conspiradores que se confabulan para derrocar al régimen que agoniza, son una fraternidad condenada al enfrentamiento, porque el fruto prohibido es siempre el poder.
Son caudillos, y sólo puede haber uno a un tiempo. Uno que manda. Caudillos idealistas, caudillos pragmáticos, caudillos conciliadores, caudillos intelectuales, que van cayendo uno tras otro ante el altar sangriento de la Verdad, o el de la Razón, como el que había erigido Robespierre. Todos están condenados de antemano. Y arribistas, calculadores, oportunistas, manipuladores. Traidores. El que disiente, se convierte sin remedio en traidor. Unos que manejan los hilos en la sombra, al mando de las armas, que son las últimas en hablar, porque es la boca del fusil la que tiene la palabra definitiva; y otros que se agazapan en espera de que las aguas vuelvan a su cauce.
Toda revolución engendra una contrarrevolución, o al menos una restauración. El poder mismo con su guadaña disolverá la fraternidad idealista que ha pensado la revolución y la ha hecho posible, porque sólo hay un instante para el ideal, el que media entre el triunfo de la idea y el primer decreto que congela esa idea. Lo demás comienza a ser tragedia, como Federico lo sabe desde siempre y Carlos lo sabe desde antes, ambos, desde sus balcones vecinos, apuntadores de los personajes que tiene cada uno marcado su destino por la deidad ciega que es el poder. La rueda de la fortuna gira, y regresará al mismo punto.
La gloria ha llegado, la gloria se ha ido. Volverán los de antes, a levantar monumentos a los de después, cambiando apenas la retórica heroica, envolviendo a los sacrificados en un sudario de palabras. Y cuando y Federico y su vecino cierren las puertas de sus balcones, es porque todo volverá a empezar.

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5 de octubre de 2012
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El Boomeran(g)
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