Skip to main content
Category

Blogs de autor

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

La cabeza de Medusa

En cuanto se confirma su captura -no su detención o su arresto: su captura-, las redes sociales se lanzan contra el monstruo que secuestró a nuestros hijos y nos humilló con su opulencia, su impunidad y sus desplantes. Nada de simulaciones o de engaños: su imagen agreste y deslavada tras las rejas del juzgado señala la magnitud de su caída. El recuento de sus crímenes no sorprende a nadie: durante décadas observamos -y envidiamos-, sus modelos de diseño, sus colecciones de joyas, de zapatos y de bolsos, sus castillos al borde del océano. Pero, a fuerza de verla departir con nuestros líderes, de atestiguar cómo los sobornaba o chantajeaba, llegamos a imaginarla invulnerable. De allí que su sacrificio resultara tan necesario, tan urgente: al exhibir sus delitos nos liberamos de todas nuestras faltas. Su destrucción nos purifica.

            En El chivo expiatorio (Le bouc-émissaire, 1982), René Girard muestra cómo en las sociedades primitivas -o en crisis- las rivalidades entre sus miembros se expiaban mediante la inmolación de los extranjeros, los enfermos, los anormales. Gracias a este cruento ritual, la violencia endémica del grupo se dirigía hacia un enemigo común; una vez consumado, se alcanzaba una efímera paz que invariablemente conducía a la persecución de un nuevo cordero. Girard aclara que, si bien éste solía encontrarse entre las clases desfavorecidas, a veces podía señalarse entre los ricos y los poderosos (en "las santas revueltas de los oprimidos", por ejemplo). Y, aunque en la mayor parte de los casos la víctima era inocente, sus crímenes también podían resultar atroces.  

            Todas las características del modelo estructural del chivo expiatorio comparecen en el juicio contra Elba Esther Gordillo. Desde hace años la sociedad mexicana la había convertido en un símbolo de poder tan fascinante como peligroso que despertaba tanto una insana admiración hacia las marcas de su éxito (su riqueza, su descaro e incluso su maldad) como un enconado desprecio hacia su figura (su condición femenina, su físico, su nepotismo). Poco a poco, y en especial en los últimos dos años, se fraguó una hábil narrativa que la convirtió en la responsable absoluta de nuestros males, en la culpable de esa peste que -como en la Tebas de Edipo- se expande a lo largo y ancho de nuestra sociedad: la pésima educación que reciben nuestros niños.

            ¿Quién no querría acabar con la mujer que le arrebató a nuestros herederos la posibilidad de ser mejores? ¿Quién no querría sepultar a la mujer que enjauló a los maestros y, como la bruja de Hänsel y Gretel, devoró a tantos inocentes? En términos mitológicos, la monstruosidad física y la monstruosidad moral van siempre unidas, recuerda Girard, y la apariencia de la implacable líder de los maestros, estragada en decenas de cirugías plásticas, no hace sino reforzar esta imagen inquietante y ominosa. Nadie duda que los delitos que se le achacan sean auténticos y nadie podría cuestionar la oportunidad de su arresto, pero aquí importa señalar cómo La Maestra -tampoco es casual que usara este mote que antes la ensalzaba tanto como ahora la escarnece- se convirtió de pronto en la mayor amenaza para la misma sociedad que durante años permitió y alentó sus ambiciones.

            Ungida por Carlos Salinas de Gortari en un golpe paralelo al que ahora la destrona, su itinerario sigue el camino simbólico de todos los villanos ancestrales. Elba Esther debió ser una niña inteligente pero sin gracia, acaso objeto de burlas y de acoso; su esfuerzo y su astucia la llevan a medrar, a acercarse a quienes pueden ayudarla, a distribuir favores. A partir de allí su ascenso se torna vertiginoso: en primer lugar, los recursos ilimitados del mayor sindicato de América Latina y, tras su salida del PRI, la capacidad de obtener cuanto quiere de dos presidentes dispuestos a pagar cualquier precio por sus servicios (sobre todo electorales) y su apoyo. Y por fin, la hubris griega: creerse intocable y exhibir las pruebas de su corrupción con desvergüenza, incapaz de entender que los tiempos han cambiado, que el nuevo presidente ya no la necesita o, auspiciado por una sociedad que la percibe como encarnación del mal, sólo la necesita para destruirla.

            A diferencia de los panistas que, en su ingenuidad o su tozudez, jamás comprendieron la dimensión simbólica del poder, los priistas la llevan en la sangre. Más que por tratarse de un obstáculo a la reforma educativa puesta en marcha como prioridad del sexenio, Elba Esther Gordillo tenía que ser destrozada -mejor: desacralizada- para demostrar que el nuevo PRI no es el viejo PRI (aunque la maniobra lo recuerde) y asentar la autoridad del presidente, pero sobre todo para saciar a una sociedad que, luego de los estériles sacrificios de la guerra contra el narco, exigía ávidamente una expiación. La Maestra decapitada implica un Calderón desollado. Quedemos, pues, tranquilos. Y contemplemos con embeleso, al menos por un tiempo, la sangrante cabeza de Medusa.

 

twitter: @jvolpi



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
3 de marzo de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Europa al revés

No es Europa lo que nos falta. Tenemos Europa. Mucha. Nunca habíamos tenido tanta en nuestra historia. Pensamos como europeos, sobre todo fuera de Europa, y nuestras identidades regionales o nacionales no niegan la identidad europea, ni se niegan entre ellas, sino que se refuerzan. Europa es un éxito descomunal, insólito en nuestra historia violenta. La idea de que nunca más habrá guerra entre nosotros está anclada profundamente en nuestras sociedades. También es un éxito económico, a pesar de las amarguras de esta crisis, sobre todo para los países mediterráneos. Pero es un éxito porque hay que fijar bien el punto comparativo de partida, que no es la burbuja de falsa prosperidad de finales de los noventa y principios del siglo XXI, sino el campo de ruinas y muerte de donde salió el proyecto europeo.

Los valores compartidos por los europeos, la paz y la libertad, la democracia y el Estado de derecho, la igualdad y la solidaridad, los derechos humanos y la tolerancia, han creado el espacio para la república europea. Es un espacio donde se penaliza a los fanáticos y a los ideólogos que enfrentan a pueblos y países unos contra otros. No hay nación europea alguna, vieja o nueva, ninguno de los 27 Estados que puedan vivir y crecer sin el consentimiento de sus ciudadanos. Y no hay integración europea que pueda hacerse a espaldas de los ciudadanos, es decir, sin su consentimiento.

No hay que echar a nadie de esa Europa en construcción. Necesitamos a los británicos. Su tradición parlamentaria, su pragmatismo, su coraje militar. Más Europa no es una Europa sin Reino Unido. Más Europa no es una Europa alemana o sometida al diktat de los alemanes. Más Europa es una Alemania plenamente europea en la que nadie provoque o humille a los otros socios.

Cosas así o parecidas dijo hace pocos días un político alemán, el presidente de la República, Joachim Gauck. Su discurso pronunciado en Berlín el 22 de febrero, a un año de su elección, es la otra cara de la mala luna europea, la respuesta a los silencios y a la sequedad europeístas de la canciller Angela Merkel. El presidente casi no tiene poder, excepto el poder formidable de la palabra.

No todo lo que dijo Gauck, predicador de profesión, halagó los oídos de su audiencia. También habló de la crisis de confianza, los desequilibrios entre quienes dan y quienes reciben o entre derechos y deberes, el hastío ante la burocracia y la regulación o el sentimiento de que Europa se construye a espaldas de la gente y sin escuchar su voz. Y tuvo la osadía de decir, en alemán, que el inglés debiera ser la lengua europea para el espacio público compartido en un continente donde todos deberemos hablar al menos dos lenguas. Ideas discutibles y para la discusión europea, pero profundamente comprometidas con Europa. Si queremos más y mejor Europa, necesitamos más Gaucks.



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
2 de marzo de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Shirley Jackson y la belleza de lo macabro

Jonathan Lethem escribió que en algunos de sus cuentos Shirley Jackson (1916-1965) podía verse como "la hermana secular de Flannery O'Connor". Jackson, la gran representante del gótico norteamericano del siglo pasado, no es tan conocida como Flannery O'Connor en el mundo hispanoamericano, pero eso puede que cambie gracias a la reedición de Siempre hemos vivido en el castillo (Minúscula, 2012), una obra maestra con un memorable párrafo de inicio: "Me llamo Mary Katherine Blackwood. Tengo dieciocho años y vivo con mi hermana Constance. A menudo pienso que con un poco de suerte podría haber sido una mujer lobo, porque mis dedos medio y anular son igual de largos, pero he tenido que contentarme con lo que soy. No me gusta lavarme, ni los perros, ni el ruido. Me gusta mi hermana Constance, y Ricardo Plantagenet, y la Amanita phalloides, la oronja mortal. El resto de mi familia ha muerto".

Después de leer a Shirley Jackson se entiende de dónde proviene una parte fundamental del gótico contemporáneo de Joyce Carol Oates y Stephen King. King llegó a decir que sólo había dos grandes novelas de lo sobrenatural en los últimos cien años (Una vuelta de tuerca, de Henry James, y La maldición de Hill House, de la Jackson); en sus dos principales novelas -La maldición de Hill House (1959) y Siempre hemos vivido en el castillo (1962)--, Shirley Jackson renovó para nuestros tiempos la narrativa de la casa embrujada, y, aunque creía en la presencia de lo sobrenatural en nuestras vidas, para ella importaba más cómo se manifestaban los efectos del "encantamiento" en la psiquis de sus personajes (aunque no lo parezca al principio, son los personajes, no las casas o los lugares, los verdaderos embrujados); King aprendió la lección y copió el molde de la Jackson, sobre todo en sus primeras novelas (El misterio de Salem's Lot es la más obvia, pero el hotel Overlook de El resplandor también tiene muchas deudas con Hill House).

Joyce Carol Oates escribió que, de los grandes adolescentes de la ficción norteamericana de mediados del siglo pasado -Holden Caulfield en El guardián en el centeno, Scout en Para matar a un ruiseñor, Frankie en Frankie y la boda--, "ninguno es tan memorable como Merricat", de Siempre hemos vivido en el castillo. Merricat (Mary Katherine) tiene un lazo indisoluble con su hermana Constance: no la cuestiona moralmente a pesar de que se sospecha que es ella quien, seis años atrás, ha envenenado con arsénico a toda la familia. Merricat está muy consciente de que el pueblo los odia, pero ella, una entrañable sociópata, devuelve los favores y solo quiere que el pueblo se pudra y quedarse a vivir aislada con su hermana en la casona de Blackwood Estate. Como narradora, es dueña de un lenguaje elegante que no esconde su lado más cínico y perverso. Su profunda insatisfacción puede entenderse a partir de la opresiva situación de la mujer a mediados del siglo veinte. A su lado, la alienación de alguien como Holden Caulfield se ve como algo más bien amable.

¿Quién o qué es eso que "camina solo" en la casa embrujada de La maldición? Los lectores de hoy, acostumbrados a tanto horror explícito en el cine y la televisión, podrían decepcionarse de la ambigüedad con que Jackson trabaja el misterio en La maldición de Hill House. Pero ella sabía -y hay que aprender bien esta enseñanza- que está bien revelar algo del misterio, pero que muchas veces puede ser más impactante sugerirlo.   

 

(La Tercera, 23 de febrero 2013)


[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
1 de marzo de 2013
Blogs de autor

II. Códigos del mal y el bien

He leído algunas crónicas, entre ellas una de Mayté Carrasco, corresponsal de El País, acerca de lo que significó el dominio de la ciudad de Gao, en Malí, por parte del Movimiento para la Unidad de la Yihad en África Occidental (MUYAO) y del Movimiento Nacional para la Liberación del Azawad (MNLA), que impusieron la sharía, el código islámico totalizador de la conducta que incluye normas morales que deben gobernar la vida privada, y reglamenta lo que pertenece al mal, y lo que pertenece al bien, una clasificación a la que es necesario atenerse a riesgo de volverse uno infeliz. El dogma con fuerza de ley a la que nadie puede escaparse.
Veamos algunos de los lemas pintados en las calles de Gao por el aparato de propaganda del MUYAO: Juntos por el placer de Dios todopoderoso y la lucha contra los pecados. La sharía es la pureza de la mujer.
Pero este otro se lleva la palma: vivir bajo la sharía es vivir con felicidad. La imposición de la felicidad significó cortar a los ladrones la mano con que había cogido lo ajeno, meter en las mazmorras a los herejes, y desollar el lomo a latigazos a los fumadores y a quienes se atrevían a dirigir la palabra a las mujeres en la vía pública. Semejante estado de sitio de la felicidad perfecta duró diez largos meses, grabados con sangre en la memoria de la gente.

Leer más
profile avatar
1 de marzo de 2013
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.