Vicente Molina Foix
Da gusto ver a Juan Marsé, cumplidos ya los ochenta, tan cinéfilo. Se le ve así, además de apuesto y muy bien hablado, en el recientemente estrenado documental ‘Juan Marsé habla sobre Juan Marsé’, realizado por el director y crítico de cine Augusto M. Torres, el cual, resulta evidente, se supo ganar la confianza del novelista barcelonés, que habla por los codos ante la cámara. Su cinefilia tiene mérito, y no sólo porque la edad atempera las ganas de ver películas en muchos aficionados de toda la vida que conozco, mucho más jóvenes que él; Marsé pertenece a una generación literaria marcada por el desdén o la inquina al cine. De sus tres grandes amigos, mencionados varias veces en la entrevista fílmica, a Juan García Hortelano sentarse ante una pantalla grande le daba pereza, Jaime Gil de Biedma lo tenía como una fuente exclusiva de ‘camp’, y Carlos Barral lo despreciaba olímpicamente, como pude experimentar en mi carne cuando al editar mi primera novela Seix Barral, que él dirigía, me dio un gran rapapolvo porque yo le comparé la ‘Nouvelle Vague’ con el ‘Nouveau Roman’. "En esta editorial se habla de arte, y no de variedades", me dijo Carlos fulminándome con su mirada patrística.
Marsé ha tenido, además de afición sostenida, muchos contactos con el cine. Se han reeditado hace poco, en un libro compilado por Joaquim Roglan (‘Juan Marsé, periodismo perdido’, Edhasa), artículos y entrevistas fílmicas entre otras piezas menores, muy variadas, de su ‘juvenilia’, y el excelente novelista tuvo una etapa, no muy distinguida, hay que recordarlo, de guionista (de ella habla poco en el documental), colaborando, entre otros, con García Hortelano y Gil de Biedma a sueldo de los directores Germán Lorente y Jaime Camino. Y es, claro está, uno de los escritores contemporáneos más llevados a la pantalla, siempre mal, según él, que se despacha con gracia maligna contra los directores, Vicente Aranda, Fernando Trueba, Jordi Cadena o Gonzalo Herralde, que tuvieron la osadía de adaptar novelas suyas. "Bodrios" le parecen casi todas esas películas, evitando decir que también las que él escribió para ganarse la vida lo eran.
Siempre da morbo el escarnio de los artistas llevado a cabo por un colega. Marsé también se adentra con invectivas y chuflas en la literatura, relatando con detalle su famosa espantada como jurado del premio Planeta de novela y tratando de "funcionarios de Lara" a Carlos Pujol, a Pere Gimferrer y, sin nombrarlos, a los demás jurados que se sometían, según él, a los dictados de la empresa sin molestarse en leer los libros concursantes. Es de suponer que ese mismo sistema fue aplicado cuando lo ganó, años antes, con uno de sus títulos menos trascendentales, ‘La muchacha de las bragas de oro’.
Pero el entretenidísimo y elocuente monólogo de Marsé tiene momentos de menos malicia y más enjundia, al hablar de su modo de escribir, citando la maestría de Hemingway, de sus inicios como aprendiz de joyería y del terrible accidente sufrido por uno de sus compañeros de taller, y de la memoria íntima. Se nota que admiró mucho, y es comprensible, a Gil de Biedma (que no le dejó cambiar el título de ‘Si te dicen caí’, idea del poeta, por el más vulgar ‘Adiós a los muchachos’) y a Carlos Barral, de quien hace una semblanza muy viva. Los dos le marcaron, y con ellos el elegíaco se pone a la altura del sarcástico.