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Sombras suele vestir; La pérdida del reino; Las ratas

Eder. Óleo de Irene Gracia

Javier Fernández de Castro

A mediados del siglo pasado gentes como Borges, Octavio Paz o Lezama Lima se preguntaban perplejos cómo era posible que José Bianco, su amigo, un escritor al que admiraban sin ningún tipo de reservas, podía ser un perfecto desconocido para el gran público. Hoy, esa injusticia no sólo se mantiene sino que José Bianco podría optar con toda clase de merecimientos a la triple A literaria, es decir el título de Autor más Anónimo de Argentina.
A quienes hablan de una voluntad casi luciferina por parte de Bianco de borrar todo rastro y quitarse de en medio a toda costa no les faltan razones en las que basar su sospecha. Entre 1938 y 1961 José Bianco fue secretario de redacción de Sur, la revista literaria fundada por Victoria Ocampo y probablemente una de las publicaciones más influyentes del Cono Sur americano, y por cuyas páginas pasaron lo más grandes escritores de la época. Es decir, un puesto clave desde el cual un tipo con ambiciones literarias podría haber llevado a cabo una fructífera carrera camino de lo más alto del escalafón literario. Y sin embargo más bien da la sensación de haber hecho lo contrario, y ahí está la intrahistoria de algunos de sus libros más significativos, como Sombras suele vestir, un magnífico relato de fantasmas que debería haber figurado en la Antología de la literatura fantástica, de Bioy Casares y Jorge Luís Borges pero que se quedó fuera porque Bianco aún lo estaba retocando cuando se publicó el libro. Salió en Sur un año después, sin apenas resonancia, y no fue incluido en la antología hasta 1967. O qué decir de otra narración espléndida, La pérdida del reino, escrita en 1950 pero no publicada hasta 1972 porque le aburría dar unos retoques que según él necesitaba.
Curiosamente, esa voluntad de anonimato podría ser trasladada a su escritura, diáfana, sencilla y admirablemente estructurada. En ningún momento tiene el lector la sensación de que le está siendo impuesto un lenguaje, y mucho menos un estilo. Y sin embargo tanto uno como otro son magníficos. Quien opte por dejarse de informaciones previas, biografías, reseñas académicas y demás interpretaciones ajenas y vaya directamente a Las ratas – que en mi opinión es el relato de más largo alcance y el que mejor refleja el quehacer literario del autor – se adentrará de inmediato en un universo cerrado aunque no asfixiante y en el que, quizás por estar narrado a través de la sensibilidad de un niño, nada acaba de ser cierto, seguro y definitivo. El padre, la madre, la tía y el hermanastro mayor, así como el personaje femenino que aparecerá después y desencadenará el desenlace, se mueven, hablan, sufren y buscan sin que nada afecte de lleno al narrador, que se limita a registrar la vida en derredor sin intervenir, muy al estilo del José Bianco ciudadano, un hombre situado en el epicentro de la vida literaria latinoamericana durante más de cincuenta años y que logró pasar prácticamente inadvertido, cosa que le ocurrirá también al narrador de La pérdida del reino, escondido primero bajo la apariencia del depositario involuntario de unos papeles es los que se relata la historia de un hombre que parecía destinado a llevar una vida pacífica y plena pero que descubrirá finalmente que se le ha escapado (ha perdido su reino) en una sucesión de insignificancias que sumadas dan como resultado una derrota vital.
Ocurre sin embargo que no se puede vivir sin juzgar, de la misma forma que no se puede escribir sin interpretar los signos. Y es ahí donde más destaca la capacidad narrativa de José Bianco: a fuerza de acumular una información en apariencia inocente, u objetiva, sólo registrada pero sin juzgar, llega un momento en que la propia lógica de lo narrado se va estructurando, cada acontecimiento termina ocupando el lugar que le corresponde y la acumulación de hechos se transforma en una vida, o vidas, ya no anónimas, ya no insignificantes, sino plenas de matices y sugerencias. Y todo ello sin alzar la voz, sin una sola salida de tono, y pongo de nuevo el ejemplo de Las ratas, un relato lleno de miserias, agresiones, lascivia, incesto, traiciones y, al final, incluso un asesinato entre hermanos sin que, como digo, nadie parece que llegue a despeinarse.
Y otro tanto puede decirse de las piezas en prosa incluidas en este volumen: su puede estar de acuerdo o no con la interpretación que hace de Proust, y de entrada puede interesar más o menos lo que vaya a decir de un personaje hoy tan anecdótico como Julien Benda o tan lejano como Ortega y Gasset. Pero como les ocurre a tantos narradores, lejos de ser lo que tradicionalmente se entiende por ensayos son piezas que se cuentan a sí mismas y en las que el autor habla tanto del personaje como de sí mismo, aunque lo haga tan discretamente como José Bianco solía hacer para referirse a sí mismo.

Sombras suele vestir
La pérdida del reino
Las ratas

José Bianco
Atalanta

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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