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Una historia terrible y luminosa: «Los escogidos», de Patricia Nieto

Los escogidos de Patricia Nieto es una historia terrible y (no ‘pero’: ‘y’) luminosa. Patricia Nieto es una académica de la comunicación en la Universidad de Antioquia en su Medellín, pero no solo enseña a agradecidos alumnos hambrientos de crónica: ha organizado talleres para víctimas de la violencia, para que puedan sacar afuera el dolor y la angustia que los atragantaba, y que desde afuera se pueda escuchar su voz.

 

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La historia parece simple: a Puerto Berrío llegan, flotando por el río Magdalena, los cadáveres de mujeres y hombres, víctimas de la violencia colombiana. Vienen sin nombre, sin identidad, sin historia. Un grupo de vecinos los acoge, los nombra, los entierra, los visita y les cuenta cosas. Son actos de desagravio, que vuelven a humanizar a los que fueron torturados, asesinados y deshumanizados. A veces vienen familiares en busca de sus deudos. A veces los encuentran, y entonces los vecinos los dejan ir como a amigos que parten.

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Con estos mimbres, Patricia Nieto construye un libro de periodismo narrativo con mucho de poesía. De hecho, le encuentro puntos de contacto con relatos de grandes cronistas que destilan prosa poética para acercar al lector a la esencia y el sentimiento de una historia. En primer lugar, Elogiemos ahora a hombres famosos, de James Agee. En América latina, uno de mis favoritos es Missing, de Alberto Fuguet. Y a caballo entre las Américas, Ciudad del crimen, de Charles Bowden. Cada uno a su manera, cuentan la realidad con prosa más poética que novelística. Leyéndolos, te dejas llevar por un ritmo intoxicante, que te hace bailar con las palabras como si fueras la serpiente del encantador hindú.

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A veces hay conversaciones entre la periodista y los personajes. De pronto, ellos hablan con los muertos. En otros momentos, interpelan al lector.

Pasan por Los escogidos la historia terrible de Colombia, la ciencia bruñida del forense, y como en el mejor Kapuscinski, de la niebla de lo que ignoramos tras investigar mucho, surgen las preguntas en estampida: “¿Quién divisó tu cuerpo detenido en un recodo del río. A qué horas se sorprendieron los niños con tu cuerpo como toro desollado. Cuántas horas permaneciste en ese pozo oscuro. Se alimentaron los peces de tu carne. Sorprendiste a los perscadores cuando emergiste del lecho frío. Sabe a hierro la tierra después de la lluvia. Te acompañó la luna?”

El libro de Patricia tiene la levedad del susurro y la profundidad de las sentencias definitivas.

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"Los escogidos" fue publicado en Medellín por la editorial Sílaba en 2012.

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22 de marzo de 2013
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IV. Polvo eres, y al polvo volverás

Desde el tiempo de los faraones, un cuerpo embalsamado ha funcionado como símbolo de poder más allá de la muerte en sociedades políticamente inmóviles, y la venezolana está lejos de serlo. La mayoría de los cadáveres preservados para la contemplación pública indefinida han sido ya enterrados y sólo quedan unos pocos, entre ellos el de Kim Il Sung en el país más cerrado del mundo, donde no se mueve la hoja de un árbol sin el permiso del dinasta familiar de turno.
Alguna vez el comandante Chávez dijo que quería ser enterrado en su suelo natal de Sabaneta de Barinas, pero ahora la cúpula ha resuelto que sea exhibido en un museo. Y dijo más: "exhibir cuerpos insepultos es un signo de la inmensa descomposición moral que sacude a este planeta", opinó en 2009 acerca de la exposición ambulante de cuerpos momificados "Body Worlds".
Esta decisión extrema de quienes buscan usar su cadáver como seguro de vida de su propio poder, expone al caudillo a ser devuelto un día a la tierra por otras manos que no le guardarán la misma veneración, o simplemente querrán quitarlo de la vista pública. La historia no es inmóvil, ni aún en Corea del Norte. El cuerpo de Evita, trabajado hasta el delirio por los expertos en momias, anduvo errante por el mundo hasta que fue inhumado piadosamente en el cementerio de la Recoleta.
En los días del funeral, el consejo que aceptó el presidente interino Nicolás Maduro, o él mismo lo decidió, fue el de meterse en los zapatos del comandante Chávez, vestir la misma ropa deportiva con los colores patrios, imitar su discurso exaltado, amenazar al adversario. No le lucía mucho. Pero ahora, al no hacer enterrar cristianamente a su padre espiritual y político, entrará necesariamente en una contradicción, porque tendrá siempre una imagen de cuerpo presente recordándole que Él no es él.

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22 de marzo de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Un amigo sospechoso

El viaje de Obama a Israel sella un estrepitoso fracaso y pretende anunciar un nuevo comienzo. El fracaso es el que ha cosechado Obama en su primer mandato, cuando situó la paz entre israelíes y palestinos entre sus prioridades internacionales con el resultado que conocemos. El nuevo comienzo es el que quiere iniciar ahora, "dirigiéndose directamente al pueblo israelí", según palabras de Ben Rhodes, el asesor y speechwriter presidencial que saltó a la fama por el discurso de El Cairo de 2009, dirigido a los árabes. Rhodes considera que hasta ahora los procesos de paz se producían entre Israel y dirigentes autocráticos, mientras que ahora están apareciendo gobiernos más representativos y responsables que obligarán a "tomar en cuenta a las opiniones públicas si se quiere progresar en el proceso de paz".

Hubo fracaso porque fueron enormes las expectativas y la inversión de medios y esfuerzos. A diferencia de sus dos predecesores, Obama quiso dedicar sus energías desde el primer día a la creación de los dos Estados en paz y seguridad, tal como había establecido la Hoja de Ruta legada por George Bush, en la que se detallaban las fases para alcanzar el final del conflicto en 2005. Contó con equipos diplomáticos que incluían su secretaria de Estado Hillary Clinton y a un enviado especial con un historial de éxito en Irlanda como Georges Mitchell. Dedicó discursos y viajes en una ofensiva diplomática para neutralizar la mala imagen de Estados Unidos. Se dio mucha prisa para obtener resultados, antes de las elecciones de mitad de mandato, casi siempre un castigo para la mayoría presidencial, pero la velocidad le condujo al menos a dos errores: eludió Israel y Jerusalén en su diplomacia viajera y se entregó a la Autoridad Palestina con sus razonables exigencias a Netanyahu respecto a la congelación de los asentamientos como condición previa a cualquier negociación. Al final, el resultado fue el peor de todos: el proceso de paz quedó hecho trizas, nadie cree en la fórmula de los dos Estados y la Casa Blanca se vio obligada a actuar como siempre con su veto en el Consejo de Seguridad cuando Palestina presentó su candidatura para ingresar como Estado miembro en Naciones Unidas.

Todos los presidentes estadounidenses han invertido enormes e infructuosas energías en resolver el rompecabezas de Oriente Próximo. Lo característico de Obama es que lo ha hecho ya en su primer mandato y no está claro que le queden fuerzas para intentar un sprint final en el segundo como hicieron Clinton y Bush hijo en los dos últimos años, cuando ya no hay hipotecas electorales para un presidente que no puede volver a presentarse. Lo menos a que puede aspirar ahora es a recomponer en algo los desperfectos e intentar ese nuevo comienzo que Rhodes insinúa, para evitar que EE UU siga perdiendo fuelle en la región. Ayer se cumplieron diez años del comienzo de la desgraciada invasión de Irak, que además de derrocar a Sadam Husein fue lo más parecido a un castigo geopolítico que EE UU se infligió a sí mismo. La ofensiva diplomática hacia Oriente Próximo de Obama, en la que se incluía la paz entre árabes e israelíes, pretendía amortiguar y corregir los errores de Bush, pero no ha hecho más que profundizarlos. El incumplimiento del cierre de Guantánamo y la política de asesinatos selectivos mediante drones han venido a complementar el desengaño con Obama de un mundo árabe y musulmán reactivado por las primaveras democráticas y la llegada al poder del islamismo político en algunos países. Una de las ironías de su primer mandato, según Martin Indyk, Kenneth Lieberthal y Michael O'Hanlon (Bending History. Barack Obama's Foreign Policy, Brookings) "es que lo único que no le parecía interesar, como era promover el cambio democrático en Oriente Próximo, fue lo que ocurrió en realidad bajo sus ojos". Obama quiso enmendar y romper con Bush en política exterior, pero solo ha conseguido intensificar y en algún caso mejorar la tendencia, técnicamente al menos, siempre dentro del mismo surco: eso son los drones en relación a la guerra de Irak. Su popularidad en los países árabes y musulmanes está por los suelos, como antes. Y para colmo, tampoco se le considera de fiar en Israel. Entre sus compatriotas, que simpatizan con Israel respecto a Palestina en una proporción de casi siete a uno, son más (17 por ciento) los que creen que presiona demasiado a los israelíes que los que piensan lo mismo respecto a los palestinos (9 por ciento), mientras que un 69 por ciento prefiere que deje la cuestión de la paz en manos de quienes se pelean y no se inmiscuya (encuesta ABC/Washington Post). Su actual viaje a Israel y Jordania, con parada en Ramala y Belén, es para demostrar, en sentido exactamente contrario a su opinión pública, que EE UU no puede girar hacia Asia y olvidarse de Oriente Próximo en muchos años, al menos mientras tenga una tan larga y pesada lista de conflictos en marcha, que amenazan si no directamente su seguridad sí al menos la de sus aliados.



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21 de marzo de 2013
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Tragedia y plenitud del hombre

"...Así queda el hombre determinado por la propiedad privada, como en Lutero queda determinado por la Religión"
En el tercero de los Manuscritos económico-filosóficos, de Karl Marx (conocidos como Manuscritos del 44), en un análisis de la relación entre propiedad privada y trabajo, el autor enfatiza la diferencia entre lo que sería un comunismo ingenuo, inevitablemente abocado al fracaso por no haber pensado de manera suficientemente aguda las condiciones de posibilidad de realización del ideario, y el comunismo que resultaría de una superación de las estructuras, económicas, políticas e ideológicas imperantes de lo cual sería índice mayor la abolición efectiva de la propiedad privada, sin que el fantasma de la misma siguiera determinando, de manera subyacente, la sociedad y las mentes. Sólo esta durísimo combate triunfante contra lo que hoy es tomado como algo co-substancial al hombre, como una suerte de universal antropológico, conduciría al comunismo, descrito por Marx en términos que llama inevitablemente la atención, tanto por la radicalidad del contenido como por la exaltación del tono:
"El comunismo como superación positiva de la propiedad privada en cuanto auto- extrañamiento del hombre, y por ello como apropiación real de la esencia humana por y para el hombre; por ello como retorno del hombre para sí en cuanto hombre social, es decir, humano; retorno pleno, consciente y efectuado dentro de toda la riqueza de la evolución humana hasta el presente. Este comunismo es, como completo naturalismo = humanismo, como completo humanismo = naturalismo; es la verdadera solución del conflicto entre el hombre y la naturaleza, entre el hombre y el hombre, la solución definitiva del litigio entre existencia y esencia, entre objetivación y autoafirmación, entre libertad y necesidad, entre individuo y género. Es el enigma resuelto de la historia y se conoce como tal solución"(1)
El comunismo al que Marx aquí se refiere sería pues esa etapa del devenir humano en la que el hombre puede descifrar el sentido de su ser en el mundo, superando la vivencia polar entre su pertenencia a la animalidad y su condición de ser de palabra, entre su sentimiento de sumisión al determinismo natural y su imperativo de libertad etcétera. Avanzo una pregunta que seguramente el lector ya se habrá hecho: ¿esta el pensador afirmando que el comunismo es algo así como la comunión de los santos, una suerte de sofisticada versión de la parusía cristiana? Obviamente no. Ni Marx ni nadie en su sano juicio puede poner en cuestión el hecho de que la existencia humana es esencialmente trágica, e incluso que en tal tragedia reside lo irreductiblemente valioso de nuestra condición "le meilleur témoignage que nous puissions donner de notre dignité" (" la mayor prueba que podemos dar de nuestra dignidad") de los versos de Baudelaire.
A nadie le pasa por la cabeza que quepa una sociedad humana en la que no se de contradicción entre impulso vital y astenia provocada por la enfermedad o la vejez, entre deseo de creación y sentimiento de límite, entre deseo del otro y libertad esencial de ese otro (deseo pues del otro en su libertad). A nadie pasa por la cabeza en suma que la vida humana no se halle, en todo momento y en toda circunstancia intrínsecamente, amenazada por la contradicción. ¿Qué quiere decir pues Marx en sus exaltadas proclamas sobre el comunismo ? Pues simplemente que lo doloroso del destino humano en modo alguno debe ser confundido con la indigencia material y espiritual, que una vida de confrontación a lo esencial sólo se da cuando las vicisitudes relativas a la subsistencia no son ya determinantes, que el hombre calificado en esos mismos Manuscritos de "total" (fruto de la sociedad cimentada sobre las ruinas de la sociedad marcada por la propiedad privada) se halla en las antípodas del animal humano reducido en su esencia, que oscila entre las horas de esclavitud y el ocio narcotizante.
La abolición positiva de la propiedad privada sólo puede ser "apropiación real de la esencia humana por y para el hombre" en la medida en que con tal acto de socavamiento del edificio de la alienación daría comienzo simplemente la vida cabalmente humana, que incluye la asunción plena de la tensión inherente a la dialéctica entre finitud de la condición animal y saber de tal finitud, en el origen quizás de todas las vicisitudes trágicas de la condición humana: "Esclavitud versus Tragedia" escribía aquí mismo en otro momento en relación a las consideraciones de Max Pohlenz sobre la libertad griega.
El texto de Marx tiene no sólo un trasfondo, sino un trasfondo perfectamente racional. Cabe incluso decir que es un texto heredero de las más nobles aspiraciones de la razón, las que, desde el arte a la política pasando por la filosofía y la ciencia, engrasan la actividad del espíritu humano. Marx dice algo en este magnífico párrafo que no está hoy vigente en los discursos de los políticos ya se presenten como liberadores, pero ello simplemente porque la política ha renunciado a su esencia, no por que Marx fuera presa de un desvarío.
Marx tiene en mente que la abolición de la propiedad privada tendría como corolario que el lazo concreto, pleno de diferencias y oposiciones, con los demás integrantes del todo social, sería vivido como constitutivo de la propia identidad, de tal manera que el mal o bien del otro vendría a ser el mal o bien propio. Atrás quedaría entonces el espejismo consistente en pensar que cabe el goce exclusivamente propio o goce sin relación; atrás quedaría el espejismo consistente en pensar que uno es el que es, con independencia del ser de los demás: "los sentidos y el goce de los otros hombres se han convertido en mi propia apropiación. Además de estos órganos inmediatos se constituyen así órganos sociales, en la forma de la sociedad; así, por ejemplo, la actividad inmediatamente en sociedad con otros, etc., se convierte en un órgano de mi manifestación vital y en modo de apropiación de la vida humana", escribe al respecto.

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(1) Cito aquí la edición en castellano preparada por Juan R. Fajardo disponible en Internet, en algún momento ligeramente modificada.
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21 de marzo de 2013
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Una vida pendiente del botón

La niña es muy pequeña, tiene catorce meses, sin embargo muestra ya una gran afición por la música. Su favorito es "El Moldava", de Smetana. Como ha visto a sus padres poner una y otra vez discos en el aparato y tiene notables dotes de observación, sabe cómo encender la cadena. Cuando le vienen ganas de oír a su músico favorito, ella misma se acerca al amplificador y aprieta el botón de encendido. Luego se pone de puntillas, sube la mano hasta el lector de CD y pulsa el botón correspondiente. En cuanto ve que las luces brillan, se vuelve hacia su padre o hacia su madre o hacia ambos y les mira con un gesto de extraordinaria seriedad, pero imperioso. Su padre, su madre o ambos, se precipitan a poner "El Moldava".

    Ya había yo observado que casi todas las madres suben en brazos a sus hijos hasta los botones del ascensor para que los pulsen, acción que puede llevarse un tiempo con el consiguiente cabreo de los que esperan. Lo mismo con los timbres del interfono en algunos domicilios: "Anda, toca, a ver si te contesta alguien". Y que muchos niños (por ejemplo, la niña pequeñísima de la que hablo) cogen los teléfonos de sus padres, simulan marcar un número, y se ponen el aparato en la oreja. Como la niña pequeñísima no sabe hablar, suelta una retahíla de polisílabos, nanananana pacapocopuyapocopata. Veo a los niños actuales extremadamente adheridos al botón universal, por ejemplo en los ordenadores de sus padres, a los que se encaraman y toquetean el teclado hasta que en la pantalla aparecen ventanas inverosímiles o el aparato se apaga con un mugido de agonía.

    Observando la conducta infantil de un modo científico, me pregunté el otro día cuál había sido mi primer botón. Pregunta que luego he repetido a mis amigos. Nadie lo recuerda, o mejor dicho, han de hacer un esfuerzo para recordarlo. Si son menores de cuarenta años, algunos tienen presente una televisión de juguete que les regalaron y en la que aparecía Pluto cuando se apretaba etcétera, o incluso un animalito mecánico que oficiaba cuando se le daba al botón. Es el caso de un oso panda que la niña pequeña hace cantar dándole a un botón que descubrió ipso facto, el primer día de tenerlo entre sus manos. "Soy un panda juguetón del balón soy el campeón..." canta el oso ante los horrorizados padres. La niña se contonea. Le gusta la música.

    Yo diría que el primer botón consciente que recuerdo fue el de una radio alemana marca Nordmende, de pilas de petaca (ya casi inencontrables), que me regalaron cuando aprobé el primero de bachillerato en su totalidad de una tacada, y que aún conservo a pesar de las burlas que provoca. Eran botones protuberantes, con coronas finales de color rojo sangre. Al apretarlos soltaban un sonoro "clac", como si partieran nueces. Para mí lo de los botones tenía entonces un carácter transcendental y los teléfonos eran de dial, o sea, con agujeros en lugar de botones. Había muy pocos botones que sirvieran para algo en aquellos años infelices. Ahora, en cambio, todo viene a resumirse en un botón.

    Como en aquella película de Paco Martínez Soria que comentaba admirado cómo en la ciudad le dabas un pellizco a la pared y se encendían las luces, así también ahora los niños apenas se percatan de que toda su vida, todos sus actos, el placer, el trabajo, la salud, el dolor y el ardor, dependen de un botón. En realidad de muchos botones. Uno de los cuales por cierto, sólo puede pulsarlo el presidente de los EEUU y lo lleva en un maletín.

 

Artículo publicado en Jot Down.

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21 de marzo de 2013
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La voz en off

El cine ha sido siempre el reino de la tercera persona, y por ello, en el ambiente purista en el que yo aprendí a amarlo, la voz en off estaba mal considerada: un postizo de orden literario para un arte narrativo que de modo natural capta la imagen del otro, de los otros, por medio de aparatos pensados justamente para esa reproducción de lo externo. Como en todo arte, sin embargo, las disidencias lo enriquecieron, y pocas obras maestras de su historia poseen más empuje visual que el arranque de ‘Rebecca', marcado por el relato en off de la protagonista, diciendo las palabras con las que empieza asimismo la novela adaptada de Daphne du Maurier: "Anoche soñé que volvía a Manderley". La voz meliflua de Joan Fontaine, sobre un cielo nuboso donde brilla la luna llena, continúa la narración de un ensueño, pero detrás de la cámara está Hitchcock, filmando una larga aproximación al edificio misterioso en un único plano-secuencia (posiblemente dos tomas trucadas) que constituye un ejemplo de otra herejía del lenguaje clásico del cine: el punto de vista subjetivo, puesto que el avance entre los senderos y la maleza que rodean el caserón reproduce la mirada, real o nostálgica, de la narradora.
Dos películas españolas estrenadas en las últimas semanas recurren a la voz en off con distinta fortuna, aunque las dos exhiben ese dispositivo aural como un desafío o una puesta en causa de los convencionalismos. En ‘Mapa', primer largometraje de Elías León Siminiani (finalista sin éxito, dentro del apartado de cine documental, en los recientes premios Goya), la voz del narrador, el propio autor, era inevitable, pues se trata de un diario cinematográfico, y malamente podían ser encomendados la confesión íntima y los chistes privados a una locución ajena. Javier Rebollo, un director a quien sigo con interés desde sus inicios, hace por el contrario un uso disolvente, voluntariamente convulsivo, de la narración en off en ‘El muerto y ser feliz', por cuya interpretación protagonista obtuvo José Sacristán el primer Goya de su carrera. La película de Rebollo, su tercer largometraje, es un ‘thriller' crepuscular que sigue con pocas incidencias el largo viaje hacia la muerte de Santos, un asesino a sueldo español radicado en Argentina, escenario de toda la acción. Sabedor de que tiene una enfermedad terminal, Santos viaja a bordo de un viejo Crevrolet y en compañía de una joven encontrada en la carretera, Érika (Roxana Blanco), con la que llega a tener una sesgada intimidad amorosa. Rebollo ha dicho haberse inspirado en Onetti y Cervantes, afirmando asimismo "la imposibilidad de contar hoy historias de la misma manera que ayer". El patrón para subvertir y escandir el relato es una casi permanente voz en off, una femenina y otra masculina, como cortocircuito de aquello que el espectador ve en la pantalla, anticipando a veces lo que va a acontecer, o desmintiéndolo, o estableciendo un correlato irónico, cuando no burlesco, entre el texto verbal y la trama visual. ‘El muerto y ser feliz' tiene momentos de fascinante poética abismal, y una parte final en la hacienda de la familia de Érika que muestra el gran caudal cómico del cineasta. Pero por razones que podrían ser ahorrativas, narcisistas o conceptuales, la narradora es la guionista, Lola Mayo, y el narrador el propio director, y ambos recitan el texto (ingenioso a veces) con una voz monocorde (la de Mayo, que es la más abundante, con notables errores de prosodia) que hace odiar el dispositivo hasta convertirlo en una rémora. Está claro que el cine de Rebollo maneja la noción del escamoteo, y a ese respecto es paradigmático, y de una gran belleza formal, el desenlace a base de vaciados y ausencias. Lástima que en este caso las miras del escamoteo alcancen el resultado de un sabotaje.
‘Mapa' cuenta en sus títulos de crédito con la presencia, no queda claro si como co-productor o mero favorecedor, de Daniel Sánchez Arévalo, el director de la brillante ‘AzulOscuroCasiNegro' y de las curiosas y fallidas ‘Gordos' y ‘Primos', y hay ecos del paranoico mundo adolescente prolongado hasta la cuarentena en el sugestivo film de Siminiani, nacido en 1971. La voz en off es grata de oír desde que, al comienzo, el autor, despedido de su trabajo de realizador en una cadena de televisión, decide seguir los consejos de una amiga llamada Luna y hace los preparativos para irse como terapia a la India. Su despedida de Madrid, de la casa que habita, el depósito de sus pertenencias en un guardamuebles y los primeros pasos en el país asiático son mostrados con una magistral economía narrativa siempre punteada por el ‘bajo continuo' de la voz narradora, que va tratando de apoderarse y ponerse al frente del material fílmico, también, diría yo, por razones de pura y simple economía financiera (la película es de muy bajo coste, pero la factura de ‘home movie' se convierte en uno de los encantos formales de ‘Mapa'). Hasta que en un cierto momento de su deambular indio, el narrador descubre dentro de sí y da paso a El Otro, que más que un ‘alter' es un ‘super ego'. Con esa dualidad contrapuesta de personajes reales albergados en el mismo cuerpo da comienzo la comedia; un cuerpo, por cierto, el de Siminiani, que estando tan presente su persona en los 85 minutos de duración de la película, sólo se muestra por partes (una mano, una cadera, una sombra), creándose con ello no sé si un ‘macguffin' o un suspense hasta que por fin, al sufrir el accidente, se le ve brevemente el rostro en la ambulancia que le lleva al hospital.
‘Mapa' entronca con la ‘auto-ficción' del histórico cine ‘underground' norteamericano (muy anterior al indie ‘made in' o ‘for' Sundance) y en la que despuntan el monumental ‘Diary' filmado desde 1950 hasta hoy por Jonas Mekas y el extraordinario ‘David Holzman´s Diary' de Jim McBride (1967). La segunda mitad del estimulante archivo privado de Siminiani cae por desgracia en un humorismo dudoso, y se cierra con una fiesta familiar que remite irremisiblemente a lo más hueco y pueril del universo adolescente que asoma alguna vez en la película.

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20 de marzo de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Edipo nuevamente rehabilitado

El profesor y erudito Carlos García Gual comenta en su nuevo libro la influencia de Sófocles en nuestra cultura y nos anima a recapitular la fascinación que ha ejercido la historia de Edipo en nuestra imaginación. Su ensayo es una elocuente, reflexiva y pausada guía de las inquietudes que ha inspirado este viejo rey maldito y castigado por el furioso capricho de los dioses y una invitación a comprender la premonición de un drama todavía perturbador.
La tragedia de Sófocles que a modo de preámbulo traduce el propio García Gual permite al lector actualizar sus recuerdos, constatar la pericia con que el venerable autor modeló nuestra historia teatral y el doloroso destino impuesto por los hados al valeroso salvador de la ciudad de Tebas.
Carlos García Gual se demora generosamente en las obras y autores que han abordado, evocado o replicado con agudeza el mito y la tragedia de Edipo. La lectura que hace de Séneca, Corneille, Voltaire, von Hofmannsthal, Cocteau o Dürrenmatt nos contagia el habitual deleite con que sabe penetrar los textos clásicos y actualizar el significado y valor "de la vivaz tradición literaria suscitada por el texto de Sófocles".
Aunque la desdicha de Edipo parezca una invitación a practicar la temerosa veneración que reclaman unos dioses tiránicos, es muy probable que la puesta en escena de la obra de Sófocles, en la Atenas del siglo quinto antes de Cristo, haya contribuido a dar forma a la incipiente conciencia del hombre ofendido. Ese ciudadano prudente ante el temible poder de los dioses que dibujan a su antojo el desconocido rumbo del destino pero dispuesto ya a sospechar que no a la fuerza debe uno consentirlo.
De hecho, en la última obra de Sófocles, Edipo en Colono, que tan certeramente comenta García Gual, el viejo dramaturgo rehabilita a Edipo y le rinde el homenaje que, como chivo expiatorio de sus antepasados, ya está en condiciones de recibir. Pocas veces un mismo autor registra en su obra un desplazamiento tan claro de la conciencia cultural de su época: lo que al principio es inevitable se convierte luego en insoportable. El héroe caído en desgracia a causa de los crímenes de sus antepasados (Edipo Rey) no puede ser condenado al oprobio eterno (Edipo en Colono).
Las reflexiones de García Gual restauran la vigencia dramática de un personaje conmovedor incluso en sus defectos. El airado temple de Edipo mientras alardea en el confuso umbral de su desgraciada ignorancia, el autoritario desdén con que trata a Tiresias (justamente el oráculo ciego que lo sabe todo), hace más magnánima la ternura con que le vemos precipitarse hacia el abismo de su desdicha.
Resulta inevitable imputar a Sófocles intenciones que quizá ni le pasaron por la cabeza. ¿Puede el espectador extraer alguna enseñanza de esta tragedia? Si los hijos deben pagar -y vengar- las transgresiones de los padres ¿cómo prepararse para ello? Si a los héroes triunfantes también les llega la hora del castigo ¿cómo interpretar un destino favorable? Por más que uno indague el origen de la desdicha que se abate sobre Edipo, la causa no llega a ser muy convincente. Más bien parece que todos la han tomado con él (un padre asustadizo, una madre frívola, los amigos ultraterrenos de la Esfinge, el capricho del destino, los dioses ociosos...) ¿Qué hice yo para merecer esto? Se preguntaría el pobre y ciego Edipo en su exilio. También nosotros, espectadores de la desconcertante tragedia. ¿Acaso hizo algo malo este hombre?
Si Edipo salva a Tebas de la peste que diezma a sus sufridos habitantes y lo hace enfrentándose a la cruel esfinge, Perra Cantora, no con el brazo hercúleo del soberbio Aquiles, sino con la osada astucia de Ulises, y la espanta y ahuyenta, mediante la solución a un acertijo melifluo, podemos concluir que Edipo se ve arrastrado hacia su apoteósico final no por ser el hombre que mató a su padre y se acostó con su madre. Su desconcertante fatum parece más bien el castigo al heroico atrevimiento que tuvo con la voraz Esfinge, victoria por la cual queda más tarde a merced de las vengativas potencias del infierno...
Sorprende que en este magnificente escenario, Sófocles no considerara necesario encontrar un acertijo más pertinente. Que la desventura de Edipo comience con la derrota de la Esfinge, liberando a la ciudad de Tebas y convirtiéndose en su Rey Salvador, habría exigido un enigma a la altura de este soberbio cometido. Un acertijo que guardara una relación más solemne con la ferocidad de la Esfinge que masacraba a los tebanos y con el misterioso destino del héroe. La adivinanza que finalmente eligió Sófocles es más propia del Reader´s Digest que de la tradición literaria a la que pertenece la tragedia. ¿Qué animal camina al principio a cuatro patas, con dos a la edad adulta y con tres al envejecer?
El ensayo de García Gual, su reflexión sobre "el catastrófico descubrimiento de la verdad", es otro de los excelentes textos a los que nos tiene acostumbrados y sirve en esta ocasión para rehabilitar a Edipo, a Sófocles, a sus devotos admiradores y a una tradición literaria cuyo vigor debemos conservar entre nosotros. El meticuloso estudio de García Gual nos devuelve el gozo de la lucidez y el sentido que todavía tiene aquél temprano logro de la sabiduría trágica.

Posdata y conjetura.
Un juego de mitología especulativa.

El libro de Carlos García Gual podría haberse subtitulado mito, tragedia y complejo, pero ya nos advierte el profesor que la apropiación de Freud sólo se debe al agudo ingenio literario del médico vienés. Como todo el mundo sabe, Edipo no desea a su madre y nunca cree, hasta el momento de arrancarse los ojos, que se esté acostando con la mujer que le dio a luz. Es probable que la puesta en escena del trágico incesto haya excitado la imaginación erótica que se prohibían los espectadores, pero ni el mito referido por Homero ni la excelsa tragedia escrita por Sófocles amparan la invención de este famoso complejo.
Sí hubiera podido hablarse, en todo caso, del complejo de Yocasta, pues sigue siendo raro que ésta aristócrata mujer nunca se fijara en los pies de su amado esposo. Si hemos de creer lo que se nos cuenta en la tragedia, Yocasta yació en el lecho conyugal con Edipo sin ver en sus pies llagados la marca de su antigua herida. ¿Nunca se fijó en la cicatriz? ¿Jamás lamió los pies a su esposo? ¿No le calzó las sandalias ni anduvo tras él por el monte o en la playa?
Que Sófocles no haya querido resolver con verosimilitud este equívoco nos permite conjeturar que a lo mejor quiso insinuar algo más acuciante: quizá Yocasta lo supiera todo desde el principio y su suicidio se deba no a la verdad súbitamente revelada sino a su prolongada complicidad con el engaño finalmente descubierto. No en vano comete un desliz y a punto está de delatarse cuando, al intentar sosegar los primeros remordimientos de Edipo, dice algo en verdad extraño: "son muchos los mortales que en sus sueños se han acostado con su madre".
Estas levísimas incongruencias (que la cicatriz pase desapercibida a la amantísima esposa, que sea ella la primera en justificar el sueño erótico de un deseo incestuoso) nos permiten creer que subsisten en la tragedia de Sófocles los difusos restos de una versión más antigua del mito de Edipo.
Sería ésta supuesta historia un mito cuya comprensión fue cayendo en el olvido. Una historia ejemplar en donde se expresaban más claramente los terrores del patriarca y se manifestaba sin ambages el pánico a ser destronado por el hijo. No el hijo impaciente por tomar su herencia sino el hijo incitado a la usurpación por una madre vengativa. La revuelta de los hijos varones, instigada por una esposa harta de vejaciones, debió ser un temor muy habitual entre los reyezuelos de aquél tiempo. Quizá fuera Yocasta la que se soñaba yaciendo con su hijo después de concebirlo como instrumento de su venganza: derribar al esposo y colocar al hijo en su lugar. En el trono y en el lecho.
Lo que hay de incomprensible, e inadmisible, en el castigo desplomado sobre el inocente Edipo resulta desde esta perspectiva algo más aceptable. La causa de su desdicha en el mito de Yocasta no sería el despotismo divino ni la injusta retribución que debe pagar por el crimen de sus antepasados. Aquí la condena de Edipo se debe a que no tiene ni idea de lo que ha hecho: matar a su padre y cometer incesto con su madre. Su condena es el escarmiento que la ciudad anuncia a los que se dejen seducir, cegar, por una madre maquinadora. Por mucho que el asesino alegara ante el tribunal su inocencia (ya se sabe: "ella me hechizo con sus malas artes..."), sobre el parricidio y el incesto caía todo el peso de la ley y es probable que el castigo reservado a los enemigos de la autoridad patriarcal fuera el mismo que Edipo se infligió a sí mismo: le serían arrancados los ojos y condenado a vagar por el exilio como un mendigo.
En este inexistente mito, la Esfinge, la Perra Cantadora, la feroz devoradora de cadáveres, la despótica guardiana de enigmas, la portadora de la peste, el aliento fétido de la muerte, no sería más que la imagen de esa madre terrible y perversa que empuja al hijo hacia la perdición: la tejedora de la desgracia.



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20 de marzo de 2013
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Fichados

Esa mueca de fastidio cuando te piden el DNI. Para entrar en un edificio corporativo, para subir a un avión, para matricularte en un curso de chino, para certificar que eres quien dices ser, incluso aquellos días en que te habita la urgencia de querer ser otra. A menudo revisan tus datos con parsimonia. Anotan tu nombre. Dejan constancia de que estuviste allí. Te consume ese aire de superioridad de quien se siente dueño de un acceso. Pero siempre surge una voz confiada que cree que eres tú, aunque no puedas demostrarlo entre el revoltillo de tarjetas, y te anima: “¿Llevas el permiso de conducir?”. “No conduzco”, me he escuchado confesar más de una vez, seguido del intento de hacer colar una Visa con foto. Ir documentado es un imperativo social, y más desde que la idea de secreto ha sido barrida por ese voraz Gran Hermano que incluso a Orwell le hubiese hecho parpadear. Estamos monitorizados en todas partes, y nuestras huellas dactilares archivadas en los ordenadores de la policía de Nueva York o Alcorcón. El ciberespacio nos chequea a cada instante: cuando accedemos a una página, aceptamos una cookie, descargamos una aplicación o escribimos la palabra cazuela en un correo. Le ocurrió el otro día a una amiga. Al minuto de haber tecleado el nombre de ese utensilio, le anunciaron en Facebook una atractiva oferta de inoxidables. Según Unicef, mientras el 98% de la población tiene certificado de nacimiento en los países ricos, el 40% de los niños del tercer mundo no han sido inscritos al nacer. Pobreza equivale a indocumentación. A desamparo, sin nombre ni número para defenderse en un pleito o reclamar un trozo de tierra. Según escribe Charles Kenny en Foreign Policy, las técnicas de identificación biométrica se multiplican, desde el escáner del iris hasta la cartografía de la lengua o las ondas cerebrales. A fin de luchar contra impostores y evasores, la tecnología se ha sofisticado hasta el extremo de que imaginas, en algún lugar del mundo, una pantalla con un retrato robot que no representa a nadie más que a ti. La paranoia social en un sociedad hipervigilada, dispuesta a conocer tus aficiones y manías para venderte lo que aún no sabes que necesitas, causa estragos. El siglo XXI será el de la muerte de los secretos. Todo es público, y lo que aún no lo es acabará por serlo. Aunque ahí están esas nuevas agencias que se ofrecen a borrar tu mala reputación de la red. Porque a pesar de estar hiperidentificados, padecemos una espasmódica crisis de identidad. ¿Quiénes? Los estados, la política, la prensa, la novela, la educación, la verdad… El propio yo, fichado pero vagabundo. (La Vanguardia)

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20 de marzo de 2013
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El Boomeran(g)
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