Joana Bonet
Mediodía, en un colmado-restaurante del Eixample. La cercanía de las mesas favorece la promiscuidad auditiva hasta el punto de que la conversación ajena, vigorosa, se mete en tu plato. ?La echaron embarazada, era subdirectora de un periódico? y ahora la han desahuciado. Es un testimonio brutal?, dice el hombre. ?Habría que conocer toda la historia, lo que no cuenta, porque me entran muchas dudas? replica la mujer. El hombre insiste: ?lo importante no es solo su propia experiencia sino lo que representa en este momento?. La mujer ?Chiqui, la llama él? sigue sembrando desconfianza, como si la autora fuera una desahuciada deluxe. Esa sombra cainita: algo habrá hecho. Sostiene que es ?muy raro? que una profesional que ha ocupado cargos de responsabilidad en la prensa no tenga para pagar la hipoteca, y va esparciendo sospechas sobre el mantel mientras ellas piden postres, ellos gin tonics y los niños dibujan.
Por un momento estoy a punto de confesarles que conozco a la autora, Cristina Fallarás, y que en su historia no hay palabras impostadas. Acaso su tono bronco, su tinta rabiosa, esa querencia por el taco, empezando por el título de portada: A la puta calle (Planeta); aunque también por el corte delgado y tierno con el que nombra la desdicha: ?Mamá, y si nosotros compráramos la ropa que llevo, ¿yo qué estilo tendría??. En el relato de Fallarás asoman las voces de los niños que apenas comen carne y toman la leche mezclada con agua. La historia de las deudas acumuladas, a pesar haber publicado tres libros y montado una web. Primero eliminas las cremas, luego los zapatos, los bistecs, las copas, hasta que los amigos dejan de llamarte, dice.
Pienso cuán reconfortante es que un libro aún de pie a una conversación de sobremesa. La periodista y escritora ?Premio Hammett en la Semana Negra de Gijón? sabía que se la juzgaría a priori, por ello en el libro desglosa gastos e ingresos, durante cuatro años de paro. Recientemente intentó una dación de pago, pero llegó tarde. Su vida está ya metida en cajas. Con su testimonio anima a salir del armario a sus semejantes, porque también hay arquitectos, editores, periodistas e informáticos que pierden la casa. Les rodea un silencio que choca estrepitosamente contra la bronca a domicilio del escrache. Cierto es que el político en mocasines se convierte de noche en un hombre en zapatillas que respira hogar. Y que el mundo civilizado defiende las soluciones con diálogo, en lugar de las caceroladas. Pero también es cierto que la clase política se ha desentendido de un problema que va ampliando su brecha y no entiende de vértigo ni extremos. Digamos, pobreza de clase media. Digamos, cualquiera de nosotros.
(La Vanguardia)