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Mi vida querida

Eder. Óleo de Irene Gracia

Javier Fernández de Castro

Los lectores asiduos de Alice Munro suelen resaltar el asombro que les produce constatar que esta mujer, que lleva escribiendo sobre las mujeres desde mediados del siglo pasado, parece no haber contado nunca dos veces la misma historia ni haber repetido una sola protagonista. Y el asombro está tanto más justificado si se tiene en cuenta que casi todas sus narraciones tienen lugar en una época muy concreta (cuando quiera que tuvo lugar un cambio social decisivo en el curso del cual las mujeres dejaron de tener el matrimonio y la maternidad como destino único obligado y empezaron a vivir según sus deseos y a tomar sus propias decisiones, asumiendo de paso las consecuencias de las mismas) y están localizadas en un espacio físico muy concreto (directa o indirectamente los personajes femeninos de Alice Munro tienen una relación muy estrecha con el mundo rural y las estrictas leyes que lo han regido ancestralmente, y todas viven o han vivido en una zona geográfica en los alrededores del lago Huron en Ontario, que no por casualidad es el lugar de nacimiento y residencia de la autora).
Por descontado que los caracteres femeninos de los relatos de Alice Munro han terminado por configurar una tipología inconfundible. Por lo general son personas tranquilas y rutinarias, pero propensas a llevar una doble vida: debajo de una apariencia apacible y maternal suelen bullir sentimientos y pasiones que un buen día, con el mismo aire apacible y maternal, dan motivo a una infidelidad matrimonial, a un inesperado e impremeditado abandono de hogar e hijos o a un súbito cambio de trayectoria vital de consecuencias impredecibles pero siempre irrevocables. Las encarnaciones físicas son de lo más variable: una mujer que da cobijo a un asesino; una madre que reencuentra al hijo del que se separó hace años o dos mujeres que comparten sin la menor solidaridad, un terrible secreto de infancia. Y también puede ser una madre que visita en la cárcel al hombre que dio muerte a sus tres hijos.
En lo que se refiere a Mi querida vida, las cosas van más o menos por el mismo derrotero: una mujer que viaja en tren con su hija, conoce a un actor ambulante y, de buenas a primeras, acuesta a la niña y ella hace lo mismo con el cómico para encontrar, a su vuelta, que la niña ha desaparecido. Encima, casi al final el lector es sucintamente informado de que el motivo del viaje es encontrarse con un hombre al que ha visto una sola vez en su vida. En otro cuento, una joven de buena posición se lía con un hombre casado que la hace creer que son víctimas de un chantaje a costa de su adúltera relación. O una mujer cuyo momento vital decisivo tuvo lugar cuando su hermana de nueve años decidió tirarse junto con su perro a las aguas heladas de una cantera. El problema, según se va poniendo en claro según avanza el relato, fue el acto perpetrado por la niña, pero sobre todo el hecho de que la narradora, en lugar de correr en busca de ayuda, se quedó quieta "esperando a ver qué pasaba". Y en el relato que cierra y da título al libro, y que según la propia Alice Munro es "casi" autobiográfico, después de hablar extensamente de su madre, y de las intensas pero conflictivas relaciones madre-hija, la narradora dice con toda sencillez: "No volví a casa la última vez que mi madre cayó enferma, ni para su funeral. Tenía dos hijos pequeños y nadie en Vancouver con quien dejarlos. No estábamos para gastar dinero en viajes, y mi marido despreciaba las formalidades. Aunque, ¿por qué achacárselo a él de todos modos? Yo sentía lo mismo. Solemos decir que hay cosas que no se pueden perdonar, o que nunca podremos perdonarnos. Y sin embargo lo hacemos, lo hacemos a todas horas".
En el relato que abre el presente libro, titulado "Llegar a Japón", cuando Greta, la madre que ha abandonado a su hija para acostarse con un cómico la encuentra finalmente sana y salva, se dedica a ella en cuerpo y alma durante el resto del viaje. "Sabía que nunca se había volcado tanto en su hija. Por descontado siempre había cuidado de ella […] pero Greta siempre tenía cosas que hacer en casa, su atención iba por rachas". Y el pasaje se cierra con esta observación: "[…] su ternura a menudo formaba parte de una táctica".
Esa lúcida falta de autocompasión, la mirada infalible para no dejarse pasar nada a uno mismo, quizá sea el rasgo más distintivo de la presente recolección de cuentos, y que encima tiene el valor añadido de arrojar una luz retroactiva sobre esa espléndida galería de personajes femeninos que pueblan los relatos de Alice Munro y a los que pueden sobrevenirles toda clase de calamidades, muchas veces a consecuencia de sus propias decisiones, pero que en modo alguno son víctimas. No se quejan y no se arrepienten porque, en el fondo, se perdonan a sí mismas. 

Mi vida querida
Alice Munro
Lumen

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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