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La comedia de enredos más triste del mundo: Mozart ‘oscurecido’ por Michael Haneke

En principio, parecía un encargo imposible: juntar la que habitualmente se presenta como la ópera más divertida de Wolfgang Amadeus Mozart con el director de algunas de las películas más deprimentes, más inquietantes de la última década.

Così fan tutte es la última obra de la extraordinaria trilogía que Mozart compuso sobre libretos del cura libertino (una combinación muy del siglo XVIII) Lorenzo da Ponte. Después de Las bodas de Fígaro y Don Giovanni, da Ponte le propuso a Mozart una comedia de enredos de tema exquisitamente amoral: dos soldados comprometidos con dos hermosas hermanas, están tan seguros de la fidelidad de sus chicas que aceptan el juego perverso del viejo tutor Don Alfonso: disfrazarse de albaneses y tratar de seducir cada uno a la novia del otro. Para lograr su propósito, el maestro de amoralidad se alía con la criada de las chicas, Despina, una adolescente práctica y precoz en cuestiones de sexo.

Pocas horas pasan desde que los soldados marchan a la guerra (otro engaño de Don Alfonso), cuando las novias ya están dispuestas a divertirse con los visitantes albaneses. En el momento en que firman los contratos de matrimonio (que hace 200 años era sinónimo de poder irse a la cama con sus nuevos amantes), suena la marcha militar que había despedido a los soldados. Los jóvenes quieren castigar a sus casquivanas prometidas, pero Don Alfonso canta con filosofía que no vale la pena enojarse porque “así hacen todas” (così fan tutte). Al final, se vuelven a formar las parejas originales. Todos aprendieron la lección y Don Alfonso ganó su apuesta.

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¿A quién se le podía ocurrir encargarle la puesta en escena de esta comedia rococó al director de la espeluznante La pianista, una película sobre la autodestrucción de una mujer torturada por su psiquis y por una madre perversa? ¿O al director de La cinta blanca, un oscuro relato de la maldad de los niños en el universo asfixiante de un pueblo feudal en la Alemania de hace cien años? Eso por no hablar de la última y más exitosa película de Michael Haneke, Amour, el angustioso final de una pareja de ancianos destruidos por la senilidad. 

Pero el director artístico del Teatro Real de Madrid, el belga Gerard Mortier, ya había emparejado a Haneke con el lado oscuro de Mozart. Cuando era director artístico de la Opera de París le había encargado un sorprendente Don Giovanni.  Sin embargo, ese encargo era más lógico: la historia del burlador de Sevilla, un libertino que mata al padre de una de sus efímeras conquistas, desafía a Dios y se quema en el infierno, tiene su costado oscuro mucho más a flor de piel.

¿Qué haría Haneke con esta comedia? Confieso que no esperaba mucho: en general, la idea de poner a directores de cine famosos a dirigir la parte teatral de las óperas es algo que proliferó en la España de los años del despilfarro. En el Palau de les Arts de Valencia Carlos Saura dirigió una Carmen deslavazada, pese a contar con cantantes de ensueño, el chino Chen Kaige perpetró una Turandot de péplum y Werner Herzog metió una imagen del edificio de Calatrava en su sonrojante final de Parsifal. Estas aventuras suelen fracasar por falta total de afinidad con el género. Una ópera es algo muy distinto de una película.

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Pero Haneke me sorprendió: es un artista de una cultura tremenda, conocedor a fondo de la música clásica, y estaba dispuesto a poner su sello, incluso si en algunos momentos su visión iba en contra de lo que habían querido decir Mozart y Da Ponte.

Para armar una fábula tristísima del desamor, lo primero que hizo el director fue vestir a los personajes como jóvenes burgueses actuales, cultos y aburridos. En las escenas de seducción, los soldados no llevan disfraz: son ellos mismos. Quieren jugar a ligar con sus parejas reales.

Entonces son ellas las que deciden cambiar, ser cada una seducida por el novio de su hermana. Ellas terminan siendo las seductoras, las que juegan, las que engañan, las que dan una lección a sus chicos aburridos.

Pero el elemento que cambia por completo esta comedia genial de Mozart y la convierte en una tragedia sofisticada de Haneke es el papel que juegan Don Alfonso y sobre todo Despina, que en las habituales producciones de la ópera se limitan a organizar el juego de enredos. Ella ya no es una sirvienta pizpireta que ayuda al viejo Don Alfonso en su plan. Es un personaje al borde del llanto o de la violencia, que está en escena desde el principio, viéndolo todo con amargura, sufriendo el seguro desenlace que es el triunfo de la hipocresía y la banalidad del sexo.

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La lección de Don Alfonso es que el amor romántico no existe, y cuando surge – las dos chicas se enamoran y sufren por sus nuevas conquistas – tiene que ser barrido, desterrado por las convenciones sociales.

Esta Despina es la pareja de Don Alfonso (eso no está en el libreto). Él es muy rico, la tiene amarrada en una perversa red de dinero y falsa felicidad, y no soporta ver a sus amigos enamorados.

Don Alfonso necesita demostrar que el amor es solo lo que él tiene y quiere: comprar a una jovencita, someterla a su poder. Despina llora, se enfurece, abofetea a Don Alfonso, soporta su beso violento (tampoco está, por supuesto, en el libreto), y su mirada desgarrada transforma la comedia mozartiana en otra cosa.

Los seis cantantes son soberbios actores, bellos y creíbles. Como marionetas en manos de Haneke, hacen que esta ópera de hace 200 años vuelva a la vida convertida en una historia actual, profunda, tristísima. 

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11 de abril de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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99. Edipo como primer psicópata de la Historia. Medusa.

(Pour Patricio Pron, mes régrets et meilleurs souhaits)

 

Edipo, el aciago rey de Tebas, ha sido visto como el prototipo de hombre que decide buscar sabiduría y anagnórisis (el reconocimiento o saber de sí) a cualquier precio. Edipo persigue la verdad aunque le lleve a un destino funesto, en un papel análogo al filósofo. Su tragedia, según Arturo Leyte, tiene como argumento principal “el descubrimiento de que el saber conduce inexorablemente al fracaso”. La filosofía tiene un papel claro en la obra, pues Edipo usa técnicas lógicas de Parménides en sus diálogos (Mario Mayén). La reciente y notable edición de La Oficina (2013) incluye la versión “moderna” de Hölderlin, la griega original y las traducciones al español de ambas, amén de la versión cinematográfica (infiel y por ello eficaz) de Pasolini. Fue viendo ésta cuando se me ocurrió otra versión del mito, que como explica Rodríguez Adrados en su monumental El río de la literatura (Ariel, 2013), puede verse como “novela policíaca”. Imagino que para un coloniense como Sófocles era complicado asumir el mal absoluto y prefería hacer al destino y los oráculos causantes de cinco muertes y un incesto. Si pensamos en Edipo como un psicópata que elimina a varias personas (Layo, su padre, entre ellas) porque en un cruce de caminos matan a su caballo, y que luego toma sin reparos a su propia madre, entendemos que la ficción trágica podría ser un método para explicar lo inexplicable, para situar comprensiblemente una aberración ante los ojos del espectador griego. Según los traductores, los días finales de Edipo, ciego y desterrado en Colono, son como la vida del condenado en el corredor de la muerte. Aunque Edipo Rey no utiliza la catarsis del modo habitual, este fin postergado de Sófocles tranquiliza, de algún modo, al espectador. // Prohaska, el protagonista de Medusa (2012), la última novela de Ricardo Menéndez Salmón, comparte varias cosas con Edipo. La primera es que también “creció (…) con el lastre mitológico del padre desconocido”; la segunda es que un hijo del terror, alguien superado por las brutales circunstancias de su entorno. La tercera es que puede ser, en cierta forma, un sociópata que asiste impasible a un genocidio registrándolo sin hacer nada para evitarlo. La cuarta es que ambos cambian su vida tras ver morir a sus esposas, y la quinta es que ambos se quejan de la crueldad de los dioses (las memorias de Prohaska se titulan Al dictado de un dios cruel). Sus actos son similares: Edipo recurre a todos los medios posibles para informarse de los hechos, sean testigos o adivinaciones (el oráculo pítico sería el Internet de la Grecia clásica, pues permite ver la verdad a distancia); Prohaska utiliza la fotografía, la pintura y el cine. Pero hay una diferencia esencial: si Edipo se saca los ojos tras la muerte de Yocasta, Prohaska es todo ojos, registra obsesivamente lo terrible que acontece, sin dejar rastro de sí. Ambos pueden ser, según los observemos, víctimas o verdugos. El talento de sus creadores reside en explicar esa ambigüedad sin resolverla.

 



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11 de abril de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El shock del presente

Hubo una época en que leía muchísima literatura clásica. Estudiaba en Buenos Aires y quería ser escritor; en mis tiempos libres me dedicaba a leer a Faulkner, a Stendhal, a Dostoyevski. Esas lecturas tenían que ver sobre todo con una idea tradicional de la formación del escritor. Sin embargo, sospecho que había algo más: no vivía tan esclavizado al presente. Leía a algunos de los autores de moda -Eco, Kundera-, pero mis ritmos de lectura no estaban tan en sincronía con los del mundillo editorial, con la tiranía de las novedades.

Ahora se apilan los libros en mi mesa de noche, algunos comprados y otros enviados por amigos y editoriales; casi todos son libros contemporáneos de ficción narrativa. Lo más antiguo que he leído este año son los cuentos del galés Arthur Machen, escritos a fines del siglo XIX y principios del XX. De pronto descubro que he dejado atrás los clásicos y me he reducido a leer lo que se publica estos días, que, por ser mucho, da la impresión de una enorme variedad.

Soy uno más de esos seres enfermos de lo que él crítico Douglas Rushkoff llama "presentismo" en su libro El shock del presente. Según Rushkoff, "nuestra sociedad se ha reorientado al presente. Todo se muestra en vivo, en tiempo real, y está siempre conectado. No se trata sólo de un aceleramiento de las cosas, por más que nuestro estilo de vida y tecnologías hayan acelerado al ritmo al cual tratamos de hacer las cosas. Es más una disminución de todo lo que no está ocurriendo ahora -y la embestida furiosa de todo lo que supuestamente está ocurriendo".

En mi caso los libros son un síntoma, pero es suficiente ver ciertas prácticas cotidianas para entender que son pocos quienes se salvan del "presentismo": no podemos estar una hora sin revisar el correo electrónico, nos preocupamos a la noche si alguien no nos ha contestado un e-mail enviado durante el día, y desarrollamos el "síndrome de vibración fantasma" que nos hace revisar el celular cada rato a pesar de que éste no ha sonado; enganchados a las redes sociales, estamos pendientes de lo que hacen nuestros amigos y conocidos a través de sus actualizaciones en Facebook y Twitter; siempre hay un mensaje de texto o un Whatsapp que leer, una foto en Instagram para admirar o criticar, un artículo periodístico para leer en la red, un posteo en un blog que necesita ser comentado.

La escritora Joyce Carol Oates dice que "el más profundo cambio de la ‘conciencia' hoy es la necesidad compulsiva de estar tan interesado en las más cambiantes nociones y prejuicios de los otros". ¿Nos ayuda en algo esa adictiva curiosidad? Seguro que sí, pero hay que pensar también en lo que se pierde. No soy de los apocalípticos que piensan que las nuevas tecnologías destruirán de golpe todo lo conseguido previamente a lo largo de siglos; eso sí, creo que debemos analizar el impacto de estas nuevas tecnologías --ver cómo nos están cambiando como individuos y como sociedad--, para usarlas con cierta perspectiva crítica. En mi caso, sé que soy capaz de proyectos de largo aliento sin un resultado concreto a la vista, pero, aun así, sufro de "presentismo" mucho más que antes. De modo que apenas termine de escribir este artículo iré a la biblioteca a buscar libros de poetas italianos del siglo XIV (eso, por supuesto, si en mi celular no aparece un pedido urgente para reseñar la nueva novela de Coetzee).

 

(El Deber, 7 de abril 2013)



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11 de abril de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Religión criminal

El empecinamiento en la política de austeridad que recorta no sólo los presupuestos sino la vida de millones de personas ha dejado hace tiempo de ser un asunto de política económica para hacerse una patología del pensamiento en el poder. Sólo la obcecación asesina que a veces se atribuye a los radicales islámicos o a la Historia general de las inquisiciones religiosas puede compararse a esta sinrazón que sorteando a los seres humanos impone la fe en una Sagrada figura del equilibrio presupuestario y a costa de no importa la sangre derramada. Exactamente contra la falta de liquidez monetaria desecada por el sistema, corrupto y  asesino, se exige  la entrega de interminables fuentes de sangre humana. Con el agregado que si esa exigencia no se cumple a su satisfacción la sanción consiste en una multa que incrementa el desequilibrio y con ello la  confiscación.

No hay razón económica contemporánea que procure sentido a esta masacre inhumana. Y si no se habla de una Tercera Guerra Mundial será acaso porque no se han visto aún la explosión de bombas que además de abatir a los habitantes termine con los edificios y extermine, como viene ocurriendo,  todo resto de valor.

¿No habrá sin embargo explosión atómica alguna? Un Sanedrín de la peor ralea ahoga a media Europa y como Marx decía, si ellos son tan pocos y los desamparados tantos ¿qué esperamos para tomar los resortes del poder?



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11 de abril de 2013
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Godard enamorado

El 21 de julio de 1967, poco después de haber contraído matrimonio civil con la joven actriz Anne Wiazemsky, Jean-Luc Godard le propuso el alcalde que les había casado registrar a la pareja de un modo distinto al habitual: en vez de que la mujer añadiera al suyo el apellido del marido, él quería perder el Godard y figurar en el registro como Jean-Luc Wiazemsky. No fue posible, pese a la larga discusión administrativa que siguió al casamiento y la probada facundia verbal del gran cineasta francés de origen suizo. Esa noche, celebrando modestamente el enlace en un bar de Saint-Germain-des-Près, Anne tuvo que oír de labios de una mujer despechada y bastante mayor que ella lo siguiente: "Los hombres que se te quieran tirar pensarán que se están tirando también a Godard. Nunca sabrás si te desean a ti o a él".

    Ignoramos si el sortilegio de la amiga rencorosa se cumplió, pues lo que Anne Wiazemsky cuenta en ‘Un año ajetreado' (Anagrama, 2013, traducción de Javier Albiñana) es la fulgurante historia del romance entre sus dos protagonistas, promovido por la carta de admiración rendida que ella, con diecinueve años, le escribió en 1966 al director diecisiete mayor que ella, después de haber visto su película ‘Masculin-Féminin', y la respuesta de él, que fue avasalladora: se vieron, se comportaron al principio como novios modosos, pero Godard se enamoró locamente y no cejó hasta que la muchacha cedió y, venciendo las resistencias familiares, se fue a vivir a su lado en un piso comprado a tal efecto. El idilio no duró mucho.

      Todo lo que toca Godard hace temblar al mundo. Cambió con ‘A bout de souffle' (aquí llamada ‘Al final de la escapada') el curso del cine contemporáneo, siguió trastocándolo y, más tarde, saboteándolo con geniales panfletos de distinta coloración política, y hay contados cineastas  -yo pondría con él a Bergman y Pasolini-  que hayan influido tanto en el lenguaje fílmico de la modernidad. En el amor, lo mismo. Wiazemsky sigue sin librarse del ‘fantasma', pasados casi cincuenta años de aquel episodio, y su musa icónica de los años 60, Anna Karina, todavía hoy no puede oír impávida el nombre de Jean-Luc; lo sé porque lo pronuncié, insospechadamente, coincidiendo con la maravillosa actriz en un jurado internacional de cine, y tuve que cambiar de conversación ‘ipso facto'. Sólo con eso le devolví la sonrisa.

   Antes de este ‘Un año ajetreado', Wiazemsky, una autora apreciada en Francia, ha escrito once novelas y libros misceláneos, entre ellos uno sobre sus experiencias con otro cineasta extraordinario, Robert Bresson, que la descubrió en ‘Al azar, Baltasar' y la sometió a un tratamiento que podríamos llamar de ascetismo libidinoso. No se trata, a mi juicio, de una gran escritora, pero esta obra ahora traducida al español se lee con placer, sin ser necesario para el disfrute sentirse incondicional del autor de ‘Pierrot el loco'. Aparte de las intimidades ‘godardianas' que se recogen, hay interesantes retratos, alguno tal vez demasiado esquemático, de figuras del relieve de Truffaut, Jeanne Moreau, Maurice Béjart, Rivette, Sollers o Bertolucci. Y el libro ofrece escenas memorables, siendo para mi gusto la mejor la del encuentro de Godard, un nervioso pretendiente, con el abuelo de la novia, que no era sino el celebrado escritor católico y premio Nobel François Mauriac. Novelista y cineasta se cayeron muy bien, y ambos, por separado, le resumieron de igual modo a Anne la protocolaria entrevista: ser abuelo de Godard, dijo Mauriac, y nieto de Mauriac, dijo Godard, les aseguraría la fama eterna.      

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11 de abril de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La casa agrietada

Sin grietas no hay filtraciones. Y está visto que las hay y cada vez más. El entero edificio tiene pinta de estar agrietado, puesto que todo acaba derivando en la aparición escandalosa de alguna filtración sobre los secretos de la CIA, del departamento de Estado, del Vaticano o más recientemente de las cuentas corrientes escondidas en paraísos fiscales. Quien impuso la moda llevaba la palabra inscrita en su nombre, Wikileaks, en la que se juntan la idea de la participación de la gente (wiki) con la de filtración (leak), inspirada en la enciclopedia elaborada por la audiencia que lleva el nombre de Wikipedia. El fundador, Julian Assange, está recluido en la embajada ecuatoriana en Londres, donde se refugió en junio de 2012 para escapar a los requerimientos de la justicia para su extradición a Suecia, pero desde allí todavía pretende mantener el liderazgo filtrador que le ha dado notoriedad.

El pasado diciembre anunció la inminente publicación de más de un millón de documentos que afectan a todos los países del mundo. Y así ha sucedido este lunes, cuando Wikileaks ha ofrecido el acceso a 1'7 millones de documentos y comunicaciones diplomáticas estadounidenses, correspondientes al período 1973-1976, en el momento en que Henry Kissinger era consejero nacional y secretario de Estado del presidente Nixon. El habitual sentido de la mesura demostrado por Assange se ha expresado también en la presentación de esta filtración, a la que ha denominado los Cables de Kissinger: "El mayor corpus de materiales de contenido geopolítico jamás publicado". Recordemos el twitt que anunció la filtración de los 250.000 documentos del departamento de Estado o Cablegate en noviembre de 2010: "los próximos meses verán un nuevo mundo, en el que la historia global quedará redefinida".

Ahora la cantidad es mayor, siete veces más en cuanto a número de documentos, pero basta registrar algunos de los titulares de prensa que ha generado para darse cuenta de que está lejos de las filtraciones que lanzaron a Wikileaks a la fama. Los dos que ha publicado EL PAÍS son los siguientes: "Wikileaks revela el lado más turbio de la presidencia de Echeverría en México" y "Wikileaks crea un buscador para los documentos de la era Kissinger. Entre el millón de registros se encuentran las relaciones del secretario de Estado con Franco y la Familia Real española". Aunque otros periódicos han presentado al rey de España como un informador al servicio de Washington al dar cuenta de esta última noticia, los documentos tienen interés casi estrictamente para historiadores. El material publicado ya no está cubierto por el secreto, pues pertenece a la Public Library of US Diplomacy, y Wikileaks se ha limitado a crear un buscador que da acceso ordenado al archivo. Es un buen servicio a la transparencia, pero en este caso Wikileaks no emula al periodismo ni hace filtración alguna, sino que copia a Google.

Además, esta vez Assange no ha tenido suerte, porque pocos días antes se vio desbordado por otra filtración mayor en volumen, profesionalidad y relevancia internacional, esta sí mezcla de periodismo y de filtración, que afecta además a uno de los resortes más secretos e inquietantes del sistema financiero mundial como son los paraísos fiscales. Se trata de la publicación de 130.000 cuentas secretas, seleccionadas de un total de 2'5 millones, que mantenían ocultas clientes y entidades financieras de 170 países, entre las que aparecen BNP Paribas, Crédit Agricole y Deustche Bank.

La organización que ha realizado la filtración es el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación, que dirige el periodista Gerard Ryle, australiano como Assange, y ha contado durante 15 meses con el trabajo de 86 periodistas de 46 países. La lista de evasores no tiene desperdicio, y en ella hay nombres perfectamente previsibles, como el del multimillonario Gunther Sachs o de la baronesa Thyssen, y otros que han desencadenado un terremoto político, como el de Jean-Jacques Augier, amigo del presidente francés François Hollande, tesorero de su campaña electoral y uno de los 130 evasores franceses detectados justo cuando acaba de dimitir el ministro de Hacienda, Jerôme Cahuzac, cazado con una cuenta opaca en Suiza de 600.000 euros.

Offshore leaks es el nombre con que se conoce esta última filtración. Wikileaks está perdiendo la carrera, pero no la reputación. Para denominar el Cablegate, Assange se inspiró en el remoto Watergate de 1973, cuando los periodistas del Washington Post descubrieron el espionaje de Nixon a la sede del Partido Demócrata en el edificio así denominado y terminaron obteniendo las grabaciones que lo avalaban. Todo debía llevar la palabra gate cuando se trataba de celebrar la denuncia ejercida desde la prensa. Ahora, en cambio, todo son filtraciones, leaks, incluso las que no lo son, en homenaje a las inevitables grietas tecnológicas por las que se escapan las informaciones secretas de los Estados y de las entidades financieras.



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11 de abril de 2013
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Qué ir haciendo

El estado de cosas hoy imperante en el registro de las relaciones sociales tiene un tremendo potencial desmovilizador. ¿Cómo, en efecto, mantener el espíritu alerta para objetivos análogos a los descritos en los Manuscritos de Marx, cuando la vida de la inmensa mayoría de los humanos prosigue en situaciones que hacen sonar a sarcasmo las tesis relativas a la plenitud del hombre allí expuestas? ¿Cómo sostener ante los demás (y sobre todo decirse de manera convincente a uno mismo) que, pese a todo, es posible mantener la salud y fertilidad del alma, no aislándose del marco social en pos de una utópica libertad estoica, sino intentando incidir en tal marco, entre otras cosas como resultado de ese propósito mismo de no renunciar, de no hacer genuflexión de la propia razón y la propia palabra.
Pues no deja de ser evidente que en los más sombríos contextos se han forjado en ocasiones las más nobles construcciones del espíritu; construcciones transformadoras no sólo de la subjetividad de quien accede a las mismas, sino también del sujeto colectivo. Y desde luego si la indigencia, la desazón, la injusticia casi ontologicamente destructora, el extravío de las mentes y la corrupción prematura de los cuerpos fueran incompatibles con la creación y la fertilidad, ni la Noche Oscura del alma, ni la Crítica de la Razón Pura, ni Pelléas et Melisande, ni la teoría cuántica serían hoy esa riqueza potencialmente colectiva...que ha de llegar a serlo de manera efectiva.
Y hay aquí un criterio claro para una militancia, una precisa determinación de objetivos: el carácter brutal, injusto y finalmente estúpido de la organización social no impide los frutos del espíritu humano, pero sí impide la apropiación de los mismos por la humanidad como tal, es decir, su inscripción en el registro de valores colectivos y la adecuación a tales valores de las personas en su individualidad y en los lazos entre ellas.
Contribuir a la aparición de condiciones sociales en las que Garcilaso y la Relatividad Restringida sea cosa de todos, como sería asimismo cosa de todos el garantizar la subsistencia material de cada uno: "cualquiera puede realizarse en una rama que él desea, la sociedad regula la producción general y en consecuencia hace posible para mí el hacer una cosa hoy y otra mañana, cazar en la mañana, pescar en la tarde, criar ganado al atardecer, hacer teoría crítica tras la cena, exactamente como mi mente decida, sin llegar a ser nunca cazador, marinero, pastor o crítico", escribe Marx al respecto. Pues bien, conscientes de que no estamos precisamente en ello, sino en el paroxismo de la distribución del trabajo, estando cada uno de nosotros imperativa y hasta amenazadoramente inducidos a atenerse a una parcela abstracta de actividad, inducidos a ser " un cazador, un marinero, un pastor, o un crítico de la crítica y permanecer tal si no se quiere perder los medios de vida"...simplemente nos negaremos a obedecer.
Para empezar haremos todo lo que esté en nuestras manos (digo bien todo lo que esté en nuestros manos) par cumplir ese imperativo categórico de desobediencia, convirtiéndonos así en seres morales.
Haremos lo que sea necesario para no trabajar doce horas (ni once, ni nueve, ni ocho, ni siete ni seis...) y desde luego escupiremos simbólicamente a todo aquel que pretenda que la alternancia a este embrutecimiento sólo tiene alternativa en el paro y complemento en un fin de semana de ocio más brutal aun que el propio trabajo, focalizados en una brutal concreción de la caverna platónica, de la vida reducida a dimensionalidad e inducidos a reducir a hacer matriz de felicidad o tristeza en lo aleatorio de un resultado deportivo. Nos negaremos en suma a que la división del trabajo marque exhaustivamente nuestras vidas y apague así nuestras almas.
Empezando por la facultad de filosofía, que es mi lugar de trabajo, nos negaremos a quedar reducidos a la figura del erudito que es lo designado en la expresión "crítico de la crítica"(forma abstracta del hombre alienado, se dice en otro contexto), es decir: nos negaremos a aceptar el taylorismo intelectual en el seno mismo de lo que habría, al decir de Kant, de ser "[administrativamente] un departamento entre otros y sin embargo toda la universidad"; aspiraremos a un saber a la vez universal y concreto y de manea concreta exploraremos todo aquello que pueda ser útil para esta exigencia de la que la filosofía es emblema . Estaremos atentos a los momentos de ruptura de continuidad en la historia de la ciencia y del arte, aquellas crisis que, tras un momento de desorientación, se han revelado matriz de esplendorosos frutos, "crisis de desarrollo espiritual" decía al respecto el filósofo francés Jean- Toussaint Desanti. La ruptura de continuidad ( en doble sentido pues supone afirmar una primacía ontológica de lo discreto) que supone la teoría cuántica es sin dudo uno de estos momentos álgidos.

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11 de abril de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Revistas femeninas

Si me dieran a elegir entre un Time o un Vogue, no dudaría un momento. Mientras el primero trata de ser una fotocopia de la actualidad el segundo es la actualidad. Una parte de la actualidad, efectivamente, pero incomparablemente más vivaz y prometedora. Si se trata de elegir un mundo, son las revistas femeninas quienes están trabajando para componer el mejor. Tan divertidamente como atractivamente.

Hace años Juan Cueto me decía que para entender bien nuestra sociedad  de los ochenta era mejor leer los anuncios que las informaciones, los faldones de las páginas que los editoriales que las presidían.

Y desde ya tiempo puede decirse lo mismo de las mejores revistas femeninas (y ahora masculinas también, desde Monocle a Gentleman o Esquire). Con las revistas femeninas de calidad ha ocurrido cada vez más que sus análisis de tendencias no son únicamente informaciones de moda textil o cosmética  sino la manifestación de corrientes que traspasan o ensartan todo el corpus de  la contemporaneidad.

Esta cultura de la revista femenina ha sido tan poco atendida por la intelectualidad, autodenominada culta, considerando que sus contenidos pertenecían a los flecos más triviales, insignificantes y caprichosos. Y, encima, de las mujeres.

Desde la sociedad de consumo ahora casi asesinada por la ética de la austeridad, tanto la publicidad y el marketing como la moda en todos sus  aspectos  han ocupado un lugar central, no marginal, en la plasmación del sentir, producir y valorar de su época. Ofrecían y ofrecen informaciones vertiginosas, efímeras o veleidosas pero ¿qué otra cosa fue el delirio de la especulación y sus derivados?

Hoy parece que tal y como están las cosas por el sur de Europa especialmente no hay otro vestido que el luto ni otro maquillaje que el terror. Ante tanto crimen de política económica ¿cómo pensar en bailar? Sin embargo, aún ahora que no parece recomendable otra cosa que rezar rosarios, ver películas de Dreyer y palidecer, las revistas femeninas procuran los datos más elocuentes de los intersticios sociales, prometedores o no. Pero, en todo caso ¿no son sino cosas de chicas?

Pues no. No son una cosa chica sino muy grande el conjunto dinámico que dan a entender. Lo es tanto que pronto todas las publicaciones que queden flotando dentro y fuera de la red dejarán aparte sus sermones extremos sobre el fin del mundo y abrazarán el estilo, a menudo tan estimulante como curativo, del papel couché.

vverdu@elpais.es

Obra pictórica: www.vicenteverdu.net



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10 de abril de 2013
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Cuando éramos de Cristina

Hubo un tiempo en el que las niñas, pero sobre todo las madres españolas, se fijaban muy de cerca en las melenas rubias de las infantas. Elena y Cristina se convirtieron en nombres imperecederos, que iban más allá de los caprichos de las modas y de las santas mártires. Con sus diademas de terciopelo y sus vestidos nido de abeja estampados, las escenas domésticas de la familia real dulcificaban la esperpéntica imagen de la dictadura, aderezada con caspa y collares. Ya con la democracia, casi todas las jóvenes nacidas entre los sesenta y los setenta eran más de Cristina que de Elena. Parecía más espabilada, más simpática, más náutica que hípica. No es que vistiera especialmente bien, pero tampoco arrastraba el aire rancio de la villa y corte, el de los Loden y las mantillas. En una entrevista publicada en Lecturas, aseguraba que estaba contenta de sus primeros 20 años de vida, y añadía: “La libertad e independencia de la mujer es natural y necesaria”. Que, tras unas prácticas en la Unesco, eligiera vivir en Barcelona contribuyó a forjar su imagen de mujer abierta y emancipada que huía discretamente de la Zarzuela y se ganaba una nómina. Pero por aquel entonces ya casi nadie quería ser ni de Cristina ni de Elena. El mundo había abierto sus escaparates mientras las infantas seguían endomingándose con volantes y otras dificultades, bien lejos de emular la elegancia compacta de su madre. Pero el verdadero problema surgió cuando hubo que buscar maridos corriendo, una dislocada carrera hacia el altar de aquellas que, a pesar del salto generacional, si se retrasaban en demasía en contraer matrimonio resultaban sospechosas. Cuántas veces escuché decir: “Cómo me gusta esta pareja”, refiriéndose a Cristina de Borbón e Iñaki Urdangarin. Un matrimonio por amor, se enfatizaba. Paralelamente, las desgracias de la hija mayor del Rey, marcada por las mofas del estigma Marichalar, engrandecieron aún más el triunfo de Cristina. Hasta que se rompió el jarrón. Y de qué manera. La ejemplaridad no sólo se mide por los centímetros de barbilla levantada. Por eso, las últimas imágenes de la Infanta cabizbaja indican no sólo que su imputación es inevitable -y equitativa-, sino el veredicto de un juicio público que le toca soportar sin dramas, y más en un contexto de crisis, desahucios, leyes de transparencia. Cierto es que se trata de una historia sin enemigos. Pero mientras un juez, que según parece actúa con independencia, la imputa, y un fiscal, lejos de señalar con el dedo índice, recurre, resulta innecesario que las cámaras apunten a los menores y los exhiban para ilustrar el caso, sin pixelar, tan rubios como ella cuando hacía los deberes con sus diademas. (La Vanguardia)

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10 de abril de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La moda del super-uso

En los años setenta, un tipo alto, facundo y excura nos cambió la forma de pensar. Publicó buena parte de sus libros con la editorial Barral y hablaba unos 15 idiomas, casi todos a la vez. Su nombre era Ivan Illich, como el turbulento personaje de León Tosltoi. Todo era en Ivan Illich tan asombroso como los tomates que enseñaba en los calcetines cuando se sacaba los zapatos. Pocos le seguían, pero los seguidores fuimos muy devotos.

Ivan Illich era la monda. Quitaba la corteza a lo convencional y dejaba al desnudo lo más obvio. Por ejemplo, calculó que un americano medio invertía 10 años de su vida en atender su coche porque entre multas, reparaciones, seguros, atascos o accidentes se le iba una decena de años de trabajo. Todos improductivos. ¿Por qué no usar pues el transporte público que procura más vida? En México, donde había fundado el CIDOC (Centro Intercultural de Documentación de Cuernavaca), constató que muchos padres compraban a los maestros el certificado de enseñanza de sus hijos porque así los chicos tenían tiempo para aprender realmente en los talleres de la ciudad.

Energía y equidad (1973), La sociedad desescolarizada (1978) o Némesis médica. La expropiación de la salud (1975) denunciaban los exagerados efectos secundarios de la tecnología, la escuela o el hospital, donde la yatrogenia convertía a enfermos leves en graves y a pacientes graves en muertos. Su pensamiento, en fin, era una verbena contra la represión institucional y un escándalo omnisciente que acabó acarreándole la excomunión y la marginalidad. Con todo, Illich dejó en pie su legado a través de la arquitectura, en decenas de casas construidas con el material de desecho de barrios ricos.

Y aquella locura inauguró una tendencia en boga. Nada menos que en Malibú, con multimillonarios por casi todas partes, el arquitecto norteamericano David Hertz terminó en 2011 una vivienda a partir de los restos abandonados de un Boeing 717. La noticia corrió entre profesionales de todo el mundo y con ella se ha revalorizado -junto al creciente prestigio de las basuras- las casas nacidas de vertederos.

Un padre de este movimiento es Michael Reynolds, que en los años setenta encantó a los hippies con su proyecto Earthship, cuya consigna era hacer casas que, metafóricamente, absorbieran "los excrementos" y no que los produjeran. Casas autoabastecidas que navegaban, nacían y morían como los seres de la naturaleza.

En el Estado de Nuevo México, y en Taos, emergieron varias comunas que en los noventa disfrutaban con esta filosofía tanto como irritaban los criterios del gobernador. Pero acabó ahí la cosa. Si lo cool es ahora, tanto en bolsos como en ropa, el "super-uso" o "segundo uso" creativo, en la arquitectura también. Contra la obsolescencia programada del alargamiento de la vida de artefactos y objetos: paneles publicitarios que pavimentan casas, contenedores industriales convertidos en baños, puertas, ventanas, ferrallas, trozos de asfalto cumpliendo labores no inscritas en su primera vida. En la segunda vida empieza el Super-uso, ahora expresado con mayúsculas porque se ha convertido tanto en una filosofía como en un programa y una demanda exquisita (propia de los bo-bos) de la comunidad. Los materiales reciclados inspiran nuevas formas y tanto la textura imprevista como sus colores descontextualizados prestan un aspecto singular.

Es un caso semejante al que se ha derivado de los bolsos Freitag, fabricados con neumáticos gastados, cinturones de automóviles y telas o plásticos usados. No hay dos iguales y de ahí su excepcionalidad, son de reciclaje y de ahí su moralidad.

Curiosamente si los Freitag reproducen el apellido de los dos hermanos suizos que diseñaron 40 modelos y ahora venden más de 150.000 unidades al año, varios estudios de arquitectura suizos como BABL o In Situ comparten la misma ambición. Construir con lo destruido, llevar la segunda mano (la segunda vida) al modelo de la resurrección. Es decir, apocalipsis puro.



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10 de abril de 2013
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El Boomeran(g)
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