Vicente Molina Foix
El 21 de julio de 1967, poco después de haber contraído matrimonio civil con la joven actriz Anne Wiazemsky, Jean-Luc Godard le propuso el alcalde que les había casado registrar a la pareja de un modo distinto al habitual: en vez de que la mujer añadiera al suyo el apellido del marido, él quería perder el Godard y figurar en el registro como Jean-Luc Wiazemsky. No fue posible, pese a la larga discusión administrativa que siguió al casamiento y la probada facundia verbal del gran cineasta francés de origen suizo. Esa noche, celebrando modestamente el enlace en un bar de Saint-Germain-des-Près, Anne tuvo que oír de labios de una mujer despechada y bastante mayor que ella lo siguiente: "Los hombres que se te quieran tirar pensarán que se están tirando también a Godard. Nunca sabrás si te desean a ti o a él".
Ignoramos si el sortilegio de la amiga rencorosa se cumplió, pues lo que Anne Wiazemsky cuenta en ‘Un año ajetreado’ (Anagrama, 2013, traducción de Javier Albiñana) es la fulgurante historia del romance entre sus dos protagonistas, promovido por la carta de admiración rendida que ella, con diecinueve años, le escribió en 1966 al director diecisiete mayor que ella, después de haber visto su película ‘Masculin-Féminin’, y la respuesta de él, que fue avasalladora: se vieron, se comportaron al principio como novios modosos, pero Godard se enamoró locamente y no cejó hasta que la muchacha cedió y, venciendo las resistencias familiares, se fue a vivir a su lado en un piso comprado a tal efecto. El idilio no duró mucho.
Todo lo que toca Godard hace temblar al mundo. Cambió con ‘A bout de souffle’ (aquí llamada ‘Al final de la escapada’) el curso del cine contemporáneo, siguió trastocándolo y, más tarde, saboteándolo con geniales panfletos de distinta coloración política, y hay contados cineastas -yo pondría con él a Bergman y Pasolini- que hayan influido tanto en el lenguaje fílmico de la modernidad. En el amor, lo mismo. Wiazemsky sigue sin librarse del ‘fantasma’, pasados casi cincuenta años de aquel episodio, y su musa icónica de los años 60, Anna Karina, todavía hoy no puede oír impávida el nombre de Jean-Luc; lo sé porque lo pronuncié, insospechadamente, coincidiendo con la maravillosa actriz en un jurado internacional de cine, y tuve que cambiar de conversación ‘ipso facto’. Sólo con eso le devolví la sonrisa.
Antes de este ‘Un año ajetreado’, Wiazemsky, una autora apreciada en Francia, ha escrito once novelas y libros misceláneos, entre ellos uno sobre sus experiencias con otro cineasta extraordinario, Robert Bresson, que la descubrió en ‘Al azar, Baltasar’ y la sometió a un tratamiento que podríamos llamar de ascetismo libidinoso. No se trata, a mi juicio, de una gran escritora, pero esta obra ahora traducida al español se lee con placer, sin ser necesario para el disfrute sentirse incondicional del autor de ‘Pierrot el loco’. Aparte de las intimidades ‘godardianas’ que se recogen, hay interesantes retratos, alguno tal vez demasiado esquemático, de figuras del relieve de Truffaut, Jeanne Moreau, Maurice Béjart, Rivette, Sollers o Bertolucci. Y el libro ofrece escenas memorables, siendo para mi gusto la mejor la del encuentro de Godard, un nervioso pretendiente, con el abuelo de la novia, que no era sino el celebrado escritor católico y premio Nobel François Mauriac. Novelista y cineasta se cayeron muy bien, y ambos, por separado, le resumieron de igual modo a Anne la protocolaria entrevista: ser abuelo de Godard, dijo Mauriac, y nieto de Mauriac, dijo Godard, les aseguraría la fama eterna.