La muerte de la novela En el último ensayo de Luis Goytisolo la noticia, tantas veces anunciada, de…
La muerte de la novela En el último ensayo de Luis Goytisolo la noticia, tantas veces anunciada, de...
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La muerte de la novela En el último ensayo de Luis Goytisolo la noticia, tantas veces anunciada, de...
En el vestíbulo del hotel The Torch, el edificio más alto de Doha, en The Pearl, donde anclan los yates más presuntuosos de Qatar, o en el higienizado zoco de la capital del país con mayor renta per cápita del mundo sólo tengo ojos para ellas, cubiertas de negro la cabeza a los pies. Porque mientras en las piscinas del Intercontinental las turistas se pasean en bikini, una legión de mujeres árabes contrarrestan el paisaje epidérmico velando su identidad. “Es por tradición, son fieles a sus creencias”, me dice una mexicana que se ha mimetizado de tal forma que lo considera una costumbre muy respetable. “Es algo cultural -añade- como cuando ustedes se ponen el traje de flamenco”, y por un momento tiemblo ante la posibilidad de que alguien nos impusiera los faralaes como código de vestimenta. Escandalizadamente etnocéntrica, le respondo que además de tener que andar a tientas, algo bien incómodo a ciertas edades, esas mujeres carecen de rostro público. “No lo había pensado”, responde con su rímel y su traje gris. La interpretación literal de los versos del Corán en los que Mahoma insta a que se hable a las mujeres tras un velo -literalmente, una cortina- no superaría con éxito un examen de comentario de texto de bachillerato. El rigorismo islamista entendió que las mujeres debían quedar cubiertas por la cortina, llevando al extremo la imagen plástica del profeta. “Lo hacen por religiosidad personal pero también por comodidad”, afirma un joven esposo en la cola de embarque. Su mujer va cubierta de la cabeza a los pies, pero cuando llegamos a la T4 se ha desenmascarado y luce un hiyab fashion de los que escribía hace unos días en este periódico. Otra mujer qatarí, cubierta de negro como un fantasma, me confiesa que de esa manera no se siente intimidada por la mirada de los hombres. Pienso en la deriva de las sociedades donde sus mujeres aún son intimidadas por la mirada masculina. Sólo lo políticamente correcto habrá impedido que algún audaz editor de moda no haya fotografiado la nueva colección de complementos primavera-verano sobre los niqabs que cubren a las mujeres del Golfo. No se puede frivolizar con este tema, habrían dicho en la redacción. Demasiado esnob y socialmente condenable. Ahí está el Gobierno indonesio, que se rebela contra el rancio certamen de miss Universo por atentar contra la moral. O las azafatas de Turkish Airways, que ya no podrán pintarse ni los labios ni las uñas de rojo. Ese miedo a colorear la feminidad y amordazarla en el espacio público, en nombre de la fe. Ese regenerado ímpetu fundamentalista que ha reducido las primaveras árabes a la noche de los tiempos. “En privado, son mujeres arrolladoras”, me asegura un diplomático veterano en la zona. Cómo no. (La Vanguardia)
El viejo partido Colorado regresa ahora al poder con el empresario de múltiples negocios e intereses Horacio Cartes, demostrándose así que en el subibaja que es la política latinoamericana pueden sentarse tanto un ex cura que llega a la silla presidencial gracias a las esperanzas de los más pobres, tal el caso de Lugo, como un millonario que se proclama ajeno a la política al grado de no haber votado nunca antes, tal el caso de Cartes, favorecido por la ingenua convicción de tantos votantes, de que quien ya tiene mucho no necesita robar desde la presidencia: "No me afilié al Partido para hacerme rico", dice él mismo, "ya tengo todo y de todo".
Banquero, y dueño de dos docenas de compañías que van desde productoras de tabaco y cigarrillos a embotelladoras de bebidas, haciendas de ganado y mataderos, centros comerciales y empresas de transporte, debe también su fama al futbol, pues es el propietario del equipo Libertad, y se le acredita haber llevado a la selección paraguaya a los cuartos de final en el mundial de 2010 en Sudáfrica; lo mismo que se ponen en su cuenta amoríos con estrellas de la pasarela y de la televisión, aunque en este último caso sabe usar esa vieja retórica cursilona, tan latinoamericana también, al afirmar que durante su presidencia, "la primera dama va a ser la patria".
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Gone Girl (Perdida en la edición española) es un ejemplo elocuente de la falsedad de ese axioma según el cual una novela de género, y más aún si encima está siendo un éxito mundial de ventas, deba ser necesariamente mala, o de lectura intrascendente. Y se da la circunstancia de que Perdida no sólo es una obra de género (un thriller) sino que encima ha logrado desbancar a Cincuenta sombras de Grey en la lista de libros más vendidos.
Sin sumarme ahora a la impresionante lista de encendidos elogios aparecidos en prestigiosos medios de comunicación de Estados Unidos y reproducidos en la contracubierta de la edición española, considero que Perdida es una novela muy notable y que merecería la clase de entusiasmos que ya ha cosechado si no fuera por una circunstancia negativa que comentaré más adelante. De momento me limito a matizar la condición de "obra de género" a la que he aludido más arriba. Al decir de una novela que es un thriller, gótica, de ciencia ficción o lo que sea (últimamente ha surgido una gran adicción a los zombies y los vampiros), se está aludiendo a la existencia de una especie de contrato entre el lector y el autor mediante el cual el primero acepta las reglas de juego que plantea el segundo. Mientras éste respete sus propias normas, el lector da por bueno lo que se le ofrece y renuncia a recurrir en exceso a la lógica, la verosimilitud o el realismo, todo ello con vistas a no poner trabas ni dificultar el desarrollo del relato. Con una fórmula así de sencilla se han creado obras notabilísimas y que están en las bibliotecas de todos.
La propuesta de Gillian Flynn es realmente ingeniosa y maneja de forma muy brillante las coordenadas del trhiller : el mismo día en que un matrimonio joven, aparentemente sólido y bien avenido, se dispone a celebrar su quinto aniversario, la esposa desaparece abruptamente. Con esa inexplicable desaparición, una cotidianidad normal e incluso feliz, empieza a cobrar tintes angustiosa y progresivamente sombríos porque, según pasan los días, la evidencias que van surgiendo aquí y allá incriminan inequívocamente al esposo, que ve cómo la policía, los vecinos, la familia de la desaparecida y los medios de comunicación acaban creando un clima cada vez más inculpatorio. Debido a la trama diabólicamente urdida por Gillian Flynn, el lector va de sorpresa en sorpresa hasta quedar a merced de lo que vaya a pasar en el capítulo final.
La técnica elegida por Gillian Flynn para contar esa historia es de una sencillez tan palmaria como eficaz: da voz alternativamente a marido y mujer para que cuenten en primera persona sus respectivas versiones de lo que está pasando y, de paso, dejen constancia de sus conductas y decisiones desde que se conocieron. El desfase temporal que se da entre ambos relatos (el marido es el encargado de dar cuenta del presente y desentrañar la complicada realidad que va surgiendo a la luz según pasan los días, mientras que la esposa va facilitando los datos que complementan, amplían y contradicen la versión del marido) crea una especie de perspectiva y da un respiro al lector para ir hilvanando sus propias conclusiones. El planteamiento y el desarrollo de la trama son tan solventes que el lector, aunque ya sin aliento, podría llegar subyugado hasta el desenlace que pondrá paz y fin a tantos sobresaltos.
La circunstancia negativa a la que aludía antes puede ser achacada a una desgraciada falta de contención por parte de Gillian Flynn. Está tan segura de sus recursos narrativos y está tan entretenida retorciendo el curso de los acontecimientos para lograr dar una vuelta más a la tuerca, que a partir de un momento determinado la historia se le va de la mano. He dicho que en una novela de género el lector no debe recurrir a la lógica ni a la verosimilitud. Pero sólo hasta cierto punto. Y si el personaje que lleva la iniciativa en esta historia (la esposa) ha necesitado años para urdir un plan A que le permita lograr sus propósitos, cuesta creer que si falla ese plan A, tan meticulosamente preparado, puede ser sustituido sobre la marcha por un plan B improvisado y repleto de incongruencias. Con el agravante de que, a partir de ahí, la policía, los vecinos, la familia, la prensa, el marido y el lector, deben aceptar ciegamente las sucesivas manipulaciones que sufre la trama para lograr que el relato avance hacia su final y no pierda fuelle, o para sortear el peor error en que puede caer una obra de género, y que consiste en dar tiempo al lector para pensar y preguntarse si no están abusando de su buena fe.
Podría aventurarse también que es un problema de ritmo. El planteamiento, nudo y una parte importante del desenlace están llevados con un ritmo tan pausado y complacido (un taurino diría "carga tanto la suerte") que llegada la hora de la verdad el final se alarga innecesariamente, quizá para evitar que parezca un bajonazo propinado de cualquier manera. Y es una pena porque hasta un momento perfectamente reconocible la novela era extraordinaria y merecía un remate de la misma altura y acierto.
Perdida
Gillian Flynn
Random House
Antes de recordar el trasfondo que conduce a Marx a sostener algo tan radical veamos algún corolario. Aunque al parecer la etimología es coincidente, la estupidez nada tiene que ver con esa estupefacción en la que Platón y Aristóteles situaban el origen de la filosofía. El estúpido es alguien que tiene neutralizadas sus capacidades para la percepción y el discernimiento empezando por los sentidos que pierden los rasgos específicos que tienen cuando se trata de la especie humana. El término "bêtise" usado como traducción de estupidez en francés lo expresa a maravilla: cuando caemos en la estupidez, nuestros sentidos se animalizan o bestializan, lo que permite a Marx escribir:
"En lugar de todos los sentidos físicos y espirituales ha aparecido así la simple enajenación de todos estos sentidos, el sentido del tener. El ser humano tenía que ser reducido a esta absoluta pobreza para que pudiera alumbrar la riqueza interior [de ese tener]".
Karl Marx, Manuscritos del 44 (Tercer Masnuscrito. Propiedad privada y comunismo)
Francis Scott Fitzgerald La figura de Scott Fitzgerald se convierte, poco a poco, en central en la...