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2. Póker de ases

Ya sabemos que el canal por Nicaragua es el más completo de todos, con un costo que para empezar ha sido calculado en 40.000 millones de dólares, equivalente a cinco años del Producto Interno Bruto del país, y no deja nada que desear, todo un póquer de ases: un canal para barcos de toda especie y tamaño, un ferrocarril transoceánico, carreteras, un oleoducto, puertos en cada costa, aeropuertos, zonas libres de comercio, y todo ha sido puesto en manos de la HK Nicaragua Canal Development, con domicilio en Hong Kong pero inscrita en Gran Caimán, y que tiene un solo dueño, Wang Ying.
Según voceros del gobierno de Nicaragua, las múltiples obras de este canal, cuando empiecen, producirán nada menos que un millón de empleos (la población económicamente activa en Nicaragua es de 2 millones de personas) y el PIB crecerá, para empezar, en un 15% anual. Los milagros de la Biblia se quedan lucen pálidos y desmadejados en comparación, que mar Rojo ni qué nada, la vara de Wang Ying es más poderosa que la de Moisés.
El canal seco que atravesará Honduras, un poco más modesto, cuesta la mitad del de Nicaragua, 20 mil millones de dólares, pero su ferrocarril de alta velocidad será alimentado por la energía producida por una planta instalada en el golfo de Fonseca, que utilizará "fuerza mareomotriz". Tanto el diseño del proyecto, como su construcción, estarán a cargo de la empresa China Harbour Engineering Company. El acuerdo entre el gobierno de Honduras y la empresa están a punto de firmarse, según el presidente Porfirio Lobo.

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28 de junio de 2013
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Jóvenes turcos

Un día de agosto del verano pasado íbamos tres amigos españoles dando un paseo al atardecer por la cornisa marítima de Datça, deliciosa ciudad de la costa sudoeste de Turquía situada en una península que separa el Egeo del Mediterráneo. De repente sonó un cañonazo, y a continuación la voz del almuédano, pero sólo ese cántico, después del estruendo, nos devolvió a la realidad religiosa: estábamos en pleno mes de Ramadán, y el doble aviso proclamaba el fin del tiempo de ayuno, aunque en las terrazas y bares de Datça los ciudadanos locales, hombres y mujeres, comían y bebían y fumaban desde la hora en que llegamos nosotros, anterior a la del almuerzo.

    Había estado antes varias veces en este bellísimo país, nunca durante el  Ramadán. Desde que, hace más de diez años, gobierna el partido AKP, islamista moderado según los politólogos y los periodistas occidentales, la dicotomía entre lo nuevo y lo viejo se dejaba notar en la vestimenta y la geografía. Estambul, y no sólo en la llamada parte europea de Gálata, Besiktas y Beyoglu cercana a Taksim, tenía un predominio de mujeres sin velo y muy sueltas de actitud; la mujer es la medida humana de libertad que se ha de sopesar primeramente en las sociedades musulmanas. Pero si el viajero se adentraba en Anatolia, en el sur más rústico y llegaba a la cada vez más turística costa licia, tan atractiva y bien cuidada por las autoridades, el paisaje cambiaba. El velo era portado unánimemente, y las mezquitas florecían, de un año a otro, a veces plantadas con gran fealdad en descampados y carreteras, como utilitarias estaciones de servicio para reponer el espíritu. Y eso en un país que tiene algunos de los monumentos religiosos más extraordinarios de su religión, y un arquitecto clásico, Sinán, que destaca mundialmente en un siglo tan lleno de genio constructivo como lo fue el XVI.  

      Comprobar, sin embargo, como lo pudimos hacer mis amigos y yo el verano pasado a lo largo de veinte días, que una buena parte de los turcos observados o conocidos, en la tripulación de un barco que nos llevaba por la costa, en los puertos de amarre, en esa poblada ciudad de Datça donde terminó el viaje, no seguía el sacro principio del ayuno en Ramadán, fue una sorpresa inesperada y un indicio de esperanza libertaria; hablo naturalmente como un extranjero laico, laico en todas las religiones existentes, incluida la autóctona. Y como lo comprobado en diversos puntos del país durante ese viaje no era secreto ni clandestino, al volver lo conté a amigos musulmanes, en Madrid, en París, en Marruecos, y todos tuvieron que hacer un gran esfuerzo de credibilidad en mi sinceridad para aceptar que lo imposible para los naturales de los países de implantación musulmana mayoritaria, comer y beber en público durante las horas de ayuno anual, en la Turquía gobernada con mano férrea por el santo varón Erdogan era común.

    Aquel 11 de agosto, aún en Datça, cenamos los tres españoles al borde de la orilla mediterránea. La oferta de restaurantes era grande y el pescado expuesto en los mostradores refrigerados muy apetitoso, pero en vez de mirarles las branquias a los peces hicimos una elección ideológica para la fritura: la tomaríamos en el ‘Atatürk', en el que los camareros servían uniformados con una camiseta negra estampada con la efigie del padre de la república y el maître era una mujer joven con pantalones y largo pelo desparramado que, al interesarme yo por esa conexión entre gastronomía y nomenclatura política (expresándole de paso mi admiración por la figura del histórico estadista), me regaló una camiseta igual a la del uniforme, que conservo y he estado tentado de ponerme estos días como gesto de pronunciamiento.

   Esas imágenes esperanzadoras del verano pasado, provenientes de un país que aún aspira a entrar en Europa y sigue gobernado por un partido cuyas ideas sociales y morales, para mí aborrecibles, parecían haberse templado, cobran ahora otra resonancia. Y se han de poner en el contexto de la terrible desilusión hacia los movimientos de la ‘primavera árabe', que en países de larga tradición civil como Egipto o Túnez corren el riesgo de caer en manos de otros supuestos islamistas moderados que están imponiendo dogmas en lugar de leyes y tolerando crímenes cometidos contra la libertad de expresión y de género. Claro que el dogmatismo de las religiones de libro no sólo late en el Islam; pensemos en nuestro propio imán Rouco Varela, que no necesita minarete para lanzar ‘fatwas' a las madres gestantes, o en el obispado francés sufragando y organizando, con consignas vaticanas, las manifestaciones de discriminación homosexual.

     El primer ministro Erdogan, como hemos demostrado, no detiene en los veladores a quienes comen cuando el Corán lo prohíbe. Tampoco, que yo sepa, ha quitado de tantísimas plazas públicas de su país las estatuas de Mustafa Kemal, rebautizado Atatürk (Padre de los turcos) desde que lideró las guerras anticoloniales, acabó con el imperio otomano y fundó en 1923 la república laica y moderna que presidió hasta su temprana muerte, a los 57 años, en 1938. Atatürk, un hombre apuesto y presumido, da muy bien en las fotos y queda en las estatuas como un galán de cine mudo forzado a posar como héroe sin espada. Pero nadie es perfecto. Dicen que el gran propulsor de los derechos igualitarios de las mujeres turcas, casado cumplidos ya los cuarenta, no se llevaba bien en privado con su esposa; en ceremonias públicas y en viajes de estado, sin embargo, la instauró como primera dama, algo nunca visto por esas latitudes. Me ha hecho ilusión ver su efigie cosmopolita (le gustaba la pajarita y el cuello duro, aunque sin desdeñar los gorros de cosaco) en las banderas que agitan los jóvenes turcos de hoy. Protestan no sólo contra un atropello urbanístico que esconde una manipulación sectaria. También nos recuerdan esos manifestantes que el gobierno presidido por el moderado Erdogan no quiere que ningún súbdito suyo beba, en ninguna fecha del año, alcohol; que las mujeres recuperen derechos amenazados; que los escritores y periodistas escriban lo que piensan (Reporteros sin Fronteras y otros organismos de defensa de la profesión sitúan a Turquía, con 75 de ellos actualmente en prisión, en cabeza de los países que reprimen a los informadores).

    Quizá sea oportuno para terminar recordar, como lo ha hecho hace unos días en La Vanguardia el periodista español Tomás Alcoverro, gran conocedor de la zona, que el tres veces electo en las urnas Recep Tayyip Erdogan sufrió una condena de diez meses tan sólo cuatro años antes de tomar el poder por difundir este texto: "Las mezquitas son nuestros cuarteles, sus cúpulas nuestras lanzas, sus minaretes nuestras bayonetas y la fe nuestros soldados". Lo dicho: un moderado.

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27 de junio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La jaula de Faraday

Sirve una coctelera, una caja forrada de tela metálica o un refrigerador. Las ondas electromagnéticas no pasan, como sucede con el relámpago que da en un avión en pleno vuelo. Es la caja de Faraday, un efecto electrofísico descrito por el cientítico inglés del mismo nombre. Estos días se ha puesto de moda porque sirve para evitar que funcionen los teléfonos móviles o las señales digitales. Edward Snowden, antes de reunirse con sus abogados en su hotel de Hong Kong, les pidió que metieran sus teléfonos móviles en la nevera, según ha comentado con sorna Heather Murphy en el blog The Lede del New York Times.

Hay otros sistemas, como el que usan algunos políticos españoles especialmente susceptibles y angustiados: piden a sus interlocutores que dejen el teléfono fuera de su despacho o quiten la batería. Puede que sea inútil, pues hay teléfonos y ordenadores que siguen funcionando sin energía. Estamos entrando en una nueva era, se nos dice a propósito del mundo digital. Julian Assange la anunció referida a las relaciones internacionales, transformadas por la publicación de los Cables del Departamento de Estado o Cablegate.

El fundador de Wikileaks había abrigado la quimera de un mundo tranparente, en el que los benéficos hackers agrupados en organizaciones como la suya, pondrían a disposición de los ciudadanos los secretos ocultos del poder político o económico. Pero los hechos le han desmentido y ahora Edward Snowden, con sus revelaciones y luego con los esquinazos memorables que le está dando a sus perseguidores, nos demuestra que efectivamente estamos en la era nueva de la transparencia, pero no del Estado ante el ciudadano sino del ciudadano ante el Estado. Todos espiados.

Es la era de los espías. Como en la guerra fría, pero con una tecnología de alcance perturbador, que destruye la vida privada, una de las grandes conquistas de la era burguesa que ahora agoniza. Las libertades individuales, el derecho de prensa e imprenta y la misma democracia se asientan en la noción de que hay una vida pública que a todos nos concierne y otra privada que es cuestión de los individuos y en la que nadie puede inmiscuirse. Lo más prodigioso es que la brillante idea de convertir las vidas privadas en objeto de un control exhaustivo no fue de un depravado ingeniero social, un totalitario de la mente, sino de uno de estos jóvenes emprendedores, liberales e incluso ácratas, que están en el origen de las redes sociales, negocios fabulosos para quienes los conciben. Mark Zuckerber, el creador de Facebook, fue el primero en confesar que el contenido de su negocio era la vida privada de la gente.

Las redes son maravillosos difusores del poder social. Quienes las usan pueden utilizarlas para organizar revueltas sociales como en Turquía y en Brasil o entregar su vida privada a quienes negocian con esos datos al parecer tan valiosos. Aunque Edward Snowden haya evitado de momento la detención y provocado una crisis diplomática entre Washington y tres capitales (Moscú, Pekín y Quito), sus revelaciones señalan bien a las claras quien lleva la delantera en la carrera entre la libertad y el control en el ciberespacio. Obama no es el presidente que continua el Estado de excepción implantado por Bush con la guerra global contra el terror, tal como le pintan maliciosamente sus adversarios, sino el líder con el que entramos en una nueva y temible era del control de la información, gracias a la estrecha colaboración entre las multinacionales punteras de la tecnología y los servicios militares y de espionaje.

Por fortuna no es un combate lineal. Nunca se puede dar todo por perdido. Lleva ventaja el control por parte del consorcio público-privado de la información digital, auténtico heredero del todopoderoso complejo militar industrial que denunció Eisenhower al dejar su presidencia. Pero el precio que están pagando las empresas y la diplomacia estadounidenses en imagen y en influencia global es realmente oneroso. El desgaste afecta incluso al nuevo secretario de Estado, John Kerry, que ha hecho declaraciones contra China y Rusia de una ingenuidad impropia de su prestigio y veteranía. Así es el nuevo mundo multipolar, en el que Washington tiene menos palancas y mayores dificultades para encontrar aliados cuando le pillan con el carrito de los helados.

El chiste que suscitó hace ya muchos años la China de Deng Xiaoping, que había sintetizado lo peor de los dos sistemas, se está haciendo realidad también para el conjunto del planeta; éste es el nuevo modelo global: mercado capitalista y control totalitario de los individuos. Nada será gratis en esta nueva era. Quien quiera derechos, que se los pague. Solo la fracción ínfima de los muy ricos podrán pagar por los nuevos derechos privatizados. A las nuevas clases medias emergentes se les ha lanzado un señuelo y luego de las va a desposeer. Quien quiera privacidad deberá contar con dinero y medios para construirse la jaula de Faraday que le mantenga a resguardo de los nuevos y todopoderosos fisgones.



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27 de junio de 2013
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Cuando Cupido es un algoritmo

Hace bien la campaña de Coca-Cola en recordar que hubo un tiempo en que los bares eran lugares donde se ligaba. Esa nostalgia de la poética del bar, con su cruce de miradas de punta a punta de la barra -asistida por unos taburetes que favorecían la inclinación del cuerpo hacia delante, como en propulsión para iniciar el cortejo-, ha sido sustituida por la asepsia de la pantalla. Sin humos y con amplias cartas de infusiones, incluso con tickets para pedir la bebida o ir al baño, los espacios con mística han sido sustituidos por los llamados civilizadamente “establecimientos de ocio y recreo”, caracterizados por la actual ideología de parque temático. Mientras el roce humano o la caída de párpados en un bar resultan hoy embarazosos o grotescos, más de la mitad de los solteros buscan pareja a través de los portales de citas on line. Pero, aparte de la creciente aceptación social de un asunto que hace no tanto era poco menos que reducto de raritos, el mundo del ciberligue se ha convertido en un floreciente negocio que, el año pasado, superó los 2.000 millones de dólares de ingresos en EE.UU. y Europa. Internet se considera un buen sitio para ligar, aunque sin demasiada reflexión sobre cómo cercanía y distancia se confunden hasta el extremo de enmascarar la verdadera identidad. Y no por principios, sino porque el ritual activa las teclas de nuestra esfera imaginativa. El tiempo de espera entre mensaje y respuesta, las frases cortas, el suspense, el cling del correo que trae el OK esperado y, sobre todo, el juego adictivo de flirtear atrincherado tras una pantalla, sin ver ni oler al otro, componen una nueva cartografía prometedora para editar un nuevo amor. Las gurús en estos asuntos sostienen que los hombres le dedican mucho más tiempo que ellas e incluso mantienen varias implicaciones emocionales a la vez, mientras que las mujeres confiesan aficiones más convencionales, transmiten cierta pasión o entusiasmo al expresar sus principios y saben mentir lo justo y necesario. Porque un 80% de los consumidores de ciberligue miente, según un estudio de la Universidad de Cornell. Esas cosillas: edad, kilos, centímetros, asuntos de familia e incluso trabajos estupendos. Cuando Cupido se convierte en una puntocom, la química se sustituye por el algoritmo. Los solteros que practican suelen declararse cansados, agotados de tentativas infaustas. Pero lo más asombroso de todo es que, en el caso de quienes conocieron a sus parejas a través de un portal y han prosperado, abundan los que deciden confeccionar un relato diferente, inventar una nueva biografía para su nueva historia de amor: decir, por ejemplo, que se conocieron en un bar…

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26 de junio de 2013
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1. El dragón colosal

El viento del Oeste sopla sobre Centroamérica con fuerza mágica, y nos abrasa el aliento del Dragón colosal. Bien podemos decir que la estrella roja de la gran marcha brilla con fulgores de progreso en nuestro cielo. En este pequeño istmo que Neruda llamó la garganta pastoril de América, tendremos pronto, si las esperanzas de los gobiernos se cumplen, al menos tres canales interoceánicos, uno acuático y otros secos, financiados y construidos todos por compañías privadas o estatales de la República Popular China.
Canales para que navegue cómodamente de un océano a otro los supertanqueros post Panamax, ferrocarriles eléctricos de alta velocidad de costa a costa, oleoductos, refinerías, puertos automatizados, plantas eléctricas que usarán la fuerza de las mareas. Se removerán montañas y desaparecerán selvas. Los ríos cambiaran de cursos y se excavará el piso de los lagos. Ponga en su lista de deseos lo que mejor imagine, que este supermercado de ilusiones es infinito y los jerarcas y empresarios chinos están para servir la riqueza a domicilio.
Si hacemos bien las cuentas, los canales serán cuatro en una misma región geográfica, porque el de Panamá ya existe; cinco, si tomamos en cuenta el proyecto de construir en Costa Rica una supercarretera entre el Caribe y el Pacífico, no se olvide que es el único país que tiene relaciones diplomáticas con China Popular, y ha recibido recientemente la visita oficial de su presidente Xi Jinping; y seis, si incluimos a Colombia que negocia con China la construcción de su propio canal seco, entre Bahía Solano en el Pacífico y Acandi en el Caribe, muy cerca de la frontera con Panamá, obras a cargo de la China Railroad Engineering Company. Y podrían ser siete, si tomamos en cuenta el canal proyectado por México en el istmo de Tehuantepec, y hasta ocho, pero El Salvador no puede entrar en la cuenta pues no tiene costa al Caribe.

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26 de junio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Algún día hablaré de África

El narrador, Binyavanga Wainaina, empieza a contar su visión personal de África cuando él tenía cinco años (1978) y pone fin a su relato cuando tiene treinta y tantos años (2010) y ya es un escritor de prestigio que redondea sus ingresos impartiendo clases de escritura creativa en diversas universidades de Estados Unidos. No creo exagerado calificar de "ambicioso" el proyecto de Binyavanga Wainaina porque hablar de África en términos que resulten comprensibles para un lector occidental es un empeño difícil y plagado de arteras trampas. La primera y más obvia es la del idioma. A todo hijo de una colonización se le plantea la disyuntiva de utilizar (y por lo tanto desarrollar, enriquecer y universalizar) su lengua materna o bien usar la del conquistador, más articulada y por general más apta para expresar las complejidades de la civilización dominante y mal llamada superior. Obviamente, en el caso de un keniata actual, el inglés le ofrece unas expectativas de audiencia (ventas) inmensas, aparte de que la infraestructura cultural que arropa a un escritor anglosajón (trabajo en universidades, venta de colaboraciones a medios especializados, giras de conferencias, etc) es incomparable respecto a las que le cabe esperar si decide expresarse en la lengua de cualquiera de las innumerables etnias minoritarias. En todos los países del mundo, cuando una minoría se sabe amenazada de muerte por una potencia superior, las llamadas a la salvación de la lengua y la tradición pasan a ser un valor equivalente al de la religión, y son conocidas de todos las fatigas que les esperan a quienes van por libre y no comulgan ciegamente con el credo oficial. Así pues, para un keniata elegir escribir en inglés, tiene por fuerza que ser el fruto de una larga y ardua decisión y en cualquier caso pone de manifiesto una muy profunda contradicción. Sin embargo, como sin duda aprenderán los lectores de este libro, es una indelicadeza imperdonable señalarle a un keniata sus contradicciones, razón por la cual no insistiré en ello, máxime cuando es un tema que el propio autor no plantea abiertamente.
Otra de las graves y obvias dificultades a las que se enfrenta quien quiera hablar de África es que ésta no existe como entidad diferenciada: harto de la serie de generalidades y tópicos que los primeros viajeros clásicos difundieron sobre África, y de la visión que los viajeros actuales más superficiales (por no llamarlos turistas) suelen ofrecer al regreso de sus periplos por el continente africano, Binyavanga Wainaina se quejó a través de la revista Granta de la persistencia de esos tópicos pasados y actuales, y anunció públicamente su intención de aportar algún día su propia visión. Y  de ahí que el presente relato se llame como se llama.
Quede claro sin embargo que Binyavanga Wainaina, pese a que la tentación ha debido de rondarle casi de continuo, no ha caído en la trampa de escribir un panfleto antipanfletario. Es decir, que en su afán por sacar a relucir lo que los occidentales no ven no ha recurrido a negar lo que de auténtico hay en lo que sabemos de África, y que cualquier viajero avezado se ocupa de tener en mente porque sería imperdonable verse cazado como un pardillo en lo relativo a las guerras y los vaivenes geopolíticos, las condiciones de seguridad del territorio a visitar, los requisitos sanitarios y, en general, el panorama que va a encontrar. Sin ocultarlo, pero sin hacer sangre tampoco sangre de ello, Binyavanga Wainaina hace referencias continuas a los avatares por los que ha pasado Kenia desde la muerte del "padre de la patria", Jomo Kenyatta (1978) hasta la actualidad, con todos los problemas derivados de las luchas por el poder, o de las consecuencias de la política de Idi Amin en Uganda. La propia madre del narrador era ugandesa y su presencia en Kenia estaba relacionada con las persecuciones políticas del dictador ugandés, aparte de que, una vez casada y establecida en Kenia, la suerte de sus parientes en Uganda, o las repercusiones de las sucesivas oleadas de refugiados, será un tema de preocupación familiar continua. También tienen cabida los conflictos en los países limítrofes, o los problemas post apartheid de África del Sur cuando el narrador asiste a la universidad allí. Pero lo que de verdad interesa a Binyavanga Wainaina es el relato civil, la gente normal y corriente, como su propia familia o sus amigos desde la infancia a la madurez, las confluencias culturales y étnicas y, sobre todo, los referentes mediáticos de cada momento, algunos sorprendentes, como Michael Jackson, pero en su mayoría ídolos nacionales, todo ello en medio de un sinfín de noticias de primera mano acerca de bodas, colegios, modas en el vestir y el cantar, las relaciones amorosas y de amistad, las borracheras y los recursos de cada cual para sobrevivir y labrarse un futuro. Todo ello contado con un lenguaje conciso y percutante pero con unas resonancias poéticas y unas imágenes muy imaginativas y sugerentes. Uno de esos libros que mientras los lees transmiten la certeza de que los acabarás siendo más sabio y mejor informado. Es decir, transformado.

Algún día escribiré sobre África
Binyavanga Wainaina
Editorial Sexto Piso



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25 de junio de 2013
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La extraña lengua

Yanko Goorall, sobrevive al naufragio en las costas británicas del vapor Herzogin-Sophia Dorotea que conducía a América emigrantes centro europeos. Ignorante de dónde se encuentra, vaga por la campiña vecina a la costa, generando, terror y rechazo entre los habitantes de los cottages, desconfianza que se acentúa al oírle hablar su lengua montañesa, para ellos absolutamente indescifrable. Tras la mediación entre otros del médico de la comarca y narrador de la historia (que curiosamente avanza la hipótesis de que se trata de un vasco, por lo cual le dirige infructuosamente unas palabras en Español y en Francés), Yanko se incorpora como trabajador en una granja, siempre en una atmósfera hostil, que los niños del lugar interiorizan, oscilando entre la huída temerosa y la mofa. Una muchacha, Amy Foster se enamora no obstante del extraño y venciendo la oposición de su familia y vecinos acaba casándose con él, compartiendo ahora su vida en un cottage. La llegada de un niño procura a Yanko Gooral una alegría tanto más grande cuando que, por primera vez desde su naufragio, ve que muy pronto "habría un hombre con quien podría cantar y hablar en la lengua de su tierra".
Tal es la trama de uno de los relatos de Joseph Conrad que bajo el título de Amy Foster, ofrece un punzante caso de conflicto lingüístico, que corrompe una relación sustentada precisamente en la nobleza de carácter de las protagonistas y su capacidad de resistir con entereza a las convenciones sociales.
La fatalidad que acompaña a Yanko hace en efecto que Amy Foster empiece a ser minada por la idea de que el aprendizaje de aquella lengua "tan turbadora, tan pasional y tan extraña" desarraigaría a su hijo respecto a los valores del entorno, valores henchidos de prejuicios que ahora retornan en ella, como si en lugar de ser realmente vencidos hubieran sido meramente encubiertos. Y así, un día que en el umbral del cottage, Yanko entonaba para su hijo una de las canciones que las madres cantaban a los bebés en su montaña, Amy Sister arranca con brusquedad el niño de sus brazos. La diferencia, la inquietante alteridad que tanto le había atraído en Yanko, acaba por generar -¡también en ella! - temor y rechazo. Lo que sigue es de esperar: Amy Foster abandona el cottage levándose al niño. "¿Por qué?" se preguntará Yanko antes de expirar como clamando ante un responsable Hacedor ¿Por qué Amy Foster no quería que en su hijo hubiera una continuidad para su lengua? "Una racha de viento y un zumbido fueron la única respuesta".

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25 de junio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Qué se creen esos yanquis?

El domingo pasado distinguieron a Sloterdijk con el premio Ludwig Börne que reconoce anualmente al autor de expresión alemana que haya despachado el más notable trabajo en los campos del ensayo, la crítica y el reportaje. El jurado lo reconoció como el ensayista alemán más destacado desde Nietzsche a esta parte. No sé si fue la escasez del piropo, o que los americanos no le hacen caso, la cosa fue que en su sermón de agradecimiento el divo chorreó arrogancia y resentimiento antiamericano hasta enfadar a la parroquia. Habló de los atentados del 11-S con el rancio sonsonete de que fue una cosa pelín malvada pero hay que ver cómo se lo merecen, cuánto exageran y cuántisimas cosas mucho peores hacen los viles yanquis. Todas las frases relativas al ‘nine eleven’, como Sloterdijk lo llama, quizá para evitar expresiones como ataque terrorista o similar, llevaban su introducción concesiva, seguida de la correspondiente adversativa encabezando la perorata doctrinaria sobre el malvado americano.
 
Parece que Sloterdijk se ha enterado de la gran novedad wiquipédica de los hemisferios cerebrales, aquello del lado derecho que es afectivo y generalizador, mientras el izquierdo se conduce de manera analítica y distanciada, y ahora postula una “izquierda neurológica que ponga veto intelectual  al irreflexivo despliegue militar de los hemisféricos de derechas”.  Atacar a los talibanes o vigilar el flujo de datos privados no son consecuencias de decisiones racionales ni opciones políticas meditadas, sino reflejos preconscientes de colectivos desmadrados por manipulaciones mediáticas que convierten la pulga representada por un par de terroristas dudosos en el elefante de un auténtico enemigo.
 
En Estados Unidos, dice, se ha llegado a “una asimilación al enemigo, un enemigo que existe en realidad, pero que la imaginación seguradicta agiganta en una escala de uno a cien mil”. Por lo visto, se trata de una sociedad sado-masoquista que se excita con su propio dolor. La fórmula “guerra al terror” es puro marketing viral procedente del laboratorio del Pentágono y enferma los hemisferios cerebrales de quien la usa, como esas “poblaciones maltratadas con el miedo político” que consienten el “terrorismo de Estado”. Según cálculos sloterdijkianos, “el 99 % de todas las acciones terroristas en el siglo XX fueron a cuenta del terrorismo de Estado”. Lo que antes fue Goebbels, son ahora Bush y Obama. Lo que hacían los stukas sobre Ucrania, lo hacen los drones sobre Afganistán.
 
Sloterdjik habla de “motivos falsificados”, “obstinación antiislamista” y de “matones enemigos de la reflexión, drones que, como cráneos huecos no tripulados, hacen sus vuelos de reconocimiento sobre el espacio libre del pensamiento, y siguen en acción, y no cejan en su labor de envenenamiento rabioso”. Ahí endosó una indirecta contra los judíos. El envenenamiento de pozos de abastecimiento es uno de los más viejos tópicos antisemitas. Hay que tener en cuenta que el Börne que da nombre al premio era judío y que también lo es Henryk M. Broder, galardonado en 2007, que anunció la devolución del suyo, como protesta por la concesión a Sloterdijk y porque dijo no querer pertenecer a un círculo que admite en su seno a quienes ostentan comprensión con los terroristas y restan importancia a asesinatos masivos como el 11-S. El mismo Broder había devuelto, o más bien anunciado que se disponía a devolver el premio en 2010, protestando contra Alfred Grosser y su versión minimizadora de los pogromos. En consecuencia, el señor Gotthelf, de la fundación Börne, ha anunciado un cambio en el reglamento del premio que inhabilite al premiado para proclamar su devolución más de dos veces.
 
El filósofo ha seguido adulando al auditorio al segurar que su reflexión en el sentido de que “en el proceso de la democracia, uno es responsable también de sus enemigos”, traducible como “ustedes se lo buscaron, yanquis”, era demasiado complicada para explicarla in situ. En otros pasajes dejó caer su desprecio del proceso democrático que, a su parecer, consiste en excitar mediáticamente a la plebe soberana. En resumen, yo soy un filósofo, cosa que excede las entendederas de ustedes, y, por otra parte, los votantes son demasiado necios para votar como es debido.
 
Al final, propuso un tratamiento contra el estancamiento económico y la obsesión belicista neurotizada con su manía de la seguridad: una remodelación de las fronteras orientales americanas, el sacro imperio romano germánico, la unión trasatlántica, en fin, la sopa de ajo. Es de temer que el origen de todo esto sea que los malvados yanquis, lejos de incluir a Foucault, Derrida, Heidegger o Adorno (o Sloterdijk) en los programas de las facultades de filosofía, los menosprecian como “continental theory”, para distinguirlos de la filosofía analítica anglosajona, y claro, eso sí que es terrorismo y arrogancia.


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25 de junio de 2013
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El Boomeran(g)
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