Vicente Luis Mora
Ayer estuve en Jaca dando una conferencia y dije, entre otras cosas: / La figura del lector es comparable a la del zombi. No he visto muchas películas de zombis (en esto el experto es Jorge Fernández Gonzalo, autor del sugestivo ensayo Filosofía zombi, 2011), pero en la mayoría los zombis se alimentaban de los cerebros de humanos, y no podían ser revertidos: no podían salir de la condición "zombiesca", de modo que la única opción era dejarlos vivos o matarlos. Creo que al infectado por el virus de la lectura le sucede algo parecido, entendiendo por lectura no la de best-sellers, sino la de auténticas obras de arte. El lectoespectador no puede dejar de alimentarse de (las obras de) los cerebros ajenos. El síndrome lector es aún más fuerte que el de la escritura, pues este último admite reversión pero el de la lectura no. Hay quien se cura del vicio redactor y abandona la literatura. Ustedes recordarán varios nombres de escritores que dejaron de escribir pero, casi seguro, a ningún escritor que dejase de leer. Una vez inoculado el veneno de la lectura (un veneno que, como el pharmakon platónico, es a la vez mal y remedio, según Jacques Derrida), el tósigo amolda y formatea el cerebro infectado, que ya nunca podrá dejar de leer compulsivamente. / Cuando el escritor se queda ciego, como Papini o Borges, pide a sus personas cercanas que le lean textos en voz alta. La lectura es la única droga que puede disfrutarse en carne ajena, que se goza incluso inoculada en otra carne. / Internet y las tecnologías digitales que ahora asumen la literatura han apartado el cuerpo de la experiencia lectora, pero ésta no ha abandonado la cama. Lynn Kaplanian-Buller llama lecturas cálidas a las que se hacen de noche en el lecho, con las que el lector establece una relación afectiva: "es una forma privada de lectura, a menudo hecha en la cama, y sentimos que los materiales orgánicos como el papel pueden absorber y mantener la experiencia lectora más segura para otro día". Igualmente, Remedios Zafra recuerda en su reciente ensayo (h)adas. Mujeres que crean, programan, prosumen, teclean (Páginas de Espuma, 2013), que la educación de Ada Lovelace, la primera programadora, y la de otras mujeres jóvenes de los albores del XIX, se producía también en la cama, donde leían los libros y la correspondencia de sus tutores. El cuarto propio que reivindicaba Virginia Woolf para la mujer se reducía muchas veces a la cama. El espacio íntimo, dice Zafra, vuelve a ser ahora, dos siglos después, espacio de acceso a la información, pues también se llega desde la cama o el sillón preferido al conocimiento a través del ordenador o los dispositivos móviles. / Vivir es ver volver, dijo Azorín. / Jorge Carrión reclama "desacralizar una actividad que a estas alturas de la evolución humana ya debería ser casi natural: leer es como caminar, como respirar, algo que hacemos sin que sea preciso pensarlo antes" (Librerías, Anagrama, 2013).