Skip to main content
Category

Blogs de autor

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Ciudadanos

En el primer capítulo de Newsroom, la nueva serie de Aaron Sorkin, el célebre comentarista Will McAvoy (Jeff Daniels) aparece en un panel universitario para hablar sobre su trabajo cuando una estudiante -alta y rubia- le pregunta, con la candidez y suficiencia que se asocia a sus compatriotas, por qué considera que Estados Unidos es la nación más grande del planeta. McAvoy evade la cuestión con un par de chistes pero, creyendo entrever en el público a su antigua novia y productora, responde con brutalidad: "No lo es". Y, tras humillar a la chica, se lanza en una perorata sobre los motivos de esta debacle.

 Aunque nadie pone en duda las dimensiones de la libertad y el progreso alcanzados por Estados Unidos, nada resulta más chocante para quien ha vivido en este país -o para quienes comparten con él una frontera de dos mil kilómetros- que la grandilocuente retórica en torno a su identidad, encarnada en la pregunta y en la actitud de la estudiante, pero que se advierte en todos los ámbitos. Sus habitantes se sienten profundamente orgullosos de sus logros -de habitar, como reza su himno, the land of the free-, por más que la historia de Estados Unidos sea la de una larga y azarosa lucha por la libertad -y la igualdad- de aquellos que, en un momento u otro, se hallaban en los márgenes de la sociedad y no eran considerados parte de los "valientes" que habían fundado la nación.  

Por más admirables que resulten en el contexto de la época, tanto la Declaración de Independencia de 1776 como la Constitución de 1787 señalaron la libertad e igualdad entre los hombres -siempre y cuando fuesen eso, hombres blancos mayores de edad. Tendrían que pasar casi ocho décadas y una guerra civil antes de que se aboliese a esclavitud -sin que ello significase la igualdad entre negros y blancos, conseguida hasta el último tercio del siglo pasado. Siempre en un escalón inferior, las mujeres no consiguieron la plena ciudadanía hasta 1920, con la aprobación de la Decimonovena Enmienda. Y todavía hoy los jóvenes de entre 16 y 21 años pueden ser juzgados como adultos -e incluso ejecutados como tales- pero no pueden consumir alcohol.

Más preocupante resulta la condición de otras minorías: homosexuales y extranjeros. El falso debate sobre el carácter conservador del matrimonio resulta irrelevante en estos términos: si dos personas, del sexo que fuere, deciden mantener una unión formal con consecuencias a largo plazo, la ley no tendría por qué restarles ese derecho. Del mismo modo que tampoco debería negarle a dos hombres o dos mujeres la posibilidad de adoptar. El reciente dictamen de la Suprema Corte de Justicia es un gran paso en este sentido; por desgracia, la plena normalización depende en buena medida de cada estado. (En México se vive la misma situación: matrimonio igualitario y capacidad de adopción en el DF, y discriminación en el resto del país).

Poca naciones conceden tan pocos derecho a los extranjeros (no por nada llamados aliens) como Estados Unidos. Herederos de un concepto restrictivo de que proviene del Imperio Romano, la ciudadanía se convierte en nuestros días en el principal pretexto para la discriminación. De nuevo: pese a los siglos que han transcurrido desde su Constitución y la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, aún no hemos sido capaces de asentar que la ciudadanía -y los derechos que conlleva- han de ser aplicados a todos los seres humanos que viven y trabajan en una comunidad, sin importar su lugar de nacimiento.

En contra de lo que proclama el discurso patriótico -Estados Unidos como melting pot-, la reacción del medio blanco protestante contra los inmigrantes ha sido una constante en su historia. Irlandeses, italianos y judíos fueron vistos en el pasado como amenazas y sufrieron duras restricciones de entrada (lo cual impidió la salvación de miles de judíos durante la segunda guerra mundial, por ejemplo). Lo mismo ocurre hoy con los mal llamados "inmigrantes ilegales", en especial de origen mexicano: 11 millones de personas que contribuyen a diario a la economía estadounidense.

Tras años de negarse a verlos -o de expulsarlos a mansalva-, el senado al fin aprobó una propuesta de reforma que podría concederles la ciudadanía luego de cumplir numerosos trámites y de pasar largos años en un limbo jurídico. La política, lo sabemos, es el arte de lo posible, y en este caso este camino ha sido el único conseguida por los sectores más progresistas del país -a cambio, eso sí, de un nuevo plan para "sellar la frontera" que contempla otro de esos siniestros muros que son uno de los mayores símbolos de la discriminación en el planeta. Y ni así los republicanos parecen sentirse satisfechos.

Pese a su tono provocador, McAvoy dijo que Estados Unidos ya no era la nación más grande del planeta, pero podría volver a serlo. Para esos 11 millones, la aprobación de esta ley sería una gran victoria, pero la sólo idea de que para ello es necesario pactar la construcción de un muro reforzado demuestra la perversión implícita en el lema "the land of the free".

 

Twitter: @jvolpi

 



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
7 de julio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Espías en la niebla

Al salir del túnel aparece un nuevo paisaje. El ojo tarda en acostumbrarse. Todo parece distinto y nimbado por la niebla de la sorpresa. Orientarse es difícil, y acertar el camino, todavía más.

Las guerras de antaño ya no son tales. Ahora son conflictos geoeconómicos. El aliado de toda la vida de pronto se convierte en un adversario temible que te chupa la sangre con la prima de riesgo.

O te asalta a través de las redes digitales, y no necesariamente con ataques con virus paralizantes, sino, sobre todo, mediante el robo de información reservada o secreta, sea comercial, financiera, científica o, por supuesto, directamente política.

Entre aliados puede que quepan las guerras geoeconómicas, como la que Alemania está librando contra buena parte de los socios de la UE, pero en principio parecería descabellado que se produjeran ciberguerras entre los propios socios de la OTAN.

Pero no lo es. Algo así debe estar sucediendo tras la niebla que cubre este paisaje nuevo, en el que son borrosas las fronteras entre ciberguerra y espionaje. También otras fronteras, como las que separaban lo público y lo privado, se han vuelto borrosas desde que las centrales de espionaje subcontratan a empresas privadas o utilizan y explotan la información de sus clientes sobre llamadas telefónicas o datos transmitidos por Internet y las redes sociales.

A mayor alcance del espionaje, mayores son también los agujeros del sistema. Edward Snowden es un hijo no deseado de la privatización y de la dimensión colosal del fisgoneo. Su fuga rocambolesca está generando una enorme desestabilización diplomática, pero no debiera desviar la atención sobre la sustancia de sus revelaciones, que iluminan súbitamente el nuevo paisaje del control total.

Las tecnologías son nuevas y nuevos son los hábitos y usos que hacemos de ellas, pero hay algo que es viejo y permanente, y es lo que conforma el núcleo duro de la soberanía sagrada de los Estados, pertenezcan o no a alianzas militares o a uniones monetarias y comerciales. Aquí se espía, sí. Y se espían todos entre sí, los que tienen medios para espiarse, claro. Con títulos públicos o con concesiones privadas.

Los únicos que no se espían entre sí ni espían a los aliados son los países europeos, si nos creemos sus piadosas declaraciones. Tampoco cuentan con servicios de contraespionaje para defenderse de la curiosidad de sus aliados. Y ni siquiera saben cómo defender a sus ciudadanos de la intromisión en sus vidas privadas por parte de las multinacionales tecnológicas que actúan a sus anchas en su mercado abierto y sin fiscalidad.

Despreocuparse de estas desagradables tareas es uno de los privilegios que otorga la vocación de desunión y de irrelevancia de la que los europeos hacemos permanente lucimiento.



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
6 de julio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

FIP LIMA.- Desde ayer, 4 de junio, hasta el domingo, Lima se ha…

FIP LIMA.- Desde ayer, 4 de junio, hasta el domingo, Lima se ha convertido en la capital de la poesía gracias a la FIP Lima. Además de 50 poetas peruanos, como Arturo Corcuera, Mario Montalbetti, Abelardo Sánchez León, Leoncio Bueno, Reynaldo Naranjo, etc., habrá una importante presencia internacional con poetas como Piedad Bonnet (Colombia), Eduardo Lizalde (México), Diana Bellesi (Argentina), Juan Carlos Mestre (España), Bei Dao (China), Nathalie Handal (Palestina), Affonso Sant´Anna (Brasil), Thomas Boberg (Suecia), Bernabé Layé (Francia), Lasse Soderbrg (Suecia), Jean Portante (Francia, Jorge Ariel Madrazo (Argentina). Pueden entrar al cronograma en su página web o seguirlos por Facebook. 



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
5 de julio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

86 y 87. Estratigrafía de varia lección

 

 

Tus multísonas voces forman un solo eco

J. E. Rivera, La vorágine

 

Ya casi nadie recuerda al filósofo José Luis Aranguren, pero en su Ética pudimos leer lo que sigue: “La vía de la estratificación –tan frecuentada hoy por psicólogos, caracterólogos y psicoanalistas– consiste, como su nombre lo indica, en distinguir en el hombre diversos niveles o estratos, y procede, en definitiva, de Platón. El nivel inferior, de naturaleza biológica, es el de los impulsos o apetitos (la epithymía platónica) y reconoce por principio fundamental el placer. Sobre él se extiende el estrato del trymos, el de la fuerza (andreía) y la grandeza del alma (megalopsykhía); y, en fin, por encima de ambos se alza el nivel del espíritu. El tercer estrato provee de sentido a los dos primeros pero, a su vez, se alimenta de ellos. Los estratos inferiores son, de este modo, sobre todo el segundo, importantes factores de la vida ética”[1]. Si traducimos (con notable desparpajo) estos tres niveles platónicos como deseo, Violencia y meditación, estaremos en condiciones de acercarnos al complejo mundo retratado en Los estratos (Periférica), última novela de Juan Cárdenas (Popayán, Colombia, 1978). Una tríada conceptual que, por lo demás, asoma también en el majestuoso párrafo con el que comienza La vorágine (1946) del colombiano José Eustasio Rivera, uno de los referentes literarios de Los estratos:

 

Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia. Nada supe de los deliquios embriagadores, ni de la confidencia sentimental, ni de la zozobra de las miradas cobardes. Más que el enamorado, fui siempre el dominador cuyos labios no conocieron la súplica. Con todo, ambicionaba el don divino del amor ideal, que me encendiera espiritualmente, para que mi alma destellara en mi cuerpo como la llama sobre el leño que la alimenta.[2]

 

En tanto La vorágine aparece en una edición “muy manoseada”, (p. 35) en la propia novela, entiendo que la cita no es impertinente, si es que citar un párrafo como este puede ser impertinente alguna vez. Además, también en Los estratos la Violencia aparece con mayúsculas, en un homenaje deliberado que quizá encierre la repetición circular de la historia, o al menos de la historia colombiana. “Hacer historia es descubrir, bajo la espesa capa de la narración recibida, alguno de los numerosos estratos de realidad que, con o desde aquélla, han sido ocultados, silenciados o reprimidos”, escribió en una ocasión el poeta José Ángel Valente[3]. Hacer, escribir, rescribir la historia de la Colombia reciente es el propósito de Cárdenas, quien utiliza una sabia dosis de estratigrafía social y literaria a la hora de amontonar capas de lenguaje que van desde lo negro y lo indio a lo criollo; desde la selva hasta la ciudad posmoderna; desde la jerga mulata (algo que Rivera utilizaba asimismo en La vorágine) hasta la charlatanería hipster de los “modernitos” que acuden a exposiciones de arte contemporáneo; desde la riqueza de los potentados a la miseria de los niños movidos en camiones para que no estorben. El gran milagro de esta novela es asistir a algo esencial, algo menos frecuente de lo que debiese en las narraciones contemporáneas: la vida, la existencia no en el manido “estado puro”, sino todo lo contrario, la vida en la total impureza, en esa pavorosa inautenticidad que tienen las cosas cuando son de verdad reales y que parecen teñirse del velo de Maya (p. 51), de esa shakespeariana stuff that dreams are made of / and our little life is rounded by an sleep. La vida de Los estratos es tan absolutamente real y brillante que su hiperrealismo es hipnotizador y lisérgico como el de un videojuego, tan hiperpixelado y exacto como el de una secuencia de Alan Wake. Y esa precisa irrealidad, evidente sobre todo desde la astuta aparición del Detective en la novela (que lleva al protagonista a modificar su espíritu en la selva, como el Cova de La vorágine), es la que hace que Los estratos sea, además, una novela profundamente política. A su protagonista no le gustan las citas, pero no tengo más remedio que traer a colación una: “Todo esto (…) también pone de manifiesto el inherente conservadurismo estructural y el carácter antipolítico de la novela realista como tal. Un realismo ontológico absolutamente comprometido con la densidad y la solidez de lo real –ya sea en el ámbito de la psicología y los sentimientos, de las instituciones o de los objetos y el espacio- no puede más que considerar como una amenaza a la naturaleza de su forma la idea de que estas cosas son alterables y no ontológicamente inmutables”[4], dice con razón Fredric Jameson, y la magia negra (y/o india) que nutre de raíz todas las capas estratigráficas de la novela de Cárdenas es el mejor “remedio” contra la maquinalidad de la razón realista, que acaba convertida rápidamente (ya lo vio Antonio Méndez Rubio) en razón instrumental en la peor literatura de nuestro tiempo. Jameson y el Detective entienden a la perfección que la raíz de la naturaleza de las cosas está en el cambio y la mutabilidad, en dejar de ser constantemente lo que son, algo inaceptable para un ideal reaccionario. En la novela de Cárdenas hay lugar para las voces de lo incierto, para el lenguaje de lo incomprensible. Si para Rivera los árboles de la selva “dicen cosas” (La vorágine, p. 241), para Cárdenas “algo impensable y emplumado ulula en el follaje. (…) las palabras se trepan encima de las palabras, se camuflan imitando la superficie de las palabras” (Los estratos, p. 195). Se desactiva el peligro instrumentalista y se reconfigura, completo, el concepto de lo real de una historia. / Conectado con la vida desde su misma raíz biológica, azarosa y telúrica, unido como la lluvia a la selva colombiana y a los juncos japoneses que aparecen en algún momento de la trama, el lenguaje de Cárdenas es una fiesta que se despliega y se repliega ante los ojos del lector con los mismos ritmos, tan bellos como en última instancia incomprensibles, de la existencia.


[1] J. L. Aranguren, Ética; Alianza Editorial, Madrid, 1979, pp. 51-2.

[2] J. E. Rivera, La vorágine; Editorial A B C, Bogotá, 1946, p. 11.

[3] José Ángel Valente, “Formas de lectura y dinámica de la tradición”, en José Ángel Valente y José Lara Garrido, Hermenéutica y mística: San Juan de la Cruz; Tecnos, Madrid, 1995, p. 15.

[4] F. Jameson, El realismo y la novela providencial; edición de Julián Jiménez Heffernan, Círculo de Bellas Artes, Madrid, 2006, pp. 30-31.

 



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
5 de julio de 2013
Blogs de autor

4. Bienvenido, Mr. Marshall

Todo esto de tantos canales interoceánicos me ha hecho acordarme de una película ya clásica del año 1953, Bienvenido, Míster Marshall, del gran director Luis García Berlanga. Después de terminada la Segunda Guerra Mundial, se inició el famoso plan Marshall para la reconstrucción de Europa, tiempos en que Estados Unidos era visto como el gran bienhechor poderoso, igual que es vista la China hoy día, capaz de obrar cualquier clase de prodigios.
Los habitantes de un pequeño pueblo de España, Villar del Río, avisados de la inminente llegada de aquellos benefactores, que andan por todas partes convirtiendo en ricos a los pobres, se prepararan para recibirlos con todo entusiasmo y hasta ensayan una canción de bienvenida: "Los yanquis han venido, olé salero, con mil regalos, y a las niñas bonitas van a obsequiar con aeroplanos, con aeroplanos de chorro libre que corta el aire, y también rascacielos, bien conservados en frigidaire..."
Pero el día del recibimiento, cuando todos salen a las calles a esperar a la caravana de autos donde viaja la comitiva, ésta, en lugar de entrar en el pueblo en fiesta, pasa de largo para decepción y desconcierto general. Todo se vuelve caras acontecidas. Pero no sólo quedan rotas las ilusiones; las autoridades del pueblo obligan a los habitantes a sufragar los gastos ocasionados por la fiesta frustrada, y se vuelven más pobres de lo que antes eran.
Bienvenido, Míster Xi Jinping.

Leer más
profile avatar
5 de julio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Y nos enamoramos

Ahora se ve con mayor claridad. No teníamos bastante con la tabarra de la crisis y encima nos hablan de la cultura. Como dice Ingrid Bergman en Casablanca y repiten, no por casualidad, los actuales anuncios en TVE: "El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos". ¿Hay derecho a eso? ¿Quién tiene superior derecho? ¿El amor o el derrumbamiento? No hay amor sin construcción. El enamoramiento es un lepidóptero mientras la Gran Crisis es una lapidadora. De un lado se halla la muerte y la vida, de otro el amor y el desamor.

Cuando la adversidad aprieta hasta extremos criminales y mutilantes no hay lugar para la ensoñación. Toda la cultura se fue a pique, bajo la piqueta de los autores responsables y conmocionados tras el cementerio de la Segunda Guerra Mundial. De Becket a Steiner se proclamaba que tras esa pira no quedaba sino el mutismo ante el decir o escribir. Cuando la especie humana revela, por momentos, su lobo gigantesco, no es lo mejor hacer cine sino desaparecer. Claro que hay poetas de la disidencia, de la oposición y de la guerra pero no son, en definitiva, médicos o enfermeros.

La poesía, la música, el teatro, la pintura son ejemplos pueriles o inocentes en estos tiempos de real tragedia física. De hecho, ni la gente lee un libro, ni va al cine, ni compra un cuadro. La cultura necesita paz y pan para manifestarse. En tanto la sangre cunda, los parados aumenten, los excluidos no posean comida ni el futuro augure un porvenir mejor, todos los poetas, novelistas o pintores no tienen otro quehacer que crear a ciegas. Crear para sí en un constante y fatal sentimiento de culpa.

La culpa es, de otra parte, es l'air du temps. Son culpables los banqueros, los políticos, los tribunales, los príncipes, los empresarios, los sindicatos, los partidos políticos, la troika y la música, la fantasía y la especulación. Y nadie puede sentirse ajeno: se pertenece a los estafadores o a los estafados. Y hasta los "preferidos" han venido a ser engañados. Envuelto todo ello en fardos de corrupción que los tribunales, de acuerdo a su morosidad, resolverán envejecidamente en varios lustros.

La cultura se parece precisamente a esta cadencia desesperante de la justicia. ¿Leer un best seller de 500 páginas? ¿Quién puede hacerlo sin sentir que deja olvidado algún otro quehacer urgente? ¿La cultura de la novela? ¿La libertad de la ficción? ¿Qué farsas o fruslerías son esas? Hace años que Woody Allen escribió un libro titulado Cómo acabar de una vez por todas con la cultura. Y, efectivamente, Estados Unidos lo ha conseguido como gran paradigma del sigloXXI. No hay un mundo culto y otro sin cultivar. Todo es lo mismo. O, mejor, hay un saber muy elegante, que todavía a través de la Ilustración habla de "excepción cultural". Para Francia, todo podría intercambiarse en un tratado mundial de libre comercio menos la cultura que es cosa de otro mundo, patrimonio de Dios. Justamente Francia, la patria de las Luces, se ofusca pretendiendo distinguir, a estas alturas, entre lo que es un iPhone y una creación. Pero efectivamente esa Francia es un residuo.

¿Fin pues de la cultura en sí misma? Pues sí. "¡Qué alivio!", dijo Wim Wenders cuando en Los Ángeles, Susan Sontag, le advirtió de que se hallaba en un territorio sin la menor "cultura". Y, ciertamente, la cultura cuando es auténtica llega a ser tan lenta como pesada para el tránsito intestinal. Todo lo contrario que el empleo o el pan nuestro de cada día que ahora crecientemente escasea.

¿La escuela? Primero los niños deben desayunar, después aprender. ¿Más cultura? ¡Una leche, mejor! Esta Gran Crisis conlleva una característica enfermedad óptica en los altos y bajos dirigentes. La Gran Crisis levanta (ha levantado ya) una tupida pantalla entre la vida y el verso, entre los parados y los pareados, entre la pintura y la estampa de lo real. ¿Cómo acabar de una vez con este estorbo mientras no hay un estofado que comer?



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
4 de julio de 2013
Blogs de autor

Solo los comunistas

En medio de la algarabía mediática que acogió la caída del muro de Berlín, toda voz no ya discordante sino prudente respecto a la significación de los acontecimientos lo tenía verdaderamente difícil, y un reiterado argumento bastaba para acallarla: derribar aquel muro significaba socavar por fin el estalinismo, con su cortejo de deportaciones, fusilamientos y paranoica vigilancia de la población civil en la que había caído el régimen soviético. Nadie se preguntaba por las causa de aquella brutal desviación respecto a los idearios de la Revolución de Octubre. No cabía entonces siquiera aventurar la hipótesis de que la tiniebla era resultado de condiciones exteriores al ideario mismo, que la negativa relación de fuerzas que había hecho imposible la universalización de la revolución se hallaba en la base de la conversión de un proyecto de dignificación de la entera humanidad en efectiva sumisión de una parte de esa humanidad.
Sin embargo, mientras se repetía una y otra vez que el muro derrumbado era el símbolo de la conquista por el mundo de la libertad (¡ni más ni menos que de la libertad!) no faltaron los aguafiestas. Alguno se atrevió a conjeturar que si la caída del bloque soviético era quizás liberadora para una fracción de las poblaciones de los llamados países de Este, estaba por ver si era bueno para los trabajadores, e incluso para una parte de la clase media de los países llamados occidentales. Se estaba sugiriendo simplemente que, abolidos los principios de la Revolución de Octubre e invertida la relación de fuerzas entre los países del llamado socialismo real y los países capitalistas... las bases del proyecto social demócrata no tardarían en ser laminadas. Pues bien:
No fue necesaria la actual crisis para cerciorarse de lo acertado de aquel temor. Tras un tiempo de forzada transición (debida entre otras cosas a la necesidad de cerrar el ciclo histórico, unificando Alemania bajo el mirífico paraguas de la construcción de Europa) lo real, la verdad del régimen social llamado de libre mercado, ha emergido en toda su crudeza, despertándonos de la ensoñación. Una máquina que nadie controla, surgida sin duda del ser humano, pero indiferente a la causa del hombre, y hasta enemiga de la
misma, se ha impuesto. Esta máquina genera situaciones sociales que hace un cuarto de siglo nadie podía prever que se darían en nuestro horizonte; genera la pauperización de un enorme sector de la población y con ello toda una secuencia de corolarios, inevitables en ausencia de resistencia, dificilísima resistencia que pasaría en primer lugar por asumir la tremenda contradicción en la que nuestra existencia social hoy se desenvuelve.
Y así en esta Europa que se presentaba como un ámbito de reconocimiento mutuo de las culturas y las lenguas que forjan los pueblos, se desata desde hace años una tormenta casi sin precedentes de desprecio y resentimientos. Desprecio y resentimiento gestionados por políticos que ni siquiera cabe calificar de oportunistas, por tratarse de meros comparsas de ese invisible Señor que recibe el nombre de mercado. Y así, mientras se iban fraguando para designar a países enteros acrónimos tan trivializados como intolerables, en el seno de esos mismos países se desencadenaba una tremenda lucha, no por reivindicar la dignidad colectiva, sino por intentar escapar aisladamente al vocablo despectivo de turno, considerado justo tratándose del vecino del Sur más o menos inmediato, pero obviamente injusto cuando se lo aplican a uno mismo.
Y como el resentimiento se nutre tanto de triunfo como de fracasos, el despreciado encuentra argumentos ad hoc para descalificar al otro, sea por lo pretendidamente provinciano de su cultura o su lengua, sea por lo intrínsecamente mezquino de su
fenotipo social. Los eslóganes forjados hace precisamente veinte años `por el sórdido Bossi se generalizan. Su "SPQR...sono porchi questi romani", con el que desencadenaba las carcajadas del auditorio "liguista" ( cargado de sentimiento cívico falso pero odio auténtico ) se convierte en la expresión local del acrónimo de los pigs, a la par que la vaca padana es clonada por doquier en esa vaca que cada uno aspira en su triste ombliguismo a defender.
Y en lugar de resistencia contra el mal, se produce un desgarro en el seno de la ciudadanía, concretamente en España ( de momento en el orden de los símbolos) dónde nos despellejamos por las patrias o por lo aleatorio de un resultado deportivo, perpetuándose así la explotación, la genuflexión y el miedo. Todos contra todos y el capital a la vez omnipresente y agónico aspirando la poca sangre de esos pueblos confrontados. Y mientras los forzados por doce horas de trabajo ven como enemigo al que está obligado a aceptar aun dos horas suplementarias de esclavitud, el hablante de una lengua ve como enemigo al hablante de otra, sometiendo así a una suerte de selección (que nada tiene de natural) aquello que en su diversidad es epifanía de la matriz que hace a la humanidad.
En la Europa de los años en los que la actual calamidad social, la conversión en pesadilla de la ensoñación social-demócrata, aun no se daba, sólo los comunistas veían que tal sería el destino de nuestras sociedades si el ideario de la revolución de octubre fracasaba. Sólo los comunistas tenían claro que, en la sociedad sometida a la lógica del capital, el criterio del provecho es inevitablemente la medida de todas las cosas, siendo entonces imposible que pueda cumplirse el destino de la humanidad, a saber la lucha por la realización en cada uno de las potencialidades que nos corresponden como individuos de una singularísima especie, esa asunción del problema global de la existencia evocado por Marx al final de sus Manuscritos del 44.
Por atenerse a nuestra historia, sólo los comunistas encontraban en la España del túnel franquista, (como siguen encontrando ahora) insoportable que la energía que habría que concentrar en la etapa previa (la liberación de las cadenas sociales) a la confrontación que nos hace hombres, fuera canalizada hacia querellas de cuyo desenlace positivo nada realmente cabe esperar, aunque el desenlace negativo sea causa de frustración sin medida. Y desde luego sólo los comunistas denunciaban con radicalidad las tentativas de jerarquizar las diferencias de cultura y procedencia, unificando en las zonas fabriles la defensa de los inmigrantes de la España rural y la defensa de la cultura y la eventual lengua autóctona.
Mas si en la confrontación actual de todos contra todos, favorable tan sólo a los intereses de una maquinaria desalmada, alguien osa denunciar en nombre de los principios de una u otra manera reivindicados por los comunistas, se le objetará de inmediato que el estalinismo del pasado le priva de toda legitimidad respecto a la denuncia del presente y se le comparará al fascista o al franquista, haciendo insoportable amalgama entre lo que supone una tragedia de la humanidad ( el fracaso del noble ideario que movía a la Revolución de Octubre) y lo que constituye desde su misma raíz un proyecto de doblegamiento de esa misma humanidad.

Cuando en mayo de 1949 el ejército revolucionario chino se ampara de Shangai, considerada el templo financiero del país, se encuentra en la ciudad Robert Guillain, periodista francés desaparecido en 1998 y que cubría los acontecimientos para el diario Le Monde. Robert Guillain transcribe en su crónica la reacción de un anciano francés a quien los comunistas aterraban, y que contempla emboscado como toman rápidamente el control. El francés empieza a llamar marcianos a los recién llegados , y ello en razón de que, tratándose de soldados ocupantes, resulta que "no hacen pillajes, no violan y no roban". Y tanto más marcianos se le antojan a aquel hombre, cuanto que por lo paupérrimo de su aspecto y lo frágil de su equipamiento militar, todo hacía pensar en descontroladas bandas: "Uniformes desteñidos, color zumo de hierba, viejas ametralladoras: es un ejército de guerrilleros que surge desde los campos de arroz para ocupar la ciudadela del capitalismo". Guerrilleros, sin embargo (reflexiona) "que respetan a las muchachas y duermen en las calles. Si cogen el tranvía pagan los billetes." Guillain señala otro aspecto sorprendente: a medida que la ciudad está ya controlada, estos marcianos no solamente están en el ejército, sino también en la administración. Civiles en uniforme, anónimos e inclasificables se deslizan sin destruir nada por los despachos e imponen muy pronto una disciplina de insólitas virtudes: austeridad e incorruptibilidad".
Robert Guillain no es un comunista y posiblemente se halla tan sorprendido como su anciano compatriota por el comportamiento de aquellos "marcianos". Comportamiento que se iría convirtiendo en rareza, cuando el ideario iba perdiendo fuerza, hasta desaparecer totalmente cuando, en China como en Rusia, la caída de confianza en la efectiva realización del ideario por el progresivo sentimiento de que se iba perdiendo la batalla, se traduce en la renuncia a su universalización, la trampa de la competencia pacifica con el otro sistema (para el que competir constituye la esencia), y la consecuente paranoia estalinista, es decir, la canalización hacia el control interior de la energía que habría que destinar a combatir al enemigo...
Y sin embargo, es corolario de la idea misma de comunismo ese comportamiento ejemplar de los soldados rojos en Shangai. Corolario de la apuesta por la realización de la humanidad, es decir - de entrada- apuesta por la abolición de las circunstancias sociales que mutilan las potencialidades humanas. Apuesta sustentada en la convicción de que la indigencia material y la ruindad moral tantas veces a ella asociada, no agotan el ser de los individuos humanos y que, en un registro más o menos inconsciente, cada uno está esperando que se le ofrezca la posibilidad de mostrar que así es.

Leer más
profile avatar
4 de julio de 2013
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.