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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Una confesión póstuma

Los amantes de la arqueología literaria tienen en esta novela un interesante motivo de investigación, sobre todo en el abundoso campo de la narrativa de confesión. La novela empieza de forma directa e inequívoca:"Mi mujer está muerta y ya ha recibido sepultura. Estoy solo en casa, yo solo con las dos criadas". Y en la página siguiente se remacha: "Cada vez que me miro al espejo ─ costumbre que todavía conservo ─ me resulta difícil concebir que ese hombre tan pálido, tan delgado y tan insignificante, de mirada sombría y mandíbula laxa ─ muchos dirán: ese esperpento ─, haya sido capaz de asesinar a su mujer... Una mujer a la que, a su manera, había querido".  Y por si alguien pudiera albergar todavía alguna duda acerca del estado de ánimo del personaje, él mismo puntualiza que, tras enterrarla ha regresado a "esta casa donde todo me recuerda a ella y donde, sin ningún pesar y sin ningún remordimiento, pero sin ninguna alegría y sin ninguna esperanza, voy de un lado para otro, intranquilo [...] lo único que siento es miedo, miedo de cualquier sonido, miedo sobre todo de mi propia voz".
El narrador y asesino confeso se llama Willem Termeer. Él mismo se presenta como un ser débil, indolente, mezquino, cobarde y sujeto a unas pasiones (bajas por supuesto) que no sabe dominar pero tampoco satisfacer. Y los hechos que él mismo narra le dan plenamente la razón, aunque entre tantos rasgos negativos hay al menos uno que le honra: la sinceridad. No perdona a un mundo al que cubre de invectivas y desprecios siempre que puede, pero tampoco se perdona a si mismo ni se concede un ápice de esperanza. Por ejemplo cuando dice: "Yo no he tenido la suerte de disfrutar de muchos placeres, pero los pocos que he conocido me han decepcionado". Ni siquiera le cabe la posibilidad de cargar todas las culpas contra su padre, pues si bien éste también fue un hombre despreciable y libertino al menos tuvo el detalle de morirse joven y dejar una fortuna que pone a su heredero al abrigo de la necesidad. Entre las muchas probatinas que lleva a cabo Willem Termeer por dar algún sentido a su vida se cuenta la redacción de una novela que podría ser perfectamente una descripción de Una confesión póstuma. Y que dice así: "Deslumbrado por la ilusión de que las particularidades que me distinguían de la masa y el dolor indescriptible que sufría en mi interior pudieran ser indicios de la sutil sensibilidad de un artista, había creado al héroe de mi novela como un trasunto de mí mismo. El relato era una revelación de mis emociones más íntimas, descritas sin ningún artificio". En vista del escaso interés editorial que suscita la revelación de sus emociones más íntimas, y tras otro periodo de perversiones y desenfreno, Willem decide que el remedio a sus males reside en el matrimonio y de buenas a primeras elige como compañera y salvadora a la hija de su tutor. Pero lo hace de buenas a primeras, sin conocerla de nada. Y cuando ni siquiera se han producido los avances y sobresaltos que preceden a una buena historia de amor, el presunto enamorado hace la siguiente descripción de su futura esposa:"Atractiva nunca me pareció. En absoluto. [...] El azul de sus ojos me resultaba demasiado claro, sus pestañas y sus cejas apenas se veían, su nariz respingona tenía algo de pueril y su cutis, frío y veteado como el mármol, no despertaba en mi el menor deseo carnal. Si hubiera podido besarla en aquel momento, no lo habría hecho".
Ante ésos y otros muchos síntomas que el presunto enamorado ofrece de su futura amada, el lector no puedo menos que preguntarse si el matrimonio con esa mujer abnegada pero fría y desdeñosa lejos de una solución a sus problemas no va a ser el obstáculo definitivo en su trayectoria vital. Y en efecto. Aun suponiendo que el autor no obligase a su personaje a confesar su crimen en la primera línea, el lector comprendería de inmediato que tiene en sus manos una novela que entra de lleno en la categoría de las crónicas de una muerte anunciada. Los buenos lectores de Emants (entre los que destaca J.M. Coetzee) lo relacionan con una larga hilera de confesos que va desde Rousseau a Simenon, pasando por Dostoieski y sus Memorias del subsuelo. Y algo hay de todos ellos en Emants, cuyo relato se lee sin suspense pero con la fascinación que proporciona el despliegue imaginativo y sugerente de lo inexorable, con el aliciente de que el personaje al que vemos asumir su destino se trata de un héroe pusilánime y mezquino que en lugar de disfrutar de la gloria por los logros alcanzado quedará marcado para toda la vida y condenado a vivirla sin ningún pesar y sin ningún remordimiento, pero sin ninguna alegría y sin ninguna esperanza. Sólo miedo.
Conste sin embargo que se trata de una novela del siglo XIX escrita con la parsimonia técnica y el acompañamiento psicológico propios de aquella época. O sea que quienes sólo gusten de los relatos directos y enlazados en secuencias de tipo cinematográfico habrán de resignarse a una narración mucho más parsimoniosa y razonada.

Una confesión póstuma
Marcellus Emants
Prólogo de J.M. Coetzee
Traducción de Gonzalo Fernández Gómez
Sajalin editores



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17 de octubre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Héroes flexibles

Ha llegado la hora de Irán. Los primeros signos del deshielo se notaron en Nueva York, con motivo del viaje del nuevo presidente Hasan Rohaní para participar en la Asamblea General de Naciones Unidas. Pero los primeros pasos acaban de darse en Ginebra, donde su ministro de Exteriores, Mohamed Zarif ha presentado una primera agenda de negociación sólida y creíble.

Irán quiere jugar en la escena internacional. Su demografía, su historia, su peso económico y geopolítico, conducen a los dirigentes del país persa a una reflexión melancólica sobre el limitado lugar que ocupan ahora en el mundo. Justo cuando muchos países emergen desde el subdesarrollo con vocación de protagonismo global, la República Islámica de Irán no levanta cabeza debido a sus más de tres décadas de enemistad con Estados Unidos y, sobre todo, a las sanciones que están golpeando a su economía como castigo a su programa de enriquecimiento de uranio.

Como sucedió con la Unión Soviética en tiempos de Gorbachev o con China tras la muerte de Mao Zedong, hay en Irán un impulso reformista que viene de muy adentro y que es capaz de encontrar adhesiones incluso en el corazón ideológico del régimen en la medida en que se consiga modernizar el país sin renunciar a los principios e incluso la estructura del poder islámico. Su explicación tiene que ver meramente con los reflejos de supervivencia, estimulados por el estado pésimo de la economía. El ayatolá Jamenei ha sabido encontrar la fórmula para esta apertura hacia occidente. Inspirándose en la tradición del chiismo duodecimano, ha señalado la idea de flexibilidad heroica, que es la que corresponde a las concesiones tácticas que hacen los luchadores ante el adversario para sacar ventajas estratégicas. Cada momento exige su virtud para el intérprete máximo de la ley islámica. Hasan, nieto de Mahoma y segundo de los doce imanes sagrados del chiismo, que hizo la paz con el califa omeya, es quien ejemplifica la virtud chiíta que deberá desarrollar el actual presidente Hasan Rohaní. Al igual que su hermano, el tercer imán y mártir venerado del chiismo, Husain, ejemplifica la resistencia heroica que caracterizó la presidencia anterior de Mahmud Ahmadinejad.

El actual deshielo, además del anhelo interno de normalización, surge de un doble éxito: el de Teherán con su programa de enriquecimiento de uranio, y el de Washington y Naciones Unidas con el severo régimen de sanciones económicas impuestas precisamente como castigo por el proyecto nuclear. El régimen iraní ha conseguido con sus progresos en la fabricación de uranio el nivel de invulnerabilidad que Sadam Husein nunca tuvo a su alcance; y las sanciones han hecho visible al régimen que otra vida era posible y deseable incluso para su estabilidad y su futuro.

El resultado es que Teherán esta vez no juega de farol. Sus nuevos dirigentes quieren resultados y pronto. Están dispuestos a hacer concesiones sustanciales, pero necesitan contrapartidas económicas inmediatas que repercutan en la población. El equipo negociador ha dado todas las señales de que la flexibilidad heroica es ya efectiva por su parte. A cambio, quieren obtener para su país las ventajas de la globalización económica, su reconocimiento como potencia regional y una industria nuclear civil del nivel que les corresponde. Como es natural, debe desaparecer del horizonte la idea de un cambio de régimen propugnada con frecuencia desde occidente.

Una vez mostrada la carta iraní, la mano dificil en esta partida corresponde a la Casa Blanca, que deberá contar con la opinión hostil de sus aliados y amigos. En primer lugar, Benjamin Netanyahu, que no hace diferencias entre Rohaní y Ahmandinejad y solo confiará en la paralización total del programa nuclear. Luego, un grupo de nueve senadores demócratas y republicanos que han escrito a Obama con la generosa oferta de poner fin al enriquecimiento de uranio a cambio de no imponer más sanciones: su propuesta nos advierte de las dificultades que tendrá la Casa Blanca para que las levante el Congreso. En tercer lugar, Arabia Saudí, monarquía hostil por definición a alterar el estatus quo y temerosa de una apertura persa que convierta al enemigo chiita en un socio estratégico de Estados Unidos, como ha sucedido con China después de Deng Xiaoping. Todos ellos prefieren mantener las sanciones y no retirar las amenazas de represalias armadas. Es decir, que las negociaciones de Ginebra naufraguen. Ahora será Obama y no Ronahí quien deberá dar muestras de la flexibilidad heroica demandada por el ayatola Jamenei.



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17 de octubre de 2013
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Asuntos metafísicos 18: Condición humana y asunción de la la dureza del pensar

El hombre piensa naturalmente, se ha sostenido desde Aristóteles a Noam Chomsky pasando por Descartes. En consecuencia, dejar de pensar supone objetiva debilitación de la condición humana... aunque el pensar suponga violentar la genérica raíz animal de la misma. Cabe ciertamente que el pensamiento fluya en ausencia de tensión, de violencia contra la propia inercia, pero ello nunca desde el arranque en el reposo, de la misma manera que nunca el águila (que tiende naturalmente al vuelo como el hombre tiende al pensamiento) se alza sin tensión, ni el cuerpo del ser humano danza como si fuera su más inmediato modo de comportarse. El pensamiento es siempre una conquista, aunque una vez activado,se despliegue ya sin violencia...al menos por un momento, pues no cabe complacencia durable en lo logrado.
Ha de quedar claro que el criterio sobre si hay realmente pensamiento, no reside en la novedad objetiva de lo pensado, o en su interés para el conjunto de la sociedad; ni siquiera reside en su veracidad. El criterio es simplemente que haya enriquecedora novedad para la subjetividad que piensa, ya se trate de asunto filosófico, científico o creativo. Si se ha perdido la intelección de una fórmula que se dominaba y se la recupera en un tremendo esfuerzo...entonces se ha ganado una batalla contra la astenia, se ha ganado en humanidad, aunque tal fórmula no signifique nada nuevo para los demás. Y ello vale asimismo para la forja de una metáfora o de una escultura.
Dejar de pensar puede ocurrir por múltiples razones, físicas desde luego, pero también sociales y desde luego psicológicas. Por la dureza misma del arranque del pensar, hay siempre peligro de que las circunstancias sirvan de coartada para abandonarse. Por ejemplo, puede llegar a pasar por la cabeza que el pensamiento simplemente...no vale la pena. En este caso (de aceptarse la premisa de que el rasgo propio del animal humano es el pensamiento) es obvio que la existencia que entonces se prosigue, la existencia que tiene la vida como fin en sí, viene a ser un repudio de la propia humanidad.
La ausencia del pensar tiene directa traducción como desinterés filosófico, es decir desinterés por las interrogaciones que acompañan al animal potencialmente humano desde el momento en que empieza a ser humano en acto, desde el momento en que mediatiza ya su relación al mundo por las palabras y los símbolos. La filosofía como disciplina del espíritu es siempre una tentativa por recuperar este estupor que acompaña la mirada del animal humano, cuando deja de ser infantil. Recuperación obviamente del espíritu de la cosa y no de la modalidad concreta de la interrogación. Lo decía aquí mismo hace una semanas " ¿ Quien no se preguntado alguna vez si hay o no hay una realidad física exterior, que seguirá tras mi eventual desaparición y la desaparición de todos los demás humanos, cuya percepción de esa realidad coincide aparentemente con la mía?" Y añadía lo siguiente: " Los instrumentos para responder en uno u otro sentido a esta pregunta cubren hoy miles y miles de páginas de sesudas revistas filosóficas o científicas y han sido esgrimidos como armas por algunos de los pensadores más importantes del siglo veinte...pero la pregunta sigue siendo sencillísima y todo el mundo es susceptible de sentirse interpelado por la misma, hasta el punto quizás de que, si su vida material y social se lo permitiera, acuciado por tal interrogación, empezaría a ahondar en los escritos eruditos, y se dotaría de los argumentos para entenderlos."

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17 de octubre de 2013
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Portales desde Chile

He estado una vez en Santiago de Chile y todos los amigos de allá se quejaban. Eso pasa: quienes viven en las grandes capitales mantienen con ellas relaciones eróticas, y el amor, es sabido, no es eterno, ni rectilíneo. Yo, por ejemplo, nada desearía más en este momento que pegársela con otra a Madrid. Pero aquí sigo, y en la difícil conyugalidad madrileña, por no decir española, me alivian, entre otras cosas, lo que me llega de Chile. Sus libros. En aquella visita (hace tres años) ya me gustaron mucho las librerías de la capital y el interés multitudinario pero informado que advertía en la Feria del Libro, motivo de mi viaje. Los nativos me oían con incredulidad: antes era mejor, decían. Claro. En el amor todo era mejor antes, pero la fidelidad a las esencias puede abrigarnos en el invierno de nuestro descontento, que ahora en España hiela.

A Chile están llegando españoles en busca de acogida, de trabajo, dentro del proceso inverso a la antigua emigración de la ‘intelligentsia' chilena a España, que nos dio, entre otros valiosos intelectuales que huían de la dictadura militar, las figuras familiares de José Donoso, Mauricio Wacquez, Jorge Edwards y Roberto Bolaño. Los españoles censados en el país andino a fecha de julio del 2013 son 44.691, habiendo aumentado su número en un 75% entre 2008 y ahora. Profesores, estudiantes, profesionales diversos, que buscan allí lo que su propio país les niega. Mientras tanto, aquí nos consolamos leyendo las obras editadas por la Universidad Diego Portales, una institución docente muy principal en ese país y ahora una fuente de libros de alta calidad e interés variado (las librerías de La Central de Madrid y Barcelona los venden).

En los últimos meses han llegado a mis manos una recopilación estupenda de ensayos literarios de Roger Caillois, ‘Jorge Luis Borges y otros textos sudamericanos', y la sugestiva selección de cartas, poemas y otros escritos del poeta norteamericano William Carlos Williams. Asimismo, Delirio, una emprendedora editorial española, de Salamanca, ha reeditado muy bellamente un libro que la Diego Portales sacó en 2011, ‘Zurita', artefacto incomparable que retrata en verso y prosa de muy distinto calado los dos días cruciales del golpe de estado de Pinochet pero también el rico pensamiento literario de su autor, Raúl Zurita, el mayor poeta chileno vivo, después, naturalmente, de Nicanor Parra, el genio ya pronto centenario y siempre alerta.

He pasado una semana leyendo otras dos extraordinarias publicaciones de la Diego Portales, que sitúan debidamente a Raúl Ruiz, el gran cineasta nacido en Chile y establecido en Francia. Su obra fílmica, vasta, cambiante, inclasificable, ha llegado a nuestras pantallas de un modo irregular, pero ahora, dos años después de su muerte, el volumen titulado ‘Ruiz' nos ofrece una brillante selección de entrevistas y una impagable filmografía de sus 120 películas largas y cortas, chilenas, francesas, portuguesas e inglesas, comentadas ante el compilador Bruno Cuneo por el propio director. Más reciente, de agosto de este mismo año, es ‘Poéticas del cine', que complementa y amplía el anterior gracias a las traducciones de dos largos manifiestos de Ruiz hechas por el novelista argentino Alan Pauls, muy admirador suyo, a las que sigue en su original castellano, basado en notas y textos póstumos, una peculiar proclama teórica que sirve para seguir a este originalísimo artista en su jardín cinematográfico de senderos bifurcados. 

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16 de octubre de 2013
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Esto es hardcore

Un sexo libertino, con unos gramos de Viagra -de uso recreativo-, intercambios de pareja, sexting y poses acrobáticas abandona la oscuridad de los sótanos. No se alarmen, aún no es obligatorio; pero cada vez parece menos excepcional. La libertad de información que procura la red incide en la sexualidad, y de qué manera. “Cuando se tiene sexo hoy se quiere que sea como en una película porno”, confiesa una estudiante a la edición norteamericana de Vanity Fair en un reportaje sobre el impacto de la tecnología en la vida sexual de los más jóvenes. Asediados por una cultura pornográfica que las generaciones anteriores recibieron con cuentagotas y codificada, hoy tanto la disponibilidad para la cita a ciegas como la caída de tabúes han modificado la forma de interactuar con el deseo. Y si bien durante largos años se ha denunciado la sexualización de la mujer por parte de la publicidad, las revistas femeninas, la moda o el cine, ahora la impudicia con la que se exhiben cuerpos preparados para desafiar el clasicismo sexual no entiende de puritanismos, feminismos ni caminos de retorno. No sólo son las desinhibidas estrellas de Melrose Avenue, con sus morritos procaces, como Miley Cyrus, que puso el trasero en pompa en el escenario de los premios MTV; celebrities cuya explícita hipersexualidad, sumisa, queda a años luz del juego de provocaciones de sus predecesoras. También las escenas y los anuncios porno que se cuelan en los dispositivos electrónicos a los que permanecen enganchados los adolescentes más de once horas al día. Basta un clic para despertar de la edad de la inocencia: pubis depilados, erecciones encadenadas, obligados juguetes sexuales, desafíos para romper rutinas…y, como telón fondo, el riesgo de banalizar la transgresión. Algunas voces de alarma advierten de que el sexo ha mecanizado el artificio entre las parejas tiernas que quieren emular aquello que ven a diario en sus pantallas. Y que a las experiencias eróticas enriquecedoras las ha reemplazado la imposición de un hardcore inapelable. Resulta chocante que en ese mar de emociones fuertes alguien defienda lo positivo de las rutinas de pareja que arrastran una especie de culpabilidad social, según la sexóloga Catherine Blanc: “Hoy se cree que las relaciones a tres son casi prácticas obligatorias, pruebas de libertad o de emancipación, pero no olvidemos que nos pertenece a nosotros definir nuestros deseos”. Porque lo que importa no es el escenario o las fantasías, sino actuar con conciencia sin patrones ni imposiciones -ya sean puritanas o libertinas- para que cada uno escoja el lenguaje con el que desea expresarse en la vida y en la cama. O a través de la pantalla. (La Vanguardia)

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16 de octubre de 2013
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Acerca de la palabra cañambuco

La palabra cañambuco no aparece registrada en el Diccionario de la Real Academia Española, pero en el Diccionario del Español de Nicaragua,  Francisco Arellano la refiere al varón que anda sin calzoncillos, y a la mujer que no lleva calzón, cabal significado que entre nosotros tiene esta extraña palabra, exclusiva del léxico nicaragüense, que suena tan ajena a lo que quiere decir. Parecería más bien el nombre de algún rifle antiguo de chispa, o el de una comida tradicional.  Pero no. Expresa la libertad con que las personas exponen sus partes pudendas al refresco benefactor del aire que se cuela por las botamangas de los pantalones y los ruedos de las enaguas, en clima tan caluroso como el nuestro.

¿De dónde viene vocablo tan particular, que para unos puede significar comodidad en el vestir, y para otros, más recatados, desvergüenza o impudicia?  He buscado afanosamente, y la única otra palabra casi igual que existe en español es calambuco, y parece ser que un pequeño cambio fonético la convierte en cañambuco. Calambuco  se usa en diversas partes del Caribe y México, y aún en España. En Cuba se aplica a las personas que hacen gala de una falsa o extremada devoción, calambuco o calambuca, o sea, santulones o santulonas que se hacen notar en sus preces, como los fariseos de que hablan las Escrituras. Nada tiene que ver, sin embargo, esta falsía de quien se golpea el pecho de rodillas haciendo alardes, con andar sin prenda interior alguna debajo de los pantalones o las faldas. Y el asunto se complica cuando hallamos que calambuco es un árbol resinoso, de la familia de las gutíferas, que produce una goma llamada calaba, o bálsamo de María.

En el sur de México, en Chiapas y Tabasco, calambuco es un calabazo o una jícara,  o una vasija tosca del tamaño de una media naranja grande, lo mismo que en el Caribe colombiano, donde también llega a llamarse así cualquier recipiente de barro, una olla por ejemplo, y lo mismo un cajón cuadrado hecho de tablas donde se chorrea la leche para sacarle la crema; y en otras regiones es la pichinga de metal para transportar la misma leche, o el bidón de plástico para gasolina o aceite.

De calambuco, dicen los ilustres académicos colombianos, ha salido el verbo encalambucarse, que significa enredarse o confundirse, como digamos, "ando con la cabeza encalambucada"; si aplicáramos este término en Nicaragua a los ateperetados, deberíamos decir "encañambucado". ¿Pero cómo salimos de paso tan difícil? Encañambucado de la cabeza, si tomamos en cuenta el sentido que le demos a cañambuco, querría decir más bien andar con la cabeza desnuda, sin gorra o sombrero, igual que, más debajo de la propia humanidad, sin calzoncillos o calzones.

Volviendo al litoral Caribe de Colombia, un catambuquito sería un diablito jodedor, mientras, para nosotros, significaría un diablito de nalgas peladas; y calambuca , en la lengua kikongo de Angola, pues éste parece ser un término de origen africano traído a América por los esclavos, es la mujer preferida o más amada, lo que daría pie a una exclamación amorosa como "quiero con toda mi alma a mi calambuca idolatrada"; ¿pero qué si dijéramos "quiero con toda mi alma a mi cañambuca idolatrada?". Habría que tener pruebas de que la aludida no lleva realmente nada por debajo.

En España, donde se da el nombre de  calambuco a un recipiente de latón para sacar agua del pozo o de las tinajas, abollado y maltrecho, o un bote o lata donde se da de comer a los cerdos, también se usa la palabra aludida para referirse a alguien de pésimos modales o educación, que no da ni los buenos días y anda empurrado por la vida. Un calambuco de estos, que además anduviera cañambuco, sería objeto de doble reprobación, pesado, y, además, sin calzoncillos.

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16 de octubre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La celebración de Jesús Urzagasti

Hace mucho tiempo escribí que De la ventana al parque me parecía una de las mejores novelas bolivianas contemporáneas. Algo asustado, decidí emprender su relectura. Pensé que quizás había vivido en el engaño y que debía nomás mencionar Tirinea o El país del silencio como mis novelas favoritas de Jesús Urzagasti (pero Tirinea me había dejado frío y El país del silencio también necesitaba una relectura). Pero no. De la ventana al parque se mantiene tan fresca como cuando se publicó (1992). Me dejé llevar por las frases encantatorias de Urzagasti, el ritmo interno de la prosa y los hallazgos del lenguaje, llenos de revocar la covacha y conchabarse y fajarse a tiros cuando uno está en sus cabales y demasiado colorinche en su rostro hermoso y el otro, en cambio, un chicato privado de dientes.

Lo que ofrece esta novela es una cosmovisión poética acerca de la continuidad entre la vida y la muerte y un ethos para entender un mundo en el que incluso las figuras malignas tienen un lugar que se respeta. De la ventana al parque no como un inquietante cuento de fantasmas a la manera de Pedro Páramo, sino como una visión celebratoria del más allá, un más allá sin melancolía. Mejor: una celebración de la vida, siempre y cuando uno sepa asumir su cercanía con la muerte. Los muertos -chaqueños y andinos, argentinos y bolivianos-- están contándose historias y pueden no haberse cruzado sus caminos en vida, pero para eso ahora nos usan a algunos de nosotros, para eso lo usan al narrador: somos intermediarios, cajas de resonancia en torno a la cual confluyen muchos de ellos. Nuestros muertos se sirven de nosotros para dialogar, para conocerse entre ellos. Y los poetas son seres privilegiados (Urzagasti es un ser privilegiado), porque a sus seres más queridos los hacen "saltar por la ventana rumbo al parque... porque ese aire del alba y esa vegetación jamás podrían dañar a los personajes que algún día se sintieron mágicos e inmortales".

De la ventana al parque está marcada por los apariciones del diablo: el tío Segundo se encuentra con él en el monte, "y como no sabía quién era", lo invita a pelear "de sopetón" (se irá asustado pero no abrirá la boca y al día siguiente encontrará a Dios gracias a una secta protestante); a Don Victorino, el diablo lo cura de su asma y le hace prometer "que sería bueno y servicial con sus semejantes"; Manuel Pantaleón se cruza con el "Maestro de la Noche" y aprende de él las artes menores (enamorar a las mujeres, ser divertido, saber tirar la taba, hacer brujerías); Santarra se asusta tanto que se escapa y se vuelve bizco. En cuanto a Cranach -una versión de Jaime Sáenz--, el narrador aprovecha para mostrar sus diferencias: mientras el diablo de Cranach es "serio y soñador... con mucha bruma y tinieblas y noches alborotadas", el diablo llanero de De la ventana al parque es más cercano, menos solemne, "muy lejos de la destrucción y la resurrección". El diablo como una presencia capaz incluso de hacer el bien, una suerte de otro Dios con el que uno puede entenderse mientras no haya miedo en el encuentro.

Urzagasti propone en De la ventana al parque una visión que reconcilia extremos. La última fisura la cubren la escritura y la lectura: en las páginas finales, el narrador se encierra en su habitación con sus amigos muertos. Y escribe. Escribe sobre ellos, sesenta páginas que quizás llegarán a llamarse De la ventana al parque. Terminada la escritura, él también abre las ventanas y salta a la calle y brinca hacia el "gran parque latinoamericano". Y somos nosotros, los lectores, quienes, en la comunión de la lectura, servimos como intermediarios para que hable a través de nosotros ese gran muerto vivo que es Jesús Urzagasti. 

 

(El Desacuerdo, 15 de octubre 2013)

 



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15 de octubre de 2013
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