Vicente Molina Foix
Mientras la vida real se va haciendo más y más caótica, menos lógica, aumenta el interés por el Surrealismo, que no nos explica el mundo pero sí lo refleja en sus pulsiones ocultas y en su disparate. Y así el surrealismo, sin que nos demos cuenta, está usurpando la nomenclatura de nuestra cotidianeidad, en la que hace poco aún éramos realistas y nos teníamos por sensatos. Y aun antes, no mucho antes, habíamos sido románticos largo tiempo: al amar, cogidos de la mano tiernamente, al bailar la música de orquestas dulzonas bajo la luna, al combatir a pecho
descubierto por causas que nos tocaban el corazón y no la cartera. Ahora todo es salvajemente irreal, dislocado, y en la insensatez dominante tratamos de buscar un sentido.
La estupenda exposición que presenta en Madrid (hasta el 12 de enero) la Fundación March lleva el título de ‘Surrealistas antes del surrealismo’, y un subtítulo explicativo: ‘La fantasía y lo fantástico en la estampa, el dibujo y la fotografía’, que aun siendo largo se queda corto, pues la exposición abarca asimismo otros terrenos esenciales, como el cine, proyectándose en distintas salas, sobre un suelo rodeado de sillas rojas donde el espectador puede sentarse, algunos de los grandes clásicos del cine de las vanguardias irracionalistas. Entre lo entretenido que resulta el inmenso caudal de obras expuestas (muchas de pequeño formato) y ese (muy recomendable) programa cinematográfico, se le recomienda al visitante que acuda a la March sin prisas. Sus piernas y su intelecto se lo agradecerán.
La exposición quiere rendir homenaje a una, ya histórica, que el gran estudioso de las artes y director del MOMA Alfred H. Barr Jr. hizo en Nueva York en 1936 bajo el nombre de ‘Fantastic Art, Dada and Surrealism’. Allí y entonces se trataba de fijar teóricamente una genealogía de lo irracional en el arte europeo y americano de los cinco siglos anteriores, y eso es justamente lo
que vemos en Madrid ahora: padres y antecedentes, familiares cercanos y exploradores de lo fantástico, unidos todos, como recuerda en un sugestivo texto del catálogo Juan José Lahuerta, por la retroactividad surrealista que el propio fundador del movimiento, André Breton, anticipó en 1925, cuando en una carta a su mujer Simone le habla de un proyecto que había iniciado con Antonin Artaud, "la constitución de un dossier muy importante de notas relativas a todas las obras aparecidas hasta la fecha en cuya composición haya alguna traza de lo maravilloso".
La selección apabulla, y no sólo por su cantidad sino por el contenido, que mezcla a Goya con Piranesi, a Durero con Man Ray, a García Lorca con Max Ernst, destacando especialmente las secciones de fotografía proto-surreal de distintas épocas y países (Ladislav Novák, Grete Stern, Herbert Bayer), y los ‘collages’ de la gran Hanna Höch y de nuestro interesantísimo Adriano del Valle. Una imagen se me quedó en la cabeza al salir de la Fundación; se trata de una extraordinaria fotografía que nunca había visto, ‘Salvador Dalí en Port Lligat’, tomada por Man Ray en 1933. El joven Dalí parece mortecino, con su mata de pelo revuelto y sus ojos idos, bajo un zapato de mujer que le ahoga o le arroba. Misterio, gozo y peligro, los elementos que nunca pueden faltar en el surrealismo.