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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Brasil no es para principiantes

Brasil es el mejor lugar común que nos hemos inventado. Hasta allá viajamos, o queremos ir, buscando playas y cuerpos y relajo y baile y fútbol y comida y alegría, toda la alegría.

No existen muchos, nacidos fuera de este país, que hablen mal de la tierra de Pelé, Senna, Xuxa, Roberto Carlos y Jorge Amado. Es nuestro propio sinónimo de paraíso, el más grande del planeta y donde ahora, además, se jugará un Mundial de Fútbol. Alegría al cuadrado.

El primer choque llega cuando aterrizas.

Si es en Sao Paulo, te sale a recibir una mole de cemento sin garotas en bikini y un tránsito más lento que una pesadilla. Una megalópolis con tanta cantidad de helicópteros como Nueva York y Tokio, que te recuerda que más allá de la postal de relajo, esto es una de las grandes economías del mundo.

Si entras por Río de Janeiro, descubres que hasta la pobreza puede ser una puesta en escena. Las favelas convertidas en un entretenido city-tour. Como escribió Cabrera Infante, más que una realidad Río es una promesa. Un encantador espejismo del que disfrutamos escapando de lo que no queremos ver.

Si llegas a Natal, bien al norte, donde comenzó la conquista del país por parte de los portugueses, podrás cruzarte con restos de las bases aéreas que usó Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. Brasil de combate.

Si apareces en Salvador de Bahía, la Roma negra, te hablarán de brujerías mientras te recuerdan el día que se paralizó todo Pelourinho para grabar un videoclip de Michael Jackson. O si es Porto Alegre, la zona gaúcha del sur, te recibe el mito que ahí se refugió Josef Mengele y otros jerarcas nazis. Y está el Amazonas, zona en que conviven tribus que todavía no conocen la civilización con retroexcavadoras y sierras eléctricas que van talando bosques por minuto.

Pero uno vuelve. Siempre.

No hay vez que haya viajado a Brasil que no saliera del país prometiendo regresar pronto. En la medida que uno se sale de la postal, y avanza por su territorio tumbando mito tras mito, comienza una nueva relación con el territorio. Una más intensa, más profunda, más violenta, más eterna. Como bien dijo Tom Jobim, el autor de la música de "La chica de Ipanema", Brasil no es para principiantes.
El país con los niños futbolistas más caros del mundo. Con más agua dulce, más católicos y más cesáreas del planeta. Un territorio cuyos habitantes son los que más tiempo pasan conectados a internet, que más siguen al Chavo del 8 y que más campeonatos del mundo de fútbol han conquistado.

Brasil tan áspero y caliente, como lo definió Roberto Arlt. El país donde casi compré un jugador de fútbol y me subí a un Fórmula 1 en Interlagos y bailé en un Sambodromo y visité una ciudad llena de gemelos y donde una mosca se me metió en la oreja y terminé en la urgencia de un hospital público lleno de policías con metralletas y camillas llevando cuerpos con balas adentro. Ah, y se me olvidaba, donde también estuve en playas perfectas y comí tantos peixes como pude y bebí tanta cerveza y jugo de coco y caipirinhas y caipiroshkas y vi tantos cuerpos perfectamente imperfectos y goce ser parte del lugar común, de la postal. El país que a partir de ahora ocupará toda nuestra agenda hasta empalagarnos. El territorio que nos inventamos y por el que, finalmente, sentimos tanto amor.

Aunque como dijo Jorge Amado, el escritor brasileño más famoso de la historia, el amor es lo mejor y al mismo tiempo lo peor del mundo. Incluso con Brasil.
 

 

 

publicado en la revista Domingo de El Mercurio

 



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22 de mayo de 2014
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Razón y corazón

Conviven en Ramon Tremosa la economía y la poesía, la coral y el cine europeo en versión original, sus seis idiomas y la dialectología catalana, las corbatas autoafirmativas y las camisas de lino, el lado masculino y el femenino. “He aprendido a llorar de alegría. Cuando algo sale bien la tensión se descomprime”. Y añade: “A veces con mi mujer intercambiamos papeles, ella tiene tics masculinos y yo femeninos. Me considero más niñero que ella, siempre me he ocupado de los pediatras, de los maestros, de las actividades extraescolares…”. Hay una palabra clave en la vida y hechos de Ramon Tremosa: “logística”. Una característica que reconoce en las dos mujeres que admira y a las que ha dedicado todos sus libros (cinco): su madre, Maria dels Dolors, y su mujer, la abogada Maria Rosa Pons. “Mi madre nos ha marcado mucho, con 79 años sigue cocinando para dieciséis personas. Hace la pasta de los canelones un mes antes de Navidad, y la congela. Es logística pura. ¿Yo? No, yo soy más de cien metros, aunque ahora que doy mítines tengo que ser más ordenado”. Su vínculo con Ponent ha marcado su visión del mundo: su padre -falleció por una leucemia hace diez años- nació en Areny, cerca de Pont de Suert : “La Ribagorça es una tierra muy dura”. Por parte de madre conserva un paisaje atlántico de regadío, El Poal: “Íbamos a recoger peras, a las granjas de pollos… y me maravillaba el atardecer rojizo de Ponent”. Tremosa fue un niño travieso y rebelde a quien le costaba aceptar los límites. “Siempre he querido vivir al día y preguntarme el porqué de las cosas. Me considero un reformista radical. No un revolucionario. Porque las revoluciones no hacen avanzar, pero las reformas sí”. Se define como emotivo, sentimental y romántico. “Parece más estirado de lo que en realidad es -comentan en su círculo- porque sabe muy bien lo que quiere; es una máquina con una imparable capacidad de trabajo”. Cuando se quiso comprar un piso, preparó un hoja de Excel donde comparaba la ubicación, la luz, etcétera de todas las viviendas que visitaba. Hasta que un día entró en un piso y dijo: “Es este”. Lo aduce al “misterio innegable de la vida” porque según el eurodiputado de CiU, “las decisiones más importantes de la vida no se pueden racionalizar”. Su autopercepción de ser poco cartesiano choca con el orden de su mesa, al igual que la hiperactividad de la que ha hecho gala en el Parlamento Europeo: el séptimo diputado de 766 que más preguntas ha hecho, correcciones y mociones. Además de ser el encargado de los informes Banco Central Europeo en el 2011 y del de competencia en el 2013. Casi todos los mandatarios europeos con los que mantiene una relación cercana, desde Trichet a Draghi, poseen un libro de Màrius Torres que les ha regalado Tremosa: Paroles de la nuit. “En un momento delicado de mi vida, tras un desengaño amoroso, me ayudó mucho su poesía tan profunda y escrita desde los límites”, confiesa. Sin que le pregunte, afirma que Martin Schulz, o el propio Trichet y Draghi son gente muy normal. Tiene fotos con ellos en su despacho. Él también se considera un hombre normal. “El derecho a decidir no es el tema central en Europa, ni lo es Escocia, pero en los think-tanks y conferencias donde asisten los periodistas globales más importantes, desde el Financial hasta The Wall Street Journal, me invitan y utilizan mis palabras. Es el asunto de moda. Y como más activo seas, más cuentas en el debate. ¿El mensaje que transmito?: la radicalidad democrática de Catalunya”. Una de las pesadillas más recurrentes del candidato europeo de CiU tiene que ver con la universidad: “Tenemos un examen y resulta que no tenemos las fotocopias para repartir a los alumnos”. Admite que le persigue siempre el fantasma de la responsabilidad y la organización, pero prefiere vivir con esa angustia: “El miedo guarda la viña”, cita. Le pregunto si alguna vez ha tenido algún complejo. De estatura, por ejemplo. Se sorprende y me dice que su metro setenta es más que aceptable. Pero al minuto desarrolla una teoría acerca de las dietas duras de sus antepasados en la Ribargorça. “Mis abuelos medían metro sesenta. En dos generaciones ganamos diez centímetros”. Teoría y logística made in Tremosa. (La Vanguardia)

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22 de mayo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El zoco geoeconómico

Con Irán ha funcionado el régimen de sanciones. Sin ellas y sin sus efectos sobre la población, no se entiende la buena disposición a negociar de Hasan Rohaní. No es seguro que funcionen con Rusia, a pesar de que la anexión de Crimea requeriría una respuesta igual o mayor que la empleada con Irán por su programa nuclear. La capacidad persuasiva de las sanciones es mínima a corto plazo e incluso contraproducente. Sobre todo por su carácter limitado e incluso inofensivo. Nadie quiere expulsar de verdad a los magnates rusos de la economía global. Rusia tiene palancas, diplomáticas y económicas, para limitar su alcance y combatir sus efectos, y van desde las negociaciones de más alto nivel sobre Siria, Irán u Oriente Próximo hasta los acuerdos de adopción de niños rusos en España. Tampoco está claro que funcionen en el largo, estrechando poco a poco el dogal como se ha hecho con Irán. Para Rusia son un estímulo al viraje hacia una nueva geometría en las relaciones comerciales, con un aflojamiento de los lazos con la Unión Europea y el mundo atlántico y una apertura a otras alternativas, fundamentalmente hacia Asia. Un primer paso nos llega de la reunión en Shanghái entre Putin y Xi Jinping, hermanados por la tensión reciente con Washington, por Ucrania el primero y por la orden judicial contra los militares espías chinos el segundo. El encuentro es una exhibición de la mecánica multipolar tan anunciada: la UE se apresura atolondrada a buscar alternativas al gas ruso mientras la Federación Rusia cierra acuerdos gasísticos con China, preparados con buen ojo estratégico desde hace diez años. En ningún caso es una nueva guerra fría, ni siquiera geoeconómica, que nadie se puede permitir. En las relaciones con Washington habrá una nueva geometría más tensa y adversativa, acorde con la redistribución de poder mundial; pero no será bipolar. China quiere gas ruso, pero a buen precio; también defenderse ante las acusaciones por el espionaje digital y su expansionismo marítimo; pero no tiene interés en formar con Rusia un bloque antioccidental. En su posición se asemeja a otros emergentes, como la vecina India de Narendra Modi, que pronto la atrapará en población, quiere atraparla en crecimiento económico y le va a la zaga en poder militar. El cambio en India es tan expresivo de los nuevos aires multipolares, hechos de pugna y también de cooperación, como la crisis ucrania o la tensión creciente en el Mar de China Oriental. Habrá que seguir con atención los primeros pasos del nuevo premier indio en la escena internacional. Las sanciones pertenecen a un mundo unipolar en declive. Estamos en un zoco geoeconómico mundial, sin monopolios ni duopolios, en el que media docena de comerciantes compran, venden, y a veces también se engañan unos a otros. Y en el zoco siempre existe el peligro de que en mitad de la discusión se llegue a las manos.



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22 de mayo de 2014
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La mujer indefensa

De la barbaridad que soltó Arias Cañete respondiendo a Susana Griso, hay un sintagma que determina el sentido de la frase: “mujer indefensa”. Ni la superioridad moral que se otorgó ni la discriminatoria afirmación de que las mujeres son inferiores intelectualmente resultan tan reveladoras como la creencia de que no puede serlo él mismo, es más, el temor de que “podría parecer un machista que acorrala a una mujer indefensa”. Cañete se coloca en el podio. Como la zorra de Esopo que no alcanza las uvas y dice que están verdes. El suyo con Rubalcaba si sería un buen cara a cara y se podrían “dar toda la leña recíproca”. Pero cómo iba a darle leña a una mujer indefensa. Quedaría feo, vino a decir con trasnochada vanidad. Su opinión pertenece al último eslabón de las creencias esencialistas que anteponen el sexo o la raza al ser. Atendiendo a la testaruda actualidad, considerar a las mujeres en inferioridad de condiciones es un ejercicio mucho más sutil que el de la discriminación por raza -qué rapidez ejemplar la del FC Barcelona echando a la taquillera de su museo, que se puso a hacer el mono en las gradas del Llagostera-. Siguiendo esa lógica, a Cañete también debieran haberlo amonestado desde el PP, como exige el PSOE, que ha rentabilizado cual Alicia en el país de las maravillas el jardín en el que se metió el candidato europeo. La discriminación de la mujer en el siglo XXI queda escriturada en los mandatos islámicos, las hermandades blancas, los salarios de Hollywood, más de una cadena de supermercados o el mismísimo The New York Times. Y en su exigua presencia en el G-20 y demás reuniones de alto copete. No es sólo Cañete quien considera que no se puede hablar de igual a igual con una mujer. Dirán, ah, no es la cantidad sino la calidad, y las aptitudes. Pero, de ser así, resultaría muy sospechoso que ningún equipo de científicos hubiera investigado aún la mecánica neuronal por la cual las mujeres -siendo mayoría en las universidades (con brillantes expedientes), y también las que ganan por goleada las oposiciones- estén incapacitadas para liderar y no den la talla para esgrimir dialécticas y cruzar espadas. Probablemente en Estrasburgo y Bruselas crucificarán a Cañete por ese desliz cuando aspire a ser comisario de algo. Pero lo importante, y digno de reflexión, es que un cabeza de lista tenga tan interiorizado que la identidad femenina se halla en inferioridad de condiciones. Y que más allá de Valenciano, exporte esa certeza a todas aquellas que han remado contra remolinos de adversidad. En cualquier caso, serán mujeres tan fuertes o tan indefensas como cualquier ser humano, sea varón o transexual. ¿No habíamos quedado en que el sexo está en el cerebro?

(La Vanguardia)

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21 de mayo de 2014
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Conversación en el lugar único

El festival literario Atlantide se celebra en una antigua fábrica de galletas convertida en centro cultural. Nantes es una ciudad pródiga en espacios para la gente, lo que define el sentido de una verdadera urbe moderna. Junto a las aguas del Loire se abren espacios verdes y parques de diversiones, uno de ellos con animales mecánicos gigantes, como salidos de la mente de Julio Verne, el más famoso de los nanteses; y en la otra rivera se bajan las gradas hacia un museo donde se recuerda el tráfico de esclavos que hizo rico a este puerto: en el piso están inscritos los nombres de cada uno de los barco negreros que iban por su carga al África con destino a América. Una flota de nombres engañosamente pintorescos que parecen navegar en el asfalto.

El sitio que aloja al festival recoge las viejas iniciales LU de la fábrica de galletas, y se llama el Lugar Único. En sus salones, donde antes estuvieron los hornos, las máquinas y las bodegas, se realizan ahora las mesas redondas entre escritores que hemos venido de diferentes partes del mundo, Canadá, Líbano, Haití, Nigeria, México, Colombia, Camerún, Irak, Francia. Ucrania y Nicaragua.

Una de las noches del festival, su director Alberto Manguel ha organizado una lectura colectiva de textos de autores censurados, o reprimidos, que viene a ser un homenaje a un ausente, el argelino Hubert Haddad, a quien las autoridades de su país no permitieron la salida, temerosas de la repercusión de sus posiciones en contra del fundamentalismo religioso que aflige a Argelia y a tantos otros países del mundo árabe  

Me toca compartir la mesa de diálogo con el novelista Yuri Andrukhovych, bajo un título sugerente, Naturaleza Política. Dos novelistas de países distantes. Uno, el mío, fuera de los focos internacionales hoy en día; el otro, el de Yuri, sometido a la amenaza de ser dividido en pedazos, otra vez como en el pasado.

Yuri es autor de La Moscoviada,  una novela acerca de sus años de joven escritor residente en Moscú. El poder fantasmagórico que reina desde el Kremlin, surge de las catacumbas  y desciende hacia ellas; las catacumbas donde circula un metro exclusivo para los jerarcas del partido, esa eterna casta que tantas veces ha resucitado de los sarcófagos de la historia, zares o comisarios, o agentes secretos coronados.

En el curso de nuestro diálogo cuenta acerca de la suerte repetida de Ucrania, la apetecida joya de la corona del imperio ruso. Es la presa siempre en riesgo de ser devuelta a las voraces fauces abiertas del vecino codicioso. Para tener en Ucrania a un país dócil y leal, el dictador Viktor Yanukóvich fue mantenido en el poder y luego de su caída frente a la rebelión popular del Maidán, huyó a Rusia. Y lo que quedó al descubierto fue la obscenidad de la corrupción amparada en aquel concubinato.

Toneladas de lingotes de oro escondidos en los sótanos de las mansiones de los jerarcas, colecciones de autos de lujo, centenares de trajes y zapatos, miles de fajos de euros, de rublos, de dólares. Hay un momento en que la la acumulación de riqueza se convierte en un vicio insaciable. Atesorarlo todo. Por eso es que la gente no salía de su asombro cuando tras hacer fila por horas entraba en el palacio donde vivía Yanukóvich, y contemplaba aquel lujo desmesurado.

Lejano a Ucrania, y tan cercano. ¿Qué tiene que ver Nicaragua con Ucrania? Que el gobierno de mi país, le digo a Yuri mientras el público presente nos escucha contar esta historia doble,  respalda sin concesiones a Rusia en su cínica manera de apoderarse de Ucrania moviendo sus piezas tras bambalina, un mordisco aquí y otro allá a su territorio. Es lo que hizo con Georgia, y el gobierno de Ortega reconoció diplomáticamente a los países artificiales arrancados a tarascadas, junto con Nauru y Tuvalu, dos pequeños islotes del océano Pacífico, y Venezuela. Hechos que dan para novelas, afirma Yuri. No para novelas históricas, le digo yo; son pura literatura fantástica.

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21 de mayo de 2014
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Sin renunciar a nada

Un tono de voz bajo que modula según la carga del mensaje y que se hace más grave cuando suelta un taco: acojonante, joder, coño… “mis amigas me ponen a parir”. Una camisa blanca, en esta campaña de una talla más que en las anteriores: “Procuro que mi aspecto físico nunca sea noticia. Cero joyas”. Una playa pedregosa en Altea y una infancia feliz que olía a azahar y algas. Abuelos franceses e italianos. Estudiante del Liceo leía a Enid Blyton en francés, y de joven a Sartre, Camus y Beauvoir: “Ellos me introducen en el pensamiento político”. La movida, Nacha Pop, la democracia: “Tener 20 años en los ochenta fue un chollo. España estallando de libertad, de política, de rock and roll. Nunca fui proclive a las drogas. Canutos sí, pero es que eso no lo considero ni droga”. Una vida sin sobresaltos: “Lo peor que me ha pasado ha sido la muerte de mis abuelos”. El único pero: “Irme a Bruselas por la mañana dejando a mi hijo con cuarenta de fiebre”. Elena Valenciano sigue siendo Malena en su casa. Hija de un médico liberal de UCD que trajo la vacuna de la polio a España y de una madre de derechas que leía el ABC “de antes”, empezó a militar en las juventudes socialistas con 17 años: “En verdad, porque me enamoré de uno de los dirigentes de entonces, Magdy Martínez (actualmente ocupa un alto cargo en las Naciones Unidas)”. ¿El no haber terminado la universidad significa una mancha en su currículum? Me pasaron muchísimas cosas, y no encontré el momento para terminar la carrera. Ahora bien, si hubiera sido hija de clase trabajadora, probablemente no me hubiera permitido ese lujo, en mi familia siempre fueron a la universidad… ¡Claro que mis padres se disgustaron! Pero yo me puse a hacer teatro en El Gallo Vallecano, a viajar por América Latina y a militar en el feminismo. No voy a presumir de ello, pero tampoco es un drama. Mi nivel de competencia no vendrá por el título sino por si soy capaz o no de hacer las cosas. ¿Qué significa ser una mujer del aparato? Es que no es verdad. Es una cosa increíble eso… Mi primer cargo fue cuando Josep Borrell me llevó en las listas al Parlamento Europeo. Entonces yo dirigía la Fundación Mujeres. Había sido la niña del feminismo de los ochenta… Pero no tuve un cargo en el Partido Socialista en mi puta vida. El primer cargo público fue contra el aparato, con Borrell, a quien fui a ofrecerme. Y en el 2007 (Valenciano tenía 47 años) me hacen secretaria de política internacional del partido. Es mentira que haya chupado del aparato, pero como soy la número dos, les encaja decir que llevo toda la vida allí. ¿Cómo es su relación con Alfredo Pérez Rubalcaba? Nos llevamos muy bien y muy mal, como en una convivencia, pero hay lealtad, cariño y admiración. Claro que hay que saber muy bien donde estás, no te puedes permitir flaquear. Estás rodeada de hombres todo el día y no es fácil: arriba hay muy pocas mujeres y muchos machos alfa (baja la voz). A usted también la llaman mujer alfa… Ya sé que me llaman así, y lo entiendo. El macho alfa en los trineos es el perro que esta delante de los huskys siberianos, y es alfa porque tiene que tirar de los otros perros; si le duele una pata, se tiene que joder porque tiene que tirar del resto. ¿Nunca encajó en el perfil de ministras de Zapatero? Es que yo nunca he querido ser ministra… Me tantearon varias veces, pero estaba vacunada por el sacrificio que comporta el cargo y el escaso margen de actuación que tienes. Hace poco, Zapatero me dijo que de lo único que se arrepentía era de no haberme nombrado ministra. Y le hubiera dicho que no. O vicepresidenta o nada (risas), no porque quiera más poder sino porque si quieres hacer algo tienes que poder hacerlo. Europa, esa vieja dama envejecida. No se me ocurre ninguna idea mejor que Europa, es el momento de trabajar por un renacimiento de la Europa que todos hemos soñado. ¿Y Catalunya? Es tremendo lo que ocurre; veo cómo mes a mes crece la distancia. Los hijos de todos mis amigos están en la independencia… Dos presidentes que cada uno va a su bola y no se sientan a hablar, mientras la sociedad catalana y el Gobierno de España están separándose. Es una gravísima irresponsabilidad porque cuando vayamos a querer hacer algo, ya no vamos a poder. La entrevista tiene lugar tres días antes del comentario suicida de Arias Cañete, que la tildó de “mujer indefensa”. No podía hacerle mejor regalo a una activista del feminismo cuya batalla se remonta a aquel primer cartel contra los malos tratos, Mujer, no llores, habla, que escandalizó a propios y ajenos: “Cómo os vais a poner a hablar eso, si pertenece a la intimidad de las parejas…”, les decían. Asegura enfermar cuando ella o los suyos cometen errores: “Siempre digo que lo único que no tenemos que hacer es no patinar; no hay que sobreactuar, tú no eres tú sino la portadora de un mensaje con 135 años de historia”. En lugar de somnífero, recurre a su marido, “mi chico”, el arquitecto Javier de Udaeta. Dice que le basta sentirlo al lado para que pueda dormir… “Esta semana le llamé porque estaba muy estresada, vino a Madrid, me hizo dormir tres días y como nueva. Si no llega a ser por él yo no hubiera podido hacer esto. Es guapo, está bueno y además es bueno, las tres cosas”. Debe sentirse satisfecha de su vida. Lo mejor que hecho en mi vida es volverme loca combinando mi libertad, los hijos y la tarea política. Se puede con todo y no hay que renunciar a nada, aunque duermas menos, aunque te agobies, la vida es supercorta y hay que hacer todo lo que puedas: divertirte, follar, tener niños, hacer política, leer y ayudar a la gente.

(La Vanguardia)

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20 de mayo de 2014
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Asuntos metafísicos 51: el peso de los principios

Ya he señalado que los principios ontológicos, de los que en esta reflexión  he venido ocupándome, determinan algo más  que nuestro enfoque  cognoscitivo.  Hegel señalaba que la vida [humana] es el  empleo de las categorías o conceptos fundamentales cuyo despliegue sería el movimiento mismo de la razón. Pues bien, en lo referente a nuestro trato con el orden natural, algo aún más radical podría ser afirmado de los principios, no bastando decir que el hombre se vincula a la naturaleza armado de principios ontológicos. Pues no usamos los principios,  sino que nos plegamos a ellos, hasta el extremo quizás de confundirnos con los mismos. Manifestaciones de este plegarse son   tanto el esfuerzo por hacer inteligible el orden natural como la acuidad práctica para enfrentarse al mismo,  episteme  y techne en el sentido de técnica,  sea rudimental o sofisticada.

Menos seguro es que la techne en el sentido de lo que llamamos arte sea también   expresión de tal adecuarse. Pero desde luego en modo alguno se trata de una actividad de remisión a principios  la filosofía, que en el hecho mismo de reflexionarlos, de ponerlos sobre el tapete, da  testimonio de una voluntad de pensar aun al riesgo de hacerlo tras haber socavado lo que parecía  fundamento del pensar mismo; voluntad de   pensar  simplemente mientras se pueda.  Al filósofo, que se ocupa de lo que es por el hecho de ser, compete el tratar de principios tan firmes (luego tan intratables o moldeables) como el de no contradicción, es la respuesta de Aristóteles a la pregunta por él planteada: "¿Quien reflexionará sobre aquello que los matemáticos llaman axiomas?"

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20 de mayo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La buena reputación

 Esta novela  es como uno de esos grandes ríos que en su curso medio fluyen tranquilos, poderosos y ajenos porque no necesitan nada fuera de sí mismos. Casi de inmediato el lector cae en la cuenta de que puede entregarse a la lectura sin  otro cuidado que dejarse llevar porque no hay peligro de cascadas, ni amenaza de rápidos que corren entre piedras cortantes y que se disuelven en remolinos traicioneros.

            La propuesta de honrada tranquilidad que lleva a cabo Martínez de Pisón en La buena reputación tiene el mérito añadido de haber superado con éxito una dificultad técnica de cierta envergadura. En principio se trata de una historia tan reconocible como pueda ser la trayectoria vital de los miembros de una familia española desde los años cincuenta, cuando los padres están en su plenitud vital, hasta el momento en que la generación siguiente toma el relevo. Lo que ya no es tan habitual es el marco espacial en el que transcurre la acción (Melilla, Tetuán, Málaga, Zaragoza y Barcelona), ni tampoco  las circunstancias (el norte de Marruecos se encuentra en pleno torbellino descolonizador y los habitantes de las ciudades españolas en territorio marroquí no están nada seguros de que el huracán anticolonialista no se los va a llevar por delante). Encima, la familia que lleva el peso de la narración no pertenece, como puede pensar cualquiera nada más oír la palabra Melilla, al estamento militar. Lejos de ello, se trata de un matrimonio en el que él es judío (poco ortodoxo  pero hijo de Israel al fin) y ella una mujer católica, más ocupada en asegurar un futuro a unas hijas en edad casadera que en participar en la vida, costumbres, tradiciones y compromisos judíos.

            Pero, e insisto en el carácter tranquilo de la narración, Martínez de Pisón logra mantener en todo momento el equilibrio entre las vicisitudes de los diferentes miembros de la familia y el suministro de la información que el lector precisa para poder juzgar por sí mismo lo que está leyendo. La situación de los judíos bajo el régimen de Franco (quién no recuerda el famoso sonsonete contra el judaísmo internacional) tanto en la Península como en Melilla; la actitud de las autoridades civiles y militares ante el tráfico de familias judías hacia Israel en previsión de que los nacionalistas marroquíes cumplan sus amenazas; la influencia que ejercen  los requisitos religiosos y los compromisos sociales judaicos en la relación de pareja de un matrimonio mixto; los proyectos matrimoniales de las hijas en una sociedad dominada por unos solteros-objetivo que en su mayoría eran militares y por lo tanto aves de paso difíciles de cazar (o al menos difíciles de cazar para siempre);  el peregrinaje de unas ciudades a otras en busca de un acomodo que vaya bien a todos, etc. Es muy meritoria la dosificación de esa información y su intercalación en la vorágine de acontecimientos que aquejan a todos,  porque como es lógico pasa de todo: hay adulterios, actos de heroísmo, fugas románticas con un novio no bien visto por la mamá, los peligros que afronta el padre para ayudar a escapar a gente a la que ni siquiera conoce; peleas y reconciliaciones entre los padres, traiciones de las hijas, o las pequeñas venganzas y los grandes amores habituales en las familias. Y no creo necesario aludir a la sobriedad y precisión del lenguaje, tan difíciles de ver en la narrativa actual. O qué decir de las elegantes elipsis que permiten pasar página a determinadas situaciones sin necesidad de contarlo todo.  Sin duda, una obra mayor y de madurez.

 

La buena reputación

Ignacio Martínez de Pisón

Seix Barral    

 



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19 de mayo de 2014
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