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La guerra de la energía

Hay muchas formas de librar la guerra. No siempre hacen falta los tiros. Una decisión sobre los precios del gas o del petróleo o una restricción en los suministros basta a veces para producir efectos de mayor eficacia que un bombardeo o una invasión. Muchas guerras se han librado por la energía, y más concretamente por el petróleo. La primera guerra del Golfo, emprendida con todas las de la ley por Bush padre en 1990, fue para evitar que Sadam Husein se convirtiera con la anexión de Kuwait en el primer productor de petróleo del mundo. Pero hay otras guerras, como la de Ucrania, que se libran bajo la amenaza de la energía: si llegamos al invierno con la penosa tregua sangrienta que hay ahora en Donestk y Lugansk podemos ver cortes del suministro de gas que van a afectar al conjunto de Europa. Arabia Saudí, el primer productor de petróleo del mundo y dueño de las mayores reservas mundiales, acaba de tomar una decisión que ha sido interpretada en muchos países como una forma de guerra subrepticia. Justo cuando los precios empezaban a bajar, como resultado del incremento de la producción en Estados Unidos y de la caída de la demanda en Europa y en China, los príncipes saudíes han decidido mantener los altos niveles de producción, perjudicando directamente a sus adversarios geopolíticos más próximos, que son Rusia e Irán. Los sauditas quisieran que Rusia sacara las manos de Siria, donde apoya a Bachar el Asad en un acto reflejo de la presencia soviética en Oriente Próximo durante la guerra fría. También quieren perjudicar la economía de Irán, su mayor rival regional, con el que se disputan la hegemonía en el mundo islámico. La decisión está llena de recovecos. De una parte echa un cable a Washington en su presión sobre Teherán para que firme de una vez el acuerdo sobre la fabricación pacífica de energía nuclear. Pero a la vez, es un ataque en toda regla a la estrategia de independencia energética de Estados Unidos. Con el barril estabilizado a 80 dólares dejarán de ser rentables muchos proyectos de extracción no convencional, especialmente yacimientos en los que se utiliza el fracking. La caída de ingresos perjudicará también a las finanzas saudíes, pero proporcionan al reino árabe una palanca de acción geopolítica que acrecienta su interés como aliado. Thomas Friedman, en una columna publicada esta semana en The New York Times, se pregunta si Ryad y Washington no estarán haciendo a Putin y a Kamenei lo mismo que los saudíes hicieron a Gorbachov en 1985, cuando incrementaron súbitamente su producción petrolífera hasta conseguir la bancarrota de Moscú. Según esta versión de los hechos, no fueron las divisiones espirituales de Karol Wojtila, ni la tozudez neoliberal y armamentística de Reagan con la ayuda de Thatcher, sino los príncipes saudíes quienes infligieron la derrota definitiva al comunismo. 

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18 de octubre de 2014
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Evo Morales: Administrar la hegemonía

La noche del domingo, en su alocución en la histórica plaza Murillo una vez que se confirmó su victoria en las elecciones presidenciales, Evo Morales dijo ante el aplauso de la multitud que su reelección era un triunfo de las fuerzas anticapitalistas y antiimperialistas. Ha sido, sin duda, una victoria notable, contundente, capaz por fin de destrabar una lógica de enfrentamientos que habían dividido el país en dos en las anteriores elecciones. La cuadratura del círculo suele ser imposible, y por lo pronto la habilidad política y el carisma de Evo han logrado que funcione su doble discurso: la retórica sigue siendo de la tradicional izquierda latinoamericana, pero el modelo es el de un capitalismo de Estado que sabe limar los peores excesos neoliberales.

Para Evo y su partido, el MAS, sin embargo, resulta cada vez más difícil atacar al capitalismo y al imperialismo, cuando organismos como el FMI y medios como el Wall Street Journal no han hecho más que destacar en los últimos días los éxitos económicos del gobierno boliviano. Son los riesgos de un proyecto hegemónico, que a medida que avanza e incorpora a sus enemigos derrotados va desdibujando su núcleo ideológico. El desafío para este nuevo mandato consiste entonces en mantener felices a sus bases con el corazón más a la izquierda -los movimientos sociales y populares que lo han acompañado desde el principio- y a la vez los nuevos adherentes del centro y la derecha. ¿Cómo administrar la hegemonía?

Entre las asignaturas pendientes de Evo está la prometida industrialización del país; la buena o mala salud de la economía boliviana no puede estar sujeta a los precios de los recursos naturales. El problema es que en proyectos ambiciosos como el de una fábrica de litio, Evo ha querido evitar pactos con inversores extranjeros y mantener el control total del Estado en su implementación. Los analistas dicen que es poco práctico que un proyecto como este despegue sin capital humano e inversiones de afuera, por lo que no resulta fácil la decisión de Evo: un pacto con capitales extranjeros puede verse como un paso más hacia la derechización del modelo económico, y quizás en este tema la retórica no baste para convencer a los sectores que tradicionalmente han apoyado a Evo de que su gobierno no es un aliado del capitalismo ortodoxo.      

Evo ha logrado una transformación profunda en las estructuras sociales del país, incorporando a la esfera pública a los representantes de las mayorías excluidas, pero el agujero negro de su agenda de cambio es el tema de los derechos de las mujeres; su falta de urgencia no se explica en un país en que la violencia de género ha ido en aumento. Son los límites de un proyecto patriarcal y caudillista; la izquierda, aquí, nunca ha sido revolucionaria (y la derecha tampoco). Puede que sea difícil -el machismo está enraizado en la conservadora sociedad boliviana--, pero Evo tiene el suficiente capital político para lograr cambios fundamentales en este tema, si se lo propone. El problema es que hasta ahora ha sido más bien un representante del retrógrado status quo.  

La industrialización del país y un programa serio de apoyo a los derechos de las mujeres podrían ser las bases del nuevo período de Evo y el MAS; ayudarían, sin duda, a administrar la hegemonía. Eso sí, en el camino la ideología original del partido de gobierno seguirá desdibujándose.    

      

                       

 (El País, 14 de octubre 2014)

 

 

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17 de octubre de 2014
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Puerta del Sol: ¿Podemos?

Fue el lugar de los enamorados en sus primeras citas ilusionadas. Y el lugar de los forasteros que al llegar a la capital querían empezar su visita ordenadamente: en la Puerta del Sol está marcado en el suelo, sobre una losa de piedra, el kilómetro cero de todos los caminos de España. Pero también fue, durante más de un siglo, un lugar de protestas, de libertades, de matanzas. Una gran multitud se agolpó, por ejemplo, alrededor de esa plaza y las adyacentes calles de Alcalá y del Arenal un 2 de mayo histórico, el de 1808, cuando las tropas de Napoleón ocupaban la ciudad. Había "veinte mil rebeldes", le escribe ese día el general Murat a su cuñado, contándole con detalle los graves incidentes producidos cuando los madrileños resistieron la carga de los Mamelucos del ejército francés, un episodio también contado por otro testigo presencial, el pintor de una de las más célebres obras del Museo del Prado, ‘El Dos de Mayo en la Puerta del Sol', residente entonces en una casa situada en la misma plaza. Ese cuadro de Francisco de Goya tiene para los españoles una carga sentimental similar a la que puede tener para los franceses el que pintó en 1830 Delacroix, ‘La libertad guiando a su pueblo', aunque la república tardó en llegar a España y fue breve en sus dos únicos periodos, veinte meses en 1873 y apenas ocho años entre 1931-1939. No hay pinturas comparables a la de Goya, pero sí fotos emocionantes de la Puerta del Sol llena de gente con escarapelas republicanas celebrando la caída del rey Alfonso XIII el 14 de abril de 1931; al fondo de esas fotografías se ve la gran bandera tricolor colgada en el balcón de un edificio neoclásico encargado en 1760 por otro rey Borbón ilustrado y querido, Carlos III, a un arquitecto francés, Jacques Marquet, como sede de la Real Casa de Correos.

       Cuando yo llegué con 17 años a Madrid desde la provincia para estudiar en la facultad de Letras y hacerme ‘gauchiste' tuve también algún rendez-vous amoroso, pero nunca en la Puerta del Sol. A la Puerta del Sol sólo se iba por aquel entonces detenido. El elegante edificio de Marquet que, acabada su función postal, albergó desde 1848 a 1939 el Ministerio del Interior, se convirtió con la llegada al poder del Caudillo en el local siniestro de la policía franquista, "la Brigada Político-Social"; sus nobles despachos fueron ocupados por los comisarios más innobles de la dictadura, y en sus calabozos se torturó y se humilló y se asesinó. El general Franco no lo usó nunca como lugar protocolario; arengaba a las masas desde el Palacio Real, como un falso monarca chusco ansioso de legitimidad.

     Desde la llegada de la democracia bajo el reinado de Juan Carlos I, la Puerta del Sol se hizo ecuménica. Un lugar de paso y de negocio, menos hermoso que la cercana Plaza Mayor pero más vivo, más vulgar, más denso. Y el edificio de Marquet, restaurado y redistribuido en su interior, se convirtió en la sede del gobierno regional de la Comunidad Autónoma de Madrid. Los nuevos tiempos permitían las manifestaciones públicas, sin riesgo de paliza ni matanza; según los días y las horas, se veía en la Puerta del Sol a republicanos nostálgicos, obreros despedidos, ahorradores timados por la Banca, aunque a quienes más se oía era a los predicadores de un inminente Apocalipsis y a grupos de extremistas pro-vida con estandartes tétricos y cánticos de una espiritualidad agresiva. La Puerta del Sol volvía a ser el kilómetro cero de las rutas cruzadas de un país descentralizado y poco a poco decepcionado.

     Y de repente, en otro mes de mayo, doscientos años después de la guerra de independencia frente a los Bonaparte, los rebeldes ocupan la plaza. Son pocos al principio, aunque muy locuaces; no todos jóvenes. Su presencia en la Puerta del Sol se hizo notar enseguida, porque no se iban; llegaba la noche y no se iban. Nacía algo que no tenía nombre, y hubo que dárselo: el 15-M, en razón de que a lo largo de aquel 15 de mayo de 2011 los primeros indignados se manifestaron en más de 50 ciudades españolas, protestando contra los recortes económicos y las políticas anti-sociales dictadas, o al menos aceptadas, por un gobierno socialista, el de Zapatero. Las manifestaciones más numerosas fueron en Barcelona y Madrid, y en ambas ciudades una parte de los manifestantes ocuparon los puntos céntricos: la Plaza de Cataluña en Barcelona y la Puerta del Sol. En Madrid, los primeros acampados fueron hostigados por la policía, y en la madrugada del 16, diecinueve de ellos fueron detenidos. Al día siguiente, 17 de mayo, ya había en la Puerta del Sol diez mil personas. La cifra fue creciendo. Durante un mes, una ciudad de ilusiones creció en el corazón de una capital enferma. Tiendas de campaña, cocinas de gas, retretes bien ordenados, altavoces, canciones, y discusiones, más discusiones que discursos. Ni la gente que durmió allí 28 noches, ni los que pasamos en distintos momentos del día de aquellas cuatro semanas por la Puerta del Sol, queríamos discursos. ¿Qué querían los indignados del 15-M? ¿Qué queríamos los demás ciudadanos descontentos de la clase política de un país que en cinco años había pasado de ser el modelo de Europa a uno de los empobrecidos ‘pigs' junto a Portugal, Irlanda y Grecia?

    El cambio deseado no llegó. No hubo, tampoco, como en la mayoría de los países árabes, una "primavera española" con éxito. Vino el verano, la indignación siguió más en privado que en la calle, hubo elecciones generales en noviembre de 2011, y la caída prevista del desastroso segundo gobierno Zapatero dio paso a un régimen mucho más catastrófico, el de Rajoy y su derechista Partido Popular, que afrontaría la crisis desmantelando los escasos bienes que aún quedaban en la educación, en la sanidad, en la cultura. Mientras eso sucedía, un número muy elevado de altos cargos del Partido Popular iban a la cárcel o eran condenados por graves casos de corrupción, algunos de ellos en connivencia con el yerno del saliente rey Juan Carlos.

    ¿Ha quedado algo del espíritu libertario del 15-M? Unos cuantos socialistas y comunistas creen que no; yo, que sólo estoy afiliado a mí mismo, creo que sí. En las últimas elecciones europeas un nuevo grupo político nacido del movimiento de los indignados, ‘Podemos', ha obtenido más un millón doscientos mil votos, y cinco diputados. Yo no les he votado, pero me alegro de que existan. Cuando su lider Pablo Iglesias se reclama heredero del Comandante Chávez o de los hermanos Castro siento un rechazo visceral, pero hay también cosas que dice que me gusta oír, y que me gustaría ver aplicadas. ¿Soy un iluso por ello?

     Mis amigos de izquierda más cínicos sostienen que Pablo Iglesias es un ‘bluff' y que ‘Podemos' se romperá por sí solo. Y creen también que la Puerta del Sol sólo volverá a llenarse la noche de San Silvestre, cuando, como todos los días de Fin de Año, los madrileños la llenan para emborracharse y tomarse -un rito sagrado de los españoles, que por supuesto comparto- las doce uvas al son de las doce campanadas del carillón que adorna el edificio de Jacques Marquet. Espero que mis amigos se equivoquen.

 

(Artículo publicado, con traducción de Claude Bleton, en una serie sobre las Plazas de la Libertad aparecida en el diario ‘Libération' durante el pasado mes de agosto)

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17 de octubre de 2014
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Correspondencia y Diarios

George Orwell disfruta actualmente  de un reconocimiento prácticamente universal, y esa unanimidad no deja de ser curiosa porque, en su día, sus críticas persistentes y furibundas contra el comunismo, el capitalismo y el imperialismo le valieron una respuesta no menos persistente y furibunda tanto de la derecha  como de la izquierda. Quien se pregunte cómo es posible que tanta inquina se haya convertido hoy en admiración y respeto quizá encuentre la respuesta en esta selección de su Correspondencia y Diarios. Al menos a mí no me cabe duda de que una de las explicaciones hay que buscarla en  la imagen de hombre honesto, ponderado y de una envidiable integridad  intelectual que surge durante la lectura de sus cartas y diarios. Por ejemplo cuando, todavía convaleciente de la herida recibida en España, escribe a un crítico que además de cargarse su última novela le ha acusado de haber estado a sueldo de Franco. No hay en su carta el menor reproche y menos aún una opinión malsonante, y eso que el crítico en cuestión no sólo le estaba ahuyentando a los posibles lectores (se trataba de Homenaje a Cataluña) sino que le iba a impedir seguier haciendo colaboraciones con la prensa de izquierdas, que era su medio de vida.

                Orwell fue un aficionado casi compulsivo a la correspondencia y los diarios y lo que ahora publica Debate es una selección de la voluminosa edición inglesa realizada por Peter Davison. Pero hay material de sobra para hacerse una idea de sus postulados políticos e intelectuales, y también para conocer esa parte humana de Orwell que él mismo tendría que haber ofrecido en una autobiografía que su muerte prematura le impidió escribir. Tanto las cartas como los diarios elegidos corresponden a las últimas semanas de la estancia en España  de Orwell y su mujer Eileen y abarcan hasta bien entrado el año 1943, cuando la II Guerra Mundial está en su apogeo y el narrador constata con creciente alarma que el esfuerzo bélico contra Alemania no surte los efectos disuasorios deseados y que por el contrario Gran Bretaña está sufriendo repetidas derrotas en los numerosos frentes abiertos: Londres sañudamente bombardeado, acoso alemán en Egipto y Oriente Medio, progresivo distanciamiento de la India y pérdida de influencia en el imperio del Extremo Oriente, etc.  A veces se desmoraliza (“Si se puede hacer algo mal indefectiblemente se hará”) y  en un momento de desánimo se plantea qué hacer si Alemania cumple su amenaza de invadir Inglaterra y su respuesta no deja de ser curiosa: morir matando, y si no huir, pero no más lejos de Irlanda… También deja constancia del daño moral que está causando la guerra al resumirlo en una consigna generalizada entre quienes rigen los destinos de todos: “Mal, sé mi bien”.

                Son continuas sus referencias y reflexiones relativas a España, la geoestrategia contemporánea, las conductas de unos y otros ante los acontecimientos que se avecinan. Y son particularmente emotivas las entradas en su diario relacionadas con el comportamiento de la población civil sometida a unos bombardeos salvajes.  La tardanza de Estados Unidos en sumarse al frente antialemán. Los reveses en las colonias.  El catastrófico acuerdo de no agresión entre Stalin y Hitler. Pero entre tamaño desastre, de cuando en cuando hay anotaciones que denotan una sensibilidad muy peculiar. El 27 de julio de 1940  dice: ”He visto una garza en Baker Street”. Y el 23 de marzo de 1942: “Ya ha florecido el azafrán silvestre”.También sale muy favorecida la imagen de Eileen O´Shaughnessy, la mujer con la que se casó en 1936 y que no solo se mantuvo a su lado hasta su muerte (la de ella) sino que le apoyó en su aventura profesional e intelectual, compartiendo con él una vida de privaciones y acoso. Pero resulta encantador verla, cuando están teniendo que salir a escondidas de Barcelona porque los comunistas estalinistas quieren juzgarlos por traición, escribir cartas a quienes les estaban guardando su casa de Inglaterra y darles instrucciones para el cuidado de las gallinas que dejaron a su cargo o pidiéndoles  noticias sobre su perro llamado, no por casualidad, Marx.

                En la entrada de su diario correspondiente a junio de 1940 Orwell alude a su deseo de instalarse algún día en alguna de las 500 islas Hébridas “que están casi todas deshabitadas pero tienen agua, un poco de tierra cultivable y cabras que viven en libertad”. No podía saberlo, pero en 1945 pudo cumplir su deseo de instalarse allí, concretamente en una preciosa granja de la isla de Jura. Sin embargo, para bien y para mal, su circunstancia personal había cambiado radicalmente, sobre todo debido a la muerte de Eileen justo cuando acababan de adoptar un niño de 10 meses, Richard, y cuando su posición económica se presentaba muy desahogada gracias a las ventas de Rebelión en la granja.  Pese a la pérdida de su compañera y aliada, Orwell se instaló en Jura con Richard y en compañía de su hermana  Avril, que se haría cargo del niño tras la muerte del escritor. Pese al continuado acoso de la tuberculosis que finalmente acabó con su vida en 1950, Orwell tuvo tiempo de cultivar la tierra y cuidar de cincuenta ovejas, diez vacas y un cerdo, aparte de guiar al pequeño Richard en sus primeros años.  Por fortuna tuvo tiempo también para escribir 1980, que por retrasos en  la entrega del manuscrito pasó a llamarse 1982 y que finalmente, debido a nuevos retrasos, recibió el título definitivo de 1984.

 

Correspondencia y diarios (1936-1943)

George Orwell

Traducción de Miguel Temprano García

Editorial Debate

 

                 

   

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17 de octubre de 2014
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Algunas ricuras

No sólo ha decaído el ballet con tutú, también el arte de ser millonario. Los ricos actuales no están a la altura de su responsabilidad. Ese Miguel Blesa empeñado en hacerse el hombre con una escopeta, esos mafiosos rusos, los tristísimos Agnelli, los sórdidos jeques... No, no, para ricos, los de antes.

    Cuando la reina Victoria visitó Waddesdon Manor se quedó de un aire. Ustedes creen no conocer la mansión de Ferdinand de Rothschild, pero la conocen. La han visto en múltiples películas y series de TV. La última, Downton Abbey. La colosal macedonia de falso renacimiento, falso gótico y falso normando constituye uno de los más colosales horrores de la arquitectura inglesa y un monumento inolvidable. Todo es falso, pero la verdad es que tiene un aspecto imponente. El barón no sólo construyó la cumbre del kitsch sino que fue el primero en electrificarla. La reina Victoria se quedó absorta ante una gran araña de cristal con bombillas y estuvo diez minutos dándole al interruptor, como un crío. Clic clac clic clac.

    Esto es lo que hace simpáticos a los millonarios antiguos, que algo dejaron. Waddesdon recibe cada año cuatrocientos mil visitantes. Y las fabulosas colecciones de pintura, escultura y objetos preciosos están ahora a la vista de todo el mundo en los museos ingleses. Si el señor barón se hubiera dedicado a los restaurantes bulliciosos, los coches para narcos, los hoteles con grifería de oro, como hizo la cuadrilla de Bankia, habría sosegado su vanidad, pero nosotros no visitaríamos esas cosas que tanto ayudan a pasar la muerte, los palacios, las pinturas, las esculturas y así sucesivamente.

    Uno de los invitados a Waddesdon Manor, en la época en que lo habitaban los Rothschild, cuenta que el ritual era imponente. Por la mañana entraba el mayordomo, corría las cortinas y comenzaba el interrogatorio. "¿Desayuno, señor?". "Sí, gracias, Archibald". "¿Té, café, chocolate?". "El té me parece bien, Archibald". "¿Assam, Souchong, Ceylan?". "Assam, gracias". "¿Solo, con leche, con limón?". "Con leche, Archibald".  "¿Jersey, Hereford, Brevicorn?". Estas cosas hacían simpáticos a los ricos.

    Precisamente porque no inspiran simpatía, los ricos actuales generan un rencor, un resentimiento sulfúrico. Si esos tipos de Bankia, tan romos como mi cuñado, son millonarios, entonces se lo merecen tanto como mi cuñado. Así piensa uno que tiene un cuñado romo. Y si no, primo o sobrino. Los ricos actuales convocan toda suerte de hostilidades, hasta el punto de que hay partidos que tienen en su programa la pura y simple supresión de los ricos y las masas acuden ilusionadas al exterminio.

    El otro día, en la presentación del excelente libro de Fernando Savater, ¡No te prives! (Ariel), contó el polígrafo una anécdota notable. Un dirigente comunista (hoy sería chavista) le comentó a Olof Palme que el programa de su partido era acabar con todos los ricos de su país. "¡Qué curioso!, dijo Palme. El nuestro es el contrario: queremos acabar con los pobres".

    Seguramente por eso le asesinaron.

 

Artículo publicado en El País. 

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16 de octubre de 2014
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Kobane, ciudad mártir

Kobane nos proporciona la foto de un mito trágico, el de la ciudad mártir sacrificada y traicionada ante la indiferencia internacional. Las imágenes están tomadas desde unos altozanos en el lado turco de la línea fronteriza. En primer plano hay una hilera de blindados del ejército turco con sus cañones orientados hacia Siria, y en el fondo, la ciudad entera. Apenas se distingue el campo de minas de una milla de ancho que recorre la raya por el lado turco. Los turcos de la región fronteriza con Siria pueden ver desde estas colinas los bombardeos y enfrentamientos entre los combatientes del Estado Islámico con sus banderas negras y los milicianos kurdos de las Unidades de Protección del Pueblo. Antes de la guerra, Kobane tenía 45.000 habitantes, kurdos casi todos. La superioridad militar de los guerreros del califato islamista es absoluta, mermada solo por la limitada capacidad de acierto de los bombardeos aéreos de la coalición organizada por Washington junto a cinco países árabes. Sin una intervención terrestre, que Estados Unidos no quiere hacer, y mucho menos en Siria, la ciudad y toda la región fronteriza que la circunda estarán pronto en manos del Estado Islámico. Solo Turquía, único país musulmán de la OTAN, podría frenar el avance de los terroristas califales, pero su Ejército prefiere retenerse a la espera de una derrota kurda a obtener una victoria rápida y la huida de los islamistas. Es la repetición de un mito trágico que hemos visto otras veces en la historia, aunque nunca como en este caso con fotos, imágenes de televisión y acumulación de curiosos turcos en los miradores fronterizos. A escala mucho mayor, sucedió en Varsovia en 1944, cuando los patriotas polacos se levantaron contra los nazis en el momento en que el Ejército Rojo se acercaba a la capital polaca, pero Stalin ordenó esperar a que fueran derrotados por el Ejército de Hitler. De forma similar, 70 años después, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan prefiere bombardear a los kurdos del PKK dentro de Turquía y dejar a los islamistas que terminen con las guerrillas kurdas dentro de Siria. Esta es una guerra en la que combaten cara a cara dos proyectos de Estado. El de los kurdos que viven repartidos entre Turquía, Siria, Irán e Irak, donde cuentan con una administración regional ya con competencias muy parecidas a las de un Estado; y el de los radicales islamistas que quieren instalar un califato entre Siria e Irak bajo el nombre precisamente de Estado Islámico. En la pelea por el Kurdistán sirio se juega la posibilidad de utilizar la frontera turca para el contrabando imprescindible para la supervivencia del Estado Islámico. Kobane no es solo un símbolo de la indiferencia internacional ante el martirio de una ciudad, sino también de la responsabilidad occidental en el destino trágico de dos países como Siria e Irak, sometidos al desmembramiento territorial, a la guerra civil a varias bandas y a la limpieza étnica y religiosa.

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16 de octubre de 2014
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Claudia Salazar Jiménez, premio Las Américas 2014.- El premio…

Claudia Salazar Jiménez, premio Las Américas 2014.- El premio Las Américas 2014, que se entrega por cuarta vez dentro de las actividades del Festival de la Palabra de Puerto Rico, fue para la peruana Claudia Salazar Jiménez y su novela Sangre en la aurora (editorial Animal de invierno). La novela venció a una shortlist integrada por tres autores de Periférica: el mexicano Yuri Herrera, el colombiano Juan Cárdenas y la domincana Rita Indiana, quien fue primera finalista. Un premio que nos llena de orgullo a los que conocemos a Claudia, su talento y su seriedad, y además un orgullo extra porque el premio también reconoce a la editorial peruana Animal de invierno, una de las editoriales independientes latinoamericanas que son el futuro de la literatura en castellano. ¡Enhorabuena, Claudia! (En la foto, recibiendo el premio -pésima calidad de iphone- y en los pasillos del hotel donde me la encontré muy feliz).

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16 de octubre de 2014
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El paladar es la infancia

El paladar es la infancia. Nada podría decir sobre el gusto de comer sin el recuerdo de ese territorio vedado y misterioso de la cocina de mi casa en Masatepe, de la que salían humeantes los alimentos que iban a dar a la mesa donde nos sentábamos mis padres y sus cinco hijos, alimentos bendecidos por las manos laboriosas de la primera cocinera de mi vida, Mercedes Alvarado, la Mercedes Alborada de mi novela Un baile de Máscaras.

Eran tiempos en que las verduras y frutas, y aun las carnes, se vendían de puerta en puerta, y las provisiones se compraban en las aceras, aunque había también un pequeño mercado vecino a la casa de mis abuelos paternos. En el rastro público sólo de destazaban reses dos veces a la semana, y como mi padre fue en un tiempo alcalde municipal, yo solía acompañarlo tarde de la noche a vigilar el destace, de modo que el animal sacrificado correspondiera a la carta de venta autorizada por él, porque abundaban los cuatreros, y también debía vigilar que no se mataran hembras en tiempos de veda.

En el patio de mi casa crecían la yerbabuena y el culantro en cajones para embalar jabón de lavar, se criaban gallinas indias, junto al chompipe de la mesa navideña, al que se daba un trago de aguardiente antes de cortarle el pescuezo, por piedad del verdugo, o porque su carne resultaba más suave según la creencia;  y a veces un chancho, engordado con los desperdicios, que se sacrificaba ritualmente a medianoche en fiestas de guardar, la principal, el día de San Luis, onomástico de mi madre.

El chancho, una vez degollado y desangrado a la medianoche, colgaba de cabeza de una solera, donde era bañado con agua hirviente para pelarlo, y al final no quedaba nada, ni orejas ni cabeza ni cola, pues a su alrededor había toda una batería de mujeres que se encargaba de freír los chicharrones en un caldero, donde también iban a dar plátanos verdes partidos en canal; otras guardaban el tocino crudo, destinado a adornar los nacatamales, que se confeccionaban en una mesa donde estaban ya aguardando las hojas de plátano soasadas, la masa y los demás ingredientes; alguien soplaba las tripas para los chorizos y las morongas, y ardía el fuego bajo las pailas donde se hacía el pebre, mientras los lomitos se preservaban celosamente para el almuerzo.

A la cocina, dotada primero de un fogón o cocinero de leña, y luego de una estufa de hierro colado con una chimenea que aventaba el humo oscuro por encima del techo, entraba los domingos y días de guardar mi madre para preparar sus platos maestros: macarela en nata, lengua rellena en puré, plátano maduro en gloria, horneado con queso, crema y canela en raja, o su barroco relleno del chompipe navideño, con alcaparras, aceitunas y ciruelas y uvas pasas, herencia culinaria suya que pasó a las manos de mi hermana Luisa.

No olvido el horno de panal de mi abuela paterna Petrona Gutiérrez, encendido al rojo vivo, de donde salían los sartenes colmados de rosquillas y otras piezas de maíz; ni tampoco la infinita variedad de panes y reposterías de doña Ángela Mercado, establecida frente a la iglesia de Veracruz, desde la torta blanca a la torta negra, las bizcotelas y las magdalenas, las quesadillas y los polvorones; ni la no menos infinita variedad de dulces de las Barquerito, a la cabeza los corderos y palomas de masa de arroz, los piñonates, los alfajores y las cajetas de coco.

 Ni la sopa de mondongo que doña Néstor Arias, rubicunda y pequeña de estatura, vendía de puerta en puerta en unas porritas antes de abrir en su casa la más célebre mondonguería de Masatepe; ni el armadillo desmenuzado en un caldillo de tomate y cebolla que mi padre encargaba en el barrio de Jalata; ni las tamugas y los nacatamales de mi tía Emperatriz Álvarez, los mejores del pueblo, cuyas habilidades de confección heredaron mis primas Tere y Tina, haciéndolos famosos en toda Nicaragua.

Memoria del paladar.

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15 de octubre de 2014
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La cabeza en los pies

Hay días en que crees que ya has escrito de todo, y ratificas, una vez más, que todo está escrito. Invocas tu cobardía, resbalando por ese sentimiento ruin que es la autocompasión, tan autodestructivo como diez botellas de bourbon. Cómo no va a atenazarnos el vértigo cada tanto al proyectarnos hacia delante y resolver si vamos encontrándole un sentido a todo esto. O si nuestra madeja de afectos es lo suficientemente tupida como para que respire por nosotros cuando nos fallen los pulmones. Claro que es más reconfortante la autocompasión que la conmiseración: fina es la piel del orgullo, pero la fuerza de las rutinas taponará nuestra gotera melancólica. De nuevo nos socorrerá la sensación de ocuparnos en lugar de preocuparnos, de sacar la ropa mojada de la lavadora mientras entretenemos el pensamiento con unas motas de polvo encima del aparador. A veces querríamos que nuestras vidas tuvieran los alicientes de una película, olvidando que detrás hay un guión armado, efectos especiales y banda sonora. Las aspiraciones son como armarios empotrados de más de dos metros que nos entumecen el cuello. Hay filosofías de vida que inhiben los deseos, y otras que alientan a luchar aun a riesgo de desgañitarnos. Nos decimos “cuídate” al despedirnos, aunque no sirva de nada. “Estaba viendo una serie, y de repente me encontré muriéndome”, me cuenta mi amiga Marichu, que hace dos meses sufrió un infarto. “Me dicen que lo más importante de todo es que camine, que ande una horita al día. Fíjate qué tontería: todo está en andar”. Es entonces cuando te dices que no lo has escrito todo, y que ahí está el parque por donde caminas de buena mañana, cuando te llega el vapor a caldo de pollo que sale de las cocinas de los colegios. A medida que te adentras en su arboleda, entre cedros, acacias y un sauce desmayado, las nubes parecen más bajas que cualquiera de nuestros armarios empotrados. Sientes los pies en la tierra, sobre la crujiente hojarasca, las manos refrescadas, las ideas que van de la palidez al rabioso estampado. Hasta que te cruzas con otros hombres y mujeres que caminan sin querer llegar a ninguna parte. Caminan como una expresión de deseo, con los brazos agitados y la espada recta; caminan para salvarse, con la mirada ausente y la certeza de saber que esa es su pequeña heroicidad diaria, su testarudez frente al destino, una manera sencilla de quererse en voz baja. Andar sin rumbo ni norte, sobre nuestros propios pasos. ¿O acaso no expresamos esa maravilla con gozo cuando las criaturitas de apenas un año un buen día dan cuatro pasos? “Ha empezado a andar”, decimos, “¡Camina!”. Y ya no los pararemos. El sentido de la vida, a ras de suelo. (La Vanguardia)

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15 de octubre de 2014
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Asuntos metafísicos 69: la difícil causa de la ontología.

¿Qué hace en realidad un filósofo? Es esta una pregunta que puede hacerse cualquier persona interesada por los asuntos digamos culturales y para la cual la palabra misma filosofía tenga incluso resonancias positivas. Esa persona sabe a qué se dedica un biólogo, un físico, un músico, un matemático o un artista, pero se ve en un apuro cuando reflexiona sin prejuicios sobre el tipo de quehacer que constituye la filosofía. Sabe que filósofo era el matemático Descartes, como lo era el también matemático Leibniz o (de haber existido realmente)  el Pitágoras asociado al teorema que  que lleva su nombre.

Pero la palabra filosofía se halla en la  mente de esa persona asociada también a nombres como Unamuno, Nietzsche, Montaigne  o Sartre que es fácil vincular, al menos parcialmente a la escritura literaria...

Esa misma persona favorablemente dispuesta a la filosofía, se percibe un día de que en el título de la  obra nuclear de Newton figura la expresión  "filosofía natural", y que filosófica era considerada la obra por la que fue condenado Galileo (Dialogo sopra i due massimi sistemi del mondo, telemaico e copernicano), de tal manera que la palabra "filosofía "queda para esa persona también vinculada a la palabra "física".

Podría añadirse que en varios de los filósofos  mencionados  tienen en la música una preocupación esencial: Descartes escribió un Compendium Musicae;  hijo de un músico e ilustre teórico de la música, Galileo tocaba el laud y heredó de su padre esa modalidad de rigor que viene asociada a la práctica y a la teoría musical; y en cuanto a Nietzsche es bien sabido que la reflexión sobre la esencia y a función de la música atraviesa de una u otra  manera el conjunto de su obra...

Matemática,  literatura,  física,  música...¿cuál de estas disciplinas  privilegiamos a la hora de establecer vínculos que nos permitan abordar la interrogación: ¿de qué se ocupa la filosofía? Pues ninguna de ellas, incluso cabe añadir otras que reivindicarían la primacía: biología, antropología, lingüística, derecho, teoría política y un no muy largo etcétera.  Pues todo aquello de lo que estas disciplina tratan puede ser inserto en la útil  dicotomía establecida por Hume entre   filosofía natural y filosofía de la naturaleza humana, aunque ciertamente la distribución que hoy cabría hacer en el seno de cada polo no coincidiría con la de Hume (concretamente un  Tratado de la naturaleza humana debería dar tanto peso al problema de lo que designamos por "estética",  como al problema de la moral, es decir al temario de las kantianas Crítica de la Razón Práctica y Crítica de la Facultad de Juzgar).

En cualquier caso bajo forma de reflexión sobre la naturaleza inmediata o sobre la compleja naturaleza que es la humana, la filosofía retoma una y otra vez  las interrogaciones de los griegos sobre el término physis,  reflexión para la cual he de enfatizar el hecho de que Aristóteles sigue constituyendo referencia, no ya por las respuestas dadas a sus propias interrogaciones sino por el hecho mismo de haberlas planteado y por su actitud.

A lo largo de estas notas he tenido ocasión de poner de relieve el profundo agradecimiento a Aristóteles al que se haya obligado todo aquel que en el pensamiento filosófico   encontró una razón de vida (1). Y ello precisamente dado que se revela hoy dificilísimo responder a esa actitud, asumir la dura tarea de enfrentarse a la physis de la manera que un ser humano debe cabalmente hacerlo, es decir, subsumiéndola bajo sus capacidades de conocimiento y de simbolización.

La dificultad, suele decirse, reside en el hecho de que la especialización de las disciplinas hace hoy imposible acumular el monto de información que se despliega en cada una de ellas. Pero aventuro la hipótesis de que este escollo, digamos técnico, sirve más bien de coartada. El proyecto de una ontología general es hoy difícil en razón de un aminoramiento del peso que ello tiene en la conjunto de valores determinantes de nuestra vida socio-cultural, lo cual afecta en primer lugar a la universidad, paradigma que debería ser de la erección del espíritu en objetivo de nuestra condición pero que (por razones a la vez políticas y de destino de nuestra civilización) no se encuentra quizás en condiciones de realizar tal función.

De alguna manera estoy indicando que retornar a la disposición de espíritu de Aristóteles es la condición de posibilidad de que la filosofía se reencuentre consigo misma y ello aunque finalmente  sea para vislumbrar que la reflexión por él inaugurada nos fuerza a alejarnos del propio Aristóteles (alejamiento en cualquier caso sólo finalmente,  como resultado de aporías insalvables, nunca a priori). 

Ya he señalado múltiples veces que la filosofía no es desde luego (al menos, eso no es  en ella lo esencial) un pensar que, como el del poeta, explora las  potencialidades y recursos que el lenguaje tiene con vistas a su propia recreación. Pero la filosofía no es tampoco el pensar de la ciencia.  La filosofía va tras la ciencia, su pensar  sigue en el tiempo al pensar de la ciencia y  extrae toda la savia del mismo, a la vez que  está  detrás de la ciencia dándole quizás soporte, otorgándole  un indispensable suplemento de significación. Por haber trazado este sendero sería por  así decirlo de mal nacidos reivindicar la actitud filosófica y no mostrar agradecimiento a Aristóteles. Y sin embargo... la intención de secundar a Aristóteles en su actitud acaba una y otra vez en frustración...

Es casi una cuestión de mera constatación empírica. En los foros en los que se tratan cuestiones que forman todas ellas del corpus aristotélico, los vasos comunicantes parecen no existir. A la evocada compartimentación de temáticas parece añadirse la compartimentación de actitudes, acentuada  muchas veces por la ineludible  exigencia de la maestría técnica y de la  erudición. 

Un físico contemporáneo puede ser llamado a interrogarse por las implicaciones ontológicas de sus experimentos, mas cuando hace tal cosa puede llegar a sentirse sorprendido por el hecho de que  los filósofos de la física que le escuchan han acentuado  al extremo la casuística, han hurgado en la punta de un alfiler, dan prueba de un abrumador dominio erudito... y el físico en cuestión puede llegar a no reconocer que se está hablando de cosas en el origen de las cuales se encuentra   él mismo, y que   han provocado su propio estupor.

Y la cosa es aún más grave si en lugar de comparar las preocupaciones ontológicas del físico y el filósofo de la física, comparamos la del físico y el biólogo, o la del filósofo de la física y el filósofo de la biología...acentuándose aún la dificultad de un lenguaje común cuando nos referimos al filósofo de la ciencia y al historiador de la filosofía. Como máximo coincidirán ambos en que la physis les concierne, pero no parece que les  concierne de la misma manera.

Repito que no estoy negando la necesidad del control erudito y de la maestría técnica, estoy simplemente constatando  (¡y lamentando ¡) la enorme dificultad que hay en que el esfuerzo de cada uno sea canalizado hacia la posibilidad de hacer todos juntos filosofía.

Esa filosofía que quiso realizar Erwin Schrödinger  cuando creyó necesario interrumpir su curso de doctorado en física para preguntarse (con ayuda de los filósofos presocráticos)  por la significación del término mismo (physis) que daba origen a la disciplina. 

Aunar el Schrödinger forjador de las famosas ecuaciones que llevan su nombre  y el Schrödinger lector de los fragmentos de Anaxágoras, ver la raíz común de la preocupación que conduce a una y otra tarea es ciertamente cosa  ardua, pero... no hay realmente abordaje de la cuestión ontológica, si tal cosa  no se consigue. La ontología pasa hoy por ese reto. Y si algún discurso cargado de razón  muestra la imposibilidad de superar el reto, o incluso lo fantasioso de plantearlo, entonces  se estaría simplemente poniendo de relieve que la razón  ha fijado la frontera entre ella misma y la vida del espíritu, o lo que es peor, la razón  habría  determinado que no hay propiamente vida del espíritu... pues suena siempre a consuelo la postulación una espiritualidad que empezaría a hacerse presente allí dónde la razón acaba.


(1) Evocaré al respecto la emoción que embargó a muchos de los presentes cuando hace casi un cuarto de siglo,  en un congreso  que llevaba el título de "Aristotle and Contemporary Science"  el pensador americano Hilary Putnam pronunció un discurso en lo que se creía ser Estagira, y que es en cualquier caso una playa cercana a  la Estagira real, y en cuyas aguas quizás de niño se bañaba Aristóteles.

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13 de octubre de 2014
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El Boomeran(g)
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