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El mundo de los dos pulgares

Por 19 de noviembre de 2014 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Sergio Ramírez

 

Siempre me ha seducido imaginar a un monje medioeval de esos que habían pasado la vida entera copiando libros a mano en el encierro de los conventos, cuando una mañana oye gritar desde la calle que se ha inventado una máquina portentosa para imprimir los libros en decenas de copias; y este viejo monje de mi imaginación piensa, con susto y tristeza, que su antiguo oficio manual ya no servirá de nada en el futuro y, por tanto, sólo quedan para él el olvido y la muerte; y cuando la polilla se coma los pergaminos en los que ha trabajado toda su vida, se lo comerá también a él.    

Este monje, a lo mejor medio sordo, de modo que el pregón que anunciaba la invención de la imprenta entró apagado a sus oídos, sólo tenía una manera de no ser comido por la polilla, y era colgar los hábitos, salir a la calle, buscar uno de los talleres donde se imprimían libros, preguntar, indagar, meterse entre los tipógrafos, aprender a componer planas con los tipos móviles de madera, enterarse de cómo funcionaban las prensas manuales, de cómo trabajaban los encuadernadores. Y aceptar, antes de nada, que el mundo tan antiguo en el que había vivido se hundía para siempre en las tinieblas.

A veces me siento como ese viejo monje, confundido y desorientado en medio de la nutrida selva de invenciones, donde se agrega un nuevo árbol que nace cada noche y a la mañana siguiente ya ha desarrollado su follaje, y donde los libros, que se imprimen digitalmente o se leen en las pantallas, también digitalmente, no son más que uno de esos árboles conectados entre todos por la tecnología cibernética, igual que el cine, la música, la información, el entretenimiento, la vigilancia policial, el agua potable, la electricidad, las compras a domicilio, los juegos, los vuelos aéreos, el funcionamiento de los automóviles, los trenes, los semáforos en las esquinas.

Nuestra memoria vive en una nube, es decir, la memoria de la humanidad archivada en la nada virtual. Lo que escribo cada día, lo que invento, lo que medito, es registrado de manera inmaterial, tanto que cuando apago la computadora mis palabras regresan a esa nada virtual, y sólo volverán delante de mí cuando yo las convoque. No necesito viajar con ellas; adonde llegue, me estarán esperando para bajar a mí desde la nube.

Todo esto sería demasiado para el monje de mi historia, pero alguien como yo, que empezó tecleando en las máquinas de escribir mecánicas, y creció con la radio imaginando a los personajes encarnados en las voces, debe librar una lucha a brazo partido con ese ángel de la ultra modernidad que cambia en cada momento de figura, y al que si no logro asir en mi abrazo, al rayar el alba se alejará y me dejará derrotado; e igual que Jacob en la historia bíblica debo decirle: no te soltaré si no me bendices.

Sino entras en ese cono de luz, lo que te espera es la oscuridad, y la soledad. No sabrás de qué están hablando los demás, que son en su inmensa mayoría jóvenes. No podrás ni siquiera viajar. Aún me acerco con terror a las máquinas que te dan en los aeropuertos los pases de abordar; de repente hay aún un empleado piadoso que te auxilia, pero pronto desaparecerán. Pronto tampoco habrá nadie en la ventanilla cuando quieras comprar un boleto para entrar al cine.

Alguien de mi generación se quejaba delante de mí hace poco, de lo caótico que es el mundo de las redes sociales. No lo es, le decía yo. Si vives dentro, si aprendes a conocer bien esas reglas juveniles que lo animan, te vas a dar cuenta de cómo funcionan los códigos que los adolescentes han inventado para nosotros. Tienes que aprender a usar la carita feliz, las abreviaturas, los neologismos que te parecen tan arbitrarios, tienes que aceptar que el idioma es hoy más híbrido y mutable que nunca, tienes que saber usar los dos pulgares para escribir porque se acabó la era de la digitación con los demás dedos.

Quizás siempre hubo un abismo entre generaciones, me dirá mi amigo, esta misma preocupación por no quedarse atrás, aislado en el páramo. Soy el primero en aceptarlo, por eso empecé contando la historia de mi monje medioeval que oye gritar que afuera ocurre un cataclismo después del cual el paisaje ya no será nunca el mismo.

 Pero este cataclismo que nos toca, es el cambio más radical de civilización que ha vivido la humanidad, y apenas empieza. Apenas cimbra con sus primeros movimientos telúricos la tierra. Y si te traga una de las grietas que se abrirán mientras huyes, no volverás a ver la luz del sol.

La vejez es entonces eso, quedarse fuera, no entender que el mundo es otro, y que para vivir en él es necesario adaptarse, como ha sucedido a lo largo de los milenios con todas las especies. Y ahora apago la computadora, y mando estas palabras a la nube que navegaba invisible sobre mi cabeza.

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Sergio Ramírez

Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942). Premio Cervantes 2017, forma parte de la generación de escritores latinoamericanos que surgió después del boom. Tras un largo exilio voluntario en Costa Rica y Alemania, abandonó por un tiempo su carrera literaria para incorporarse a la revolución sandinista que derrocó a la dictadura del último Somoza. Ganador del Premio Alfaguara de novela 1998 con Margarita, está linda la mar, galardonada también con el Premio Latinoamericano de novela José María Arguedas, es además autor de las novelas Un baile de máscaras (1995, Premio Laure Bataillon a la mejor novela extranjera traducida en Francia), Castigo divino (1988; Premio Dashiell Hammett), Sombras nada más (2002), Mil y una muertes (2005), La fugitiva (2011), Flores oscuras (2013), Sara (2015) y la trilogía protagonizada por el inspector Dolores Morales, formada por El cielo llora por mí (2008), Ya nadie llora por mí (2017) y Tongolele no sabía bailar (2021). Entre sus obras figuran también los volúmenes de cuentos Catalina y Catalina (2001), El reino animal (2007) y Flores oscuras (2013); el ensayo sobre la creación literaria Mentiras verdaderas (2001), y sus memorias de la revolución, Adiós muchachos (1999). Además de los citados, en 2011 recibió en Chile el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso por el conjunto de su obra literaria, y en 2014 el Premio Internacional Carlos Fuentes.

Su web oficial es: http://www.sergioramirez.com

y su página oficial en Facebook: www.facebook.com/escritorsergioramirez

Foto Copyright: Daniel Mordzinski

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