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38. Pensamiento encaminado y rima como mnemotecnia

 

 

Me cuenta mi amigo (el poeta Rafael Juárez) que su manera de componer un poema es echarse a caminar mientras va trabajándolo en el taller de la memoria (...) nos acordamos de aquel aforismo de Nietzsche según el cual los mejores pensamientos son los pensamientos caminados.

Antonio Muñoz Molina[1]

 

"La forma en verso ha tenido que ser extremadamente útil para la memoria antes de la aparición del lenguaje escrito", escribía T. S. Eliot en La función de la poesía, y creo que no se equivocaba; es más, esa afirmación es contrastable. Los antiguos pueblos que colonizaron el sur de España tras las visitas tartésicas y fenicias establecieron complejas leyes de hasta seis mil preceptos para regular la convivencia social. Aquellas culturas, de las que hace ya miles de años, tuvieron que imaginar algún sistema para que la población pudiera recordar con facilidad su entramado jurídico, y la solución era solamente una: redactarlas en verso rimado. Y no sólo las leyes; Walter Muschg apuntaba que "son varias las teorías que pretenden explicar la penetración del furor rítmico en la poesía de la iglesia en latín. Algunos pretenden ver en ello una técnica popular emparentada con la más antigua poesía popular de Roma y que fue adoptada por el clero por motivos similares para la propagación de su doctrina".Lo popular, en estas condiciones, se convertía en técnica instrumental de irrigación. Según Jakobson, "los versos mnemotécnicos mencionados por Hopkins (como treinta días tiene septiembre), los anuncios rimados y cantados, las leyes medievales versificadas citadas por Lotz o, por último, los tratados científicos en sánscrito, escritos en verso y que en la tradición hindú se diferencian de la auténtica poesía"[2]. La rima está, por tanto, en el origen mismo de la memorización. Hazlitt y De Quincey nos transmitieron, en las descripciones de su trato personal con Wordsworth y Colerigde, que ambos componían paseando. Seamus Heaney, en De la emoción a las palabras, nos saca de dudas: "Se han conservado muchos testimonios respecto a la costumbre de Wordsworth de componer en voz alta. En The Prelude cuenta que paseaba por el bosque con su perro, que corría delante de él y ladrada avisándole de la presencia de extraños, de modo que le daba tiempo a interrumpir su cantinela yámbica sin que le tomasen por imbécil". Al vate chino Bai Juyi, sin embargo, le traía al fresco la consideración de tal, como demuestra su poema Cantando solo en la montaña:

 

Cuando termino un nuevo poema,

asciendo solo a la senda

hacia el peñasco de Oriente.

Recostado en el Barranco de Piedras Blancas

y agarrado a una verde rama de casia,

comienzo mi canto alocado,

que asusta a los bosques y valles[3].

 

Por Borges supimos que era también un método factible de componer en el caso de escritores ciegos; el argentino creaba sus poemas paseando y la utilización de esa técnica le permitía reconstruir luego con facilidad sus resultados, aunque era capaz también de memorizar pasajes extensos en verso libre o en inglés. Dentro de esta galería de poetas ambulantes no deberíamos olvidarnos de W. B. Yeats: "Yo, como todos los poetas, recitaba mis versos como en una especie de sonsonete cuando los estaba componiendo; a veces, vagando por algún camino campestre solitario, los recitaba en voz alto y canturreando, y entonces experimentaba la sensación de que, si me atreviese, los recitaría a otros de esa misma manera"[4]. José Hierro, mientras trabajaba en una fábrica de neumáticos, componía sonetos porque le resultaban más fáciles de memorizar. También Agota Kristof: "Para escribir poemas, la fábrica está muy bien. El trabajo es monótono, se puede pensar en otras cosas y las máquinas tienen un ritmo regular que ayuda a contar los versos" (La analfabeta). Pere Gimferrer ha declarado alguna vez: "A veces escribo caminando. Percibo un ritmo en el cerebro y así llegan los primeros versos que (...) apunto en lo que tengo a mano. Ese ritmo es lo primero. Y a partir de él llegan las palabras. Después, generalmente, corrijo muy poco"[5]. El engarce natural entre palabras que la rima supone, creador de una instantánea asociación fónica entre conceptos no semejantes, es también usado (amén de por refraneros y por malos publicistas) por el minúsculo colectivo, casi extinguido en nuestro país, de los analfabetos. A través de la poeta Matilde Cabello tuve conocimiento de una mujer de un pequeño pueblo de Córdoba, una anciana iletrada pero que, como algunos cantantes de flamenco, dominaba decenas de composiciones que había ido escribiendo a lo largo de su vida. Su procedimiento creador era el siguiente: al escuchar una palabra en la calle o en la radio que llamaba su atención, y tras preguntar a su sobrino por el significado, la iba incorporando a futuros o pasados poemas, en una simbiótica y peculiar work in progress poética que, en cuanto fina y perpetua destilación idiomática, quizá fuese aprobada por el mismísimo Joyce. Qué más pruebas necesita nadie para colegir que la poesía, por pensante que sea, está hecha de palabras, como le recordase Mallarmé a Degas. O también: qué más pruebas requiere el indudable aserto de que la memoria, por neuronal y científica que sea, está hecha, muy a su modo, de olfatos proustianos y corpúsculos visuales, pero también de ondas sonoras.

 

[Más sobre este tema aquí]


[1] A. Muñoz Molina, "Los manuscritos", El País Semanal, 19/11/2000.

[2] Roman Jakobson, Lingüística y poética (1958), Cátedra, Madrid, 1983, p. 41.

[3] Poeta chino de la dinastía Tang. Traducción de Chen Guojian, en su edición de Poemas de Tang. Edad de oro de la poesía china; Cátedra, Madrid, 1992.

[4] Yeats, "Hablando con el salterio", en Ideas sobre el bien y el mal (1896-1903). Recogido en Obras escogidas, Aguilar, Madrid, 1962, p. 1063-4.

[5] Pere Gimferrer, entrevista en El Mundo, 29/06/2008, p. 68. El poeta Jorge Fernández Gonzalo me recuerda esta declaración de Claudio Rodríguez: "Yo he escrito casi todos mis poemas caminando. Nunca en una mesa de trabajo. El hecho físico de caminar puede condicionar incluso el ritmo del poema" (citado en Luis García Jambrina, De la ebriedad a la leyenda. La trayectoria poética de Claudio Rodríguez; Universidad de Salamanca, Salamanca, 1999, p. 66).

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28 de noviembre de 2014
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La sobreexposición en los medios de comunicación

Lo sobreexposición en los medios de comunicación es un descenso al infierno.

Mata más que el virus más letal, y nos convierte en estereotipos que nos acaban devorando desde dentro y corroyendo nuestro ser.

Hay que leer a Gracián para aprender a controlar nuestra imagen social. Gracián afirma que hemos de mostrar de forma periódica nuestro mérito, no continuamente.

Que la fama es infamia, como decía el poeta Vicente Núñez, no es ninguna paradoja: la fama acaba traicionando en algún momento a las personas marcadas por la celebridad.

Para no errar demasiado, hay que entregarse a los medios siguiendo una dialéctica de luz y de sombra.

Ahora me muestro,

ahora me oculto,

ahora me muestro y me oculto al mismo tiempo.

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27 de noviembre de 2014
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Un porteño en Estrasburgo

Solo dos papas han sido invitados por el Parlamento Europeo para dirigirse a los eurodiputados en Estrasburgo. El primero fue Karol Wojtila, el papa polaco, en octubre de 1988, un año antes de la caída del Muro de Berlín, cuando el europarlamento solo acogía a representantes de doce países, los socios occidentales de la Europa dividida. Juan Arias, entonces el corresponsal de EL PAÍS, titulaba así su crónica: ?El Papa pide en el Parlamento Europeo que los doce se abran al Este?. El segundo ha sido Jorge Bergoglio, el papa porteño, que se ha dirigido este pasado martes a los representantes de 28 países de una Europa sobre el papel plenamente unificada, que incluye a los países del Este tal como había pedido su antecesor. Y hay un tercer papa que coincide con la historia del Parlamento Europeo, Joseph Ratzinger, el alemán, que no se dirigió nunca a los europarlamentarios y solo supo sintonizar con una Europa conservadora y ensimismada en su repliegue. Este pontífice es el que mejor ha representado a la vieja Europa cristiana, pero tuvo mucho menos éxito con los europeos que el de la nueva Europa, redimida del comunismo, y que el actual, el pontífice del Nuevo Mundo e hijo de la Europa emigrante, que es Bergoglio. Si Woytila fue el emblema del fin de comunismo y de la guerra fría y Ratzinger fue el de la reacción neoconservadora que fracasó en la restauración de una Europa identificada con la cristiandad, Bergoglio es el papa social y compasivo que sintoniza con las dificultades de la globalización: las crecientes desigualdades, la marginación de los más desfavorecidos y la tragedia de la inmigración clandestina con su rastro de muertes en el Mediterráneo. La caja de resonancia que es el Parlamento Europeo refleja bien estas diferencias. Wojtila criticó la ausencia de Dios del pensamiento europeo moderno; Ratzinger reivindicaba la indentidad cristiana de Europa que quiso inscribir en la nonata Constitución Europea; y en cambio, Bergoglio critica la Europa que solo atiende a la economía y desatiende en cambio a las personas. Pocos personajes públicos han realizado como el papa porteño una crítica más acerada a las instituciones europeas, por distantes e insensibles a los ciudadanos, y a la falta de ideales y de atractivo del proyecto europeo, secuestrado por ?el tecnicismo burocrático?. No es extraño que sus palabras sintonicen con la nueva izquierda que está surgiendo en la Europa meridional, Siriza y Podemos concretamente. Además de las palabras, los hechos. Tanto como su intervención de Estrasburgo, Bergoglio fue noticia por la pregunta que le hizo un periodista en su vuelo de vuelta a Roma sobre la red de curas pederastas descubierta en Granada. El santo Wojtila, en los altares desde mayo de 2011, miraba hacia otro lado durante su largo pontificado y en los hechos fue cómplice de los abusos. Ratzinger quiso y no pudo en el suyo mucho más corto, aunque finalmente dio el primer impulso a la investigación de los delitos. Bergoglio puede sermonear a los europarlamentarios con autoridad porque también es riguroso con los suyos y con las jerarquías eclesiales y sobre todo en el reconocimiento del mal: ?La verdad es la verdad y no debemos esconderla?.

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27 de noviembre de 2014
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Nuestro año mexicano

Nunca dejamos de leer a los mexicanos, Jorge Volpi, Juan Villoro, Sergio Pitol (entre los que han sacado nuevos libros este año, el segundo por partida doble), pero nadie ha señalado, que yo sepa, la absoluta mexicanidad reinante en los mayores premios literarios españoles del 2014. Primero fue el Anagrama de Ensayo, ganado por Sergio González Rodríguez con ‘Campo de guerra', después el Planeta, concedido a otro novelista-periodista de allá, Jorge Zepeda Patterson, unos días más tarde, en el mismo mes de octubre, el mexicano de 32 años Roberto Wong obtuvo el recién creado Dos Passos, un premio para autores noveles que publicará Galaxia Gutenberg, mientras que la semana pasada se dio a conocer el nombre de Guadalupe Nettel como ganadora del Herralde de novela, coronando en su caso una de las trayectorias narrativas más potentes y originales que hay en la joven literatura en castellano.

    La variedad y riqueza de la escritura originada en México ni es un descubrimiento ni tenemos aquí espacio para glosarla, pero no me gustaría dejar pasar la ocasión sin señalar el título para mí más sorprendente y cautivador de nuestro año mexicano, ‘Historia descabellada de la peluca', finalista del ya citado premio Anagrama de Ensayo 2014 y presente desde hace pocos días en librerías. Bajo el exótico nombre entre italiano y donostiarra de su autor, Luigi Amara, se esconde un poeta y editor nacido en el D.F. en 1971, y ya con un buen número de publicaciones en su haber, que ahora voy a buscar allí donde se encuentren. Es difícil resumir la riqueza de este libro, que en poco más de doscientas páginas nos cuenta el uso (y sobre todo el abuso) de las pelucas desde la antigüedad a nuestros días, teniendo especial relieve los capítulos dedicados a las desatadas noches pilosas de la emperatriz Mesalina, las andanzas, en distintos atuendos y tocados, del fascinante abate de Choisy, y la auténtica naturaleza del pelo falso de Andy Warhol, quien con esa famosa peluca platinada que le confería "la efigie inclasificable y astrosa del espantapájaros", logró, todos lo sabemos, la instalación artística más duradera del siglo XX. He leído mucho sobre Warhol y he escrito acerca de él (antes y después de haber sido su sombra madrileña a lo largo de una semana inolvidable de los primeros años 1980), pero creo que las seis páginas de Amara son el mejor y más agudo condensado sobre la persona y la obra del artista americano.

    Los postizos capilares son para Luigi Amara -quien según tengo entendido no los utiliza él mismo- el signo de una libertad portátil y desechable, de quita y pon, una rebeldía "de pelos para afuera, festiva y extraordinaria a causa de su aura de carnaval, no por removible menos desestabilizadora". Ahora bien, en el erudito y siempre jugoso catálogo de estos aditamentos y sus distintos portadores, Amara, que es un excelente escritor exuberante, se muestra como historiador más bien cauto, señalando que su proliferación fue el vaticinio del fin de los imperios: en Roma, en Egipto, en la Francia monárquica. Por tanto, digo yo, si el pelucón ha triunfado este año incluso en el Festival de Eurovisión, cualquier cosa puede acaecer, cumpliendo así una vez más este fútil adorno un papel agorero. Caso de producirse, espero que la hecatombe nos pille si no con la cabeza, por lo menos con el peluquín bien puesto.  

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26 de noviembre de 2014
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El Boomeran(g)
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