Dice la nota en Telesur:El reconocido columnista colombiano escribió este mensaje en su Twitter al...

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Vamos a los tanatorios como si formáramos parte de una clase humana que no sólo no se haya inmersa en esa experiencia final sino que le es imposible imaginarla para sí mismo, vivo. De este modo no importa incluso que mueran amigos alrededor y cada vez más cerca. Aumenta el temor pero su acoso no llega a reproducir un genuina molécula de nuestra muerte futura. Mueren siempre los demás y nosotros los contemplamos como desdichados. Sin embargo, sabiendo que esa desdicha se encuentra inscrita en todos, ¿cómo hacer para penetrar aun como un ensayo breve en la especial situación del muerto? ¿Pero amenta el dolor esta impotencia o es precisamente esta impotencia la que enaltece la distancia y su facultad de estar vivos? Efectivamente hasta hace poco era cierta la segunda parte de la interrogación para la gente de mi edad. Ahora ya demasiado mayores, en el filo de la ancianidad, la visita al tanatorio procura la realidad de un olor, un dolor y un polvo que como un cantar susurrante nos solidariza a todos.
El material daba para la truculencia dickensiana: niña vive hasta los cinco años con su hermana y una mujer que no conocen a cargo de ellas, en un cuarto sin luz eléctrica ni inodoro; luego es abandonada con la hermana en un convento, en el que vive hasta los diecinueve años. Lo que impresiona del estilo de Reyes es que narre el horror sin alardes, confiando en la fuerza de los hechos. No hay nada de autocompasión, ni una sola frase indulgente; en esa forma de contar la pobreza, Reyes se acerca mucho a Natalia Ginzburg. Le añade, eso sí, una buena dosis de humor, una veta risueña, un sarcasmo elegante.
Reyes sabe escoger los detalles que condensan un mundo, como esa "enorme bacinilla blanca esmaltada" que tienen en el cuarto en el que vive encerrada con su hermana y en el que hacen todas las necesidades, para luego, por las mañanas, vaciarla en un muladar detras de una fábrica: "tenía que caminar casi sin respirar, con los ojos fijos sobre la caca, siguiendo su ritmo poseída del terror de derramarla antes de llegar, lo que me traía castigos terribles; la apretaba fuertemente con las dos manos como si llevara un objeto precioso". También tiene muy buen ojo para caracterizar rápidamente a los personajes, com la señorita Carmelita, "tan gorda que no podía entrar a la capilla y tenía que oír la misa desde afuera de la puerta; el cura salía a la hora de la comunión y le llevaba la hostia donde ella estaba".
Las mejores páginas de Memoria de correspondencia están dedicadas a los años de Emma Reyes en el convento. Es, como dice Piedad Bonnett en el prólogo, un testimonio poderoso de la educación clasista, racista y discriminatoria en la Colombia de los años treinta -y que puede extrapolarse fácilmente al continente latinoamericano--; en el convento de la orden salesiana Emma descubre a monjas desprendidas que le enseñan el significado de la caridad cristiana, pero nunca termina de ser aceptada del todo porque es una "recogida" de la clase proletaria. Cuando quiere convertirse en monja, no se la acepta porque, como no se conoce quiénes son sus padres, no se sabe si ha sido concebida en pecado. El convento esclaviza a las niñas que viven allí, pues trabajan a destajo y gratis, haciendo pijamas para los diplomáticos, banderas y escudos para el ejército, estandartes para las asociaciones católicas e incluso para la Casa Presidencial: pedidos qu debían verse como favores, pues, en la lógica torcida de las superioras, llegaban de "clientes pecadores que nos beneficiaban con sus trabajos para que nosotros pudiéramos comer y salvar nuestras almas".
Como buen convento latinoamericano, este está más obsesionado por el Diablo que por Dios. En los años que vive allí esa obsesión se le contagia a Emma. Algunas anécdotas que cuenta al respecto parecen deberle más a la fantasía que al testimonio puro; esa fantasía es también realismo, pues muestra cómo una niña construye su identidad a partir de los miedos que se le inculcan. Memoria por correspondencia narra con maestría esos miedos, y también, por suerte, su liberación.
(La Tercera, 10 de mayo 2015)
En uno de sus precisos pecios, recogidos en el reciente "Campo de retamas", dice Ferlosio: "(España) Aquí es que casi no hay cosas ni acciones de tanto como abultan las personas. Y con dos apellidos". Los españoles tenemos en poco los actos y los enjuiciamos según el bulto de quien actúa. Somos de personalidades, no de personas. De sentimientos más que de hechos o ideas. Nuestro santo patrón, Antonio Machado, lo decía por boca de Mairena cuando un padre le reprochaba que suspendiera a los niños con sólo verles. El maestro contestaba que a veces le bastaba con ver la cara de los padres.
Ferlosio, el anciano samurái encerrado en su cabaña, musita diminutos monólogos que son como las flechas de aquel arquero zen que daba en el blanco con los ojos vendados. No le hace falta andar por el mundo. Le basta con verle la cara.
Artículo publicado En El País.
Hace tiempo que advierto la proliferación de locales de manicura en las ciudades de todo el mundo: pequeños establecimientos con olor a esmalte que hacen las delicias de las mujeres, sean ejecutivas o becarias, con precios inferiores a los quince euros. La manicura se ha democratizado, dejando de ser una coquetería propia de privilegiadas, y hoy iguala clases y condiciones a diferencia de los limpiabotas, servicio cada vez más escaso y desfasado. Una brigada de profesionales chinas o colombianas -muy cotizadas estas- ha pasado a ser la solución benefactora para las manos de las mujeres torpes o que andan demasiado atareadas para cortar sus pieles muertas. Se sientan frente a ti, con la espalda encorvada, cuencos de agua caliente y pequeñas toallas en el regazo mientras van tomando tus dedos, uno a uno, entre sus manos silenciosas que exfolian, masajean y aplican gel permanente. A veces adviertes que su silencio no es blando sino azul, como los blues. Y que bajo su bata blanca habita un cuerpo agotado y una vida subrogada. ¿Por qué el nuevo código estético puede tolerar casi cualquier cosa -unas zapatillas deportivas, un piercing en la lengua, una orgía de pulseritas roñosas-, pero difícilmente admite la visión de unas uñas estropeadas? La fiebre de la manipedi ha dado nuevos bríos al sector de los esmaltes de uñas, con un crecimiento espectacular y un pantonario que va del azul pitufo al amarillo Simpson, pasando por el rouge Chanel. Y no es fácil explicar este boom en nuestros tiempos low cost, por mucho que las ciudades sean parques temáticos colonizados por marcas globales y su uniformidad ha sido clonada de norte a sur. Se calcula que en EE.UU. existen ya 17.000 puestos de manicura, y en la modélica Nueva York el crecimiento es descomunal: tres veces mayor que en Los Ángeles o Chicago. De hecho, The New York Times ha realizado un recuento sorprendente: en un solo barrio del Upper East Side los nails triplican a los Starbucks. A las 8 de la mañana, cuenta la cronista, de maltratadas camionetas Ford saltan mujeres en su mayoría asiáticas; el mismo estilo que con los trabajadores de la construcción. Trabajarán entre 10 y 12 horas, y, si demuestran capacidad, entonces puede que a los tres meses ganen entre 10 y 60 euros al día. En algunos salones de Harlem deben pagar para beber agua. Mujeres pobres a las que su supervisor les ha cambiado el nombre -Sherry o Betty en lugar de Ma Lea- cortarán los callos y rebajarán durezas de los pies de algunas millonarias con sandalias de Prada y diamantes de H. Stern. Hay quien dice: “Me he hecho las manos”. Otras las pierden, en esa dinámica perversa que dilata la brecha entre servidumbre y servicio. (La Vanguardia)
Cuando se la ve en los mapas, Centroamérica no parece ser sino un paisaje de selvas y volcanes que alternan sus erupciones, un territorio sacudido por terremotos y huracanes que alteran el paisaje; y desde la independencia en el siglo diecinueve, y a lo largo del siglo veinte, nuestra marca fueron las disensiones políticas resueltas en asonadas y golpes militares, la plaga endémica de las dictaduras militares, las revoluciones, y por fin la paz negociada. Un rostro siempre velado por el humo de la pólvora.
¿Pero cuál es verdaderamente ese rostro? Uno y distinto, varios rostros en uno, una identidad que a veces parece contradictoria, pero que existe quizás precisamente por eso, porque no se deja ganar por la homogeneidad. Un rostro fragmentado, difícil de apreciar en su conjunto porque aún estamos lejos de la integración política que se frustró después de la independencia.
Puestos juntos, nuestros países alcanzan casi los 50 millones de habitantes en una superficie de más de medio millón de kilómetros cuadrados, con una economía que crece en términos macro, pero en nuestra realidad cotidiana siguen abiertos los grandes abismos de desigualdad social, y padecemos de déficits notables, el primero el de la educación; hemos visto avances en el funcionamiento del sistema democrático, aunque penosos en algunos países. Una lucha entre autoritarismo e institucionalidad que aún se sigue librando.
¿Por qué saltamos a veces a las primeras planas? Porque habiendo sido puente de pueblos y puente ecológico, Centroamérica lo es hoy del tráfico de drogas. Porque las pandillas juveniles, convertidas en organizaciones criminales, se han adueñado de no pocas ciudades. Porque los más pobres siguen huyendo de la miseria y de la violencia hacia el norte, en busca del perverso sueño americano, un camino señalado por el riesgo constante de la muerte. Uno y varios rostros.
Pero tenemos otro, el de la cultura, que debemos buscar como superponer a los demás. Quizás es nuestro mejor rostro, un rostro para enseñar. El rostro de la invención que hunde sus raíces en nuestra realidad dramática, y la transforma y la ilumina. De alguna manera, la literatura nos redime y deja que se revele esa identidad tantas veces escondida.
Este mes vamos a mostrar ese rostro, al celebrar por tercera vez en Nicaragua el encuentro anual Centroamérica Cuenta. Se trata de un espacio abierto a los narradores, sobre todos los más jóvenes, que ya entrado el siglo veintiuno se multiplican en nuestros países, desafiando la primacía que hasta ahora ha tenido la poesía. Son quienes nos cuentan las historias que vivimos, y que padecemos, y se convierten en los cronistas de nuestro mundo contemporáneo. Sin ellos, nuestro rostro, o nuestros rostros serían más difusos.
Más de cincuenta escritores provenientes de todos los países centroamericanos, y otros que llegarán invitados de Alemania, España, Holanda, Italia, Francia, México, Colombia y Puerto Rico, se darán cita entre el 18 y el 23 de mayo en las ciudades de Managua y León, para participar en un intenso programa de talleres, mesas redondas, lecturas, charlas, representaciones teatrales y musicales, en diferentes escenarios que incluyen centros culturales, universidades y colegios de secundaria.
El encuentro de este año se desarrollará bajo el lema PALABRAS EN LIBERTAD, porque queremos hacer énfasis en la libertad de expresión en todos sus ámbitos, un tema que se discutirá a fondo en diversas mesas. La libertad de palabra y de creación frente a cualquier clase de poder, empezando por el poder político; y Centroamérica Cuenta será un homenaje a Charlie Hebdo, en defensa del humor como uno de los pilares de esa libertad de expresión. Este acto de barbarie nunca debe pasar al olvido. La intransigencia criminal que nace del fanatismo es una amenaza sobre las cabezas de quienes creen en el poder liberador del periodismo, el arte y la escritura, y nunca deberemos tolerar que se prohíba la risa.
También Centroamérica Cuenta será un homenaje a Ernesto Cardenal en sus noventa años, el escritor nicaragüense reconocido como uno de los grandes poetas de la lengua, y quien sigue escribiendo sin tregua; autor también de un cuento magistral, El Sueco, infaltable en cualquier antología centroamericana.
Soy un convencido empecinado de que Centroamérica existe, o de que al menos es posible. En estos albores inciertos del siglo veintiuno, la hora de Centroamérica es la cultura, la hora en que debemos poner todos nuestros relojes. Esa es la razón por la que nos reunimos en Centroamérica cuenta. Se trata de abrir puertas a la cultura, hacia afuera y hacia dentro.
Como centroamericanos debemos interrogarnos acerca de lo que somos y de nuestro destino latinoamericano, lo mismo que acerca de nuestro destino en la lengua que hablamos. La lengua es también una patria que no tiene fronteras, ese territorio inconmensurable de la Mancha que dejó en nuestros mapas Carlos Fuentes.
Queremos ver y ser vistos. Cómo nos ven y cómo vemos a los demás. Comparar notas acerca de nuestras realidades y las formas de escribirla y describirla. Aprender de los demás, y enseñar a los demás lo que somos. Al fin y al cabo, todos somos hijos de la imaginación.
Es una ciudad de subterráneos románticos y esculturas, y estas se ven desde que uno llega al centro de la hermosa capital atravesando el subsuelo de túneles abovedados: en la cima de uno de los cerros que la circundan, la mole enardecida de un salvador local saluda con su antorcha de piedra, mientras que las calles más populosas están jalonadas de ‘quijotes' (y algún ‘sanchopanza'). La primera estatua tiene un fundamento patriótico: Juan José de los Reyes, llamado El Pípila, realizó el 28 de septiembre de 1810 la heroicidad de incendiar, en la primera batalla de la guerra de independencia, la puerta de la Alhóndiga de Granaditas, asegurando así la toma de la ciudad. El monumento estatuario se visita, y la visita es muy recomendable, tomando el funicular a espaldas del céntrico Teatro Juárez; la vista desde lo alto, apostado el visitante a los pies del coloso, resulta espectacular, sobre todo al atardecer, y si se quiere seguir la senda del Pípila es obligado ver la severa fábrica de la Alhóndiga, con los murales grandilocuentes pero llamativos del interior, hoy más museístico que mercantil. El héroe da nombre asimismo a uno de los primeros túneles abiertos -para canalizar las aguas fluviales, que fluyen por debajo- a primeros del siglo XX, si bien el conjunto de esas vías subterráneas más bien hace pensar en los espacios lóbregos y suntuosos que grabó Piranesi.
Las figuras callejeras de los protagonistas de la novela de Cervantes, no todas de igual mérito artístico, se deben a la profunda conexión de la ciudad con un libro, y con el frenético amor a ese libro mostrado toda su vida por Eulalio Ferrer, el republicano español exiliado en México e impulsor entre otras iniciativas del Museo Iconográfico del Quijote, que recoge en un bello palacio colonial la colección de pinturas, grabados, ediciones ilustradas y demás parafernalia quijotesca donada a la ciudad por el mecenas nacido en Santander. Se une a esa pulsión personal de Ferrer el impulso de un grupo de universitarios que empezaron en 1953 a representar al aire libre los Entremeses cervantinos, siendo ese el germen que acabaría fructificando, casi veinte años después, en la creación del Festival Internacional Cervantino, que el próximo octubre celebrará su edición número 43.
Visitar Guanajuato durante el Festival Cervantino es como visitar dos ciudades, la monumental y la imaginaria, la bulliciosa y la recogida, la que llena sus calles de una multitud festiva y la que alberga en sus teatros, iglesias y auditorios académicos conciertos de cámara, ciclos de conferencias y talleres de creación escénica y musical. Acontecimiento de honda raigambre en todo México, resulta equiparable en ambición, variedad y programa al (más extenso y renombrado) de Edimburgo, habiéndose reforzado su calidad desde que, en los dos últimos años, dirige el festival el novelista Jorge Volpi, buen conocedor de la ópera y el teatro.
Durante el mes que dura el festival, Guanajuato está poblada de criaturas de las ficciones sueltas y revividas por cada rincón de sus plazas. Pero la otra, la permanente e histórica, ofrece, no sólo en el perímetro de su centro predominantemente barroco, una notable cantidad de atracciones. En contraste con la nobleza altiva de los palacios, conventos y templos, los barrios populares escalonados en el circo natural de su geografía lucen radiantes con la mancha de sus colores vivos. Entre los museos, además del ya citado, merece una visita el de Diego Rivera, nativo de Guanajuato, que dispone de una no muy extensa pero representativa colección de obra suya expuesta, con cierta teatralidad ingenua, en la casa de estilo tradicional donde nació y pasó sus primeros años. Cerca del museo está uno de los edificios más imponentes de la ciudad, la Universidad, escuela-hospicio ya en el XVIII y con un interior rico en mementos que nos recuerdan que, además de ser la capital del estado de su mismo nombre, fue temporalmente capital de la República durante el gobierno de Benito Juárez, muy presente aún en la ciudad, a la par que el general Porfirio Díaz, otro presidente que enriqueció su patrimonio urbano y artístico.
Hay que salir sin embargo del centro histórico para descubrir las riquezas del suelo y el poso de los muertos. En una misma excursión, de medio día de duración, hacia el norte, siguiendo la llamada Carretera Panorámica, se puede ver la joya arquitectónica de Guanajuato, la iglesia de San Cayetano de la Valenciana, cuya fachada y retablos interiores en estilo churrigueresco denotan la magnanimidad de quien la hizo construir, el conde de Rul, propietario de la cercana Mina Valenciana, que fue la más rica de la zona en la extracción de plata y sigue aún operando. Después de la opulencia del templo, la mina tiene un aspecto un tanto desastrado, y por ello muy verosímil, en la visita que se permite hacer. De la famosa plata de Guanajuato, tan apreciada en la metrópoli desde que empezaron a explotarse sus yacimientos, se ve poca, excepto en algunas muestras del proceso de su obtención.
La excursión acaba en una nota fúnebre. Aunque no soy un gran aficionado a la muerte, he de decir que las muy populares Momias de Guanajuato constituyen un espectáculo incomparable, de un patetismo lúgubre que pronto es superado por la disposición escenográfica y dramática, a veces semejante al teatro de Tadeusz Kantor, de los cientos de cadáveres momificados por la peculiar composición de la tierra local. Muchos tienen una historia que contar en su pose, en sus harapos o su anatomía, y el relato nos llega y nos conmueve.
"¿Por qué? Porque se supone que todos nos ocupamos de hacer nuestras propias reservas por Internet. Así que me paso horas y horas tratando de concretarlo. Otro ejemplo: muchas veces tengo que mandar por correo paquetes pequeños. Y, dadas las modalidades actuales, tengo que determinar yo mismo cuál es el tamaño, el peso, utilizar un programa informático para ver cuánto tengo que pagar, ir a ese lugar y pagar. En realidad, todo es más engorroso en la sociedad del ‘hazlo tú mismo'. Si comparo todo esto con lo que le ocurría a Leon Tolstoi, que vivía en el siglo XIX, o a Jean-Paul Sartre, que vivía en París, una ciudad que a mediados del siglo XX seguía estructurada como en el siglo XIX... Hoy por hoy simplemente no hay posibilidad de tener el tiempo, la energía y la concentración para escribir una obra como La guerra y la paz. La gente pierde mucho tiempo haciendo las cosas de la vida cotidiana. Nada de lo público funciona por sí solo: se supone que en esta sociedad uno tiene que saber hacerlo todo. Es el lado oscuro del narcisismo, de la privatización. Un proceso que deja al sujeto viéndoselas solo con los problemas de la vida cotidiana. Se supone que uno tiene que aprender todo, que será buen cocinero, se ocupará de su físico, de sus trámites, y siempre estará haciendo algo. Es una característica de nuestro tiempo: la vida cotidiana se ralentiza. El resultado es que hay menos tiempo para dedicarse a trabajar en lo propio. No tenemos tiempo para trabajar porque ocupamos demasiado tiempo en resolver las calamidades de las que se tendrían que ocupar otros.". Boris Groys en La Nación.
"‘Internet se vendrá abajo y cuando lo haga viviremos oleadas de pánico mundial. Nuestra única posibilidad es sobrevivir a las primeras 48 horas. Para eso hemos de construir -si se me permite la analogía- un bote salvavidas'. Los botes salvavidas son, según Dennett, el antiguo tejido social de organizaciones de todo tipo y pelaje que se han visto (casi) aniquilados con la llegada de Internet. ‘Algunas tecnologías nos han hecho dependientes e Internet es el máximo ejemplo de ello: todo depende de la red. ¿Qué pasaría si se viniera abajo? No puedo hablar por España pero en Estados Unidos todo se iría a pique en cuestión de horas. Imagínate: te levantas y la tele no funciona. Obviamente no tienes línea en el móvil. No te atreves a coger el coche porque no sabes si ese va a ser tu último depósito de gasolina y los únicos que se han preparado para ello son todos esos chalados que construyen bunkers y almacenan armas. ¿De verdad queremos que ellos sean nuestra última esperanza?'. Dennett, famoso por sus teorías sobre la conciencia y la evolución, y considerado como uno de los grandes teóricos del ateísmo, no mantiene -según explica a este diario- un tono alarmista, y tampoco quiere ser acusado de catastrofista: ‘Lo que digo no tiene nada de apocalíptico, puedes hablar con cualquier experto y te dirá lo mismo que yo, que es cuestión de tiempo que la red caiga. Lo único que digo es que deberíamos prepararnos: antes solía haber clubes sociales, congregaciones, iglesias, etcétera. Todo eso ha desaparecido o va a desaparecer. Si tuviéramos otra red humana a punto... Si supieras que puedes confiar en alguien, en tu vecino, en tu grupo de amigos, porque habéis previsto la situación, ¿no estarías más tranquilo?'" Daniel Dennett según Toni García en El País.
Dice un proverbio japonés que un hombre es el espacio que ocupa. Si fuera así, podríamos decir que Collboni es un hombre multiespacio, que de los lavaplatos y las tuberías de la política ha pasado al escenario con la plena convicción de que el atril es hoy es el lugar correcto. “Coll-bo-ni- no es tan difícil”, reza su publicidad mediática, recordando los estragos que tuvieron que pasar algunas cabeceras de prensa internacionales para hacer cuajar su nombre, que al principio la gente pronunciaba con gran exotismo. Además de masticar su apellido, su campaña -dirigida por el también polivalente Risto Mejide- quiere ser poco política “para conectar con lo que quiero comunicar: el sufrimiento de mucha gente como consecuencia de la crisis, y con lo que se puede hacer desde el Ayuntamiento”. Collboni tiene una sonrisa de hombre serio, tenaz, de quien al escuchar aprieta los labios en lugar de interrumpir. O del que parece que nació para decir “no fotem” sin que suene a “basta ya”. Una sonrisa inglesa que a veces chispea y otras endulza, y que parece convincente tanto cuando habla de amor como de empleo. Algunos creen que no era necesario su parpadeo submarino de Con el agua al cuello, ese video-performance con eslogan que emula el No surprises de Radiohead y que tanto ha gustado a los hipsters. Pero Collboni saca el pecho del chaval concienzudo que fue delegado de clase, o del joven socialista que bautizó un gay power barcelonés, consiguiendo un cambio histórico que incluyó el matrimonio homosexual. Lo celebró casándose con su pareja, Óscar Cornejo y entre los invitados, la UGT se mezcló con Sálvame. Barba muy perfilada, a lo Tom Ford, canas de experiencia (pero sin pasarse) y un gris que suele ir con los trajes, sobrios, casi pijos, pero sin el exceso madrileño. A diferencia de Hereu o Navarro es el único mandatario del PSC que se siente cómodo con su chaqueta. Posee gustos florentinos, como las primeras enciclopedias ilustradas de finales del siglo XVIII. “A Jaume lo comparo con un águila, pero no de rapiña, sino imperial; no lo ves pero lo controla todo” dice su amigo Gerard Guiu, director de proyectos del Barça. Collboni se declara un optimista de la voluntad y habla en términos propios de coach: “La capacidad de resistencia es la capacidad de resistir la soledad”. Su relación con los aromas está bien documentada en su creciente videografía: en uno de sus retratos, se le graba oliendo jabones a granel y elige el de aroma a magnolia: era el árbol de su infancia, en Premià de Dalt. La magnolia no es huidiza como la violeta, que viene y va, sino que persiste, gozosa. Curiosa exaltación del poder evocador del olfato por parte de un hombre que no utiliza perfume, sólo aftershave.
He vuelto a leer El bosque de la noche de Djuna Barnes, y esta vez he sacado algunas conclusiones. Nos hallamos ante una discípula de Joyce, si bien la Barnes es más expresionista y más cruel que su venerado maestro.
La novela está dividida en tres partes bastante diferenciadas, y quizá por eso Djuna Barnes no las subrayó. En la primera asistimos al despliegue de una serie de personajes errantes, que circulan por París y Viena. Casi todos ellos son unos impostores que se inventan un pasado mucho más noble de lo que fue. En ese sentido son unos esnobs de naturaleza irredimible. El personaje más memorable y más edénico es la desgarbada y hermosa Robin, que sólo envejece “a golpes de niñez perpetua”. Su fuga marca el final de la primera parte.
En la segunda parte asistimos a las andanzas de Robin pero a través de los otros personajes que hablan de ella. Es el envés de la primera parte y podía haberse titulado La fugitiva.
La tercera parte es muy breve, y narra el reencuentro entre Robin y Nora gracias a los jadeos de un perro que parece una bestia apocalíptica, y que no obstante es acorralado por la rabiosa Robin. La ceremonia del encuentro se lleva a cabo en una iglesia.
La novela también puede verse como un díptico con una bisagra: el capítulo final.
Cuando uno va leyendo la novela, tiene la sensación de estar atravesando un bosque muy tupido. Lo sientes en cada página. Ni debes ni puedes atravesar ese bosque con precipitación porque te perderías muchos diamantes semiocultos entre la hierba.
Según avanzas en el texto, te sientes flotando en un mundo absurdo y a la vez lleno de significación.
Algunos personajes hablan con el doloroso clamor de Max Estrella: por ejemplo el doctor, que es otro impostor dedicado a la medicina clandestina. Su voz resuena continuamente en el bosque de la noche, porque el doctor es un charlatán más allá de todo límite. Consigue contestar a lo que le preguntan y a la vez irse por las ramas. Lo suyo es un continuo monólogo interior en voz alta, a través del cual percibimos un alma inmensamente trágica y barroca.
Su muerte indica el final de la segunda parte, su muerte abre de par en par la oscuridad y nos prepara para el reencuentro de la matriarca Nora y la silvestre Robin en una capilla ubicada en mitad del bosque de la noche.
La gran novela de Djuna Barnes es mas actual ahora mismo que en el momento en que fue publicada por primera vez, porque ahora todos vivimos en el bosque de la noche, ya convertido en una jungla.
La noche de ahora mismo es una jungla más tupida que el bosque de Djuna. Dicho de otra manera: estamos regresando a la era de los cazadores, anterior a la de los recolectores y los agricultores sedentarios. Volvemos a la edad en la que el mundo se dividía en presas y cazadores, y solo ellos habitaban la jungla de la noche.
Retornamos al período anterior a las ciudades (las ciudades están desapareciendo por extensión y emborronamiento de sus límites) y la jungla se expande, si bien se trata de la jungla humana.
Ahora o cazas o te cazan. Un paradójico camino a la inversa: del bosque, que es una selva humanizada, a la jungla, que es de naturaleza inhumana.