Víctor Gómez Pin
La física suelta lastre.
La física va desembarazándose de conceptos que durante largo tiempo fueron considerados algo así como trascendentales del orden natural y en consecuencia soporte de la propia disciplina. La cosa empezó por el espacio y el tiempo (o si se quiere las métricas del espacio euclidiano y su correlativo tiempo, absolutizadas por Newton y Kant) que sólo perduran como marco de los fenómenos cuando reducimos nuestro universo a un sólo referencial galileano, es decir, cuando hacemos abstracción de la complejidad del universo real (por ejemplo: vivimos en el seno de un tren sin ventanas, que se desplaza a velocidad rectilínea uniforme, e ignoramos que hay un exterior).
Pero esta suelta de lastre también afecta al concepto mismo de materia que ha perdido gran parte de su peso. De entrada en el plano terminológico, pues mantener el concepto de materia para referirse a entidades como el fotón supone desligar tal concepto del de masa, con lo cual abre la puerta a toda clase de equívocos. A ello cabe añadir que a cada partícula de materia cabe asociar una partícula de anti-materia y que las leyes fundamentales de la física se aplican tanto a la materia como a la anti-materia (tanto al electrón como al positrón). Está además la idea de campo, que bifurca la física puesto que las leyes del campo no son las leyes de la materia. En suma: haciendo de la materia un caso particular de obediencia a lo que la física describe, la concepción de la naturaleza se estaría emancipando de otro aspirante a ser considerado absoluto; ni el espacio, ni el tiempo, ni la materia perduran ya como trascendentales del orden natural. ¿Qué queda pues?
Physis más allá de la entidad material y de las entidades dotadas de propiedades
Deberían al menos quedar entidades dotadas de atributos bien definidos. Si se trata de partículas (sean materia o de anti- materia) deberían como mínimo tener ubicación bien precisa (con independencia de que nosotros la conozcamos o no). Si se trata de campos deberían en cada caso tener un valor bien definido.
En suma: lo que nosotros atribuimos a las entidades físicas es propiedad de las mismas; una cosa física (materia, campo, anti-materia, etcétera) debería al menos ser una cosa dotada de propiedades.
De hecho esta condición de ser propietario de lo que es susceptible de serle atribuido vale también para las cosas que sin ser físicas son objeto de esa constricción para el sujeto que supone el conocimiento. Me detendré en esto: ¿Qué diferencia esencialmente al concepto de hurí del concepto de triángulo rectángulo? La diferencia poco tiene que ver con la física. Así el hurí es ciertamente un ente imaginario pero si nos limitamos a la geometría euclidiana, el triángulo rectángulo no tiene entidad fuera del sujeto que hace geometría. La diferencia entre ambos es sin embargo muy clara: al hurí, ángel femenino del paraíso islámico, podemos atribuirle multitud de predicados, eventualmente opuestos y hasta contradictorios, sin que haya manera de confrontación objetiva para saber cuáles son los que efectivamente le pertenecen; esto no ocurre por el contrario tratándose del triángulo rectángulo euclidiano: el atributo según el cual sus ángulos suman dos rectos es una propiedad del triángulo; también lo es que el cuadrado de la hipotenusa es la suma del cuadrado de los catetos.
En general, referirse a una cosa (el res latino que fue asociado con causa, de tal manera que una cosa no es solo un asunto dado, sino también aquello que lo hace inteligible). es hablar de realidad o irreductibilidad a las construcciones imaginarias del sujeto. Conocimiento de una cosa es atribución de predicados que son propiedades de la misma. Si el sujeto del que se predica algo permite atributos fantasiosos es que no se trata realmente de una cosa. Y desde luego si pasamos de considerar con nuestra mente una propiedad para focalizarnos en una segunda, la primera no desaparece sino que simplemente ha dejado de ser foco de atención. El triángulo euclidiano presenta su propia constitución, se impone al sujeto, éste no puede seleccionar sus efectivas propiedades, aunque pueda no estar observando en acto más que una de ellas; el triángulo rectángulo euclidiano es una cosa mental, pero una cosa objetiva.
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Cuando la cosa observada es una cosa física (materia, campo, energía, anti-materia), entonces a la propiedad de los atributos se añaden otros rasgos que no conciernen a entidades como los polígonos euclidianos. Así, en el marco de la relatividad restringida, una cosa física se ubica en un continuo espacio-temporal, tiene a la velocidad de la luz como un invariante, su propia velocidad no puede superar dicha velocidad y, en consecuencia, aquello de lo que puede ser causa o efecto está sometido al principio de localidad (grosso modo: si en el intervalo de tiempo entre el acontecer de dos observables A B, la luz no pudiera cubrir la distancia espacial que les separa, entonces el uno no puede tener influencia alguna en el otro. -1- ). La localidad se halla vinculada a un conjunto de principios ontológicos gracias al cual cabe, según Einstein, hablar de cosas dotadas de propiedades físicas. Cabría decir que esos principios ontológicos son la expresión de que las cosas dotadas de propiedades de las que el discurso se ocupa constituyen realidades físicas y no realidades de otro orden. Pues si, como antes indicaba, cabe decir, que la relación determinada entre las medidas de los catetos y de la hipotenusa es una propiedad del triángulo rectángulo euclidiano, no tiene por el contrario sentido atribuir al mismo determinaciones que dependen de la localidad, ni de una condición individual en la que la localidad juega precisamente un papel.
Al igual que ocurre con realidades cuya objetividad es meramente matemática, los diferentes atributos de una entidad física determinada pueden eventualmente no ser conocidos a la vez. Cuando prestamos atención a uno de ellos es posible que el otro escape a nuestra observación, mas no debería pasarnos por la cabeza que haya desaparecido. Simplemente, pensaría un físico pre-cuántico, ese atributo ha dejado de ser observado, pero sigue ahí susceptible de ser observado de nuevo, pues de lo contrario ¿cómo diferenciar una entidad objetiva de una entidad arbitraria, una entidad en cuya forja la imaginación es quien legisla?
Corolarios de la incertidumbre.
Muy diferente es la perspectiva cuando consideramos simplemente el hoy casi popularizado principio de incertidumbre en física y su traducción en el formalismo de la mecánica cuántica ortodoxa: cuando estamos observando la velocidad entonces la posición no es una propiedad de ese sistema. En la jerga: un sistema sólo posee una propiedad observable si el vector o función de onda que a un momento dado lo describe es propio del operador matemático que representa a tal observable; mas ninguno de los vectores de la posición constituye un vector propio del operador velocidad.
Es imprescindible precisar que esta interpretación de los fenómenos cuánticos no es la única. El contra-ejemplo más exitoso es el de la mecánica de Bohm -2- . Pero el hecho mismo de que esta teoría alternativa no sea por todos aceptada, el hecho mismo de que se siga discutiendo si una entidad física es forzosamente una cosa con atributos que efectivamente posee, constituye algo radicalmente abisal en la historia de las interpretaciones de la physis y por consiguiente en la historia de la metafísica. Pues una cosa es decir que la realidad física no es forzosamente material (puede ser campo o anti-materia) y algo bastante más grave barruntar que ni siquiera está formada por entidades objetivas dotadas de propiedades intrínsecas, pues ello equivale a decir que ni siquiera está formada por cosas irreductibles a la consideración parcial que un sujeto pueda tener a un momento dado.
En suma, plantear la cuestión de la physis, la heideggeriana pero también cuántica interrogación de qué es la physis y cómo se determina, quizás no suponga ya focalizarse en la materia, pero cuesta trabajo asumir que no suponga siquiera focalizarse en la cosa (materia, antimateria, o campo) dotada de propiedades, lo cual es precisamente lo puesto en entredicho por el socavamiento de los principios ontológicos a los que en estas columnas centradas en la metafísica he venido refiriéndome, y que condicionan nuestra percepción de la naturaleza -3- , pues son la expresión misma de la constricción natural; principios que cabe remontar efectivamente a los pensadores jónicos, que Aristóteles fue quizás el primero (como en tantas otras cosas) en formular parcialmente, que Newton, Galileo y Kant parecen dar por indiscutibles trascendentales del mundo físico y cuyo peso es sin embargo explicitamente reivindicado por Einstein… por el hecho de constatar que empezaban a ser seriamente cuestionados.
Dada la correlación entre nuestra representación de la naturaleza y los principios reguladores, sostener la autonomía de la primera es dar por supuesta la solidez de los segundos. Si esta solidez se quiebra, entonces también la seguridad de la primera se tambalea.
Inevitable la interrogación sobre el sujeto.
Si los postulados que determinan nuestra concepción de la independencia de la naturaleza en relación a nuestras construcciones se muestran en algún caso particular frágiles, entonces surge la sospecha de que la naturaleza en general pudiera eventualmente no responder a los mismos. Sospecha, en suma, de que efectivamente estos principios constituyen postulados, no axiomas: no se trataría de algo que tiene la dignidad de lo evidente, algo que la propia naturaleza ha impuesto. Mas si la naturaleza no muestra tal cosa, entonces sólo cabe una posibilidad: nosotros hemos introducido tales postulados; nosotros hemos sobre-determinado la naturaleza con los mismos; nosotros los hemos impuesto, sino como caracteres de la naturaleza misma, sí al menos como prismas a través de los cuales la naturaleza es percibida. Mas si es así, ¿qué significa nosotros?; ¿qué potencia en nosotros ha decidido que la naturaleza es algo en sí y obediente a la localidad, el determinismo, la causalidad y la individuación?
-1- Hay que precisar que si entre ellos se da algún tipo de correlación esta se deberá al origen común de ambos; dicho en la jerga de los físicos: a lo que se da en la intersección del cono de luz incidente de ambos.
-2- Gracias a la introducción de variables suplementarias, habitualmente designadas con la expresión confusa de "variables ocultas", un sistema puede tener valores bien definidos para observables de los que el vector actual no es propio.
-3-He resumido aquí en varias ocasiones estos principios, mas para no obligar a volver atrás presento en esta nota un pequeño compendio:
Causalidad y determinismo. Nuestra conformidad a la necesidad nos confiere la certeza de que para todo acontecimiento hay otro acontecimiento (o conjunto de acontecimientos) al que se encuentra vinculado de manera uni-direccional, es decir, este último determina sin que la recíproca sea cierta. Expresión mayor de esta vinculación uni-direccional es que el primer acontecimiento es previo, lo cual considerando la techne, tiene la consecuencia siguiente: el sujeto humano es susceptible de modificar parcialmente el acontecimiento futuro, pero de ninguna manera tiene posibilidades de una intervención en el pasado.
Ello significa simplemente que funcionamos en conformidad al principio de causalidad, el cual presentado en el sentido de la dirección temporal se convierte en principio de determinismo, de tal manera que el devenir de dos cosas idénticas será coincidente, salvo intervención de desconocidas variables en el arranque, con lo cual la aparente identidad sería mera similitud, o de influencias exteriores en el proceso. Principio que, en su vertiente cognoscitiva, garantiza que el hipotético conocimiento de todas las variables en el arranque de un proceso no sometido a nuevas influencias (ese proceso que constituye el mundo por ejemplo) podríamos prefijar cada uno de sus eventos.
Localidad. La naturaleza permite que dos entes con origen común (dos auténticos gemelos por ejemplo), compartan rasgos destinales aunque se hallen alejados, pero no posibilita una acción local (es decir, no reductible a algún elemento causal en la común matriz) sobre uno de ellos que a la vez tenga efectos sobre el otro.
Individuación. La naturaleza contempla relaciones entre los individuos, pero no tolera que estas relaciones anulen la individualidad, de tal manera que lo real venga a ser la relación y no los relacionados: la naturaleza en suma no tolera el holismo, no tolera que una pluralidad de estados físicos representantes de individuos sea reemplazada por un estado único que sería representante del todo.
Realismo. En fin, compendio casi de lo que precede: tales constricciones son cosa de la naturaleza, no cosa de los hombres que se insertan en la naturaleza y la contemplan. No se trata siquiera de una de una toma de posición, se trata casi de un corolario de la subsistencia de la naturaleza respecto a intervenciones y creaciones exteriores. Decimos que la naturaleza no es aleatoria en su comportamiento, pero decimos que esta necesidad procede de la naturaleza misma, es decir somos simplemente realistas. Ello se traduce en que nos relacionamos con esas cosas del entorno dotadas de propiedades con el sentimiento bien anclado de que las mismas no dependen de nosotros, contrariamente a las representaciones que nos hacemos de ellas, las cuales obviamente no se darían sin nosotros, y que en el mejor de los casos nos ayudan a relativizar la barrera que nos separa de las primeras. Las cosas, en suma, tienen su ser y su devenir y seguirían teniéndolos, aun en el caso de que no estuviéramos nosotros como testigos.