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El castillo de Gripsholm

En su día, Kurt Tucholsky (1890-1935) fue considerado como uno de los escritores alemanes más incisivos, irónicos y  mordaces, al mismo tiempo que uno de los más leídos. Pertenecía a una familia de banqueros judíos y se graduó  en leyes en la Universidad de Jena, pero salvo un breve periodo como empleado de un banco la única profesión que ejerció con éxito y  hasta el final de sus días fue el periodismo, con alguna incursión en la narrativa. Con veintidós años publicó Rheinsberg (1912), una novelita de amor amena, amoral y descarada que si le abrió las puertas al gran público también le granjeó la enemistad de las fuerzas conservadoras nacionales, aparte de que sus críticas en paralelo desde los semanarios más satíricos empezaban a ser feroces  y acabaron costándole  dos años de silencio forzoso. Pese  a su firme voluntad de no participar en la despiadada carnicería que estaba siendo  I Guerra Mundial, en 1915 no solo fue llamado a filas sino que permaneció alistado hasta el final (1918). Regresó  a Berlín convertido en un radical de izquierdas que criticaba acerbamente a los comunistas, un furibundo anti militarista que incomodaba por igual a los militares y a la industria armamentista en vísperas de hacerse de oro con el rearme alemán y un anti totalitario no menos cáustico que ponía un énfasis especial en sus invectivas contra los nacionalsocialistas, entonces ya en vísperas de su hegemonía dentro y fuera de Alemania. Y puesto que encima renunció públicamente a su condición de judío también se puso en contra a esa pequeña pero todavía muy poderosa minoría. Como él mismo reconocería al final de sus días, era imposible luchar en tantos frentes a la vez contando tan solo como arma una máquina de escribir. 

                Los poemas satíricos y sus celebradas canciones de cabaret las firmaba como Theobald Tiger, aunque luego, como Kaspar Hauser,  retomaba los mismos temas para tratarlos desde la óptica del hombre de la calle. Para la crítica teatral y de libros usaba el pseudónimo de Peter Panter y sus ataques más demoledores (especialmente contra los cada vez más poderosos nazis), los firmaba como Ignaz Wrobel. Esa pequeña treta no despistó a sus oponentes y si ya en 1930 creyó prudente librarse de su continuo acoso refugiándose en París, tan solo tres años más tarde, después de haber quemado públicamente sus libros y de haberlo tildado de “degenerado”, las nuevas autoridades nacionalsocialistas le desposeyeron de la nacionalidad alemana. Para entonces Tucholsky se había puesto nuevamente fuera de su alcance abandonando París para instalarse en Suecia, pero el camino inequívocamente sombrío que estaban tomando Europa y el mundo le sumió en una profunda depresión y (de forma deliberada o no, pues nada se sabe de cierto) en 1935 tomó una dosis excesiva de barbitúricos y murió solo, casi olvidado y profundamente decepcionado por no haber logrado alertar a sus compatriotas de la hecatombe que les caería encima.

                En El castillo de Gripsholm Tucholsky retomó en cierto modo el tema de su exitosa Rheinsberg, pues en ambas los personajes centrales son una pareja no casada que se va de vacaciones a Suecia. En esta su segunda vuelta al amor Tucholsky estaba en plena madurez (la novela  es de 1931) y ya no escribía para provocar ni pretendía escandalizar: su propósito, como le exige el editor Rowolt en una graciosa correspondencia incluida al principio de libro, era escribir una historia de amor que compensara el descenso de ventas que estaban experimentando sus libros de crítica social.

 Tenía poco más de cuarenta años, sufría una enfermedad crónica,  llevaba a cuestas muy mal dos matrimonios fracasados y empezaba a sentir los devastadores  efectos del cansancio que le provocaban  tantos frentes como tenía abiertos desde hacía años. Pese a todo lo cual, y en contra de lo que pueda pensarse, en lugar de un relato cáustico, desengañado y agorero, El castillo de Gripsholm es, en efecto,  una deliciosa historia de amor y la mejor expresión de lo delicada que puede ser la relación de un hombre y una mujer: está contada desde el intercambio de sentimientos pero sin cursilerías ni cielos de color rosa. Ambos saben estar viviendo un momento efímero, irrepetible y cuyo final está a la vista, pero en este caso el trasfondo funesto, la prueba de que son conscientes de que su amor está teniendo lugar en un mundo cruel e injusto se encarna en una niña con la que se cruzan casualmente por los prados y que poco a poco va convirtiéndose en una siniestra historia de terror tipo Hansel y Gretel en la que hace el papel de bruja la dueña del internado para señoritas donde ha sido enviada la niña. Todo ello contado en un estilo directo y sin complicaciones salvo para el pobre traductor, que ha debido ingeniárselas (por cierto que con suma brillantez) para verter al castellano el missingsch, que según el propio Tucholsky, es lo que se escucha cuando una persona que habla bajo alemán quiere expresarse en alto alemán. O sea un galimatías que sin embargo impregna los diálogos de una curiosa ternura.

 

 

El castillo de Gripsholm

Una historia veraniega

Kurt Tucholsky

Traducción de Jorge Seca

Acantilado

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2 de abril de 2016
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La cicatriz del poder

Hillary Clinton, la mujer cuyo apellido ha llegado a pesarle tanto como le ha permitido volar. Hillary, a secas, la brillante abogada con gafas de cristal de botella y sonrisa de ortodoncia. Ya convertida en Clinton, la del voten ?dos por uno?, la que siempre aspiró a la presidencia de los EE.UU., en la sombra y el sol. La que asumió la infidelidad de su marido, como Claire Underwood en House of cards, porque los asuntos de Estado y la ambición de poder están por encima de las debilidades de la carne. La indignidad hubiera sido mostrarse rabiosa y perdedora. Cómo iba a abandonar el proyecto por el cual había sacrificado incluso la honra social. Lo hizo con naturalidad, en un talk show, a la americana. Y vaya si convenció. Escaló en las filas demócratas, apoyada por esa generación de feministas liberales de los sesenta y setenta cuya principal cruzada consiste en aupar a mujeres hacia las altas cúpulas. Y se puso el uniforme de Secretaria de Estado, ejerciendo la delicada diplomacia y midiendo siempre su discurso. ?Nos representa a todas?, dijeron los lobbies afines, creyendo ciegamente que si gana una, ganamos todas. No siempre fue así. El tópico es Thatcher, pero podríamos repasar una a una el patrón que se le exige a una mujer para ser creíble en política. Bernie Sanders puede encender a las masas a grito pelado, mientras que los asesores de Hillary le aconsejan que no parezca gritona ni enfadada, que ejerza no ya de madre sino de abogada del sueño americano. La campaña, desde sus propias filas, es acerada y compleja. Muchos jóvenes prefieren el coraje del socialista Sanders, que no acepta ni un dólar de las grandes multinacionales y se financiara con pequeñas donaciones. Expansión de los beneficios sociales, impuestos para los especuladores, control a las oligarquías económica y política? Sanders conecta con el espíritu libertario de los Thoreau, Whitman y compañía. ¿Y Hillary? ¿Reescribirá la historia de tantas mujeres que se preparan toda la vida para llegar a algo, y cuando lo tienen en la punta de los dedos, se les escapa? Las jóvenes no la apoyan, la sienten demasiado empoderada y a la vez símbolo de la mujer castradora. Ni el sentimiento solidario las decide, a pesar de que los republicanos misóginos la traten de ?perra?, o que aún haya retrógrados que la reciban con letreros: ?Plancha mi camisa?. Su modelo fue Eleanor Roosevelt, la ?presidenta? más popular de la historia de la Casa Blanca, que, como ella, fue humillada por la infidelidad de su marido. En ambos casos permanecieron a su lado para ser sus más solventes asesoras: Eleanor ejerció de vicepresidenta oficiosa en el gabinete de su marido y Hillary fue responsable del sistema sanitario público de la administración Clinton. A diferencia de la campaña de hace ocho años, en la que apenas quiso utilizar el factor ?género?, en su actual carrera busca a la desesperada el voto femenino. ?El lugar de una mujer está en casa, en la Casa Blanca?, reza uno de sus eslóganes. Sonreír, sudar, entrar en foros de internet, ese es el nuevo programa de la candidata para contrarrestar ese abultado pasado que le priva de frescura y conexión emocional. Algo que evidentemente no ocurriría si fuera hombre: de poco importaría su larga trayectoria, todo lo contrario, ni el dibujo mental que todos tenemos de ella como una mujer de carácter. Veremos a quién eligen los norteamericanos para que les gobierne: a una veterana de sesenta y nueve años, gata vieja, matrimoniada desde hace años con el poder, o a un hombre de setenta y cinco años que detesta el perfume de Wall Street y parece siempre estar a punto de ponerse a hacer flexiones en los pabellones mitineros. ¿De verdad que el sexo es lo de menos? (La Vanguardia)

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2 de abril de 2016
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El lápiz imaginario

Soledad Puértolas vive en una casa centenaria de Pozuelo, con azulejo español, patio con fuente e invernadero. Sus estancias tienen un aire de película francesa: la normalidad del sofá marrón intima con la bohemia y los recuerdos. Los libros tapizan las paredes del escritorio; hay chaquetas de lana en las sillas. Nos recibe luchando con su perro y anuncia que el can ladra porque quiere mantener relaciones sexuales conmigo, aunque parece que no se trata de algo personal: le ocurre con todo quisqui, incluso con el compañero fotógrafo. Al rato la escritora ha conseguido domeñarlo, y yace enroscado bajo la mesa mientras ella corrige, como si estuvieran solos. Pocas mujeres utilizan con tanta propiedad los pisapapeles como ella. Los de Soledad Puértolas (Zaragoza, 1947) no están para decorar. Elefantes de cuarzo, tortugas metálicas y piedras raras, no excesivamente grandes, aquietan varios montículos de hojas mecanografiadas a doble espacio y agrupadas en orden, o recortes de periódico pulidamente apisonados. En todos sus objetos se percibe una refrenda de su calmosa relación con el tiempo. Escribe con radio KUSC, una frecuencia de música clásica de Los Ángeles, porque no hablan: ?Me ha salvado la vida?. De pequeña escribía poemas oscuros, truculentos. Vivía junto al almacén de te las familiar, allí donde la abuela estafada le dejó un buen arranque literario: ?Ella era una mujer despreocupada que vivía la vida?. Las monjas la animaban a escribir, igual que su madre: fue niña enfermiza, y aún no ha conseguido deshacerse del dolor del cuerpo, indigente y miserable: ?Estoy muy harta, no lo quiero nada?. Se excita y confiesa: ?Me irrita la gente ala que no le duele nada, que no tiene compasión. Estamos enfermos cuando somos niños y cuando somos viejos, yen cambio vivimos de espaldas al dolor?. Puértolas pregunta poco, actúa desde la imaginación. Ha empleado poderosos diques frente al pecado del estilo: ?Estás muerto cuando tienes un estilo?, decía Dashiell Hammett poco antes de dejar de escribir. Lo analiza en La vida oculta (premio Anagrama de ensayo), donde afirma que, en la escritura, lo más sorprendente es el salto hacia los otros, el momento en que las palabras construidas en la soledad se convierten en un libro. ?El destino del secreto literario es precisamente su desvelamiento, y el escritor, me parece a mí, nunca está suficiente preparado para ello?. Como miembro de la Real Academia Española, agradece los trabajos con el diccionario; y, de hecho, suya es la iniciativa de ?reclamar? dos palabras consustanciales al sentimiento: nostalgia y melancolía.?La nostalgia es una dicha perdida, pero viene en el diccionario como? tristeza melancólica??. Y añade :?Te asombraría lo raro que está definida la palabra creación ??. Ni tímida ni timorata, empática, elegante y pudo rosa, nunca le ha interesado lo mediático ni ha escrito columnas en los periódicos .?No he sido ingeniosa para esto ?. La primera persona que lee sus originales es Polo, su marido :?Antes está oculto, no existe. Me están viniendo de maravilla sus comentarios. Quiero que termine este nuevo libro cuanto antes, por eso cuido tanto a Polo?. Convertir todo lo que le pasa en la vida en algo distinto enciende el motor de su escritura. Ya pasa del ahora de comer, su ritual sagrado: ?Un placer con sentido y nada perturbador? cuando Soledad, de la que por un momento creo que su fragilidad es una invención literaria, se despide. Pronto olerá la piel quemada de la berenjena. Luego escribirá tumbada en el sofá con ese aire de normalidad aparente. (La Vanguardia)

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31 de marzo de 2016
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Palmira, espejismo y señuelo

Hay algo inquietante en la recuperación de las ruinas de Palmira para la civilización. Lo más inmediato, que quien se pone la medalla es un dictador como Bachar El Asad, responsable de la guerra civil devastadora que sufre Siria desde hace cinco años. Podría ponérsela directamente Vladimir Putin, el artífice de la estrategia vencedora, que ha consolidado al régimen baasista en el poder y le ha proporcionado la silla en las negociaciones de paz.

Las inquietudes no deben ocultar el alivio. Palmira es un nudo de comunicaciones desde donde el Estado Islámico controlaba el 30 por ciento de su territorio. Su yacimiento arqueológico y su museo, como todos las antigüedades que han caído en sus manos, eran también una fuente de financiación en el mercado del tráfico internacional de arte. Y, sobre todo, era un potente símbolo propagandístico utilizado por el califato. El ISIS utilizó Palmira como instrumento de su propaganda terrorista, para amedrentar a los enemigos y atraer reclutas. Destruyó templos, arcos de triunfo y estatuas, saqueó el museo, profanó sus soberbios escenarios con ejecuciones en masa y decapitó en público al director de las excavaciones, Jaled Asaad

La recuperación de Palmira ha suscitado un natural entusiasmo en el mundo de la museología y la arqueología. Ya circulan proyectos de restauración y despuntan los debates acerca de su alcance. Las técnicas de restauración digital, con impresión en tres dimensiones, permiten imaginar la duplicación de cualquiera de los objetos destruidos. Pero este es también un asunto prematuro, en el que es difícil avanzar sin rozar la obscenidad cuando sigue la matanza, se mantiene el flujo de quienes huyen y ni siquiera se ha empezado a resolver el destino de los refugiados en los países donde pueden estar a salvo.

Palmira tiene otro inconveniente a la hora de suscitar esperanzas. Puede que sea el anuncio de una retracción territorial sin remedio que termine dejando al califato fuera del mapa y el sueño terrorista de un Estado administrado bajo la sharía en un episodio pasajero. Pero el ISIS ha perdido esta ciudad justo cuando golpeaba con fuerza inusitada en el corazón de Europa y provocaba unos destrozos políticos que van más allá de los efectos de cualquier otro atentado anterior.

Un Estado Islámico sin territorio es lo más parecido que hay a Al Qaeda, la matriz anterior del monstruo, dedicada a golpear al enemigo lejano, en vez de explotar las guerras civiles islámicas. Hay que contar luego con las franquicias internacionales, numerosas y mortíferas como la casa madre, y sobre todo con el proyecto libio, donde el califato sueña en un nuevo territorio libre, que le sirva también para tender un puente hacia Europa para el tráfico de refugiados y el paso de terroristas.

La recuperación de Palmira es un espejismo en el mejor de los casos, y un señuelo en el peor. Un espejismo porque la victoria de El Asad no es ni de lejos la derrota del Estado Islámico. Un señuelo porque la reconquista de las ruinas para la civilización desvía la atención respecto a las fortalezas que todavía mantiene el yihadismo y a las responsabilidades de Bachar el Asad en la catástrofe de Siria.

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31 de marzo de 2016
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Poeta

Esta Semana Santa se la dediqué a un amigo por quien tuve respeto y afecto. A pesar de la diferencia de edad (me llevaba 15 años) siempre nos tratamos como colegas del colegio. Seguramente nunca dejó de ser un colegial. Uno imagina a Gil de Biedma en perpetuo pantalón corto.

En sus Diarios 1956-85, editados por Andreu Jaume con sabiduría y arte del detalle, se acumulan apreturas sexuales, tan imperiosas, agobios poéticos, menos intensos que sus poemas, y una lucidez despiadada. Fue, sin duda, uno de los hombres más inteligentes de Cataluña en un momento en el que aún no faltaban.

Su juicio es exacto y pocas veces viene teñido por la pelmaza ideología propia de su tiempo y de su círculo de amigos. En aquellos años era imposible escapar a los fantasmas de cartón piedra: la lucha de clases, el bondadoso proletariado, la revolución liberadora. Pocas veces cae en la charca de su época e incluso, cosa infrecuente, mantiene distancia con esos tópicos. Bien es verdad que había sido desahuciado del Partido Comunista porque los homosexuales eran un invento burgués y reaccionario.

Su mejor momento es cuando habla de poesía porque es de los escasos poetas que ha sabido con certeza lo que es la poesía. Comentando una antología de poesía tradicional dice lo más exacto que he leído nunca sobre la canción: "Me ocurre con esta lírica igual que con la Grecia clásica: volver a ella es como volver a una patria de origen, no se sabe cuándo abandonada y sólo de tarde en tarde recordada. Uno se pregunta a cada regreso por qué se marchó -y por qué, por qué ya no es posible quedarse". Ese doble "por qué" encierra toda su poesía, hija del bolero.

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31 de marzo de 2016
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El Boomeran(g)
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