Basilio Baltasar
Enrique Murillo, al frente ahora de Los Libros del Lince, publica la cuarta edición del apabullante estudio del médico e investigador danés Peter C. Gotzsche. El libro tiene un gran interés para los ciudadanos cercados por el prestigio de la farmacopea industrial: “Medicamentos que matan y crimen organizado”. Joan-Ramón Laporte, profesor de Farmacología Clínica en la Universitat Autónoma de Barcelona, resume en el prólogo lo que el autor demuestra a lo largo de 500 páginas: “las prácticas reiteradas por la industria farmacéutica: extorsión, ocultamiento de información, fraude sistemático, malversación de fondos, violación de las leyes, obstrucción a la justicia, falsificación de testimonios, compra de profesionales sanitarios, manipulación y distorsión de los resultados de la investigación, alienación del pensamiento médico y de la práctica de la medicina, divulgación de falsos mitos en los medios de comunicación, soborno de políticos y funcionarios, corrupción de la administración del Estado y de los sistemas de salud”.
Al comenzar su exhaustiva exposición, Gotzsche nos trastorna con un dato que nadie nos había contado: “En EE.UU y Europa, los medicamentos son la tercera causa de muerte, después de las cardiopatías y el cáncer”.
Sabíamos algo de las demandas contra médicos imprudentes o cirujanos negligentes, pero nadie nos había dicho que los medicamentos fabricados para curar nuestras enfermedades sean una epidemia mortal consentida por los legisladores. (Aunque hace 40 años, el pensador austríaco Ivan Illich lo advirtió en su sagaz ensayo “Némesis médica”).
La Unión Europea estima que “las reacciones adversas –los famosos efectos secundarios- son las responsables de la muerte de 200.000 europeos cada año”. Por espeluznante que sea, el dato es inmediatamente digerido por la sociedad de consumo: si lo dice el prospecto del medicamento que te receta el médico ¿de qué te quejas? Y si organismos oficiales publican las estadísticas de los que mueren por ingerir medicamentos autorizados por organismos oficiales, ¡qué le vamos a hacer!