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Pozos negros

No puedo pasar por alto el caso Van der Dussen, ese holandés que habla el castellano deslizando las vocales como mantequilla sobre pan y cortando las consonantes en una roca. Vi la entrevista que le hizo Jordi Évole en Salvados recién salido de la cárcel, exculpado después de doce años entre rejas, condenado por tres agresiones sexuales en una misma noche, que él siempre negó. En su juicio nunca se comprobó su coartada. Llevaba tres años en prisión cuando una prueba de ADN inculpó, en al menos uno de los casos, a Mark Philip Dixie, un ciudadano británico, asesino y violador. Su historia contiene carga literaria: clase media-baja holandesa, un chaval problemático y bronco que anda entre bajos fondos y reformatorios, una hermana y una novia que se prostituían… Lo detuvieron paseando por Fuengirola. El suyo era el retrato robot del violador; se merecía ser el autor de aquellas animaladas, debieron de pensar los agentes: turistas y mujeres respirarían tranquilos. Que se pusiera chulo le arrebató el minuto de duda. Según leo en varios reportajes, su juicio no cumplió con las garantías mínimas, y una maraña burocrática apretó aún más el nudo. Tuvo ocasiones de aligerar su pena si confesaba, incluso de obtener permisos y poder acompañar a su madre en la agonía de un cáncer terminal. No le permitieron ni una videoconferencia. Su determinación, su inflexibilidad en defender su inocencia, eriza los principios: encerrado a la sombra 23 horas al día, una sola en el patio, bajo la lluvia o el sol.
Van der Dussen pagó caro su desarraigo, sus tumbos de chico malo. Su padres eran pensionistas y su entorno no garantizaba ejemplaridad. No tenía red: ni un primo abogado, ni una novia tenaz que persiguiera al picapleitos de oficio que sólo lo visitó una vez en la cárcel. Hay presos –y muertos– de primera, y los hay de segunda: no sólo golpea el hambre, también la intemperie, física y moral, que padecen los descastados, los últimos parias: el aliento del miedo pegado a la nuca, la impotencia al ser señalado. Una sociedad civil tan crítica como empática y vigilante es la única mota de esperanza que puede incidir a fin de paliar los efectos de la (in)justicia, un artefacto que no es perfecto, y menos cuando corrientes populistas se cruzan en su norte: culpables a precio de ganga y carpetazo a casos delicados. Joseph Brodsky fue deportado a una granja colectiva del norte de Rusia para remover estiércol a causa de su actitud “asoviética”. En el juicio, la juez le preguntó quién le había concedido el nombre de poeta. El joven contestó: “No lo sé, Dios tal vez”. Dios como provocación, cuando todo parece perdido y nadie contesta de nuestro lado.
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18 de mayo de 2016
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El miedo a pensar, a leer y a nombrar

En buena medida, casi todas las regresiones de la historia las ha provocado el miedo a pensar, por lo que sería recomendable que le diéramos a ese miedo la importancia que se merece. Ocurre además que el miedo a pensar suele ser tan comunicable como la histeria y tan epidémico como la peste.

Y sin embargo, uno tiene la impresión de que, ya desde el principio, hubo otro camino bien definido: el de avivar las conciencias sin imponer una línea y una ley, mas sin dejar nunca de enjuiciar todo lo enjuiciable y de modificar todo lo modificable, en la búsqueda de una vida más justa y de una realidad menos intolerable, pues, como dijo el poeta, el arte y la filosofía "sólo aspiran a un mundo más benigno" hasta en sus peores y más crudos momentos.

 

Quizá haya que volver a los que pensaron sin miedo para observar la fractura originaria sugerida en el mito bíblico de Caín y Abel y en la secuencia evangélica del beso de Judas. Dos momentos que postulan que cuando los rencores se coagulan hasta el delirio provocan un instante monstruoso y empieza a correr la sangre.

 

Desde sus mismos orígenes griegos, la acción y la reacción no han podido despojarse de la tentación del abismo; lo cual no quiere decir que, por ambas sendas, no lleguen a detectarse, aquí y allí, pensadores que renunciaron a la rigidez con palabras y con hechos.

 

No sabemos la dimensión que hubiese podido tener el marxismo si sus fundadores lo hubiesen despojado desde el principio de pretensiones violentas y de instinto de horda. Quiero con ello decir: no sabemos lo mucho que nos habrían modificado ciertas ideologías del pasado de haber renunciado a la cobardía de no ir más allá de sí mismas. Y es que allá donde empieza la dimensión de la muerte (como amenaza o como certeza), acaba la lengua y acaba naturalmente el pensamiento.

 

Pero, ¿qué es el miedo a pensar? Básicamente es el miedo a perder la comodidad que nos procuran los lugares comunes y las "grandes ideas" recibidas.

 

Poner en cuestionamiento esas grandes ideas, que como diría Carver sólo son grandes debido a la inflación y a la repetición, puede dar miedo, y además exige un cierto impulso reflexivo, que para colmo te puede poner en contra de los que no están dispuestos a hacer ese esfuerzo, de los que no quieren salir del redil de los pensamientos sedimentados, coagulados y en definitiva muertos.

 

Cuesta salir de la muerte, cuesta salir de lo trillado, pero merece la pena, porque el miedo a pensar conduce automáticamente a otros miedos, como en una reacción en cadena de cuyos efectos ya estamos siendo las víctimas en este preciso momento. Por ejemplo: el miedo a pensar tiende a convertirse en seguida en miedo a leer: de hecho son miedos inseparables y muy implicados el uno en el otro.

 

Se están rebajado los presupuentos del espíritu a la vez que crece el miedo a acercase a la materia oscura de nuestro ser. Como si apartar los ojos de las reflexiones luminosas y audaces, que tocan conciencia y tocan negrura, nos fuera a librar de lo que ya estamos viendo: la profunda devaluación de casi todos los territorios de la cultura y la cada vez más afianzada entronización de toda clase de neologismos para ocultar las llagas (las infamias) que más hieden.

 

Pues hay que advertir que al miedo a pensar y al miedo a leer se une siempre el miedo a nombrar. Tres miedos copulativos que tienden a producir una triple ceguera que deteriora por igual la conciencia individual, la herencia escrita, y la lengua entendida como herramienta para desvelar el mundo y no para ocultarlo.

 

Pero que nadie se indigne ante la banalización del saber y ante la envolvente invasión de la estupidez. Son caminos que fueron trazados hace bastante tiempo: quizá al final de los años cuarenta, cuando Europa decidió olvidar y borrar huellas, y dejó la educación en manos de la televisión.

 

Aquel olvido voluntario está teniendo un grave efecto mariposa que va unido a un efecto bumerán. Por eso, en lugar de avanzar, estamos volviendo a la Europa descerebrada que precedió a la Primera Guerra Mundial, si bien ahora vivimos una época aún más desdibujada, perdidos en una torre de Babel estruendosa, ubicada en medio de la inmensa selva de la ignorancia.

 

 

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18 de mayo de 2016
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¿De la tribu?

Hacía seis años que no nos veíamos. A pesar de la muleta, me pareció muy recuperado. Me tranquilizó la luz irónica de sus ojillos entrecerrados y cubiertos de arrugas. Había pasado mucho tiempo en el remolino de la confusión. Tras separarse de su mujer, entró en ese tobogán que tiene un comienzo excitante y pronto se convierte en una caída sin control. Después de haber conducido camiones ilegales y huido de una prisión mortal, le perdí la pista en algún estado mexicano donde trabajaba de camarero, aunque era ya viejo para esa tarea. Al regresar a España todo cambió de golpe.

Quiso el azar que se encontrara con una novia antigua, justamente la que abandonó para casarse. La mujer, ya pasados los 50, lo miró con regocijo cariñoso. "No has cambiado nada, sólo te has muerto varias veces", dijo. Mi amigo constató que nadie le juzgaba con mayor gentileza y comenzaron a salir. Era regresar a muchas cosas. La casa abandonada, la novia abandonada, la ciudad abandonada, pero aún le faltaba conocer otro abandono.

Poco después ella le dijo: "Cuando te casaste yo estaba embarazada. Me lo callé porque no habrías sabido qué hacer, pero al niño se lo dije en cuanto cumplió 13 años, así que te conoce. ¿Quieres conocerlo tú ahora?". Mi amigo aseguró que inmediatamente quería conocerlo. Y al salir de su casa, aquella noche, lo atropelló una moto.

Una vez superado el coma, el cirujano le advirtió de que iba a quedar cojo, pero que le esperaba su silla de ruedas. Señaló al pasillo. Un muchacho de unos 20 años sostenía las manillas y le miraba desconcertado. No le cupo ninguna duda. Desde entonces no se han separado. "Hay más clases de amor que las que conocí de joven", me dijo. Luego se alejó renqueando.

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17 de mayo de 2016
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"Morir un poco para vivir por siempre": Cero K, de Don DeLillo

 ¿Qué hace el visionario el día después de que se hayan cumplido sus visiones? Quizás las últimas obras de Don DeLillo no se hayan contado entre sus más brillantes porque no debe ser fácil escribir después de que se hiciera realidad el apocalíptico corazón negro en torno al cual giraba su obra (el atentado a las Torres Gemelas). Cero K (Seix Barral), la más reciente novela, tampoco está a la altura de sus grandes clásicos -qué difícil es, para cualquiera, enfrentarse a Ruido blanco (1985) o Libra (1988)--, pero es muy buena, lo mejor que ha escrito desde Submundo (1997): sus obsesiones de siempre vuelven a servirle para apuntar al zeitgeist de esta década, en el que "la ciencia bañada en irreprimible fantasía" promete descaradas utopías individuales y colectivas.

            Cero K es un capítulo más en el continuo avance de la ciencia ficción como un nuevo realismo: el millonario Ross Lockhart -padre del abúlico narrador, Jeff-- quiere criopreservar el cuerpo de su segunda esposa, Artis, que sufre una enfermedad terminal. Junto a otros socios, ha invertido en la Convergence, un instituto secreto localizado entre los Urales y Siberia, que promete vida eterna a sus clientes: ha desarrollado técnicas para preservar cuerpos de modo que, en el futuro, con los avances biotecnológicos, estos sean reanimados y adquieran inmortalidad. Ciencia: en los Estados Unidos hay varios institutos como el que describe DeLillo (el más conocido es el Alcor Life Extension Foundation); ficción: se han logrado avances en la criopreservación, pero todavía falta lo más difícil, que es la tecnología capaz de reanimar los cuerpos preservados.

            En Ruido Blanco, DeLillo señalaba que, en una sociedad en la que ha triunfado lo artificial, lo único verdaderamente auténtico es el miedo a la muerte. Cero K atrapa ese miedo, conjugado con la melancolía de la llegada del fin: los sueños de Ross son un gesto de rebeldía ante la finitud de la vida, "un período tan breve que lo podemos medir en segundos". De nada vale decir que es la muerte aquello que nos hace humanos: la "tecnología basada en la fe... otro dios, no tan diferente de los anteriores", puede permitir que unos cuantos -los miembros del 1%-- se impongan a las razones biológicas que llevan al fin.

            Jeff tiene buen ojo para captar el look postmoderno de las instalaciones del instituto -Convergence es una mezcla de un edificio de la Cientología con una instalación artística, con el mejor uso de maniquíes en la narrativa desde los tiempos de Felisberto Hernández--, pero su vida anodina y su mirada clínica ante el drama que ocurre ante sus ojos -una madrastra cuya muerte se acelerará, un padre tentado de seguir sus pasos- impiden que se convierta en un personaje memorable: él es más una mirada --¿la de DeLillo?- que otra cosa. El fascinante monólogo de Artis ya iniciando el proceso de criopreservación -el "ping ping ping" de su cerebro- podía haber sido más desarrollado. Hay una subtrama fallida con Stak, el hijo de la pareja de Jeff, con un desenlace que abusa de la coincidencia.

DeLillo intuyó hace rato que todo aquello que percibimos está mediado por el cine, la televisión, el arte: no podemos ver nada de forma directa o "auténtica". Por eso no es casualidad que el gran triunfo de esta novela, aparte de las reflexiones agudas sobre la mortalidad, sea la escena en la que Jeff se asoma a la sección de criopreservación y se encuentra con "largas columnas de hombres y mujeres desnudas, en suspensión congelada". Esto es cine clase B -Coma, por ejemplo- elevado a instalación artística: "espectáculo puro, una single entidad, los cuerpos majestuosos en su postura criónica. Una forma de arte visionario, arte corporal con amplias implicaciones".

  

 (La Tercera, 15 de mayo 2016)

 

 

 

 

 

 

 

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17 de mayo de 2016
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Visiones

Fue de sorpresa en sorpresa durante su primera jornada en el gigantesco Instituto Germánico de Ornitología. Era como una ciudad; cada especie de ave disponía de un Departamento de Estudio, con su propio complejo de edificios. Su infancia campesina observando los cernícalos, la elección del bachillerato de ciencias, la Facultad de Biología, el doctorado. Y ahora la beca que le iba a permitir trabajar en esta prestigiosa institución. “Hay aves que usan la luz ultravioleta para encontrar alimento; sabemos que a veces los cernícalos buscan su presa gracias a la detección de los rastros de orina dejados en el suelo por los roedores ya que ese licor refleja el ultravioleta”, dijo el Doctor Tugues en la disertación que cerraba el acto de inicio del curso. Pero fue al atardecer, al cruzar la parte norte del parque camino del anexo de apartamentos, cuando descubrió una peculiar construcción, un pabellón cilíndrico, tenuamente iluminado, de altura indefinida ya que lo cubría la niebla. Preguntó y juraría (su conocimiento de la lengua alemana no era perfecto) que le respondieron que era el almacén de registros. El lugar donde se guardaban, donde se iban guardando, todas las ‘visiones’, todo lo que veían, todo lo que han visto, todos los ejemplares de Falco tinnunculus desde que existía la especie. ¿Era eso posible? Ondas, frecuencias, partículas diseminadas y ahora capturadas. Necesitaba descansar. Un sueño reparador. Mañana sería otro día.         

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 Viitala, Jussi; Erkki Korplmäki, Pälvl Palokangas & Minna Koivula (1995). «Attraction of kestrels to vole scent marks visible in ultraviolet light» Nature. Vol. 373. n.º 6513. pp. 425–27. 10.1038/373425a0.

 

 

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17 de mayo de 2016
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A las seis, en casa

El pasado 12 de mayo, que muy oportunamente era el día de la fibromialgia y de la fatiga crónica, se publicaban en La Vanguardia tres noticias convergentes en un asunto común: los malabarismos de las mujeres trabajadoras para educar y disfrutar de sus hijos. El primer billete trataba de Ada Colau y de un nuevo epígrafe que figura en su agenda: “conciliación”. Entre reuniones y eventos, la alcaldesa se reserva un par de horas para estar con su hijo, pero la información añadía que a la hora bloqueada para ese fin asistía a un acto público. Colau a menudo se ha lamentado del difícil equilibrio entre trabajo e hijos, una renuncia a la que obliga su cargo. Igual que la de tantas madres que trabajan. La conciliación no existe: en España es un fracaso monumental, con el plus de unos horarios tan alargados como antieuropeos.
La segunda noticia del 12 de mayo la protagonizaba la directora de operaciones de Facebook y gurú del nuevo feminismo, Sheryl Sandberg, quien enviudó hace un año. Su libro Vayamos adelante, un auténtico superventas, alentaba a la ambición femenina, a sacudirse el miedo y poder con todo. La criticaron por elitista. ¿Qué podía enseñar una mujer de clase alta con un marido entregado que la apoyaba en todo a tantas madres supervivientes? Ahora Sandberg ha querido rectificar, y ha reconocido la dura vida de las madres solas, de las que pasó de largo en su oda a la superwoman. Le han llegado los llantos desconsolados de los niños que no sabe calmar, y no hay nadie a su lado; las tardes de domingo lluvioso en las que todo está por hacer pero no hay nada para hacer, algo que se parezca un poco a las escenas de comedor familiar.
La tercera noticia –puede incluso que la solución a las anteriores– venía con el titular de Anna Gabriel, quien defendía la cocrianza: un grupo de seres que sin necesidad de vínculo amoroso o sexual conviven y crían a sus pequeños en común, sin sentimiento de paternidad individualizada. La coparentalidad múltiple no está aceptada legalmente, aunque durante años la hayan ejercido miembros de la misma familia; abuelos y tíos, e incluso vecinos, amigos, tutores. Una red y una tribu. Pero el sentimiento de madre, de padre, es algo tan personal que resulta inverificable. Mi pálpito, mi quimera, mi amor hacia mis hijas no es exclusivo, pero nunca será comparable a los otros, porque tanto usted como yo sabemos cuán rápidamente moriríamos por ellos, a pesar de que cada día les robemos horas que les pertenecen. Las empresas dispuestas a flexibilizar las jornadas deben saber que serán más productivas (fíjense en Iberdrola, por ejemplo), porque para sus empleados es como si cada día hubiera Champions: a las seis, a casa. No hay espina más difícil de sacar que la sensación de abandonar a un hijo mientras asistes a una reunión que en el grueso de una vida representará una absurda insignificancia.
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17 de mayo de 2016
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Arabia Saudí sin petróleo

Sin petróleo no se entiende Arabia Saudí. No se entiende la creación y consolidación del reino y menos todavía la alianza histórica con EE UU (petróleo por protección), su papel determinante en la fijación de los precios mundiales y su peso geopolítico en Oriente Próximo. El presupuesto del Estado se nutre en un 80% de los ingresos del petróleo, que aporta un 45% del PIB y alcanza a un 90% de las exportaciones. Su subsuelo contiene las primeras reservas de crudo y es el segundo productor mundial detrás de Rusia.

Sin petróleo no sería el tercer país del mundo en gasto de defensa ni el primer cliente de la industria armamentística mundial. No podría sostener la guerra de Yemen, ayudar a los rebeldes sirios y proporcionar ayuda financiera al régimen del mariscal Al Sisi que tomó el poder en Egipto tras deponer al presidente Morsi.

Tampoco se habría producido el movimiento de reislamización que ha sufrido todo el mundo, desde Marruecos hasta Indonesia, al amparo de las madrasas y mezquitas sufragadas durante décadas con fondos saudíes. La guerra de Afganistán contra la Unión Soviética se financió en buena parte con dinero saudí. El terrorismo no se ha financiado, que se sepa, de las arcas del petróleo, pero sin reislamización y sin muyahidines afganos, es decir, sin petróleo no habría Bin Laden ni Al Qaeda. Tampoco sin la constructora de la familia Bin Laden, la primera del país desde los tiempos de Ibn Saud y la que ha reconstruido La Meca y sus lugares santos decenas de veces.

Sin petróleo tampoco podría sostener el pulso con Irán, que en buena parte es por mantener su cuota del mercado mundial aun a costa de contribuir a la caída del precio del barril que está minando las bases de su economía. Riad se opuso al acuerdo nuclear con Irán menos por el peligro de una hipotética bomba atómica persa que por el levantamiento de las sanciones que permite a los iraníes su regreso al mercado mundial en busca de su parte del pastel petrolero.

El petróleo ha sido y es todo en Arabia Saudí, hasta el punto de que hasta ahora había un entero ministerio solo para la política petrolera y quien lo ocupaba solía permanecer durante largos años en el puesto: los siete monarcas saudíes han tenido solo cuatro ministros de Petróleo. El último, Ali Al Naimi, de 80 años, lo ocupaba desde 1995. El único que tuvo un mandato corto, dos años, fue el primero, Abdulla Tariki, que ocupó la cartera de 1960 a 1962, fundó la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y conspiró con el movimiento de los Príncipes Libres, panárabes y naseristas, y por tal razón fue destituido.

La primera empresa saudí es la petrolera estatal Saudi Aramco. Cuidado, primera del país y del mundo, pese a que no cotiza en Bolsa (las evaluaciones sobre su valor, quizás 2,5 billones de dólares, según Bloomberg, se realizan a partir de sus reservas y capacidad de producción). Su presidente está muy cerca del poder ministerial, hasta el punto de que se solapa o precede a veces al cargo de ministro. Ha sucedido ahora, cuando el rey Salmán, de 89 años, ha cambiado el nombre del ministerio por el de Energía, Industria y Recursos Minerales y también al ministro, al que ha sustituido por el del presidente de Aramco, Jalid al Fahli, de 56 años, dentro de una remodelación del Gobierno inspirada por su hijo y segundo en la línea de sucesión, Mohamed bin Salmán (MBS), de 30 años.

Este es el segundo golpe de timón de Salmán, que llegó al trono en enero de 2015, a la muerte de su hermanastro, el rey Abdulá. A los tres meses de su entronización, sustituyó al príncipe heredero, su medio hermano Mukrin bin Abdulaziz, de 70 años, por su sobrino Mohamed bin Nayaf (MBN), de 56 años, y a este por su hijo MBS, en un movimiento insólito en la historia de Casa de Saud, donde nunca se había destituido a un príncipe heredero.

Muchas cosas suceden por primera vez. Agotados los hijos del fundador, seis de los cuales han reinado desde 1953, en un ejemplo perfecto de sucesión adélfica o entre hermanos, por primera vez el heredero pertenece a la generación de los nietos. Y también por primera vez, las tres primeras autoridades pertenecen al mismo linaje paterno y materno, detalle significativo en un sistema poligámico en el que la herencia matrilineal organiza facciones de hermanos opuestos a los otros hermanastros. En este caso, los tres son conocidos como sudairis, por descendientes de Hassa el Sudairi, la esposa preferida de Ibn Saud.

MBS dice que quiere terminar con la adicción saudí al petróleo. No deja de ser un chiste, tratándose de un petroestado que vive de, por, para, con, sobre y tras el petróleo. Sus planes para desengancharse cuentan como paso inicial con la privatización de una fracción minúscula, menos del 5%, de su gigantesca compañía petrolera, en una salida a Bolsa que ya se anuncia como la mayor de la historia.

MBS quiere hacer más privatizaciones, diversificar la economía, introducir la competencia, eliminar subsidios (gasolina, agua, electricidad), saudinizar y feminizar el mercado de trabajo: más de la mitad de la mano de obra es extranjera, el paro juvenil es muy alto y las mujeres son una fuerza de trabajo excluida. También quiere convertir la peregrinación a La Meca y Medina en una próspera industria de turismo religioso. Y construir museos y una industria cultural y del entretenimiento.

Hacer todo esto y a la vez no es fácil, si no se quiere aflojar además la férula de la monarquía teocrática. Será un camino en buena parte contradictorio, porque obligará a mantener el pulso con Irán, con el gasto de defensa que significa (25% del presupuesto), y recortar a la vez el déficit público galopante (15% este año). Sin afectar gravemente al orden público en un país de población jovencísima (dos tercios tienen menos de 30 años), situado en el vórtice de la inestabilidad geopolítica, en guerra fría con Irán, con tres países vecinos en guerra caliente, el conflicto palestino enquistado y el terrorismo de Al Qaeda y del Estado Islámico campando a sus anchas. Las inversiones para sufragar esta magna operación deberán salir de la privatización parcial de Aramco.

Sin petróleo Arabia Saudí sería otro país. Y será otro país si los sudairis se deshacen de la dependencia del petróleo antes de 2030, tal como pretenden, y abandonan la patrimonialización del Estado sin perder a la vez el nombre del guerrero que lo fundó. Como en un cuento de Las mil y una noches.

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16 de mayo de 2016
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Deslumbrante y adictiva

Por qué nos gusta tanto Lucia Berlin, esa revelación literaria con tintes de malditismo y sentimiento de epifanía, una escritora desconocida que murió el día de su cumpleaños –hace doce años– y ahora se ha convertido en un fenómeno literario en todo el mundo? Su libro de relatos Manual para mujeres de la limpieza (Alfaguara) bate récords de ventas mientras la crítica la encumbra, comparándola con la media distancia de Richard Yates o el realismo sucio de Carver y sus frigoríficos ruidosos. En los relatos de Berlin hay lavadoras que gotean y hombres que se quedan en el coche bebiendo, descamisados. Aunque en sus cuentos persiste un poso de alegría, también desborda exuberancia, belleza insólita e ironía.
En sus textos, que absorben su ir y venir vital, hay tequila, canoas, hamacas, viviendas heladas en edificios de oficinas en los que vive, donde apagan la calefacción de noche y los niños tienen que dormir con el mono de esquí. Ni un desdichado lamento. Un ritmo vertiginoso matiza el dolor y el vacío. Berlin engancha desde que una observa su foto de joven: ojos azules, pelo corto y crepado, mirada curiosa y soñadora, pose elegante. La imaginas en su juventud se mi aristocrática en Chile o en sus deambulares por El Paso, en sus múltiples oficios, en sus delirium tremens ,ensu muerte en un garaje que le prestó uno de sus hijos. Ella, mujer de frontera, siempre se situó en los márgenes. Tuvo un público fiel y recibió algún buen premio, pero fue una escritora secreta, de minorías. Lydia Davis, cuentista y una de sus máximas valedoras, asegura en el prólogo: “Siempre he tenido fe en que los mejores escritores tarde o temprano suben como la nata montada y acaban por cosechar el reconocimiento que se les debe”. Con Berlin por fin ha sucedido.
Los escenarios de sus historias, hospitales de urgencias, centros para alcohólicos, Cadillacs, viviendas de clase media, aulas, coinciden con los de su vida apabullante, “llena de color, aflicciones y heroísmo”, según su amigo Stephen Emerson. Tuvo una vida azarosa y tres maridos: un escultor, padre de sus dos primeros hijos, que la abandonó, y dos músicos de jazz, el último, Buddy Berlin, adicto a las drogas, padre de sus otros dos pequeños. Todos salen en sus cuentos. La familia es un país en sí mismo.
“Era una alcohólica empedernida, crónica. Pasaron más de diez años antes de que ni soñara que tenía un problema. He pasado por situaciones, he intentado entenderlas, hacerlas divertidas, extraer alguna verdad, miro de cerca allí donde estuve”, explica en un vídeo donde lee en voz alta sus relatos.
Mantuvo sola a sus cuatro hijos, fue profesora de secundaria, telefonista, auxiliar de enfermería y mujer de la limpieza. Berlin es una observadora audaz capaz de ver bajo la tapicería del sofá o en el hueco del asiento de autobús donde abandona las cosas que le regalan las señoras. “Siempre suben la voz un par de octavas cuando les hablan a las mujeres de la limpieza o a los gatos”, escribe.
En sus historias pasan cosas. Cambia de ritmo como quien cambia el paso en un baile, sorprendiendo a su acompañante. Es implacable y a la vez sabia. Expresa sentimientos extraños pero certeros: “¿Qué es el matrimonio, a fin de cuentas? Nunca lo he sabido muy bien. Y ahora es la muerte lo que no entiendo”. “Me encantan las casas, todas las cosas que me cuentan, así que esa es una razón de que no me importe trabajar como mujer de la limpieza. Se parece mucho a leer un libro”. Berlin es una mina. Un prodigio: pensamiento rápido, directo a la médula del hueso, capaz de demostrar la complejidad humana con palabras sencillas, imágenes insólitas y un exquisito sentido de la compasión y el precipicio.
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14 de mayo de 2016
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Por los mares del sur con Jack London

No cuesta mucho imaginar la reacción de los lectores de principios del siglo pasado que de pronto encontraron en su periódico habitual un anuncio en el que se solicitaban tripulantes para un velero de 17 metros a punto de zarpar para un crucero de varios años por los Mares del Sur. Es de suponer que a todos ellos, cuando se les cruzasen en sus respectivos imaginarios palabras tales como “crucero”, “velero”, “varios años” o “Mares del Sur”, el corazón les dio un triple salto mortal hacia atrás y sin red. Y si tal cosa les pasó según leían el anuncio, ya resulta inimaginable lo que les pasaría a sus maltrechos corazones cuando conocieron quién firmaba el  anuncio: Jack London. Imagínate: viajar durante varios años por las diferentes islas de Hawái, a partir de las cuales el itinerario incluiría Samoa, Nueva Zelanda, Tasmania, Australia, Nueva Guinea, Borneo y Sumatra para luego atravesar Filipinas y llegar a Japón, Corea, China, la India, el Mar Rojo, el Mediterráneo y lo que la suerte deparase.  Encima ganando un sueldo y por si fuera poco en compañía de Jack London y teniendo la oportunidad de verle escribir una serie de obras que ya tenía contratadas y con las cuales debía financiar el viaje.

                Lógicamente, la respuesta fue inmediata y masiva, y en los astilleros de San Francisco donde se estaba construyendo el Snark (un guiño de complicidad hacia Lewis Carroll, pues en principio el yate debía llamarse Wolf) se recibió una montaña de solicitudes enviadas por médicos, abogados, arquitectos, ídolos deportivos, campeones de vela o cocineros de los más afamados hoteles y restaurantes porque, cómo no, hasta el más miope de aquellos lectores debió de querer tentar su suerte.

                Finalmente, y por razones que ni él mismo supo explicar, el elegido fue Martin Johnson, autor como es lógico de este libro lógicamente titulado Por los Mares del Sur con Jack London. De qué otra forma se podría llamar, si no. Años más tarde Johnson se convertiría, junto con su  mujer, Osa, en un viajero famoso, aviador y autor de documentales, aparte de que los relatos de sus viajes y aventuras tuvieron muy buena acogida. Pero entonces, en 1907, era un chico de apenas veinte años que había hecho un par de viajes en buques mercantes y que ni siquiera sabía cocinar, aunque para eso precisamente fue  contratado. Para bien y para mal, en el momento de escribir el presente libro tampoco tenía tanta experiencia con la pluma como para tratar de emular a su patrón y se limitó a contar tal cual cómo fue aquel viaje y lo que pasó. Y resulta que pasó de todo.  

En aquél momento Jack London ya era un autor mundialmente famoso y tenía publicados títulos tan significados en su bibliografía como La llamada de lo salvaje (The Call of the Wild) (1903), El lobo de mar (The Sea-Wolf) (1904) o Colmillo Blanco (White Fang) (1906), así como innumerables cuentos y artículos de sus viajes por los polos y los Mares del Sur. Se suponía por tanto que sabía lo que se hacía cuando decía estar construyendo un barco capaz de soportar tifones que harían capotar a embarcaciones mucho más grandes que él. Claro que también se suponía que no le iban a engañar cuando le vendían materiales y componentes del barco a precio de oro, o que era un experto a la hora de aprovisionar las sentinas para que no les faltase de nada a los seis tripulante: el viejo capitán Eames, Jack London y su mujer, Charmian, un marinero experimentado, un grumete japonés que se mareó antes de poner un pie en el yate y que seguía mareado cuando medio desertó en Hawái y el propio Martin Johnson. Pero tantos supuestos se demostraron falsos apenas  abandonar finalmente el puerto de San Francisco porque el barco empezó a hacer aguas casi de inmediato, los depósitos de agua y petróleo perdían, los motores no funcionaban y antes de atravesar la línea del trópico tuvieron que arrojar gran parte de los alimentos al mar porque se les habían podrido. Y ya puestos nada más natural que una vez en alta más resultase que carecían de oficial de derrota porque el viejo capitán Eames no la sabía trazar y London lo hacía a ojo, de manera que una vez plasmada en los mapas la trayectoria seguida hasta llegar a Honolulu era lo más parecido a un gusano retorcido y lleno de nudos.

                Lógicamente, y aunque sufrieron toda clase de calamidades debidamente magnificadas por los editores de los periódicos que se habían gastado verdaderas fortunas en comprar las crónicas que les iba mandando London y no estaban dispuestos a ofrecer a sus lectores el relato de una aventura tan plácida y pintoresca como lo sería un viaje de bodas (hasta admitían apuestas acerca de si el Snark lograría llegar al próximo puerto), a lo largo de los dos años que finalmente duró la odisea les pasó un poco de todo, momentos buenos y malos, encuentros afortunados y experiencias desagradables y hasta peligrosas, y Martin Johnson se las apaña bastante bien, con su sencillez, para reflejar las peripecias, los paisajes, los personajes o el ambiente en un espacio reducido y que si había mala mar podía saltar como una cabra enloquecida y convertirse en un infierno. En definitiva, un libro muy entretenido y una oportunidad de conocer a un Jack London que a ratos no tiene mucho que ver con lo que cuentan sus biografías.

 

Por los Mares del Sur con Jack London

Martin Johnson

Traducción de Beatriz iglesias Lamas

Ediciones del viento

 

  

 

 

 

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14 de mayo de 2016
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El Boomeran(g)
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