César Aira ha concedido muchas entrevistas en Madrid, donde Random House lanzará la Biblioteca Aira,...

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Era seguro que una victoria del Remain no iba a tener ninguna repercusión electoral el domingo en España. Era dejar las cosas tal como estaban, como siempre entre la Unión Europea y Reino Unido, en el pantano de la indefinición. El Brexit, en cambio, es muy fácil que la tenga, aunque no sabemos con qué intensidad. Es la victoria del sobresalto, del camino imprevisible, del salto en la oscuridad, y estos son lugares especiales donde nacen las flores más extrañas e insólitas.
Las dos posibilidades que se abren ante las elecciones generales del domingo son claras y opuestas. De una parte, la victoria del Brexit, con las caídas de cotización de la libra y las repercusiones en los valores bursátiles, puede estimular los reflejos conservadores del electorado, asustado ante las sombrías avenidas de incertidumbre que se abren ante nosotros. Una buena noticia para Rajoy, tras el golpe sufrido por el fernandezgate.
También hay otra parte. El Brexit puede estimular los reflejos insurreccionales que han funcionado en el Reino Unido contra el establishment y el estatus quo. Si los británicos pueden, también pueden los españoles. Unidos Podemos es, por supuesto, quien puede recoger más fácilmente esta fruta del mimetismo antielitista, aunque en el caso español esté anclado en la izquierda y en el de los británicos en la derecha antieuropea y xenófoba.
Así es como, en cierta forma, también los españoles podemos votar el domingo bajo el incierto influjo que pueda ejercer el referéndum británico y decidir como si fuera un referéndum entre un voto conservador y moderado y otro de protesta y de insurrección, a favor o en contra de las elites, el establishment y el estatus quo.
El Brexit ya la ha armado, pero todavía se armará más gorda si también nosotros votamos siguiendo el magnetismo del camino británico.

Con los últimos cohetes de la verbena empezaron a caer las primeras noticias inquietantes. A las dos de la madrugada todo parecía pender de un hilo. A las cuatro ya estaba todo decidido. Los ciudadanos del Reino Unido quieren largarse de la Unión Europea. Incluso los últimos sondeos ayudaron a crear el clima de estupefacción. Nigel Farage terminó ayer la jornada resignado ante la previsible victoria del Remain y a las pocas horas vencía el Brexit y declaraba el 23 de junio como Día de la Independencia.
Es la democracia, por supuesto. Un primer ministro democráticamente elegido ha decidido poner a votación la pertenencia de su país a un club al que ha pertenecido durante los últimos 43 años y que es, por cierto, una de las experiencias hasta ahora más exitosa de la historia en cuanto a estabilidad, garantía de paz y prosperidad e integración económica, monetaria y política.
Democracia y verdad no son sinónimos. Tampoco democracia y acierto. Un referéndum es una moneda lanzada al aire y un político astuto y responsable debe saber siempre cuando es el momento de reforzar sus posiciones con una consulta que no se convierta en una catástrofe. Este es el caso ahora de David Cameron, cuestionado como primer ministro, con un gobierno y un partido dividido, y sin alternativa de gobierno por parte de un líder de la oposición débil y dubitativo en cuanto al Brexit. Y más: con un país dividido socialmente, por edades (los jóvenes por la UE, los mayores en contra), por clases (los más burgueses por la UE, la vieja clase obrera en contra), por territorios (las grandes ciudades a favor, el país profundo en contra) y por las viejas naciones británicas (Escocia e Irlanda del Norte a favor, Gales e Inglaterra en contra). E incluso con un parlamento que ya no está en sintonía con la población respecto a la UE.
Las consecuencias serán profundas y largas. Jugará el efecto dominó. El Brexit es una bomba de relojería dentro, para el mantenimiento de la unión. También lo es fuera, para la Unión Europea: si no hay un impulso centrípeto más fuerte, que actúe rápidamente y con mucha convicción, empezará una fragmentación imparable, que conducirá a la descomposición y a la desunión.
Repercutirá también para el conjunto de los países occidentales, aliados de Reino Unido: a fin de cuentas es la segunda potencia europea, cuenta con el arma nuclear y es uno de los cinco países con derecho de veto en el Consejo de Seguridad. Su 'independencia' de un mundo cada vez más interdependientes no será un camino de rosas.
La decisión es histórica, del rango de los grandes terremotos, incluida la sorpresa preparada por los sondeos equivocados, como la caída del Muro de Berlín o los atentados del 11S. Los mercados han captado inmediatamente la trascendencia, pero eso es solo el principio. Tras esta noche en blanco, entre los cohetes de San Juan y los primeros resultados, algo nuevo y quién sabe también si terrible acaba de nacer.

Anagrama ha publicado una novela atípica de Javier Montes, titulada Varados en Río, que sucede en...


El maestro impresor malagueño Francisco Cumpián propone editar una antología de mis poemas compuesta e impresa en tipografía, sobre cartulina y papel verjurados, en un volumen encuadernado a mano.
Se acude al profesor Buil Oliván para que seleccione los poemas y escriba un prólogo y, al guardarlos, el ordenador los organiza alfabéticamente comprobando el profesor que el resultado otorga un nuevo sentido a la obra.
Es Joseph Chiquitilla, discípulo de Abraham Abulafia, quien, a finales del S XIII, progresa en la cábala lingüística, en la metafísica del lenguaje, en la combinatoria de letras, aplicándola luego a la Teoría de las Emanaciones (Sefiroth), teoría que recogerá en su tratado Puertas de Luz. Una luz que fija, con los sonidos de las palabras y la perfección de los signos, el pensamiento cabalístico que, en este caso, fruto del azaroso movimiento, también es pensamiento poético.

No hay nada comparable con la elección del presidente de los Estados Unidos. Desde las prolongadas primarias desparramadas entre enero y junio del año electoral hasta la compleja elección indirecta del primer mandatario el primer martes después el primer lunes de noviembre, todo es distinto y desmesurado, apasionante e incluso magnético para la opinión pública mundial.
No ha sido así siempre. La primera elección que fascinó al planeta entero, en plena guerra fría, fue la de John Fitzgerald Kennedy en 1960, cuando empezaba la era de la televisión. Contribuyeron la juventud, el glamour familiar y la religión del candidato demócrata, el catolicismo, precisamente la primera confesión que se identifica con la universalidad. Desde entonces, en todas las elecciones ha ido creciendo la atención de un mundo consciente del liderazgo de Washington y por tanto de las repercusiones que tendrá el cambio de presidente en cada uno de los países. Con Obama se produjo un nuevo salto. El actual presidente venció a Hillary Clinton en las primarias demócratas a partir de una narrativa de superación personal que se identifica con el combate de los afroamericanos contra las barreras racistas y la discriminación en una república que nació como esclavista. Obama, además de ser el primer afroamericano que pisa la Casa Blanca como presidente, es el presidente que más se parece al mundo tal como es, con el centro de gravedad en el Pacífico y no en el Atlántico, más africano y asiático que europeo, más mestizo que blanco.
Con la elección de este año aparece otra novedad. Ya no son las consecuencias de la llegada de Trump o de Clinton a la Casa Blanca lo que las convierten en unas elecciones de dimensión global, sino las ideas y pasiones políticas compartidas. Pocas cosas iluminan mejor la campaña de Trump como la campaña del Brexit y viceversa. Ambas demandan controles sobre las fronteras, suscitan el temor a los inmigrantes, alientan la nostalgia por una supuesta grandeza en declive y proponen recuperar el poder cedido o perdido, es decir, nada menos que la independencia.
El independentismo escocés acertó al caracterizar la campaña unionista para el referéndum como Proyecto Miedo. En vez de aportar argumentos para quedarse, Cameron exhibió los enormes percances que sufriría Escocia fuera del Reino Unido. Solo Gordon Brown supo contrarrestar en algo la pobreza argumental de los contrarios a la independencia.
Ahora Cameron está repitiendo la jugada y blande otra vez el Proyecto Miedo como manguera para apagar el fuego que él mismo ha encendido. También Gordon Brown ha salido al rescate de Europa con un solemne discurso desde la ruinas de Coventry. Pero ha sido el nuevo alcalde de Londres, Sadiq Khan, hijo de pakistaníes, quien ha encontrado el mejor argumento, con su denuncia del Proyecto Odio, que es el que califica al populismo de extrema derecha, rampante en todo occidente y capaz de proyectar los males del mundo global sobre los inmigrantes y propugnar el regreso a unos viejos e inútiles Estados nacionales, encerrados sobre sí mismos y sobre su identidad cultural e incluso étnica.


Poco a poco se van juntando las nubes en el horizonte, poco a poco se van haciendo más densas, poco a poco se tiñen de negro y comienzan a hincharse. La tormenta puede caer o no. Puede ser un diluvio o un chubasco. El caso es que todos miramos al cielo.
Los conservadores ingleses pusieron en marcha un mecanismo cada día más aventurado. En la época del absolutismo de la pantalla las consultas populares son el póquer de Satanás. Ayer mataron a una pobre diputada laborista. Los ingleses se despertaron viéndose irlandeses. Los reaccionarios americanos están aupando a un personaje a quien no es necesario oír, basta con ver a Trump moverse en un escenario para comprender que bordea la psicosis. Ese hombre, convertido en presidente, es una amenaza nuclear. ¿Cómo ha logrado sumar tanto apoyo? La dictadura de la pantalla impide que se entienda y recuerde lo que este energúmeno propone. Sólo la lectura sobre papel permitiría conocerlo.
En España se afianza una gente peligrosa apoyada, como en los casos anteriores, por millones de ciudadanos que ignoran por completo las intenciones de Podemos. ¿Son chavistas, comunistas, socialistas, católicos de Francisco, quemaiglesias de Rita, separatistas catalanes, vascos, gallegos y valencianos? Ni ellos lo saben. Son puro ruido mediático. Periodistas fondones les ven como jóvenes dirigentes. No quieren saber que cerrarán todo lo que no sea la voz de su amo.
A modo de guinda vuelve el espectro de Zapatero agitado por desesperados que quieren olvidar a sus ministras posando para Vogue, sus delirios sobre la grandeza económica de España justo cuando nos iban a expulsar de Europa, sus vilezas sobre la palabra "nación"... ¿Este es el modelo? Oscurece el cielo la risa de un dios idiota.

Rodrigo Fresán comenta la novela Cero K (Seix Barral) de Don DeLillo en Radar Libros de Página12 y...
