Pintor y escritor, un extraordinario artista y muy prolífico, el británico John Berger ha muerto...

Pintor y escritor, un extraordinario artista y muy prolífico, el británico John Berger ha muerto...


Ya lo decía Borges: “El tema de la envidia es muy español. Los españoles siempre están pensando en la envidia. Para decir que algo es bueno dicen: Es envidiable.” Olvidaba Borges que la envidia es también un vicio genuinamente argentino.
Y si hablamos de envidia, ¿qué decir de la que se genera en los grupos de poder? Es su gran problema: la implosión/explosión de envidias que surgen en sus mismos núcleos.
La cercanía de los cuerpos y de las conciencias provoca una clase de envidia tan directa como definitiva.
En el centro de todos los grupos, se va formando una especie de agujero negro generado por la envidia, que no por ser negro deja de atraer. Quién sabe: quizás es la verdadera tentación del abismo.
Si es verdad que la sociedad es, en el fondo, un tejido de deseos, no sería demasiado temerario añadir que, justamente por eso, es también un tejido de envidias, ya que la envidia es en realidad el deseo concentrado, coagulado y putrefacto.

Lacónicamente.
Melancólicamente.
Alcohólicamente.
De modo importante.
De manera eficiente.
De práctica ascendente.
Con voluntad decadente.
De rodillas
con el velo
entre los dientes,
con la boca mordiendo
y el encéfalo infectado.
La palabra empeñada.
El tono nauseabundo.
El lobo moribundo.
La falda de percal.
El alma en vilo.
Los conejos grises.
Las tristes praderas.
La casa en la sierra.
El coche en el cielo.
El cielo en el hoyo.
El hoyo en el cuerpo.
El cuerpo en las manos.
La lengua en las cimas
del infinito azar.

Que los lectores en lengua española no dispusieran de una edición coherente y fiable de las Obras Completas de Valle-Inclán era una anomalía casi escandalosa. Han tenido que transcurrir ciento cincuenta años desde el nacimiento del genial escritor gallego y ochenta desde su muerte para que se haya puesto fin a tan anómala situación.
Sin embargo, y en honor de la verdad, el responsable de tal anomalía ha sido en gran medida el propio don Ramón porque, por decirlo de la forma más sencilla y directa posible, era el epítome de la peor pesadilla a la que puede hacer frente un editor. Valle-Inclán no sólo publicó en periódicos y revistas la práctica totalidad de su obra sino que, por ser un hombre de gran éxito, recibía continuas ofertas para editar en forma de libro sus colaboraciones (solamente de las Sonatas se llegaron a hacer al menos 37 ediciones en vida de su autor) con la particularidad de que no sólo fue extraordinariamente prolífico sino que, por puro afán de perfección, revisaba, cortaba, cambiaba y rehacía sus textos una y otra vez con vistas a lograr una versión definitiva que nunca dio por buena porque si volvían a ofrecerle una nueva edición el proceso de revisión y cambio empezaba desde cero. Y no puede decirse que fuesen cambios menores porque, en ocasiones lo que empezaba siendo un relato novelesco bien podía acabar convertido en una obra de teatro, y ahí está el caso paradigmático de Águila de Blasón y el profundo proceso de elaboración que implicó el paso de un mero relato periodístico a una de las piezas teatrales más estimables de Valle Inclán. Por lo tanto, y desde el punto de vista del editor, decidir cuál es la mejor de las sucesivas versiones de cada obra entraña tomarse unas atribuciones muy superiores a las habituales en las tareas de edición. En el caso de estas Obras Completas realizadas para la Biblioteca Castro, se ha optado por atenerse a las editio princeps. La cual es una opción como otras, pero al menos cuenta con la nada desdeñable ventaja de que, a despecho de modificaciones posteriores, la elegida fue escrita y avalada en su momento por el propio autor.
Otra dificultad añadida se debe al hecho de que Valle-Inclán fue extraordinariamente sensible a los continuos y trascendentales movimientos literarios que surgieron a lo largo de su extensa trayectoria como escritor, siendo el ejemplo más elocuente la enorme evolución experimentada por él entre la primera aparición de las Sonatas (1902-1905), que bien pueden encuadrarse en los cánones afines al modernismo, y la última (1933), en la que lleva hasta sus últimas consecuencias ese hallazgo genial del esperpento, tan afín al movimiento de demolición cultural característico de las vanguardias.
Aproximarse hoy a Valle-Inclán presenta una tercera dificultad, aunque en realidad el verdadero problema lo tiene el lector. Según Harold Bloom, para completar la asombrosa cantidad y variedad de sus obras dramáticas William Shakespeare utilizó 21.000 palabras, de las cuales unas 1.800 (o sea, una de cada doce) eran neologismos o expresiones que el dramaturgo captaba en el habla de la calle y que después él ponía en boca de sus personajes. Sin embargo, y como prueba de que el recurso a un léxico descomunal y en gran parte inventado no es indispensable para la creación de una obra sólida y consistente, el propio Bloom cita el caso de Racine, que para completar su nada desdeñable producción dramática se las apañó con sólo dos mil palabras, es decir, prácticamente el mismo número que las inventadas por Shakespeare.
Ignoro si alguien se ha tomado la molestia de contar el número de palabras utilizadas por Valle-Inclán, pero los numerosos estudios existentes sobre su léxico ponen de manifiesto la compleja y muchas veces cambiante relación que mantuvo con el lenguaje. Se servía con toda soltura del acerbo de una tradición nacida con los cantares de gesta y la poesía trovadoresca pero recurría con idéntica soltura al habla de la calle o de los burdeles, dando prioridad por ejemplo a la musicalidad de la frase a costa del sentido. Por eso sigue siendo cierto que, para leerle, es aconsejable agudizar el oído antes que dar contento a la razón.
El equipo de Investigación Valle-Inclán, de la Universidad de Sanriago de Compostela, ha sido el encargado de llevar a cabo estas Obras Completas bajo la coordinación de Margarita Santos Zas, autora también de los magníficos prólogos que incluye cada uno de los cinco volúmenes en que se han divido los escritos de Valled-Inclan. Los tres primeros, dedicados a narrativa y ensayo, ya están en la calle, mientras que los dos siguientes, con el teatro y la poesía, saldrán a lo largo de este 2017 que ahora empieza. Una gran noticia y una promesa de placer que puede ser degustado a lo largo de toda una vida.
Obras Completas de Valle-Inclán. Vols. I,II y III.
A cargo del Equipo de Investigación Valle-Inclán/USC
Coordinadora, Margarita Santos Zas
Biblioteca Castro

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La novela Los últimos días de Adelaida García Morales (Random House) de Elvira Navarro despertó una...

De acuerdo
con las pruebas clínicas
se induce
un mal atroz.
¿Un mal atroz?
Así eran los adjetivos
obscenamente literarios.
Síndromes
tumorales
que las palabras
emitían
al ser conducidas
para producir impresión.
E incluso publicación.
La batalla laboral
con las palabras
fue una penalidad
antes que un juego,
una faena
antes que una falena.
Un decir para ser visto
juzgado y leído,
despertar rechazo o pasión.
No eran, desde luego,
las palabras
uno mismo.
Más bien
Se convertían,
de inmediato,
en las máscaras
que emitía nuestra dedicación
Palabras
que brotaban
como limaduras
del ser escribiente.
Escritor y autor
de unas palabras con tino
y de otras
con tipo.
Miles de palabras
surgidas de palabras
en la pradera salvaje.
Fauna sin civilización
y que diligentemente
le proponía el autor.
Promotor de la desdicha,
gestor de la felicidad
pintor de esta
y de otra circunstancia
cuyas existencias
dependía del verbo, el nombre, el adjetivo,
la frase
para bien y para mal.
Palabras como una manada
de seres
entre dormidos y alertas.
Fauna pendiente
de ser cazada
con mucho esfuerzo,
con un silbido
o mediante
un azar.
La multitud de palabras
nos dio
económicamente
de comer
pero también
nos dio
mucho qué pensar.
¿Qué sentimientos
eran ellas
o qué sentimientos
atribuíamos a su vibración?
Un surtido de minerales
apagados o incandescentes,
según la hora, (el contexto)
fueron las palabras
plasmadas en el diccionario,
y antes de su exposición
a la luz.
Surtido de fulgencias y sombras
como la caja extensa
de un rico pintor.
Palabras que al acertar
con su color y su peso propios
nos alborozaban
y que al errar,
por el contrario,
nos ahorcaban.
Toda la poesía,
toda la literatura
ha sido una colección
de veleidosos tonos y texturas
entre el padecimiento
y el placer,
entre la mentira humana
y la verdad caída del cielo.
El don providencial
sobrevenido, en ocasiones,
como un milagro de cristal
que el firmamento
regalaba a nuestro sacrificio,
nuestra devoción
por acertar y acertar
y con miedo siempre
al maldito mal atroz.
El síndrome del tumor.

El escritor mexicano Juan Pablo Villalobos ganó el reciente premio Herralde de novela con
No voy a...
