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Hablar solos

Cuando hago entrevistas, tengo por costumbre preguntarle al personaje en cuestión si habla solo. Hay tres tipos de respuesta, todas ellas reveladoras: la de quienes se sorprenden y se ponen a la defensiva, “¿te crees que estoy loco?”; los del “ay, no sé...”, que preguntan a su alrededor si alguien los ha oído hablar para sí mismos porque ellos no lo recuerdan; y, por último, los más escasos, quienes confiesan: “A veces”. En parte es una pregunta trampa que informa acerca de la conciencia que el individuo tiene de sí mismo. Porque es difícil creer que exista alguien que no practique el habla interna, que no se explique el paisaje que contempla desde la ventanilla del coche, que no se narre la extrañeza que le recorre la espalda en un hotel anodino de una ciudad fantasma, la tarde vacía. ¿Cómo no vamos a contarnos cosas? Desde niños, cuando nos decíamos “voy a construir una casa”, mantenemos una conversación interior con nosotros mismos. Alguna vez aflora a la superficie. “¿Dónde están las llaves?”, repetimos en voz alta, para fijar la atención, ya con las luces de la casa apagada; también maldecimos y gozamos en voz alta, para nadie, sólo para multiplicar nuestra experiencia.
Charles Fernyhough, comunicador y profesor de Psicología en la Universidad británica de Durham, acaba de publicar The voices within, y leo una entrevista con él en The Atlantic donde afirma que el habla interna forma parte de la estructura dialéctica de nuestro pensamiento, favorece la motivación, beneficia nuestra expresión emocional y nos ayuda a la comprensión de nosotros mismos. Es-
tamos habituados a oír los gritos de
“vamos” de los tenistas que se motivan en la soledad de la red invistiéndose de fe.
Los mundos interiores son el único territorio donde podemos hacer y deshacer a nuestro antojo. Nadie manda sobre nuestros pensamientos, lo único que en verdad nos pertenece. De jóvenes imaginábamos la llegada de un amor como la felicidad prometida; en cambio, de adultos ficcionamos varias versiones de nuestra muerte. Pensamos mucho más de lo que decimos y respondemos con generalidades porque tememos que nuestros razonamientos no sean del todo correctos. “Lo que constituye una cuestión filosófica realmente fascinante, ya que sugiere que podemos equivocarnos en lo que respecta a nuestra propia experiencia. Y si podemos estar equivocados en lo que sucede en nuestras cabezas, entonces es bastante salvaje”, argumenta Fernyhough.
En silencio, alcanzamos las 4.000 palabras por minuto –diez veces más rápido que el discurso verbal–, sin necesidad de frases completas, yendo al grano, porque ya sabemos lo que queremos decir. Pero aun así nos lo contamos, biógrafos, cronistas, notarios de eso tan complejo y fragmentado llamado yo.
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30 de noviembre de 2016
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Pueblos del mundo 6

HERMAFRODITAS. Bajo el pontificado de Inocencio III surgió una secta de innovadores que sostenía que Adán al nacer era a la vez varón y hembra. Plinio aseguraba que en África, más allá del desierto del Sahara, existía un pueblo de Andróginos que se reproducía por sí mismo. Las leyes romanas incluían a los Hermafroditas en la lista de los monstruos y los condenaban a muerte: Tito Livio y Eutropio refieren que cerca de Roma, bajo el consulado de Claudio Nerón, nació un niño que reunía los dos sexos y que el senado, asustado por este prodigio, decretó que era necesario ahogarlo; encerróse al niño en un cofre de madera de olmo, se llevó a alta mar y se arrojó a las aguas. Los Hermafroditas, en la Antigüedad, tenían dos cabezas, cuatro brazos y cuatro piernas; los dioses, dice Platón, habían creado un hombre redondo, sumando dos cuerpos; estos dos hombres en uno poseían una fuerza tan extraordinaria que decidieron enfrentarse a Júpiter y este, irritado, los partió en dos para debilitarlos. Aristóteles habla de un pueblo que tenía el ojo derecho de hombre y el izquierdo de mujer.

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30 de noviembre de 2016
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Poema 32

Lienzos de colores

como diversas antorchas

de parecido tallo

iluminaban un artificio

tan alegre

como una plantación 

de naranjos

o  palmeras.

Era sólo una mentira

reconocible y vegetal.

Una mentira

correspondiente a

asentamientos íberos 

cuajada de granadas y azahar. 

O, también

de  minerales brillantes

que renacían

como flores

en cada amanecer.

Una templada hoguera  de afectos

volaba alrededor.

Y, de forma natural

se engarzaba

como un engaño

espontáneo

o de cine popular.

Una falacia muy feliz.

por otra parte,

como nunca

se habría creído

posible

ante el rostro 

de la razón.  

Engaños de precios asequibles

que formaban

una colección

de estampas

satinadas, 

expurgadas

de cualquier  

mundana idea

de la verdad.   

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30 de noviembre de 2016
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Las ocho claves de un video viral

¿Por qué no podemos dejar de mirar cómo explota la sandía apretada con gomitas? Hace un par de meses Héctor Pavón, editor de la revista cultural Ñ de Clarín me pidió que escribiera sobre la “viralidad” de ciertos videos en Internet a propósito del insólito éxito de esta aventura frutal. Me divirtió mucho buscar antecedentes y comparaciones en la historia de la literatura, el cine y hasta la ópera. Le dedico estas reflexiones sin pretensión alguna a mi gurú en cultura digital, series y posmodernidad, Jorge Carrión.

*          *          *

Con el auge de Youtube y Buzzfeed, se van viendo con claridad cuáles son los videos breves que en muy poco tiempo la gente hace propios, cuelga en sus muros, comparte con amigos, aprueba y celebra. Tomemos el ejemplo de los dos empleados de Buzzfeed poniendo gomita tras gomita en la “cintura” de una sandía (http://www.techinsider.io/watermelon-rubberband-explosion-buzzfeed-video-2016-4).

Era un patio, estaba lleno de gente expectante, con cada gomita crecía la curiosidad por ver cuándo explotaría. Y en un determinado momento, saltan los pedazos rojos, carnosos de la fruta y los dos hombres vestidos de bata blanca hasta la cabeza, como científicos en un experimento de alto riesgo, salen corriendo. Total: 17 segundos.

Hay una variante, algo más larga, de National Geographic (http://natgeotv.com/ca/street-genius/videos/exploding-watermelon): el periodista Tim Shaw invita a un grupo de personas en un parque a calcular cuántas gomitas harían explotar una sandía, y luego a poner las gomitas alrededor de una. Este video, mucho más largo (tres minutos y medio, como una canción en la radio) incluye infografías que muestran lo que sucede con las fuerzas que presionan la sandía, y también más juego: el espectador se involucra tratando de adivinar cuál de los participantes acertó con el número de gomitas que serán necesarias.

En ambos casos hay una serie de elementos que los hacen altamente viralizables.

1.      Desafío

En el mundo de los videos de Internet, no hay tiempo para una saga como La Odisea o El Señor de los Anillos. Pero en toda historia debe haber una aventura, un camino que recorrer, un enigma que resolver. Estas píldoras de desafíos a cumplir se nutren de la sabiduría de décadas de publicidad en televisión: en pocos segundos, se plantea un problema y el espectador dedica el tiempo mínimo a ver cómo el esquemático héroe logra resolverlo. Si no hay tiempo, como en el video Buzzfeed, los que lo plantean son los mismos que lo resuelven. Si le podemos dar dos o tres minutos, el “líder” – el periodista en el caso de National Geograhpic - plantea una tarea al “pueblo”.  Deben adivinar con cuántas gomitas explotará la sandía. Una tarea digna de los héroes griegos.

2.      Arco narrativo

Aunque todo se resuelva en unos pocos segundos, no puede faltar el ensayo y error: los actores colocan gomita tras gomita. Cuando el que está mirando piensa: “de esta no pasa, seguro que ahora explota”… y no sucede nada  y hay que seguir, ese es el momento en que el video nos tiene atrapados. Somos parte del experimento. Apostamos, hemos invertido en lo que estamos viendo, deseamos que pase algo. Como la historia canónica de nuestra cultura, el Nuevo Testamento, cada paso, aunque dure dos o tres segundos, es una estación del Via Crucis: secretamente queremos y tememos el desenlace.  

3.      Resolución inmediata 

Llega el momento. Explota la sandía. Es lo que estábamos esperando. Y en ambos videos, mostrado al menos dos veces y en cámara lenta. El fútbol por televisión nos enseñó a que teníamos derecho a ver los goles varias veces, de varios ángulos, relamiéndonos por volver a disfrutar del momento en que la espera termina y explota el júbilo. Sabemos que seremos retribuidos con la fiesta de la explosión de la sandía, pero no sabemos con cuál de las gomitas vendrá… y por eso estos videos tienen la ventaja de aunar certeza y sorpresa.

4.      Juego y humor

Los videos virales ponen alegría, sonrisa, humor en un día gris, sin quitarnos más de unos segundos o a lo sumo unos pocos minutos de nuestras tareas. Suelen incluir, como en estos casos, a adultos haciendo de niños. Jugando. Es un experimento pero es un juego, y como el resultado es un enchastre, tiene también elementos de lo prohibido. No deberíamos jugar a hacer explotar cosas, y por eso al hacerlo estamos siendo moderadamente traviesos. La vestimenta de científicos de los dos juguetones, en uno de los casos, y el papel del periodista serio que pide la participación del público en el otro, y el hecho de que todos terminan saltando y riendo, enfatiza el elemento de tener permiso para estar haciendo algo habitualmente prohibido.

5.      Morbo

¿Sería lo mismo con un melón, con una papaya, con una fruta de otro color? Claro que no. Hace unos años el director de teatro vanguardista catalán Alex Rigola puso en escena Coriolano, la tragedia más sangrienta de Shakespeare. A lo largo de los cinco actos los reyes en pugna matan, decapitan, violan y torturan a miembros de familias rivales. En un momento de la representación, los verdugos se ceban con palos contra un grupo de sandías. Las destrozan, los pedazos rojos y brillantes vuelan por los aires. La violencia es explícita. En el caso de la explosión de la sandía estrujada lentamente hasta que no puede más y finalmente se derrama en pedazos rojos, hay un obvio juego implícito de referencias a la violencia, a la sangre y al sexo. No sabemos muy bien por qué no podemos dejar de verlo. Pero este tipo de seducción tiene siempre unos gramos de horror y de atracción por lo prohibido.

6.      Calidad

Decía Mozart en una carta a su padre, refiriéndose a una de sus óperas, que los que no saben de música van a disfrutar sin saber bien por qué, mientras que los conocedores apreciarán la sapiencia del compositor en contrapunto, armonía y juego rítmico. Es importante hacer notar que en la mayoría de los videos que vuelven virales la factura técnica es impecable. Los que no saben de manejo de luz, ángulos, pixeles, edición, ritmo, sienten que todo está como debería ser sin saber bien por qué. Los que saben de técnica notan la diferencia clara con los videos caseros.

7.      Participación, identificación

En la mayoría de estos videos muy exitosos hay un público participante, que representa a cada uno de los “viralizadores”. Entre los pioneros de estos videos muy repetidos están los flashmobs: grupos de instrumentistas y cantantes que se van instalando en pasillos y escaleras de centros comerciales muy concurridos y de pronto se ponen a tocar Beethoven y cantar Verdi. La misma música, incluso con mayor calidad de ejecución, pero en los teatros donde habitualmente se hace, no causaría ni de lejos el mismo efecto. El público, como saben bien los creadores de programas en vivo desde el nacimiento de la televisión, es vital para que del otro lado de la pantalla el espectador se sienta identificado. Aquí el público acepta el reto, participa, espera, se mueve inquieto y salta de susto y alegría cuando explota la sandía. Somos nosotros.

8.      Ciencia, aprendizaje

Había hacía años un programa muy desagradable pero imposible de dejar de ver en la televisión por cable: Mil maneras de morir. Combinaba escenas actuadas mal a propósito de hombres o mujeres que por lascivos, amarretes, descorteses o gritones terminan sufriendo muertes terribles. Mucha gente los veía por el morbo de ver hasta dónde podían llegar los guionistas y directores, por la burda moralina y el viejo placer culposo de ver a gente que nos cae mal recibiendo un castigo tremendo. Pero para aliviar nuestro placer culposo, un supuesto científico explicaba las causas de cada una de las muertes. Así funciona con la sandía que explota. Hay una pizca de ciencia, sentimos que no perdimos totalmente el tiempo, que estábamos aprendiendo algo. 

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29 de noviembre de 2016
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Mirando ver

Mucha gente cree, sensatamente, que la pintura es el arte de la línea y del color. No es fácil entender que la pintura no es el arte de esos dos elementos y que puede haber gran pintura sin color ni dibujo. La arquitectura es el arte del espacio, la música el arte del tiempo, pero la pintura es el arte de la luz.

En la exposición Metapintura, una de las más intelectuales que ha ideado el Museo del Prado, se constata que la pintura sufre la perplejidad de ser un arte capaz de verse a la luz de sí misma. Las artes pueden ser redundantes: hay arquitectura que habla de arquitectura, poesía que juzga a la poesía, música que es eco de otra música, pero el caso de las artes visuales es particular y provoca desconcierto en el espectador. Si no se fija bien, no ve lo que está viendo.

Algún ejemplo. La tradición cristiana reconoce el rostro de Jesucristo en la Santa Faz, el paño que, impregnado por la sangre y el sudor de la víctima, conservó sus rasgos. Cada pintor que pinta el paño de la Verónica está retratando un retrato de alguien que nadie ha visto. También se cree que san Lucas pintó a la Virgen María. Entre muchos otros, Guercino pintó a san Lucas pintando a la Virgen, ¡pero la pintaba en estilo bizantino! Un anacronismo inverosímil y delicioso.

De todos los que han pintado la pintura el mayor es Velázquez, quizás porque no usaba dibujo y apenas color. Sólo luz. En Las meninas se juntan el espejo, el cuadro pintado dentro del cuadro y el cuadro que pinta al pintor pintando, imposibilidad que mueve a reflexión. Javier Barón ha elegido con gran consecuencia los modelos y ejemplos de esta pintura a la que vemos mirar. Viéndolos recordé aquel verso de Machado, en El milagro, cuando buscaba sus gafas en el estuche y exclamaba: "¡Ahora verás si veo!".

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29 de noviembre de 2016
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La mujer y sus gatos

El primer personaje de ‘Elle' es una gata de pelo oscuro y ojos verdes que, sobre un fondo sonoro de gran ruido, mira a la cámara con la fijeza del felino que considera sus posibilidades de intervención. Enseguida ve el espectador lo que veía la gata: una agresión sexual sufrida por una mujer que yace, atenazada por un enmascarado, en el suelo de una mansión burguesa. Es el arranque de la nueva película de Paul Verhoeven, un director que narra muy bien la violencia, y se esmera en el relato cuando hay además una connotación libidinosa. Acabada la violación, la víctima se recupera, se levanta, estima las heridas corporales y recoge con modosidad los desperfectos domésticos. Y así irrumpe Isabelle Huppert en la película que -según los eruditos- hace el número 104 de su filmografía.

      Uno de los factores que convierten a la Huppert en una actriz a la que nunca nos cansamos de ver es su falta de miedo. Se sabe que el director holandés largo tiempo afincado en Hollywood quería hacer ‘Elle' allí y no encontraba a ninguna estrella norteamericana dispuesta a encarnar un papel tan expuesto, tan atrevido, como el de Michèle, la ejecutiva de una firma de videojuegos digitales. Hasta que la producción fue trasladada a Francia y apareció Isabelle, que comparte con el cineasta la "investigación sobre la extrema normalidad y la extrema anormalidad". De hecho, añade la actriz en la entrevista con Jean-Michel Frodon que estamos citando (publicada en Caimán Cuadernos de cine nº 52, septiembre 2016), esos personajes que la mayoría del público y muchos intérpretes juzgan inabordables "yo, al interpretarlos, no los considero marginales o extraños, estoy con ellos, los acompaño". Hermosa manera de definir el arte interpretativo, que, entre otras capacidades (la modulación de la voz, el desafío corporal, la mirada elocuente) tiene la de la aventura solidaria con cualquier ser de ficción, demoníaco o angélico.

   Pero la Michèle de ‘Elle' no es un demonio, sino una mujer madura que se enfrenta a la vida con la curiosidad insensata de los adolescentes, superando a cualquiera de estos en la memoria del dolor y del placer, en la astucia nunca calculada, en la dureza extrema de un comportamiento marcado por el sadismo con los otros pero también abierto al daño propio. Michèle es una ‘overreacher', una figura extralimitada que por tanto nunca sabe su siguiente paso, su siguiente goce, su último desengaño. Y todas esas facetas de la personalidad sin límites Isabelle Huppert las encarna de modo incomparable. Por ejemplo en la brillante secuencia de la cena de navidad, en la que Verhoeven, que en otros momentos del film exhibe una aparatosidad formal contagiada de lo peor de la narrativa ‘hollywoodiense', sabe ser contundente y sutil, hábil en el humor (la vecina católica con sus bendiciones y sus deliquios papales) y en el trazo cruel del trato de la protagonista a su hijo bobalicón, desprovisto de voluntad, y a su madre libertina, esa anciana que seguramente de joven fue tan aventurera como su hija Michèle y por eso ésta la odia y la ataca, viéndose en el espejo decrépito de sí misma.

   La gata escrutadora y la madre, otro tipo de madre, vuelven a aparecer, sin duda por casualidad, en ‘El porvenir' (‘L´avenir'), la excelente película de la francesa Mia Hansen-Love, en la que Huppert pasa a ser Nathalie, una profesora de filosofía y una mujer abandonada, no sólo por su marido, un profesor más circunspecto que ella, sino por los tiempos modernos, por sus alumnos, por el nuevo orden académico: las notas de caracterización de la creciente banalidad del mundo editorial ‘serio' son lacerantes, por lo acertadas y actuales. La sexualidad tampoco falta, pero aquí lo que cuenta no es el final del deseo sino el de la cultura anterior. El fallecimiento de la madre (interpretada de modo encantador por la veterana Edith Scob) carece de truculencia, comunicado por medio de una llamada de móvil a Nathalie mientras pasea meditabunda por la ciénaga; la cara de la Huppert, sin gesticulación ni llanto, nos da la cifra grave y leve de una muerte que la libera. Aunque la gata materna, heredada por la hija, hace pervivir el carácter coqueto y arisco de su dueña, desbaratando a la vez con su presencia animal el núcleo de las certezas y normas que rigen la vida de la profesora.

   ‘El porvenir' es, de un modo natural, argumental, una película de filósofos y citas. Los personajes centrales tienen casi siempre un libro en las manos, y hablan sin petulancia de Rousseau, de Martin Buber, de Husserl, Heidegger y Jankélévitch, mofándose una vez, de pasada, de Raymond Aron. Son las referencias seguramente autobiográficas de Hansen-Love, cuyos padres sabemos que fueron profesores de filosofía. Una separación puede tener como problema fundamental el reparto de una biblioteca común, adquiriendo perfiles de tragedia el que Nathalie advierta que su marido se ha llevado entre otras pertenencias un libro de Lévinas "con mis anotaciones". Él, por su parte, vuelve al hogar en busca frenética de su ejemplar de ‘El mundo como voluntad y representación', y el fantasma de Schopenhauer se incorpora a la trama del film. Los desequilibrios de la soledad no elegida, la búsqueda fallida de un consuelo vital en las cosas bellas, el doloroso fin de las costumbres, quedan reflejados de modo admirable en la escena en que ella, asqueada de que su esposo, para paliar su huída, deje ramos de flores por la casa, quiera arrojarlas y no encuentre un contenedor de basura lo bastante grande para todas. De nuevo la Huppert trasmitiendo con un juego de manos y una mirada las esencias del mundo.

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29 de noviembre de 2016
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Poema 31

Un estrépito de luces

nos hizo sentir 

la máxima destrucción

y el aliento entrecortado

entre células de acero

colaboró a aceptar

como endulzada

y cianótica

la noche.

La noche del cuerpo

y de la piel.

La noche de los 

Silbidos

entre  huesos

interminables

que ya no dejaron de

doler y de crecer.

Ojos clínicos

habían acercado

su visión

hasta los alvéolos

de los sentidos

primarios

y, finalmente,

vaciaron su

conclusión como

vasos de agua

insonora

sobre un cerebro

ya dócil.

Abrazado al final.  

 

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29 de noviembre de 2016
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La libertad que supone conseguir pensar: contrapunto a un presupuesto aristotélico

En relación al tema de la columna anterior he de hacer una suerte de autocrítica.  A lo largo de muchísimos años de docencia he sostenido ante mis alumnos lo bien fundado de la tesis según la cual, la libertad (que más allá de la  no sumisión a otro humano, supone que estén cubierto lo necesario a la subsistencia sino también mínimas exigencias de dignidad del entorno) constituiría no solo la condición de posibilidad  de la filosofía,  sino también de toda forma elevada del pensar Y citaba al respecto, el siguiente texto de la aristotélica Metafísica:

 "Y así, cuando las técnicas proliferaron, unas al servicio de las necesidades de la vida, otras con vistas al recreo y ornato de la misma,  los inventores de las últimas eran con toda justicia considerados más sabios, dado que su conocer no se subordinaba a la utilidad. Mas sólo cuando tanto las primeras técnicas como las segundas estaban ya dominadas, surgieron las disciplinas que no tenían como objetivo ni el ornamentar la vida ni el satisfacer sus necesidades. Y ello aconteció en los lugares dónde algunos hombres empezaron a gozar de libertad. Razón por la cual las matemáticas fructificaron en Egipto, pues la casta de los sacerdotes no era esclava del trabajo".

Señalaba en mis referencias a estas líneas, lo significativo del hecho que el primer ejemplo de disciplina  que responde a la exigencia de absoluto desinterés por aspectos ajenos a su propia práctica sea precisamente la matemática, tantas veces considerada auxiliar de otras formas de conocimiento, o incluso mero instrumento para la consecución de objetivos prácticos. Sin embargo la práctica de esta  matemática puramente teorética sería  para Aristóteles tan sólo una parte, (sino  una etapa meramente  propedéutica) de la actividad radicalmente carente de finalidad exterior que supondría la filosofía: "Y puesto que filosofan con vistas a escapar a la ignorancia, evidentemente buscan el saber por el saber y no por  un fin utilitario. Y lo que realmente aconteció confirma esta tesis. Pues sólo cuando las necesidades de la vida y las exigencias de  confort y recreo estaban cubiertas empezó a buscarse un conocimiento de este tipo, que nadie debe buscar con vistas a algún provecho. Pues así como  llamamos libre a la persona cuya vida no está subordinada a la del otro, así la filosofía constituye la ciencia libre, pues no tiene otro objetivo que sí misma"

Este texto aristotélico es sin duda una referencia absoluta cuando se reflexiona sobre las condiciones sociales que pueden favorecer la inclinación a la simbolización y el conocimiento. Sin embargo, una cosa es considerar  que esa libertad  constituye una circunstancia favorable al despliegue de nuestras facultades  y otra el considerar que se trata de una condición necesaria.

Imaginemos una situación en la que cada uno de nosotros tuviera efectivamente  garantizado un entorno decente para proseguir su vida,  un entorno salubre mas también un entorno armonioso. Se hallaría así en situación muy favorable para pensar... libremente, es decir, no sometiendo al pensamiento  a otras obediencias y finalidades  que las que impone el propio pensamiento. En  suma, liberados de cadenas...pensar. Cabe sin embargo al respecto ofrecer un  contrapunto, tomando como soporte argumentativo el propio texto.

Supongamos,  como de hecho es el caso,  que las cuestiones de subsistencia  siguen siendo una preocupación crucial  de los humanos. Supongamos asimismo que  la inmensa mayoría carece de un entorno decente para proseguir su vida (es decir un entorno salubre y que responde  a la mínima exigencia de ornato antes mencionada). Supongamos además que las normas que rigen la relación social son arbitrariamente determinadas por la relación de fuerzas, de tal manera que para la mayoría la sumisión es un hecho y para la minoría dominante  la preocupación mayor es impedir la inversión de jerarquía. Nadie en suma, o casi nadie, gozaría de esa privilegiada situación  que Aristóteles ejemplifica en los sacerdotes egipcios. Pues bien:

Ese hombre que al decir de Aristóteles lleva en su naturaleza el deseo de simbolizar y conocer: ¿repudiaría  su condición, renunciando a priorizar el pensamiento sobre otras obediencias y finalidades, por el hecho de que la libertad social no existe en acto? Si se considera que lo esencial en el texto de Aristóteles es el vínculo que se establece entre el pensar y la libertad concebida como  el ejercicio de una actividad que se complace en sí misma, entonces libre puede ser considerado aquel  que,  por desfavorables  que sean las circunstancias,  consigue actualizar las facultades  en las que se traduce su específica naturaleza. Libre será el águila que, aun debilitado, despliega el vuelo y libre será también el hombre que actualiza plenamente su condición de ser de razón, el hombre que, por difícil que las circunstancias lo pongan, accede pese a todo a ejercitar el pensamiento.

Y no se trata de que el pensamiento anule las cadenas empíricas. Por el contrario el pensamiento supone mayor lucidez sobre lo insoportable de las mismas. El criterio reside en si o no, aun a contracorriente, hay manera de hacer efectiva nuestra condición de seres de razón y de palabra. Y si esta libertad se expresa para Aristóteles en la práctica de la filosofía, ello supone que la filosofía no es algo contingente, sino la expresión de que una potencialidad esencial de nuestra naturaleza está en proceso de actualización.

Para  que se la tensión en pos de la simbolización y el conocimiento se mantenga, la esperanza no es más necesaria que  la libertad en acto. La condición de profundo creyente de ese Olivier Messiaen  al que aquí  evocaba quizás podía hacer que retuviera el principio de esperanza, pero tal no era probablemente el caso de la mayoría de sus oyentes y desde luego el del filósofo fusilado de Arras Jean Cavaillès, al que  también hacía referencia. Tal variable es en todo caso contingente. Las facultades del ser de lenguaje  se complacen  en el hecho mismo de lograr  manifestarse, de triunfar sobre la inercia,  de remontar la pendiente por la que (en razón de circunstancias más o menos contingentes) habitualmente solemos deslizarnos,  traicionando así nuestra singular naturaleza. La constatación de lo apocalíptico del entorno y/ o la sospecha (más o menos cercana a la convicción firme) de la soledad radical, ("fin de los tiempos"  o la casi certeza de ser fusilado), pueden equivaler a la desaparición de la esperanza, pero esta situación  fuerza precisamente  al espíritu a no tener otro objetivo que su propia fertilidad. Hemos visto que el propio Aristóteles presenta la filosofía como etapa final de ese proceso de plena humanización. "Ciencia buscada", dice al respecto, ciencia intrínsecamente buscada, añade ese gran hermeneuta de Aristóteles que es Pierre Aubenque. Buscada no por todos (entre otras cosas en razón de que la filosofía no constituye un universal antropológico, asunto que aquí abordaré en otro momento) pero sí buscada en circunstancias tanto favorables como neutras, e incluso penosas.

Dejar de pensar puede ocurrir por múltiples razones, empezando por el escepticismo  propiamente  filosófico, la sospecha   de que (como Robinson en su isla) sólo uno sería testigo tanto de la existencia del mundo como de todo acto creativo que en el mundo pueda darse. Sin embargo, lejos de llevar al desaliento esta  sospecha más bien fue un aliciente para los  Berkeley, Descartes, Kant... y asimismo (por otras vías) ciertos de los grandes  de la física cuántica. Mas que  el escepticismo, lo que  mueve a renunciar  al pensamiento son  causas subjetivas, astenia física o sobre todo psicológica. Por la dureza misma del arranque del pensar,  hay siempre  peligro de que las circunstancias sirvan de coartada para abandonarse. Por ejemplo, puede llegar a pasar por la cabeza que el pensamiento simplemente...no vale la pena. En este caso, de aceptarse la premisa de que el rasgo propio del animal humano es el pensamiento, el corolario nihilista  sería que lo condición humana es lo carente de valor, siendo quizás simplemente la vida aquello que cuenta,  el fin en sí.

Pensar supone por definición no anclarse en lo adquirido, y por ello el sujeto que a pesar de todo persevera en el pensamiento es en permanencia sujeto que renace, sujeto que, cabe decir, no se reduce  a la  inevitable finitud que supone la mera animalidad, es decir, una emergencia (una ruptura de la causalidad lineal en la naturaleza inmediata), pero de todas maneras un sistema abierto y sometido al segundo principio de la termodinámica. El pensamiento es sin duda tensión,  pero se trata de la tensión más natural en el individuo humano. El hombre piensa en razón de su específica condición dentro de la animalidad y en consecuencia, si las circunstancias debilitan de por sí tal condición, dejar de pensar es en cierto modo la prueba de que efectivamente uno ha sido vencido.

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28 de noviembre de 2016
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Pueblos del mundo 5

CATALANES. Cuando los catalanes se enteraron de que el eremita Romualdo quería regresar a su lugar de nacimiento resolvieron impedírselo y el único medio que se les ocurrió fue matarle, para aprovechar al menos sus reliquias, pero tanta devoción no plugo al santo, usó de algún ardid y escapó. Fallecido Romualdo, de muerte natural, años más tarde, en Val-di-Castro, los catalanes decidieron ir en expedición para hacerse con las reliquias, pero fueron tantas las disputas entre ellos para ver quién iba y quién no iba y quién sería el que las transportara a la vuelta, que cuando llegaron al monasterio no encontraron resistencia de los monjes, porque las polillas se las habían comido.

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28 de noviembre de 2016
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Rita, “la mejor”

Fue en septiembre del 2016, aún era verano, cuando Rita Barberá se sentó en la última fila del salón de plenos del Senado. Había sido obligada a abandonar el Grupo del Partido popular pero quiso irse a casa, poner las piernas en alto sobre un cojín y empezar a escribir sus memorias. Fiel a su orgullo, al crepado que coronaba su cabeza, a su mandíbula cosida al cuello, y aún y así, erguida, insistió en permanecer en la política como prueba mayor de su inocencia. “Algunos llegan a creer sus propias mentiras”, pensaron los suyos, quienes la abandonaron a su suerte sabiendo que, en la jungla, los animales heridos no sobreviven. Ya integrante del grupo mixto, tuvo que retroceder varias filas hasta atrincherarse en el gallinero en un gesto simbólico y de humillante soledad escénica. En las fotogalerías publicadas tras su muerte, emerge del último banco, con su peinado altanero, el pañuelito asomando del bolsillo del blazer, las borlas en las orejas, la mirada extraviada. Sola. Napoleón, que sabía de poder, dejó aquella frase que describe el final de la carrera de Barberá: “La victoria tiene cien padres, la derrota es huérfana”.
Infarto es un palabra poderosa que aloja entre sus sílabas el aliento brutal del choque entre la vida y la muerte. La pronuncias, y nombras un conflicto que el corazón no puede aguantar. La conmoción, no obstante, en el partido de Barberá, ha procurado un descerraje de culpas. Correr a honrar a la finada, cuarenta años afiliada a un PP que durante sus días de gloria la abanderaba en todos los mítines porque enardecía a las bases con su traje rojo, su labia populista y sus desaires burlones; ella, la alcaldesa de Valencia in saecula saeculorum por mandato de las urnas. Era Rita, “la mejor”, como dijo en aquel mitin un Rajoy arrobado. La misma a quien repudiaron, arramblaron, dejaron de cogerle el teléfono cuando las cosas se pusieron feas.
Ahora, el portavoz Hernando declara sin rubor que una alianza casi judeomasónica entre medios y partidos de izquierda la convirtió en “un pimpampum al que golpear permanentemente”, porque “daba audiencia” y argumentos. Y que, si el partido le pidió que dejase la formación, fue para tratar de protegerla del linchamiento mediático al quitarle el foco de encima. Han sido muchos los políticos del PP que con su cuerpo aún caliente, la familia llorando, corrieron a exculparse matando de paso al mensajero. La prensa. Las cámaras. Las exclusivas. Y empezaron a rugir las fieras, las que siempre han deseado domar a los medios, decidir las portadas y cambiar los titulares como si el telediario fuese suyo, como si no existiera el Tribunal Supremo. Desde la perplejidad que a algunos nos inspiró Rita Barberá, la politización de una muerte resulta una exhibición de mal gusto y ética ramplona. Ahí está el espectáculo que busca culpables, olvidando que todos somos víctimas o mártires de nosotros mismos.
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28 de noviembre de 2016
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El Boomeran(g)
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